¿Una nueva estrategia antidrogas para los Estados Unidos?

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¿Una nueva estrategia antidrogas para los Estados
Unidos?
HUMBERTO CAMPODÓNICO
Las democracias de los países andinos corren peligro no solo
porque sufren los problemas característicos de otras regiones en
desarrollo, como inestabilidad política, estancamiento económico,
desigualdad creciente y divisiones entre las clases sociales, así
como divisiones étnicas, ideológicas y urbano-rurales.
Lo más importante es que la inseguridad territorial y física
de los países andinos, debido a la violencia política y a la
existencia de fronteras porosas —lo que facilita el tráfico de
drogas y el contrabando de armas—, pone a la orden del día la
posibilidad de un colapso regional, lo que constituiría un problema
de marca mayor no solo para los intereses de los Estados Unidos
en el hemisferio occidental, sino en todo el mundo.
Así define la problemática de la región un reciente informe
titulado «Andes 2020: una nueva estrategia para los desafíos de
Colombia y la región», elaborado por el Centro de Acción
Preventiva, perteneciente al Consejo de Relaciones Exteriores
(Council on Foreign Relations) de los Estados Unidos. El informe
pretende llamar la atención del Poder Ejecutivo y el Congreso de
ese país sobre los resultados de sus políticas hacia la región
varios años después del Plan Colombia, el cual concluye en 2005.
Hay que resaltar, también, que los miembros de la Comisión
han ocupado importantes cargos en el gobierno de los Estados
Unidos, así como en organismos multilaterales y empresas
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Economista. Investigador asociado de desco.
privadas. Esto asegura que sus opiniones influenciarán el debate
sobre
las
referidas
políticas
después
de
las
elecciones
presidenciales de noviembre.
Desde nuestro punto de vista, lo más resaltante del informe
es que critica el enfoque de la política estadounidense, centrado
en las iniciativas antiterroristas y antinarcóticos (lo que llama las
iniciativas «duras»). Plantea que solo un enfoque integral, que
incluya reformas políticas, legales y socioeconómicas, puede
ayudar a los países andinos. Si bien el análisis de Colombia y sus
vecinos con fronteras más grandes —Ecuador y Venezuela—
constituye la parte central del informe, también contiene
recomendaciones importantes para Bolivia y el Perú.
En el plano de la lucha antidrogas, el informe afirma que se
ha dado demasiada importancia a la «política de la oferta» y que
se ha descuidado la disminución de la demanda de drogas en los
Estados Unidos. Esto es absolutamente cierto. La política
estadounidense se concentra en la erradicación de cultivos y el
combate a los narcotraficantes, sin tomar en cuenta que, mientras
haya demanda de droga en los países industrializados —lo que
arroja inmensas ganancias para los narcotraficantes—, siempre
habrá carteles de la droga e incentivos al cultivo de hoja de coca
para los campesinos pobres.
Además, es importante que el informe reconozca la
dimensión regional del problema. Si analizamos solo las áreas
sembradas con hoja de coca, podemos apreciar que la cantidad
global producida nunca se ha reducido. Cuando se combate el
narcotráfico en el Perú —incluso derribando avionetas—, la
producción aumenta en Colombia. Cuando durante el régimen del
presidente Uribe comenzó la fumigación aérea de las zonas
cocaleras, resurgieron las áreas de cultivo en Bolivia y el Perú
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(aun en áreas que antes no eran productoras, y en parques y
santuarios nacionales).
Un segundo tema destacable es el reconocimiento de que
las reformas económicas de la década de 1990, llamadas el
Consenso de Washington, no alcanzaron los objetivos que se
propusieron. Dice el informe que «el 60 a 80% de la población
andina sigue sin tener suficiente acceso a los mercados, lo que la
condena a la exclusión de la economía global y al acceso a
oportunidades económicas
legítimas.
Por el contrario,
los
principales beneficiarios de las reformas fueron los ricos» (p. 10).
Acto seguido, el informe hace una severa crítica a las élites
económicas y políticas de la región, afirmando que «manipulan el
poder a través de instituciones informales y corrompen a las
autoridades. Estas élites detentan posiciones estratégicas en
organizaciones económicas» (p. 12). Agrega que existen dos tipos
adicionales de élites: las disidentes (una facción distinta de las
tradicionales) y las «nuevas» (una generación emergente de
ciudadanos poderosos no ligados a los grupos tradicionales.
Sostiene el informe que es indispensable trabajar con las tres
élites, pues las dos últimas balancean el poder de la primera.
Un tercer aspecto tiene que ver con el reconocimiento de la
persistencia de la desigualdad económica, que en una parte es
consecuencia del incumplimiento de los objetivos económicos que
se trazó el Consenso de Washington. En este caso, la principal
recomendación es que se lleve a cabo una reforma agraria en
Colombia, considerada un imperativo estratégico y de prioridad
central en la agenda de los Estados Unidos y la comunidad
internacional.
Para Colombia, y los demás países andinos, el informe
recomienda también la puesta en marcha de una reforma
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tributaria. La baja recaudación tributaria en los países andinos
incide directamente en los exiguos gastos en los programas
sociales, la inversión pública, la gobernabilidad local e, incluso, en
la poca dotación de las fuerzas de seguridad. Por lo tanto, la salida
consiste no solo en aumentar la presión, sino en modificar la
estructura tributaria: disminuir la importancia de los impuestos
indirectos (sobre todo el IGV) e incrementar la tributación directa
(impuestos a la renta y al patrimonio). Pero, sobre todo, lo que hay
que hacer es fortalecer las instituciones y consolidar la
democracia.
En el plano comercial, el informe se declara a favor del
desarrollo de los tratados de libre comercio entre los Estados
Unidos y los países de la región. Plantea que estos acuerdos se
deben llevar a cabo con Bolivia, el Ecuador, Colombia y el Perú,
excluyendo explícitamente a Venezuela (país que tampoco quiere
participar), sobre la base de negociaciones regionales con todos
los países. También se manifiesta en contra de cualquier
planteamiento de negociar un TLC solo con Colombia (algo que se
ha puesto en la agenda en las últimas semanas debido a los
«contenciosos» con empresas de los Estados Unidos aún no
solucionados por el Ecuador y el Perú, aunque sí por Colombia).
Este punto a favor está contrarrestado, en nuestra opinión, con el
planteamiento de que el acuerdo con los países mencionados
tenga una vigencia institucional que podría sobrepasar la
normatividad que rige en la Comunidad Andina de Naciones.
El
informe
abarca,
además,
toda
una
gama
de
recomendaciones que no es posible comentar en el marco de este
artículo, como el combate a la corrupción, mayor apoyo a los
desplazados por la guerra en Colombia, la creación de una policía
sudamericana para combatir el crimen transnacional, la reforma
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del TIAR y una propuesta de fusión y refuerzo de los programas
de la OEA para combatir las drogas, el crimen y el armamentismo.
En síntesis, para que la región no colapse, el informe
plantea un enfoque integral, tanto en el plano de la seguridad
como en el económico y social. Se ponen de relieve las políticas
regionales (y no la sumatoria de políticas individuales que ha
caracterizado hasta ahora la política de los Estados Unidos); el
enfoque de la oferta y la demanda en la política antidrogas (y no
solamente la primera, como hasta ahora), y medidas para encarar
los problemas económicos, tributarios y de la desigualdad social,
así como alternativas de solución.
Se
pueden
hacer muchas críticas a
este
informe,
comenzando por la casi absoluta centralidad de la política de los
Estados Unidos en la resolución de los problemas de los países
andinos, quizá el aspecto con el que más discrepamos. También
es muy discutible la secuencia de las recomendaciones en lo que
respecta a las medidas sociales, la reforma agraria y la reforma
tributaria.
Más allá de las críticas, sin embargo, su aproximación
holística y su voluntad de proponer un nuevo enfoque centrado en
la
profundización
de
la
democracia,
la
construcción
de
instituciones, así como el énfasis en el diálogo y la tesis de la
corresponsabilidad de muchos de los problemas, proveen un
marco que permite avanzar. Pero para eso, sus propuestas
tendrían que ser impulsadas por la nueva Administración Bush, lo
que es muy difícil.
Miembros del Comité de Redacción
NANCY BIRDSALL ha sido Vice-Presidenta Ejecutiva del BID.
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DANIEL W. CHRISTMAN, Co-Responsable de la Comisión Andes 2020 of the Andes
2020. Es Vice Presidente Senior para Relaciones Internacionales de la Cámara de
Comercio de EEUU en Washington, D.C.
IAN DAVIS es Vice Presidente Senior de Relaciones Internacionales de Occidental
Petroleum Corporation.
MATHEA FALCO is the President of Drug Strategies, a nonprofit research institute, and
was Assistant Secretary of State for International Narcotics Matters from 1977–81.
ANTHONY STEPHEN HARRINGTON, exEmbajador de EEUU en Brasil.
JOHN G. HEIMANN, Co-responsable de la Comisión Andes 2020. Fue Director
Ejecutivo del Grupo de Instituciones Financieras de f Merrill Lynch y miembro de su
Comité Ejecutivo. .
ROBERT C. ORR, Director Ejecutivo del Belfer Center del John F. Kennedy School of
Government at Harvard University. Previously, he was Vice President of the Council on
Foreign Relations and Director of its program in Washington, D.C.
MARK SCHNEIDER is the Senior Vice President of the International Crisis Group, the
Program Director for ICG’s new Latin America program, and head of the Washington
Office.
BARBARA SHAILOR is the Director of the International Department of the AFL-CIO.
GEORGE SOROS is President and Chairman of Soros Fund Management LLC,
ARTURO VALENZUELA is Professor of Government and Director of the Center for
Latin American Studies in the Edmund A. Walsh School of Foreign Service at
Georgetown University.
ALEXANDER F. WATSON, fue Embajador del Perú de 1986 a 1989.
CHARLES WILHELM is Vice President and Director of the Homeland Security Office
at the Battelle Corporation.
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