Mensaje Interfranciscano

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Mensaje Interfranciscano
Congreso de la Familia franciscana, Mattli/Suiza 1982
(Septiembre de 1982)
Introducción
“Paz y Bien” a todas las personas del mundo que se regocijan en el Señor, a todos los hombres y mujeres
que lo buscan y a todos los que anhelan la Paz y la Justicia.
Paz verdadera de parte de Dios y Amor genuino en Jesucristo a todos los pobres y abandonados y a todos
los que toman en serio sus responsabilidades dentro de la familia humana.
Por primera vez en 800 años de historia franciscana nosotros, hermanos y hermanas de las varias ramas
de esta Familia, nos hemos reunido en el nombre de Cristo, en Mattli (Morschach, Suiza), para considerar el
desafío de Francisco desde la perspectiva del Tercer Mundo y para compartir nuestras experiencias. Hemos
sentido realmente el gozo de ser una sola familia.
Hemos experimentado también entre nosotros, seguidores de Francisco y que vivimos en el Tercer
Mundo, una gozosa y esperanzadora juventud. Somos parte de las esperanzas y de los temores del pueblo a
quien servimos. Abriendo el corazón a la persona de nuestros hermanos y al Evangelio de Jesucristo, hemos
recobrado nueva vida por medio del carisma de Francisco, el Hermano Universal, símbolo viviente de
verdadera humanidad entre la gente de África, Asia y América Latina.
Hemos procurado encontrar una genuina visión franciscana desde y para el Tercer Mundo en las
diferentes realidades que hemos compartido.
1. En favor de los pobres y contra la pobreza
Nos ha impresionado el hecho de que la mayoría de la población del Tercer Mundo vive en condiciones
de extrema pobreza. Esa pobreza tiene muchas facetas: el hambre de la humanidad, las enfermedades
endémicas, el analfabetismo, las condiciones inhumanas de vivienda, etc. Esta pobreza no es consecuencia
de factores naturales o del simple destino, sino de la explotación interna y de las relaciones internacionales
injustas. Desde la fe, denunciamos este creciente y rápido empobrecimiento como el gran pecado social de
nuestro tiempo.
Esta situación ha llevado a muchas Iglesias del Tercer Mundo a buscar una acción solidaria y a hacer
una opción preferencial por los pobres y contra la pobreza. En estas Iglesias, el “Poverello” de Asís se
presenta como el patrono de la Iglesia de los pobres. Desde su juventud, Francisco se comportó con
«generosa misericordia hacia los pobres...» (LM 1,1). Su conversión fue, en primer lugar, una conversión
hacia los más pobres de entre los pobres: «vivía con los leprosos» (1Cel 17).
A lo largo de este proceso, Francisco fue cobrando conciencia de que el Crucificado le estaba llamando
e invitando a vivir como pobre. Y por eso vemos en Francisco realizarse un proceso que va desde el ser para
los pobres al ser con los pobres y finalmente al vivir como pobre. Al hacer esto, la opción de Francisco por
los pobres es una expresión del seguimiento de Cristo. La pobreza evangélica no tiene sentido en sí misma,
sino que está orientada a la fraternidad, a relaciones nuevas y generadoras de vida entre las personas.
Por lo tanto, la pobreza y la miseria en el Tercer Mundo representan, de una manera muy especial, un
desafío a la Familia franciscana. Tenemos que confesar que, a menudo, nosotros vivimos lejos de los pobres
y difícilmente hemos experimentado su inseguridad y sus temores.
Estamos convencidos de que la pobreza evangélica (apertura a Dios y disponibilidad hacia los otros) es
un elemento esencial del seguimiento de Cristo y una actitud básica y fundamental para todo cristiano.
Estamos convencidos de que nadie puede ser realmente solidario con los pobres, si no está dispuesto a luchar
para eliminar las condiciones infrahumanas en que ellos viven.
Si queremos, como franciscanos, actualizar nuestra opción por los pobres de frente a la pobreza mundial,
esto implicará para nosotros tres cosas:
1) Debemos mirar la historia y la realidad desde el punto de vista del pobre. Sólo así podremos ver
claramente que cada uno de nosotros y toda la sociedad deben ser transformados, puesto que no estamos
logrando enfrentar correctamente las necesidades básicas de los pobres.
2) Frente a una sociedad de consumo, fundamentalmente injusta, debemos presentar nuestra protesta
profética y rechazar todo aquello que esté directamente en conflicto con los criterios de la justicia, de la salud
y del ambiente.
3) Mano a mano con los pobres del mundo debemos salir en defensa de la justicia social. La meta del
proyecto cristiano-franciscano no es ni una sociedad pobre ni una sociedad de riqueza, sino una sociedad
justa de hermanos y hermanas.
2. En favor de la mujer y contra la discriminación
Nos ha impresionado también la situación de la mujer en el Tercer Mundo. Ella es la más pobre de entre
los pobres. Es muchas veces despreciada simplemente por ser mujer, es tratada como objeto de comercio,
explotada sexualmente: turismo sexual, prostitución, nuevas formas de esclavitud en los centros de placer
especialmente en el Primer Mundo. Es también usada como mano de obra barata, y mantenida en
condiciones de ignorancia e inferioridad.
Como franciscanos, preocupados por esta discriminación de la mujer, no podemos olvidar que san
Francisco supo descubrir y valorar el elemento femenino en toda la creación, que tuvo un amor especial y
una gran devoción hacia la Madre de Dios, portadora de Cristo al mundo. El mismo se consideraba como una
madre que engendra y protege la vida (2Cel 16) e interpretó las relaciones interpersonales en términos de
maternidad. Su gran amor a Dios hizo posible que floreciera la amistad con Clara de Asís y con Jacoba de
Roma. En su Cántico del hermano sol llama a todas las cosas hermanas y hermanos, logrando así una unidad
armoniosa entre todas ellas.
Por tanto, nosotros, hermanos y hermanas de la Familia franciscana, creemos que nos toca hacer una
opción especial por la mujer oprimida, dentro de nuestra opción por el pobre. Estamos convencidos de que
sólo en el mutuo dar y recibir podremos realizar nuestra vocación franciscana. De igual manera, las
hermanas de nuestra Familia franciscana pueden mostrar su solidaridad con los esfuerzos dirigidos en contra
de la discriminación de la mujer. Así podrán ser ellas un signo de la actitud liberadora de Francisco, dentro
de sus varios medios culturales. El ejemplo del Hermano de Asís nos estimula a procurar que toda mujer
ocupe el lugar que le corresponde y que participe en el proceso de la toma de decisiones en la Iglesia y en la
sociedad.
3. Los derechos de los pobres... derechos de Dios
Nos hemos sentido avergonzados por la continua violación de los derechos humanos a causa de la
violencia institucionalizada, proveniente tanto de gobiernos de izquierda como de derecha, a saber,
secuestros, torturas, desapariciones, juicios arbitrarios, etc.
En nuestro tiempo, la Iglesia se ha definido a sí misma como abogada de los oprimidos. Nos complace
ver que obispos y cardenales, y también muchos hermanos y hermanas de nuestra Familia franciscana, están
comprometidos en la lucha de los derechos humanos. Debemos afirmar y defender todos los derechos del
hombre: los derechos básicos del individuo, tanto personales como sociales e internacionales. Sin embargo,
los derechos de los pobres deben tener prioridad, puesto que ellos constituyen la mayor parte de la población
mundial.
En la Biblia, los derechos de los pobres son entendidos como derechos divinos. Nuestro Dios es un Dios
viviente que está de forma muy especial comprometido a favor de aquellos cuyas vidas están en peligro (cf.
Lc 4, 16-21). Francisco tenía un aprecio particular por los pobres: vivía con ellos, los respetaba como
hermanos y hermanas, no permitía que nadie hablara mal de ellos ni les causara daño. Francisco hablaba de
la «herencia y justicia que se debe a los pobres, adquirida para nosotros por nuestro Señor Jesucristo» (RnB
9, 8). Por esto, nosotros los franciscanos estamos llamados a continuar la lucha por los derechos humanos.
En este contexto queremos enfatizar de forma especial el derecho a la vida, al alimento, al empleo, a la
vivienda, a la salud, a la educación y a la recreación.
4. En la lucha por la justicia y por la paz
Nos entristece el hecho de que la mayor parte de las inversiones físicas y financieras de la humanidad, en
los campos de la ciencia, la tecnología y la producción, esté orientada hacia su posible aniquilación. Nos
preocupa el hecho de que una cantidad creciente de armas esté siendo destinada al Tercer Mundo. El dinero
que se usa en armas es un robo hecho a los pobres.
Debido a las injusticias del sistema económico internacional imperante, los países pobres se hacen cada
día más pobres. Estos países son testigos de la explotación de sus recursos no renovables. El valor de las
materias primas que poseen, no aumenta al mismo ritmo que el de los productos industrializados que
importan. Los productos de sus pocas industrias tienen que pagar a menudo altos impuestos en el Primer
Mundo. Sus esfuerzos de industrialización se ven frecuentemente bloqueados. Por tanto, recomendamos
urgentemente la aprobación del “nuevo orden económico internacional”, tal como fue solicitado por 130 de
los 150 países miembros de las Naciones Unidas.
Frente a estas realidades, recordamos la misión de paz de san Francisco, su saludo de “Paz y Bien” a
todos, su compromiso total con la paz, su constante disponibilidad para la reconciliación y su confianza total
en el poder de la Cruz. Deseamos trabajar unidos para que todo ser humano y toda criatura reciban un trato
justo y pueda vivir en paz con toda la creación. Desde este Congreso misionero hemos dirigido una carta a
los varios gobiernos, pidiéndoles hacer un mayor esfuerzo en pro del desarme y de la abolición de todas las
armas de guerra, especialmente las armas nucleares. Hemos pedido que no se exporten armas a los países del
Tercer Mundo, pues vienen a fortalecer las dictaduras militares y son un insulto a los derechos de los pobres.
Pedimos con toda vehemencia que se detenga la producción de armas, también en el Tercer Mundo, pues es
un atentado contra la vida, una manipulación de los sufrimientos y temores de la humanidad. Como
franciscanos creemos que debemos aprender, una vez más, a «no confiar en los carros y caballos sino en el
nombre del Señor» (Sal 19, 8). Sin necesidad de la violencia, pero con una perseverante fuerza interior,
queremos comprometernos con la causa de la Justicia y de la Paz.
5. Instrumentos de reconciliación
Somos conscientes de los conflictos y tensiones que existen en todo el mundo, tanto entre nosotros
mismos como dentro de la Iglesia y de toda la sociedad.
Francisco vivió intensamente el misterio de la reconciliación entre Dios y el hombre, realizada por la
Cruz de Jesucristo. Por eso, oró y enseñó a sus hermanos a orar de esta manera: «Te adoramos, Señor
Jesucristo, también en todas tus iglesias que hay en el mundo entero y te bendecimos, porque por tu santa
cruz redimiste el mundo» (Test 5). Animado y fortalecido por una tal convicción, trató de convertirse en un
instrumento de reconciliación. Recordemos cómo logró la reconciliación de las autoridades eclesiástica y
civil de Asís, que estaban entonces enfrentadas. Muchas veces puso en paz a sus propios hermanos, que
estaban en conflicto. Y, en el Cántico del hermano sol, pudo afirmar: «Loado seas, mi Señor, por aquellos
que perdonan por tu amor» (Cánt 10).
Como franciscanos hemos hecho profesión de seguir las huellas de Francisco y hemos de considerar
como privilegio muy especial nuestro el ser instrumentos de reconciliación. Debemos ser dignos de esta
herencia que él nos legó y mantenernos fieles a ella. En nuestro propósito de servir a los pobres y de vivir
como pobres, nos liberamos totalmente para promover la comprensión y la mutua aceptación entre los
hombres. Esto hará que llegue la plena reconciliación. Es necesario que lo logremos tanto en nosotros
mismos como en la sociedad y en la gran familia de los hijos de Dios.
6. Una liberación solidaria
Nos sentimos animados por el hecho de que los pobres, en algunos países, se están organizando para
lograr su plena liberación. Han ido desarrollando una conciencia crítica de las causas históricas de su miseria
y se han agrupado en organizaciones populares, sindicatos y partidos obreros. La Iglesia misma está tomando
un papel más activo en la promoción humana por medio de grupos de estudio bíblico, comunidades de base y
varios tipos de programas sociales.
Confesamos que, debido en parte a un modelo pastoral de tipo asistencialista y a nuestras grandes
instituciones, no hemos estado suficientemente comprometidos en la liberación de nuestros pueblos. Sin
embargo, se hace cada día más numeroso y significativo el número de los nuestros que, en diversas partes del
mundo, se comprometen en la lucha por la transformación de la sociedad, a favor de los pobres.
En su Testamento, san Francisco define su conversión como un cambio de lugar: renunció a la estructura
social y económica de los ricos y poderosos, y aceptó la de los pobres y pequeños. Viviendo con ellos, se
liberó a sí mismo y los liberó a ellos de las consecuencias de la miseria, el desprecio y el aislamiento, y puso
los fundamentos de una sociedad alternativa. En esta lucha con los poderosos, él también pudo ver lo bueno
en ellos y creyó que también ellos podrían convertirse.
Por lo tanto, en nuestro compromiso por la liberación junto con los oprimidos, queremos confiar más en
los valores innatos de la humanidad y en la sinceridad, que en los efectos ilusorios de la violencia.
7. En diálogo con las otras religiones
Creemos que las Religiones son una fuente de enriquecimiento en lo que respecta a la comprensión de la
dignidad del hombre y a su relación con Dios. Es característica muy propia tanto de Asia como de África la
presencia de vastas mayorías pertenecientes a las grandes Religiones. Debemos, pues, valorar su sabiduría y
aceptar su existencia con gratitud y gozo.
La experiencia de Francisco con estas Religiones se limitó a su encuentro con el Islam. Sin embargo,
mientras la cristiandad de su tiempo estaba en guerra con el mundo musulmán, Francisco, fiel seguidor de
Jesús, pobre y humilde, no salió a su encuentro como “cruzado”, representante de una estructura de poder y
dominio, sino como verdadero “menor”, pobre e indefenso. Francisco se puso en actitud de discípulo y por
eso pudo descubrir la presencia de Dios actuando en la vida y en la Religión islámicas. Después de ese
encuentro, se profundizó en él su aprecio por la trascendencia y por la majestad de Dios, descubriendo un
terreno común en el que él y los musulmanes lograron encontrarse en paz: este terreno fue la fe en Dios
trascendente. Como resultado de todo esto, él pudo escribir en su Regla de 1221 que aquellos que desearan ir
a los Sarracenos deberían estar sujetos a toda humana criatura por amor de Dios (cf. RnB 16).
Esta valoración positiva debe caracterizar a los seguidores de Francisco hoy. Debemos actuar no como
mayores con respecto a las otras Religiones, sino como menores; no debemos juzgar a los otros, sino
«estarles sujetos por amor de Dios». Este es el verdadero diálogo según el espíritu de san Francisco.
8. La Palabra que se hace carne: inculturación
Observamos entre los pueblos una creciente conciencia de la necesidad y derecho de expresar su fe en
una manera propia. Después de siglos de una cristiandad colonial europea, vemos, por el poder del Espíritu
Santo, surgir una Iglesia africana, asiática y latinoamericana. En su teología autóctona, en su liturgia,
espiritualidad, arte, arquitectura, ministerio pastoral y estilos de vida cristiana, la Palabra de Dios se hace
carne para nosotros hoy.
Como dijo una hermana africana: «Los desafíos del Evangelio son los mismos para todas las culturas.
Permítanme, pues, ser africana en todos los aspectos de mi vida, excepto en aquellos que están en conflicto
con el Evangelio y con los ideales de Francisco y de Clara».
A pesar de que el movimiento de inculturación, como tal, no existía en tiempos de san Francisco,
sabemos bien que él fue un hombre enteramente abierto a la bondad y a los valores positivos existentes en
toda la creación. El quería, de hecho, que nos deleitáramos y encontráramos satisfacción en la realidad,
puesto que es el lugar de la obra creadora y redentora de Dios (cf. RnB 23, 9-11).
Por tanto, inspirados en esta gran libertad de san Francisco, queremos enraizamos y encarnarnos en la
cultura del pueblo en todos los lugares. Deseamos desarrollar la Iglesia local y hacer posible un
enriquecimiento genuino de toda la Iglesia de Cristo.
9. Superando el clericalismo por medio de la fraternidad
Observamos a menudo que en lugares donde las actitudes e iniciativas de la comunidad cristiana se
centran en el sacerdote o en su sustituto, el Pueblo de Dios no madura en responsabilidad respecto de su vida
y acción cristiana. Existen también comunidades vivas que no tienen sacerdotes, y en ellas se ha hecho
posible el resurgir de muchos ministerios y carismas y el despertar de la fraternidad. Hay muchas iglesias
que se han preocupado por el desarrollo de este nuevo sentido de fraternidad entre el pueblo.
Recordamos aquí que los compañeros de san Francisco le experimentaron como verdadero hermano (“il
Fratello”). El no estableció su comunidad sobre una base jerárquica. Tampoco debían tener cabida en ella el
poder, la dominación ni los privilegios. Sus hermanos debían respetarse mutuamente y servirse el uno al otro.
Francisco quería que los hermanos permanecieran al nivel de la gente sencilla y no buscaran posiciones
elevadas.
Tenemos una especial tarea que cumplir dentro de la Iglesia, a saber, construir una comunidad viva de
hermanos y hermanas, juntos abrir caminos para lograr que la bondad de Dios se haga realidad en todos los
hombres. Por lo tanto, queremos salir al encuentro del pueblo, amarlo, viviendo no sólo para él sino también
con él. Si queremos vivir las exigencias de esta vocación, será necesario distinguir claramente la formación
clerical y la preparación para una vida franciscana en fraternidad. Esta última debe tener una clara prioridad
tanto en la formación inicial como en la permanente.
10. Aprender por medio de la vida y de la experiencia: formación
Observamos que el mundo y la Iglesia cambian a un ritmo cada vez más rápido. Existe el peligro de que
los modelos y las ideas tradicionales resulten inadecuados para un proceso continuo de aprendizaje y para
una formación permanente.
Francisco de Asís estuvo siempre abierto a los “signos de los tiempos”. El no enfrentaba las situaciones
con ideas preconcebidas. Hasta el último momento de su vida estuvo dispuesto a aprender aun del novicio
más joven. El deseaba que la formación se recibiera, en primer lugar, no en las universidades, sino en los
leprosarios (cf. LP 9). Estaba convencido de que un hermano no podía entender lo que no hubiera
experimentado. Aun la formación teológica debía servir, primeramente, para la conversión del hermano y
sólo después para la proclamación del Evangelio.
Por lo tanto, nosotros, como verdaderos hermanos, debemos aprender unos de otros compartiendo
nuestras experiencias, leyendo el Evangelio, orando juntos, comiendo juntos el Pan de la Eucaristía y
evaluando las situaciones reales de la vida. La corrección es parte muy importante de este proceso. Nosotros,
los franciscanos y franciscanas, debemos tomar muy en serio las palabras de Gregorio Magno: «Los pobres
son nuestros maestros y los humildes nuestros doctores».
11. Irrupción hacia el Absoluto: oración y contemplación
Observamos con alegría que, en el Tercer Mundo, Dios es para nosotros una experiencia real. En Asia, la
meditación y la presencia silenciosa delante del Señor están muy enraizadas en la vida de la gente; en África,
la presencia y experiencia del Dios vivo es exteriorizada y celebrada por medio del canto, del ritmo y de la
danza; en América Latina, la religiosidad popular y la veneración de los santos son realidades significativas,
generadoras de vida.
Nos resulta oportuno recordar aquí que san Francisco siempre quiso adorar a Dios en todas partes y en
todo momento, y amarlo en todas sus criaturas. Buscaba el silencio de las cuevas, de los bosques y de las
iglesias; tradujo su propia experiencia de Dios por medio de gestos, imágenes y representaciones dramáticas.
Escenificó los misterios de Cristo: Navidad, Pascua, Eucaristía. Se identificó con las necesidades del pueblo;
miraba con los ojos y tocaba con las manos de ese mismo pueblo. En este mundo toda su actividad la realizó
en plena comunión con Dios. Presentaba ante el Señor todas las necesidades de los hombres.
Por tal razón deseamos devolver a la oración, a la liturgia y al silencio el lugar que merecen en nuestra
vida. Sin temor, queremos salir al encuentro de esa explosión de fe que descubrimos en nuestro pueblo y
queremos participar con creatividad en ella. Cuando nos presentamos delante de Dios junto a nuestros
hermanos, todos nuestros conflictos y sufrimientos, nuestras expectativas y esperanzas adquieren una
dimensión que lo trasciende todo y que, el mismo tiempo, lo realza.
12. Conclusión
Podemos comprobar que Francisco nos sirve de guía y de apoyo en esta lucha que hombres y mujeres
realizan en favor de una nueva humanidad. Encontramos en él un testimonio viviente de que es posible en
nuestros días la realidad de una humanidad plenamente renovada. Creemos que todos sus seguidores, fieles a
la práctica de los valores que él nos enseñó, «serán colmados en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y
serán colmados en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito» (Test 40).
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