Mensaje del Director General Día Mundial del SIDA 1 de diciembre de 2005 Hoy, Día Mundial del SIDA, quiero volver a presentarles a dos jóvenes que quizá ustedes ya hayan tenido ocasión de conocer. Sus historias ilustran el dolor y la esperanza de quienes viven con el VIH. Conocí a la primera de ellas, Carolina Pinto, en agosto de 2003, con ocasión de un viaje a Angola en el que me presentaron a otras personas afectadas por el VIH. Carolina, que entonces tenía 20 años, hablaba con gran valentía ante diversos medios de comunicación de África, pese a la fuerte discriminación que soportan las personas afectadas por el VIH. Su propósito era enseñar a la gente cómo se puede prevenir esa enfermedad e incitarnos a poner fin a ese mortífero tributo. Ella era una de las personas afortunadas que tenían acceso a los medicamentos antirretrovirales. En aquel momento, sólo un centro de Angola ofrecía tratamiento contra el VIH, aunque de forma parcial y sin garantía de continuidad. Me comentó que temía por su futuro, que no sabía quién seguiría proporcionándole tratamiento. Deseaba fervorosamente seguir viviendo, ser madre y estudiar medicina. Lo que aprendí de Carolina y otras personas en esa visita grabó en mí la determinación de combatir los obstáculos al acceso a los antirretrovirales. Hace dos años, la OMS y el ONUSIDA presentaron la estrategia «tres millones para 2005», cuyo objetivo es proporcionar tratamiento contra el VIH a tres millones de personas de países de ingresos bajos y medianos antes de que concluya 2005. Se han obtenido notables resultados. En sólo 18 meses, el número de personas que reciben tratamiento antirretroviral en África y Asia se ha triplicado. Más de un millón de personas del mundo en desarrollo ya tienen acceso a tratamiento con antirretrovirales. Esta semana hemos vuelto a hablar con Carolina, y una vez más ha ido directo al grano. Nos ha dicho que, si bien se han hecho algunos progresos, en su país el acceso a ese tratamiento sigue siendo un verdadero problema. Según Carolina, la mayoría de los afectados de las provincias no se pueden costear la estancia en Luanda para recibir tratamiento, y sus familiares rehúsan alojarlos. Algunos de los deseos de Carolina se han cumplido en los dos últimos años, por ejemplo, ha tenido un hijo. Sin embargo, sigue aún en tratamiento - ahora procedente del Brasil y pagado por unos amigos - porque se ha vuelto resistente a los medicamentos de primera línea. Pero todavía queda mucho por lo que luchar. Carolina ha dicho: «Toda esta inseguridad me impide encontrar la paz. Me gustaría estudiar, pero no sé cómo hacerlo con todas estas preocupaciones. La mayoría de las cosas que me preocupan ni siquiera se refieren a mí». Carolina quiere sobrevivir a toda costa, más aún, quiere vivir. Quiere criar a su hijo y poder compartir una larga vida con su esposo. Pero su intención no es quedarse en casa. Tiene mucho que decir, y lo dice, trabajando con otros para difundir información y promover la educación, tratando de cambiar actitudes con la ayuda de los medios de comunicación y recurriendo a la televisión, las historias personales y las declaraciones individuales para hacer llegar mensajes. Quiere que el acceso al tratamiento sea universal. Eso mismo deseo yo. Y eso desean también el G8 y todos los países que participaron en la Cumbre Mundial de Nueva York este año. Eso es lo que se inició con la estrategia «tres millones para 2005». Y eso es lo que hay que lograr. Hoy empieza en Lesotho una campaña para proporcionar pruebas de detección del VIH y asesoramiento a todas las familias de aquí a finales de 2007. Esa expansión en gran escala de los servicios también se observa en otros países donde el SIDA representa una gran carga, como Botswana y Swazilandia. El hecho de que en ésos y otros países en desarrollo cada vez sea mayor el acceso a tratamientos asequibles contra el SIDA está transformando la lucha contra la enfermedad. Mi segunda historia es la de una mujer que se dirigió a nosotros en la Asamblea Mundial de la Salud hace dos años, Anastasia Kamylk. En mayo de 2004 nos instó a que actuáramos. «¿Cuántas reuniones y conferencias más habrá que celebrar para que las personas que viven con el VIH en cada país empiecen a recibir tratamiento adecuado y a vivir sin el temor de lo que les deparará el mañana, o de su propio futuro? ¿Cuándo dejaremos de contar las pérdidas? La estrategia «tres millones para 2005» de la Organización Mundial de la Salud es una manera efectiva de comenzar a contar el número de vidas salvadas y de reducir la mortalidad por el SIDA…» Gracias a la estrategia «tres millones para 2005» y a la incansable labor de personas como Carolina y Anastasia, creo que ya podemos empezar a contar las vidas salvadas. Pero eso no significa que tenemos que contentarnos con los progresos que hemos hecho. Son aún demasiado escasos. Y, para muchos, llegan demasiado tarde. Por eso pesa sobre nosotros la obligación de encontrar los medios más rápidos y eficaces de eliminar los obstáculos que frenan el acceso al tratamiento, hacer que la gente comprenda mejor lo que es el SIDA y lograr una coordinación estrecha entre los programas de tratamiento y de prevención. Uno de esos medios es recurrir a las organizaciones de base dirigidas por personas seropositivas, capaces de transmitir a otros información sobre prevención, tratamiento y atención. Este planteamiento promete ser un elemento clave para hacer progresos. La participación de la comunidad ya ha hecho posible llevar el tratamiento a las zonas más 2 remotas y más pobres. En la campaña de Lesotho se realizará una vasta labor de movilización y educación de las comunidades y se crearán «comités populares» a nivel local, distrital y nacional. En los dos últimos años, Anastasia, originaria de Belarús, ha trabajado en la Federación de Rusia como coordinadora regional de una de esas organizaciones colaboradoras. Se sigue sintiendo bien, y ha comenzado sus estudios universitarios. Ha encontrado una forma de vivir positivamente pese a estar infectada y pese a saber, como lo dijo tan admirablemente antes, que su vida dependerá un día de la eficacia de los medicamentos para mantener alejada a la muerte de ella misma y de su joven familia. «Sólo ahora comprendo que aun con el VIH una persona puede vivir su vida a fondo. Sólo ahora, tras haber encontrado en los siete últimos años tantas personas seropositivas que están siguiendo una terapia antirretroviral, me he dado cuenta de que los medicamentos efectivamente lo sacan a uno de la tumba. Sé que puedo amar, mantener una familia y dar a luz un bebé sano. Pero hasta hoy también me atormenta el miedo de que en algún momento futuro, cuando lo necesite, no pueda conseguir lo que salvaría mi vida o la vida de mi hijo.» Esa convicción le ha dado fuerzas para luchar por el derecho al tratamiento y le ha hecho sentir la urgencia de trabajar como líder junto con aquellos que pueden enseñar y ayudar de forma más productiva a los demás. Como todos los que viven con el VIH, es muy consciente de su condición de mortal. Vivir aplazando la muerte agudiza la urgencia de aprovechar al máximo las capacidades y el tiempo que a uno le queda. Anastasia se puso en contacto con nosotros nuevamente la semana pasada. Éste fue su mensaje: «Es importante comprender lo que uno verdaderamente quiere en su vida y no dejar nunca de avanzar hacia ese objetivo. A veces hay que detenerse. Hay que decirles a los hijos, a los amigos, a los miembros de la familia, a las personas que uno ama, cuánto los queremos. Digámoselo. No demos por sentado que lo saben.» Anastasia nos recuerda lo importante que es aprovechar al máximo lo que tenemos. El suyo es un mensaje muy personal. Pero también se puede aplicar en un sentido más amplio, para recordarnos los otros objetivos por los que tenemos que luchar en nuestro trabajo para apoyar a personas como Carolina y Anastasia. Su mensaje de hace dos años es tan nuevo y válido ahora como entonces. Es un desafío para que hagamos realidad su visión - que compartimos - de respeto de la dignidad de cada ser humano y de su derecho a ser tenido en cuenta. 3 Dice Anastasia que cada ser humano merece recibir atención médica cuando la necesita, y que cada persona tiene derecho a recibirla, ya sufra de VIH/SIDA, ya de otra enfermedad. Muchas gracias. 4