El crítico; Juan Mayorga

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'El crÃ−tico' de Juan Mayorga: un inteligente combate emocional al servicio de dos grandes actores
Por Mariano Velasco
El punto de partida de la recién estrenada obra de Juan Mayorga resulta de lo más sugerente: Volodia, un
respetado y temido crÃ−tico de teatro (Juanjo Puigcorbé), se encierra en su propia casa para escribir la
crÃ−tica sobre el estreno al que acaba de asistir y, de repente, llaman a la puerta. Se trata de Scarpa, el propio
autor (Pere Ponce), quien pese a que ha obtenido el reconocimiento del público tras el estreno, teme que el
crÃ−tico más reconocido y exigente no se lo otorgue.
Un combate de boxeo (argumento de la obra que Scarpa acaba de estrenar), servirá como sutil metáfora del
enfrentamiento dialéctico que se desata a continuación, en el que se irán abriendo más y más caminos
y lÃ−neas paralelas mientras ambos personajes discuten no sólo de teatro, sino, sobre todo, de la vida
misma. Y ándese con cuidado el público, porque la sangre puede llegar a salpicar a las primeras filas.
Puigcorbé y Ponce, bajo la dirección de Juan José Afonso, acompañados de una escenografÃ−a,
una iluminación y una ambientación exquisitas, le saben sacar partido a un texto que desprende inteligencia
por todos sus poros, expresada ésta en forma de delicados matices, sugerentes ideas y, sobre todo,
profundas emociones que, como ocurre con los grandes textos, continúan dando vueltas y más vueltas en la
cabeza del espectador una vez que éste abandona el teatro.Â
Ya en El chico de la última fila, Mayorga se adentraba con similar acierto en este juego de la literatura
dentro de la literatura o, como en el caso del El crÃ−tico, del teatro dentro del teatro, y adoptaba de
semejante manera el mismo punto de partida que supone la concepción del otro (ya sea éste profesor,
crÃ−tico, rival pugilÃ−stico o pareja sentimental) como referente y como maestro, que de todo se aprende en
esta vida.
Es fácil percibir, en efecto, en estas dos obras de Mayorga, una profunda preocupación del escritor por la
enseñanza y el aprendizaje, por una forma de educación entendida como valor fundamental e indispensable
y, en definitiva, como actitud ante la vida. AsÃ−, el autor que tanto teme al crÃ−tico porque en sus inicios le
castigó con un durÃ−simo artÃ−culo que a punto estuvo de acabar con su incipiente carrera (¡qué bien
encaja los golpes Pere Ponce!), aprende de éste porque, aunque le cueste admitirlo, lo considera como el
foco que le sirve de guÃ−a y le señala el camino a seguir. Su crÃ−tico se ha convertido en su referente.
¿Y el critico? El Volodia de Puigcorbé aparenta ser un personaje seguro de sÃ− mismo, que pisa con
aplomo y habla con firmeza pero que, a medida que va avanzando la obra, va bajando la guardia y mostrando
sus debilidades más humanas. Falto de referencias en este caso, la única guÃ−a a la que aferrarse parece
ser ese trocito de telón que guarda entre las hojas de un viejo libro, prueba material y sentimental de su amor
por el teatro.
SÃ−, vale, amor por el teatro, para el que Volodia vive y sin el cual el crÃ−tico no serÃ−a nadie. Pero…,
¿y la vida? He aquÃ− otro de los juegos que propone el texto. Teatro y vida, vida y teatro como lÃ−neas
aparentemente paralelas que, sin embargo, no paran de cruzarse e intercambiarse. Y es entonces cuando
Scarpa. que hasta ahora aparecÃ−a como más débil, el púgil que ha sabido encajar puñetazos como
nadie, se saca de la manga un golpe maestro que mantenÃ−a bien escondido: una inquietante mujer.
Mujer como personaje de ficción y mujer como persona real, si es que a estas alturas del combate es posible
diferenciar ente lo uno y lo otro, y una frase desconcertante: “si supiera cantar, me salvarÃ−a”. Mujer, o
necesidad de ella (otra vez el referente), que en cualquier caso constituye un golpe certero dirigido a la
mandÃ−bula del crÃ−tico, quien hasta entonces parecÃ−a todavÃ−a ganador del combate por los puntos, y
que le obliga a besar la lona del cuadrilátero o, en su equivalente teatral, a hacer mutis por el foro. Mutis
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hacia la vida, hacia los sueños, hacia la excelencia o, quién sabe, sencillamente para que al final pueda
caer lentamente el telón.
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