El corazón de las tinieblas; Joseph Conrad

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El protagonista del Corazón de tinieblas, Kurtz, había llegado a la bestialidad, pero siempre con la conciencia
de que su fin era volver a Europa. En el transcurso de la historia, Conrad nos hace incluso sentir pena por los
indígenas explotados.
Habíamos llevado a Kurtz a la cabina del piloto: allí había más aire. Tendido sobre el lecho miraba fijamente
por los postigos abiertos. Se formó un remolino en la masa de cuerpos humanos, y la mujer de la cabeza en
forma de yelmo y las mejillas teñidas corrió hasta la orilla de la corriente. Extendió sus manos, gritó algo, y
toda aquella multitud salvaje continuó el grito en un coro rugiente, articulado, rápido e incesante. "¿Entiende
lo que dicen?", le pregunté.
Él continuaba mirando hacia fuera, más allá de mí, con ferocidad, con ojos ardientes, anhelantes, con una
expresión en que se mezclaban la ternura y el odio. No respondió− Pero vi que una sonrisa, una sonrisa de
indefinible significado, aparecía en sus labios descoloridos, que un momento después se crisparon
convulsivamente. "Por supuesto", dijo lentamente, en sílabas entrecortadas, como si las palabras se le
hubieran escapado por obra y gracia de una fuerza sobrenatural...
Cierre los postigos", dijo Kurtz un día de repente. "No puedo soportar ver todo esto". Lo hice. Hubo un
silencio− "¡0h, pero todavía le arrancaré el corazón!", le gritó a la selva invisible." Kurtz es consciente de dos
cosas: la dependencia indefensa que tienen los indígenas de él y los métodos empleados para mantener su
ascendencia. Es irónico que tanto los nativos como Kurtz desearan que continuase el dominio del
hombre−dios. Pero difieren los indígenas y Kurtz en el problema de los sacrificios. Para los indígenas, los
sacrificios eran acciones justas y necesarias, sin las cuales el mundo desaparecería, por lo que no encuentran
ninguna repugnancia moral: para ellos, estos ritos no eran más bestiales que el bombardeo de ciudades durante
la guerra para algunas mentes "civilizadas". Pero para Kurtz estos ritos eran moralmente reprochables, pues él
no advertía esa necesidad particular que, por el contrario, sentían los nativos. Para él estos ritos eran simples
expedientes para mantener el poder. No pretendo negar la sádica satisfacción que experimentaba Kurtz. Está
claro que no habría podido tomar parte, si no hubiese encontrado en ellos un inmenso placer. Pero este placer
intensifica su conciencia moral. Kurtz es moralmente consciente de sus acciones por el hecho consciente de su
calculada explotación de los indígenas, que explicaría su grito: "¡Oh, pero todavía te arrancaré el corazón!" Es
la expresión de una grave culpa. Kurtz viene a decir a los indígenas; "Cuando entendáis que no pretendía más
que explotaros − cuando entendáis la causa inconfesable (mis inmensos proyectos) que necesitaban mis
acciones − , olvidaréis todo y tendréis compasión de mí." Sin embargo es posible afirmar que Kurtz, en
origen, hubiese sido forzado a los ritos incalificables como la única forma de mantener su ascendencia. No
sólo fue empujado a la fuerza a esos ritos sacrifícales, sino que se le forzó a perpetuarlos. A pesar de la
satisfacciones sádicas que Kurtz pudiese encontrar, los actos no voluntarios se convertirían en repugnantes. E,
irónicamente, ya cercano a la muerte, vemos que parle hacia el lugar del ritual nocturno. Esto puede explicar
su afirmación: "¡Exterminad a todos los bárbaros!" Kurtz acaba siendo prisionero de los indígenas y, cuando
se da cuenta de su poder tiránico sobre ellos, afirma: "|0h, pero todavía te arrancaré el corazón!" Al poner
juntas estas dos afirmaciones, como Kurtz hace antes de morir, grita: "¡Ah, el horror! ¡El horror! El europeo
civilizado Kurtz había ido al Congo. Después de haber permanecido allí bastante tiempo, conocemos que se
había abandonado a "ritos incalificables" y se había degradado hasta la bestialidad. ¿Qué había pasado? La
simple cesión a −deseos incontrolado − parece un modo psicológicamente equivocado para describir el
problema, sobre todo cuando se dispone de una interpretación mas precisa. Conocemos la relativa facilidad
con la que un hombre blanco se puede convenir en un dios para los indígenas. Fresleven se ha convenido sin
darse cuenta. Es difícil mantener ese papel. SÍ entendemos que e! problema de Kurtz no era conquistar su
dominio sobre los indígenas sino mantenerlo, ¿qué otra solución mejor − la institución del rito del sacrificio y
el consiguiente canibalismo − se puede imaginar? La degradación de Kurtz se convierte en psicológicamente
plausible. El se convierte en más "humano" y menos "héroe del espíritu". Conrad habla vagamente de los
específicos actos de bestialidad en los que ha caído Kurtz. Y por eso le resulta más fácil a Marlow expresar su
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admiración por Kurtz: Era más bien su grito..., no hay duda. Era una afirmación, una victoria moral pagada
con innumerables derrotas, con terrores abominables y con despreciables satisfacciones. ¡Pero era una
victoria!" No es simplemente que Marlow no sepa con precisión en qué consisten estos ritos, no lo sabrá
nunca; el problema está en que, si se llega a admirar en un hombre la brutalidad, no se desea saber nada más.
Si la bestialidad está bien determinada, ésta es posible; si se queda en abstracto, es sólo una idea.
Por lo que Kurtz, en su rechazo por sondear en profundidad la depravación de Kurtz, es fundamentalmente
fiel a la imagen de sí mismo. El punto critico es que no sólo Marlow no "baja a tierra a gritar y danzar" (es
significativo que, cuando Marlow contempla sus "ritos incalificables" los materializa sin más en "gritos" y
"danzas"), sino que no se atreverá (no queriendo escuchar los detalles sobre los ritos de Kurtz) a enfrentarse
con la posibilidad de que, al conocerlos, encuentre un eco en si mismo. Él ha "echado una mirada fugaz" y la
situación dramática para é¡, al final, es la de quedarse a mitad camino de la verdad. No se atreve a descubrir
dentro de él el mismo tipo de brutalidad que él vagamente conoce que posee Kurtz. Luego, si no encontramos
una culpa, dramáticamente, en el abuso de adjetivos forzados por parte de Marlow ("Era la inmovilidad de una
fuerza implacable cerniéndose con una intención inescrutable"), podemos extrañarnos mucho de la
predilección de Conrad por lo que define F.R.Lewis como "la misma insistencia adjetival sobre el misterio
inexpresable e incomprensible". Y la conclusión a la que se llega es que la indulgencia de Conrad,
frecuentemente irritante, por la utilización de ese léxico deriva de la misma fuente que Marlow. También él ha
"echado una mirada fugaz. Pero ha recogido con bastante precisión lo que ha visto, y a nosotros nos queda
reconstruir la pane que está oculta. Y con esto nos daremos cuenta de por qué Conrad a menudo calla los ritos
incalificables de Kurtz", insiste Stephen A. Reíd en su estudio sobre Los ritos incalificables en "Corazón de
tinieblas".
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