Barcelona. Esculturas humanas

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Barcelona. Esculturas humanas
Barcelona siempre dicta pauta. Es un centro de vanguardia, impone moda, es
escenario de eventos importantes como lo fueron las Olimpíadas de 1992, la
delirante arquitectura de Gaudí, o el reciente casamiento de la Infanta Cristina. Y
hoy sufre de otra fiebre. Uno va caminando por las tradicionales Ramblas de
Cataluña, afectado por el calor húmedo, y divisa a lo lejos un espejismo. Ve
marcianos, quijotes, indios, emperadores romanos, estatuas de yeso, egipcios.
Abre y cierra los ojos, siguen ahí los personajes de los cuentos infantiles, de
antiguas civilizaciones o del mundo de ficción.
Son personas que se convierten en personajes de expresión pétrea. Son a la
vez el escultor y su obra de arte. Han cincelado y moldeado su propio cuerpo,
hasta forjar una identidad simulada en mármol, yeso, bronce o plata. Son las
esculturas humanas cuya mayor gracia junto con una buena caracterización, es no
hacer nada, ni siquiera pestañear. Nos asombran con esa capacidad de
permanecer estáticos, haciéndonos dudar sobre su condición humana. Pero es una
quietud
potente, coherente
con
su
disfraz, más
expresiva que
cualquier
movimiento. Cada vez que alguien les deja una moneda, fijan rápidamente otra
pose. Por eso un día flojo es doblemente malo, reúnen poco dinero y pueden
permanecer en el mismo gesto hasta veinte minutos.
Las Ramblas, ese largo paseo peatonal que se extiende desde la plaza
Cataluña hasta la costa mediterránea, no es un sitio cualquiera. Se calcula que
tiene una frecuencia de personas por minuto tan alta como la Quinta Avenida de
New York. Es un constante flujo de turistas, estudiantes, señoras que van hacer
las compras al Mercado de la Boquería, ejecutivos, familias de paseo. Todos estos
performistas coinciden que estar aquí les abre las puertas para otros trabajos, los
llaman para eventos en discoteques, inauguraciones, para las fiestas en los
pueblos o para las grandes ferias como las Fallas de Valencia.
Cada día se despliega este desfile de la imaginación. Representan un oasis
fantástico en medio de una gran urbe, nos obligan a un minuto de pausa, de
contemplación, de asombro en medio de la vorágine. Así es como este extenso eje
queda poblado de fantasía y arte, entre los quioscos de diarios, los puestos de
flores, las terrazas con ofertas de paella y sangría. Estas figuras provienen de las
más distintas ocupaciones y lugares. Pero no importa su pasado, ahora son el
personaje que han creado integralmente. Todo en ellos es self-made, han hechos
sus vestimentas, su maquillaje, sus movimientos, su horario, su vida. Se les puede
ver en la mañana maquillándose en las vitrinas de las tiendas cercanas, para al
final de la jornada colgar sus vestimentas e ir a tomar el autobús.
La luz del día o unos buenos focos de noche, un metro cuadrado y algunos
espectadores son los requisitos para ejercer su oficio. Un curioso trabajo en el que
la inactividad es el mayor desafío. Y eso no es fácil, sólo recuerden la dificultad del
juego infantil un, dos, tres, momia es, en el que en pocos instantes perdíamos el
equilibrio, el gesto, la quietud, el silencio, la mirada. Requiere disciplina. Trabajan
unas seis horas diarias porque el físico no da más. Deben educar al cuerpo, no
pestañear, no moverse ni tampoco ir al baño en todo ese tiempo. No hacen pausas
para no romper el encantamiento, sólo hasta que el hechizo del turno se cumple, y
deben bajarse del pedestal.
Un buen día pueden ganar de cinco a diez mil pesetas, es decir, entre quince
y veinte mil pesos chilenos. En una jornada mala, no juntan más de mil pesetas.
Pero con lo que ganan viven tranquilos, en las épocas buenas pueden hasta
ahorrar, en las malas... hacen malabares con el dinero. Sus enemigos son la lluvia,
el exceso de calor, el exceso de frío, alguna manifestación callejera, o una mala
noticia que ponga de mal ánimo a la gente.
¿MODA O MOVIMIENTO?
Nadie tiene muy claro los orígenes de este fenómeno, se le asocia al
movimiento mimo en Alemania, que es subvencionado por el gobierno, "las
estatuas que están en la avenida Düsendorff en Berlín, reciben sueldo". En España
no tienen apoyo pero al menos no tienen problemas, en Francia y en Italia les
piden permiso. Otros los asemejan al surgimiento espontáneo de los juglares en la
edad media, ellos serían los trovadores del siglo veintiuno. También hay teorías de
cierta emergencia en Ibiza, centro vanguardista y hippie de la madre patria.
Pero todos coinciden que el hito para este oficio en Barcelona fueron las
Olimpíadas de 1992. Aseguran los entrevistados que esos juegos deportivos
marcaron un antes y un después en su actividad. Desde entonces es vista como un
trabajo, e incluso corre el rumor de que en esa época las estatuas vivientes
llegaron a ganar un millón de pesetas, que multiplicado por tres da una buena cifra
en moneda nacional. Han aparecido en radio, televisión y se han escrito líneas
reivindicativas a su favor en los periódicos más importantes. Sienten el apoyo de
la gente del barrio y de el comercio alrededor.
De que es un arte es un arte, de eso no tiene duda quienes lo
hacen. Aseguran que no cualquiera se para y hace un personaje. Distinguen
inmediatamente a los improvisadores sin experiencia. Se necesita talento,
imaginación, personalidad, mucho equilibrio, transmitir algo. En este oficio
interpretan, hacen mímica, representan, caracterizan. Todos quieren aportar algo
personal a la sociedad. Dicen que pese a todo las exigencias, es muy estimulante
esta ocupación. Les gusta la calle, es un espacio para compartir y comunicarse con
el público, y pertenecer a el mundo bohemio. Sienten que la gente aprecia su
trabajo, se sorprenden, se detienen, les sacan fotos o los filman. Aunque quisieran
que valorarán más su trabajo, que hubiera más compromiso.
OPCIÓN Y RENUNCIA
Todos ellos un día dijeron basta a cierta forma de vida. Sentían que
trabajando para otros se estaban quedando vacíos. Indagaron en sí mismos por el
personaje que siempre soñaron ser. Lo estudiaron, lo imitaron dándole un sello
propio y se pararon en la vía pública en busca de espectadores. Ganaron en
libertad, en satisfacción personal, en salud mental. Perdieron en seguridad; no hay
contratos, no pueden pedir un crédito, siempre deberán pagar alquiler. Si tienen
un accidente se quedan sin trabajo. Cierta condición nómada los condena y libera
a la vez.
Se conocen entre sí, pero trabajan en forma independiente, cada uno se ha
ganado un lugar determinado en la calle que se respeta como escenario particular.
Pese a esa libertad, son disciplinados. En general cumplen una jornada desde
mediodía a las seis de la tarde, y en los meses con turistas, otra función nocturna
de una a dos de la madrugada en el Puerto Olímpico. Buscan ser originales,
recrear personajes, las imitaciones son mal vistas como en cualquier arte. Saben
que es un oficio de corto plazo, el cuerpo pasa la cuenta rápido: dolores de
espalda, calambres, se les bloquea el lagrimal, pasan mucho tiempo expuestos al
sol, más caliente bajo sus trajes y pinturas; o al frío, más duro cuando no te
mueves. Deberán buscar algo distinto después, pero la vida da tantas vueltas,
ninguno se imaginó haciendo esto, y por ahora están bien, muy bien, cada día que
se levantan y pueden optar si salir o no a trabajar.
RAMSES Y NEFERTITIS
En la vida real son Ángel y María Ángeles, llevan más de veinte años
casados, y tienen un hijo de diecinueve. En su condición de estatuas vivientes
son la antigua pareja egipcia Ramses y Nefertitis, llevan tres años reinando en la
republica de Las Ramblas. Sus finas facciones maquilladas, y cierta estampa les
ayudan a caracterizar su dinastía del Bajo Nilo. Antes se habían reencarnado en
otras parejas notables como el mago Merlín y la Bruja, los hermanos Marx.
Respecto a las condiciones de su trabajo, María de los Ángeles asegura que,
"necesitas ante todo tranquilidad, no inmutarte con nada, no falte el impertinente
que grita cosas, pero no lo oyes. Si un día estás mal, es mejor irse a casa, eso lo
transmites; y porque hay que tener mucho control si ves que te sacan fotos y no
dejan nada a cambio".
Todas las mañanas en casa se maquillan de dorado y visten túnicas de oro.
Antes, habían trabajado como empleados en el comercio, era su época,
como ellos dicen, de personas anormales: esclavos de un horario, de un jefe, del
stress. Hasta que un día se les "cruzaron los cables", ambos renunciaron e
improvisaron con el lenguaje mudo de sus cuerpos. Nunca se han arrepentido,
trabajan para ellos, en algo que los divierte. Ahora son personas normales, libres,
felices, tranquilas espiritualmente. Nos miran con sus ojos de esfinge; él,
empuñando una lanza, ella con los brazos abiertos en un elegante gesto; hasta
que algún turista echa una moneda, realizará el siguiente paso del esquema. Y
seguirán así reencarnándose en una y otra pareja histórica hasta que se fundan en
uno mismo.
EL QUIJOTE DE BUENOS AIRES
Marcelo Chamorro, treinta y dos años, argentino; hace una década atrás
emprendió otros rumbos buscando cambiar de vida, alejándose de una crisis
económica que afectaba a su país. De profesión contable y actor, el primer tiempo
en Barcelona ejerció como garzón y trabajó en el teatro del Ayuntamiento.
Hace cuatro años atrás es el Quijote, escogió ese personaje por su ironía, su
sarcástico humor, porque estaba loco y porque se burlaba de la sociedad de su
tiempo. Pero sabe que entre el público provoca más que nada una inocente
ternura. Su fisonomía es perfecta para hacer de Caballero de la Mancha, es alto,
esbelto, con la cara angulosa; jamás pudo haber sido Sancho Panza. También ha
encarnado al Jorobado de Notre Dame, y se divierte mucho convirtiéndose en el
personaje de la Máscara de Jim Carrey que le permite movimiento. En este oficio
aplica
sus
conocimientos
histriónicos:
expresión
corporal,
maquillaje,
caracterización, respiración, concentración. Su armadura de guerra está hecha a
base de bidones de agua y botellas de Coca-Cola, forradas en piel y pintadas de
plateado.
¿En qué piensas cuando estás inmóvil?, responde con su inconfundible
acento porteño, "no sé, en nada, me concentro en un punto fijo, casi no veo a las
personas alrededor, veo manchas, colores, sombras". No es raro que entre tanta
abstracción termine viendo molinos de viento. Dentro de los mejores piropos está
la frase de una tímida mujer afirmando que "es un placer estético mirarte". El,
como otros, ya es parte de Barcelona, dice que todos los veranos vuelven los
mismos niños a fotografiarse con él, "claro, ellos más grandes, yo cada vez más
encorvado"
UN TORERO CHILENO
Fernando Garrido, nacido en Santiago en 1957, él es unl compatriota que se
nacionalizó de torero hace tres años. Llegó a Barcelona después de vivir en
Buenos Aires y Madrid. Todos los años vuelve a Chile, después de cumplir su
temporada de escultura humana. Se autodefine como ramblero, y como el
matador de un toro que nunca llegó al ruedo. Dice que sus primeras semanas
como lidiador fueron fatales, no estaba acostumbrado a enfrentarse a la gente.
Sus primeras corneadas fueron los gritos de algunos catalanes que le decían que
se fuera a España, porque en Cataluña no habían toreros. El segundo embiste fue
al ego, algunos espectadores que le dejaron paquetes de arroz, y él para caridad
no está.
Todas las tardes empuña su espada al vacío, para concentrarse mira a un
punto más arriba de la gente, tal vez para encontrar los ojos penetrantes de un
toro, apuntándolo con sus astas. "Cuando estaba de estatua yo iba y venía, no era
consciente de mi alrededor, viajaba lejos". Pero daba un nuevo lance, un pase
diestro o un media verónica cada vez que alguien depositada una moneda. Su
físico menudo, su mediana estatura lo ayudaban a personificar a este Joselito
enchapado en oro, que esperaba la ovación del público antes de marcharse de su
fiesta taurina. Para luego, arrastrar su capa brillante hasta su casa donde es el
Feña, el chileno que extraña a su familia.
Una peritonitis le obligó temporalmente a cortarse la coleta, apagar su traje
de luces, soltar la faja, retirarse de las arenas. Dice que en estos meses extraña su
oficio, pero aun está convaleciente, quizás deba esperar al próximo verano para
volver al coso y acometer de una buena vez contra esa bovino imaginario que le
espera.
Ellos son algunas de las estatuas vivientes o las esculturas humanas de esta
ciudad española; son los pioneros, los mejores, los que están cada día
incondicionalmente como los monumentos que incluyen los circuitos turísticos.
Ellos reflejan el espíritu de esta ciudad por definición experimental y vanguardista.
Son los trovadores contemporáneos de expresión sólida que nos asombran, nos
paralizan para después reanudar la marcha con estas hermosas imágenes flotando
en la retina. Tal vez, sean los fundadores de una nueva forma de arte, o de un
movimiento cultural que se expande rápido hacia otros países, así es que ojo con
ellos.
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