Dossier Durrio

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EXPOSICIÓN FRANCISCO DURRIO (1868–1940). SOBRE LAS
HUELLAS DE GAUGUIN
Sala BBK
03/06/13–15/09/13
Patrocina BBK Fundazioa
Aunque poco conocido por el gran público, Francisco Durrio (Valladolid, 1868–
París, 1940) es un personaje clave dentro del arte de la primera mitad del siglo XX,
tanto por la originalidad de su obra (escultura, orfebrería y cerámica) como por el
papel difusor de las novedades artísticas del París fin de siglo que ejerció entre la
abundante colonia que formaban, principalmente, los pintores vascos (Ignacio
Zuloaga, Francisco Iturrino, Juan de Echevarría…) y catalanes (Ramón Casas,
Hermen Anglada-Camarasa, Manolo Hugué…).
Vivió entre 1901 y 1904 en el célebre Bateau-Lavoir de Montmartre, edificio en el
que se reunieron y trabajaron los más importantes artistas europeos del
momento. Pero su estancia en la capital francesa se prolongó más de medio siglo
y en ese tiempo conoció a muchos de los protagonistas de la, por entonces,
vanguardia artística. Trabajó la cerámica junto a Pablo Picasso, mantuvo una
estrecha amistad con Paul Gauguin y sirvió como enlace transmisor de los logros
estéticos entre éste y otros artistas, entre ellos, el propio Picasso.
A pesar de estar ya en París en 1889, conservó siempre un fuerte vínculo con
Bilbao, su ciudad de adopción y en donde mostró su obra en numerosas
exposiciones. Desarrolló, además, una prolongada labor como marchante de arte
–especialmente, para su mecenas Horacio Echevarrieta–para contribuir a sus
escasos recursos económicos y reunió una importante colección personal de
obras de Gauguin y otros autores que, a lo largo de los años, se vio obligado a ir
vendiendo para poder sobrevivir.
El comisario de la exposición, Javier González de Durana, ha reunido por primera
vez la casi totalidad de su obra catalogada (un centenar de piezas), junto a un
nutrido conjunto de obras de sus amigos artistas. El objetivo es abordar los
temas, los materiales y las técnicas artísticas que interesaron a Durrio, pero
también las relaciones que estableció en París, en donde vivió hasta su muerte en
1940. Se presentan cerca de doscientas piezas en total –óleos, esculturas,
cerámicas, acuarelas, grabados, orfebrería, documentación diversa y fotografías
de época–, entre las que se incluyen 72 trabajos de sus amigos y, especialmente,
del más significativo de todos ellos, Paul Gauguin (dos óleos, 18 obras sobre
papel y cuatro cerámicas y una escultura en madera).
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Esta primera gran retrospectiva y el exhaustivo catálogo que la acompaña se
enmarcan dentro de la labor de recuperación e investigación sobre el arte vasco
emprendida por el museo con el objetivo de profundizar en las biografías de los
artistas y de contribuir al establecimiento riguroso de su catálogo de obras y
textos críticos. Ejemplos recientes de este empeño son las exposiciones dedicadas
al pintor Anselmo Guinea (2012) y al escultor Néstor Basterretxea (2013), ambas
patrocinadas, como ésta dedicada a Durrio, por BBK Fundazioa.
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En el origen de este objetivo está la más importante colección de arte vasco
existente, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. En el caso de
Francisco Durrio, el museo posee 26 piezas, entre cerámicas (10), piezas de
orfebrería (14) y esculturas (2), es decir, un cuarto de su producción conocida, que
se exhibe ahora al completo en esta exposición. Otras colecciones relevantes,
como las del Musée d’Orsay de París (una cerámica y tres piezas de orfebrería) y
el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid (15 piezas de orfebrería),
han contribuido decisivamente a la exposición con sus préstamos.
Por último, hay que añadir que el fondo de obras de Francisco Durrio del museo
se ha visto completado recientemente gracias a Flora Pié, quien en 2012 donó
cuatro cerámicas de Durrio junto con la pintura al óleo Retrato de Paco Durrio, de
Juan de Echevarría, y otras cinco piezas de técnicas diversas realizadas por Joan
Pié (Vilabella, Tarragona, 1890–Gigny, departamento de Yonne, región de
Borgoña, Francia, 1977), colaborador de Durrio.
RECORRIDO EXPOSITIVO SALA BBK DEL MUSEO
I. El individuo y su retrato: de lo particular a lo universal
Tras los retratos de Francisco Durrio realizados por Roy, Echevarría y Guezala,
abren la muestra los inicios de la trayectoria artística de Durrio, representados por
bustos y tondos de escayola, mármol, cerámica y bronce. Remiten a la tradición
retratística del siglo XIX de corte academicista, aunque muestran cierta influencia
del realismo. Destaca el conjunto de retratos de la familia Echevarrieta. El
mecenazgo de Cosme Echevarrieta y de su hijo Horacio fue fundamental en la
carrera de Durrio, no sólo por los importantes encargos de obras –como estos
bustos o el panteón familiar– y por la adquisición de piezas de Durrio, sino
también por su papel como asesor de la familia en la compra de obras de arte (al
menos dos gauguins y un van gogh), que fue para Durrio una prolongada fuente
de ingresos.
II. Montmartre, cita de artistas
Antes de que Durrio se estableciera en París, los únicos artistas vascos que tenían
contactos internacionales eran Adolfo Guiard y Darío de Regoyos. Los catalanes
Santiago Rusiñol y Ramón Casas pronto acudieron a la capital francesa y
frecuentaron Montmartre. Después llegarían Zuloaga, Iturrino, Hugué y Picasso,
entre otros muchos, y, por supuesto Durrio, quien fue capaz de establecer
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estrechos vínculos artísticos y profesionales con muchos de ellos. En ese sentido,
es bien sabido que Durrio aprendió a hornear arcilla en el estudio del afamado
ceramista Ernest Chaplet, en donde inició en 1893 una amistad con Gauguin que
cambiaría el rumbo de su creación artística. Además acogió a Picasso en su
primer viaje a París y le enseñó a cocer esculturas en barro en su propio horno.
También enseñó a Manolo Hugué el arte de la ofebrería.
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III. Paul Gauguin: amigo y héroe
La selección de gauguins reúne más de 20 piezas –dos óleos, acuarelas, grabados
y cerámicas–, algunas de las cuales pertenecieron a la colección privada de Durrio.
Se sabe que tuvo más de un centenar de obras del pintor y, entre ellas,
prácticamente toda la obra gráfica. En su colección estuvieron las series
completas Volpini y Noa-Noa. Se desconoce el paradero actual de su serie
Volpini, pero en la exposición se muestra la tirada perteneciente al Metropolitan
Museum de Nueva York. Se incluyen también aquí cuatro cerámicas de Gauguin,
quien a partir de las enseñanzas de Chaplet fue capaz de dar un uso novedoso a
la arcilla cocida, tanto en sus formas como en su iconografía. Durrio fue dueño de
la pieza Hina hablando a Tetatou, incluida en esta sección.
También se expone Lavanderas en Arlés (1888) del Museo de Bellas Artes de
Bilbao, que es la primera pintura de Gauguin que entró a formar parte de una
colección pública española. La Diputación Foral de Bizkaia la adquirió al
marchante parisino Druet con destino al museo, donde ingresó en 1920 después
de que participara en la Primera exposición internacional de pintura y escultura
celebrada en Bilbao en 1919. A ella prestó Durrio varios gauguins de su
propiedad, un courbet y dos van goghs, además de un óleo de Monticelli que el
museo adquiriría años más tarde al propio Durrio. Contribuyó también, junto con
Zuloaga, a la adquisición de una de las obras maestras de la colección, San
Sebastián curado por las santas mujeres de Ribera, y a la del Retrato de Felipe IV,
del círculo de Velázquez.
IV. Orfebrería: grandes esculturas de reducidas dimensiones
A continuación se recogen 46 piezas de orfebrería, principalmente en plata y
algunas con piedras semipreciosas, que encarnan en seres enigmáticos la faceta
más personal y creativa de Durrio. Es precisamente en su trabajo como orfebre en
donde, con un lenguaje puramente modernista, explora con mirada de escultor el
mundo de ensueños y mitos que más tarde desarrollaría en sus cerámicas y
esculturas. Durrio fue de los primeros artistas en los inicios del siglo XX con una
concepción escultórica de la orfebrería, que plasmó en un conjunto de joyas de
las que hoy conocemos no más de 25 modelos diferentes, con una edición
limitada de cada una de nueve ejemplares. Son broches, hebillas, colgantes,
sortijas, alfileres y argollas, de líneas ondulantes y formas cerradas, y con fuerte
carga simbolista e inspiración oriental.
V. El fuego creador: cerámicas y metales
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Entre 1903 y 1905 Durrio centró su interés en la cerámica. Había conocido al
ceramista Daniel Zuloaga a través de su amistad con su sobrino, el pintor Ignacio
Zuloaga, y ya en París estudió la técnica de la cerámica vidriada y el esmaltado en
el taller de Ernest Chaplet, al que también asistió Gauguin con el mismo
propósito. Recién llegado a París, Picasso realizaría sus primeras esculturas
cerámicas en el estudio de Durrio en Montmartre. Como ceramista Durrio elaboró
jarrones, vasijas y otras piezas modelando formas redondeadas de carácter
modernista que la ductilidad del barro le permitía conseguir. Su afán
experimental le llevó a diseñar un horno para piezas de gran tamaño, que nunca
llegó a concluir.
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Pensó, incluso, en la posibilidad de realizar su más importante escultura, el
Monumento a Juan Crisóstomo de Arriaga, incluyendo piezas cerámicas, propósito
del que finalmente desistió, pero del que nos han llegado algunos ensayos que se
exponen en esta sección. También se incluyen tres de los cuatro grandes jarrones
que realizó para el banquero José María Abaroa, quien primero los tuvo en la
sede parisina de su empresa y después en el jardín de su finca en Lekeitio
(Bizkaia), su localidad natal, donde se las regaló a la emperatriz Zita, antes de
pertenecer, finalmente, a una colección privada. Están entre las mejores piezas de
su producción, en donde el influjo de Gauguin se percibe claramente. Los grandes
poetas simbolistas y críticos de arte Mallarmé y Morice elogiaron en sus escritos
las cerámicas de Durrio.
VI. Memoria y muerte: proyectos monumentales
Concluye la exposición con una sección sobre la memoria y la muerte, en donde
se muestran –a través de esculturas, fotografías de época y dos vídeos realizados
para esta exposición– tres memoriales, que constituyen la faceta más utópica de
la carrera de Durrio, por su complejidad técnica y ambición creativa. Dos de ellos
se vieron materializados tras muchos avatares, uno parcialmente, como el
panteón de la familia Echevarrieta, y otro, el Monumento a Juan Crisóstomo de
Arriaga, con múltiples cambios e intervención de su discípulo Valentín Dueñas. El
tercero, el Temple de la Victoire, se quedó en el papel, pues a pesar del
entusiasmo que despertó no sobrevivieron ni siquiera sus maquetas. Del
inconcluso panteón de la familia Echevarrieta, en el cementerio de Getxo (Bizkaia),
han llegado hasta nosotros la figura expresionista de San Cosme (1905) y la verja
simbolista (c. 1930-1931) de acceso al panteón. El proyecto para el Temple de la
Victoire (1919-1920) fue presentado en el Salón de Otoño de 1920 y por él Durrio
fue nombrado caballero de la Legión de Honor de Francia, aunque nunca llegó a
realizarlo. Fue concebido como homenaje a Francia y los países aliados en la
Primera Guerra Mundial.
El Monumento a Juan Crisóstomo de Arriaga (1906-1932), situado en el exterior
del museo, tuvo aún una historia más azarosa desde que en 1906 el
Ayuntamiento de Bilbao convocara un concurso, ganado por Durrio, para
homenajear al músico bilbaíno en el centenario de su nacimiento. En 1911 se
presentaron el pedestal y la figura de la musa, pero la obra quedó inconclusa y en
1932 se decidió que Durrio acabara el proyecto y su discípulo Valentín Dueñas
ejecutara la obra. En agosto de 1933 el monumento fue inaugurado en la pérgola
del Parque de Bilbao pero en 1950, tras una campaña contra la figura desnuda
llevada a cabo por el diario La Gaceta del Norte, la musa fue sustituida por otra
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vestida, realizada en piedra por Enrique Barros. La musa original quedó
almacenada en el museo hasta 1975, año en el que el monumento se instaló en
su emplazamiento actual (la versión de Barros puede verse en la fuente situada en
el Paseo de Uribitarte en Bilbao). La figura principal representa a Euterpe, musa de
la música, que lamenta la muerte temprana del compositor. Sobre el pecho apoya
una lira cuyas cuerdas se forman por el agua al caer. Los frisos de la base
simbolizan, mediante pájaros en el pentagrama, el canto, y los mascarones
representan dos sirenas (mujeres-ave), que en la tradición oriental representan el
alma separada del cuerpo. Consiguió aquí Durrio una de las mejores obras de
toda su producción.
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