El capitalismo en Japón

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Introducción
El triunfo mundial del capitalismo era el tema más importante de la historia del siglo XIX. Era el triunfo de un
tipo de sociedad que creía que el desarrollo económico radicaba en la empresa privada competitiva y en el
éxito de comprarlo todo en el mercado. Se consideraba que una economía que descansaba en las sólidas bases
de una burguesía, no sólo crearía un mundo de abundancia convenientemente distribuida, sino de ilustración,
razonamiento y oportunidad humana siempre creciente. En resumen: un mundo en continuo y acelerado
avance material y moral. Los pocos obstáculos que permanecieran en el camino del claro desarrollo la
empresa serían oportunamente barridos.
La historia de este período se caracteriza por un masivo avance de la economía mundial del capitalismo
industrial, del orden social que representó, de las ideas y creencias que parecían legitimarla y ratificarla: en el
racionalismo, las ciencias, el progreso y el liberalismo. Ciertas regiones del mundo ajenas al capitalismo, ante
la presión de éste por lograr penetrar en sus economías, se vieron obligadas a elegir entre una resistencia
resuelta de acuerdo con sus tradiciones y modos de vida y un proceso de modernización.
Ante esta lógica se encontraba Japón de mediados del siglo XIX, ante la presión de potencias extranjeras y en
plena crisis de su sistema basado en los Shoguns. Esta situación obligó a Japón, a partir de 1866, a llevar
adelante un proceso de transformación completa (económica, política y social) conocido con el nombre de
Revolución Meiji, que supuso el punto de partida de la moderna sociedad japonesa.
La Revolución Meiji
La introducción de Estados Unidos en el Pacífico puso definitivamente a Japón en el centro de los intentos
occidentales para abrir sus mercados. La resistencia directa era imposible, según demostraron las débiles
tentativas de organizarla. Las simples concesiones diplomáticas no eran más que un recurso temporal. Ya en
1853−1854, el comodoro Perry de los EE.UU les obligó a abrir determinados puertos mediante el uso habitual
del método de la amenaza naval. En 1862 los británicos, con total impunidad, bombardearon la ciudad de
Kagashima como represalia por la muerte de un inglés. La presencia de las fuerzas occidentales era, ya a esta
altura, un hecho absolutamente consumado.
En 1868 se proclamó finalmente la Restauración Meiji con el traspaso del poder estatal del shogun al
emperador. Esto inició un proceso político económico y social que, tras unos diez años de disturbios y
revueltas agrarias provinciales, condujo a la modernización del aparato del estado y a la unidad nacional. Por
tal razón, se supone el punto de partida de la moderna sociedad japonesa.
Para llevar a cabo esta tarea de modernización se necesitaban ante todo recursos económicos, con objeto de
dominar a los nobles resistentes, reprimir las revueltas provinciales y las agitaciones campesinas, indemnizar a
los propietarios señoriales y feudales, proteger y fomentar la industria e instalar la producción de
manufacturas estatales. También había que modernizar y equiparar el estado, las fuerzas armadas y el sistema
burocrático. Debido al escaso desarrollo del capital industrial, el nuevo gobierno se vio obligado a buscar sus
recursos financieros en la tierra y en los impuestos territoriales tomados de los antiguos censos señoriales.
Pero, con el fin de adaptarlos a las nuevas necesidades del estado, dichos tributos, que se recogían en especie,
se transformaron en impuestos en dinero. Estas modalidades financieras, establecidas por el gobierno de la
restauración constituyeron el punto de arranque de las reformas agrarias.
En cuanto al desarrollo temprano del capitalismo, el caso japonés presentó grandes diferencias con respecto a
la Europa occidental. Mientras que en Occidente las manufacturas estatales centralizadas fueron
desapareciendo durante la revolución burguesa, en el Japón se desarrollaron por todo el país las fábricas del
estado: arsenales y siderurgias. Las fábricas de hilados y tejidos fueron rápidamente modernizadas a través de
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un proceso conocido como revolución industrial desde arriba. El número de manufacturas del estado era muy
elevado, alcanzaron su apogeo en la década de 1870−1880. A partir de 1880, éstas empresas protegidas por el
gobierno absolutista pasaron, mediante subasta pública, a manos de ricos capitalistas monopolistas, como
Mitsui y Mitsubishi, que mantenían estrecho contacto con el estado.
La revolución japonesa, al no abolir las relaciones feudales de la propiedad territorial, permitió el desarrollo
de la actividad del capital comercial y usurario de tipo antiguo, impidiendo la libertad y autonomía del
campesinado independiente y de los pequeños o medianos productores de mercancías. Así pues, mientras que
la revolución burguesa de tipo clásica supuso, gracias a la abolición de las trabas feudales de producción y
propiedad, el primer paso a la subordinación de capital comercial al capital industrial, el capitalismo nipón
siguió pautas diferentes. La revolución industrial y la transformación del capital comercial en capital
industrial se llevaron bajo el dominio de los ricos capitalistas monopolistas, eso es lo que le confiere una
estructura esencialmente distinta a la del capitalismo de Europa occidental. Queda claro que esta peculiar
estructura vino determinada por el régimen agrario y la propiedad territorial feudal, que aseguraron la
supervivencia y multiplicación de las relaciones feudales de producción en la agricultura japonesa.
El inicio de la Occidentalización
Los activistas revolucionarios (destacare algo que me extraño; se hacían llamar jóvenes samurai) reconocieron
que, para llevar a cabo su objetivo de salvar al país, era necesario un proceso de occidentalización sistemática.
En 1868 muchos habían tenido contacto con el extranjero, algunos hasta habían viajado al exterior. Todos
reconocían que la conservación implicaba transformación.
La fuerza motriz para la transformación del Japón era para ellos la occidentalización. Occidente contaba
claramente con el secreto del éxito y por lo mismo había que imitarlo a toda costa. Tomar un conjunto de
valores e instituciones de otra sociedad representaba un intento del todo sorprendente, traumático y
problemático. El intento no podía llevarse a cabo de una manera superficial y poco controlada, sobre todo en
una sociedad profundamente distinta de Occidente como la japonesa. Muchos se lanzaron, con exagerada
pasión, a su tarea de paladines de la occidentalización. Para algunos, la renovación parecía implicar el
abandono de todo lo que fuera japonés, en cuanto consideraban que todo el pasado era bárbaro y atrasado. Las
propuestas llegaban hasta la renovación de la raza japonesa, considerada genéticamente inferior, mediante el
entrecruzamiento con la raza superior occidental, sugerencias basadas en las teorías occidentales del racismo
social darwinista, que realmente encontraron un apoyo en las más altas esferas de Japón. Ciertos estilos de la
vida de occidente, como el vestuario o la alimentación, fueron menos adoptados que la tecnología, los estilos
arquitectónicos y las ideas de Occidente. ¿Acaso la occidentalización no implicaba el abandono de todo lo
oriental, incluido el emperador?
La occidentalización planteó aquí, al contrario de lo ocurrido con la adopción de elementos chinos, un gran
dilema. Porque todo lo de Occidente no constituía un sistema sencillo y coherente, sino que se trataba de toda
una complejidad de instituciones e ideas rivales. En la práctica, los japoneses eligieron: El modelo británico,
que sirvió naturalmente de guía en cuanto al ferrocarril, el telégrafo, las obras públicas, la industria textil, y
muchos de los métodos de negocio. El patrón francés inspiró la reforma legal y la reforma del ejército. Las
universidades debieron mucho a los ejemplos alemán y norteamericano, así como la educación primaria, la
innovación agrícola y el correo. En 1875−1876 fueron empleados bajo supervisión japonesa entre quinientos y
seiscientos expertos extranjeros y en 1890 unos tres mil.
Pero la elección de aspectos referentes a lo político e ideológico era más compleja. Japón rivalizaba
políticamente con los sistemas de los estados burgueses liberales de Gran Bretaña y Francia. El liberalismo
era naturalmente opuesto al estado absolutista, adoptado luego de la Restauración. A su vez, la
occidentalización, ¿no entrañaba la adopción de las ideologías que fueron fundamentales para el progreso de
Occidente, entre ellas el cristianismo?.
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Al cabo de un tiempo había tomado cuerpo una fuerte reacción contra la occidentalización sistémica y el
modelo liberal. Esta reacción se manifestó en la constitución de 1889, sobre todo mediante una reacción
neotradicionalista que virtualmente inventó una nueva religión centrada en el culto al emperador: el sintoísmo.
La combinación de neotradicionalismo y modernización selectiva fue lo que prevaleció. Sin embargo, existía
una fuerte tensión entre aquellos para quienes la occidentalización significaba una revolución total y los que
creían que era la clave del progreso económico. Más allá de las contradicciones internas, Japón llevó adelante
un increíble proceso de modernización que lo convirtió en una formidable potencia moderna. Difícilmente
podía imaginarse que, al cabo de medio siglo, Japón sería una gran potencia capaz de derrotar a sus pares
europeos en un enfrentamiento armado.
Luego de la Restauración, el gobierno Meiji tuvo como tarea el cumplimiento de dos objetivos principales.
Por un lado, la decisión de fortalecer el ejército, es decir, de desarrollar un poderío militar que le permitiera a
Japón equipararse con Occidente. Esto significó el comienzo del desastre, ya que es un aspecto relevante para
explicar el origen de los conflictos que llevaron a Japón a participar en la Segunda Guerra Mundial. El
segundo objetivo de la política Meiji estuvo dirigido al desarrollo económico del país. Este fue sin duda el
aspecto más exitoso y duradero de la Revolución.
El milagro económico
La guerra dejó a Japón con grandes problemas: unos diez millones de desocupados, gran cantidad de
excombatientes que quedaron desmovilizados, destrucción general de viviendas y plantas industriales, una
inflación creciente, etc. Las pérdidas materiales debidas a la guerra se han calculado en una cuarta parte de la
riqueza nacional. Aún así, no todas las consecuencias eran adversas. El desempleo quería decir que había gran
cantidad de mano de obra lista para ser empleada, la guerra había elevado también el nivel de tecnología y de
capacidad de la producción de la industria pesada, en el sector de hierros, acero, maquinarias y químicos.
Además de hacer uso de estas ventajas, el Japón contó con la ayuda de EE.UU. En un primer momento, la
ayuda estuvo destinada a lograr la autosuficiencia nacional, tomar medidas para poner fin a la inflación (el
plan Dodge 1949), sumadas a inyecciones sustanciosas de capital y tecnología avanzada.
Lo que representó un verdadero estímulo para el capitalismo japonés fue la guerra de Corea de 1950. Esta
guerra llevó a EE.UU. a invertir veintitrés mil millones de dólares en gastos militares. Las fuerzas de
ocupación ordenaron que las fábricas de armamento cerradas fueran puestas en servicio, a plena capacidad
productiva, representando un gran estímulo para la producción japonesa. A su vez, EE.UU. impulsó el
comercio japonés sobre todo el sudeste asiático y auspició los tratados de reparación bajo los cuales Japón
estaba obligado a proveer de artículos y servicios a los países que antes había ocupado. Nada de esto hubiera
sido posible sin una regeneración de la propia industria japonesa. A partir de 1946 se crearon en Japón una
serie de instituciones económicas, financieras y bancarias con el fin de estimular la recuperación económica.
El Consejo de Estimulación Económica fue creado con la misión de coordinar la producción, y el Banco de
Reconstrucción con la de canalizar capital a determinadas industrias. A su vez, en 1948, se conformó el
Consejo de Estabilización Económica destinado a elevar los niveles de producción, y al año siguiente se
estableció el Ministerio de Industria y Comercio Exterior.
Estas instituciones, junto a la contribución de EE.UU., habían echado los cimientos sobre los que se erigiría el
espléndido edificio del desarrollo económico japonés. A ello contribuyeron varios factores además de una
consistente política de apoyo oficial. La economía mundial había entrado en un período de expansión, la
industria japonesa disfrutaba de buenas relaciones laborales, esto facilitó el desplazamiento de mano de obra a
las industrias y a los empleos de productividad superior, que habían de ser la clave del subsiguiente desarrollo.
Otros factores fueron la transferencia tecnológica de EE.UU. a Japón, los cambios sociales como la reforma
agraria y el desarrollo de los sindicatos, que contribuyeron a la mejora de la distribución de la ganancia y a
una expansión del mercado interno. Con estos estímulos la industria japonesa primero se recuperó y luego se
expandió.
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En los años ´60, la economía japonesa estaba dominada por un número relativamente pequeño de fabricantes a
gran escala, como Mitsubishi, Mitsui, Sumtono y Fuji, cada una de las cuales contaba con más de setenta
empresas afiliadas. Aparte de estas agrupaciones había varias empresas de líneas de producción relativamente
nuevas, como artículos electrónicos y automóviles. Entre ellas figuraban nombres hoy mundialmente famosos
como, Hitachi, Toyota, y Nissan. Gracias al control del M.I.C.E. sobre el comercio exterior, todas gozaban de
cierta protección contra la competencia extranjera, en tanto competían por una posición en el mercado interno.
Otra característica de ésta época es el desarrollo de productos que necesitaban de tecnología avanzada y de
fuertes inversiones de capital: industrias como el acero y la petroquímica, la producción de artículos de
consumo, cámaras fotográficas, televisores, motocicletas y al final también, automóviles. Japón se estaba
convirtiendo en uno de los mayores productores del mundo de barcos, cámaras, televisores y automóviles. En
1970, algo más del 30% de las exportaciones iban a EE.UU, alrededor del 15% a Europa occidental y más del
15% al sudeste asiático, donde los principales compradores eran Hong Kong, Tailandia, Filipinas y Singapur.
A fines de 1973 comienza el período de la crisis del petróleo. Ésta generó en la economía mundial cambios
que pusieron fin a la fase japonesa de un crecimiento económico excepcionalmente rápido. Como país que
dependía del petróleo, Japón sufrió un enorme aumento en sus facturas de importaciones y una subida general
de los precios. La subida de los precios del petróleo tuvo su mayor impacto en los mayores usuarios de
energía, como la industria del acero y la petroquímica. Por otro lado, la recesión mundial provocó una caída
en la demanda exterior de productos, como barcos, maquinarias y herramientas. Al sobrevenir estos cambios,
los políticos del M.I.C.E. japonés decidieron dar una nueva orientación a la industria: alejarse de las que
tenían fuerte dependencia de las materias primas importadas y acercarse, sobre todo mediante innovaciones
tecnológicas, a las que reflejaban valores mas altos y nuevos. En ésta categoría se incluía la industria
automovilística, en 1980 Japón producía más coches que EE.UU. A su vez, la industria informática cobró un
gran auge.
El cambio de relación entre importaciones y exportaciones había puesto la balanza comercial japonesa con un
saldo positivo durante veinte años. Esto permitía salidas sustanciales de capital a largo plazo, que al cabo de
algunos años convirtieron a Japón en uno de los principales países acreedores del mundo. A fines de 1987 las
inversiones directas japonesas en el extranjero habían alcanzado los veintitrés billones de dólares. EE.UU, era
el país donde se destinaba la mayor parte de las inversiones, en él se encontraban seiscientas fábricas
japonesas, un centenar aproximadamente de las cuales eran de electrónica, automóviles o de otro tipo de
maquinarias.
Conclusión
La Revolución Meiji marcó el inicio de la moderna sociedad japonesa, introduciendo un proceso de
modernización a la manera occidental. Ya en la segunda mitad del siglo XIX, el triunfo mundial del
capitalismo, y de las ideas y creencias que parecían legitimarlo, estaban avanzando en ciertas regiones del
mundo alejadas de Occidente y hasta entonces ajenas al capitalismo. La resistencia a la presión externa no
tenía lugar, y la modernización se presentaba como el único medio de conservación.
Durante cien años el conflicto entre ser asiático y ser moderno a la manera occidental fue un tema constante
en la vida japonesa. El primer intento de modernización se dio durante la Revolución Meiji: la
occidentalización era la fuerza motriz para la transformación de Japón, pues Occidente contaba con la clave
del éxito y, por lo tanto, había que imitarlo.
Todo lo ocurrido después de 1945, parecía fortalecer la tendencia a lo moderno. La democracia parlamentaria,
el gobierno burocrático, la estructura empresarial, los sindicatos, el sistema educativo, etc. Todo tenía su
origen en la cultura europea y norteamericana. Igual pasaba en todos los aspectos de la vida cotidiana:
autobuses y trenes, las oficinas y las fábricas, la televisión, el periódico, el vestido, incluso la comida. Por lo
tanto se impone una pregunta: ¿qué hay en la sociedad japonesa luego de un siglo de modernización que
merezca el calificativo de asiático?. Podríamos contestar diciendo que muy poco. La mayor parte de la
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población ha recibido una educación con autores como Shakespeare, o Tolstoi, y en cuestión de política las
orientaciones están entre un conservadurismo a la occidental y el marxismo que sigue teniendo vigencia.
Por otro lado, nos falta decir que el código ético sigue siendo en gran parte confuciano. Tampoco hay que
ignorar la religión como vínculo con la tradición ya que, luego de la guerra, ha habido un considerable auge
de movimientos religiosos nuevos, la mayor parte de los cuales afirma tener antecedentes tradicionales.
Estos fenómenos no son algo moderno, ciertamente no son occidentales. Pero, por otra parte, quizás no sea
sensato llamarlos asiáticos. Gran parte de la cultura y la tradición japonesa remonta sus orígenes a culturas de
fuera de Japón, pero los elementos de éstas habían quedado tan completamente asimilados con el paso del
tiempo que habían llegado a ser de hecho japoneses. Es en éste sentido en el cual Japón no representa una
identidad asiática definida autoconcientemente, ni se lo puede enmarcar dentro de un conjunto de rasgos
definidos como occidentales. Japón debe ser comprendido como un pueblo que presenta características que le
son propias y que lo convierten en una nación económica y culturalmente única.
El Capitalismo en
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