I Parte

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Vaticano II y ecumenismo
Seminario - Tunja- Colombia 13 de octubre 2013
1.
La vía ecuménica ¿qué dice Jesús?
Ante todo debemos recordar el significado de las palabras del título del Seminario.
Vaticano II es fácil, es el Concilio universal de la Iglesia Católica celebrado entre 1962 y
1965, hace 50 años.
En cambio, la palabra ecumenismo necesita una pequeña aclaración. Viene de la palabra
antigua oikoumene que se encuentra ya en la Biblia donde significa “tierra poblada”, “mundo
poblado”, como a comprender toda la humanidad y su casa.
En el desarrollo histórico la palabra tuvo varios significados y
reducciones: en el impero de Constantino tuvo el significado de
Iglesia universal, por eso el Concilio de toda la Iglesia se llamó
Concilio ecuménico.
En el siglo XIX en el mundo protestante se empezó hablar de
ecúmene para indicar la misión universal de la Iglesia superando los
confines de cada confesión religiosa y desde allá el significado
moderno de búsqueda de la unidad entre todos los cristianos. Hay también personas que
hablan de ecumenismo para indicar el diálogo entre las distintas religiones del mundo
(hebrea, musulmana, budista y otras), pero es más preciso conservar esta palabra para indicar
el camino ecuménico de las varias Iglesias cristianas hacia la plenitud de la unidad que Dios
quiere para ellas y que la Palabra de Dios nos indica.
Por eso, cuando hablamos de ecumenismo debemos empezar siempre escuchando la Palabra
de Dios que es la única, la misma para todos los Cristianos, la Palabra que nos llama a ser
uno. El Papa Francisco al empezar su ministerio, el día 20 de marzo nos decía:
Comienzo mi ministerio apostólico durante este año que mi venerado predecesor,
Benedicto XVI, con intuición verdaderamente inspirada, ha proclamado para la Iglesia
católica Año de la Fe. Con esta iniciativa, que deseo continuar, y que espero que
impulse el camino de fe de todos, quería conmemorar el 50 aniversario del inicio del
Concilio Vaticano II, proponiendo una especie de peregrinación a lo que es esencial
para todo cristiano: la relación personal y transformadora con Jesucristo, Hijo de
Dios, muerto y resucitado por nuestra salvación. En el corazón del mensaje conciliar
reside precisamente el deseo de proclamar este tesoro perennemente válido de la fe a
los hombres de nuestro tiempo.
El Concilio Vaticano II, ha llamado la atención sobre el primado de la Palabra de Dios. Lo
vamos a ver en un segundo momento. Empezamos con la escucha de la Palabra de Jesús
porque todo el que es cristiano, tiene que referirse a El.
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La Iglesia es suya, la Iglesia es de Jesús y no podemos hablar de ecumenismo sin preguntar
un poco a Jesús, ver lo que nos dice el evangelio. La palabra de Jesús es siempre una luz,
también en nuestra situación de hoy. Y la situación de hoy es que la Iglesia es una Iglesia
herida por el drama de las divisiones. Desde el primer siglo de vida de la Iglesia hubo
divisiones entre los cristianos, lo dice claramente Pablo en la primera carta a los cristianos de
Corinto (1,10-13).
Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan
de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía,
teniendo la misma manera de pensar y de sentir.
Porque los de la familia de Cloe me han contado que hay discordias entre ustedes.
Me refiero a que cada uno afirma: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de
Cristo».
¿Acaso Cristo está dividido? ¿O es que Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O será
que ustedes fueron bautizados en el nombre de Pablo?
Y también después en el Capítulo 3, 1-3:
Por mi parte, no pude hablarles como a hombres espirituales, sino como a hombres
carnales, como a quienes todavía son niños en Cristo.
Los alimenté con leche y no con alimento sólido, porque aún no podían tolerarlo,
como tampoco ahora, ya que siguen siendo carnales. Los celos y discordias que hay
entre ustedes, ¿no prueban acaso, que todavía son carnales y se comportan de una
manera puramente humana?
Después otras divisiones mas grandes han seguido ocurriendo, en el siglo V entre las Iglesias
de Oriente; en el siglo XI, la grande ruptura entre Oriente y Occidente, entre ortodoxos y
latinos, aun más en el siglo XVI en Occidente la gran división entre católicos y protestantes,
la formación de la Iglesia de Inglaterra, de las Iglesias luteranas y reformadas. Y así
sucesivamente nuevas Iglesias llamadas Iglesias “libres” van naciendo en muchos lugares
hasta hoy. Son Iglesias pequeñas, a veces muy pequeñas, sin algun organismo central, donde
el cura o el pastor es el papa para sus fieles.
Son sin embargo cristianos, aman a Cristo Jesús, leen y practican su Evangelio, y quieren
hacerlo conocer a los demás, no siempre con métodos condivisibles, pero cierto con mucho
entusiasmo y fervor. Viven una vida animada por los valores evangélicos, tienen muy en
cuenta el bautismo, practican el mandamiento de la caridad cristiana los unos para los otros,
creen en la resurrección de los muertos y esperan la vida eterna. No quieren pertenecer a la
comunidad católica, no reconocen a sus pastores ni al Papa de Roma. No es posible compartir
con ellos, la mesa eucarística, donde la hacen.
¿Que hacer?
Tres palabras para nosotros
En el Evangelio según san Marcos leemos que un día:
Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y
tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros».
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Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi
Nombre y luego hablar mal de mí.
Y el que no está contra nosotros, está con nosotros». (Mc 9,38-40; cf Lc 9,49-50).
Esta es la primera cosa que debemos pensar. Hay muchas personas que no están con
“nosotros” y que hablan y actúan en el nombre de Jesús. “No se lo impidan” nos dice Jesús.
Hay algo que nos une con esas personas y comunidades, porque, lo dice Jesús, si no están
contra están con nosostros.
También el evangelio de este domingo nos dice que es un samaritano (un hermano separado)
el que volvió atrás alabando a Dios. Varias veces Jesús nos presenta con simpatía los Samaritanos y
a otros que sus discípulos creían lejos de Dios. El camino ecuménico desde los primeros años del
siglo XX a intentado abolir todos los “contra” cambiándolos con el “con”. No siempre con
resultados positivos, pero sin embargo el intento continúa.
Una de las propuestas del camino ecuménico es la “colaboración”, la cooperación”, en las
cosas que se pueden hacer juntos. Donde mi hermano evangélico y su comunidad buscan
llevar consuelo a los enfermos, luchan contra los espíritus del mal, donde acompañan a los
pobres para ayudarlos a progresar, todas esas cosas son muy dignas de respeto y también
podemos hacerlas juntos. Y si podemos, de alguna manera debemos hacerlo.
Una segunda palabra que encontramos en el Evangelio, y más conocida es el mandamiento
nuevo de Jesús. Lo leemos en el Evangelio según san Juan en el capítulo 13, 34-35:
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he
amado, ámense también ustedes los unos a los otros.
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan
los unos a los otros.
Todos los cristianos se declaran a si mismos discípulos de Cristo: ¿como pueden serlo si no
tienen amor los unos a los otros? El amor que Jesús nos pide es para todo ser humano. Amor
al próximo, al vecino, y también al enemigo. No es fácil amar siempre y a todos. Pero esta es
la meta, ese es el mandamiento. Este mandamiento es un verdadero mandamiento ecuménico.
En el pasado las Iglesias lo habían olvidado. Las diferentes Iglesias se trataban como
enemigas, no se hablaban, luchaban las unas contra las otras, y también han tenido guerras
largas, violentas en el nombre del mismo Cristo el Rey de la Paz.
Desde que empezó el camino ecuménico, el clima y la relación entre las Iglesias cambió. Ha
cambiado también el vocabulario. Los que antes se llamaban heréticos, infieles, cismáticos,
se les empezó a llamar hermanos separados, y ahora si quisiéramos hablar el lenguaje de
Juan Pablo II podemos llamarlos hermanos “reencontrados”.
En su Carta Encíclica “Ut unum sint” nos habla de esta “fraternidad reencontrada” (UUS
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“Sucede por ejemplo que —en el mismo espíritu del Sermón de la Montaña— los
cristianos pertenecientes a una confesión ya no consideran a los demás cristianos
como enemigos o extranjeros, sino que ven en ellos a hermanos y hermanas. Por otra
parte, hoy se tiende a sustituir incluso el uso de la expresión hermanos separados por
términos más adecuados para evocar la profundidad de la comunión —ligada al
carácter bautismal— que el Espíritu alimenta a pesar de las rupturas históricas y
canónicas. Se habla de « otros cristianos », de « otros bautizados », de « cristianos de
otras Comunidades ». … Esta ampliación de la terminología traduce una notable
evolución de la mentalidad. La conciencia de la común pertenencia a Cristo se
profundiza. … La « fraternidad universal » de los cristianos se ha convertido en una
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firme convicción ecuménica. Relegando al olvido las excomuniones del pasado, las
Comunidades que en un tiempo fueron rivales hoy en muchos casos se ayudan
mutuamente; a veces se prestan los edificios de culto, se ofrecen becas de estudio para
la formación de los ministros de las Comunidades carentes de medios, se interviene
ante las autoridades civiles para defender a otros cristianos injustamente acusados, se
demuestra la falta de fundamento de las calumnias que padecen ciertos grupos”.
Por último quiero recordar una tercera palabra del Evangelio. La encontramos siempre en el
evangelio según san Juan. Y no es propiamente una palabra sino una oración. La oración de
Jesús, una oración que resume todo su mensaje, que reúne todos sus deseos para su
comunidad de discípulos y para todos los que escucharán sus palabras en todos los siglos:
para nosotros también.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean
uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
–yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú
me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste (Juan 17,21-23).
No podemos no entrar en esta oración. Jesús la hizo por nosotros. Somos su Cuerpo: el
continua esa oración en su Cuerpo, en nosotros en la medida que lo permitimos. Decía un
profeta del ecumenismo: “Cuando todos los cristianos permitan a Jesús orar esta oración en
ellos, el Padre no podrá no escucharlos”.
El Papa Francisco dice:
“Sí, queridos hermanos y hermanas en Cristo, sintámonos todos íntimamente unidos a
la oración de nuestro Salvador en la Última Cena, a su invocación: Ut unum sint.
Pidamos al Padre misericordioso que vivamos plenamente esa fe que hemos recibido
como un don el día de nuestro bautismo, y que demos de ella un testimonio libre,
alegre y valiente. Éste será nuestro mejor servicio a la causa de la unidad entre los
cristianos, un servicio de esperanza para un mundo todavía marcado por divisiones,
contrastes y rivalidades. Cuanto más seamos fieles a su voluntad en pensamientos,
palabras y obras, más caminaremos real y substancialmente hacia la unidad.
(A los Representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales,
y de las diversas religiones, 20 de marzo de 2013)
Lo que nos da esperanza es, que Jesús pide al Padre por nosotros, que El nos haga una cosa
sola: esto significa que la unidad de la Iglesia es un don que baja de lo alto. Y como todo
regalo es valido cuando uno lo recibe. Nuestra única tarea es acogerlo, así nos lo recuerda una
vez mas el Papa Francisco:
“Nosotros sabemos bien que la unidad es primariamente un don de Dios por el que
debemos orar incesantemente, pero concierne a todos nosotros la tarea de preparar las
condiciones, cultivar el terreno del corazón, para que esta gracia extraordinaria sea
acogida”.
(A la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla 28 de junio de 2013)
No es una obra que podemos hacer nosotros. Si lo hacemos nosotros se parecería fácilmente a
la torre de Babel. Una tentación. Con el resultado de una más grande dispersión del pueblo.
Cuando el Señor dirigió su oración estaba con sus discípulos. Era el día antes de su muerte en
la cruz. Le había dicho pocos minutos antes:
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Se acerca la hora, y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado,
y me dejarán solo. (Juan 16,32)
El Señor conocía la fragilidad de sus discípulos y conoce la nuestra. En el momento de la
prueba se dispersarán cada uno por su lado… cuántas veces en la historia esto se ha
repetido. Cuantas dispersiones. Pero Jesús, siempre nos dice:
Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero
tengan valor: yo he vencido al mundo (Juan 16,33).
No tengamos miedo. Él vence al mundo, vence también nuestras divisiones, en Él
encontramos la paz. Cuando vemos que nuestras fuerzas son débiles, cuando estamos
dispersos, podemos contar con Él, Él reza por nosotros, Él viene a buscar la oveja que se ha
perdido.
Palabras que siempre impulsan a la acción
Al terminar esta primera parte quiero dar un ejemplo de vida con un pequeño recuerdo de
nuestra Madre Fundadora María Oliva Bonaldo. Ella escribe que, nuestra pequeña familia ha
nacido de la oración de Jesús. Lo ha dicho, lo ha escrito y lo ha vivido en muchas ocasiones.
¿Que quería decir?
Tomamos solamente uno de los escritos de la Fundadora: 33 foglietti, el primer estatuto de
nuestra familia escrito en 1934 mucho antes del Concilio, donde ya se puede ver que las
palabras de Jesús de las que hemos hablado asumen un aspecto de la vida concreta.
“Y el que no está contra nosotros, está con nosotros” significa para Madre María Oliva un
gran afecto y respeto para todas la asociaciones eclesiales, para los movimientos, la
magnifica pluralidad de expresiones que se encuentran en el apostolado de los laicos... No
hablaba todavía de las diferentes Iglesias pero si de los que se ocupan de esa gran causa,
esperando un día poder participar, cuando la Iglesia lo pida, por la misma causa. Ella decía:
“No se trata de uniformidad sino de concordia”. De esas Iglesias “separadas” decía, tomando
una expresión de un Padre de la Iglesia: las piedras que se despegan de la roca aurífera son
también “auríferas”. El hijo y la hija de la Iglesia deben saber respetar, admirar todas las
expresiones de vida que han sido suscitadas por el Espíritu del Señor. Es verdad que hay que
hacer discernimiento pero poniendo atención de no eliminar el bien con el mal.
Ámense los unos a los otros: siempre en ese libro, llamado 33 foglietti, la caridad es la
señora, la dueña. La Madre pensaba que toda la regla de nuestra pequeña familia podría
escribirse comentando el himno de la caridad de san Pablo. Y nuestras comunidades deben
ser cenáculos abiertos… cenáculos de amor que se abran para que todos puedan descubrir que
Dios existe y que es amor.
La oración de Jesús: en la presentación de las Constituciones de 1957 la Madre escribe: la
Congregación ha nacido de la oración de Jesús. Y nos decía: para que sean unidos primero
los unidos y después los separados, con Jesús no solamente tenemos que orar sino también
consagrarnos come Él consagró su vida por sus discípulos y no solamente por ellos, sino
también por los que, gracias a su Palabra, creerán en Él.
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Que todos sean uno es una urgencia: la Esposa de Jesús, la Iglesia es una y única. La unidad
es la característica de la Esposa, la que da sentido a todas las otras características come la
santidad, la catolicidad, la apostolicidad. Así desde el principio del camino de nuestra familia
religiosa, mucho antes del Concilio Ecuménico Vaticano II el tema de la unidad de los
cristianos es una urgencia, una tarea especial que empieza dentro de la Iglesia misma.
El ejemplo de la Fundadora nos dice que antes del Concilio ecuménico Vaticano II el Espíritu
Santo iba preparando muchas personas y muchas obras con esta pasión. Podemos decir que
siempre en la Iglesia católica se han hecho tentativas de unión, tal vez muy grandes y muchas
personas han sido llamadas por Dios a esta tarea, pero no era el camino de toda la Iglesia.
Ahora,
Con el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido de modo
irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del
Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los « signos de los tiempos » (UUS
3). Eso dijo Juan Pablo II. Y añadió: La Iglesia católica asume con esperanza la
acción ecuménica como un imperativo de la conciencia cristiana iluminada por la fe
y guiada por la caridad” (UUS 7).
Más aún, después del Concilio Ecuménico Vaticano II y de su entrega al ecumenismo no es
facultativo participar del camino ecuménico, es un imperativo de la conciencia: El camino
ecuménico: es el camino de la Iglesia.
Cada uno en su estado de vida, en su lugar, en su trabajo puede recordar estas tres palabras
que nos impulsan a:
1. El estimar a todos los que se dicen cristianos, aunque si no pertenecen a la Iglesia
católica
2. Amar a todos, crear relaciones de amistad, colaborar donde sea posible, servir donde
lo requiera la caridad cristiana.
3. Orar, con Jesús, orar sin cesar con Jesús, y con los demás para que se realice su deseo.
Dejar que su oración viva en nosotros.
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