"CUATRO EN UNA PIEZA" Uno de los aspectos aludidos con mayor insistencia por los observadores de la época, es el hacinamiento y la promiscuidad en que se convive (ó sobrevive) en el conventillo. Ya lo advierten en su momento Eduardo Wilde, Rawson, Gaché y Patroni, y es un tema inevitable en la pujante literatura de denuncia que cultivan los anarquistas. El número 21 del Boletín que edita el Departamento Nacional del Trabajo —creado por Ley N? 8.899 del año 1912— nos ofrece una interesante radiografía del conventillotipo en 1912. Habitan en la casa 22 familias, que totalizan, contando 20 niños en edad escolar, la no desdeñable cifra de 118 personas. El conventillo tiene 35 piezas, lo que arroja un promedio de 3,3 personas por cuarto. Los alquileres oscilan entre los $ 20 y $ 40, según el rango y amplitud de las piezas, dentro de la jerarquía que imponen en el conventillo los dos o tres patios que se enfilan desde la cancel hasta el fondo. Entre los jefes de familia hay 11 italianos, 9 españoles, 1 suizo, 1 portugués, 1 montenegrino y 6 argentinos, y los oficios predominantes son: zapateros, pintores, albañiles, electricistas, carpinteros, herreros, yeseros, mecánicos, cocheros, carboneros, foguistas, mosaístas y peones no especializados. En 1913 el Anuario Estadístico del Trabajo señala un índice de ocupación ligeramente superior: 3,7 personas por habitación sobre 1.000 familias investigadas, y hay que suponer que estas cifras oficiales tratan de encubrir decorosamente las evidencias de la realidad. Cuatro años más tarde el Departamento del Trabajo encuentra al 88,4 % de las familias obreras viviendo en una pieza, al 11,5 % en dos piezas y al 0,1 % en tres piezas. En su Crónica mensual de 1920 el citado Departamento se expide de la siguiente manera al analizar una serie de 80 familias investigadas: "Tenemos 13 casas en que los ocupantes de una pieza son el matrimonio y un hijo; 10 casas en que aparece la pareja y dos hijos; pero también tenemos dos casas en que los habitantes de una sola pieza son el matrimonio y 8 hijos. Una en que resulta con 9 hijos y dos familias que aparecen cada una con 10 hijos, respectivamente... La promiscuidad de sexos establece la siguiente relación: 264 varones y 215 mujeres que ocupan 80 piezas, lo que da un promedio de casi 6 personas por pieza. De más está decir que en el componente de todas estas familias aparecen todas las edades, no siendo taro el caso en que figuran mujeres y varones de 16, 18 y 20 años de edad... A esto debe agregarse que de las 80 piezas, 19 tienen puertas y ventanas, 14 puertas y banderolas y 47 solamente puertas, lo que Implica que el 59 % de esas habitaciones carece en absoluto de ventilación". En 1926 Alejandro E. Bunge escribía en el Almanaque Social editado por la Unión Popular Católica Argentina: "En la Argentina, la alimentación es de mejor calidad y más abundante que en cualquier país europeo; basta recordar que el consumo de pan (todo de primera calidad) alcanza a 167 kilos por habitante a¡ año, el de carne a 90 kilos, el de azúcar a 27, el de leche a 83 litros, etc. El vestido y el calzado, tanto del hombre como de la mujer, son también superiores a los que pueden costearse en muchos otros países. Las escuelas, las lecturas, la música, el deporte, el teatro y demás factores culturales, van en constante desarrollo. Solamente en un aspecto hay deficiencia en la forma de vida modesta en la Argentina: la vivienda. Pero esta deficiencia no consiste en la mayor o menor escasez en ciertas partes de la República y en ciertos momentos, o en la mayor carestía. Consiste en una carestía permanente, de causas arraigadas, que supera los límites de toda contingencia; y de ahí resulta esa vivienda, tan reducida en espacio, que representa una constante amenaza para la salud de las familias modestas, un enemigo de los delicados sentimientos de pudor y de decencia, un elemento anulador de las bendiciones de la vida de hogar. Y para no alargarnos en consideraciones que están en el corazón de todo argentino que ha estudiado el problema, diré en síntesis que la vida modesta sigue siendo en la Argentina una calamidad' nacional." LA PROFESIÓN DEL SEÑOR SARTORIUS ¿Quiénes eran, entretanto, los propietarios de los conventillos? ¿Quiénes eran estos seres omnipotentes que para la imaginación popular habían llegado a constituir, por excelencia, la suma más acabada y perfecta de la insensibilidad social? Si pudiéramos agruparlos en una Corporación ideal nos encontraríamos con caballeros que especulan con tierras, latifundistas, jugadores de bolsa, políticos, miembros de la Sociedad Rural, acaparadores, industriales incipientes, rentistas puros, tenderos: la espuma del sistema. Inclusive nos encontraríamos con algún procer, o semiprócer, como Juan Pablo Española, el autor del arreglo del Himno Nacional que hoy conocemos, muy popular en su época como banquero, tacaño y propietario de inquilinatos. En su sintético diario sobre la epidemia de fiebre amarilla de 1871, Mardoqueo Navarro efectuó la siguiente anotación, en la que registró, de paso, el terrible impacto de las peste en los conventillos precursores de comienzos del 70: "25 de marzo. La mostaza a 60 pesos la libra. Los conventillos de Esnaola... ¡Cuánto cristiano muerto sin confesión!"; y el 2 de abril: "La Comisión pide el incendio de los conventillos. 72 muertos en uno". Tropezaríamos también con los pequeños propietarios de la clase media, como aquellos que dialogan en "Entre rentistas", de Fray Mocho, y seguramente con los inmigrantes prósperos, como el patrón descripto por Luis Pascarella en El conventillo: "Don Pascuale trataba de igual modo a todos los inquilinos del conventillo, sobre todo a sus paisanos. Mocetón, de 31 años, más bien bajo de estatura, fornido, con grandes mandíbulas, nariz abultada y ojos duros y saltones, hacía mucho tiempo que se dedicaba a la explotación de conventillos en gran escala. Mal sastre en sus comienzos, dejó el oficio improductivo para dedicarse a su nuevo negocio, cosechando en pocos años una mediana fortuna. "Desde la buena época del presidente Juárez, se le conocía por el rey de los conventillos. Poseía el instinto topográfico de lo que él denominaba progreso, y su empresa abarcaba todos los barrios. En Constitución y en Palermo, al Este y al Oeste de la enorme ciudad, dondequiera que se abría un mercado o un establecimiento industrial, aparecía su diestra de conquistador, trazando planos en los terrenos baldíos circunvecinos. "—Treinta cuartos, cuarenta cuartos —decía para sí, y desde ya hacinaba la mayor cantidad de carne humana en el menor espacio posible. "Su repetida aparición en un lugar determinado constituía un signo inequívoco del seguro y rápido progreso del barrio, pues las chatas pocilgas, los inmundos palomares humanos, parecían multiplicarse por el mágico poder de los juramentos que trituraban sus mandíbulas. Su cabeza, apenas desgastada, al destacarse por sobre los destartalados andamies, era el jalón inconfundible que anunciaba el monstruoso crecimiento de la gran ciudad. Para llevar a cabo su fructífera empresa no necesitaba grandes capitales, pues su futura clientela en materia de habitación no era exigente. Un amacijo de barro en plena calle, cuatro tablas viejas, una mano de cal y ce n'é troppo per questa gentaglia. En la vecindad de Palermo poseía un corralón atestado de puertas viejas, ventanas retorcidas, pilas de tachos, baldosas, maderamen y cuanto trasto aparentemente inútil pescaba en los incendios o demoliciones de edificios. Sin embargo, él conocía sus virtudes; ese montón de cosas viejas y mal olientes, como el purrit resurexit de los escolásticos, contenía el germen del futuro organismo ciudadano. "Sus repetidos triunfos habíanle in-fundido el orgullo del vencedor, y de ahí que cada vez que sus maderas y tachos, transformados en parodias de casas, avanzaban hacia la Pampa desierta, don Pascuale envolvía el barrio entero en un ademán de conquistador y lo bautizaba con su fórmula consagrada por diez éxitos. "—Ouesto? ... da cinque a cinquanta pesos la vara... "Su trato cotidiano por motivos del oficio con gente de la municipalidad y juzgados de paz, facilitábanle sus conquistas y lo abocaban a nuevas empresas. Por poco de nada estaba al tanto de todas las menudencias administrativas. La sanción de una ordenanza, la presentación de un nuevo proyecto, todo lo sabía con anterioridad al mismo intendente. Jamás desembolsó una multa, jamás había perdido un centavo, jamás había estado una hora preso. La baja burocracia, los modestos empleados que siempre gastan el doble de lo que ganan y viven en perpetuo déficit, tenían en don Pascuale un «suple pater familia», amable y hasta dadivoso. "Adelantar el importe de un mes a uno, cinco o diez pesos a otro, hacerse el olvidado de un préstamo anterior, perdonar el interés usuario, eran pequeños capitales que le redituaban beneficios enormes. Y el beneficio más grande, la ganga gorda consistía especialmente en el régimen cuartelero implantado en sus conventillos. Nadie más que él demostraba prácticamente que las costumbres constituyen las verdaderas leyes. En 24 horas plantificaba al más pintado de sus inquilinos en la calle, con el agregado de una paliza policial si se atrevía a lanzar un quejido. "—Con don Pascuale non si giuoca —repetía haciendo crujir las quijadas. Y, en realidad, no se jugaba. "Todo rasgo humanitario, todo lo que implicaba sentimientos, simpatía, cooperación, todo lo que no tuviera atingencia con su negocio, desaparecía de su mente al pisar el conventillo. Los cuartos, los trastos y las personas se confundían en un solo montón, en una sola entidad productora de un determinado número de pesos mensuales. El mes que alguna máquina fallaba, a la calle, sin lástima, sin sensiblerías impropias del negocio, y venga otra a ocupar su puesto." EL NOMBRE DE LA MUGRE Un indudable hallazgo lingüístico fue la traslación de significado de la voz "conventillo" y su paronomasia "convento", que en el español popular mentaban al prostíbulo. La imaginación popular, rica en la captación de matices y notablemente aguda por su capacidad de síntesis, pronto encontró nombres para estos pudrideros de la miseria inmigrante. Hubo un conventillo famoso al que se apellidó "Las 14 Provincias", y cuatro no menos populares —recordados por Armando Discépolo— a los que se nombró, con la consabida puntualización irónica de hacinamiento y suciedad, como "Los Dos Mundos", "El Palomar", "Babilonia" y "El Gallinero". Un sainetero, Alberto Vacarezza, aseguró la posteridad entre mítica y chacotona de un conventillo villacrespense, el notorio "Conventillo de la Paloma". A propósito de este inquilinato y de su nombre, dice Manuel Castro en su Buenos Aires de antes: "Villa Crespo dejó de ser un lugar de tránsito, una travesía desierta. La gente, aquerenciada, fundó al barrio propiamente dicho... un barrio de pobres que necesitó de ese albergue porteño de la miseria colectiva: el conventillo. Nació envejecido y sucio, chato y profundo, huraño y chismoso, con habitaciones numeradas como celdas de presidio, con tabiques apartadores que enbretaron el rebaño humano.. . Lo bautizaron Conventillo Nacional, en homenaje a la fábrica (el autor se refiere a la Fábrica Nacional de Calzado) que determinó su nacimiento". Poco después, anota Castro, un verdadero acontecimiento le cambió el nombre: "una mañana se mudó a una de sus piezas la Paloma, joven, linda, coqueta. .. Se diferenció de las otras fabriqueras por el constante buen humor y la eterna actividad. Nunca demostró cansancio, desaliento, disgusto; siempre tuvo una sonrisa o una canción a flor de labios". TIEMPOS VIEJOS Muchas casas de inquilinato, por cierto, conocieron tiempos mejores, e inclusive cierta fastuosidad patricia, hasta el punto de que no faltaron memorialistas, como Manuel Bilbao, que insinuaran una recatada y melancólica evocación, palinodia cenicienta que apelaba, en horas de profunda transformación, a hipotéticos ayeres más venturosos. Una casona que terminó en conventillo fue la famosa "de la Virreina Vieja", construida a fines de! siglo XVIII en la esquina Noroeste de Perú y Belgrano, y habitada entre 1801 y 1804 por el Virrey don Joaquín del Pino y luego por su viuda. Esta casa, a la que se consideraba una de las más lujosas de Buenos Aires, fue luego propiedad de la familia Medra-no, y más tarde, por disposición testamentaria, de la Cofradía del Santísimo Rosario. En 1878 funcionó allí el Monte de Piedad de la Provincia de Buenos Aires, y años después —hasta aproximadamente 1909— el Banco Municipal de Préstamos. "Desde entonces —cuenta Luis Cánepa en su libro El Buenos Aires de antaño— la vieja casa se convirtió en conventillo; la habitación donde estuviera instalado el regio dormitorio de la Virreina terminó siendo taller de planchado... Ya antes, el amplio patio en el que el Virrey se sentara durante el verano para jugar con sus amigos al tresillo o departir con ellos, había servido para subastar las prendas pignoradas que no se renovaban o rescataban dentro de los plazos establecidos.. .". Otra casa que derivó en conventillo fue la de Ramos Mejía, en Bolívar 553, asiento de la legación inglesa y último refugio de Rosas después de Caseros, e igual suerte le tocó al caserón de Bolívar 531, propiedad de Mercedes Rosas, hermana de don Juan Manuel. También recalaron en inquilinatos las casas de mediados del siglo XVIII que ocupaban la esquina de Balcarce y Venezuela, en una de las cuales vivió Manuel de Lavardén, refinado poeta (Oda al Paraná), dramaturgo (Siripo), furtivo introductor de los primeros carneros merinos en el Plata (1794) y administrador, por cuenta del comerciante e introductor de esclavos don Tomás Antonio Romero, de la precursora estancia del Colla La indiferencia mercantilista de los propietarios y el ritmo irreversible del "Progreso", como se llamaba por entonces al pleno ingreso de nuestro país en la órbita capitalista inglesa, no perdonaron siquiera a los monumentos de la "pequeña historia" argentina. La casa de \os López, construida por Manuel Planes en la calle Perú 535, cumplió a su turno la poco gloriosa suerte de muchas de sus contemporáneas, a pesar de que en este lugar —"en la segunda pieza de la entrada principal", según Manuel Bilbao en Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires— Vicente López y Planes escribió su poema épico Triunfo Argentino, sobre las invasiones inglesas, y en la noche del 8 de mayo de 1811 la letra del Himno Nacional. Roberto Mariani dejó constancia de esta decadencia y caída de las casonas patricias en un pasaje de su relato "Santana", incluido en Cuentos de la oficina (1924): "Calle silenciosa y de escaso movimiento; apenas la atraviesan durante las horas del día unos cuantos carros —chatas y camiones— pesadísimos con sus enormes cargas. La calle Balcarce corre desde la Plaza de Mayo hasta el Parque Lezama en una línea irregular interrumpida cinco o seis veces por manzanas de edificios que la tuercen y la llevan cincuenta, cien metros hacia e! Este. Alguna vez —en Venezuela— se cor ta, desaparece, como absorbida por el Paseo Colón, pero reaparece dos cuadras más al Sud. Tiene su arquitectura peculiar esta calla Balcarce. A lo mejor, al lado de un galpón moderno de fachadas desnudas de ornamento, o al costado de una casa de renta de cinco o seis pisos encimados como hojas de libro, está depositada, como cosa olvidada, alguna vieja casona colonial, de humilde y sarmentosa fachada, de muros descascarados, con ventanas enrejadas, portales de madera tallada, pero incompletos, y un techo de tejas, tan bajo, que parece caérsele encima a uno. Estas casonas son, para el espíritu curioso, las más interesantes; dan la grotesca impresión de un apuesto y orgulloso hidalgo tronado y con hambre; mucho abolengo, limpio apellido, auténtico escudo de armas, traje de irreprochable corte, pero todo sucio, viejo y pobre. "Una "de estas antiquísimas mansiones, actualmente agoniza en conventillo. En sus espaciosas habitaciones donde acaso en 1815 ó 1820 algún general de la Independencia abandona esposa e hijas para ir a satisfacer su sed patriótica en los abiertos campos de batalla, hoy conviven apretujadas seis u ocho familias de las más diversas nacionalidades, y costumbres contradictorias hasta la beligerancia. Italianos, franceses, turcos, criollos. La última habitación la ocupa un griego relojero. "La casa consta de tres cuerpos en una sola ala; y suma en total doce habitaciones. Hay tres patios. Franqueado el zaguán, levanta su agravio la chapa metálica que según ordenanzas municipales debe existir en las casas de inquilinato. El primer patio está siempre sucio y lleno de chiquillos; en cambio, el segundo, también; pero el tercero, igualmente. "Adosadas al muro que separa de la casa vecina, están las cocinas, ocho en total; precarias construcciones de madera y zinc, que más parecen frágiles garitas. Cuando llueve, ameniza el ruido ametrallante del agua las blasfemias de las vecinas' que deben cruzar el destechado patio para llegar a las cocinas. Después de aquel temporal en que un aletazo de viento!; tumbó al suelo a la lombarda del segundo patio destrozándole la sopera y derramándole el humeante caldo, las vecinas todas, en un acuerdo defensivo, decidieron cocinar en sus respectivas habitaciones durante los días de recio viento o dura lluvia, rebeldes- a la obstinada reclamación del negro Apolinario, encargado del conventillo donde naciera y representante, allí, del dueño, su antiguo amo. Unas reparaciones sumarias pero sólidas, últimamente efectuadas, prolongaron el servicio del edificio; se reforzaron las maderas del piso, se enmendaron algunas puertas, se compuso el techo..." También Leopoldo Marechal ironizó sobre el destino conventilleril de las mansiones, destino que parece revelar, con su vuelta de tuerca grotesca la falacia de cierta prosperidad argentina. En Megafón (1970) —entre los ajetreos de las batallas "celestes" y "terrenas" que sostiene el Oscuro de Flores— leemos la descripción del conventillo de la calle Serrano, en el que vivió José Luna, el vendedor de Biblias: 'El conventillo del Tuerto Morales, donde la vocación de José Luna tuvo escenario y coro, erguía su mole de falso castillo medieval en la calle Warnes, y su origen arquitectónico era un misterio para las gentes de aquel suburbio. Las más antiguas lo daban como el viejo casco residencial de la quinta de los Balcarce, que asaltado por las corrientes inmigratorias de comienzos de siglo no tardó en adquirir la figura de un inquilinato inmenso, gracias a una serie de arrendadores y subarrendadores en forma de sanguijuela, de la cual el Tuerto había sido el último y el que legó su nombre a la coloreada institución. Con una familia entera en cada reducto, salón y torre almenada, el castillo era teatro de una humanidad que decía sus conflictos a pleno sol o a plena lluvia. Y los conocí a todos, en cada uno de sus gestos, y los amé porque los conocía. José Luna ocupaba con su mujer Filomena lo que había sido antes la "sala de música" del castillo, y que aún conservaba, ya borrosos en sus paredes, ángeles mofletudos que soplaban trompetas y ángeles entecados que tañían sus arpas, obra quizá de algún decorador italiano, que había transferido a Buenos Aires anacrónicas grandezas del Renacimiento. En la sala única del púgil se juntaban sin armonizar el comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las metáforas del Apocalipsis. Los tres discípulos eran Juan Souto, llamado "el gaita"; Vicente Leone, o "el taño", y Antenor Funes, conocido por "el salteño". En cuanto a Filomena, la mujer del boxeador, se dice que fue un alma en blanco, pese a su gordura esferoidal y su inclinación al chismorreo, por lo cual José Luna decidió meterla en el Paraíso, aunque fuese a patadas, y hacerle adquirir una buena clasificación en el ranking de la Jerusalén Celeste." INTEGRACIÓN Y QUERELLA Los nutridos contingentes inmigratorios que llegaron al Río de la Plata a lo largo de los años 1880, provocaron la reacción despavorida de la oligarquía criolla. Uno de sus representantes más conspicuos, Miguel Cañé, pone en boca de cierto personaje de su boceto novelesco De cepa criolla esta irritada admonición, que expresa elocuentemente los recelos de la clase: "Mira, nuestro deber sagrado, primero, arriba de todos, es defender nuestras mujeres contra la invasión tosca del mundo heterogéneo, cosmopolita, híbrido, que hoy es la base de nuestro país. ¿Quieren placeres fáciles, cómodos o peligrosos? Nuestra sociedad múltiple, confusa, ofrece campo vasto e inagotable. Pero honor y respeto a los restos puros de nuestro grupo patrio; cada día los argentinos disminuímos. Salvemos nuestro predominio legítimo, no sólo desenvolviendo y nutriendo nuestro espíritu cuanto es posible, sino colocando a nuestras mujeres, por la veneración, a una altura a que no llegan las bajas aspiraciones de la turba. Entre ellas encontraremos nuestras compañeras, entre ellas las encontrarán nuestros hijos. Cerremos el círculo y velemos sobre él". Estos argumentos, o la ideología que explicitan, son frecuentes en la literatura de la época, aunque no lo son menos los que apelan a la integración y a la convivencia pacífica de los dos grandes grupos. Se inscriben en esta línea autores como Podestá, Grandmontagne, Ocantos, Gerchunoff, Lugones, que articulan diversas variantes y vertientes de la ideología conciliadora. El naciente socialismo, por su parte, trató de persuadir al "régimen" sobre el carácter benéfico, modernizador y necesario de esta nueva presencia. En uno de los primeros editoriales de La Vanguardia, por ejemplo, se expresaba que: "... junto con la transformación económica del país se han producido otros cambios de la mayor trascendencia para la sociedad argentina. Han llegado un millón y medio de europeos, que unidos al elemento de origen europeo ya existente, forman hoy la parte activa de la población, la que absorberá poco a poco al viejo elemento criollo, incapaz de marchar por sí solo hacia un tipo social superior". Pero cuál podía ser el instrumento para la asimilación "de este nuevo aporte humano, dentro de los planes de integración que esboza, de algún modo, la línea "modernista" del "régimen"? En 1910 Juan B, Justo lo describe así: "La organización obrera, al desarrollarse, se ha argentinizado, y ejerce cada día más sobre el inmigrante esa función de asimilación que ya se le ha reconocido en Norteamérica. Los periódicos revolucionarios de lengua extranjera han [desaparecido, y apenas quedan grúas políticos segregados por la nacionalidad de origen y por el idioma. Desde su arribo, el inmigrante suele ser invitado a entrar en su gremio, y allí lo que se habla, lo que se escribe, lo que se imprime, es bien o mal dicho y redactado en nuestra lengua. No izan en sus fiestas las nuevas sociedades obreras de socorros mutuos banderas extranjeras". Aclaremos que en este proceso de asimilación y tamizamiento algunos escritores también le reservan su papel al vilipendiado conventillo, el que por tales artes se transforma también en factor de control social. En 1918 las prensas de "La Lectura" publican un agobiante testimonio lterario-sociológico, al que ya nos hemos referido. Se trata de El conventillo, "novela de costumbres bonaerenses" de Luis Pascarella, en las que encontramos una descripción minuciosa, documental y hasta cierto punto didáctica de las zarandeadas casas de inquilinato. Por las páginas de este curioso testimonio desfilan casi todos los tipos característicos, conductas y pautas imaginables: los gringos desarraigados del medio rural y del tiempo naturalista de las faenas agrarias, los compadritos, los criollos desplazados por el "aluvión inmigratorio", los anarquistas de los tiempos heroicos, los patrones inescrupulosos, los puetas barriales, los políticos vividores, los rufianes, los obreros, etc. Pero esta catalogación estratificadora no está exclusivamente al servicio de un mero pintoresquismo al uso. Las criaturas, los ambientes y las peripecias descriptas por Pascarella abonan una tesis —científicamente prestigiosa en su momento— que tiene mucho que ver con el darwinismo social: el conventillo es, ante todo, "una estación de tránsito", un "gran cedazo que retenía la parte más gruesa". Frente a las imágenes espectrales del conventillo que convoca Pascarella, se levanta el espejismo de la movilidad social. Toda la escoria del inquilinato, descripta con los trazos más gruesos del arsenal naturalista, encuentra su legitimación en el previsible y equilibrado desarrollo de la comunidad: el calandrajo, la mugre, el trato promiscuo y la enfermedad; el conventillo —en suma— y sus secuelas malsanas son apenas los "extremos de un sistema perfectible". En este sentido aventura Pas carella: "A este sentimiento colectivo obedecía la actividad del conventillo. A él se subordinaba la existencia. La salud, la estrechez, las privaciones, las satisfacciones de otras necesidades que no fueran las más indispensables, desaparecían ante la idea obsesionante de ganar y ganar plata y más plata. "Por eso todo lo que no tuviera atingencia con el dinero era incidental y secundario. De ahí que el conventi¬llo viviese en perpetua movilidad. Era una estación de tránsito. La gran ma¬yoría de sus moradores permanecían allí el tiempo necesario para ahorrar la cantidad de dinero que bastase para regresar a la tierra, comprar una casucha, emprender un negocio o cambiar de profesión. Durante ese tiempo los carniceros, los zapateros, los albañiles, la muchedumbre de todas las nacionalidades y oficios se imponían una miseria forzosa, ignorando la existencia de otras necesidades que no fueran indispensables para la vida corporal. Se sufría esa miseria impuesta, con la resignación y hasta con el placer del que se flagela seguro de ser largamente compensado en la vida futura. Pero aquí la compensación era inmediata, los ejemplos se palpaban en los cuatro costados de la ciudad. Miles de conventilleros, empujados por la ley de capilaridad, se elevaban del fondo inmundo del conventillo y desbordaban. En medio de aquel ambiente caldeado, los órganos adquirían una nueva plasticidad. El choque de aquellos seres, aparentemente extinguidos e inertes, engendraba un raudal de nuevas energías, que los animaba y transformaba, orientándolos hacia un camino imprevisto, inesperado. Pero al mismo tiempo el conventillo obraba a la manera de gran cedazo que retenía la parte más gruesa. "Lentamente se producía la estratificación de los impotentes, de los degenerados, de los imprevisores, de los ingenuos, de los que no tienen fuerza necesaria para romper el alveolo y elevarse, de los que solo se mueven empujados por la gran palanca social. Esas capas estacionarias que obran a manera de impedimenta civilizadora, también constituían una fuerza que al obrar se transformaba en instituciones complementarias que, lejos de exteriorizar un progreso, evidencian el gran desconocimiento de las leyes naturales y constituyen la prueba del largo trayecto que aún tiene que recorrer la humanidad para llegar a una verdadera civilización. Los hospitales, las casas de sanidad, los establecimientos llamados de beneficencia son otras tantas pústulas hereditarias que acusan la infancia del cerebro incapaz de disciplinar las necesidades, dentro del marco trazado por las leyes férreas de la naturaleza. Allí quedaban los torturados por su propia organización, cuyo medio defensivo era la constante imprecación contra la suerte, el destino y la maldad de los demás, sin la menor sospecha de que el mal heredado o adquirido radicaba en sus propias entrañas difundido en cada una de las células de su propio tejido. Sea cual fuere su procedencia, el rasgo originario de los que vencían y de los vencidos tendía a borrarse, quedando en el fondo un principio idéntico: la aspirabilidad económica; los unos por impulso propio, los otros a la perpetua espera del impulso ajeno." Más irónica —también más críticamente escéptica— es la versión que propone Don Gaetano en el sainete Mustafá, de Armando Discépolo y Rafael De Rosa: "DON GAETANO. —De nada... (A Mustafá.) Desemula. (Al hi¡o.) Estamos hablando custamente... (a Mustafá) desemula (alto) de to casamiento. L'estaba diciendo a do Mustafá que il mundo se istrañará que se acáseno no hijo de italiano e na hija de turco. "SARA. — ¿Por qué? "D. GAETANO. —Esa e la pregunta que yo hago. ¿Per qué s'extrañará il mondo? ¿La razza forte no sale de la mezcolanza? ¿E dónde se produce la mezcolanza? Al conventillo. Antonce: la cuna de la razza forte es el conventillo. Per esto que cuando se ve un hombre robusto, luchadore, atéleta, se le pregunta siempre: ¿a qué conventillo ha nacido osté? «Lo do mundo», «La catorce provincia», «El palo-mare», «Babilonia», «Lo gallinero». Es así, no hay voelta. ¿Per qué a Bonasaria está saliendo esta razza forte? Perqué éste ese no paíse hospitalario que te agarra toda la migracione, te la encaja a lo conventillo, viene la mezcolanza e te sáleno a la calle todo esto lindo mochacho pateadore, boxeadore, cachiporrero, e asaltante de la madonna. "PEPPINO.— ¡Cómo habla este viejo! "D. GAETANO. —E lo lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese; tráncese co tedesco; taliano co africano; gallego co marrueco. ¿A qué parte del mondo se entiéndono como acá: catalane co españole, andaluce co madrileño, napoletano co genovese, romanólo co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese na Jauja. ¡Ne queremo todo! (Abrazándolo.) ¿Verdá, otomano? ... Eso que dicen que turco e taliano so como perro e gato, maccanéano. (Teniéndolo estrechamente.) Mira un poco (El turco sigue triste, frío, no se levanta de su silla.) Ne tenemo afecto, cariño puro, sincero amo-re, (Parece que se va a fotografiar.) "PEPPINO. — (A Sara.) ¡Qué labia tiene mi viejo! ... Si se queda en Italia se lo traga a Orlando. (Siguen en voz baja sus arrumacos.) " Difícil, precaria, inestable armonía, sin embargo, que habitualmente perturbaban los prejuicios étnicos y nacionales en el hervidero cosmopolita de los patios conventilleros. Félix Lima ha captado uno de estos momentos de quiebra en "Lo ha dicho l'Aquensia Stefani", cuadrito incluido en su libro Pedrín (1923), que retrata con previsible fidelidad las peloteras entre italianos y "turcos" durante la guerra de Tripolitania. "En el hall de un conventillo empotrado en la zona ítalo-turca de la calle Reconquista. A la hora vespertina en que los inquilinos hacen «un puquito di pulítica ternacional». "—Siga liyendo l'otros tilegramitas dil diarios, osté que sabe de ler. "—¡Deseguido, Scopetta! «Roma, due. —L'aquensia Stefani dis... dismiente il..: il romor dil vara... varamiento dil incrociatore 'Pisa' in la costa tripolitanias». "—¡Craro! ¡Macanita di lo turco qui li mandan a Tingles di lo diario d'lnglatera! ¡Ya verán come ¡I ducca degli Abruzzi foguétea cun l'iscoadra toma-nas! ¡Ne para impisar cun lo bastimento dil nostro «Vittorio Emanuele»! ¿Vamo a l'armacín a fistecar il trionfos, cumpatriotas? ... "—E... vamo. "Scopetta Duilio, «artillero» de la municipalidad —maniobra de noche— y Benincasa Ercole, infante de la misma —«primo regimentó di barendieri»— se dirigieron en tren de demostración aguardentosa a la copistería de la esquina. Pero antes de anclar avistaron el cajoncito de Abraham Miguel, vecino de cotorro. Y Scopetta se le fue al abordaje. "—¡Trionfo in toda la líneas! Tre turpidiero di ostedes a piques... lo gran-do piróscafo di ostede ogualmente a piques... la bandiera tricolore incima di Trípoli... coatro patachún cun mélicos di ostede también a piques... ¡Se acabó la Turquías! "—Tudo eso istá ¡a vinte, a vinte! "—¡Altro qui a venti! ... ¡A coaranta curpe di cañunata per minutos! ¡Fogueteamo cun ostede! "—Atienda qui voy disir yo: Turquía tiene tanto soldado como Alamania qui también Alamania inseñó pilear soldado turco a la última moda. ¡Quí vaya la gracia! Italia tira pique barco nosotro istá barco chico, piro Turquía más una dolor cabesa Italia pir la tierra. Si quieres más noticia soldado turco prigunta cómo fue la pilea con la Rusia. ¿Y la barco grande italiano qui fue pique la costa Trípoli? . . ¿Ouí desir osté, sañur, a eso? ... "—¡Macanita qui ostede li mandan a Cingles de lo diario inglés! "—¡Diario «Assalán» dise cierto eso pique barco grande italiano, señor! "—¡Ma cayese in poco, torquito di pacotiyas! ... L'aquensia Stefani no va disir ina cosa per otras, ¿sabe? ... "—«Assalán» dise cierto. "—¡Gropitos, dun Mequele, gropitos... ¿E la so hica... agora... cun cuesto dirotamiento... sará mía ante di due cuindichena? ... So foturo yernos istá taliano, ma... ¡di almas turquitas per eyas! "—¡Hija mía no casa italiano! ¡Antes va calle vindiendo baine, baineta, y curasen santa Jisocristo! "—¡Sara mía como Trípoli sará d'ltalia! —rugió Scopetta «vencitore». "—¡No tiene miedo esa paradas! ¡Si quieres algo viene fuera! "Ruptura de narices e intervención de las potencias extranjeras (representadas por un chafe). "En la comisaría 1?. "—¿Y éstos, agente, por qué me los pasa? — averiguó el auxiliar de guardia. "—Cosas de atualidá. señor. Resulta qu'este italiano se quiso hacer perdis con la Tripolitania... "—¿Del turco? "—No, señor, de la hija del turco.