JOSÉ SIMLER SM (1833-1905) 1 O

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JOSÉ SIMLER SM (1833-1905)
O LA REFUNDACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE MARÍA
Introducción y motivo: su centenario
En 2005 se cumplieron CIEN AÑOS de la muerte de José Simler sm, a quien la
Compañía y toda la Familia marianista le deben tanto: le debemos la rehabilitación de
nuestro fundador, Guillermo José Chaminade, tras los últimos años tan duros de su vida, y el
posterior y lamentable oscurecimiento de su figura; la biografía que escribió sobre él
(“Guillaume Joseph Chaminade”.1901) fue decisiva para conocerle (la traducción al español de
esta Vida de Chaminade aparecerá significativamente este año). Le debemos el impulso que
dio al conocimiento y aprecio del carisma marianista. Le debemos el primer gran impulso
misionero a través de las nuevas fundaciones en Europa, África, América y Asia. Y España le
debe a él precisamente, la entrada de la vida marianista en nuestro país, pues fue bajo su
generalato (1876-1905) cuando la Compañía fundó en San Sebastián, Jerez, Vitoria, Cádiz…, y
cuando se creó la provincia sm de España (1895).
A José Simler se le suele conocer como “el segundo fundador”. Hoy que tanto se
habla de “refundación” en la Vida Consagrada, quizá encontremos un nuevo motivo o sentido
a ese antiguo calificativo que se le atribuye. Fundador solo hay uno, Guillermo José
Chaminade, pero no cabe duda que José Simler, siguiendo su estela, dio un paso
importantísimo para que el carisma se apreciara y viviera, para que conociéramos nuestra
historia, y para que nosotros mismos diéramos pasos decisivos al extender el carisma y la vida
marianista por todo el mundo. El rehabilitó a Chaminade, pero nosotros debemos conocer
mejor a Simler, como a tantas figuras marianistas que a lo largo de la historia han sido
modelos de fe y de misión.
Él se llamaba como le gustaba llamarse a nuestro fundador: José. Es otro motivo
especial de unión entre estas dos grandes figuras de nuestra historia. Sabemos que
Chaminade en la Confirmación se añadió José a su nombre de nacimiento, y que siempre
celebró su santo el 19 de Marzo. Como decía Emilio Ortega en el título de su pequeña biografía
sobre el fundador, era “El hombre que quiso llamarse José”. Y el mismo Simler, curiosamente,
siempre habla de “José Chaminade” en la biografía del fundador. Una prueba más, a la vez, de
respeto por la preferencia de Chaminade, y de profunda estima por su persona y su mensaje.
2005 fue un centenario para conocer mejor a Simler, recordar aquel momento de
“refundación” y sacar enseñanzas aquí y ahora, y para seguir conociendo a Chaminade y
queriendo vivir del carisma que Dios nos regaló por él.
Biografía
Tomada de:
ANTONIO GASCÓN “Compañía de María (Marianistas) en España” Una contribución al
desarrollo y a la evangelización (1877-1983) Vol 1. Madrid. Servicio de publicaciones
marianistas. 2002. Capítulos 2 y 5.
1. HERENCIA RECIBIDA Y TAREA POR HACER
La Compañía de María conoció una portentosa expansión en nuevos países durante el
último tercio del siglo XIX, bajo el gobierno pastoral y espiritual del cuarto Superior
General de la Compañía de María, padre José Simler. Un amplio generalato de
veintinueve años entre 1876 y 1905, desarrollado durante los años de gestación y
consolidación del liberalismo burgués, radical y parlamentario de la III República
francesa. También la fundación en España cae dentro de la política de gobierno
del P. Simler para consolidar y extender la Compañía de María. El Asistente para
el Oficio de Celo, P. Hiss, exponía en la Circular del 12 de enero de 1901, con motivo
2
del veinticinco aniversario en el cargo del Superior General, las líneas maestras de la
que había sido su política de gobierno:
"Éstas han sido las acciones de nuestro Buen Padre en la Compañía de María
durante este cuarto de siglo, lo sabéis tan bien como yo: en concreto son la
aprobación definitiva de las Constituciones; la consolidación y expansión de la
Compañía en los cinco continentes; las Circulares, tan luminosas, piadosas y
reconfortantes."
Esto es: el cierre del proceso constitucional y la institucionalización de la Compañía de
María; con la consiguiente paz interior, crecimiento de las vocaciones y expansión
misionera; y ambas líneas acompañadas por la clarificación doctrinal del carisma del
Instituto. Éste es el plan que nosotros vamos a seguir al exponer el gobierno del P.
Simler al frente de la Compañía de María.
Cuando José Simler fue elegido General estaba pendiente la tarea de acabar el
cuerpo constitucional marianista. Labor urgente, si se quería terminar con el cúmulo
de conflictos personales y jurídicos que la indefinición de la constitución canónica de la
Compañía, de su carisma fundacional y de su consiguiente organización institucional y
orientación pastoral había comportado desde los últimos años del P. Chaminade. El
fundador no había acabado de perfilar la organización de la Compañía en
correspondencia con su naturaleza espiritual; lentitud que le causó una riada de
incomprensiones por parte de sus colaboradores, de defecciones y de amarguras
personales en los años finales de su vida. A la hora de su muerte, sus discípulos y
sucesores heredaban la cuestión de las Constituciones, verdadera manzana de la
discordia. El cúmulo de conflictos descargó sus negras aguas en la gran crisis del
Capítulo General de 1864.
Simler se decidió a ultimar las Constituciones y conseguir su aprobación definitiva por
la Santa Sede; acto acontecido por decreto del 10 de julio de 1881. Unido a la
aprobación constitucional era necesario explicitar y enriquecer el cuerpo doctrinal
marianista. Para ello, fue promoviendo y publicando abundantes estudios
históricos y espirituales sobre el origen y la identidad propia de la Compañía.
Este cuerpo doctrinal se había de transmitir por medio de la unificación de los métodos
en la formación inicial -noviciado, escolasticado y seminario- y de reglamentos
comunes para superiores, religiosos y obras de la Compañía.
Pero cuando estaba inmerso en esta ingente tarea de unificación interna, Simler hubo
de afrontar el proceso de laicización de la enseñanza llevado hasta sus últimas
consecuencias por los hombres de la III República. El asalto de los liberales
oportunistas -los más moderados, por cierto- a la enseñanza libre formaba parte del
programa político global orientado a poner fin a toda añoranza del Antiguo Régimen.
Los republicanos radicales pretendían consolidar las conquistas liberales, mediante la
formación de las mentalidades por vía de la enseñanza. Emprendieron, entonces, la
tarea política de modernizar la sociedad francesa, mediante la lógica secularización de
las instituciones del Estado, la democracia parlamentaria y la industrialización, dentro
de la consolidación de las nuevas formas de vida urbana. Pero para llevar adelante
esta empresa política y social de laicización del Estado y de la sociedad habían de
encontrarse con la oposición de las masas católicas y la institución eclesial.
La laicización del Estado por los liberales de la Tercera República francesa reclamaba
el ejercicio exclusivo de la enseñanza. Esto conducía a la inevitable guerra ideológica
y jurídica contra la Iglesia y las Congregaciones religiosas docentes, entre ellas la
Compañía de María. Proceso que es paralelo con los acontecimientos españoles
durante la I República y la Restauración; y que genéricamente se han de poner en
relación con la kulturkampf de todos los parlamentos liberales europeos del último
tercio del siglo XIX.
En esta encrucijada histórica, el P. Simler se sintió el hombre elegido por Dios para
conducir la Compañía de María hasta el final del siglo sorteando, para ello, dos
3
escollos. Uno, para el cual fue elegido General, completar el cuerpo constitucional
y el edificio institucional de la todavía joven Compañía; el otro le fue añadido, el
laicismo del Estado burgués que expulsaba a los religiosos de la enseñanza.
Pues bien, sin haberlo buscado, la definición canónica y espiritual daría a los religiosos
marianistas la necesaria identidad y fortaleza para combatir, como un ejército
disciplinado y convencido, contra las leyes laicistas en las horas de la expulsión de la
enseñanza.
Clarividente de este final, Simler había tomado sus previsiones; a partir de 1886 y al
ritmo de las leyes de secularización, en 1887, envía religiosos a fundar a España,
Italia, Japón y Mónaco. La fundación en España se enmarca en este momento
histórico. Los religiosos que llegaron a nuestro suelo estaban imbuidos del espíritu
interior que Simler había dado a los marianistas; hombres entregados a la enseñanza
de la juventud, profundamente motivados para su tarea, con una gran experiencia
docente y un fuerte espíritu interior religioso.
El Capítulo General se reunió el 17 de abril de 1876 en la sede misma de la
Administración General, en la calle de Montparnasse, para elegir al Superior
General que sucediera al difunto P. Chevaux, fallecido el 27 de diciembre de 1875.
Presidía la reunión Mns. Richard, coadjutor de París, en nombre y sustitución del
Cardenal Guibert, delegado de la Santa Sede. Entre los religiosos elegibles para el
generalato había dos sobre quienes ya de antemano se concentraban todos los votos:
el P. Simler y el P. De Lagarde. Dos religiosos prestigiosos, por sus dotes
intelectuales, espirituales y su acreditada experiencia al frente de la dirección del
Colegio Stanislas y asistentes del Superior General.1
Tenía Simler al ser elegido General, cuarenta y tres años; de aspecto físico bien
parecido, hombre inteligente y cordial; los religiosos habían depositado la confianza en
él para que profundizara en el pensamiento del P. Chaminade y lo adaptara a las
necesidades contemporáneas. "Éste será el único fin que perseguirá en la diversidad
fecunda de sus trabajos: la fijación definitiva de la Regla, la creación o
perfeccionamiento de los medios de formación de los jóvenes religiosos, la
multiplicación y extensión de las casas de la Compañía por las cinco partes del mundo
y la actividad incesante para orientar y dirigir a la Compañía, para hacer reinar en ella
cada vez más el espíritu ascético y apostólico del Fundador."2
Simler recibía el gobierno pastoral sobre 1.070 religiosos, presentes en Francia, con
cuatro provincias, Estados Unidos, Suiza, Austria y Bélgica. La Compañía de María
sentía que le había llegado la hora de su desarrollo. Pero este crecimiento de hombres
y obras exigía concluir el proceso constitucional de la Compañía.3
2) CARISMA E INSTITUCIÓN
1 De Lagarde había sido primer Asistente del Superior General, P. Chevaux, y era
director del Colegio Stanislas; Simler también Asistente segundo fue director de
pequeños de Stanislas; sobre el P. De Lagarde exite una biografía escrita por Simler,
Vie de l'abbé De Lagarde. Directeur du Collège Stanislas, T. I - II (Paris 1887). Sobre
Simler, otra biografía breve de Luis Cousin, Joseph Simler, quatrième Supérieur
Général de la Société de Marie. Notice biographique (Paris 1905); citaremos por la
traducción española de Antonio Farrás en Ediciones SM (Madrid 1968).
2 Cousin, José Simler, 59 - 60.
3 Delas, Historia de las Constituciones, 64.
4
Las Constituciones de 1839 legadas por el P. Chaminade no sufrieron
transformación alguna hasta 1867. El fundador las creyó aprobadas por la Santa Sede
y los religiosos, que compartían con él esta satisfacción, las consideraban como
definitivas. Se hicieron imprimir en 1847 y posteriormente en 1859. Pero con la
dimisión del fundador como General, la Santa Sede quiso dar a la Compañía de María
una autoridad regular de la cual carecía, ya que gobernaba el Consejo General. Esta
situación explica el Capitulo General de octubre de 1845, convocado en Saint-Remy
por el P. Chaminade a petición de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares,
la cual había reclamado el 30 de julio de 1845 la reorganización de la Administración
General. Los capitulares votaron al P. Caillet, nuevo Superior General para un periodo
de diez años.
Ciertamente, la Compañía crecía en el número de religiosos y de obras. De los 206
profesos que contaba al dimitir el P. Chaminade en 1840, diez años más tarde se
había duplicado en 462 religiosos; y también en 1860, con 817 miembros.
Acompañando este proceso, y multiplicándose el número de escuelas y casas de
formación, se había de proceder a la creación administrativa de nuevas provincias.
Pronto hubo de erigirse Alsacia, fundada en 1841, a causa de las numerosas
vocaciones; en 1849 se instituyen Burdeos, Réalmont y el Franco Condado. En
Estados Unidos, la provincia de Ohio en 1855; París en 1861 al trasladarse allí la
Administración General; Austria en 1864 y en 1865 la provincia del Midi por
reunificación de Burdeos y Réalmont.
El crecimiento de obras y de religiosos conducía al deseo de consolidar la
administración de la Compañía en todos sus niveles, desde las comunidades formadas
por tres o cuatro religiosos en escuelas rurales hasta la Administración General. Para
lo cual había de conseguirse de Roma la aprobación canónica de las Constituciones.
Consultado el Consejo para este fin, consideró que antes de solicitar a Roma dicha
aprobación se aguardase un tiempo prudente hasta que la experiencia permitiera
valorar lo atinado de ciertas reglas y acuerdos establecidos en los Estatutos añadidos
a las Reglas por el Capítulo General de 1858.4
Caillet convocó el Capítulo General para septiembre de 1864 para "hacer una última
revisión de nuestras santas Reglas, artículo tras artículo, y de pedir una solemne y
última aprobación del Sumo Pontífice en favor de la Compañía de María y de sus
Constituciones; aprobación que debe tener por resultado la estabilidad perpetua e
inviolable de nuestras santas Reglas."5 A partir de este Capítulo de 1864 entramos en
un periodo extremadamente turbulento que va a durar veintisiete años, en el que la
Compañía busca tras la muerte de su fundador, su definición carismática e
institucional. Periodo que terminará con la elección del P. Simler y su tarea jurídica
con la redacción de las nuevas Constituciones y su aprobación por la Santa Sede. Las
aristas más cortantes en este camino vidrioso fueron las cuarenta Animadversiones
que la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, puso a las
Constituciones elaboradas por el Capitulo de 1864.
La Curia había aplazado la aprobación de las Constituciones hasta que éstas no se
revisaran y pusieran de acuerdo con las Animadversiones. La primera de ellas fue la
que prendió fuego en la pólvora, al pedir que se aumentase el número de sacerdotes
en la Compañía para que fuesen puestos al frente de todas las casas y obras, pues
junto a 1.100 religiosos hermanos solamente había 42 sacerdotes. Esta decisión,
amén de contravenir a la composición mixta de la fundación, era inviable en la práctica
al contar la Compañía de María con amplia implantación en escuelas rurales
administradas por comunidades de hermanos. Evidentemente, esta cuestión dió lugar
a fuertes tensiones dentro de la Compañía.
4 Acuerdo 5º del Consejo de la Administración General y hecho público por el P.
Caillet en la Circular nº 69 del 8 de mayo de 1863.
5 Circular de Caillet, nº 73, 20 de abril de 1864.
5
Mientras la inquietud agitaba a los religiosos, el papa Pío IX aprobaba verbalmente la
Compañía de María, en audiencia concedida al P. Caillet, P. Lagarde y el Sr. Ailbert el
12 de mayo de 1865. La Consignación por escrito se publicó en un Breve Pontificio del
11 de agosto; pero no era, todavía, la aprobación de las Constituciones.
El P. Caillet convocó el Capítulo General para el mes de septiembre con la finalidad de
poner las Constituciones en armonía con las observaciones realizadas por la Sagrada
Congregación de Obispos y Regulares. La Santa Sede se inclinaba por la redacción
de Constituciones de 1864 antes que por las de 1839, pero no las aprobaría
hasta que no se hubiesen revisado y puesto de acuerdo con las 40
Animadversiones formuladas. La Sagrada Congregación mantiene que los
principales cargos en la Compañía sean dados a los sacerdotes, que en Roma la
Compañía sería clasificada como Congregación clerical, si bien se admitía que en
Francia continuaría reconocida como Congregación laical. El Capítulo vuelve a
reunirse a finales de septiembre del año siguiente (1865) y adaptaron el texto de las
Constituciones en concordancia con las recomendaciones de la Sagrada
Congregación. Son las Constituciones de 1867.
Pero como la inquietud continuase entre los religiosos que veían desaparecer la
composición mixta y el abandono de las escuelas rurales de primera enseñanza,
la Sagrada Congregación nombró un Visitador apostólico en la persona del arzobispo
de Burdeos, Mns. Donnet, quien declinó el ofrecimiento que fue encomendado al
Cardenal Matthieu, arzobispo de Basançon. A partir de marzo de 1868, Matthieu
recorrió todas las comunidades entrevistándose con los religiosos a fin de conocer las
disposiciones de ánimo de todos los miembros de la Compañía en Francia. Al término
de su visita mandaba convocar Capítulo General para el año 1868, presidido por él
mismo y compuesto por el Superior General y sus Asistentes, los Superiores
provinciales y dos delegados por cada provincia, uno de los cuales, al menos, sería
sacerdote.
El 5º Capítulo General se reuniría el 16 de noviembre de 1868 en Paris, en el nº 28 de
la calle Montparnasse, bajo la presidencia del Cardenal Matthieu, Visitador Apostólico.
El principal trabajo consistía en afirmar la composición mixta de la Compañía
por pertenecer a la idea carismático-fundacional de Chaminade: religiosos
sacerdotes y no sacerdotes en plano de igualdad jurídica excepto en las
acciones para las cuales sea necesario el sacramento del orden. Estaba en juego,
además, la dirección de obras y comunidades empleadas en la enseñanza primaria,
en cuyos establecimientos los hermanos eran directores de las escuelas y superiores
de las comunidades; es decir, peligraba la misión educativa de la Compañía. En el
Capítulo, los PP. De Lagarde y Simler fueron encargados de la revisión del texto
constitucional vigente a partir del artículo 334. El Capítulo tenía como segundo
objetivo la renovación de los miembros de la Administración General cuyos mandatos
expiraban. Como consecuencia de ésta, es elegido nuevo General en la persona del
P. Chevaux, y los dos hombres importantes, De Lagarde y Simler entran a formar
parte del Consejo como Primer y Segundo Asistentes, Jefes de Celo y de Instrucción,
respectivamente. A ellos se añaden Fontaine, consejero económico (Jefe de Trabajo)
y Morel, adjunto de Simler para las escuelas de primera enseñanza. Salvada la
composición mixta de la Compañía y con ello la dedicación a la enseñanza en todos
sus niveles, los capitulares se separaron el 19 de noviembre y el Cardenal Matthieu se
encargó de llevar él mismo a Roma el texto revisado de las Constituciones. Éstas
quedaron aprobadas en la audiencia del 22 de enero de 1869 y confirmadas por
Decreto del 30 del mismo mes.6
6 Ver en Delas, o. c., 120; sobre la naturaleza de la composición mixta en la Compañía
de María y el gran debate suscitado en el Cap. Gral. de 1869, cfr., Ignacio Otaño, Una
única familia. Nuestra composición mixta de religiosos sacerdotes y religiosos laicos,
SPM (Madrid) 1993) 41 - 77.
6
El Decreto pontificio del 30 de enero de 1869 aprobaba la composición mixta de
la Compañía de María. Seguirán años de paz. El P. Chevaux era un anciano de 72
años, querido por todos cuando inició su Generalato. Era Padre Maestro de novicios y
había sido uno de los discípulos preferidos de Chaminade. Después de treinta años
de largo proceso constitucional, finalmente la Compañía se encontraba
apaciguada y en el auge del II Imperio todo parecía indicar que se avecinaban
años de prosperidad. Se puede decir que la elección del P. Chevaux responde a la
nueva situación de pacificación después del largo proceso de afianzamiento
carismático e institucional que había durado desde la crítica dimisión del P.
Chaminade en 1840 hasta el Capítulo de 1868.
La guerra franco-prusiana vino a alterar el pacífico desarrollo de la Compañía, debido
a su fuerte implantación en Alsacia. Al inicio de las hostilidades en 1870, contaba esta
Provincia alsaciana con 300 religiosos, que atendían a 9.000 alumnos en 32
establecimientos. La pérdida de la guerra y la Kulturkampf bismarkiana conducente al
cierre de 5 casas, por fuerza de las ordenanzas del 7 y 12 de marzo de 1872 que
obligaban a la elección de la ciudadanía francesa o alemana. El Consejo General,
reunido en sesión del 18 de julio de 1872, declaró que "la Compañía de María no
desea abandonar los puestos a ella confiados si no es forzada por una ley de
proscripción". Finalmente, en el otoño de 1874 todos los religiosos hubieron de
abandonar Alsacia.7
La recepción de estos religiosos en suelo francés permitió acrecentar las obras en
Francia y abrir nuevas fundaciones. En el año 1874 se pudo fundar en Bélgica, en
Boussu; y en 1875, la antigua Institución Santa María de Burdeos reabría sus puertas
en el mismo local bordelés de la calle Mirail, donde había nacido hacía cincuenta años.
Además, la Provincia de América seguía su ritmo de crecimiento y en 1872 contaba
con 23 colegios en 12 ciudades. Religiosos retirados de Alsacia fueron enviados a
Estados Unidos para completar el personal docente de estas obras y para abrir nuevos
colegios en Nueva Orleans y Dayton (1869), San Miguel en Baltimore (1870), San
Agustín en Cincinnati y Allegheny (1871), Columbus y San Alfonso en Baltimore
(1872), San Salvador en Nueva York y Santiago en Baltimore (1873).
El P. Chevaux ya atisbó la necesidad de dar un reglamentación que ordenara la vida
de las comunidades, obras, administración y formación de la Compañía. Elaboró las
primeras instrucciones para concretar las funciones y límites de los Consejos
domésticos, de los directores y superiores, los reglamentos de estudios y ejercicios de
los religiosos y la organización de los escolasticados de enseñanza primaria. Trabajo
que propiamente habría de realizar y culminar el P. Simler, dando a la entera
Compañía un cuerpo legislativo completo y conjuntado. El 27 de diciembre de 1875
fallecía el Superior General en la sede de la Administración Provincial en París.
Durante su generalato la Compañía había aumentado sus efectivos en un quinto a
pesar de la pérdidas de novicios y postulantes con la expulsión de Alsacia: de 93
novicios y 146 postulantes en 1868, se descendió en 1873 a 73 novicios y 113
postulantes. En cuanto a los efectivos ya profesos, de 1.082 religiosos en 1868, de los
cuales 520 con votos definitivos, de ellos 48 sacerdotes y 23 clérigos, se pasó en
1.873 a 1.282 religiosos, con 640 definitivos, entre los que hay que contar 58
sacerdotes y 22 clérigos.
El Vicario General, P. Demangeon, de conformidad con los artículos 474 y 475 de las
Constituciones, convocaba el Capítulo General, para el 19 de marzo de 1876. La
finalidad estaba bien clara, la elección del Superior General y de sus Asistentes. A
petición de la Santa Sede el Capítulo dió comienzo bajo la presidencia de Mns.
7 Lebon, La Société de Marie (Marianistes). Histoire d'un siècle (1817-1917) (Nivelles
1928) 76.
7
Richard, coadjutor y delegado del arzobispo de París, Mns. Guibert.8 El número de
capitulares fue de 24; el reglamento había sido elaborado por el P. Simler. Se procedió
primero a las elecciones. En la primera votación para Superior General hubo
empate entre Simler y De Lagarde, director de Stanislas, quien tomó la palabra
para renunciar a la elección. Entonces, los capitulares eligieron al P. Simler,
quien durante el gobierno de Chevaux había realizado funciones de General, visitando
las comunidades de Austria en 1872 y de América en 1875. Era ya muy conocido por
su equilibrio, capacidades intelectuales y organizativas y su espíritu religioso. Con él
fue elegido su Consejo, el P. Carlos Demangeon, como Jefe de Celo; el P. Hipólito
Boisson, Jefe de Instrucción; D. Félix Augusto Fontaine fue escogico Jefe de Trabajo y
D. Francisco José Girardet, Adjunto al Jefe de Instrucción. En sus notas personales, el
P. Demangeon recogió el estado de ánimo satisfactorio y pacificado con el que se
llegó a la sesión de clausura:
"El Capítulo -empezado después de tantos contratiempos y no sin
inquietudes- se celebró en medio de una gran paz, provocó una unión
más estrecha entre sus miembros y quedó clausurado en la alegría del
Señor."9
Efectivamente, se había establecido la calma. De hecho, al terminar el Capítulo, Mns.
Richard invitaba a la Administración General y a los capitulares a dar la última mano a
las Constituciones y a solicitar su aprobación canónica a la Santa Sede.
Simler asumió su misión y ya en su primera circular como Superior General, datada el
23 de abril de 1876, anunciaba a todos los religiosos cuál habría de ser la finalidad de
su generalato:
"No estará lejos el momento oportuno para solicitar de Roma, con éxito,
la aprobación de los artículos de las Constituciones, uno por uno. De
consiguiente, se impone el proceder con prudencia y madurez."
"Con éxito" y "uno por uno" llevó a término toda la legislación necesaria para la
organización interna de la Compañía de María, cerrando el proceso constitucional,
abierto con la crisis planteada por la dimisión del P. Chaminade de Superior General el
8 de enero de 1840. El perfecto ajuste de este proceso carismático-administrativo-legal
gracias a la inteligencia y fortaleza de Simler permitió a la Compañía seguir creciendo
hasta finales de siglo en medio de las hostilidades de la Tercera República a la
enseñanza religiosa.
3) LA TERCERA REPÚBLICA Y LA CONSOLIDACIÓN DEL LIBERALISMO
FRANCÉS
Los años del generalato del P. José Simler vinieron a coincidir con el afianzamiento y
consolidación del régimen liberal-burgués en Francia, tanto en la legislación, cuanto en
la economía, mentalidad y formas de vida sociales, por mano de la III República.
Los acontecimientos políticos por los que se llega a la III Republica a partir de la
derrota militar del II Imperio de Luis Bonaparte ante el ejército prusiano nos son de
8 Sobre la apertura e inicio del Capítulo General de 1876, véase en Delas, o. c., 161162.
9 Delas, o. c., 163 (n.24).
8
sobra conocidos10: el 1 de septiembre de 1870 se pierde la guerra con Prusia en la
derrota del Sedán. Luis Napoleón III es tomado prisionero poniéndose fin al II Imperio.
Sin gobierno en el país, los republicanos dan un golpe de Estado y el 4 de septiembre
proclaman en París la República, estableciendo un gobierno de salvación nacional.
París capitula ante el ejército prusiano en enero de 1871. Entonces es preciso
proceder a nombrar un gobierno que represente a la nación para negociar las
condiciones de paz. El 8 de febrero se procede a las elecciones de la Asamblea
Nacional. El país, llamado a votar en plena guerra y sin posibilidad de una campaña
electoral previa, votó por la paz y eligió a los notables locales que ya conocía. En
consecuenca, los escaños de la Asamblea fueron ocupados por elementos
conservadores y de sentimientos monárquicos. Reunidos en Burdeos, los diputados
nombran jefe del poder ejecutivo al viejo liberal moderado Thiers. El gobierno
establecido, firma el acuerdo de Versalles por el que Francia pierde Alsacia y Lorena,
ha de pagar cinco millones de francos de indemnización y consentir la ocupación de su
territorio por tres años.
Las medidas antipopulares tomadas por los liberales conservadores aumentan la
miseria de las clases menestrales, que unido a un patriotismo popular herido y a una
ansiedad republicana que ve amenazados sus ideales más radicales, atiza la
insurrección proletaria-socialista de la Comuna. Aplastados por la fuerza de las armas,
el paso final en la transición hacia la pacificación política se dio con la firma de la paz
de Frankfurt el 10 de mayo de 1871.
Establecida la paz se procede a la definición del régimen político. Las elecciones del 8
de febrero de 1871 habían configurado una Asamblea de mayoría realista, compuesta
por terratenientes y abogados conservadores de provincias, pero ya convencidos de
las ventajas del parlamentarismo y de las mejoras económicas y sociales del
liberalismo. En la oposición se sentaba la minoría republicana, dividida en dos
tendencias, una moderada, democrática, y otra revolucionaria, a la que los
acontecimientos de la Comuna habían desacreditado. Pero tras los fallidos intentos
para que el conde Chambord aceptara la monarquía parlamentaria -era un legitimista
del Antiguo Régimen- la Asamblea realista se volvió hacia el republicanismo más
liberal formando un gobierno fuerte por miedo a que legitimistas por la derecha y a
radicales por la izquierda les arrebataran las libertades burguesas.
En efecto, los enemigos más feroces del orden constitucional eran los conservadores,
entre los que subsistían las antiguas tradiciones del legitimismo, del bonapartismo y
del orleanismo. Todos ellos rechazaban la República y el gobierno parlamentario y
propugnaban la restauración de la monarquía o del bonapartismo. La derecha poseía
sus apoyos en los círculos de la nobleza, en el cuerpo de oficiales que achacaban a la
Tercera República la derrota ante Prusia, el alto clero y las numerosas congregaciones
religiosas que tenían una gran influencia por el hecho de controlar prácticmante todo el
sistema de educación de Francia.
Los Estatutos constitucionales de 1875 establecieron un régimen republicano
presidencialista, con la posibilidad de transformarse en una monarquía parlamentaria
si fuera necesario. Con ello, los conservadores monárquicos estaban satisfechos. Una
vez que el conservador Mac Mahon alcanzó la presidencia de la República, estaba
asegurada una república parlamentaria. De esta manera se ha quedado
definitivamente establecido y asentado el liberalismo político. Se formó así una
República, creación de la alta burguesía, en la que no existía un sólido sistema de
partidos; los partidos carecían de una organización rigurosa y las fronteras entre ellos
10 Ver, Jacques Néré, "Francia durante la Tercera República (1870-1914)", en Historia
contemporánea. El siglo XIX, col. Historia Universal Labor, T. V (Barcelona 1989) 267280; Guy Palmade, La época de la burguesía, en Historia Universal, Siglo veintiuno,
Vol. 27, (Madrid 1985) 227-241; Wolfgang J. Mommsen, "La época del imperialismo"
en Historia Universal Siglo veintiuno, T. 28 (Madrid 1987) 96-101.
9
eran imprecisas. Los personajes y no los programas decidían el curso de los
acontecimientos políticos. Únicamente los radicales poseían un programa más o
menos definido, entre cuyos fines se encontraba un sistema de educación laico. El
centro republicano lo poseía la burguesía acomodada que seguía fiel al ideal liberal del
"laissez fair" y en política se regía por el principio del "justo medio". En nombre de la
estabilidad social y de la prosperidad económica, los republicanos defendían el
sistema existente de los ataques de la derecha y de la izquierda, ganándose así el
atributo de "oportunistas"; en realidad, perseguían una política que correspondía a los
intereses de la gran burguesía, sin prestar atención a las necesidades de los
campesinos, la pequeña burguesía y la clase obrera.
A partir de 1879 con la dimisión del Presidente Mac Mahon, sustituido por Grévy, los
republicanos convencidos se convierten en los dueños de la III República e
inmediatamente se entregan a la tarea de aplicar el credo liberal a todas las
instituciones públicas. De esta suerte, una Asamblea que había comenzado siendo de
credo realista y conservador se convirtió en una democracia liberal-radical, que se
impuso la tarea de transformar el país en una sociedad moderna en la vida política,
económica y cultural, según la doctrina del liberalismo. Lógicamente se inicia un
proceso de separación Iglesia - Estado y en consecuencia se acomete la
secularización de las instituciones públicas en un país de mayoría católica. Después
de la publicación del Syllabus en 1864, en el que Pío IX condenaba los fundamentos
teóricos del racionalismo moderno y del subjetivismo del pensamiento liberal y en el
que el Sumo Pontífice afirmaba no poderse reconciliar con el mundo moderno, los
republicanos y liberales identificaron la Iglesia católica con la reacción política y social
y vieron en los católicos a sus adversarios naturales. Plenamente imbuidos de su
credo liberal, empírico-racionalista, y de la idea del progreso material y cultural de la
historia, y ya sin creencias religiosas, los republicanos moderados en el poder
pensaban que era necesario sustituir la religión por la ciencia para la edificación de un
mundo nuevo.
En un proceso similar al alemán, al italiano y al que soterradamente se está dando por
estas mismas fechas en España, asistimos a la general lucha cultural de los
parlamentos liberales contra las instituciones educativas de la Iglesia para implantar el
orden nuevo de la ciencia y la razón que pusiera fin al oscurantismo y a la sumisión del
Antiguo Régimen. El Estado burgués reclama la educación de sus ciudadanos; lo cual
obligaba arrebatar a la Iglesia el control de la enseñanza primaria, en manos de los
Municipios que la habían entregado a las congregaciones religiosas. También se había
de secularizar la enseñanza media, pues si bien Napoleón había establecido los
Liceos en las capitales de Departamentos, en la práctica los colegios católicos
educaban a la gran mayoría de la población juvenil; y además la enseñanza de las
señoritas no había sido prevista por lo que las hijas de las familias adineradas eran
recibidas en conventos y monasterios de religiosas para recibir su formación.
Con Jules Ferry, ministro de Instrucción Pública y de Bellas Artes, desde febrero de
1879, hasta noviembre de 1881, se acomete la reforma educativa. Ayudado por
Buisson elaboró las nuevas leyes escolares declarando la enseñanza primaria estatal,
laica y gratuita; y dejando la clase de religión fuera del horario escolar. A partir de las
leyes de la secularización del 29 de marzo de 1882 se da inicio a la guerra de la
enseñanza. En todas estas medidas no hay que ver solamente un forcejeo ideológico
con la Iglesia; subyacen también necesidades sociales reales debidas a la masiva
carencia de escolarización de la población infantil y a otras nociones de naturaleza
utópico-pedagógicas en aquellos hombres que veían en la enseñanza elemental y
técnica el único medio puesto a disposición de los pobres para salir de su miseria. No
faltaba tampoco el aliento patriótico: era opinión generalizada en Francia que el
verdadero vencedor de la guerra de 1870 había sido el maestro prusiano, por la
formación que daba a los futuros reclutas. Pero en último término, era una prerrogativa
del Estado soberano liberal que recababa para sí la educación del ciudadano a fin de
formarlo en la mentalidad democrática y en el ejercicio de sus derechos políticos. Por
10
todas estas razones, la enseñanza se convirtió para unos y otros en la bandera de las
disputas ideológicas durante la Tercera República.
Unido a este proceso legislador en lo docente, el Gobierno prodigó las libertades
fundamentales: en 1881, la ley de prensa y de reunión y en 1884, la ley sindical y de
elección democrática de los Ayuntamientos. Con estas leyes, se fueron implantado las
medidas liberales más moderadas -las de los oportunistas- y el régimen democrático
liberal ve aseguradas las conquistas políticas, jurídicas, económicas y sociales que se
venían dando en Francia desde Napoleón. Al tiempo que se rechaza el ideal de
República radical de la Constitución del año I de la Revolución (1793) que dió lugar a
la temida Convención.
Aún con esta orientación moderada, la Tercera República se ha granjeado la
enemistad de los católicos, hasta tal punto que ha de ser el mismísimo Sumo
Pontífice, León XIII, quien inicie el Ralliement de los católicos con la República. En la
encíclica Libertas (1888), afirma el Papa que "es una calumnia clara y sin fundamento
afirmar que la Iglesia mira desfavorablemente la mayoría de los sistemas políticos
modernos y rechaza por completo todos los descubrimientos del genio
contemporáneo." Ante el escándalo y divisiones en el seno de los católicos por las
declaraciones pontificias, todavía hubo de insistir el Papa en febrero de 1889 con una
nueva encíclica, Nobilissima Gallorum Gens. Tan buenas disposiciones, hace que los
republicanos oportunista acepten el Concordato napoleónico de 1802. A cambio, la
Santa Sede declara con la publicación, esta vez ya en francés, de la Au Millieu des
Sollicitus (1892) que el gobierno establecido es legítimo y sólo se han de cambiar sus
leyes. Pero a pesar de los intentos de acercamiento las desconfianzas y fricciones
entre católicos y liberales continuaron.
En el horizonte se atisbaban oscuros nubarrones de tormenta para cualquier
observador avezado, y Simler y su Consejo lo eran. A la vista de los acontecimientos
preveía sus consecuencias; y en el Capítulo General de 1886 declaraba:
"Los acontecimientos parecen prepararnos para pruebas exteriores más fuertes que
en el pasado (...) ¿No nos veremos en la necesidad de abandonar progresivamente un
gran número de lugares en los que ahora nos encontramos? ¿No entrevemos, incluso,
el expolio en un porvenir próximo?"11
Temiendo "la necesidad de abandonar" y "el expolio", el P. Simler orientó la expansión
de la Compañía de María en Francia hacia las nuevas fundaciones en Italia, España y
Japón.
4) JOSÉ SIMLER, EL SEGUNDO FUNDADOR
Los religiosos que en el Capítulo de 1876 eligieron Superior General tenían al P.
Simler, y él se tenía a sí mismo, como el hombre designado por Dios para acabar la
redacción y aprobación canónica de las Constituciones de la Compañía de María,
cerrando así el largo proceso constitucional. En efecto, todo apuntaba a que sería el
hombre capaz de institucionalizar la Congregación: sus dotes intelecutales, morales y
religiosas, su trayectoria personal y su experiencia en el gobierno de obras y en la
Administración General a pesar de su joven edad, pues tan sólo contaba 43 años
cuando fue elegido cuarto Superior General de la Compañía de María.
José Simler había nacido en Saint-Hippolyte, cantón de Ribeauvillé, provincia del
Rhin superior, el día 21 de octubre de 1833, en un típico hogar rural y católico de
campesinos y artesanos. Desde la infancia se muestra muy religioso; adolescente con
doce años siente vivas experiencias religiosas. Pronto destacó en la escuela
municipal, de la que en 1848, se hicieron cargo los marianistas. Alumno del colegio
11 Lebon, La Société de Marie, 124.
11
de segunda enseñanza de los religiosos marianistas, recorrió con extraordinaria
facilidad todo el ciclo de bachillerato, debido a su notable inteligencia y a una
prodigiosa facilidad de trabajo. En 1850 termina su bachiller en letras con pleno
dominio del francés, alemán y latín. No es extraño que el director del centro quisiera
conservarlo como profesor. En clase con los alumnos se muestra metódico,
equilibrado y diáfano en sus explicaciones. Y en 1853, movido por sus inquietudes
religiosas ingresa en el postulantado de los marianistas sito en el internado del mismo
colegio de Saint-Hippolyte.
Por su deseo manifiesto de ser enviado a las misiones extranjeras, su portentosa
facilidad para las lenguas y su reconocida inteligencia, los superiores preveían
destinarlo a los Estados Unidos en donde el P. Meyer acababa de fundar la Compañía
en 1849. En aquellos momentos iniciales de su formación los superiores pensaron en
él (según consta en el informe del P. Fridblatt del 17 de septiembre de 1853) porque
ya lo veían como "un hombre eminente, que será la gloria de la Compañía de María, y
que, dentro de diez años, a más tardar, llegará a ser el Superior Provincial en el Nuevo
Mundo. (...) Me parece que lejos de oponerse a su marcha, hemos de agradecer a la
Divina Providencia nos haya regalado un hombre de tal valía. Por lo demás, resulta
ventajosa, para un país lejano, la posesión de un sujeto que llegará a ser universal."12
Pero no fue eviado a América sino que fue visto más sensato hacerle realizar en
Francia sus estudios superiores. A partir de ahora su carrea va a ser meteórica.
Emitidas sus promesas de novicio deja Saint-Hippolyte y el 26 de octubre de 1853
pasa a comenzar su noviciado en la finca de Santa Ana, en Burdeos, bajo la
dirección del P. Chevaux. Profesó los primeros votos el 17 de septiembre de 1854
en el Colegio Santa María de la calle Bonaparte, en París, recién comprado el año
anterior, por mediación del P. Lalanne. Caillet lo retiene en París para profesor del
colegio. Compagina la docencia con los estudios de Teología en el Seminario
diocesano al mismo tiempo que inicia la Licenciatura en Letras por cuenta propia.
Realizados sus votos perpetuos en 1856, recibe todas las órdenes menores durante
1857, hasta la ordenación el 19 de diciembre.
El joven sacerdote es enviado de capellán al colegio Santa María de Besançon y
cuando en 1860 su director, el P. Fidon, es nombrado Provincial de Alsacia, Simler le
releva en la dirección. Contaba 27 años. Continúa compaginando la dirección y
docencia con sus estudios civiles. En 1863 se presentó al examen de Licenciatura en
Letras en la Universidad de Burdeos. En la dirección del colegio muestra grandes
dotes organizativas y en 1860 eleva a 300 el número de alumnos; el prestigio del
centro es grande en todo el Franco-condado. Su pensamiento pedagógico ha de
situarse en la línea de la atención al mundo interior, psicológico y moral, del
niño, propio de la nueva pedagogía decimonónica que ya iniciara Lalanne en la
Compañía.13
En estos años participa en el Capítulo General de 1864 para la revisión de las
Constituciones. Simler va a formar parte de las comisiones responsables de dicha
revisión, para clarificar dificultades y precisar los temas de discusión. Su trabajo es tan
eficaz que en marzo de 1865, el P. Caillet pudo viajar a Roma para conseguir la
aprobación definitiva de la Compañía y de sus Constituciones. La Santa Sede aprobó
la Compañía el 12 de mayo, pero en lo tocante al texto constitucional pidió fuese
revisado de nuevo para que al frente de todas las casas y obras hubiese un religioso
sacerdote. Ya conocemos el conflicto y confusión que esta decisión creó en los
religiosos y comunidades, hasta tal punto de ser necesaria la visita apostólica de Mns.
Matthieu, arzobispo de Besançon y la convocatoria del Capítulo de 1868 para poner fin
a las suspicacias y pacificar la Compañía. El 19 de noviembre de 1868 el Capítulo
12 Luis Cousin, José Simler, 19 y 20.
13 Ver los criterios y modos pedagógicos de Simler durante la dirección de Besançon
en Cousin, o. c., 35 - 40.
12
eligió Superior General al P. Chevaux y a su nuevo Consejo de gobierno en el
que entra Simler, elegido segundo Asistente, responsable de los colegios de
enseñanza media. Este es el Capítulo de la pacificación; después del mismo, el
Cardenal Matthieu viajó a Roma a presentar al Santo Padre las decisiones capitulares;
el decreto pontificio del 30 de enero de 1869 puso punto final a todo el conflicto,
confirmando a la Compañía de María tal como había sido concebida por su fundador.
Pero la aprobación de las Constituciones quedó aplazada.
En 1868 Simler deja Besançon para establecerse definitivamente en París donde es
director de la sección de pequeños del Colegio de Stanislas; cargo que
desempeñó hasta 1873 compaginado con el de Segundo Asistente. Al frente del
Colegio tuvo por alumno al Príncipe de Asturias, más tarde rey de España,
Alfonso XII. Su madre, Isabel II, a quien la revolución de septiembre de 1868 había
destronado, se estableció en París y llevó al príncipe Alfonso, Francisco de Asís, Pío,
de Borbón al Colegio Stnislas, en donde ingresó en septiembre de 1869. En el Petit
Collège Stanislas (sección de pequeños del colegio Stanislas, en el 133 de la rue de
Rennes) Alfonso cursó las clases de Septiéme (1869) y de Sixième (1870) con doce y
trece años respectivamente. Allí estuvo hasta que los rumores de guerra entre
Alemania y Francia obligaron a la reina a trasladarse con su pequeña corte a Austria.
Alfonso abandonó el colegio, pero las cordiales relaciones mantenidas por el Príncipe
con sus directores, Simler y Lagarde, favorecieron a que cuando Don Alfonso era ya
rey de España y Simler Superior General de los Marianistas, éste le propusiera en
1876 ser inscrito miembro perpetuo de la Asociación de Antiguos Alumnos de
Stanislas. El Soberano respondió con exquisita amabilidad, que se honraba con estar
en tan buena compañía. Al mismo tiempo rogaba a su antiguo director tuviera a bien
aceptar el nombramiento de Comendador de Número de la Orden de Isabel la
Católica. Simler contestó en acto de agradecimiento y de respeto, no exento de afecto
paternal. Agradece a Don Alfonso XII la distinción y luego le recuerda que obtuvo en
1870 en el Colegio el primer premio de Historia y, aprovechando esta reminiscencia,
cita a Bossuet, para recordar el deber que incumbe a los Príncipes de favorecer a la
Iglesia. Finalmente, en nombre de los Antiguos Alumnos, agradece a Su Majestad, el
honor que les ha dispensado, incluyendo su nombre entre los asociados perpetuos. La
relación epistolar entre la Compañía y el Monarca español continuó con el P. Lalanne,
en carta que éste le enviara a Don Alfonso para comunicarle su pésame por la muerte
de la reina Doña Mercedes y que el Rey contestara en agradecimiento, el 8 de julio de
1876, desde El Escorial14. Si bien la Compañía de María se estableció en España
después de la muerte de Alfonso XII, aquel contacto con la familia real española fue
una de las bazas decisivas para conseguir el permiso civil de entrada. El P. Lagarde
conservó posteriormente algunos contactos con la Corte de España, para felicitar a la
Reina gobernadora, por el nacimiento del Príncipe de Asturias, futuro Alfonso XIII;
felicitación a la que Doña María Cristina respondió con una carta de agradecimiento.15
La estancia en París permitió a Simler comenzar el Doctorado con dos tesis, una de
latín y otra de lengua francesa. Todas las críticas de los profesores subrayan la
seriedad y meticulosidad del trabajo, la claridad en la exposición de conceptos y la
trabazón lógica y racional de su pensamiento.
El nuevo Consejo General, señaló al P. Simler como el hombre en el que todos
confiaban. En efecto, la guerra con Prusia hace trasladar la Administración
General a Moissac, dejando a Simler en París al frente de las obras de la
Compañía, sorteando aquel año terrible del asedio y de la Comuna, siempre al frente
del Colegio Stanislas transformado en hospital militar hasta el 31 de mayo de
1871. El ocio impuesto por la guerra lo ocupó en tareas intelectuales: adelantar sus
14 La misiva de Alfonso XII se conserva en AGMAR: 83.7/ 199.
15 Anónimo (Francisco Mtz. de Atristáin), Vida del R.P. Vicente Olier (Madrid 1968)
58-59; Barbadillo, El colegio marianista de Cádiz, 63 (n. 52).
13
tesis de doctorado e investigar en los archivos de la Compañía; tarea ésta que va a
dar inicio a la recuperación de la figura del fundador y del carisma fundacional. El
mismo Simler nos lo cuenta:
"Encerrado en París durante el largo sitio de 1870 - 1871 ocupábamos
nuestros ocios en hojear los archivos de la Compañía de María, cuando
nuestra atención se fijó en los documentos referentes al Fundador, el P.
Chaminade. Su lectura constituyó una revelación. Realmente el P.
Chaminade, nos decíamos, ha sido y continúa siendo, un desconocido,
no sólo en las regiones que ha ejercido su apostolado, sino incluso
entre las familias religiosas en que se continúa viviendo de su espíritu y
en cierta manera bajo su dirección. La piedad filial nos llevó a proseguir
el trabajo empezado durante la guerra."16
Terminada la guerra el Consejo General dejó en sus manos los graves
acontecimientos de la expulsión de Alsacia. Simler predica los retiros de la Provincia
en 1871 y 1872 y se da cuenta enseguida que se imponía el éxodo en masa de los
religiosos. Gracias a esta afluencia, la Compañía puede extenderse en el Oeste, en el
Norte, fundar en Bélgica y reforzar las casas de formación en América. El Capítulo
General se vuelve a convocar en Besançon en septiembre de 1873. El volumen de
las obras y de personal es tal, que los capitulares juzgaron más apropiado descargar a
los Consejeros de toda otra ocupación y Simler es relevado de sus funciones de
director de primera enseñanza. Con 40 años, es el más joven de los consejeros y
sobre él recae la visita a las comunidades y obras. Recorre los colegios de
Francia y merced a su conocimiento del alemán e inglés, también de Austria y
América, en 1875. Este contacto directo con los directores, ecónomos, profesores
marianistas, hermanos obreros y consejos de las comunidades le proporciona un
conocimiento meticuloso de la situación de la Compañía. Se percata de las
necesidades más urgentes en la administración y gobierno de las obras y
comunidades, así como de la vida espiritual de los religiosos. De tal modo que ya de
Asistente de educación comenzó una tarea de unificación de libros de texto,
programas y reglamentos de las escuelas marianistas. Téngase en cuenta que la
comunidad religiosa formaba un todo inseparable con la obra colegial.
El 27 de diciembre de 1875 fallecía el P. Chavaux y el Capítulo que tuvo que
proveer su reemplazante se reunió el 17 de abril de 1876, en la sede de la misma
Administración General, calle Montparnasse. Fue presidido por Mns. Richard,
coadjutor de París, en nombre y sustitución del Cardenal Guibert, delegado de la
Santa Sede. En la primera votación concurren De Lagarde y Simler. Con la renuncia
de aquel, Simler fue elegido y proclamado Superior General. A tenor de su
trayectoria y con sus antecedentes, los religiosos vieron en él al hombre designado por
la Providencia para alcanzar la aprobación canónica de las Constituciones e
institucionalizar la organización de la Compañía. En su primer discurso en la sesión de
clausura del Capítulo reveló los sentimientos con los que había aceptado su nuevo
cargo: "El acto por el cual he aceptado mi cargo, es decir, el juramento que pronuncié
sobre la Cruz de mi Salvador, me recordaba que esta carga es realmente una cruz
muy pesada. La he aceptado como viniendo de la mano de Dios, en espiritu de
obediencia (...)."17 Estas palabras no poseían un simple valor piadoso para la
circunstancia sino que su autor, por "su misión especial", tenía que despertar en los
16 Simler, G.-J. Chaminade, Avant-propos.
17 Cousin, o. c., 58.
14
religiosos la veneración por el fundador y la devoción a la Virgen, como síntesis de la
inspiración fundacional de Chaminade.18
En efecto, Simler se tuvo, y así fue reconocido, por el segundo fundador. La primera
visita que realizó después de ser designado General fue a la tumba del P. Chaminade
a quien pide las virtudes necesarias para gobernar la Compañía, entre las cuales
destaca, "el espíritu de la Compañía de María". Interpretó como un signo divino el
haber dado los últimos sacramentos a los dos últimos marianista fundadores, al Sr.
Bidon y al P. Lalanne: "¡Desearía que esta coincidencia fuera para mí el presagio
cierto de que consagraré todas mis fuerzas en perpetuar entre nosotros el espíritu de
la Compañía de María!"19. En 1901, en medio del más fuerte oleaje anticlerical de la
República, reúne en la finca de Antony, cerca de París, a los seminaristas y religiosos
estudiantes en la Universidad con la siguiente intención: "De esta manera, haremos
verdaderos religiosos; y si tenemos verdaderos religiosos, venga lo que venga, el
porvenir lo tenemos asegurado."20 En definitiva en el Capítulo de1886 resumió su
misión en estos términos:
"El gran deber del Superior General es animar a cada uno, luego
obtenerse la estima de todos y lograr el amor y la observancia de las
Constituciones. No menos, los superiores y directores, a su vez,
quienes no desearán otra cosa que aplicarse a esta tarea. Por mi parte,
ateniéndome a mi oficio, hacer observar todos los artículos, y a no
permitir ningún abuso; he tomado la decisión de concentrar mis
esfuerzos sobre un punto particular, para alcanzar los mejores
resultados. Si abrís las Constituciones, encontraréis después de la
definición de la Compañía, la indicación de su fin principal y de su
primer deber: "La Compañía se propone elevar a cada uno de sus
miembros a la perfección evangélica."21
Completar las Constituciones, conseguir su aprobación pontificia, unificar la Compañía
en sus instituciones, por vía de sus mandos y fortalecer la vida espiritual de los
religiosos recurriendo a la inspiración del fundador, he aquí el plan de Simler; logró así
un cuerpo de docentes bien uniformado e imbuido de un fuerte espíritu interior que
permitió soportar la expulsión de Francia y fundar en nuevos países y regiones con un
estilo y una personalidad religiosa y educativa netamente definida. En esta misión
histórica, también los religiosos reconocieron en él al hombre puesto por Dios para
completar la obra del fundador. Ya en el Noviciado había dicho de él su Padre
maestro, Chevaux, "Simler es el que tiene más espíritu del P. Chaminade."22
Desde sus primeras decisiones de gobierno Simler va a compaginar la
institucionalización de la Compañía con el reforzamiento del espíritu interior. La
primera tarea será la redacción definitiva del texto constitucional para su aprobación
por la Santa Sede. Visita personalmente en Roma la Sagrada Congregación, entre
el 16 y el 25 de junio de 1877, para presentar un informe de la situación de la
Compañía y disipar prejuicios a fin de preparar a largo plazo la aprobación
definitiva de las Constituciones; visita de la que dio amplia relación en su Circular nº
7, del 29 de junio.
18 Notas íntimas del P. Simler, del 31 de mayo de 1878; cfr. en Lebon, o. c. 93.
19 Lebon, o. c., 85 (n.1).
20 Lebon, o. c.,96 (n. 1).
21 Lebon, o. c., 99.
22 Cousin, o. c., 21.
15
A su regreso de Roma se aplicó en sus visitas y por medio de sus Circulares a inculcar
a los religiosos el verdadero espíritu de la Compañía de María. Durante su dilatado
Generalato llegó a publicar noventa y cuatro Circulares, en las que fue presentando
tanto los diversos aspectos espirituales, doctrinales y organizativos de la Compañía,
como los acontecimiento históricos marianistas y eclesiales. Con la Circular nº 20 (19,
III, 1881) convocaba el Capítulo General en el que se había de poner "en primer
término la revisión de las Constituciones, con miras a obtener la aprobación que se
nos propone solicitar de la Santa Sede". Reunidos los 24 capitulares el 10 de mayo en
Bellevue, trabajaron sobre un texto elaborado por el Consejo y el P. Simler. El texto
respondía a los criterios de claridad, orden lógico y sencillez para ser retenido por la
memoria y que contuviese los caracteres propios de la Compañía de María23. Simler
envió el 23 de mayo de 1881,al Santo Padre el texto de las Constituciones
solicitándole la aprobación de las mismas. Roma responde indicando los puntos que
se han de corregir y a esta tarea se aplicó el obispo auxiliar de París, Mns. Richard,
auxiliado por el P. Simler, quien envió un largo informe a Roma. En esta revisión, se
tardó algunos años hasta que el 24 de febrero de 1885 la Santa Sede autorizó al
Superior General a publicar las Constituciones y enviar un ejemplar a cada religioso
para que fuesen puestas a prueba durante siete años antes de solicitar su
aprobación24. El Decreto de aprobación llegó, por fin el 10 de julio de 1891, por
León XIII y el Breve pontificio fue emitido el 24 de julio. Actos de los que da
información a toda la Compañía con las Circulares nº 57 (31, VII, 1891) -"Aprobación
de las Constituciones"- y nº 58 (23, VIII, 1891), sobre el "Envío de las Constituciones
aprobadas. Comentario de las principales modificaciones introducidas en el texto." En
la mentalidad clasista de la época se explica a los religiosos que los profesos
definitivos recibirán su ejemplar en propiedad; los superiores de las comunidades
dispondrán de un depósito del que dejarán a los religiosos temporales un ejemplar que
habrán de restituir al cambiar de comunidad.
El largo proceso de redacción, revisión y aprobación permitió un conocimiento
profundo del espíritu del fundador y de los rasgos característicos de la Compañía.
Unido al trabajo constitucional, Simler se aplicó a la elaboración de reglamentos para
uso de las diversas categorías de personas que configuraban la Compañía y sus
empleos25. El Reglamento de los postulantes, aparecido en 1875 cuando era Jefe de
Celo y el postulantado había sido trasladado a Besançon durante su gestión de
Director al frente de aquel colegio, fue rehecho en el Directorio de Postulantes, en
1901. El Reglamento de los novicios apareció en 1877 para el noviciado de RisOrangis, cerca de París, modelo de los noviciados en la Compañía. En el mismo año
aparece el Calendario litúrgico propio de la Compañía de María. Se preocupa de
atender a la vida de oración de los religiosos con la edición de libros de espiritualidad,
tal como había hecho el fundador, y así publica en 1886 la Guide de l'homme de
bonne volonté dans l'exercice de l'oraison. En 1887 se ofrece a los religiosos el
propio litúrgico de la S. M. y un nuevo Formulario de las oraciones vocales
(Circular nº 9 del 29, I, 1878) y la Guía de la Oración mental (Circulares nn. 35 y 36
del 21, X, 1885 y 1, I, 1886). Para acompañar a la aprobación de las Constituciones se
23 Así se expresa Simler en varias ocasiones; cfr. Delas, o. c., 166 - 167.
24 Simler, Circular nº 39, Después de la clausura del Capítulo General (8, V, 1886),
afirma que el objetivo del Capítulo fue uno sólo, "asegurar la ejecución plena, fiel y
sincera de nuestras Constituciones y de todas las recomendaciones hechas a la
Compañía de María por la Santa Sede y transmitidas por Su Eminencia el Cardenal
Guibert (según Circular nº 31, del 7, III, 1885)"; en los Estatutos capitulares de acordó
elaborar un comentario a las Constituciones y un Coutumier.
25 La obra escrita legislativa, disciplinar y espiritual del P. Simler en Cousin, o. c., 107111.
16
publicó en 1893 el Libro de Usos y costumbres: colección de reglas, estatutos y
ordenanzas que dirigen a los religiosos de la Compañía de María en los detalles de su
vida religiosa y acción apostólica. Se crea un órgano de comunicación interna entre
todas la Provincias del mundo mediante la edición de la revista Le Messager de la
Société de Marie, aparecida en febrero de 1897 a petición del Capítulo General de
1896 y, a raíz de la expulsión de Francia, fue sustituido por L'Apotre de Marie. Echo
des oeuvres et des missions de la Société de Marie, cuyo primer número apareció en
mayo-junio de 1904. En 1887 aparece el Necrologium de todos los religiosos fallecidos
dentro de la Compañía.
Preocupado por la formación de los jóvenes religiosos, que pasaban directamente del
noviciado a la docencia, Simler creó cuatro Casas de Estudio: el Escolasticado de
Primera Enseñanza en Ris-Orangis, para los hermanos destinados a esta enseñanza;
el Escolasticado de Segunda Enseñanza, en Besançon, para los destinados a este
nivel; el Escolasticado Superior, en París, calle Montmartre, para los destinados a los
estudios superiores y en 1897 el Escolasticado de Teología, en Antony, cerca de
París, para los destinados al sacerdocio. La formación teológica de los seminaristas
era una preocupación y desde 1887 envió a Roma algunos seminaristas para que
siguieran los cursos de Teología en la Minerva y en el Colegio Romano. Al Seminario
de Antony se enviaron también religiosos laicos para completar sus estudios
universitarios en las Facultades parisinas. La vía para la formación superior de los
religiosos había sido encontrada. Consecuentemente, tendremos los primeros
religiosos a los que se les orienta a la obtención de Tesis doctorales (el Sr. Bieler en
1879 y el P. Coulon, 1902). Creando Antony, el Superior General tenía el sentimiento
de haber realizado aquello que tanto ansiaba: "Tendremos así, decía en 1901,
verdaderos religiosos; y si tenemos verdaderos religiosos, venga lo que venga, el
porvenir lo tenemos asegurado"26.
La institucionalización de la Compañía se podría hacer si se contaba con la
colaboración de los Superiores Provinciales y si se partía desde la formación inicial por
la obra de los Maestros de novicios. Con ambos grupos tiene el General una reunión
anual de varios días con ejercicios espirituales, a partir del año 1883. A esta iniciativa
le acompaña la publicación de un Manual de Directores y de la Instrucción sobre los
Consejos de las Casas particulares, ésta última por la Circular nº 60, del 31 de enero
de 1893, para la organización del gobierno de obras colegiales y comunidades.
Con la finalidad que esta obra organizativa no fuese puramente legislativa sino que se
viese en ella su motivación espiritual, Simler se aplicó a la redacción de las biografías
de aquellos marianistas que mejor encarnaban el modelo de religioso que se quería
proponer. Son obras de excepcional erudición decimonónica, en las que se ofrece el
ideal del religioso educador, entregado en cuerpo y alma a su tarea docente como
realización del carisma fundacional del Instituto. Sobresalen las biografías del P. De
Lagarde (1887), director de Stanislas y de D. José Guerin (1889), alumno del
mismo centro. Sin olvidarnos de las múltiples noticias biográficas de los hermanos
fallecidos. Pero entre todas ellas sobresale por su perfección historiográfica y su
intención la biografía del fundador (“G.JOSEPH CHAMINADE”): empezada la
investigación desde 1870 con la ayuda del P. Klobb, verdadero autor de la obra;
la edición no apareció hasta 1901.
Para llevar adelante esta ingente tarea, Simler se rodeó de un equipo de gobierno
formado por hombres de valía intelectual, humana y religiosa. Cuando fue elegido
General por el Capítulo de 1876 tuvo entre sus asistentes al P. Demangeon, Jefe de
Celo, el P. Hipólito Boisson de Instrucción, ayudado por D. Francisco José Girardet, y
a D. Félix Augusto Fontaine de Trabajo. En las comisiones para la preparación de los
Capítulos contó con la ayuda del P. De Lagarde. Estos mismos religiosos le ayudaron
en la redacción del texto de las nuevas Constituciones. A partir de la fecha del
26 Lebon, o. c., 96 (n. 1).
17
Capítulo de 1881 contó con el P. Hiss para Jefe de Instrucción, que pasaría a Primer
Asistente en 1891 y más tarde sería su sucesor en el Generalato. En 1886, el Capítulo
eligió a D. Antonio Enjugier, adjunto del P. Hiss para las escuelas marianistas de
enseñanza primaria. Retuvo a su lado a los dos sabios eruditos, PP. Klobb y Lebon, de
tan inestimable ayuda para la redacción de la vida del fundador, y del Espíritu de
Nuestra Fundación, compendiosa y ordenada exposición en tres volúmenes,
publicados desde 1910 a 1916, pero comenzados a redactar en 1904 por el P. Klobb
en continuidad y para completar la biografía de Chaminade27. Esta obra se puede
considerar el culmen del esfuerzo de Simler para revitalizar la Compañía con el
espíritu fundacional; en ella se ordena y explana la doctrina espiritual y
misionera de la Compañía según aparece en los escritos y obras de Chaminade
y su primeros discípulos.
La consecuencia del reforzamiento de la identidad de la Compañía, dio como fruto un
gran auge de religiosos, colegios y fundaciones en nuevas latitudes. Cuando Simler
subió al Generalato, la Compañía contaba con 1.269 religiosos, de los que sólo 62
eran sacerdotes. Cinco años después, en el informe que Simler dirigió a la Santa
Sede en 1881 hacía recuento de 1.457 religiosos, de los cuales los sacerdotes
eran 77. Gracias a este ritmo de crecimiento, la Compañía puede abrir nuevas
fundaciones a la vez que recibe solicitudes provenientes de países y regiones
católicas y de territorios coloniales de misión. La Compañía se encontraba presente
en Francia con 28 establecimientos, Suiza con 3, Alemania con 2, en Austria 2,
Bélgica 1, en los Estados Unidos había 12 fundaciones y 1 en Canadá28.
Administrativamente, la Compañía se componía de cuatro provincias francesas -París,
Midi, Franco Condado y Alsacia- y una en Estados Unidos llamada Provincia de
América.
Acompaña este crecimiento una lógica expansión en territorios coloniales: Trípoli
ve a los primeros educadores marianistas en 1881 -también en la lejana Winnipeg, en
Canadá-, Sfax y Túnez en 1882; hacia Oceanía se fundan colegios en Honolulu y
Wailuku en 1883. Son obras pensadas para atender a las colonias de funcionarios,
diplomáticos y oficiales europeos, pero abiertas también a los hijos de los
comerciantes, notables y ricas familias locales. De esta expansión confiesa Simler
"que se ha realizado sin ninguna premeditación y sin cálculo alguno por parte
nuestra... nunca he encontrado más que el impulso de Dios."29
5) UNA VIDA RELIGIOSA REGULAR, UNIFORME Y CENTRALIZADA
Después de los numeros conflictos durante el generalato del padre Caillet (1845–
1868), la organización administrativa y de gobierno marianista había sido definida por
el Capítulo General de 1868 y las Constituciones provisionales que salieron de él;
aunque en el arco de tiempo que va desde la fundación en España hasta el Concilio
Vaticano II, el ordenamiento de la Compañía de María fue concretado por la obra
27 L'Esprit de Notre Fondation, d'après les écrits de M. Chaminade et les documents
primitfs de la Société (Nivelles 1910 - 1916); en el Prefacio, el P. Hiss pone esta obra
en continuidad con el P. Simler y sus investigaciones sobre el fundador y explica el
proceso de su elaboración por el P. Klobb.
28 Delas, o. c., 224, anexo I al cap. IV; cfr., en Lebon, o. c., 101 (n.2) y 106, los
criterios de Simler para abrir nuevas fundaciones y la nuevas implantaciones; la última
estadística de 1902, antes de la muerte de Simler arrojaba la cifra de 2.048 religioso,
de los cuales 138 eran sacerdotes, en Ambrogio Albano, Repertoire de statistiques
SM, AGMAR (Roma 1982) 28.
29 Circular nº 43 (15, X, 1887).
18
legislativa del Superior General, padre José Simler, en las Constituciones (aprobadas
en 1891) y en el Libro de Usos y Costumbres (1893). En efecto, los rasgos que
caracterizaban la mentalidad y las formas religiosa en la vida cotidiana de los
marianistas, también fueron definitivamente configurados por el padre Simler, bajo una
concepción de la vida religiosa, regular, burguesa y decimonónica, que estuvo vigente
hasta el Concilio Vaticano II.
El gobierno de la Compañía de María encuentra su origen en Chaminade; gobierno
que se caracteriza por el reparto de las tareas administrativas, en función de las áreas
de vida y misión de la Compañía. Dichas funciones de gobierno las ejercen los
asistentes de los llamados Tres Oficios: de Celo (o vida religiosa), Instrucción (para el
área colegial) y Trabajo (la economía), a los cuales se les añade el Secretario, en el
nivel General y Provincial y consejeros, en el número que se crea necesario. En
ocasiones se ha desdoblado el cargo de asistente de educación, en los diversos
niveles de primera y segunda enseñanza. La autoridad religiosa estaba centralizada
para el gobierno ordinario de la Compañía en la persona del Superior General. La
autoridad se comunica y distribuye en los niveles inferiores del Provincial y del superior
local. El General y el Provincial se asocian a sus asistentes que les ayudan en el
gobierno, denominado Administración General y Provincial. Por encima de todas las
áreas de autoridad se sitúa el Capítulo, en su nivel General de la Compañía y
Provincial, máxima autoridad en la vida religiosa marianista. Sus estatutos legislativos
definen las líneas de actuación de la Administración. La comunidad religiosa imita esta
organización de la Compañía. A su frente hay un Director, que es competente tanto en
la vida religiosa de la comunidad, como en el gobierno de la obra educativa. El Director
se ayuda en el gobierno por el Ecónomo y el Consejo doméstico. El Consejo de la
casa estudiaba todos los asuntos concernientes a la vida de los religiosos, desde las
necesidades materiales a las espirituales, tanto en la convivencia comunitaria cuanto
en el ejercicio docente del colegio. Consecuentemente, el Capítulo Provincial, el
Consejo de la Administración Provincial y el Consejo doméstico de las casas
entienden por igual de la comunidad religiosa y de la organización escolar. Sus
decisiones afectan a ambos ámbitos de vida y misión. Esta identificación está
mostrando que la Compañía de María es un Congregación misionera; de ahí que toda
la vida privada y profesional del religioso estaba orientada a la misión, concretada en
la obra colegial.30
Las Constituciones de la Compañía de María aprobadas por el Papa León XIII, en la
audiencia del 10 de julio de 1891 ha regido la vida de los religiosos marianistas hasta
el Capítulo General de 1967, a consecuencia de la reforma propiciada por el Concilio
Vaticano II. Se trataba de una formulación decimonónica de la vida religiosa, de origen
francés, nacida en la Modernidad y por lo tanto de mentalidad burguesa.
Dentro del nuevo paradigma científico de la Ilustración, la salida de la religión en las
sociedades modernas será bajo forma del conocimiento práctico o moral. En tanto que
moral, la doctrina religiosa, sus instituciones y jerarquías de las iglesias ejercen en las
sociedades burguesas una función de orden, tanto en la vida privada del sujeto como
en la vida pública. Traída esta concepción a la multitud de nuevas fundaciones de
Congregaciones religiosas surgidas durante el siglo XIX, la vida consagrada se
formuló bajo la forma de la regularidad, la uniformidad y el centralismo. En
correspondencia con el ordenamiento del Estado liberal, por la influencia del código
napoleónico, y del mismo proceso en la Iglesia católica. Esta formulación condujo a un
30 Libro Segundo de las Constituciones de 1891, "Organización y gobierno; deberes
particulares de cada clase de personas": El Superior general (Cap. VIII), Los
Asistentes generales y sus diversas funciones (Cap,s. IX - XII); el Consejo General
(Cap. XIII), el Provincial (Cap. XIV), los Asistentes y el Consejo Provincial (Cap. XV),
El Director de las casas y su Consejo (Cap,s. XVI y XVII), los Capítulos general,
provincial (Cap,s. XVIII y XIX) y los Consejos del Provincial y Domésticos (Cap. XX).
19
concepción moralista de las Constituciones y Reglas de vida de los religiosos hasta el
Concilio Vaticano II. Esta concepción aparece en las Constituciones del padre Simler,
donde se desarrollaba en el Capítulo VIII, bajo el expresivo título de “La Regla de la
vida común”. Desde el primer artículo, nº 68, se pone la base que "la Dirección, en
todo Instituto, tiene por primer objeto prescribir a todos sus miembros un mismo
camino y un mismo régimen de vida; el conjunto de estas prescripciones constituye la
regla de comunidad o la regla de la vida común". Este régimen de vida y trabajo en
común se denomina "regularidad", según define el artº 71 en estos términos:
"La regularidad es un medio universal de santificación; afianza a los
individuos en el bien y hace a las comunidades inquebrantables:
“Sujetaos a la Regla y no la soltéis; guardadla, porque ella es vuestra
vida: Tene disciplinam, ne dimittas eam; custodi illam quia ipsa est vita
tua” (Prov IV, 13)."
La regularidad tiene, así, una clara función en la vida de la institución: hacia dentro,
proporcionándole orden y trabazón, y hacia fuera es el medio para alcanzar la eficacia
pública en el desempeño de su misión. Las Constituciones compendian así la
instrumentalidad de la regularidad:
"La regularidad produce la unión de los esfuerzos de todos hacia un fin,
y así, hasta desde el punto de vista temporal, es una de las causas más
eficaces de prosperidad y de éxito. La irregularidad, al contrario, acarrea
la perdición de las personas y la ruina de las obras y de los Institutos."
(artº 72).
Por regularidad se ha de entender una vida religiosa en que todos los miembros del
Instituto desempeñan un apostolado claramente definido en su proyección pública, se
rigen por el mismo horario, se aplican en el mismo trabajo, viviendo todos juntos en el
mismo edificio, normalmente, lugar donde se ubica la tarea apostólica (colegio,
hospital, orfanato...), sin contacto directo del religioso con el entorno civil y familiar. Se
puede resumir gráficamente diciendo que todos los religiosos del mismo instituto
realizan la misma tarea apostólica y actos de Regla, todos juntos, de la misma forma,
en el mismo lugar y a la misma hora, al toque de campana, siempre fiel al reglamento.
La uniformidad en los reglamentos será en todo momento la finalidad buscada por los
superiores y los capitulares en todas sus actuaciones de gobierno. Es la
representación de la vida religiosa que todos esperan, los laicos, el clero y los mismos
religiosos; y se refiere por igual tanto a la vida interna de la comunidad religiosa como
a la tarea apostólica, que en el caso marianista conduce a confundir la vida religiosa
de la comunidad con la organización colegial.31
De ahí que en el articulado de las Constituciones se desciende a los más mínimos
detalles del comportamiento privado y público de cada religioso y del conjunto del
cuerpo social. Todo está reglamentado y si faltare algún aspecto por ordenar se
recurrirá al Libro de Usos y Costumbres. Todo estaba reglamentado: el vestido, la
alimentación, la higiene personal y comunitaria, el ocio, la habitación privada y los
espacios comunes, las oraciones comunes y las devociones personales, las reglas de
cortesía y el porte personal, el trato con los alumnos, las familias, con los empleados,
31 Ver cómo era la vida de los religiosos marianistas antes del Vaticano II, en Brivio,
“Comunidad marianista”, en Albano (dir.), Diccionario de la Regla de Vida Marianista,
171-172.
20
con los superiores y entre los hermanos y hasta el mismo horario de comunidad igual
para todas las casas de la Compañía en todas las latitudes del mundo.32
Todo el gobierno de la Compañía estaba centralizado en la Administración General,
desde la adquisición de una finca, hasta detalles de vida doméstica: se pide el visto
bueno del horario escolar, del uniforme elegido para los alumnos y hasta del escudo
del colegio. Todo pasa por el Consejo de la Administración General; hasta el Aviso del
26 de julio de 1899 "relativo a llevar barba" recuerda a los religiosos que según el Libro
de Usos y Costumbres, ("Cabellos y barba"). Sólo la Administración General interpreta
válidamente la Regla de Vida y defiende su más exacto cumplimiento. Los provinciales
y superiores locales no toman ninguna decisión sin antes no recibir la aprobación de
los Superiores. Además, existen multitud de informes, tipificados, a dar regularmente
sobre las personas y las obras, dadas por el Provincial y el Inspector, de tal manera
que desde la Administración General, los Superiores gobiernan directamente toda la
Compañía.
El aislamiento de la comunidad respecto al entorno social era muy riguroso y muy
estrictas las llamadas normas de reserva, por la mentalidad de la época que suponía
un grave peligro para la vida espiritual y la vocación del religioso el trato con personas
del exterior. Los informes de los superiores y de los visitadores reflejan la exactitud y
rigor en el cumplimiento de esas normas. Por otra parte, este retiro del mundo no
provenía solamente de los religiosos sino que era un comportamiento esperado por
toda la población. Laicos y eclesiásticos no concebían de otra manera la vida religiosa
y hubiese sido un escándalo ver a unos religiosos dados al trato social. Igualmente, las
autoridades civiles y políticas esperaban de los religiosos su ausencia total de todos
los conflictos sociales y políticos.
La fundamentación de este orden religioso fue extensamente desarrollados por el
padre Simler en la amplia Instruction sur l'autorité (Circular, nº 67 de 1891). La tesis de
la circular, en conformidad con el pensamiento eclesiástico del siglo XIX frente al
parlamentarismo liberal, afirma que la fuente de la autoridad está en Dios y no en el
contrato social. Consecuentemente, la Iglesia, como depositaria de la Revelación, lo
es también de la autoridad de Dios. El sistema era preciso y la regularidad de los
religiosos perfecta. Los superiores solamente tenían que vigilar su exacto
cumplimiento, corregir algún pequeña desviación personal y estimular su cumplimiento
con su ejemplo y su palabra. Como todo sistema de ordenación social, éste poseía sus
lacras y sus virtudes. En su conjunto destacaba por su aspecto positivo, que se
caracterizaba por producir un tipo de sujeto de recia contextura psicológica, resistente
ante la adversidad y exigente con su trabajo personal, tanto espiritual cuanto
profesional y pastoral.
6) ACOSO A LA ENSEÑANZA RELIGIOSA Y NUEVAS FUNDACIONES EN EL
EXTERIOR
Todo este proceso de institucionalización de la Compañía de María se estaba
realizando en medio de la legislación republicana contraria a las Congregaciones
religiosas. En 1880 jesuitas, dominicos, franciscanos y carmelitas salían expulsados
de Francia. Será a partir de la presencia en el Ministerio de Instrucción Pública de
32 El P. Simler, en su Circular, Nº 39, Después de la clausura del Capítulo General (8,
V, 1886), afirmaba que el objetivo del Capítulo ha sido uno sólo: "asegurar la ejecución
y observancia plena, fiel y sincera de nuestras Constituciones y de todas las
recomendaciones hechas a la Compañía de María por la Santa Sede"; y en la Circular,
nº 41, Actas del Capítulo General de 1886, en el estatuto 23º en respuesta a las
peticiones de modificación del traje de los marianistas según las latitudes y países, se
afirma que "la Regla en los diferentes climas" se aplica siempre.
21
Jules Ferry cuando se va a dar comienzo a la política de secularización de la
enseñanza con las leyes de 1882 y de 1886. Inmediatamente, en el Capítulo General
de este año, Simler lanza la voz de alarma: "Los acontecimientos parecen prepararnos
pruebas exteriores más fuertes que las pasadas. ¿No veremos comprometido nuestro
reclutamiento? ¿No nos veremos en la necesidad de abandonar insensiblemente gran
número de puestos que ahora ocupamos? ¿No se entrevé la expoliación en el futuro
próximo?"
Efectivamente, ya por entonces, la guerra escolar declarada en Francia contra las
instituciones religiosas docentes parecía que iba a asolar las congregaciones;
era necesario extenderse lo bastante para que, cuando estallase la tormenta, la
expoliación de inmuebles y la dispersión de las comunidades no produjesen la muerte
del Instituto. Entonces se fundó durante 1887 en España, Italia, Japón, Holanda
(en Oost, intento fallido de un Postulantado-Noviciado); y al acercarnos a finales
de siglo y endureciéndose las condiciones de la enseñanza religiosa, se funda en
Alepo (Siria) en 1899 y en Ginevich (Luxemburgo), 1900. Las leyes laicistas frenaron
las obras y la expansión en Francia pero favorecieron su crecimiento en el exterior.33
A consecuencia de las leyes del 19 de marzo de 1882 la Compañía de María ha de
cerrar una veintena de escuelas. Por medio de sus circulares, Simler difunde entre sus
religiosos una mística de la persecución y de la resistencia. "Permanezcamos en
nuestros puestos, hasta que nos sea imposible mantener la posición; porque esto es lo
que debemos y podemos hacer, sobre todo ante una ley como ésta (...) Tenemos la
misión de entregarnos a la educación cristiana, incluso en las circunstancias más
adversas"34. Los ánimos suben de temperatura y las opiniones se exasperan y se
transforman en una verdadera guerra de religión. Simler sostiene los ánimos de sus
religiosos: "Al dejar a estos hombres perversos y ciegos el placer de ejercer su furor
contra los maestros cristianos, Dios ha atraído la atención del mundo sobre los
Institutos religiosos, sobre la importancia de su misión y del servicio que prestan en la
educación cristiana. Por esta razón vemos producirse, en los malvados, un redoblarse
de su odio contra los Institutos; (...) entre los religiosos (ha surgido) un religioso orgullo
por haber sido escogidos por Dios para esta hermosa misión de la educación cristiana.
(...) El combate se ha entablado sobre el terreno de la educación porque el enemigo
sabe bien que si consigue corromper las almas de los jóvenes la batalla está ganada,
porque la sociedad del mañana será lo que sea la juventud de hoy (...)."35
Simler empuja a los religiosos a obtener sus diplomas y título oficiales exigidos
por la ley para ejercer la docencia. En consecuencia, a partir de la ley del 16 de
junio de 1881, los marianistas se presentan a los exámenes oficiales para
obtener los títulos de capacitación exigidos para los maestros de primera
enseñanza.36
Pero la Ley del 30 de octubre de 1886 excluía lisa y llanamente a los religiosos de la
enseñanza pública. No se podía permanecer en las escuelas municipales, tan
abundantes en Francia. Durante los próximos cinco años de lucha, la Compañía pierde
20 escuelas municipales que compensa con la apertura de 25 nuevas escuelas libres.
En la enseñanza secundaria se abrieron colegios en La Rochelle, Saint-Brieuc y la
Escuela de Santa María en Burdeos (Coderan). De estos años corresponde la
iniciativa de las actividades sociales y culturales fuera del horario escolar dando clases
de catecismo, reuniones formativas y recreativas con los alumnos y círculos de
33 Lebon, o. c., 106; Atristáin, Vida del P. Vicente Olier, 46 - 47. 56 - 57.
34 Circular del 26, III, 1982.
35 Lebon, o. c., 102.
36 Sobre 200 religiosos que en 1881 no estaban oficialmente autorizados por la ley
para la docencia, en 1886 solamente quedaban 30 sin el permiso legal, Lebon, o. c.,
102 (n. 1).
22
obreros; de esta forma se recuperan una de las características de los colegios
marianistas desde los primeros años de la fundación. La importancia de la vida política
y social en la nueva sociedad y el avance de la secularización en la cultura y en las
familias recomendaron esta actividad educativa y evangelizadora con la juventud. El
resultuado de la crisis del 86 sobre los religiosos fue el acrecentamiento de su unión y
el ardor en su misión educativa, y respecto a la Compañía, la expansión de su acción
educativa fuera del territorio francés.
Simler preveía los acontecimientos y comunicaba sus temores a sus religiosos. En la
Circular del 15 de octubre de 1887 advertía que "los hombres que hacen la guerra a
las Congregaciones religiosas se proponen debilitarlas; Dios ha dispuesto estos
acontecimientos para fortificarlas... Ya comenzábamos nosotros a entrever estos
resultados. (...) Hace unos años los acontecimientos nos pusieron en la penosa
necesidad de abandonar las numerosas y florecientes obras de Alsacia. ¿Cuál fue la
consecuencia inmediata de esta persecución? La Compañía se ha fortalecido en otros
lugares." La consecuencia que extrae Simler es que, en esta nueva persecución, la
Compañía se extiende por nuevos países37.
Entre los nuevos países se encontraba España, de cuyas tierras se había iniciado una
corriente de afluencia vocacional. Jóvenes españoles cruzaban los Pirineos desde
1883 para ser recibidos en el postulantado de Pontacq. Los dos primeros fueron
adolescentes burgaleses enviados por el carmelita P. Anastasio, gran amigo de la
Compañía y ferviente apóstol de la Virgen Inmaculada, por lo que orientaba hacia los
marianistas las vocaciones que encontraba en España. El P. Atanasio de la
Inmaculada Concepción era carmelita francés del convento de Agen, y había
predicado varias veces los Ejercicios espirituales en el Seminario Menor de Moissac,
dirigido a la sazón por los marianistas. Especialmente era amigo íntimo del P. Aloisio
Heyberger, Superior de dicho Seminario, más tarde en 1885 Secretario del P. Simler y
Provincial de París en 1898. Desterrado de Francia en 1880, el P. Atanasio se expatrió
en el convento de los Carmelitas de Burgos; pero antes de salir de Francia, el P.
Heyberger le había recomendado que se interesara por encontrar en España
vocaciones para la Compañía de María.
En Burgos, el P. Atanasio confesaba a un chico de doce años, llamado Juan Alonso,
cuya madre viuda frecuentaba la iglesia de los Carmelitas, próxima a su casa. Un día,
el muchacho le manifestó a su confesor su deseo de hacerse carmelita; pero el P.
Atanasio le orientó hacia los marianistas y Juan Alonso aceptó gustoso la propuesta.
El sacerdote carmelita le arregló la entrada en el Postulantado de Pontacq, cercano a
Lourdes, y el 13 de enero de 1883, con catorce años, Juan Alonso llegó solo al
Postulantado sin saber francés, y guiándose por un itinerario que el P. Atanasio le
había puesto por escrito en francés y en español. En mayo del mismo año, otro joven
español, Antonio Cubillo, era enviado a Pontacq. Trasladado a Corella, en Navarra,
donde los carmelitas franceses expulsados tenían confiada la capellanía de Hospital,
el P. Atanasio siguió mandando desde allí vocaciones al mismo Postulantado.
El fraile carmelita escribió desde Corella a su íntimo amigo marianista, P. Heyberger,
hacia 1866, informándole de las vocaciones españolas:
"para reclutar buenas y sólidas vocaciones, vengan ustedes a España.
(...) ¿No arregla la Virgen del Pilar las cosas para hacerles venir a
ustedes a estas tierras? Me parece a mí que ella se está valiendo de
estos pequeños corellanos para atraerles a ustedes a sus redes. (...) si
le parece bien, mandaré a Pontacq a estas tres o cuatro vocaciones, y
pronto tendremos allí una respetable colonia española. Impriman pronto
en español el folleto Société de Marie: admission de sujets. No se
pueden ustedes imaginar lo que estas hojitas ayudarían a darles a
37 Lebon, o. c., 105-106.
23
conocer y a traerles vocaciones. ¡qué contentos están estos chicos con
la idea de ir a Francia! Y sus padres, cuando regresan de Pontacq y de
Lourdes hacen tantos elogios de los franceses, de su fraternal acogida,
que se disipan los odios y las desconfianzas, siempre vivos, de la
Guerra de la Independencia."38
A penas unos años más tarde, en 1887, el P. Simler podía afirmar con motivo de la
apertura del Colegio de San Sebastián que "hoy tenemos hijos de España entre los
postulantes, los novicios, los escolásticos y los religiosos en servicio activo. Tenemos,
pues, razones para confiar en que el establecimiento de San Sebastián no será
nuestra única casa en España". A este hecho se debe añadir un gesto de valor
simbólico, pero ciertamente influyente en la mentalidad de los marianistas para desear
fundar en España. Este pensamiento lo expresaba Simler en carta a D. Luis Cousin
para tranquilizarle en su nuevo destino de director del Colegio de San Sebastián:
"Debemos mucho a Nuestra Señora del Pilar, por consiguiente nuestra primera
obra en España debe ser un acto de agradecimiento. Será también, así lo espero,
una simiente que se multiplicará y centuplicará. Dispondremos de postulantes y
crearemos otros establecimientos. Todo depende de nuestra fidelidad. Nuestra
Buena Madre nada nos negará. Podéis pues marchar con plena confianza, querido
hijo. Es ésta una de las misiones de las que más espero. Que nuestra Señora del
Pilar, Santiago y todos los grandes santos de la católica España os acompañen y os
guíen de ahora en adelante." 39
Es en este contexto histórico de las leyes de secularización de la enseñanza en
Francia, de crecimiento de la Compañía, y atraída por el florecimiento vocacional
español, en donde se ha de ubicar la fundación en España.
7) ORIENTACIONES DEL 12º CAPÍTULO GENERAL DE 1901
En el año 1901 recurría la convocatoria del 12º Capítulo General de la Compañía de
María. Comenzó a reverdecer del anticlericalismo en los primeros años de la década
inicial del siglo XX; sobre todo del gobierno francés contra las Congregaciones
religiosas. El 12º Capítulo General, se reunió entre el 10 y el 20 de abril de 1901, en
Antony (París). El P. Simler envió su circular del 24 de septiembre de 1900 para hacer
la convocación y llamada a las elecciones. El 11 de febrero de 1901, Simler informaba
de los miembros de derecho y de los electos. La Administración General estaba
representada con todos sus miembros: Simler, Hiss (Primer Asistente), Lebon
(Segundo Asistente), Fontaine (Tercer Asistente), Cousin (Adjunto de Primaria) y
Cremaux ( Secretario). Las provincias representadas eran París, Midi, Franco
Condado, Alsacia, América y España.
El año 1901 parecía aventurarse bajo los más felices auspicios. En este año recurría la
celebración del 25º aniversario del luengo generalato del P. Simler; la alegría era
38 La relación del P. Atanasio y la Compañía de María en Manuel Barbadillo, La
entrada de la Compañía de María en España, Publicaciones del Centenario (Madrid
1978) 50-53; hubo tres vocaciones anteriores de tres españoles residentes en Francia:
un tal abbé Ramírez, hijo de un capitán español al servicio de Francia, admitido novicio
en 1839; Gorgonio Sáez Mata, ex soldado carlista refugiado en Francia y postulante
en Moissac, a los 32 años, en julio de 1876; y Benito Piniés Latorre, también
excombatiente carlista, postulante en Réalmont, a los 23 años, en febrero de 1877;
pero ninguno de los tres perseveró en la Compañía, cfr., Barbadillo, La entrada de la
Compañía de María, 62-65.
39 Atristáin, Vida del P. V. Olier, 59-60; Luis Gadiou, D. Luis Cousin, sm. Fundador de
la Compañía de María en España (Madrid 1968) 30-31.
24
mayor porque el Buen Padre apenas acababa de reponerse de una grave enfermedad.
Por una feliz coincidencia, se podría hacer la convocatoria del Capítulo General,
reuniendo en torno del admirado Padre -tenido por segundo fundador- a los
representantes de todas las Provincias de la Compañía.
La Compañía contaba entonces con 174 casas y 197 obras repartidas entre 5
parroquias o residencias, 29 colegios de primera y segunda enseñanza, 130
escuelas, 7 orfelinatos o escuelas de agricultura y 26 casas de formación. Tenía
2.030 religiosos, de los que 190 eran sacerdotes o seminaristas, 1.666 laicos y
180 escolásticos; a los que habían de ser añadidos 120 novicios y 400
postulantes. Las Constituciones aprobadas por la Santa Sede; la organización
institucional acabada; los trabajos de los Capítulos Generales y las circulares del P.
Simler habían fijado y enriquecido el carisma y la identidad de los religiosos
marianistas. Presente en todos los continentes, la Compañía parecía encontrarse a las
puertas de una nueva expansión y del mayor desarrollo. Pero en realidad, estaba en
vísperas de padecer la peor crisis, desde sus orígenes: la ley de asociaciones del
Ministro Waldeck-Rouseau -de 1º de julio de 1901- que en manos de Emilio Combes
se convirtió en el instrumento de expulsión de los religiosos de Francia.40
En su informe, el P. Simler puso al corriente del horizonte político de Francia, en el
cual ya se perfilaban las leyes contra las congregaciones religiosas. El Presidente del
Gobierno, Waldeck-Rousseau, ante el desarrollo de las Congregaciones religiosas en
Francia, que favorecía el avance del clericalismo en detrimento de la supremacía del
Estado, había presentado el 14 de noviembre de 1899, día de la apertura del curso
político, un proyecto de Ley de Asociaciones. Ley de la que se carecía en un régimen
constitucional, no habiendo más regulación legal que el ya obsoleto artículo 291 del
Código penal, ante la proliferación de asociaciones publicas de todo tipo.
El Ministerio Waldeck-Rousseau, partiendo del principio del derecho supremo del
Estado, al mismo tiempo que proclamaba la libertad de asociación, ofreció un proyecto
con dos legislaciones distintas: una liberal para las asociaciones civiles y la otra
restrictiva para las Congregaciones religiosas. Sin ser sectario, Waldeck-Rousseau, un
republicano moderado, sólo buscaba controlar las Congregaciones mediante una
aplicación tolerante de la ley; pero sus ministros radicales tomaron la ocasión para
destruir las Congreaciones y los duros debates en la Cámara de diputados,
comenzados el 15 de enero de 1901 y seguidos en el Senado, ya hacían presagiar la
tormenta.
El 1º de enero de 1901, el P. Simler había puesto en aviso a toda la Compañía con su
Circular nº 3, en la que advertía de "nuestros deberes en la situación actual: la oración
y la fidelidad a nuestra misión". En ella insertaba una Carta pastoral de Mns. Richard,
Arzobispo Cardenal de París, dirigida a todos los fieles de Francia, por indicación de la
Santa Sede para informar sobre la gravedad de la situación. Ahora, Simler informaba a
los capitulares de esta gravedad.
A continuación vinieron los informes de los Asistentes Generales; entre ellos fue muy
relevante el del P. Lebon (Instrucción), dando la situación de las casas de formación
de la Compañía en todo el mundo. En 1900, la enseñanza primaria, tanto por el
número de casas como de personal docente y por la población escolar atendida,
constituía la obra principal de la Compañía, a excepción de la Provincia de España.
Lebon informaba que la Provincia no había podido todavía establecer casas dedicadas
exclusivamente a la enseñanza primaria porque en España las Congregaciones
religiosas tienen muy difícil el acceso a la enseñanza pública y porque la fundación de
escuelas libres de primaria está muy lejos de ser tan común como en Francia. Lebon
adelantaba que ciertas propuestas que se habían recibido permitirían fundar alguna
escuela de primera enseñanza exclusivamente.
40 Lebon, La Société de Marie, 123 y sig,s.
25
El P. Lebón informaba, también al frente de Instrucción, del estado de las casas de
formación de los postulantados y escolasticados, considerados en la Compañía por su
organización y funcionamiento docente como centros escolares. De 1896 a 1901 no
había variado el número de postulantes; la media era de 420 niños por año; y el
Asistente reconocía ser pocos; a excepción de la Provincia de Austria que había
pasado de 30 a 50 candidatos. Escolásticos había 210 en toda la Compañía. Los
escolasticados estaban bien atendidos pero la gran prueba sucede en el primer
destino a una comunidad colegial, todavía con votos temporales y sin los estudios
terminados, pero ya en actividad docente. Perdidos en la novedad de la comunidad y
el trabajo, los jóvenes abandonan la vida religiosa en proporciones preocupantes. El
Segundo Asistente no veía otro remedio que aumentar la atención por parte del
Director de la casa sobre estos jóvenes y noveles religiosos.
En toda la Compañía había un gran interés por la obtención de los grados académicos
necesarios para ejercer la docencia en sus diferentes niveles y Roma se había
convertido en el puesto para obtener los doctorados en Teología (cinco se habían
recibido entre 1896-1901). En total, los Marianistas poseían 168 casas, e las cuales 99
eran escuelas de primaria, 25 internados de primaria y 22 centros eran de
secundaria.41
El último día se tuvieron las elecciones a los puestos de la Administración General.
Todos los asistentes confirmaron su cargo a excepción del Asistente de Trabajo, que
recayó sobre D. Luis Labrunie. El P. Simler cursó información de los trabajos
capitulares a toda la Compañía con su Circular nº 87, del 10 de julio de 1901.
Quedaban marcados los centros de interés de la Compañía, que habían de ser las
grandes líneas de trabajo a seguir por los capítulos y administraciones de las
respectivas Provincias: las vocaciones, formación de los profesos temporales, la
escuela primaria y los necesarios grados académicos. De estos intereses salió el
proyecto de crear una casa de estudios, destinada a los religiosos laicos y que el P.
Simler anunció al Compañía en su Circular nº 70, del 16 de agosto de 1901.
8) LEGISLACIÓN RELIGIOSA Y EXPULSIÓN DE LOS RELIGIOSOS DE FRANCIA
El año de1903 se presentaba con oscuros nubarrones para las Congregaciones
religiosas en Francia. Los liberales radicales de la Tercera República condujeron
las cosas hasta sus últimas consecuencias con la expulsión, en la primavera de
1903, de los religiosos docentes del suelo francés; hasta llegar a la separación
entre Iglesia y Estado por fuerza de la ley del 9 de diciembre de 1905. Estos
acontecimientos dieron al traste con la política del Ralliement alentada por León XIII
para que los católicos franceses se situasen en el terreno constitucional y olvidaran la
inviable restauración, cada vez más quimérica, de una monarquía confesional. Pero a
la visión política del papa Pecci; seguida por los deseos de los Prelados, la masa
sociológica del catolicismo francés oponía su propia pesadez y sus reflejos pasionales
al liberalismo parlamentario. La gente católica poseía una mentalidad excesivamente
conservadora, necesitada de una profunda evolución para comprender el carácter
laico del Estado moderno; si bien, de parte republicana existía a su vez una
concepción rígidamente dogmática de la revolución liberal; creándose así una
situación similar a todos los países católicos durante el siglo XIX. Ambas concepciones
estaban muy lejos la una de la otra; más en el plano de las relaciones cotidianas entre
los párrocos y los educadores laicos de fe liberal -maestros, profesores de Liceos,
catedráticos universitarios, periodistas- que a nivel de episcopado y mundo político. La
mayoría de los católicos habían admitido el Ralliement, por obediencia al Papa y por
41 El informe del P. Lebon fue recogido por Simler en la Circular nº 87, del 10 de julio
de 1901 dando a conocer a la Compañía los trabajos y actas capitulares.
26
no estar especialmente vinculados a la causa monárquica. Pero seguían luchando con
la misma fuerza contra los republicanos. Por su parte, los radicales consideraban que
la obra de laicización del Estado no estaba acabada: ¿cómo podían ponerse de
acuerdo dos poderes con un espíritu tan profundamente opuesto, el papado y el
Gobierno republicano, para el nombramiento de los obispos franceses? Pero más
grave aún, para no plantear el estatuto jurídico de las Congregaciones religiosas, que
no estaban incluidas en el concordato napoleónico de 1802, continuaba en suspenso
una de las grandes libertades democráticas, la libertad de asociación (por una ley
especial, en 1884 se pudo conceder el reconocimiento oficial a los sindicatos).
Las buenas relaciones Iglesia-Estado se deterioraron y la política de conciliación del
Papa León XIII quedó abortada a partir de un suceso de crónica nacional, que
afectaría gravemente a la vida política de la República: se trataba de la acusación de
espionaje contra un oficial de Estado Mayor, el capitán Alfredo Dreyfus, que desde
finales de septiembre de 1894 desembocó en un embrollo policíaco y judicial de tal
complicación que la mayoría de los contemporáneos no pudieron comprenderlo. Los
franceses se dividieron en su credo político al definirse a favor o en contra de la
culpabilidad del capitán Dreyfus, de origen judío. Los religiosos Asuncionistas, editores
del diario católico La Croix, se lanzaron a fondo desde la páginas del diario en la
campaña anti Dreyfus con más furor aún, cuando voces más serenas y ecuánimes
pidieron la revisión jurídica de la condena de Dreyfus, injusta a la luz de las nuevas
pruebas.42
En este clima de exasperación de las posiciones de los franceses a favor o en contra
de la revisión de la sentencia del capitán Dreyfus fue nombrado un Ministerio de
"defensa republicana" constituido para clarificar todo el embrollo, por la revisión del
proceso y salvar así la integridad de las instituciones y del mismo régimen republicano.
Al frente de Ministerio se puso al republicano moderado Pedro Waldeck-Rousseau
(1899 - 1902). Con la finalidad de proceder con libertad, el Gobierno atacó primero a
los nacionalistas y antisemitas que se oponían a la revisión jurídica de la condena de
Dreyfus; seguidamente entabló el proceso contra los Asuncionistas, quienes a través
del diario La Croix ejercían una considerable influencia sobre el público católico. La
ocasión la dió el que esta congregación, fundada en 1850 por el padre d'Alzon para el
apostolado de la prensa, no estaba autorizada por el Gobierno; entonces fue disuelta
en virtud del artº 291 de código penal referente a las sociedades ilícitas. Pero tomado
el Gabinete por los radicales furibundos, Waldeck-Rousseau se vio empujado hacia
rígidas posiciones anticlericales no deseadas en un principio; sin embargo, las
medidas que acababa de tomar contra los Asuncionistas le habían valido un decidido
progreso de su mayoría parlamentaria en las elecciones de 1898. El camino legal a
emprender parecía claro: recortar la influencia de las Congregaciones religiosas.
Este resultado final explica que debido al torpe comportamiento de los católicos en el
asunto Dreyfus, éste se convirtiera en la causa determinante del movimiento
anticlerical que dio lugar a las leyes de 1901 sobre asociaciones y de 1905 sobre la
separación de la Iglesia y el Estado.
Waldeck-Rousseau estaba convencido que el Concordato napoleónico era el medio
más eficaz para contener el clericalismo. Pero el desarrollo inaudito de las
42 Sobre la expulsión de los religiosos de Francia hemos seguido a Roger Aubert, "La
Iglesia católica desde la crisis de 1848 hasta la primera guerra mundial", en Aubert y
otros, Nueva Historia de la Iglesia, V (Madrid 1984) 82 - 83; Jacques Néré, Historia
Contemporánea. El siglo XIX, vol. VI, ed. Labor (Barcelona 1989) 276-277; Daniel
Rops, La Iglesia de las revoluciones. Un combate por Dios (Barcelona 1965) 153-159;
hay un buen resumen en la monografía sobre la expulsión de las religiosas marianistas
(FMI) de Francia, de Lucia Ubbiali, Las marianistas durante el periodo de
secularización en Francia (1898 - 1920), Servicio de Publicaciones Marianistas (Madrid
1997).
27
Congregaciones, el excesivo aumento de su patrimonio, sus resistencias a cumplir las
leyes fiscales y el papel que habían desempeñado en las luchas políticas, ponían en
peligro el Concordato, favoreciendo el avance del clericalismo en detrimento de la
supremacía del Estado. Basándose en estas razones, el 4 de noviembre de 1899
presentó su proyecto de Ley de Asociaciones, todavía inexistente en detrimento de las
libertades políticas en un régimen constitucional. Hasta la fecha, no había más
regulación legal que el ya obsoleto artículo 291 del Código penal, el cual permitía las
asociaciones de más de veintiuna personas solamente con "la autorización del
Gobierno, y con las condiciones que la autoridad pública quiera imponer a esa
asociación". Pero en la práctica se estaban formando asociaciones de todo tipo:
económico, laboral, benéfico, políticas...
Las Congregaciones religiosas autorizadas estaban sometidas a la tutela
administrativa y las no autorizadas se beneficiaban del movimiento a favor de la
libertad de asociación. La opinión pública las miraba con simpatía por los servicios
docentes y asistenciales que prestaban y era partidaria que se beneficiaran de la
libertad de asociación. Pero la campaña anticlerical las condenaba a la desaparición.
Así, pues, se entabló la lucha contra todas las Congregaciones religiosas.
En su origen, por la Ordenanza Real del 16 de noviembre de 1825, la Compañía de
María poseía un estatuto civil que le proporcionaba una existencia legal incuestionada
como asociación caritativa dedicada a la enseñanza primaria. La Ordenanza había
sido ratificada por todos los gobiernos que se habían ido sucediendo en Francia desde
hacía setenta y cinco años. Sin embargo, el 21 de enero de 1901 apareció, de buenas
a primeras, en el Diario oficial un simple Comunicado del Consejo de Estado
declarando que las "Asociaciones docentes" ya no tenían el derecho a considerarse
autorizadas y por consiguiente, debían atenerse al proyecto de Ley sobre
Asociaciones.43
Waldeck-Rousseau, reteniendo el principio liberal del derecho supremo del Estado, al
mismo tiempo que proclamaba la libertad de asociación pública, para incluir a las
Congregaciones religiosas dentro del derecho común ofreció un proyecto de Ley de
Asociaciones con dos legislaciones distintas: una liberal para las asociaciones civiles;
la otra restrictiva para las Congregaciones religiosas; proyecto que él defendía no ser
ni sectario ni perseguidor. En efecto, Waldeck-Rousseau sólo quería controlar las
Congregaciones mediante una aplicación tolerante de la Ley de Asociaciones, pero
sus ministros radicales tomaron la ocasión para destruirlas. Los duros debates
parlamentarios comenzados el 15 de enero de 1901 hacían presagiar esta segunda
pretensión. Finalmente, la Cámara votó el proyecto el 22 de junio; el 1 de julio era
firmado por el Presidente de la República y el texto se convirtió en la ley del 2 de julio
de 1901. Su objetivo era someter las Congregaciones a un drástico régimen de
disciplina legal, regulando su formación, funcionamiento, disolución, situación de sus
miembros y destino de sus bienes.
Por la Ley de Asociaciones del 2 de julio de 1901 se daba libertad a todo tipo de
sociedades civiles, pero no a las religiosas o congregaciones. Para los institutos
religiosos se establecía un régimen de excepción: ninguno podía fundarse sin una ley
expresa de autorización para que pudiera existir lícitamente (artº 13); y las ya
autorizadas no podrían abrir un nuevo establecimiento sin un decreto particular (artº
16). Además, toda congregación debía presentar a las autoridades civiles la lista
completa de sus miembros y un inventario detallado de sus bienes. En la Tribuna
parlamentaria se había dicho, y propaló la prensa, que 3.216 congregaciones
inventariadas en Francia poseían un capital superior a mil millones de francos.
Waldeck-Rousseau se encontró que el Parlamento y sus comisiones habían ido
demasiado lejos y él mismo se había convertido en el jefe de los anticlericales. Al
menos podía hacer que la ley del 2 julio fuera aplicada con moderación, y que se
43 Lebon, La Société de Marie, 124.
28
tuvieran en cuenta los servicios que las congregaciones prestaban a la sociedad.
Incluso escribió al Papa para tranquilizarlo. Lógicamente, las elecciones de mayo de
1902 se realizaron en un increíble clima pasional. Se impuso el bloque de izquierdas,
entre los que eran más numerosos los radicales. Waldeck-Rousseau dimitió
aconsejando al Presidente de la República que le diera por sucesor a Emilio Combes.
Combes encarnaba el anticlericalismo más sectario después de perder la fe, tras una
juventud católica en la que se doctoró con sendas tesis sobre san Bernardo y santo
Tomás de Aquino y haber sido profesor en el Seminario menor de Albi. Especie de
pedagogo racional y ético, vivía sus ideas y comportamientos con un rigor inflexible;
enfundado en su severa levita, recibía el apelativo de el "pequeño padre Combes". Su
política inmediata fue aplicar con todo el rigor de la letra la ley de julio de 1901.
Algunas Congregaciones perfectamente legales habían abierto establecimientos sin
pedir la debida autorización: se los cerraron. Así quedaron clausuradas de un golpe
125 escuelas que habían sido abiertas desde el 1 de julio de 1901. Antes de esta
fecha, habían sido abiertos 3.000 centros docentes: recibieron la orden de cerrar en el
plazo de ocho días, porque la autorización no había sido pedida a tiempo. Los obispos
elevaron su protesta al Consejo de Estado. El Gobierno estudió las demandas de
autorización depositadas por las Congregaciones masculinas. Sólo fueron aceptadas
cinco: los Trapenses, los Hermanos de San Juan, de Dios, los Cistercienses de Lerins,
las Misiones africanas y los Padres Blancos (en la metrópoli se podía perseguir, pero
en las colonias los misioneros eran embajadores culturales de Francia; lo que no
impidió que el ministro de Colonias, Doumergue, llegara a expulsar a las religiosas de
los hospitales de Indochina, Senegal y Madagascar). Todas las demás peticiones,
fuera de estas cinco fueron rechazadas. Las Congregaciones femeninas sufrieron la
misma suerte. Por este procedimiento se terminó de dispersar brutalmente a 30.000
religiosos en la primavera de 1903 y se cerraron mil quinientos establecimientos de
religiosos, en lo que fue "la mayor violación del derecho común cometida contra la
libertad de enseñanza" (Latreille). Los cierres y abandonos de las comunidades
religiosas se realizaron no sin numerosos incidentes entre la población civil y los
funcionarios del gobierno.
Ya desde el 1º de enero de 1901, el P. Simler ponía en aviso a toda la Compañía con
su Circular nº 3, en la que advertía de "nuestros deberes en la situación actual: la
oración y la fidelidad a nuestra misión". En ella insertaba una Carta pastoral de Mns.
Richard, Arzobispo Cardenal de París, dirigida a todos los fieles de Francia, por
indicación de la Santa Sede para informar sobre la gravedad de la situación. Simler
informó de la gravedad de la situación en el Capítulo General de 1901.
Desde aquella primera Circular sobre la cuestión religiosa, Simler fue informando
puntualmente a la Compañía, contribuyendo a crear un clima de fervor religioso en
torno a la mística de la persecución. "Oración y fervor en tiempos de persecución"
(Circular del 1 de enero de 1901), "oración y penitencia en tiempos de prueba"
(Circular del 21 de octubre), la muy significativa del 8 de diciembre de 1902 titulada "La
persecución a los ojos de la fe", en la que llama a los religiosos a practicar "la
penitencia en los tiempos de calamidad" y ofrece "consejos en los tiempos de
persecución", pusieron los hitos doctrinales y espirituales para soportar con entereza
aquella hora.44
¿Cómo afectó la ley del 2 de julio de 1901 y su aplicación a la Compañía de María?
Religiosos y superiores no disimulaban la gravedad del peligro que ponía en cuestión
la existencia misma de la Compañía. Todas las Congregaciones que estaban en las
mismas condiciones que los Marianistas, creyendo a salvo sus derechos frente a la
Ley de Asociaciones, presentaron una petición condicionada de autorización. Al
constatar las intenciones del Presidente Combes, los superiores de las
44 Todas las comunicaciones de Simler a los religiosos marianistas con motivo de la
persecución religiosa en Francia en Lebon, La Société de Marie, 125 (nn. 2 a 5).
29
Congregaciones docentes tuvieron diversas reuniones para estudiar en unión con
miembros del Parlamento y del Tribunal las medidas a tomar. Igualmente, el P. Simler
convocó en París a los provinciales de las Provincias francesas de la Compañía, para
ponerse de acuerdo en las instrucciones a dar. Aconsejados por eminentes juristas y
con el concurso de parlamentarios católicos, para ver de defender los derechos de la
Compañía enviaron diversas notificaciones de apoyo a políticos y a periódicos para su
publicación.
Simler comunicó puntualmente a sus religiosos el estado de la situación políticoreligiosa. Emocionantes fueron, sobre todo, los Ejercicios anuales de 1902;
conscientes de ser la última vez que se encontrarían reunidos y antes de
dispersarse, en el acto de clausura se cantó, apretados en torno al pedestal de la
estatua de la Virgen María, el "Ecce quam bonus et quam jucundum...", entrecortado
por la emoción y el correr de las lágrimas. Sin embargo, era urgente tomar medidas
para asegurar el futuro de las personas y de las obras. Numerosos católicos sacerdotes y obispos incluidos-, para evitar la pérdida de las instituciones y los
grandes servicios que los religiosos prestaban les pedían renunciar a la vida religiosa y
continuar al frente de las obras. Numerosos religiosos y religiosas se
secularizaron y algunas Congregaciones femeninas se disolvieron. Otros
propugnaban el abandono de las obras y el exilio, ante todo para conservar la
fidelidad a los votos religiosos.
Se suscitó en la Iglesia gala un intenso debate teológico y canónico por la posibilidad
de mantener los votos religiosos en privado, desempeñando las tareas apostólicas,
pero en hábito civil y sin formas jurídicas ni institucionales. El P. Simler optó por
dejar a los religiosos la libertad de expatriarse para conservar la plena libertad
de vivir su vida religiosa, o bien, ofrecer la oportunidad de romper los votos que
les unía con la Compañía en el terreno civil y continuar así sosteniendo las
obras en Francia, guardando en el terreno inviolable de la conciencia las
obligaciones sagradas de su vida religiosa. A éstos les fue pasado un Acta de
secularización. La importante circular del 8 de diciembre de 1902 explicaba a los
religiosos franceses los términos de dicha Acta y daba las consignas para vivir en tales
circunstancias. En la audiencia concedida por Pío X, el 28 de febrero de 1904, el papa
Sarto aprobaría el proceder del Superior General marianista.
Pero era preciso prevenir la confiscación de los inmuebles, que hubiese podido
impedir la marcha de las obras apostólicas. En virtud de sus Estatutos, la Compañía
poseía el derecho a alienar sus propiedades; usando de este derecho durante el
invierno de 1902 - 1903 fueron vendidos la mayoría de los inmuebles a sociedades
anónimas constituidas, improvisadamente, por antiguos alumnos y por las familias de
los actuales. Mientras se realizaban estas maniobras, los acontecimientos se
precipitaron: en la Cámara del Parlamento se rechazaban en bloque todas las
peticiones de autorización presentadas por las Congregaciones religiosas. Era el 26 de
febrero de 1903. A la protesta de los diputados católicos, la Cámara rechazó examinar
las peticiones individuales de cada Congregación y el 18 de marzo fueron rechazadas,
también en bloque, las solicitudes de las Congregaciones docentes. Era, en una
palabra, la proscripción contra millares de religiosos y el cierre de cientos de escuelas.
El 1º de abril de 1903, una carta emanada de la Dirección de Cultos y firmada por
Combes, notificaba al Superior General que, a consecuencia de la deliberación de la
Cámara, la Compañía de María quedaba disuelta a todos los efectos legales y, por
consiguiente, sus casas debían ser cerradas. A la sede de la Administración General
se le concedía un dilación de tres meses hasta la aplicación de la Ley. Tras la casa
central, cada uno de los 95 establecimientos de la Compañía en Francia recibieron
aviso de disolverse en tres meses. Sin embargo, al día siguiente, el Tribunal del Sena
nombraba un liquidador para la Compañía de María en la persona del Sr. Duez.
Pero las medidas tomadas para resistir a la persecución fueron seguidas por la mayor
parte de los religiosos, que habían aceptado seguir la línea de conducta propuesta. Sin
esperar a la votación de la ley que había disuelto las Asociaciones, los marianistas
30
franceses ya habían roto todo vínculo con la Compañía y se encontraban, ahora, en el
terreno del derecho común y las escuelas ya no pertenecían a la Compañía de María
sino a propietarios privados con la documentación perfectamente en regla. El Gobierno
protestó; hubo múltiples registros policiales; los Tribunales no tuvieron más remedio
que reconocer la legalidad de la situación. Todo lo más, se impusieron algunas multas
que no fueron pagadas. El liquidador Duez recurrió, entonces, a la justicia y ésta,
siguiendo al Gobierno, mandó anular el valor legal de todas las ventas de sus
inmuebles realizadas por la Compañía; pero los nuevos propietarios presentaron sus
títulos a las pretensiones del liquidador y tuvieron que ser indemnizados por la
Compañía que, ahora sí, quedó expoliada de todos sus bienes. Los propietarios
pudieron adquirir los inmuebles con el permiso de la Santa Sede y de la Compañía
para dedicarlos a obras de educación cristiana. De los demás edificios, la posterior
venta y subasta llevada a término por el liquidador fue tan fraudulenta y escandalosa
que Duez acabó condenado a trabajos forzados en la Guayana francesa donde
terminó sus días.
Según una entrevista a Combes en la prensa de la época, él mismo desvelaba que los
gastos por la liquidación de los bienes de la Compañía de María se habían elevado a
671.090 fr., en donde la partida mayor de 527.626 fr. correspondía a la casilla de
"varios". El mismo Combes se manifestaba escandalizado.
Tras estos pasos, la hora del exilio había llegado para el Buen Padre, para los
religiosos jubilados en casas de retiro y para los formandos y sus educadores. Se les
preparó asilos en las Provincias hermanas de España, Suiza y Bélgica. En los
primeros días de abril comenzó el doloroso éxodo. El 17 de abril, viernes de
Pascua, el Buen Padre celebró la misa por última vez en la capilla de la Administración
General en la calle Montparnasse, 28. En el Introito, pudo leer estas palabras de
ánimo: Eduxit eos Dominus in Spe, alleluia, et inimicos eorum operuit mare, alleluia.
Se retiró después a su habitación, en la que ya no había mueble alguno, ni una
imagen, y arrodillado permaneció en oración hasta el momento de partir; entonces, se
puso en pie y salió sin hacer ningún ademán, sobriamente, con el abandono filial que
había tanto recomendado a sus religiosos. Los Asistentes Generales permanecieron
en París en un pequeño apartamento alquilado en el nº 6 de la calle Regard. En el
mes de agosto, y cediendo a la fuerza, abandonaron París para reunirse con el P.
Simler refugiado en Nivelles (Bélgica), donde se estableció la nueva sede de la
Administración General hasta 1949 en que sería trasladada a Roma. Las
vacaciones de 1903 fueron un periodo difícil de reorganización administrativa y
religiosa.45
Para mayor dolor en el alma de los protagonistas, la Iglesia francesa, asaltada por el
Gobierno radical, se encontró, además, con otro enemigo dentro de sus propias filas,
para el que ni la Jerarquía ni el pensamiento católico se encontraban preparados: la
crisis modernista. Acontecidas las dos crisis al unísono, la política y la cultural, sobre el
mismo terreno y a la misma hora sus efectos se llegan a confundir en cuanto a la
pérdida de efectivos humanos se refiere en las provincias francesas de la Compañía.
Al amparo de la expulsión y a falta, también, de una monografía sobre los
efectos de la crisis modernista en la Compañía de María en Francia, las
estadísticas arrojan la cifra de 2.037 religiosos el 1 de enero de 1903 y de 1.755 al
año siguiente, que nos da 282 religiosos menos, que abandonaron la Compañía.
Otra fuente señala 311 los marianistas que abandonaron entre 1903 y julio de 1904;
de ellos la nada despreciable cifra de 96 religiosos con votos definitivos y 14
sacerdotes; dato éste último que nos está indicando el ocultamiento de los efectos del
modernismo bajo los estragos de la persecución legal a las Congregaciones.46
45 Lebon, La Société de Marie, 124-130.
46 Cifras en "Statistiques", en AGMAR: 0106.2/ 1 y también en AGMAR: 0106.4/ 7;
listas de nombres en las páginas de los años: 1903, Sorties; 1904, Défections; 1904,
31
9) MUERTE DEL P. SIMLER
El P. Simler había pasado el invierno en Vitoria; después de la Pascua de 1904
regresó a Bélgica. En la casa de los jesuitas de Fayt, en Bélgica, se reunió con los
provinciales, inspectores, directores y sacerdotes de las cuatro provincias marianistas
de Francia, a los que les predicó los Ejercicios espirituales anuales. En sus
conferencias fue repasando los puntos esenciales de las Constituciones, estudiados a
la luz de la situación en que se encontraban los religiosos y las obras de Francia, y con
la finalidad de reforzar en ellos la esperanza y la fortaleza que habían de transmitir a
sus hermanos al terminar los Ejercicios y regresar a sus respectivas comunidades.
Esta fue la última gran alegría del P. Simler.
En otoño emprendió la visita de las comunidades marianistas de Suiza. El 19 de
septiembre celebraba el cincuentenario de su profesión religiosa. Con este
motivo, la Compañía entera le prodigó su testimonio de veneración. Simler ya no se
reponía de la enfermedad cardiaca. Aquejado por nuevos ataques, el médico le
aconsejó recibir los últimos sacramentos. No es que estuviera en el último trance pero
en la plenitud de sus facultades mentales prefirió recibir el 20 de octubre por la tarde
la extremaunción y el viático. Una bendición especial del Santo Padre le llegaba por
telégrafo. Al día siguiente, celebró su setentaiún cumpleaños. La enfermedad le
impidió celebrar la santa misa.47
El 8 de noviembre comunicaba con una última Circular su enfermedad a todos los
religiosos, agradecía y comentaba el aniversario de su cincuentenario de
profesión religiosa y dejaba a todos un supremo aviso. Su último consejo fue una
llamada a la unidad, al espíritu de familia, a la perseverancia en común.
Recordando las bajas causadas por la persecución -y por la crisis modernista no
manifestada- reconocía que se habían producido algunos vacíos en las filas:
"Apretaos estrechamente unos contra otros. Sed uno, es la recomendación
expresa del Divino Maestro. Sed uno con vuestros directores, confiad en ellos,
en su prudencia y sobre todo en el carácter divino de la autoridad de que son
depositarios. Sed uno entre vosotros, amándoos con verdadero amor,
soportándoos mutuamente. Sed uno con la Compañía, tened confianza en ella:
es cierto y manifiesto que es obra de Dios; con vuestros esfuezos unidos
realizará las grandes cosas a que Dios la destina. Se ha extendido el rumor de
que se tambalea; pero se mantiene fuerte. Dios la sostiene visiblemente, y os
diré con nuestro venerado Fundador que su presente y su porvenir depende
únicamente de vosotros: será lo que vosotros hagáis, fecunda hasta el
céntuplo, como las obras de arriba si permanecéis unidos, estéril si os dividís,
estéril si mináis sus bases fundamentales, las Constituciones. Porque, también
esto lo deseo, sed uno con vuestras Constituciones, que me han servido como
lectura espiritual durante las semanas más duras de la enfermedad: me han
llamado la atención los tesoros que encierran, su riqueza inagotable. Es la
fuente de vuestra perfección, el guía seguro de vuestra felicidad aquí y en el
otro mundo, la garantía infalible de éxito en vuestro trabajo, ya que son la
auténtica expresión de la voluntad de María sobre vosotros. Finalmente,
Sorties; y 1905, Morts et Sorties, en el documento "Décès et Sorties (1889-1920)", en
AGMAR: 0106.2/ 3; en el informe pasado a la Santa Sede de 1902 se anotan 2.048
religiosos, de ellos 138 sacerdotes y 1.910 laicos, que arroja una pérdida en total de
364 religiosos, en Ambrogio Albano, Repertoire de Statistique S. M., AGMAR (Roma s.
d.) 28 y 173-174.
47 Últimos años del P. Simler, en Cousin, José Simler, 118-124.
32
queridos hijos, sed uno con María. La Compañía es cosa suya; le
pertenecemos por completo, no somos sino auxiliares suyos y sus
instrumentos. Es nuestra Madre tiernamente amada, que sea también nuestra
Reina fielmente servida. En esta crisis nos ha defendido, nos ha llenado de
atenciones y de evidentes bendiciones. Reconozcamos sus beneficios
estrechándonos unos contra otros, en torno suyo y de su bandera. Que tenga
la satisfacción de ver a sus hijos de la Compañía animados por el mismo
espíritu, orientados por las mismas aspiraciones, amando con un mismo
corazón, consumados en la unidad."
La última Circular de Simler, que hacía el sorprendente número de nonagésimo
cuarta, era un compendio de los núcleos doctrinales sobre los que durante su
dilatado y fecundo generalato había asentado a la Compañía de María: la unidad en
torno a la definición carismática del fundador, concretada en las nuevas
Constituciones, en la recuperación histórica del P. Chaminade, en la uniformidad
bajo el mandato de los superiores, revestidos de una autoridad de carácter divino, la
dedicación y devoción mariana y la entrega de consuno a las obras de la
Compañía. Simler había sabido expresar en la uniformidad y regularidad los
fundamentos espirituales de la unidad carismática, de vida y misión, de los religiosos
marianistas. A su muerte dejaba fundados un cuerpo doctrinal y un cuerpo social neto,
claro y disciplinado, dispuesto a afrontar con fortaleza los graves momentos que vivirá
la Iglesia y la Compañía en el primer tercio del nuevo siglo: la incipiente secularización
de las formas de la vida cotidiana, dos guerras mundiales y las persecuciones del
liberalismo radical y de los regímenes fascistas y comunistas.
A la Circular del 8 de noviembre siguió una recaída que le dejó clavado en un sillón.
Desde el inicio de 1905 había caído en un estado de languidez y somnolencia habitual;
respiraba con dificultad. El día 3 de febrero tuvo un arrebato de lucidez; bendijo a sus
Asistentes Generales, se interesó por la situación de la Compañía y por la tarde
renovó su profesión religiosa; y tras una crisis de escasa violencia se durmió para
fallecer a las siete y treinta de la mañana del día siguiente.
El 4 de febrero de 1905, a los setenta y dos años de edad, fallecía en Nivelles el
P. José Simler, cuarto superior General de la Compañía de María durante
veintinueve años, y artífice de un modelo esplendoroso de vida religiosa que
estuvo en vigor hasta el Concilio Vaticano II. Sus restos mortales fueron
conducidos a su pueblo natal de Saint-Hippolyte, en cuyo cementerio fue enterrado
entre las tumbas de tantos marianistas difuntos de aquella comunidad que reposan en
aquel mismo lugar.
Desde el momento de la muerte del Buen Padre Simler, el Primer Asistente, P. José
Hiss se transformaba en Vicario General de la Compañía de María y enviaba desde
Nivelles una Circular a todos los miembros de la Compañía, con fecha 4 de febrero de
1905 para anunciar la muerte del Superior General. Según las Constituciones, en su
artº 292, se disponía que a la muerte del General, cada comunidad debía hacer una
novena de oraciones por el eterno descanso de su alma con la recitación del salmo De
Profundis; se continuaría durante un mes recitándolo después de la oración de la
mañana y cada religioso laico debía ofrecer tres veces la comunión y cada sacerdote
ofrecer tres veces la misa; una de estas misas podría sustituirse por un servicio
litúrgico solemne en la comunidad. La Circular la firmaban el P. Hiss y el Secretario
general, Sr. Crémaux.
El 13 de marzo, convocaba el P. Hiss, con una segunda Circular, la indicción del 13º
Capítulo General, para los días 1 a 10 de agosto de 1905 en Rèves (Bélgica).
Atribución que las Constituciones en su artº 509, reservaba para el Vicario General en
caso de Generalato vacante. El objeto del Capítulo sería, lógicamente, la elección del
Superior General y de sus Asistentes, según Constituciones, artº 508 y otros asuntos
menores en la administración ordinaria del gobierno general, reglamentados en los
artº. 509 y 510. Dada la situación en Francia de expulsión de los religiosos, sólamente
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las Provincias de América del Norte y de España podían proceder en las elecciones
según el modo ordinario. Para las Provincias francesas, de acuerdo con la Santa
Sede, se haría saber cómo proceder. En este caso particular, representaban a las
Provincias francesas sus respectivos provinciales e inspectores, y en virtud de un
rescripto de la Santa Sede, también serían delegados al Capítulo los religiosos que
asistieron al Capítulo precedente, además del P. Ernesto Sorret, en su calidad de
Rector del Seminario marianista, y de D. Enrique Gaehlinger, como secretario
particular que era del Tercer Asistente y profesor en Rèves.
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