La palabra "polémica" tiene su raíz en la griega "pólemos", que

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Imagen versus concepto en los debates televisivos
Zona polémica
La palabra "polémica" tiene su raíz en la griega "pólemos", que significa
"guerra". Y "debate" es hermana de "combate": la palabra latina "debattuĕre"
("golpear") es madre de ambas. Las polémicas y los debates por televisión son
eso: más que confrontar ideas, los contendientes procuran anular al contrario.
En el enfrentamiento de miércoles entre Pedro Bordaberry y Rafael Michelini se
percibió ese espíritu bélico: el primero arrastró al segundo hacia su propio
territorio o "zona polémica", término de estrategia militar referido a cierto tipo de
áreas fortificadas. Y el segundo fue allí sin saber con qué arsenal se
encontraría.
Una característica del debate televisivo es el predominio de la imagen y la
sugestión por sobre los conceptos. Los primeros "Great Debates" de la historia
moderna fueron los cuatro que enfrentaron en la campaña presidencial de 1960
al entonces vicepresidente estadounidense Richard M. Nixon con el senador
John F. Kennedy. En el primero, visto por más de 60 por ciento de los
televidentes de ese país, Nixon venía del hospital, donde se recuperaba de un
hombro fracturado, y Kennedy de California, donde mejoró su bronceado. Para
colmo, Nixon se negó a pasar por la sala de maquillaje.
Lo que más recuerdan los televidentes no fueron los programas de gobierno,
sino los botones de sudor que adornaron el rostro y la camisa del entonces
futuro segundo presidente más mentiroso de la historia estadounidense. La
diferencia entre un abatido y avejentado Nixon y un joven y dinámico Kennedy
puede haber inclinado la balanza a favor del segundo: la ventaja de Jack en las
urnas fue de apenas 0,2 puntos porcentuales.
Los presidenciales son los debates televisivos por antonomasia. Porque los
planes de gobiernos se leen en diarios y panfletos, pero en esos instantes de
tensión y lucha en vivo y en directo se puede escudriñar el carácter de un
candidato.
Sin embargo, los debates más memorables de la TV uruguaya no fueron
presidenciales, ni siquiera esa larguísima miniserie "Jorge Batlle contra todos"
en la campaña de 1989, conducida por Néber Araújo en Canal 12.
En 1980, el coronel Néstor Bolentini y el abogado Enrique Viana Reyes
intentaron defender por Canal 4 la constitución proyectada por la dictadura ante
el exitoso embate del colorado Enrique Tarigo y del blanco Eduardo Pons
Etcheverry. Fue la primera aparición de opositores en la tele en siete años, y
fue el primer hito catódico del principio del fin de la dictadura.
En diciembre de 1986, en el programa "Prioridad" (Canal 10), el entonces
ministro del Interior, Antonio Marchesano, le abrió toda la cancha a Wilson
Ferreira Aldunate para perseguir a Líber Seregni con el Pacto del Club Naval
en la suela de su champión derecho, que, cuando la usaba, era implacable. Lo
que más se recuerda de ese episodio son las palabras "subyacente,
sobrevolante".
Años después, se registró el primer debate directo entre un pachequista
(Pablo Millor) y un tupamaro (Eleuterio Fernández Huidobro), arbitrado por
Néber Araujo. La polémica fue intensa, pero la imagen que quedó en la
memoria de los televidentes fue la "granada pachequista" que el Ñato puso
sobre la mesa.
La semana pasada se incorporó a esta selecta lista el debate BordaberryMichelini. El hijo de Juan María Bordaberry tenía el objetivo de atenuar en el
público el efecto de las ilevantables acusaciones contra su padre. Y no se
puede, no se debe descartar el propósito de influir sobre la justicia, aunque en
ese caso la polémica será sólo entre defensa y acusación, y ante un solo
cercanovidente: el juez.
El hijo de Zelmar Michelini corría con desventaja. El formato de polémica
televisiva no admite matices como los que Rafael Michelini se ha preocupado
en cuidar en los últimos años en sus intervenciones públicas sobre el asunto,
en los que inciden su condición de dirigente político y también las diferencias
de tono que existen dentro de su propia familia sobre el juicio por el asesinato
de su padre, admitidas por él mismo en el debate del miércoles.
Bordaberry esgrimió un arma desconocida por el contrario: la grabación de
una conversación privada entre ambos contendientes. Por más que Michelini
supiera sobre la existencia de ese registro (como aseguró el viernes el
conductor del programa, Ignacio Álvarez), el líder del Nuevo Espacio no podía
conocer qué afirmación suya sería detonada por Bordaberry en su contra.
Michelini estaba a la defensiva de algo que había dicho y no sabía qué era. Así,
el hijo del dictador dispuso de un doble efecto: el de la sorpresa y la
espectacularidad que supone la revelación de algo oculto.
Los grabadores y cámaras ocultas son recursos válidos en periodismo y en
cualquier ámbito, incluso en la política y en la justicia. Todo depende de cómo
se usen y en qué ocasiones. Hay datos casi imposibles de obtener de otro
modo. Pero en este caso el resultado informativo fue muy magro. El brevísimo
extracto elegido por Zona Urbana fue "lo más interesante" de un diálogo de
casi una hora entre Michelini y Bordaberry, dijo Álvarez en su programa de
radio. "Les puedo decir: no hay mucha cosa más en este tema", dijo.
Aún no cabe descartar cierta complicidad entre Bordaberry y Álvarez,
subyacente o explícita, para arrastrar a Michelini hasta el estudio, aunque la
producción de "Zona urbana" hubiera puesto sobre aviso al senador del Nuevo
Espacio. El ex ministro colorado lo desafió a desmentirlo "en la cara" con 200
mil televidentes como testigos, incluso antes de que se anunciara al aire la
emisión de un diálogo reservado. Sonó a reto, y Michelini recogió el guante.
Con los dos polemistas en el piso, Álvarez se tomó algunos minutos más para
revelar ante las cámaras la bomba de estruendo que ya estaba preparada.
Quizás el momento para mostrar las cartas hubiera sido antes, cuando
Bordaberry lanzó el desafío. Pero Álvarez eligió privilegiar el golpe de efecto y
no la transparencia, en perjuicio de Michelini y de sus televidentes. Esa actitud
podría atribuirse a un error o a un operativo bien coordinado entre el conductor
y uno de los contendores.
Por otra parte, se reprodujo en esta ocasión la diferencia de imagen del
primer "Great Debate" entre Kennedy y Nixon. Michelini llegó a Canal 10 de
apuro, sin pasar por la sala de maquillaje, despeinado y algo desaliñado,
cuando creía terminada su jornada. Bordaberry, en cambio, se estaba
preparando hacía días para el combate.
Hubo desequilibrio entre las condiciones de pelea de los polemistas, y
también entre información y entretenimiento, en evidente detrimento de la
primera. Más que datos nuevos o ideas, se confrontaron las imágenes de dos
personalidades famosas. Quienes simpatizaban con una de ellas tendieron a
ubicarse de su lado. Las opiniones que pueden variar son las de aquellos a
quienes ambos les caían simpáticos o detestables en medidas equidistantes.
Ya habrá alguna encuestadora que determine el ganador de la polémica, pero
las opiniones se moldean mucho en el intercambio interpersonal después del
debate. Esas opiniones todavía están cambiando, e incluso formándose entre
quienes no vieron la última edición de "Zona urbana". Por lo tanto, el mejor
sondeo será el más tardío.
De cualquier manera, el programa ya se ganó el cuarto puesto entre las
polémicas más memorables de la televisión uruguaya. Pero no será porque
haya contribuido a resolver el asesinato de cuatro opositores uruguayos en
Argentina, sino porque ese día Bordaberry divulgó una conversación privada
con Michelini para defender a su padre, un dictador aborrecido por la vastísima
mayoría de los uruguayos.
Y también porque fue el menos transparente, incluso que aquél en que Tarigo
y Pons Etcheverry se dieron el gusto de fumar como chinos en un estudio lleno
de humo, mientras derrotaban a los "rinocerontes".
Marcelo Jelen
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