237 vol. LXIV, n. 1, pp. 237-276, enero-junio 2009,

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Dialectología
Tradiciones
NATURALEZA Y CULTURA Revista
EN LOS de
RITUALES
DE SAN y
ANTONIO
Populares,
237
vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009,
ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457,
doi: 10.3989/rdtp.2009.028
Naturaleza y cultura en los rituales
de San Antonio
Nature and Culture in the Rituals
of San Antonio
Honorio M. Velasco Maíllo
UNED, Madrid
RESUMEN
En este artículo reflexiono en torno al culto de San Antonio Abad o San Antón como
una muestra de la fusión naturaleza y cultura a través de los ritos que llevan a cabo las
distintas poblaciones que festejan a este santo. Las prácticas festivas de este “santo viejo” están asociadas a prácticas precristianas relacionadas con el culto al fuego y la protección de los animales. El culto de este santo popular estuvo muy extendido por Europa y fue exportado a las colonias americanas. Sirve como expresión muy clara de cómo
las apropiaciones populares se han producido una y otra vez estimuladas por iniciativas
eclesiásticas y se han desarrollado según los modos propios las prácticas propuestas, rozando en ocasiones la heterodoxia y expresando mecanismos de resistencia al cambio.
Aunque por otra parte este culto se ha mantenido gracias a que se ha adaptado; el campo
se industrializó y dejó de celebrarse la bendición de animales para pasar a bendecir las
máquinas. Cuando prácticamente se ha abandonado la explotación ganadera, el culto
se adapta a la nueva sensibilidad ecológica y se bendicen las mascotas. San Antonio
concilia naturaleza y cultura, lo rural con lo urbano, los cultos remotos con la nueva
ecología.
Palabras clave: Fiestas populares; Naturaleza; Cultura; Culto del fuego; Bendición de
Animales.
SUMMARY
In this paper I analyze the cult of San Antonio Abad, San Antón, as an example of
the ritual fusion of nature and culture in the different communities commemorating this
Saint. The festive practices of this «old Saint» are associated to preChristian rites related
to fire and the protection of animals. The cult to this Saint was very pread out in Europe, and was even exported to the American colonies. It is a clear example of how
popular practices appropriate Church initiatives within their own logic, bordering hetRDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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erodoxy at times, while expressing mechanisms of resistance to change. Yet it is clear
that this cult has survived because it has adapted. When industrialization came to the
countryside, the animal blessing gave way to machine blessing. When stockbreeding is
on the wane, the cult adjusts to new ecological sensibilities and the blessings go to pets.
St. Antonio unifies nature and culture, rural and urban, remote cults with ecology.
Key Words: Holidays; Nature; Culture; Fire Rituals; Animals Rituals.
INTRODUCCIÓN. UN
SANTO VIEJO
San Antonio, San Antonio Abad, San Antonio de Enero o San Antón, son
todas denominaciones extendidas de un santo al que se venera en numerosas poblaciones en España y en Europa y que es tenido como un “santo
viejo”. La caracterización de “viejo” es peculiar y deben ser tomados en
consideración sus varios sentidos. Se refiere, por un lado, a que la iconografía suele comúnmente mostrar una figura de monje “viejo”, aunque no
estrictamente anciano, especialmente en las escenas de desierto. Por otro
lado, está integrado dentro de lo que se podría tomar como el estrato antiguo de santos de devoción cristiana bien enraizado en la religiosidad popular pero posteriormente postergado por devociones a otros santos, promovidas por órdenes religiosas con creciente presencia social o fomentadas
por los prelados en sus respectivas diócesis o cumpliendo normas provenientes de la Santa Sede. La historia de las devociones populares es una
historia de desplazamientos de objetos de devoción hacia unas u otras figuras de santos o advocaciones cristológicas o marianas (Christian 1991).
Tal vez mucho más viejas que la propia referencia cristiana que el santo proporciona sean las prácticas festivas asociadas al santo que se suponen procedentes de celebraciones paganas anteriores. Consualia romana, los
cultos Beltane celtas, como sugería Frazer (1922). Y aún cabe imaginar que
si entre esas prácticas se encuentra el culto al fuego éste pudiera ser más
antiguo que los paganismos conocidos. Indefinidamente antiguo. Es más que
probable, sin embargo, que la celebración a este santo no sea la única que
haya recogido los cultos al fuego (o del fuego) pues es sabido que prácticas rituales con tratamientos variados del fuego están muy repartidas a lo
largo del año, bastante más que en relación con las transiciones solsticiales
o equinocciales. Inevitablemente salta aquí la cuestión de las supervivencias y se cruza con la siempre mal tapada irrupción del paganismo en los
cultos cristianos. Pero ambas cuestiones no pueden ser resueltas tan sólo
con las referencias en torno a una manifestación festiva como ésta y han
de dejarse una vez más en suspenso.
Aunque en los cultos a San Antonio se acumulan varias prácticas —y se
verá después más detenidamente— como las hogueras y la integración soRDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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cial de los animales. No los hace demasiado singulares pero ciertamente les
corresponde la intersección entre “naturaleza y cultura” que se recoge en
el título de este trabajo. No porque quiera ser una afiliación estructuralista
muy común hace algún tiempo, sino porque efectivamente las prácticas
parecen moverse entre esos grandes ámbitos traspasando de uno a otro atributos, cualidades y sentidos.
Los materiales etnográficos son muy abundantes. No sólo con referencias sobre fiestas y tradiciones en poblaciones españolas, sino también italianas, francesas, portuguesas y europeas (además de las americanas, especialmente en los países que fueron colonias españolas con misiones de frailes
antonianos). Y habría que añadir un volumen considerable de ilustración
literaria eclesiástica y de ilustraciones gráficas en pintura y escultura, pues
el santo, su vida y milagros han sido tema frecuentado por el arte a lo largo de la historia.
San Antonio es un santo muy popular y sobre él cabe admitir que se
ha focalizado de forma muy acusada la religiosidad popular. Su culto sirve
como expresión muy clara de cómo las apropiaciones populares se han
producido una y otra vez estimuladas por iniciativas eclesiásticas y se han
desarrollado según los modos propios las prácticas propuestas, aunque eso
suponga frecuentemente derivas luego consideradas heterodoxas o inapropiadas. En ocasiones pueden haber sido tenidas como resistentes a las innovaciones por mantener otras más antiguas. Es el caso de algunas de las
prácticas asociadas a este santo, como la representación del cerdo junto al
santo en las imágenes, las entradas de los animales, las danzas y representaciones en recinto sagrado y con diablos, la bendición del fuego o los saltos
sobre él, etc. No pocas veces estas prácticas han sido mencionadas expresamente en las prohibiciones reflejadas en Sínodos o en las recomendaciones y mandatos que aparecen en los informes de las Visitas episcopales.
La “popularidad” del santo implica prácticas y creencias diversas y entre
ellas un tratamiento de familiaridad que muy expresivamente trasmiten las
coplas tan abundantes que se cantan en torno a la fiesta, pero también todo
el discurso común que se intercambia en ella. Tan reveladora familiaridad
se casa difícilmente con la gravedad de la representación iconográfica (un
santo asceta, heroico por haber sobrevivido al desierto) y con los valores
formalmente atribuidos a las imágenes y advocaciones religiosas.
Del mismo modo y en relación de polaridad también se ha hecho “popular” en este caso (y en algunos otros) la incorporación de las figuras de
los demonios al culto y a la celebración festiva, en una dirección bastante
diferente de la presencia que tiene en el arte religioso. Relacionados o no
con el culto al fuego, los demonios “andan sueltos” por el ritual justificando transgresiones.
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Es reconocido que la fiesta tuvo sus tiempos álgidos en las poblaciones
rurales antes de la industrialización del campo y muy generalmente se ha
destacado que estaba llamada a desaparecer porque la reducción de los
animales de trabajo y transporte en las áreas rurales llevó comúnmente a
pensar que el santo se había ido quedando sin “oficio”, aun cuando en algún pueblo se mantuviera la fiesta cambiando la bendición de animales por
la bendición de maquinaria agrícola.
Pero es tal vez sorprendentemente una fiesta resucitada. Por doble proceso. Las mismas poblaciones que la abandonaron, más tarde la hicieron
revivir, animada por un impulso revitalizador de tradiciones perdidas en
busca casi siempre de aliento para una identidad necesitada de revigorización.
Y por otra parte, resucitada con la incorporación de un nuevo objeto de la
protección del santo, los animales de compañía (urbanos casi todos ellos),
tan extremadamente variados en su especie como variada es la intención
de los dueños en hacerlos desfilar, mientras el celo eclesiástico estimula su
acogida en la iglesia (el entorno de la iglesia) como un programa de acomodación a los nuevos tiempos. De los animales-útiles a los animales-adorno, San Antón no parece haber cambiado demasiado de oficio.
Y de esta forma imprevista la fiesta liga las referencias más viejas a supervivencias de pasados remotos a las modernas compañías de la soledad
urbana, relaciona las viejas cofradías con las sociedades protectoras de animales y dibuja una continuidad entre la tradicional explotación ganadera y
la creciente sensibilidad ecológica y de defensa de la diversidad biológica.
San Antonio no sólo hace interseccionar “naturaleza y cultura”, sino también lo santo y lo demoníaco, lo rural y lo urbano, el culto al fuego remoto y la nueva sensibilidad ecológica.
MOTIVOS
HAGIOGRÁFICOS Y MOTIVOS ICONOGRÁFICOS
El culto a San Antonio por popular que pueda llegar a ser tiene como
referencia una serie de motivos proporcionados y difundidos desde las
hagiografías eclesiásticas a partir de una primera fuente que por otra parte
es primera en la serie de Vitae de santos, de tanta influencia en la formación y desarrollo de la devoción medieval: la Vita Antonii de San Atanasio.
Ésta es a su vez la fuente principal de la que se reprodujo en La leyenda
dorada de Santiago de la Vorágine (s. XIV). Y comparada en cuanto a sus
contenidos la hagiografía de San Antonio que aparece en ella con otras de
los numerosos santos que llegaron a tener una fuerte devoción resulta más
próxima a los cánones eclesiásticos de santidad que a los que se suponen
populares. Los motivos que en La leyenda dorada aparecen son:
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— Fue anacoreta en el desierto, tras vender sus posesiones y donarlas
a los menesterosos, movido por la predicación del Evangelio: “Si
quieres ser perfecto, vende tus bienes, etc.”
— Presentó una firme resistencia a las tentaciones del demonio que de
forma continuada asedió, presionó, halagó, torturó al santo. Los motivos reflejan en concreto las tentaciones en relación con: el deseo
de fornicación, el dolor físico, la muerte aparente, la riqueza en forma de tesoros hallados, la ambición de poder en un mundo enmarañado, las dificultades e impedimentos para lograr el éxtasis, la confrontación directa con el propio demonio presentándosele como un
gigante de corpulencia enorme.
— Fue un modelo para los monjes: observancia fiel de las prácticas de
penitencia, retiro a las celdas duradero y sin concesiones, desprendimiento total de los bienes, superación del desaliento y el tedio, visiones del futuro (la herejía arriana), valentía en su postura de denuncia de los tiranos.
— En la historia de San Pablo ermitaño se narran además los siguientes
acontecimientos:
— Creyendo que era el único anacoreta, mientras duerme sabe que hay
otro en el mismo desierto más antiguo que él y va en su busca. Primero se encuentra a un ser mitad hombre, mitad caballo que le indica el camino hacia la derecha, luego a uno mitad hombre, mitad
cabra y que tiene en su mano un puñado de dátiles y dice ser un
sátiro, y después a un lobo que le conduce a la celda del otro.
— Pablo primero no le quiere ver ni recibir y ante la insistencia de Antonio lo hace; el cuervo les trae dos panes; discuten sobre quién debe
bendecir y partir el pan que finalmente tirando cada uno de un lado
se divide:
— Se volvía Antonio cuando ve pasar el alma de Pablo, vuelve, encuentra
el cuerpo muerto rezando y lo entierra con ayuda de los leones; se
lleva la túnica hecha de cortezas y ramas de palmera que se pondrá
los días de fiesta.
Según Peter Brown (1988) es una hagiografía construida tomando como
modelo a San Juan Bautista, prototipo de un héroe especial, el santo, y dentro de éstos, el asceta que ayunaba, rezaba y disciplinaba su carne en el
desierto.
La polaridad entre el santo y los demonios ha llegado a formar parte
sustantiva de la “imagen” del santo, de modo que, como se ha recogido en
la historiografía medievalista, la hagiografía debe ser tomada a la vez como
un tratado de demonología y en ese sentido José María Blázquez (1998) ha
desglosado los motivos de ésta:
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— Las denominaciones empleadas son: diabolus, inimicus, subdolus,
peccator y tyrannus.
— El demonio proporcionaba castigos y males físicos a los cristianos.
— Generaba gran susto y terror mediante la aparición de bestias salvajes: leones, osos, leopardos, serpientes, toros, áspides, escorpiones,
lobos (antes sólo o predominantemente se hacía presente con serpientes o dragones). Como se verá, éste es el motivo favorito de las
representaciones pictóricas de “las tentaciones”. Con cierta ambigüedad se toma este motivo como fundamento del patronazgo sobre
los animales domésticos. O bien otra racionalización justifica que esta
victoria contra el demonio en sus manifestaciones bestiales le da el
patronazgo sobre todos los animales. O es que los principales males
que sobrevienen a los animales domésticos proceden de las bestias
salvajes, etc.
— Como sonido revelador de su presencia: el chirriar de dientes.
— Pero Antonio muestra no obstante que, pese al impacto, tales apariciones no son más que fantasmas, ficciones, engaños.
— Del demonio procede la tentación del deseo de fornicar.
— Los que le visitaban no veían a los demonios, aunque los oían.
— Le protegía la cruz y los rezos.
— Simulan profetizar el futuro.
— Engañan manifestándose como buenas gentes o incluso eremitas o
como ángeles o el mismo Cristo.
— Como pan, como luces de noche,...
— De cuerpo altísimo y muy ancho.
— Antonio da criterios para distinguirlos: producen temblor, agitación,
pensamientos desordenados, tristeza, temor a la muerte, deseo de mal,
somnolencia..., huelen mal, son negros, de aspecto terrible.
— Merodeaban por el desierto, y habitaban en el aire (ésta era una
creencia que se halla en el Helenismo y había sido adoptada por los
primeros cristianos).
— La imagen del gigante que capta algunas almas que suben al cielo,
mientras que otras buenas se libran se vale de imágenes anteriores
de almas aladas que son paganas y del gigante atrapándolas, que debe
ser egipcia.
— Antonio acepta la creencia de que los dioses paganos son demonios.
Motivos hagiográficos que serán complementados más tarde con otros
de procedencia no identificada pero que recogen las hagiografías barrocas:
— Traslado de las reliquias en el Viennois. Leyenda sobre Jocelin señor de La Motte-Saint-Didier sobre una peregrinación no cumplida a
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Tierra Santa, aparición en visión como viejo venerable y hallazgo de
reliquias en Alejandría, después trasladadas a Francia.
— Curación de una jabalina ciega y tullida, en una supuesta visita que
hiciera el santo a Cataluña llamado por los Condes de Barcelona.
— Curaciones de la enfermedad del cornezuelo de centeno, entre ellas
la de Guerin, hijo del noble Gastón.
— Labor de los antonianos atendiendo a los apestados y fogardientados.
Los tratamientos iconográficos son en parte los apuntados y en parte
otros. En los iconos orientales el santo se muestra haciendo vida ascética
en el desierto, a veces acompañado de San Pablo o bien como patrono de
la propia vida ascética y fundador de monasterios de monjes.
Pero en las tradiciones de pintura y escultura en Occidente se fue formando y luego desarrollando una doble representación. La primera como
imagen canónica en esculturas de bulto y en pinturas de devoción y estampas con una serie de motivos con los que se consigue una identificación
precisa. La segunda, casi exclusivamente en pintura, religiosa en apariencia
pero también profana por trasgresión, que recrea “las tentaciones” y explora en la polaridad santos-demonios descubriendo en ella una enorme fuerza expresiva.
Esta segunda bebe en las fuentes hagiográficas primeras. Al menos aparentemente. Es la línea de representaciones en torno a las “Tentaciones de
San Antonio”, uno de esos conjuntos de motivos iconográficos clásicos que
ha pasado del arte religioso al laicismo moviéndose más allá de la devoción para asomarse al abismo de los deseos, a las oscuras profundidades de
la mente o al sustrato cenagoso de la condición humana. De El Bosco a
Dalí, las “Tentaciones” cobran formas y colores impactantes borrando casi
la presencia del santo. Muy a menudo los demonios muestran su impresionante capacidad de trasformismo y frecuentemente adoptan la figura de mujer
desnuda. La Vita de San Atanasio decía también que los demonios se disfrazaban de otros ermitaños, de modo que cabe pensar que este motivo ha
sido un buen pretexto para hacer de la visibilidad del mal una trasgresión.
Por otro lado, el muestrario de demonios en sus formas animales habitualmente se llena de figuras monstruosas seguramente irreales antes de encontrar
realidad dentro de los cuadros para luego pasar de nuevo a la imaginación
de los individuos que los contemplan cargadas ya del temor y temblor similares a los que pudo haber sufrido el santo.
La popularidad de las Tentaciones de San Antonio puede haber dependido de la actuación culta y de la medida en que se hayan ofrecido como
modelos. Pero fundamentalmente tal popularidad reanimada regularmente
en los rituales festivos ha dirigido sus ojos a la imagen del patrono cuyos
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motivos no parece que hayan bebido de las fuentes hagiográficas primeras.
Son una serie bien definida y a pesar de todo el santo ha sido a menudo
confundido con San Antonio de Padua. Los motivos son los siguientes:
Un monje viejo y barbudo.
Con hábito talar oscuro o negro, manto y capucha, a veces gorro negro que le
cubre cabeza y orejas.
Báculo de abad o bastón que termina en T.
Letra Tau sobre el manto a la altura de los hombros (antonianos).
Libro abierto en una mano.
Campanilla que cuelga del bastón. (Según Grace Sill —1975— para expulsar a
los demonios).
Llama de fuego sobre la mano o sobre el libro o en el suelo.
Cerdo a los pies (a veces de éste cuelga también la campanilla: gorrino de San Antón).
El contraste con la “imagen” proporcionada por las hagiografías primeras y también con la que se enfrenta a las “tentaciones” es muy acusado.
Aquí la imagen se ha construido mediante la adición de una serie de signos
identificadores según el código expresivo que llegó a generalizarse para las
imágenes de devoción en la línea de que éstas debían ser “Biblia pauperum”,
es decir, libros que supieran leer los pobres, aquí caracterizados como no
letrados. Es destacable que estos signos de identificación transponen anacrónicamente la figura que ya no representa tanto al anacoreta egipcio de
los primeros siglos de Cristianismo agitados por las herejías cuanto a un monje
de monasterio y de calle en un periodo ya de asentamiento, en el que el
clero regular jugaba un papel social relevante y en el que las órdenes religiosas competían por una mayor visibilidad social. Y sobre todo presenta y
representa a un santo patrón. Uno de los que en la Baja Edad Media se llegaron a extender más allá de los asuntos humanos. (Mâle —1998— cita entre otros a San Cornelio para los bueyes, San Gall para las gallinas, San Antonio para los cerdos, San Saturnino para las ovejas, San Medardo para que
las viñas se libren de la helada).
Y en la medida en que se labra así la imagen de un santo patrón, los
signos pueden haber sido integrados para reconocimiento particularizado de
sus fieles devotos asignados a su amparo. Estos signos revelan una apropiación por parte de la orden religiosa que adoptó su patronazgo y acometió la difusión de su devoción: los antonianos. Se ha convertido pues en
una imagen de esos monjes y de los devotos cuerpos sociales bajo su protección.
La imagen de los antonianos se reconoce por los signos del monacato,
rostro venerable, hábito talar, reforzados por el báculo de abad (terminado
en T) y por la letra Tau sobre el manto. El significado de la letra Tau ha
sido objeto de especulación. Según Grace Sill es la inicial de Theos. AunRDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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que más bien es una reelaboración de la “crux ansata” o egipcia, tal vez
adoptada por monjes anacoretas (D’Alviella 1956). Y los sujetos —y objetos— de patronazgo están bien explícitos por medio del cerdo y la llama
de fuego. No obstante, un listado de los patronazgos de San Antón según
los libros piadosos modernos se ofrece para un amplio espectro de personas y animales. Como recuerda Wirth (1989), San Antón forma parte de la
panoplia de santos especialistas cuyo culto fue fomentado, a la vez que se
fijaba el amor a las imágenes (siglos XIV y XV), después de algunas dudas
iconoclastas anteriores. Se forjaron imágenes realistas acompañadas de signos identificatorios claros. Las especializaciones están recogidas en una serie de patronazgos: de animales, enfermos de gangrena, amputados, cesteros, fabricantes de cepillos, enterradores, ermitaños, monjes, porquerizos,
afectados de eczema, de ergotismo, erisipela y enfermedades de la piel. Las
justificaciones son variadas y están a veces basadas más o menos fundadamente en algunos aspectos de la hagiografía primera, o reelaborada. Se dice
que es patrono de los cesteros porque en su tiempo de eremita se dedicaba
a hacer cestas como descanso en las prácticas ascéticas, patrono de enterradores por haberse encargado de enterrar a otros eremitas y en concreto a San
Pablo, etc.
El patronazgo sobre los cerdos en particular parece previo al luego generalizado a todos los animales. Y su justificación es peculiarmente confusa. El caso es que presumiblemente se encuentra más relacionado con el
otro signo, el de la llama de fuego, de lo que se cree. Es una discusión
con matices variados, alguno de los cuales apunta a cuestiones teóricas de
cierto rango.
Un primer aspecto es la identificación precisa del animal. Sebastián (1994)
supone que más bien es lechón y que San Antón es quien defiende a las
crías de cerdo. Más comúnmente se tiene como simple cerdo sin mayor
especificación y si bien se ha subrayado también que es patrono que vela
por que a los cerdos no les afecte la roséola, la generalidad liga su presencia dentro del conjunto iconográfico a la dedicación hospitalaria de la Orden
de los antonianos. A menudo a ese cerdo se le hace equivaler al llamado
“gorrino de San Antón”, una práctica ritual muy difundida en poblaciones
rurales en España y que procuraba cada año un cerdo para ser criado y
mantenido por la comunidad y luego ser subastado o rifado el día de la
fiesta del santo. Tal cerdo iba con una campanilla al cuello alertando a los
vecinos de su presencia y de la obligación de acogerle y mantenerle mientras estuviera dentro del espacio doméstico de cada cual. La asociación de
los cerdos con la Orden de antonianos, dedicada al cuidado de enfermos y
peregrinos, está documentada en muy distintas partes de Europa. La sede
principal de esa Orden estuvo en San Antonio de Vienne (Francia), desde
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donde se expande a España, Italia, Germania, Portugal. Y luego al Nuevo
Mundo. Entre 1131 y 1190 se desarrolla desde el departamento de Isere hacia
el Drôme en los Alpes con la abadía de Bourg-St. Antoine. De 1190 data su
presencia en Roma, luego en Memnigen, Montferrand, Aumonnieres, Besançon, Grandvaux. Y en Castrojeriz y luego en Olite. Después en Versucchien,
Frankfort, Maastricht y Albi, en Francia. Entre 1270 y 1280 se fundan bastantes monasterios: Marsella, Aviñón, Lyon, Montbrisson, Marsans, Granduaux,
etc. En Alemania: Lichteburg, Grünberg, Estrasburgo, Alzey, Kleve, Friburgo,
etc. En Italia: Módena. Milán, Rauverso, Génova, Venecia, Perugia, etc. Además de hospitales centrales se erigían capillas para atender a los necesitados como en Volterra, Kleve, Maastricht, etc. Luego en Poavia, en Bannes,
en Veynes, en Fabriano, en Burgo Sto. Donino, etc., todo en el primer cuarto
del siglo XIV. En el siglo XV en Alejandría, Brescia, ... Con la aprobación de
los estatutos en 1477 se contaron 192 preceptorías generales y subalternas.
Aunque ciertamente muchas preceptorías y fundaciones fueron efímeras por
diversos motivos, no debe pasar desapercibida la velocidad y amplitud de
desarrollo de la Orden por toda Europa (Sánchez Domingo 2004).
En España, la Orden contaba con varios monasterios. El de Castrojeriz
data de 1146 y debe tenerse como fundación hospitalaria en el Camino de
Santiago. En Cervera en 1215, en Lérida 1271, en Valls a fines del XIII, en
Tárrega 1315, en Perpiñán 1319, en Barcelona 1434, en Mallorca antes de
1250 y luego en Segovia, Toledo, Madrid. En el siglo XVI está organizada
en dos preceptorías generales, la de Castrojeriz y la de Olite, con jurisdicción en Castilla, Andalucía, Portugal, Granada e Indias Orientales, la una, y
la otra, sobre Navarra, Aragón, Valencia, Baleares, Cataluña, Rosellón y Cerdaña con casas en Perpiñán, Cervera, Barcelona, Lérida, Zaragoza, Valencia,
Calatayud, Vallés, Pamplona, Tárrega, Tudela y Mallorca.
Encomiendas, monasterios y hospitales en: Albacete, Alfaro, Atienza,
Barcelona, Benavente, Cadalso, Calatayud, Cervera y Valls, Ciudad Real,
Córdoba, Cuenca, Lérida, Madrid, Mallorca, Medina del Campo, Murcia,
Pamplona, Perpiñán, Remolinos, Salamanca, Segovia, Sevilla, Talavera,
Tárrega, Toledo, Toro, Tudela, Valencia, Valladolid, Zaragoza. Hay constancia de su presencia en otros lugares: Alcázar de San Juan, Alfaro, Arcos de
Porral, Ascó, Borjas Blancas, Camarasa, Cambrils, Castelló de Farfaña, la
Matarraña, la Conca del Barberá, Consuegra, Falset, Fortaleny, Igualada, Jaén,
Llanes, Malgrat, Milagro, Pastrana, Parrés, Pereña, El Priorato, Ribera del Ebro,
Tafalla, Torre del Español, Vich, Vilaseca, Villarrubia de los Ojos, Vilanova
y la Geltrú, Valsarem.
Los monjes que recorrían las zonas de influencia recogiendo limosnas
eran llamados bacinatores y se les otorgaron privilegios reales. Alguno de
ellos hace referencia explícita a la cría de cerdos. Hay documentación relaRDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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tiva a privilegios concedidos a la encomienda de Castrojeriz por Enrique IV
en 1304 y luego por los Reyes Católicos. La Orden fue suprimida en 1787
por Pío VI y anteriormente ya había sido objeto de expropiación por Carlos III (Sánchez Domingo 2004; Palacín 2002).
Había ordenanzas de policía que prohibían que hubiera cerdos sueltos
por las calles, a excepción de los antonianos que ponían campanas a los
que pertenecían a sus hospitales para conseguir alimentos para ellos. Este
privilegio es el que se conmemoraba por medio de grabados, tal vez sellos,
que mostraban al santo con un cerdo con campanilla. Una imagen que
pervivió aunque el significado original se perdió. Hay una prueba de ello
en la T que invariablemente se ponía en el hábito del santo. Era el blasón
de la Orden y recordaba a los monjes su dedicación a los enfermos. El cerdo
persistió en las obras del XV y XVI cuando la memoria de la antigua Orden
hospitalaria ya se había perdido.
Uno se admira, dice Mâle (1898) como ejemplo de una mala interpretación tal vez inducida por otras asociaciones como la de San Jorge y el dragón, de cómo a fines del XIV San Antonio va siempre acompañado de un
cerdo que lleva una campana. La gente pensaba que el santo vivía en el
desierto acompañado de este fiel animal, pero nada de eso se lee en la historia eremítica. Debió ser por confusión con una imagen de la fraternidad
de monjes antonianos.
Otras justificaciones se hicieron corrientes en las hagiografías barrocas
del santo. Se cuenta en las tradiciones catalanas que obró un milagro con
un cerdo ciego y tullido, aunque otras versiones indican que era un jabalí
hembra,... Milagro que hizo el santo en vida, también en el curso de un
viaje milagroso que realizó a tierras del Conde de Barcelona, habiendo sido
llamado por éste (Navarro 2002 [1683]; Ceballos 1994 [1759]).
Y como muestra de sobre-interpretaciones se ha llegado a decir que el
cerdo no es más que un símbolo de la lujuria vencida por el santo en su
vida en el desierto (Grace Sill 1975). O no tan concretamente ligado a las
pasiones, como símbolo de los demonios con los que enfrentó.
Es tal la ambigüedad de la presencia del cerdo en el conjunto iconográfico de San Antón que tanto se sugiere que es objeto de la protección del
santo como memoria de sus tentaciones o, aún más, de los demonios que
le asediaron durante su estancia en el desierto, y tanto objeto de sus milagros como fuente de recursos de los monjes de la Orden antoniana.
Hasta Burke (1978) ha propuesto una teoría sobre ello: se cree que a
San Antón se le acompaña de un cerdo porque su festividad coincide con
la temporada de matanza. Lo destacable es que Burke lo aduce como ejemplo de que los rituales determinan los mitos.
Y más adelante comenta de qué modo la reforma católica encontró inRDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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HONORIO M. VELASCO MAÍLLO
dignas algunas imágenes y cita el caso de un obispo de la diócesis de Orleans
en 1682 que en la visita pastoral encuentra en un pueblo la imagen de San
Antonio con un cerdo y la manda ocultar por considerarla indigna y ridícula, aunque sus feligreses no deseaban perderla y comentaron que el obispo
descendía de la raza de los hugonotes.
Además, el cerdo a los pies del santo recuerda a los devotos la práctica
ritual del “gorrino de San Antón” que culmina el día de su fiesta.
La llama de fuego, por otro lado, recibe una casi unánime interpretación: remite al “fuego de San Antón”. Hubo numerosas epidemias del siglo
IX al XIV especialmente en las regiones orientales de Francia, Rusia y Alemania
de consecuencias temibles para los afectados que “atormentados por atroces dolores lloraban en los templos y plazas, la enfermedad les corroía los
pies o las manos y a veces la cara”. Comenzaba con escalofríos, luego una
quemazón y las extremidades se iban tornando negras, arrugadas y acababan por desprenderse. Mutilados y deformados, los enfermos sobrevivían.
Aunque a menudo afectaba a las vísceras abdominales y en breve sobrevenía la muerte. Se llamó a estas enfermedades con un antiguo nombre, el
de “fuego sagrado”. Parece haber referencias al fuego sagrado en el 600
a. de C., entre los asirios. Y está citado por Plinio. Otros nombres han sido
“mal de los ardientes”, “fuego infernal”. El de “fuego de San Antonio” data
del siglo XI con la fundación de los monasterios de antonianos que acometieron la atención a sus víctimas. Hay constancia de que a fines del XVI los
enfermos peregrinaban al santuario francés y recibían los cuidados de los
monjes que llevaban en el hábito una T azul sobre el hombro. Tal vez la T
simbolizaba las muletas. El hospital de Viennes en el XVII tenía una colección de miembros unos blanqueados y otros ennegrecidos, recuerdos de los
enfermos.
Muy probablemente tras estas denominaciones se englobaron varias enfermedades cuya etiología y tratamiento ha diferenciado después la Medicina. Una de ellas puede haber sido la intoxicación por ingestión del cornezuelo de centeno, ergotismo. Intoxicación a la que se arriesgaban las poblaciones en las que el pan de centeno era habitual en la alimentación.
Los manuales de Dermatología indican que hacia 1597 se descubre en
Marburgo el hongo Claviceps purpúrea en la harina de centeno, desarrollado sobre todo en los años húmedos en las espigas del cereal suplantando
a un grano y de color negro violáceo. El cornezuelo, se indica, tiene entre
otras propiedades la de provocar la contracción de fibras musculares lisas
(útero, vasos sanguíneos)... El alcaloide principal es la ergotamina, paralizante periférico del simpático. La intoxicación puede llegar a ser aguda,
mortal. Y en dosis pequeñas pero repetidas se hace crónica con los síntomas ya descritos. Su relación con abortos ya era conocida de antiguo
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NATURALEZA Y CULTURA EN LOS RITUALES DE SAN ANTONIO
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por comadronas y en el siglo XVIII se descubrieron sus efectos sobre las contracciones del útero.
Luego se denominó “fuego de San Antonio” al herpes zoster, una afección de origen vírico que hiere a las células nerviosas y se manifiesta en
erupciones cutáneas similares a la varicela, etc., y provoca intenso picor. También ha podido ser confundido con la erisipela. En muchas localidades gallegas se denomina “fogardente” a los granos que salen a la cara y luego
cunden y van cavando, forman costras grandes que caen una vez que cortan quedando manchas de color morado. Según Lis Quibén (1949) puede
tratarse del Eczema postuloso.
La atención y el cuidado que los monjes prestaron a los afectados de
estas enfermedades incluía por supuesto el ponerles bajo la protección del
santo, pero además la aplicación de untos con manteca de cerdo. Ha sido
recogida entre las tradiciones populares de los tratamientos de las enfermedades de la piel por Lis Quibén y por otros la utilización de untos elaborados ya con lechón blanco, con cerdo macho adulto desalado, etc. Siempre
dentro de rituales terapéuticos de ejecución normalizada. P.e.:
En Laza atribuyen el mal de fuego a ropa secada al sol por la que haya pasado
algún animal. Comienza con erupción en la espalda que luego se extiende y cierra
por el pecho y entonces ya no tiene salvación. Se cura con un trozo de acero y
pedernal haciendo saltar chispas dirigidas a la erupción y se recita un ensalmo. El
paciente no debe pronunciar palabra mientras se hace esa operación nueve veces
al día nueve días seguidos [...] En Golada se llama así a heridas en la cara que revientan y se curan con tierra de nueve toperas no holladas por gallinas mezcladas
en un trapo y un poco de unto de lechón blanco y a la señal de la cruz, metido el
unto en la tierra hacen con todo cruces sobre la cara del enfermo mientras citan el
ensalmo: “Fogo ardente que queimas a la gente” [...] Tres veces seguidas el mismo
día y tres días seguidos aunque el unto hay que cambiarlo cada día y el que se
utiliza se mete en un agujero en la pared (Lis Quibén 1949).
Posiblemente el cuidado de los cerdos y los privilegios concedidos para
ello a la orden antoniana hayan de ser justificados por poder disponer de
materia prima para la elaboración de los untos.
El fuego no sólo es tomado metafóricamente para designar enfermedades aliviadas por intervención del santo sino que como elemento de la iconografía de éste se asocia al ritual festivo, pues en numerosas poblaciones
la celebración tiene entre sus actos más relevantes las hogueras de los devotos. Y si con el cerdo las explicaciones de su presencia se desplazan de lo
literal a lo metafórico, con el fuego oscilan en forma similar de lo metafórico a lo literal. Y en ambos casos siendo elementos de significación bien
lejanos a la biografía de Antonio, el eremita del desierto, pero definitivamente integrados en la imagen con la que se le reconoce y venera.
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HONORIO M. VELASCO MAÍLLO
San Antón es una de las muestras más esclarecedoras, no tanto como
se comentaba anteriormente de cómo los mitos suceden a los rituales, sino
de cómo las poblaciones construyen, elaboran, fabrican las imágenes sagradas como representaciones de sí mismas, de sus capacidades y de sus debilidades, de sus sufrimientos y de sus esperanzas.
MATERIALES
PARA UN ESTUDIO DIACRÓNICO DEL CULTO A
SAN ANTÓN
EN
ESPAÑA
Se exponen a continuación algunos datos pertinentes extraídos de fuentes
diversas que subrayan la extensión del culto a San Antón sin pretensión de
hacer una historia de él sino de mostrar su arraigo. En las Relaciones
topográficas pueden hallarse algunos datos bien significativos del culto en
el siglo XVI.
TABLA 1
Ermitas y votos a los santos en algunas poblaciones
españolas en el siglo XVI
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
Advocaciones
Ermitas
Votos
Virgen María
Sebastián
Magdalena
Ana
Roque
Bartolomé
Juan Evangelista
Santiago
Cristóbal
Pedro
Antonio Abad
286
165
31
29
28
27
26
23
22
20
19
126
213
13
73
60
6
26
4
1
14
46
(FUENTE: Relaciones Topográficas de Felipe II. Ver W. Christian 1981).
Por el número de ermitas puede apreciarse ya su importancia, pues la
dedicación de una ermita significaba un nivel alto de relevancia en la religiosidad. Pero debía haber muchas parroquias o ermitas con otras dedicaciones que contuvieran ya entonces imágenes del santo (ver Tabla 2), y
muchas las han mantenido a lo largo del tiempo o las han renovado.
El número de votos guardados —y por tanto de fiestas celebradas— indica que el culto estaba en un nivel bastante más alto en el ranking de las
devociones que lo que dice el de ermitas. El voto era entre las prácticas de
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NATURALEZA Y CULTURA EN LOS RITUALES DE SAN ANTONIO
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devoción aquella que expresaba mejor una vinculación duradera entre las
poblaciones y los santos.
Algunas explicaciones de voto eran:
Gabaldón,
Cardiel,
Casarrubios del Monte,
Cerralbo,
“por devoción que tienen los vecinos, porque les
guarde las bestias”,
“porque les guarde los ganados”
“por devoción”
“por pestilencia” (FUENTE: Relaciones topográficas...)
Estas fórmulas (como las otras) se debían tener como acostumbradas de
modo que se daba por sentado que la devoción a San Antón era la correspondiente actitud a una demanda específica: “porque les guarde las bestias”,
anotó el escribano. Se refiere a las bestias de labor y a los ganados en general y la demanda debe haber sido en ocasiones urgente y con la carga
de ansiedad y preocupación que en poblaciones campesinas tiene la salud
y el vigor de los animales de los que depende su supervivencia, pero sobre todo y por lo mismo se trataba de una demanda regular ritualmente renovada con ocasión de la fiesta.
TABLA 2
Parroquias y ermitas en Navarra con imágenes de San Antonio Abad
(siglos XVI-XVII) y los talleres de procedencia
Taller de Pamplona
Taller de Sangüesa-Lumbier
Ochagavía
Imárcoain
Biurrun
Muruarte de Reta
Ardanaz
Alzórriz
Liédana
Artieda
Abaurrea Baja
Garayoa
Esparza de Salazar
Grez
Elorz
Tabar (colateral)
Ituren
Taller de Estella
Learza
(FUENTE: García Gainza 1986)
La devoción ha persistido a lo largo del tiempo sin haberse modificado
sustancialmente el rango. El papel de santo especialista puede ser lo suficientemente explicativo de ello. En la jerarquía de las devociones ésta no
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parece haber sufrido grandes modificaciones hasta la época de la implantación generalizada de la maquinaria agrícola. Los siguientes datos recogidos
de fuentes diversas son muestra de la existencia del culto en algunas poblaciones del centro de la Península.
TABLA 3
Poblaciones con culto a San Antón (siglos
Provincia de Madrid
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
—
Aldea del Fresno
Algete
Cadalso de los Vidrios
Cenicientos
Ciempozuelos
Chinchón
Hoyo de Manzanares
Pinto
Torrejón de la Calzada
Valdemoro
Vallecas
Villanueva del Pardillo
Provincia de Toledo
— Ajofrín
— Almonacid
— Añover de Tajo
— Casarrubios
— Dosbarrios
— Horcajo
— Lillo
— Quintanar de la Orden
— Santa Cruz de la Zarza
— Talavera
— Tembleque
— Urda
— Villafranca de los Caballeros
parroquias
XIII-XX)
capillas
ermitas
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
1
(FUENTE: elaboración de Roberto Fernández sobre datos de las Relaciones del Cardenal Lorenzana
y el Diccionario de Madoz).
La focalización entre San Antón o San Antonio de Padua, introducida la
devoción a éste mucho más tarde, puede verse en la tabla siguiente (según
datos proporcionados por W. Christian y para el Valle del Nansa hacia 1969).
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TABLA 4
Imágenes de Cristo, la Virgen y los santos en iglesias
y capillas del Valle del Nansa
Sagrado Corazón de Jesús
Inmaculada Concepción
San José
San Antonio de Padua
Ntra. Sra. Carmen
Ntra. Sra. Rosario
Ntra. Sra. Fátima
San Roque
Cristo Crucificado
Inmaculado Corazón María
San Miguel
San Antonio Abad
Niño Jesús de Praga
17
11
11
10
7
6
6
6
6
5
4
3
3
(FUENTE: W. Christian 1978).
En este caso más que en otros la fiesta es el acto más destacado de la
devoción pues no parecen haberse desarrollado tanto formas privadas, particulares de individuos o familias que conllevan oraciones y peticiones que
se quedan en los ámbitos de la intimidad, sino sobre todo formas colectivas, comunitarias, de expresar las vinculaciones con un santo que en algún
momento dejó de ser el auxilio y consuelo de los afectados del fuego de
San Antón para pasar a ser más que otra cosa el abogado y protector de
los animales y ganados. Tampoco es posible ofrecer datos generales de su
celebración en distintos tiempos pero sí alguna muestra con la que subrayar cuan común ha llegado a ser.
El mapa elaborado por A. Rivas (1986) sobre datos de poblaciones de
la provincia de Zaragoza pone de manifiesto que la fiesta de San Antón se
celebraba en muchísimas poblaciones y no necesariamente como fiesta de
guardar sino manteniendo determinadas prácticas que congregan a las gentes y les hacen coincidir en las preocupaciones y en los gozos.
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MAPA 1
FORMAS
FESTIVAS EN LAS CELEBRACIONES DE
SAN ANTÓN
EN
ESPAÑA
Y OTROS
LUGARES
No es posible dar una relación completa de las poblaciones españolas
que celebran la fiesta. Aún faltan guías etnográficas de muchas áreas y regiones. Sí puede sin embargo ofrecerse una buena muestra con los datos
disponibles advirtiendo que se trata de poblaciones en las que se celebra
en la actualidad a San Antón. En general esto comporta una continuidad a
lo largo de un tiempo, tal vez varios centenares de años, en otras se hablaría más bien de celebraciones interrumpidas y luego reestablecidas. Muy
pocas veces se trata de celebraciones de nuevo cuño, aunque algunas fiestas mayores incluyen en sus programas actos que se tienen como “novedades” o se han producido modificaciones respecto a las prácticas consideradas “tradicionales”. La tabla siguiente es un listado amplio de poblaciones:
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TABLA 5
Las formas festivas por San Antón
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(Elaboración propia con datos de diversas Guías de fiestas, algunas impresas y otras en www.)
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Algunos comentarios primeros:
— Ciertamente aparecen en el listado más poblaciones de ciertas áreas
geográficas, p.e. Baleares, Levante, Aragón, Nordeste de Andalucía...
Y menos de otras áreas del Norte o del Centro. No debe tomarse
esta distribución como significativa. La difusión en todo caso alcanza más allá de los lugares en donde hubo hospital o casa vinculados a los antonianos.
— El listado en realidad pretende ilustrar sobre todo acerca de la variedad de las formas festivas que caracterizan la celebración.
— La (+) indica presencia de rasgo confirmada.
— En múltiples casos se hace constar el nombre que las propias poblaciones dan a la práctica mencionada. En otros se alude a ellas con
una denominación general, p.e.: hogueras, danza, etc.
— Como se trata de un cuadro comparativo no se especifican los cambios habidos a lo largo del tiempo ni cuándo se han producido. Se
refieren todos los datos aportados a la actualidad.
— El orden del listado es arbitrariamente alfabético. Cabría hacer agrupaciones por afinidades en las cuales no siempre el factor de proximidad es determinante, por ejemplo, Pollensa y Sa Pobla en Mallorca celebran al santo de modos destacadamente distintos.
Las formas festivas básicas en las sociedades modernas suelen aparecer
reseñadas en los programas con una tendencia marcadamente uniforme. Los
ingredientes fundamentales de las fiestas entonces se reducen a algún acto
público y célebre (en el sentido conectado que tiene esta palabra con la
‘celebración’) civil o religioso, alguna actividad de comensalidad y alguna
de diversión o juego. El remedo de este esquema en las sociedades tradicionales reduce el programa a misa, banquete y baile. Se diría que este esquema viene a reproducir en contrapunto las rutinas de la vida cotidiana,
en buena medida compensando por dedicación del ocio las restricciones y
austeridades que exige la vida del trabajo aunque también intensificando
aquellos aspectos que sólo parcial y brevemente se usan para salir al menos
por un instante de la implacable rueda de obligaciones sociales y laborales.
Frente a esa visión simplificadora, las formas festivas en las sociedades
tradicionales aparecen más que otra cosa como numerosas y variadas. Las
dimensiones de la variedad se fijan fundamentalmente en dos líneas:
Entre las poblaciones españolas con dedicaciones diferenciadas a los
distintos cultivos y aprovechamientos de la tierra y enclavadas en distintos
nichos ecológicos se podían apreciar en el pasado algunos rituales festivos
comunes, no sólo los implantados por la Iglesia Romana, veladora de una
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cierta unidad litúrgica y dogmática entre los creyentes o por iniciativa de
alguna de las Órdenes religiosas promotoras y difusoras de devociones a
ciertos santos o advocaciones marianas o cristológicas (también acompañadas de ciertas prácticas devotas); también es posible hallar actividades festivas comunes en la cultura popular seguramente sujetas a modas y especialmente aquellas trasladadas de un lugar a otro por diversos grupos de feriantes
que recorrieron la península y las islas y de las que hay constancia ya desde la Edad Media de su movilidad de pueblo en pueblo llevando representaciones teatrales, danzas, melodías, ritmos, vestimenta, etc., elementos que
luego algunas poblaciones mantuvieron y reelaboraron apreciándolos como
propios. Ésta es ya una importante fuente de variedad, pero sobre todo lo
es aquella que se ha ido forjando a costa de integrar en las formas festivas
elementos diferenciales del medio ambiente y de las actividades socioeconómicas de dedicación: Fiestas de trashumantes y pastores, fiestas marineras, fiestas de poblaciones de ribera, fiestas de carreteros, fiestas cerealistas,
fiestas huertanas, fiestas de madereros, fiestas del vino, del olivo,... fiestas
de los oficios, fiestas de comerciantes, etc.
Por otro lado, en una misma población o entre las poblaciones de un
contorno —pues muchas veces hay que considerar que los ciclos rituales
integran varias poblaciones que se movilizan de unos a otros lugares para
asistir a celebraciones comunes— había una significativa variedad en las fiestas que componían el ciclo anual, que se atenía a las divisiones del año en
estaciones, de modo que entre las fiestas de invierno y las de verano la
variedad marcaba no sólo el paso del tiempo sino que pareciera como si
se vivieran mundos distintos. Además muchas de las fiestas proporcionaban
cierto protagonismo a algunos de los sectores de la sociedad, niños, jóvenes, mujeres, etc., pero también los oficios, las hermandades y cofradías, e
incluso las instituciones, cuya manera de hacerse visibles socialmente encontraba fórmulas expresivas de distinción con especializaciones en el ámbito del ritual que en determinados casos se dirían casi profesionales.
Estas dos líneas de dimensiones de la variedad festiva son hoy contenidos nucleares del patrimonio cultural de los pueblos, y por eso mismo a la
vez, valores de la creatividad popular y del acentuado sentido de la tradición, sin que ambas cosas se consideren contradictorias. Son por un lado
expresión de identidades colectivas que reelaboran la variedad como mensaje auto-referencial y con resonancia en el exterior a veces intencionadamente buscada y, por otro lado, hitos en el tiempo que trasladan la idea
de regularidad en el cambio.
Pero estas dos líneas apuntan a un sentido de la variedad que se cumple apropiadamente tan sólo dentro de un sistema de fiestas. A diferencia
de la fiesta en la modernidad cuyo sentido se cierra en la sucesión ininteRDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
NATURALEZA Y CULTURA EN LOS RITUALES DE SAN ANTONIO
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rrumpida y regularizada del tiempo en dos estados (tiempos laborales y tiempos de ocio) la variedad de las formas festivas implica que el tiempo es
variable y en cierto sentido inciertamente variable, de modo que los ritos
festivos conforman un sistema del tiempo cuya sucesión regularizada se
concibe relacionada si no dependiente de la celebración ritual. Las fiestas
son a la vez marcas en el calendario o lo que es lo mismo, marcas del cambio de los tiempos y activadores efectivos de esos cambios. Es decir indican, como la Candelaria, que acaba el invierno o, como el Mayo, que llegó
la primavera, o como San Juan, que se echó encima el verano, pero eso no
es sólo un anuncio, es también una puerta abierta, una activación. El paso
del tiempo, el cambio de los tiempos lo dan las fiestas.
Es así cómo determinadas formas festivas logran ser por un lado marcas en el paso del tiempo y activadores de ese paso, de ese cambio. Con
ellas se refleja el paso de un tiempo estacional a otro y, en la medida en
que la celebración es principal, mayor —una fiesta patronal—, asciende de
escala el reflejo y se hace perceptible y reflexivo el paso de los años. San
Antón marca también el paso del tiempo, el cambio de los tiempos.
Esta concepción por supuesto no agota el sentido de la fiesta que desborda las propias formas y adquiere toda densidad como los símbolos dominantes de los que hablaba V. Turner. La fiesta como hecho social total
remite a todos los ámbitos de la vida social y en ella hay a la vez intensa
interacción social, intercambio de bienes, consumo suntuoso, fe conmovida, exhibición de los poderes, etc., etc.
En los rituales de San Antón en España la variedad destacable de las
formas festivas se muestran en: las hogueras, la bendición de los animales,
las procesiones y cabalgatas, ciertas danzas, la figura del demonio en un
papel festivo, el sorteo del cerdo, comidas específicas (algunas a base de
cerdo, pero también panecillos y otras) y ciertos juegos (carreras, por ejemplo), ciertas coplas (a menudo de temas “picantes”).
Sobre tales formas se hace necesario advertir que:
Tomadas de una en una no están exclusivamente presentes en las fiestas de San Antón. Las hogueras se hacen en distintas fechas a lo largo del
año, las bendiciones se dirigen a los campos, a los frutos, etc., en distintas
épocas, danzas y papeles rituales para figuras singulares son representaciones frecuentes,... y por supuesto, sorteos o subastas, comidas, juegos y coplas son actividades festivas habituales.
Estas formas festivas no debieran ser tomadas como partes necesarias de un conjunto y de hecho no suelen darse todas a la vez y las que se
dan se combinan de modos distintos. No todas ellas están presentes en todos los casos. Y sin embargo una vez instaladas y sancionadas por la “tradición” parecen estar articuladas y volverse complementarias unas de otras.
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El programa entonces quedaría incompleto si alguna de ellas no pudiera celebrarse.
Se podría decir que algunas constituyen modelos diferentes, generalmente
configurados en torno a una forma festiva en especial, p.e. la hoguera o la
cabalgata, la bendición o la danza. La fiesta se llega a nombrar por ellas:
“Las Luminarias”, “La Encamisada”, “La Caballá”, “Els Tres Tombs”, “El
Cascamorras”, “La bendición de los animales”, etc. Pero la fiesta suena también por sí misma y en alguna población (Forcall) se denomina como tal:
“La Santantoná”.
No hay datos disponibles para una arqueología de las formas festivas ni
tampoco para fijar los tiempos y modos de combinación de esas formas.
Claramente algunas han sido de intervención religiosa. Y probablemente los
ritos del fuego son más antiguos. Estos y todos han sido sin embargo objeto de justificación continuada. El uso ritual de los productos de la matanza
del cerdo, por ejemplo, se justifica en San Antón como recurso alimenticio
de temporada, al menos para aprovechar determinadas partes que se consumen frescas y para aquellas elaboraciones que no requieren demasiado
tiempo de curación. San Antón, además, fija la fecha de esa temporada por
medio del ritual de sorteo o subasta del “gorrino del santo” en aquellas
poblaciones en las que previamente se ha cuidado de él de manera mancomunada. En algunos casos toman el “gorrino del santo” como un bien
objeto de redistribución, es decir, tras haber sido aportado como ofrenda,
aquellas familias que no han podido hacer matanza (tal vez porque no les
llega el dinero ni para la compra de un lechón que criar) pueden de esa
manera abastecerse de carne para las duras jornadas que luego han de venir. Es en su función redistributiva la última matanza de la temporada con
la que la comunidad cierra el ciclo.
En muchas poblaciones no es ése precisamente el alimento ritual característico sino los panes bendecidos, práctica que no encuentra explicación
con el mismo criterio. Estos panes se distribuyen entre los devotos y a veces también entre los animales que son llevados a bendecir e incluso entre
los que quedan en los establos. Las virtudes atribuidas al pan bendecido se
infieren del amplio campo de protección que se supone asumido por el
santo. El reparto del pan extiende el manto de protección más allá del reino de lo humano e incluso más allá de donde ha llegado el propio rito de
la bendición. El reparto del pan bendito tiene de hecho lugar en otras poblaciones en diversas fechas a lo largo del año, en algunas se llama “pan
caridad” y contribuye (contribuía) a ampliar la comunidad al menos efímeramente y al amparo del ritual por medio de la comensalidad a la que se
llama a pobres y menesterosos (González Casarrubios 1985). Este pan bendito sin embargo al compartirse con los animales “domésticos” se suele cargar
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NATURALEZA Y CULTURA EN LOS RITUALES DE SAN ANTONIO
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de significado profiláctico o terapéutico. Para consuelo de utilitaristas se
subraya a este propósito que este “pan bendito” se hacía de trigo —no de
centeno— con lo que se aliviaba o si no se evitaba al menos el mal conocido como “fuego de San Antón”.
Estas son explicaciones que remiten las formas festivas a los contextos
sociales y económicos articulando a su vez algunas de ellas entre sí. No
obstante bien parece que se exige la aplicación de una lógica por la cual
la identidad del santo ha de proporcionar sentido a la configuración festiva. Ya se dijo que el “gorrino de San Antón” que ha llegado a adquirir “forma” iconográfica y aparece inexcusablemente a los pies del santo es, o bien
la representación de los demonios a los que se enfrentó en el desierto, o
bien la de aquel jabalí (que la leyenda asegura que era más bien hembra y
más bien ciega y tullida) que curó el santo en aquel milagroso viaje que
hizo a tierras catalanas. Y el pan bendito encuentra de otro modo su justificación en un acontecimiento de la hagiografía bien notable que ha sido
repetidamente recordado también por la iconografía: el reparto del pan que
el cuervo llevaba regularmente a San Pablo en el desierto y que compartió
con San Antonio cuando éste le fue a visitar.
Es fácil reconocer en estas justificaciones a las racionalizaciones secundarias —tan operacionales en los sistemas de creencias—. Aquí aportan la
ilustración de la especificidad, del valor singular otorgado a unas determinadas formas festivas. Aquí están reafirmando, en suma, su variedad.
HOGUERAS
Y BENDICIONES
En la serie de formas festivas antes reseñadas sobresalen dos: las hogueras
y las bendiciones, como las más comunes, hasta el punto de que en numerosas poblaciones con ellas se compone el programa básico de las fiestas
de San Antón. El interés que tiene centrar el estudio en ellas no sólo recoge esta circunstancia sino que posiblemente sean una buena fuente de sugerencias para profundizar en el análisis de los rituales.
Sobre el fuego ceremonial los clásicos de la Antropología proporcionaron una abundante información etnográfica. Uno de ellos, Frazer, hizo un
pequeño tratado incluido en su La rama dorada. Tras una minuciosa exposición de datos referidos a los pueblos europeos en un intento de tipificación
subraya primero la existencia de fuegos de regocijo en ciertos días del año
para bailar y saltar por encima. Alude a los sínodos cristianos del siglo VIII
en los que se habla de ellos entre las disposiciones para abolir los ritos paganos. Se hacían fundamentalmente en primavera y en otoño. Y no era infrecuente que se fingiera quemar efigies o personas vivas. Se preguntaba
Frazer si no se trataba de huellas de sacrificios humanos. Clasificó los fuegos
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rituales por el calendario en fuegos cuaresmales, fuegos pascuales —inserta
aquí los fuegos de Beltane el 1 de mayo—, fuegos del solsticio de verano,
fuegos de Todos los Santos y fuegos del solsticio invernal. (Fuera de calendario habla además de los fuegos de auxilio).
Con este recuento etnográfico queda marcada la fijación temporal del
fuego ceremonial y la gran dispersión a lo largo y ancho de Europa y en un
arco temporal muy amplio de de una serie de prácticas cuyos aspectos formales y cuyas funciones e intenciones manifiestas resultan reconocibles. Así
mostradas, fuera relativamente de sus contextos respectivos, parece un muy
viejo conjunto de recursos festivos que fundamentalmente las poblaciones
campesinas de Europa han activado y reelaborado a su modo. Esto seguramente incluye el reconocimiento de que deben ser prácticas muy antiguas.
En la misma línea, aportaciones etnográficas sobre Italia más recientes
insisten en estos viejos planteamientos. La fiesta de la Candelaria cierra el
invierno con luces y purificación. Se recuerda que el festival de Imbo a
principios de febrero era una fiesta de luces para la diosa Brigitte la de la
corona luminosa convertida en Brígida. Y Beltane era la fiesta que la seguía haciendo pasar al ganado entre hogueras humeantes. Para prevenir
enfermedades e influjos nocivos. Los fuegos parecen ayudar al débil sol de
invierno con sus luces y calores expulsando al frío, a las tinieblas y a las
enfermedades. En muchas poblaciones rurales italianas San Antonio es a la
vez protector de animales y titular de grandes fogatas. En Volgono se acumula sarmiento para hacer piras de más de 20 metros, en Gallucio se hacen con madera, en Nápoles los cipi con madera vieja, en Fara Filiorum Petri
las farchie con cañas secas, en Mamoiada la tradición local cuenta que cuando no había fuego en la tierra fue San Antonio a los infiernos a buscar el
cochinillo que le habían robado los demonios y trajo el fuego prendido en
sus vísceras, en Novoli se hace una gran hoguera, etc. (Rivera 1988).
Se hacen hogueras desde Epifanía (el tiempo en que finalizan las fiestas). Hay grandes fogatas en Goito y en Tarcento se cuenta que las hogueras recuerdan a las que hizo María para secar los pañales del Niño o las de
los Reyes Magos para iluminar el camino. Aunque también se hacen para
quemar a la Bofana, la vieja, un muñeco hecho de trapos y otras cosas. Gran
pira en Lezzeno el 18 de marzo para quemar la vieja. Se quema en Cuaresma o en San José en varias poblaciones como Roca San Casciano, Modica,
Castel del Rio, y en la Toscana, en Verona, etc. A veces de la vieja serrada
salen dulces o frutos secos o la rotura de la piñata. Un fantoche contenedor de dones. Pero también está aquí aludido el sacrificio, la matanza del
cerdo, o la muerte del rey del Carnaval. En Lula, sobre las cenizas del fuego de San Antonio se planta la cucaña, símbolo evidente del retorno primaveral (Rivera 1988).
RDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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Es ésta una muestra de datos selectiva con intención de revitalizar de
algún modo las empolvadas dos teorías clásicas del fuego solsticial y el fuego
lustral también asumidas por Mircea Eliade entre otros. La del fuego solsticial
interpretaba que con las hogueras se acompañan el fin del invierno y el
comienzo de la primavera, en ellas se quema la vieja, se mata la muerte, la
leña se consume para que vuelva la vida vegetal, las plantas verdes. Las
hogueras remedan al sol y también le ayudan a recuperar brillo y calor. Se
celebra el retorno de la vegetación y se intenta provocarlo mágicamente
(Cardini 1984). Por otra parte, el fuego lustral que acompaña este paso, como
los del Beltane celta, es el que purifica lo viejo, el que convierte en ceniza
trastos sobrantes y por el que pasan las personas saltando sobre él para librarse de males adquiridos y para prevenir males futuros y en torno al cual
y por el cual pasan los animales para ser purificados tras la insana estabulación invernal (como de forma semejante se hacía en las fiestas Consualia
romanas. Cf. Caro Baroja 1965)
Los ritos del fuego entre los pueblos europeos están, como ya advirtió
Frazer, distribuidos a lo largo del año y por tanto parecen seguir al sol más
allá del invierno y más allá de sus estados débiles, transitando por equinoccios y solsticios. O más bien siguen los ciclos diurnos marcando invariablemente atardeceres a la espera de un nuevo amanecer. Esa primordial
regularidad se subraya en determinados tiempos a lo largo del año, sin duda.
Mientras que en la función lustral el fuego no es elemento único. La etnografía en los mismos pueblos europeos proporciona abundantes datos sobre el uso lustral de las aguas, de los barros, de los vientos, del aceite, del
vino, de determinadas piedras, etc., etc. Dicho de otro modo, no hay mayor razón para reducir el sentido de los ritos del fuego por San Antonio a
una función cosmológica —por trascendente que parezca— y como otros
muchos elementos en los rituales están cargados de significados múltiples
de los cuales deben dar cuenta los estudios particulares en cada contexto.
Esa riqueza de significado es la que sobresale una vez que se exponen
los datos etnográficos. He aquí algunos:
— En La Rioja, el ciclo de las hogueras comienza en Todos los Santos y acaba en
Semana Santa. Reciben el nombre de marcha, marcharas o marchos. En Alfaro,
Alcanadre, Villamediana, se hacen a la puerta de las casas y se asan patatas. En
Villaverde se hace en la ermita y se come morcillón de matanza, hecha días antes
(Elías 1985).
— En la Ribera de Navarra, se hacen la noche del 16 de enero, con gavillas de leña,
cueros inservibles y se asan patatas en las brasas. Estas brasas las saltaban las
mujeres y se las llevaban luego a casa porque eran buenas para la piel, los hombres pasaban las caballerías por las cenizas aún calientes. Había múltiples hogueras casi siempre delante de las casas de los labradores ricos, donde se repartían
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tortas, pan y vino. Bendición del ganado con el tizon navideño encendido por el
mango y con él recorriendo los establos diciendo “San Antón os guarde”.
En Navalvillar de Pela. A partir de la 8 de la noche del 16 de enero en las esquinas de las calles más antiguas, cuando sale el abanderado con el tamborilero,
hay hogueras enormes que se atizan sin parar. La leyenda dice que los jinetes
cristianos (¿o moros?) a galope invadieron el pueblo llevando antorchas, incendiando casas y pajares y produciendo aquí y allá hogueras a la vez que lanzaban gritos guerreros. Existe una interpretación contraria. Se trataba de un engaño que hicieron los peleños a los moros, con hogueras y dando vueltas por el
pueblo a caballo con grandes camisas blancas y aumentando la altura con gorros en punta para dar apariencia de gente de gran tamaño. La fiesta se llama la
Encamisá. Se hacen carreras por tres veces siguiendo el recorrido que marcan
las hogueras.
En Fresnedoso de Ibor, los quintos acompañados de hombres y niños acarrean
leña el 16 de enero a la plaza mayor. A las 12 de la noche la lumbrinaria se
enciende y hay salvas y cohetes. El fuego debe durar encendido toda la fiesta.
Llegan enormes cargas de encinas. La gente grita: “¿Dónde están esos quintos?”
Al terminar la descargar las madres les obsequian y luego ellos invitan a cabrito
ya cocinado. La procesión del santo pasa por la lumbre (Extremadura festiva).
En Baeza, Torreperogil, Torres, Arquillos, Cárchel, etc., se conocen como lumbres de San Antón. Encendidas al atardecer en huertas, cortijos y caserías y todos los lugares donde hay ganado. Se espera que ahuyenten las enfermedades
y protejan a los animales. Se emplean materiales de la poda del olivo, los
ramones, a los que se añaden capachos viejos para el prensado empapados aún
en aceite. Los niños salen al campo los días anteriores. Hay peleas entre las calles y los barrios por el ramón y asaltos a los almacenes de los rivales. Competencia por la mejor lumbre. Además petardos, mixtos, buscapiés, etc. Se baila el
melenchón en la plaza junto a la hoguera, la danza rodea la lumbre o en un
llano cerca de ella, prendidos de la mano. Coplas de letra picante. Se queman
muñecos alegóricos colocados en lo alto. Comida y bebida , palomitas de maiz,
rosetas, tapas de embutido, y calabaza batatera, etc.. Concursos de lumbres. En
Jaén ciudad, en los barrios de Magdalena, San Felipe, Alcantarilla, y otras se hacen
la noche del 16 al 17. En Úbeda se ponen las hogueras en las plazas, se saltan
y junto a ellas se toman churros con chocolate.
En Fia Faia (pirineo aragonés), niños acompañados de adultos recogen hierba
que dejan secar y con la que confeccionan antorchas en Navidad, luego las
amontonan en una hoguera y saltan sobre ella. En el Valle de Chistau hacen
esquiladas saliendo al monte y se hacen hogueras en Ainsa. Hay hogueras en
muchos pueblos por San Sebastián.
En Casa Bajas (Ademuz), la noche del 16 hay más de un centenar de hogueras
como primer acto de fiestas. Se come carne a la brasa, vino y matojos que es
un dulce de anís. La noche de las hogueras comienza con volteo de campanas.
Cada grupo de vecinos. Las saltan los chavales con los chalecos y las esquilas
para hacer ruido.
En Poyo Largo, los mozos y los niños recogen leña y la llevan a una elevación
llamada La Cuerda, junto al pueblo, donde se deposita. Al atardecer, las cuadrillas, con cencerros y canciones, van a encenderlas. “San Antón como era viejo,...”, “Una vieja muy revieja....”
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— En Minglanilla, se ponen hogueras en las calles. Se cena junto a ellas. Se tiran
harina unos a otros.
— En Villarrubia de los Ojos, se hacen hogueras la víspera por la noche y quedan
encendidas a las puertas de las casas; se hacen carreras y hay reparto del puñao
de garbanzos y cachuetes.
— En Estercuel, Aguaviva y otros pueblos, se hace la representación de Las Tentaciones: una chica le tienta, el santo se refugia en la cabaña de leña, llegan los
diablos que la prenden fuego. La barraca se prende al final de la representación. También en Estercuel se llama la Encamisada. Recogen aliagas el día anterior y al atardecer se hacen unas 15 hogueras con concurso. Se va a buscar a la
iglesia el estandarte del santo y con él se procede a encender la primera. Hacia
las 8 se organiza la encamisada. Luego fiesta y baile. Al día siguiente limpian la
calles para la procesión. 7 parejas portan hachones y acompañan las imágenes
de los santos.
— En Osaje y Trasobares, la víspera se encendían hogueras en plazas y calles. Se
comen patatas asadas, tostadas de pan y chorizo, etc. Se creía que a las caballerías de los que aportaban leña no les daría torzones. Se cantaban y bailaban los
chimilindrones.
— En Tomelloso, la noche del 16 de enero se reunen trastos viejos, gavillas de sarmientos, cepas, etc. para hacer las hogueras. Se asan productos de matanza,...
En Almagro, las hogueras reúnen a los vecinos. Se come somallao, patatas asadas, chorizos, limoná. En Villar de Cañas, se hacen luminarias con los trastos
viejos que no sirven. Vino y tostones. Las saltan y en la actualidad se asa carne.
— En Villafranca de los Caballeros, se hacen hogueras la víspera por diversos puntos y especialmente delante de la ermita. Se les llama gueras. En Jaraguas también la víspera, se encargan gupos de vecinos y llegan a formarse hasta unas 20
en total. Hay baile con disfraces grotescos.
— Artá. Hogueras por toda la villa, canciones pícaras.
— Torre de Juan Abad. Luminarias, cante y baile. Invitaciones a los que pasen por
allí.
— En Loscos, se hace una hoguera en cada barrio y sobre todo la del peirón de
San Antón y en la plaza. La leña la aportaban los vecinos. Se asan chorizos, longanizas, güeñas. Por la mañana antes de encenderlas daban tras vueltas en torno al peirón con caballerías y animales y luego se hacía la bendición
— En Visiedo, se encendían hogueras en todos los barrios y se bebía y se comía
tortas de cañamones. Algunos daban tiros de pólvora con trabucos y se cantaban canciones. Ya de madrugada se jugaba en las tabernas a la morra, los de
una hoguera contra los de otra, lo que se consumía en ellas.
— En Galicia, también se hacían hogueras por San Antón, en torno a las cuales se
dan vueltas. Hay una capilla en un otero cerca de Verín, donde van los mozos
la víspera con hachas de paja a la verbena y al día siguiente hacen las hogueras junto a la capilla y se asan allí chorizos. Van máscaras antiguas como el
cigarrón.
— En Almarcha, cada familia reúne paja y material de desecho acumulado todo el
año: espuertas, serones, capachos, sillas, etc., y se atiza la luminaria, se comen
tostones y se danza alrededor cogidos de la mano. Los jóvenes cuando decaen
las propias van a las más grandes ajenas y forman corros y cantan canciones
con estribillo.
RDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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— En Cañete, se hacen por calles con lo viejo de cada casa, cuévanos, espuertas,
horcas de madera, etc., añadida a leña seca y enseres para tirar. Chicos y chicas
se reúnen y cantan canciones alusivas. Luego recorren el pueblo hasta que se
consumen todas las hogueras.
— En la provincia de Zaragoza, son actividades comunes de calle en las que se
participa sin distinción de status, sexo o edad… Son hogueras de aveniencia entre
vecinos por barrios, los chicos las recorren y las brincan. Cuadrillas de mocetes
van pidiendo leña a las casas: “Leña para San Antón y si no tozolón”. Cuando
no se da leña la amenaza es desear la enfermedad del ganado. Se trata de leña
menuda, romero, aliaga, sabina, tomillo, sarmiento, caña de río, pinocheras. De
ésta se encargan las mujeres de las casas que van juntas al monte a proveerse
de ella, mientras que los hombres se encargan de la leña gorda, de oliveras y
carrasca. La leña ya reunida en las casas es la que piden las cuadrillas para las
hogueras, que a veces roban si no se la quieren dar. Además se queman toda
clase de objetos que se acumulan durante el año, “lo viejo”, que se iba acumulando en el corral y se limpiaba éste justo para antes de las hogueras. O bien
se prepara un sanantonero, un tronco grande de cuando se remoldaban los olivos (Belchite), o muebles, libros, papeles, telas, etc. “Para San Antón, trastos al
montón”. Aún está reciente la matanza del cochino y se aprovecha la ocasión
para probar los embutidos. Para la noche de San Antón se deja lo mejor, la
morcilla del cular (Monegros), el morcillón (Ribera alta y baja, Calatayud), el
morquerón (Prepirineo), y además patatas, chorizo, longaniza, orejas, a veces la
cabeza, migas y buen vino. Y para finalizar, las mujeres preparan chocolate.
Comensalidad para favorecer la unión. Los vecinos al sentarse alrededor de la
hoguera a comer imitan a la familia cuando se reúne en la mesa. Antes de retirarse a las casas recogen la ceniza para echarla a los campos para fertilizarlos.
La brasa se utiliza para mantener caliente el hogar durante la noche. Y de cuando en cuando se atiza la lumbre para que el humo entre en los patios, gritando
“humo a San Antón”.
— En Huesca, se encienden hogueras principalmente por San Juan, San Antón y San
Sebastián y también otros santos como Santa Águeda, San Vicente, San Quilez, y
en Navidad. Acarrear leña es tarea común, aunque cuando escaseaba o era dificil
obtenerla se dejaba en manos de los jóvenes que frecuentemente la sustraían, sabiendo que los dueños no podían enfadarse ni pedir cuentas por ello. Y se requería que alguien pusiera tractor o caballería para acarrearla. Se mantenía toda
la noche encendida hasta que a la mañana siguiente pasaba la procesión sorteándola mientras las llamas hacían difícil el paso, aunque se hace más vivo el fuego
en honor del santo (en San Sebastián). Y en torno al fuego, la comensalidad. Asociadas a la fiesta de San Antón se hacían las esquilladas y las plegas.
Cabe añadir muchos más datos, aunque de lo expuesto parece derivarse la necesidad de reconocer que el relieve de estas formas festivas responde
a un esquema básico común pero es rico en reflejos, perfiles, caras, tonos,
colorido.
1. Una hoguera es ante todo reflejo y acción de las entidades sociales.
Las casas, las calles, los barrios, el pueblo la toman como seña y señal de
presencia pública. El indicador de presencia social en el contexto y proceRDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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so de la fiesta. El nivel y configuración de esa presencia dice mucho de la
vida social de cada población. Además de visibilidad, calor. En la fiesta invernal de San Antón, de San Sebastián, el calor de la hoguera se transfiere
y se transforma en el calor de la vida social. Una y muchas hogueras dan a
la divisibilidad y a la unión de las comunidades perfil e imagen. Y el fuego
como elemento a manipular permite la continuidad-discontinuidad y en todo
caso la comunicabilidad. A veces el fuego se transmite desde algún punto
al resto. Señala un centro y los otros núcleos comunicados con él. O fija
una jerarquía con sus posiciones diferenciadas. Y en las frías noches, el
conjunto de ellas muestra la presencia mutua de unas y otras comunidades
dentro de horizontes de proximidad. La geografía local de las hogueras no
sólo reproduce planos y mapas sino que los reconstruye. Hay territorios,
campos que en la vida cotidiana son imperceptibles y que aparecen con
las hogueras. En ocasiones emergen como lugares de agrupación estable para
una convivencia larga de toda una noche, en otras se conforman como
puntos de un recorrido interior, una ronda y una rueda de desplazamientos
que favorece los encuentros sociales y activa relaciones descuidadas.
2. Como otras muchas fiestas, pero en tiempos de frío, las hogueras
sacan a la gente a la calle. Ya no es el fuego del hogar, sino el fuego fuera
del hogar. A su modo también un fuego doméstico. Algo más arriesgado
pero mantenido bajo control. Más voluminoso y más violento que el de los
hogares, alimentado con más materiales que los que se usaban para el fuego cotidiano puede llegar a convertirse, por su mismo afán de fuego ceremonial cuya visibilidad y atracción se logra a base de tenerla bien abastecida, en una fuente de peligro. Existe un volumen crítico que no se puede
sobrepasar y debe ser controlada teniendo en cuenta la fuerza y dirección
del viento. En muchos aspectos la ejecución y el mantenimiento de una hoguera es una prueba a superar. Y requiere cierto adiestramiento. Los aspectos técnicos pueden llegar a comportar toda una maestría. Canals es un ejemplo paradigmático. Los materiales que se reúnen, sus tipos, su distribución,
la composición, la veste vegetal que la recubre, todo ello es parte de un
saber técnico para hacer humo y fuego en fases de comienzo balbuceante,
prendimiento, hasta que las llamas se hacen con la estructura toda que pierde
primero la estabilidad y luego la forma y hasta la entidad misma. Finalmente quedan las brasas. El proceso acompaña al paso de la noche al día y lo
que es más destacable está asociado (lo activa y a la vez lo refleja) al proceso de agrupamiento y dispersión social. La reunión en torno a las hogueras sigue fases de comienzos balbuceantes, entrar en calor, llegada de más
gente, sociedad densa, bullicio, y luego desagregación progresiva. Finalmente
junto a brasas y cenizas algún rezagado y nadie.
3. Materiales y restos: por un lado las hogueras se hacen principalmente
RDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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de leña gruesa y menuda, por otro lado de desechos, “de lo viejo” intencionadamente acumulado para este destino a lo largo del año. De grandes
leños especialmente seleccionados y de maderos y palos residuales de la
actividad agrícola, de herramientas y útiles de corral ya sin función y de
mobiliario desusado o deteriorado del hogar. Esta doble caracterización sitúa a las hogueras entre el derroche y la limpieza. No es por ambigüedad
sino por coincidencia de contrarios. La leña ha sido en muchas sociedades
campesinas europeas durante siglos un recurso estratégico. El derroche de
ella era un signo de riqueza. Entre los datos anteriormente expuestos se hace
notar que las hogueras en algunas poblaciones se ponían delante de las casas
de los ricos porque la desigualdad se traducía entre otras cosas en las aportaciones de materiales para ser quemados en ellas. Hay un doble sentido
en las hogueras como destrucción o como purificación que parece venir
determinado por la naturaleza de los materiales aportados. Si se quema leña,
pudieran ser potlachts, piras en las que los bienes acumulados se destruyen transformados por prestigio, o pudieran ser ofrendas de bienes valiosos presentados a los seres sobrenaturales por gratitud, para congraciarse
con ellos o para poner bajo su cobijo a las personas y sobre todo al ganado. Y si se queman restos y desechos, bien pudieran ser mecanismos de
ajuste de los sistemas ecológicos, procedimientos de fin de ciclo de uso o
de disolución de restos... para permitir de esa forma la secuencia regular
de los nuevos ciclos. En esta duplicidad se advierte también una doble dirección: el fuego y el humo puede ir dirigido a lo alto o puede llegar también a los seres terrestres que andan en torno. Hay además utilidades varias: las brasas y las cenizas aún son aprovechadas en casa y en el campo.
Y el fuego y el humo tienen efectos de desparasitación en el ganado. Tales
sentidos no pueden tomarse como esenciales en la fiesta sino como cambiantes en el tiempo y susceptibles de mezclas y de transformaciones (como
del mismo modo ocurre en otros rituales). La leña no ha mantenido a lo
largo del tiempo el mismo valor, ni por supuesto lo ha tenido igual en
poblaciones con bosques y poblaciones del llano cerealista,... leña menuda
procedente de la poda es en muchos casos residual, etc. Las explicaciones
puramente funcionalistas del fuego ritual no eliminan el carácter simbólico
del fuego ritual. No es que este carácter cobre relieve cuando las acciones
rituales se mantienen, pese a que sus utilidades cambian. Más bien este carácter refuerza y garantiza la ejecución regular de acciones “útiles” y sobre
todo alienta y anima la necesaria vida social. También se queman las envidias, riñas, malos sentimientos —dice Rivas (1986)— que han ido surgiendo entre vecinos, de modo que ese día se habla de todo el mundo.
4. En realidad son múltiples las funciones de las hogueras y enumerarlas daría listados en parte similares pero también distintos en unas o en
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otras poblaciones. Se hace obligado atender además no sólo a las funciones del fuego, sino a los objetivos buscados desde las formas, extensión,
altura, disposición de materiales, etc… Las hogueras no sólo queman montones de leña, madera, palos, etc. Y según sea el material, como ya se ha
dicho, se pondrían de manifiesto unas u otras funciones. Queman también
figuras, peleles, muñecos de paja, cabezas de cartón o trapo, etc., representaciones de referencias más o menos explícitas a veces al mal en general o
al mal en particular. Se queman grandes volúmenes, montones de tamaños
diversos, pequeñas acumulaciones, composiciones de altura, etc. Las hogueras
son signos de enorme carga polisémica. No es más el número, el material
o la figura que la propia hoguera que significa. Quien quema va asociado
a qué quema y el qué se quema puede no ser algo concreto o físico –sino
algo que está meramente aludido o incluso no explícito- y el fuego como
acción parece tener poder o capacidad para afectar al tiempo pasado y al
tiempo futuro, trascender a ese tiempo delimitado, a esos instantes fugaces.
El tiempo mismo puede quedar afectado por el fuego: se quema el invierno y se quema el tiempo.
5. Las hogueras se miran y hacen formar corros en torno a ellas. Pero
también se dan vueltas alrededor, se rodean andando o bailando o se pasa
por encima de ellas y se saltan. Además se come, se canta, se charla, se
juega, se corteja, se riñe,... todo al lado.
— En la provincia de Zaragoza, de las hogueras de S. Babil y Santa Águeda se dice
que dando tres saltos por encima la mujer conserva su fertilidad, y de la San
Antón se cree que si el dueño de la caballería enferma da tres vueltas alrededor
rezando alguna oración el animal curará de su mal. También se dan tres vueltas
para evitar que las caballerías caigan enfermas, para ello hay que dar una vuelta por cada animal de carga o de tiro. Ha de hacerlo el marido (Rivas 1986).
— En Muel, Mezalocha, Miedes, etc., por cada caballería y animal se echa un fajo
de leña a la hoguera y se repite: para que San Antón los guarde. En Fuentes de
Ebro todos los animales han de pasar por encima de las cenizas, en Tierga, Las
Cuerlas, Tabuenca, Chiprana, etc, hay que dar tres vueltas alrededor. Y muy
comúnmente hay que saltar tres veces la hoguera. Cuando se trata de animales
es el hombre el que salta (“San Antón, consérvame el jamón”). Cuando se trata
de la protección de la familia es la mujer (Rivas 1986).
Los datos etnográficos sobre estas acciones podrían ser otra vez abundantes. Si bastan los aportados es por ilustrar en concreto algunas de las
formas festivas de vivir las hogueras. Es obvio, y sobre todo porque es intencional y explícito, que se trata de actos sociales. Y habría que añadir que
dan imagen a la vida social, no sólo en el sentido ya apuntado de hacer
visibles a las entidades sociales sino que el obligado dibujo de la situación
de las gentes en torno a la hoguera quiere ser tomado literalmente como
RDTP, vol. LXIV, n.o 1, pp. 237-276, enero-junio 2009, ISSN: 0034-7981, eISSN: 1988-8457, doi: 10.3989/rdtp.2009.028
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una concentración y metafóricamente como reunión, cohesión, calor social.
En muchos aspectos las hogueras son fiestas paradigmáticas y en estos también. Las hogueras refuerzan la redundancia. Reúnen y unen a las gentes.
Pero sobre lo explícito están aún recargadas de significación por medio de
ciertas formas en las que la reiteración se camufla ya como danza ya como
juego: dar vueltas, saltar. Tales formas han sido interpretadas como reproducciones de movimientos cosmológicos: el sol girando incansablemente. Y
también el año como ciclo que va girando. Entre los sorprendentes y maravillosos efectos de estos giros está incluso la figuración de que el cosmos
seguirá así siendo una serie de movimientos regulares, ordenados. Personas y animales sentirán así los beneficios de la regularidad, la armonía y el
orden. Las vueltas y los saltos no dejan de ser actos sociales para efectos
sociales y se pretenden también que sean por el fuego que rodean y sortean actos cosmológicos con efectos protectores. En todo caso antes y ahora no fueron los únicos motivos fuertes de la fiesta, no menos que la diversión, el humor, el canto individual y a coro, la comensalidad, la bebida, la
degustación de los embutidos a la brasa,... y todas las otras pasiones que
el fuego también aviva.
Las hogueras se hacen la víspera, las bendiciones el día de la fiesta. Las
hogueras se hacen con vegetales, con yerbas secas, madera y leña, las bendiciones se destinan a los animales. Las hogueras llevan el fuego controlado a los espacios centrales, las bendiciones rocían con agua a quienes se
acercan a los recintos sagrados. Las hogueras ordenan la concurrencia de
gente por con-centración en torno a ellas, las bendiciones ordenan a la gente
y sus ganados en filas. Las hogueras animan a la diversión, las bendiciones
son actos religiosos de una imposible seriedad. Las hogueras a veces requieren especialistas, pero por lo general todo el mundo se considera oficiante. Las bendiciones no tendrían efecto sin el oficiante legitimado. En el
programa se suceden pero no parece que la secuencia tenga alguna conexión
lógica. Aunque, por supuesto, las bendiciones también son actos de vida
social.
La etnografía revela algunos de los sentidos que las poblaciones dan a
las bendiciones:
— El día de San Antón en casi toda Huesca no se hacía trabajar a las caballerías
porque era su patrono. Y además por ese motivo se les daba buen pienso. Algunos ni siquiera sacaban los animales de la cuadra. Se creía que el incumplimiento de esa norma acarrearía males. “Hubo un señor que dijo que eso eran
tonterías y cogió el caballo de la casa y quiso ir a abrevar y cuando bajó la costera se le partió la pata al caballo”. “Se bendecían las caballerías y la gente a lo
mejor trabajaba pero las caballerías no”. En Torralba de Aragío ahora se bendicen los tractores y no se va a trabajar con ellos (Lisón Arcal 1986).
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— “Por San Antonio de enero, huelga la mula y trabaja el mulero”. Montemayor de
Pinilla (Valladolid). Son fechas de pocas faenas agrícolas por el clima. Y propicias
para reuniones y vida comunitaria en hilorios, filandones, etc. (Alonso Ponga 1983).
— En La Rioja no se cargan las caballerías.
— El patronazgo lo ejerce el santo sobre todos los animales, y de manera especial
sobre cerdos, y gallinas como base de economía ganadera (sic). Se le encomiendan los animales cuando están enfermos y si sanan se le lleva huevos o lacón.
Además está la llamada “rana de San Antonio” que no se puede matar por que
si no el santo hará enfermar alguno de los cerdos. Y es guardián de los animales. En Fornela cuentan que se apareció a unas cabras estando los pastores dormidos y las libró del peligro. Oraciones al santo contra la hinchazón de ovejas
y cabras. También el responsorio de San Antonio. En algunos sitios aplicado solo
contra el lobo, en otros para encontrar algo perdido, confunden los santos.
— Generalmente se bendice a los animales de labor o a los ganados y se llevan a la
puerta de la iglesia. No se llevaban todos sino una representación. En Vizcaínos
de la Sierra iban los mozos con los burros bien adornados, bendición y vueltas a
la iglesia a la carrera. En Tudela de Duero, con caballos adornados y vueltas a la
iglesia con los chiquillos corriendo detrás, luego la bendición del cura. En Mayorga
o otros pueblos de Campos con burros y caballos adornados, bendición y luego
cabalgadas, para terminar con relaciones. En Olmos de Esgueva se bendice la
cebada que luego se da a los animales, en Bembibre se bendicen unas bollas que
luego se reparten a personas y animales, en Roales de Campos las rosquillas del
santo con granos de anís bendecidas en la iglesia y se comían en casa dando trozos a los animales, estas rosquillas tenían forma de muñecos, etc.
— En San Millán de la Cogolla se bendice la cebada, en Berceo los cereales. En
Saturdejo y otros pueblos de la Rioja se dan vueltas a la iglesia con los animales y se le pide que les libre de la rabia. El objeto es proporcionar salud a los
animales y en San Adrián de Apellaniz en particular prevenir el aborto de las
yeguas. En Brieva de Cameros se metía en tiempos a los burros dentro de la
iglesia para las vueltas, como en Santo Domingo de la Calzada se hacía con bueyes y mulas y carros dos días antes de la fiesta de Mayo a Santo Domingo. En
Laguna de Cameros, vueltas con los caballos. En Munilla es carrera de caballos
con tres vueltas al barrio de San Miguel (Elías 1985).
— En Torralba de Calatrava (se encarga la hermandad y llevan una cruz en la cara
superior), en Carrión y en Argamasilla de Alba (roscas para las caballerías) se
elaboran panecillos especiales que después de bendecidos comen hombres y
animales; en Balsa de Ves dos filas de chicas en la procesión llevan cestos a la
cabeza de pan que son repartidos a la salida de la iglesia, se elaboran con donativos de los vecinos y harina ofrecida al santo como protección para los animales; en El Hito, se reparten rolletes o caridades al final de la romería; en Pozuelo a los animales se les cuelgan en los cabezales un rosco de San Antón para
que el santo cuide de ellos; en Moratilla de Meleros lo elaboran las mujeres de
los mayordomos de la cofradía; En Golosalvo, se encargan los labradores de
ofrecerlo al santo; en Villahermosa son los labradores los que reparten pan candeal y cañamones. (González Casarrubios 1985).
— En los panecillos del santo en Madrid aparecían impresos una campanilla, un
puerco con ella al cuello o la tau del santo (Castellanos 1848; Caro 1965). Y los
proporcionaban a la procesión con el rey de los cochinos los frailes de San Antón
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en la portería del convento. La romería iba a la ermita de San Antonio que estaba en el Retiro y la componían por orden: primero mozos del campo en borricos enjaezados y con caperuzas negras y puntiaguados tocando cuernas, porqueros con seis cerdos llenos de cascabeles y campanillas, luegos los machos
de las piaras con esquilones y encima mozos disfrazados, luego los barracos con
mantillas lujosas, con el rey de los cerdos con una corona de ajos y guindillas,
y luego la chusma en burros y tocando cencerros, cuernos y tambores. Allí se
proclama rey al muchacho poniéndole la corona que llevaba el cerdo. Era un
zagal salido a suerte vestido de san Antón con báculo y campanilla y montado
en burro hasta que llegaba allí, donde con la proclamación se montaba sobre el
cerdo. Luego de eso iban al convento a que les bendijeran la cebada y la paja
para el ganado y los panecillos.
Sea cual fuere el fundamento dado al patronazgo de San Antón sobre
los animales está completado si no confundido en ocasiones con el de San
Antonio de Padua. Y sin causar mayor trastorno incluso en algunos lugares
se usa la imagen de éste para la procesión y bendición el día de la fiesta
de aquel. Con ambos santos se produce una extensión de lo que la creencia identifica como protección más allá de los ámbitos específicamente humanos. Lo que las procesiones y bendiciones implican es claramente la integración social de los animales, su consideración de partícipes de la vida
social. En particular los campesinos con los animales domésticos, los de labor
y transporte, pero también con el ganado del que se obtiene una producción llegan a tener unos vínculos muy especiales. Tales vínculos se tienen
como generales para los animales de compañía en las sociedades modernas.
En realidad esta diferenciación entre sociedades tradicionales y sociedades
modernas no es tan clara. Varía también la relevancia dada en distintas sociedades —y en distintos tiempos dentro de una misma sociedad— a determinados animales. Bueyes, cerdos, ovejas, caballos, asnos, mulos, perros...
aparecen de modo desigual en las procesiones, mostrando así que esa “otra
parte de la comunidad” engloba sólo de modo general a los animales, pero
más en particular a algunos. En todos los casos suponen un trato individualizado y un conocimiento profundo de gustos, proclividades, estados de
ánimo, etc. Algo de ese trato ha quedado reflejado en los datos etnográficos
anteriores.
Se cruzan dos líneas de prácticas en este proceso ritual:
— Por un lado, lo que vendría siendo una “humanización” de los animales, es decir, las formas festivas incorporan con papeles activos y
para situar en espacios y territorios característicamente humanos a
seres que se consideran irracionales. Les incluyen en desfiles procesionales y extienden hacia ellos la comensalidad. Se trata de una integración social que parece implicar la pertenencia a la comunidad
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y que expresa el establecimiento de lazos sociales. De esta manera
en el sistema de fiestas se marca tal pertenencia al facilitarles en una
de ellas —al menos— visibilidad social, protagonismo. Los rasgos de
esta integración social o humanización están indicados en los papeles rituales dados a los animales:
1. descanso festivo, cese del trabajo;
2. engalanamiento y adornos corporales para intervenir en la fiesta;
3. aproximación o acceso a los recintos sagrados;
4. con posiciones diferenciadas dentro de la procesión y formando
parte del orden social. (En algunos sitios se distinguen estas procesiones por que el desplazamiento se produce en sentido contrario a las agujas del reloj o en sentido contrario a las salidas
procesionales del resto del año);
5. receptores de la bendición y de sus beneficios no sólo como
bienes de sus dueños sino por una razón social: la de patronazgo;
6. dan tres vueltas al recinto sagrado guiados por los dueños;
7. participantes igualmente de las actividades de diversión como carreras y juegos;
8. comensales del pan bendito.
— La otra línea de prácticas viene a ser un contrapunto de la anterior:
la “animalización” de los humanos (Cruces 1994) como muy particularmente se figuraba en el rey de los cerdos, una procesión casi bufa
en la que los que conducen a los animales parecen no distinguirse
de ellos, pero también aludida por los gestos humorísticos en las carreras actuales de San Antón. Como anticipo del Carnaval la fiesta les
proporciona esa posibilidad de equiparación de papeles. En cualquiera
otra situación en el año sería un rebajamiento inaceptable el verse
equiparados y toda una profanación el frecuentar espacios tan venerados, pero en esta fiesta ambas cosas están neutralizadas y no tanto
como una trasgresión —como puede aparecer en las farsas carnavalescas— sino como un ejercicio de domesticación, que tanto puede
querer decir control como familiaridad. Al fin y al cabo las bendiciones mantienen la posición superior del oficiante (alter ego del santo)
y junto al cual se sitúa a los animales siguiendo el modelo iconográfico del santo con el cerdo a sus pies. Eso les confiere aún cierta formalidad pero el protagonismo otorgado a los animales a su modo
conlleva cierta inversión de papeles. Los humanos no son esta vez
los bendecidos. Y tampoco propiamente los focos de la atención social. Por un lado los adornos de las caballerías a veces exuberantes
(como en Navalvillar de Pela), por otro lado las peculiaridades de los
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animales incluido el exotismo de la especie dejan en la sombra a sus
acompañantes que por esta ocasión quedan en el segundo plano. Las
filas formadas en las áreas rurales compuestas por reses de ganado
lustrosas y por las adecentadas bestias de labor y transporte dan una
dignidad peculiar a esa presencia pública hasta el punto de que asimila al conjunto a los humanos acompañantes. Mientras que en las
fiestas urbanas los animales de compañía parecen mostrarse en público con la superioridad que les da el saberse objeto del capricho
de sus amos. La “caravana de animales” (Cruces 1994) llena uno y
otro escenario como en los mundos imaginarios en los que los animales se mueven a sus anchas. Caben no obstante variados sentidos
dependientes de contexto y que de hecho son aprovechados para los
más variados fines personales, sociales, políticos, etc. (La caricatura,
el guiño crítico, la extravagancia, la competencia,... y otras muchas
actitudes se hacen presentes en estos desfiles).
Posiblemente no se trate de otra animalización que aquella que consiste en recrear imágenes de los animales inevitablemente antropomorfas. En
algún sentido esas dos líneas se encuentran representadas en la hagiografía
del santo. Por un lado las bestias salvajes acabaron acercándose a él y aportándoles su ayuda, por el otro los demonios se transformaban en las más
horribles bestias para atemorizarle, aunque el santo siempre se mantuvo
imperturbable.
Finalmente, existen algunas evidentes analogías entre las prácticas que
se realizaban y se realizan con las hogueras y las que se llevan a cabo con
las bendiciones. Es posible pensar que las acciones de purificación y protección del ganado que las poblaciones en algún tiempo hicieron por medio de las hogueras luego las repitieran o sustituyeran con las bendiciones
en el nombre del santo. “Dar vueltas” es una de esas prácticas que hombres y animales realizan en torno a la hoguera y en torno a la ermita. Pudiera ser que la fiesta de San Antonio hubiera cristianizado alguna otra anterior. Aunque definitivamente esto no es tan relevante. Más aún lo debiera
ser que unas y otras prácticas se hayan configurado como formas festivas
al amparo de una advocación, San Antonio, presentado como el señor del
fuego y el protector de los animales. Unas formas festivas con las cuales
las poblaciones dan consistencia y redefinen regularmente las complejas y
cambiantes relaciones entre la Naturaleza y la Cultura.
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* Además, Guías de Fiestas y páginas web de muchas de las poblaciones citadas.
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Fecha de recepción: 16 de diciembre de 2008
Fecha de aceptación: 5 de febrero de 2009
Mis agradecimientos al Ayuntamiento de Canals y la Concejalía de Cultura cuya invitación incitó la realización de este ensayo. Además, ha permitido que sea publicado aquí.
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