Ocurrió algo mágico. Hace ahora 11 años en este mismo lugar la magia se hizo presente. Cuando la luz de la tarde era todavía dorada, entramos en este patio del mausoleo, anhelantes, algo tímidos, inexpertos. Luego, como el agua del riachuelo que se va acomodando a su cauce disparejo, fluyó la confianza y se sucedieron unos hechos que permanecerán en la memoria de los que los vivimos y que, ahora, voy a evocar como introducción al sencillo homenaje al rey que aquí reposa y que mis compañeros van a iniciar. La magia se hizo presente... Para que la magia surja es necesario que se produzca una conjunción de elementos aportados, encontrados, dirigidos y aceptados por nuestra inteligencia. Y, nada es mágico si uno no quiere que así sea. ¿Qué aportamos nosotros ese día? En primer lugar éramos portadores de un deseo: cumplir la voluntad del que fue primer presidente de nuestra Asociación, José Luis Parejo Bravo-Huerta, que durante años había albergado la ilusión de venir a visitar este mausoleo en el que nos encontramos ahora. La salud le jugó una mala pasada, entonces Pepe, respaldado por todos nosotros, inició de forma desenfrenada, los preparativos para ofrecer a nuestro presidente un viaje ya resuelto en todos sus aspectos, en cuanto se repusiera de su dolencia. Quiso el destino que José Luis no pudiera ver cumplido su sueño. Dos meses después de su fallecimiento vinimos a Aghmat con su mujer, Lucy. En segundo lugar, traíamos ilusión, ilusión por venir al lugar donde reposan los restos del Rey AlMutamid, símbolo de un momento histórico para las personas que hemos comprendido la importancia que alAndalus tuvo en nuestra historia, fruto de la cual es la singularidad de nuestra cultura europea, la singularidad de la cultura española. En eso nos distinguimos del resto de la cultura que llamamos occidental. Ocho siglos tienen mucha sustancia recíproca que aportar. Para nosotros supone un poso que permanece más allá de nuestra propia voluntad. Veníamos a ver a un rey, a un rey de Isbylya, enamorado de su tierra, gozoso de ella, de la misma manera que lo somos ahora y lo seguiremos siendo los habitantes de Sevilla. Dormido para la eternidad junto a su amor definitivo, Itimad, una cristiana hija del río Arade seducida por el Ued el-Quebir. Éramos cincuenta personas. Entre nosotros: profesores de la Universidad de Marrakech, de Mohammedía, músicos y cantores amigos venidos de Tánger, poetas de Sevilla que se convirtieron en recitadores de tu poesía seductora, Rey Al-Mutamid, seductora en la expresión del dolor, del sufrimiento, del amor en suma, al compás del laud andalusí y de la guitarra española. Alrededor de la fuente del patio, sentados en el suelo, niños de la calle, boquiabiertos escuchaban algo que no entendían, pero que les agradaba. Cuando la tarde empezó a declinar estábamos a medio camino de lo que queríamos expresar. Las sombras de la anochecida empezaron a hacer su aparición. La falta de luz eléctrica no podía cortar nuestra inspiración. Pepe tuvo la genial idea de mandar a por velas. En un momento nuestro guía estaba de regreso con el encargo. Poco a poco varias decenas de velas ocupando el borde de la fuente y todos los rincones del patio, y la propia cámara del mausoleo, empezaron su danza de luz. Los muros rosáceos del patio tomaban tonalidades más cálidas con los reflejos ondulantes de las llamas de las velas. Por encima de los muros del patio, los árboles circundantes se asomaban, más espesos y alargados por la oscuridad, haciendo su abrazo más estrecho, más presente. De vez en cuando el estremecimiento del follaje en su balanceo se sumaba con su murmullo a nuestro homenaje. Fuera la noche empezaba a estar fría. En el patio reinaba el calor humano. Brillaban los ojos de emoción. Pañuelos blancos apretados entre los dedos limpiaban lágrimas furtivas. Con un aplauso y un suspiro agotamos nuestro tiempo. Ya no éramos cincuenta, el patio estaba lleno. Poco a poco, en silencio, mientras cupieron, se nos fueron sumando los vecinos del lugar, gente sencilla, en actitud respetuosa. En nuestro ensimismamiento ni nos habíamos percatado. Mas, ello fue una satisfacción añadida. Lentamente fuimos saliendo del recinto, subíamos al autobús envueltos en una atmósfera todavía casi irreal, en la convicción de que habíamos vivido unos instantes mágicos.