Egipto Estado de África septentrional; 942.247 km2; 60.896.000 habitantes.

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Egipto
Estado de África septentrional; 942.247 km2; 60.896.000 habitantes.
Capital El Cairo. Limita al este con Israel y el mar Rojo, al oeste
con Libia, al sur con Sudán y al norte con el mar Mediterráneo.
GEOGRAFÍA
Geografía física
El relieve de Egipto está configurado, por un lado, por un sector del
Sahara (el mayor desierto del mundo) y por el valle del Nilo, el río
más largo de la Tierra (6.700 km), un importante tramo del cual
(1.500 km) discurre por el país. La presencia del desierto es casi
absoluta en el territorio egipcio: así, el 97,5% de la superficie
queda englobada bajo su dominio. Al oeste del Nilo, se abre la mayor
extensión desértica del país, el llamado desierto líbico, cuya
depresión más destacada (Qattara) se sitúa al norte; al este del
Nilo, entre éste y el mar Rojo, se extiende el desierto arábigo, con
algún relieve de cierta entidad (montes Itbay), que no llega a
alcanzar, sin embargo, los 2.637 m de altitud del yébel Katerina,
Egipto
Estado de África septentrional; 942.247 km2; 60.896.000 habitantes.
Capital El Cairo. Limita al este con Israel y el mar Rojo, al oeste
con Libia, al sur con Sudán y al norte con el mar Mediterráneo.
GEOGRAFÍA
Geografía física
El relieve de Egipto está configurado, por un lado, por un sector del
Sahara (el mayor desierto del mundo) y por el valle del Nilo, el río
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más largo de la Tierra (6.700 km), un importante tramo del cual
(1.500 km) discurre por el país. La presencia del desierto es casi
absoluta en el territorio egipcio: así, el 97,5% de la superficie
queda englobada bajo su dominio. Al oeste del Nilo, se abre la mayor
extensión desértica del país, el llamado desierto líbico, cuya
depresión más destacada (Qattara) se sitúa al norte; al este del
Nilo, entre éste y el mar Rojo, se extiende el desierto arábigo, con
algún relieve de cierta entidad (montes Itbay), que no llega a
alcanzar, sin embargo, los 2.637 m de altitud del yébel Katerina,
situado al sur de la península del Sinaí.
El Nilo atraviesa el país hasta desembocar en el Mediterráneo,
constituyendo una gran arteria fluvial; sus limos y la realización de
notables obras hidráulicas (presas de Asuán, Asiut, Zifta) han hecho
de su valle una fértil región agrícola, enmarcada por el desierto.
Excepto una estrecha franja litoral al norte de clima mediterráneo,
en el resto del país predomina un clima desértico, si bien varía en
función de la distancia al mar y al Nilo: en el litoral, las medias
van de los 15C en invierno a los 26C en verano; más al sur, se
acentúan los contrastes térmicos y en el desierto las temperaturas
oscilan entre 10C por la noche y 50C durante el día.
Geografía humana
El crecimiento de la población que ha experimentado Egipto en las
últimas décadas (2,5% de media anual entre 1989−1994), uno de los más
espectaculares del mundo, ha hecho que su rica agricultura no pueda
ya cubrir sus necesidades. Debido a las características del relieve,
la población se halla muy concentrada en el sector noreste del país,
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en torno a la desembocadura y al curso bajo del Nilo (Alejandría,
Port Said, Al−Mansura, El Cairo, Gizeh, Suez), donde las densidades
superan frecuentemente los 1.000 habitantes/km2. La capital, El
Cairo, reúne en su aglomeración urbana más de 13,5 millones de
habitantes, por lo que es la principal metrópoli del continente
africano.
La notable concentración demográfica del noreste del país contrasta
con la mitad occidental, que se halla prácticamente deshabitada y
donde no existe ciudad relevante alguna (tan sólo aparecen núcleos de
población en torno a los oasis: Farafira, Siwa, Dajla, Al−Jarya).
Egipto posee una tasa de población urbana (44%), tan sólo superada en
África por los estados del Mogreb.
Geografía económica
El desarrollo moderno de Egipto se halla vinculado al proceso de
industrialización iniciado durante el siglo XIX, bajo la influencia
de las potencias coloniales occidentales. Entre las ramas
manufactureras tradicionales destacan las industrias textil,
alimentaria, siderúrgica, del cemento y química (abonos). De más
reciente expansión es el sector extractivo, basado en una notable
riqueza minera: oro en la cadena arábiga; manganeso y uranio en el
Sinaí; fosfatos en la costa del mar Rojo; hierro cerca de Asuán.
Además, cabe destacar la producción de petróleo y la industria del
aluminio (complejo de Nay Hammadi).
El Nilo es el eje de sus actividades agropecuarias, las cuales
continúan ocupando a un porcentaje de población activa mayor que el
sector industrial (35% frente a 19,6%). La sobreexplotación de los
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suelos y la proliferación de los canales de regadío, necesarios para
satisfacer la creciente demanda interna, están causando perjuicios en
el medio natural (pérdida de limo, aumento de la salinidad de los
suelos, proliferación de parásitos). Junto a los cultivos
tradicionales de cereales (trigo, mijo, maíz), se da la caña de
azúcar, arroz, algodón, cítricos, etc.
Un turismo en alza y el tráfico comercial del canal de Suez
suministran importantes ingresos al estado, que, sin embargo, tiene
una balanza comercial deficitaria (9.592 millones de dólares por
importaciones frente a 3.474 millones de dólares por exportaciones en
1994).
HISTORIA
Prehistoria
En Egipto se han encontrado numerosos testimonios de sus poblaciones
prehistóricas. En el desierto de Tebas se han recogido cantos rodados
que se remontan a unos 500.000 años. El siguiente paso de la
evolución de la industria lítica lo constituyen las hachas bifaciales
del tipo achelense, y más tarde, hace unos 200.000 años, apareció un
utillaje más ligero obtenido por la talla levalloisiense.
La desertificación impulsó a los grupos humanos a trasladarse,
durante el paleolítico superior (hace unos 40.000 años), a las
proximidades del Nilo. Aparecen entonces instrumentos de punta
pedunculada de tipo ateriense, que denotan influencias culturales de
los territorios africanos noroccidentales. También surgen industrias
de microlitos. En algunos lugares, como Wadi Qubbaniyya, Toshka e
Isna, se ha descubierto la existencia, hace unos 12.000−17.000 años,
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de campamentos escalonados. Los restos más importantes del neolítico
se encuentran en el sur (hacia Jartum) y en el norte (culturas del
Fayum). Existía en aquella época una intensa actividad agrícola y
ganadera, así como poblados de cabañas, tumbas con abundantes ajuares
funerarios, objetos de adorno y amuletos. También se remontan al
neolítico las expresiones más antiguas del arte rupestre egipcio,
abundantes sobre todo en la zona de Luxor.
Ya en la edad del cobre, período predinástico, aparecerían las
culturas badariense, amratiense y geerziense (4000 a.J.C.).
El Egipto de los faraones
El inicio de la época histórica suele situarse hacia 3200 a.J.C.,
cuando se produjo la unificación de los dos reinos existentes en
Egipto desde 3400 a.J.C., realizada por Narmer: el reino del sur o
alto Egipto, con capital en Hieracónpolis, conquistó el reino del
norte o del bajo Egipto, con capital en Buto. Narmer se convirtió así
en el primer rey de las 30 dinastías que gobernarían Egipto durante
3.000 años, hasta la llegada de Alejandro Magno (333 a.J.C.). La
capital del reino unificado se estableció en Tinis (cerca de Abydos),
por lo que las dos primeras dinastías reciben el nombre de tinitas.
En este período se conformó un estado centralizado, sometido a la
autoridad de un rey−dios, que se apoyaba en una eficiente jerarquía
de funcionarios. Se realizaron obras públicas como canales y diques,
que permitieron el desarrollo de la agricultura y la transformación
de la economía.
El Imperio antiguo (2778−2420 a.J.C.) comienza con la III dinastía,
cuyo primer rey, Zoser, trasladó la capital a Menfis, en un momento
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muy pujante de la cultura egipcia. Se desarrolló la arquitectura en
piedra, construyéndose grandes monumentos funerarios en Saqqara,
Gizeh (pirámides de Keops, Kefrén y Mikerinos), Meidum y Abusir. Se
reforzó el poder del faraón, sobre todo en la IV y la V dinastías, y
se creó el cargo de visir, un funcionario de confianza del rey, que
dirigía la policía y el ejército, además de administrar justicia. Por
esta época Egipto desarrolló también relaciones e intercambios
comerciales con Creta, Chipre, Fenicia, Biblos y Mesopotamia; se
exploró el alto Nilo y se realizaron expediciones hacia la actual
Somalia.
Con la VI dinastía, el Imperio antiguo entró en crisis. El ascenso de
la oligarquía de cortesanos, favoritos y altos funcionarios
provinciales debilitó el poder de los faraones. A ello se añadió el
descontento popular, que al final de la VI dinastía culminó con una
revolución social, aprovechada por los nobles provinciales para
lograr una autonomía en sus territorios. Egipto entró así en una
época feudal. En este primer período intermedio de más de dos siglos
(2420−2160 a.J.C.), dominado por la VII y VIII dinastías menfitas, y
por la IX y X dinastías cuya capital fue Heracleópolis, el país se
sumió en la anarquía y en la recesión económica.
Finalmente, los príncipes de Tebas, fundadores de la XI dinastía (los
Antef y los Mentuhotep), con capital en la propia Tebas,
restablecieron la unidad de Egipto, iniciándose así el Imperio Medio
(2160−1778 a.J.C.). Con ellos, la primacía religiosa pasó al dios
tebano Amón. Durante la XII dinastía (los Amenemes y los Senusref),
con capital en List, se reforzó de nuevo la monarquía centralizada,
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se promovió la clase media, se estableció una política de defensa de
las fronteras y se impulsó la penetración en África. A partir de 1900
a.J.C. las invasiones de pueblos indoeuropeos y la creación de
poderosos estados asiáticos empujó hacia Egipto a poblaciones nómadas
asiáticas, los hicsos. Éstos, aprovechando la debilidad de la XIII y
XIV dinastías, se fueron infiltrando en el noreste del delta al
principio pacíficamente y después de forma cada vez más violenta,
conquistando el reino hasta Menfis y más tarde hasta el sur de Tebas.
Los hicsos asumieron los usos y las costumbres de los egipcios y
llegaron a constituir las dinastías XV y XVI.
Los príncipes tebanos, que habían fundado la XVII dinastía,
finalmente emprendieron una guerra de liberación. El fundador de la
XVIII dinastía, Ahmosis, fue quien expulsó de Egipto a los hicsos,
persiguiéndolos hasta el sur de Palestina. Se iniciaba así el Imperio
nuevo (1580−1085 a.J.C.), uno de los períodos más florecientes del
antiguo Egipto. Reinaron en esta época los Amenofis, Tutmés, Seti,
Minepta y Ramsés. Para defenderse de las posibles amenazas del este,
los egipcios emprendieron una política expansionista y empezaron a
someter a las poblaciones sirio−palestinas en sus propios
territorios, creando un gran imperio. Así, Tutmés III realizó hasta
17 campañas militares para desbaratar la coalición de Mitanni, y
Ramsés II derrotó a los hititas. Egipto también se anexionó Nubia y
extendió su poder por el sur hasta más allá de la cuarta catarata del
Nilo. Las campañas bélicas se complementaron con una política
internacional de alianzas.
Las conquistas provocaron un aflujo de riquezas hacia Egipto, y con
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ello el inicio de una época de esplendor y lujo, caracterizada
también por una intensa actividad artística. En el área de Karnak se
erigieron entonces grandes construcciones dedicadas a Amón−Ra. Las
donaciones reales, con parte del botín de las campañas militares,
reforzaron peligrosamente el poder del clero de Amón. Ante su
injerencia en los asuntos de estado, Amenofis IV reaccionó
instaurando durante algún tiempo el culto al dios Atón, el disco
solar, suprimiendo los cleros y proclamando al soberano como único
intermediario entre el dios y los hombres. Sin embargo, en los
últimos tiempos de la XX dinastía el poder central volvió a
debilitarse, mientras se reforzaba el poder del clero de Amón, y
crecía la corrupción y la influencia de la burocracia administrativa.
Al mismo tiempo, Egipto se veía amenazado en el exterior, tanto en el
este como en Libia, por ejércitos dotados de armas más poderosas. Por
otra parte, el país se veía además debilitado por el tradicional
antagonismo entre el delta y Tebas.
En 1085 a.J.C. se estableció en el delta la XXI dinastía, mientras
Herihor, gran sacerdote de Amón, fundaba otra dinastía paralela en
Tebas. Con esta escisión comenzaba la Baja época (1085−333 a.J.C.),
un período de clara decadencia, en el que reinaron varias dinastías
extranjeras (XXII dinastía de origen libio) y el país se encontró a
merced de las invasiones. En las dinastías XXIII y XXIV las
divisiones internas volvieron a degenerar hacia una sociedad de tipo
feudal. Conquistadores nubios, posiblemente descendientes de
sacerdotes egipcios exiliados en Napata y encabezados por Pianjy,
penetraron en el país en el 750 a.J.C., extendiendo su poder por el
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alto Egipto. Su hijo Sabaka estableció en el sur la XXV dinastía,
pero no pudo controlar el bajo Egipto. En el 671 a.J.C., los asirios,
primero con Asaradón y después con Assurbanipal, invadieron Egipto.
Sin embargo, en el 663 a.J.C., el príncipe de Sais, Samético I, logró
expulsar a los asirios del bajo Egipto y a los nubios del alto
Egipto, y restablecer la unidad interna del país, instaurando la XXVI
dinastía y abriendo el último período floreciente de Egipto con un
gran impulso de renovación nacional.
En esta época, la penetración de mercenarios y mercaderes griegos
amplió los horizontes de la cultura egipcia. Sin embargo, hacia el
525 a.J.C. el rey persa Cambises invadió Egipto, y el país se
convirtió durante la XXVII dinastía en una satrapía del imperio
persa. La reacción de Amirteo, rey de Sais, apoyado por los griegos,
consiguió la expulsión de los persas, constituyéndose la XXVIII
dinastía. Tanto los reyes de ésta como los de las dos últimas
dinastías, la XXIX y la XXX, intentaron llevar a cabo una política
nacional, pero en 341 a.J.C., durante el reinado de Nectanibis II, se
produjo una nueva invasión de los persas. Éstos fueron a su vez
derrotados por Alejandro Magno, que entró en Egipto en el 332 a.J.C.
como un libertador.
La religión del antiguo Egipto
La religiosidad egipcia se inscribe en el contexto de las grandes
religiones panteísticas de la antigüedad. Como los restantes pueblos
de su tiempo, los egipcios divinizaron las fuerzas de la naturaleza y
los diversos elementos del mundo. Los dioses más importantes eran Ra,
asimilado al cielo o al Sol, Osiris, dios del Nilo, y Ptah, el dios
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Tierra. Otros dioses importantes eran Anubis (el chacal), Hator (la
vaca), Horus (el halcón), Sebek (el cocodrilo), etc. Estos dioses
tenían un origen geográfico determinado, ya que cada aldea o ciudad
rendía culto a su dios. También se veneraba al dios de la provincia o
nomo. La política impulsó los sincretismos que desembocaron en los
dioses estatales. Éste es el caso de Ra, que originariamente tenía su
centro en Heliópolis. Amón, de Tebas, también se impuso como dios
estatal en los Imperios medio y nuevo. Ambos se fusionarían en la
divinidad Amón−Ra.
Las conquistas de las tierras de Asia provocaron, asimismo,
movimientos sincretistas, con la asimilación de Amón−Ra y del dios
solar babilónico Shamash, y de Osiris, Baal y Adonai. En torno a los
dioses surgieron grandes sistemas teológicos creados por los
sacerdotes, donde la correspondiente divinidad aparecía como creadora
del mundo: la Enéada de Heliópolis, con Atón como dios primordial, la
Ogdóada de Hermópolis, conducida por el dios−ibis Thot, identificado
por los griegos con Hermes, y el sistema teológico de Menfis, que
tenía como protagonista a Ptah. La monarquía, artífice de la
unificación política del país, tendría también su lugar en las
grandes cosmogonías, afirmando la concepción divina de cada uno de
los reyes. Se llegó a considerar que el faraón era hijo de Amón−Ra.
Otra característica de la religión egipcia era la creencia en la vida
de ultratumba, que no aparece en ninguna de las antiguas culturas
mesopotámicas y mediterráneas. Esta idea está ligada al
reconocimiento de que existe una parte indestructible en el hombre:
las dos almas, el ka o fuerza vital, y el ba, o elemento alado del
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ser que se libera del cuerpo para buscar en la tierra los soplos
vivificantes que revigorizarían al difunto. El derecho a una vida de
ultratumba se adquiría mediante una vida adecuada al orden
constituido. Los que morían se presentaban ante el juicio del dios
Osiris. Si eran considerados justos, se salvaban; si eran juzgados
injustos, morían definitivamente.
La religión egipcia desarrolló un importante clero para el servicio
de los dioses y de los muertos. El rey, teóricamente el único
oficiante, delegaba sus funciones en los templos divinos en unos
sacerdotes. El ejercicio de administrar los bienes del dios
proporcionó en muchos casos a estos sacerdotes grandes riquezas y
poder, como sucedió con el clero tebano de Amón−Ra, que se constituyó
en una amenaza para el propio faraón. Por su parte, los sacerdotes
funerarios tenían como función mantener la vida del difunto en los
templos funerarios reales y en las tumbas privadas. En este contexto
se situaba la técnica de la momificación. Además, los sacerdotes se
encargaban de llevar ofrendas alimentarias para mantener el ka del
muerto.
Ordenamiento jurídico e institucional
El faraón era la autoridad suprema de Egipto. Las funciones
administrativas del faraón eran ejercidas por un visir que, entre
otras prerrogativas, podía dictar leyes, conferir cargos, y dirigir
el ejército y la policía. Con el tiempo se fueron confiando algunas
competencias a determinados altos funcionarios: tesorero, canciller,
ecónomo, archivero, etcétera. Durante el Imperio nuevo aumentó la
importancia de la burocracia, sobre todo la de los escribas.
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El territorio estaba dividido en 42 nomos, al frente de los cuales
estaba un nomarca. Las relaciones entre éstos y el faraón se
volvieron a veces difíciles, por las tendencias separatistas de los
nomos. Aunque no está confirmada la existencia de esclavos durante el
Imperio antiguo y medio, es probable que los prisioneros de guerra
fueran utilizados como tales. En el Imperio nuevo aparece ya
confirmada la existencia de esclavos privados, que no obstante podían
participar en algunos actos jurídicos. Por lo que se refiere a la
tierra, era propiedad, teóricamente, del faraón, que podía concederla
en usufructo a los templos o a los sujetos privados. Junto al
predominio de la propiedad del faraón existió también, en la
práctica, una propiedad privada. De hecho, desde el Imperio antiguo
son numerosos los documentos que dan noticia de la capacidad de
sujetos privados para disponer libremente de sus tierras. Por otra
parte, la tierra tendió a concentrarse en unas pocas manos durante
los períodos feudales.
El Egipto grecorromano y bizantino
Con Alejandro Magno y sus sucesores, los soberanos tolomeos, Egipto
entró a formar parte del mundo griego. A la muerte de Alejandro, le
sucedió en Egipto el noble macedonio Tolomeo Lago, que se proclamó
rey en 305 a.J.C., fundando la dinastía de los lágidas. Se inauguró
así un largo período de paz y bienestar de tres siglos, hasta el 31
a.J.C., en que la flota de Cleopatra y Marco Antonio fue derrotada
por el romano Octavio en Actium.
Los nuevos soberanos se proclamaron herederos de los faraones,
asumiendo también el culto a muchos de los dioses antiguos y
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conservando numerosos elementos de la organización y de la
legislación faraónicas. Pero esto no ocultaba la realidad de una
dominación de tipo colonial, ya que los indígenas no podían acceder a
los puestos importantes, mientras la explotación del país
correspondía a los extranjeros helenos. Se desarrollaron así dos
comunidades separadas, cada una con su propia lengua, cultura y
régimen jurídico distinto, unidas sólo por la misma monarquía: la
helénica, con su capital en Alejandría, y la egipcia, que sobrevivía
encerrada en sí misma. Se produjeron algunas rebeliones de los
egipcios, especialmente en la Tebaida, una región lejana respecto al
poder central que conservaba sus tradiciones. Pero Tebas fue
destruida por Tolomeo IX en 84 a.J.C. La última reina de Egipto,
Cleopatra VII, la única que llegó a hablar la lengua egipcia, intentó
un nacionalismo de base más amplia, pero la derrota ante los romanos
frustró sus aspiraciones.
Octavio, el vencedor de Cleopatra y de Marco Antonio, convirtió
Egipto en una provincia romana con un estatuto especial. Los
emperadores, que como los Tolomeos se consideraban sucesores de los
faraones, gobernaron Egipto por medio de un prefecto de orden ecuestre
y se prohibió la entrada de los senadores en el país. El modelo de
gobierno, administración y explotación creado por los lágidas, fue
imitado por los romanos. Durante los siglos I y II d.J.C., Egipto fue
considerado un granero de Roma, ya que con el trigo egipcio se
alimentaban los romanos durante cuatro meses al año. Los dirigentes
eran por entonces romanos, pero se siguió privilegiando el elemento
griego (el idioma oficial continuó siendo el griego) sobre el
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indígena. Incluso se excluyó a los egipcios de la ciudadanía romana,
cuando en el 212 d.J.C., Caracalla la concedió a todos los ciudadanos
del imperio.
También desempeñó un importante papel la comunidad judía de
Alejandría, que se vio enfrentada a los griegos por la aparición de
brotes de antisemitismo, que provocarían sangrientas revueltas en los
años 66 y 117 d.J.C. A través de la comunidad judía de Alejandría,
penetró el cristianismo en Egipto, difundiéndose rápidamente entre
una población marginada por la colonización, de manera que en el
siglo III los cristianos eran una mayoría entre los egipcios.
Mientras el ambiente alejandrino, con su orientación hacia las
refinadas especulaciones, impulsó importantes disputas teológicas que
derivaron a veces en herejías como la de Arrio, el mundo indígena,
más elemental, aportó al cristianismo fenómenos religiosos originales
como el eremitismo y el monaquismo. Al mismo tiempo que se difundía
el cristianismo, se desarrollaba una nueva lengua, el copto, heredera
del antiguo egipcio, pero escrita con caracteres griegos.
En esta época el elemento helenizado iba perdiendo ya fuerza en favor
del elemento indígena. La reforma de Diocleciano dividió Egipto en
tres provincias que formaban parte de la diócesis de oriente, que
dependía del comes de Antioquía. Posteriormente Egipto pasó a formar
parte del Imperio de oriente, abasteciendo a Constantinopla como
había hecho antes con Roma. En este Egipto ya cristiano, desempeñaba
un papel clave el obispo de Alejandría, reconocido como patriarca,
que poseía grandes prerrogativas y mantenía con el patriarca de
Constantinopla una rivalidad en la que no faltaban resonancias del
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viejo enfrentamiento entre egipcios y griegos.
Así se llegó a la rebelión del patriarca alejandrino Dióscoro, que
había aceptado la herejía monofisita, contra la decisión de
destituirle tomada por el concilio de Calcedonia en 451. Frente a los
egipcios, que abrazaron la herejía monofisita, el poder bizantino
intentó imponer por la fuerza la unidad religiosa, aunque no
conseguiría impedir la separación definitiva de la iglesia copta. En
616 los persas ocuparon Egipto hasta 628, en que fue recuperado por
el emperador bizantino Heraclio. Se produjo entonces un último
intento de restablecer la unidad de creencias, que no provocó más que
violentas reacciones y odio a los griegos y al poder imperial.
El Egipto musulmán
En 640 los musulmanes invadieron Egipto, sin apenas oposición. Los
árabes, agrupados en guarniciones, fueron inicialmente poco
numerosos. Sin embargo, las medidas para favorecer la colonización
propiciadas por los nuevos ocupantes atrajeron al país a numerosos
árabes. Por lo demás, los ocupantes conservaron las instituciones
administrativas bizantinas, utilizando a los coptos como funcionarios
subalternos. A los cristianos les fue permitido conservar sus
iglesias y su organización local, pero tuvieron que pagar unos
impuestos especiales, lo que favorecería una rápida conversión al
islam. Hacia 750 sólo una cuarta parte de la población era ya
cristiana.
Desde 658, Egipto estuvo bajo los omeyas y fue arabizándose
lentamente. Mientras sus sucesores, los abasíes, debían hacer frente
en oriente a las primeras pérdidas territoriales, Ahmad ibn Tulun
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fundaba en Egipto una dinastía (868−905), que significaba el comienzo
de una historia propiamente egipcia dentro del mundo del islam. Con
los tuluníes, Egipto se liberó de los abasíes y consiguió mayor
prosperidad, al revertir en el país el producto de los impuestos.
Pero en 905 los abasíes volverían a reconquistar el país.
Posteriormente se instaló en el poder la dinastía de los ijsidíes
(935−969), hasta que fueron derrotados por los fatimíes, que ocuparon
Egipto y Siria (969) y fundaron la ciudad de Al−Qahira (El Cairo).
Después de trasladarse el califa Al−Muizz a Egipto (973), los
fatimíes convirtieron el país en el más importante del islam, a lo
largo de una época de gran prosperidad económica, e intentaron
reducir a los autóctonos a su fe chiíta, sobre todo durante el
califato de Al−Hakim.
El poder de los fatimíes se fue debilitando. La dinastía perdió el
Magreb, en 1045, y sufrió el ataque de los selyúcidas en Siria (1045)
y de los cruzados en Palestina, donde perdió Jerusalén (1099).
Finalmente, los lugartenientes del atabeg turco de Mosul, Sirkuh, y
de su sobrino Saladino ocuparon Egipto (1164). Saladino fundó en 1171
la dinastía de los ayyubíes, que restauró el sunismo en Egipto y
extendió sus dominios hasta Yemen, Siria, Palestina, Nubia, Cirenaica
y Mesopotamia.
La creciente influencia del elemento militar turco, constituido
predominantemente por antiguos esclavos, los mamelucos (mamluk), fue
una de las causas que contribuyeron a la decadencia de los ayyubíes.
A partir de 1250 y hasta 1517, Egipto fue gobernado por diversas
dinastías mamelucas (bahríes, buryíes), que recuperaron para
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Alejandría el monopolio del transporte de especias hacia la Europa
cristiana, trajeron la prosperidad al país y levantaron magníficos
monumentos en El Cairo. Durante la última dinastía mameluca (1382) se
produjeron múltiples golpes de estado, y la situación económica
empeoró. Además, a partir de 1503, los portugueses instalados en la
India, empezaron a atacar los convoyes de especias con destino a
Egipto. Finalmente, los turcos otomanos derrotaron al último soberano
mameluco, incorporando Egipto a su gran imperio (1517). A partir de
entonces, la autoridad otomana fue ejercida por un bajá enviado desde
Constantinopla. Sin embargo, el poder de los bajás, contrapesado por
el poder de la aristocracia feudal militar, fue declinando e incluso
Alí Bey (1757−1773) llegó a independizarse del sultán, a quien le fue
muy difícil restablecer nuevamente una autoridad nominal.
Las potencias occidentales comenzaron a poner sus ojos en Egipto: en
1775 los británicos lograron la apertura del mar Rojo y más tarde una
concesión para hacer escala en territorio egipcio en el trayecto
hacia la India. En 1798 las tropas francesas al mando de Napoleón
Bonaparte tomaron Alejandría y derrotaron a los mamelucos. La
ocupación francesa, aunque sólo duró hasta 1801, provocó una crisis
en las estructuras político−sociales del país y dio a conocer a los
egipcios la naciente cultura técnica europea.
El Egipto moderno
Después de la expulsión de los franceses por tropas turcas, albanesas
y británicas (1801), el país parecía sumirse en la anarquía, hasta
que Mehmet Alí, el jefe de las tropas albanesas, se hizo con el
control de la situación, obligó a Constantinopla a reconocerle como
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bajá (1805) y acabó con los mamelucos (1811). El nuevo hombre fuerte
del país y sus sucesores emprendieron la renovación social de Egipto.
Su hijo Said (1854−1863) abrió más el país a los occidentales y
consiguió que Egipto recuperara su papel de intermediario entre Europa
y Extremo oriente, otorgando en 1856 a Ferdinand de Lesseps la
concesión del futuro canal de Suez, que se inauguraría en 1869.
Además, bajo su mandato se modificó el régimen de propiedad,
surgiendo grandes latifundios junto a las pequeñas parcelas de los
campesinos.
El intenso ritmo de obras públicas, entre ellas el canal de Suez,
arruinó las finanzas del país, lo que proporcionó a las potencias
europeas una buena ocasión para intervenir. En 1876 el sucesor de
Said, Ismail, que gobernaba ya con el título de jedive (1863−1879),
suspendió el pago de la deuda. La intervención de Francia y Gran
Bretaña en la administración egipcia, sustituyendo a Ismail por su
hijo Tawfiq (1879−1892), provocó la revuelta nacionalista de los
coroneles (1881) dirigida por Arabi, que tuvo como respuesta la
ocupación británica de Egipto; ésta fue mantenida hasta 1914 sin un
título jurídico definido, a pesar de las protestas de Turquía.
Gran Bretaña controló la administración y las finanzas del país y
nombró un alto comisario que asistía al jedive. Esta presencia
británica y el dominio extranjero de la economía del país fueron el
caldo de cultivo del crecimiento, desde principios del siglo XX, de
la oposición nacionalista, que tenía como objetivos el panarabismo y
el retorno a las fuentes del islam. Durante la primera guerra
mundial, Turquía declaró la guerra a Gran Bretaña y ésta sustituyó al
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jedive Abbas Hilmi (1892−1914) por su tío Husayn Kamal (1914−1917),
que fue nombrado sultán, al mismo tiempo que se suprimía formalmente
la soberanía otomana y se proclamaba el protectorado británico sobre
Egipto.
Después de la primera guerra mundial, la presión de los
nacionalistas, encabezada por el partido Wafd, obligó a Gran Bretaña
a proclamar el fin del protectorado y a reconocer la soberanía de
Egipto (1922). El sultán se convirtió en el rey Fuad I y se promulgó
una constitución parlamentaria. Pero esto no supuso el fin de la
presencia británica, ya que hasta la firma del tratado de 1936, Gran
Bretaña se reservó la defensa, las comunicaciones, la protección de
los intereses extranjeros y la administración de Sudán. Además, tanto
el alto comisario como el rey trataron de frenar el empuje del
partido Wafd con el apoyo a gobiernos dictatoriales. Aunque el
tratado de 1936 reconocía ya a Egipto la independencia total, los
británicos siguieron ocupando la zona del canal y conservaron cierto
control sobre la política exterior del país, mientras Sudán era
sometido a una administración de condominio.
Durante la segunda guerra mundial, el nuevo rey, Faruq (1937−1952),
aceptó apoyar a Gran Bretaña, pero en 1945 reclamó la evacuación del
canal de Suez y la restitución de Sudán. La creciente superpoblación,
el surgimiento de un proletariado urbano y finalmente la derrota en
la guerra de los países árabes contra Israel (1948−1949) agudizaron
la crisis política de Egipto. Aunque el rey Faruq llamó a gobernar en
1952 al partido Wafd, que denunció el tratado de 1936, la agitación
nacionalista siguió creciendo, impulsada esta vez sobre todo por los
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Hermanos musulmanes. En 1952 el golpe de estado del general Naguib,
apoyado por un grupo de oficiales, obligaba al rey Faruq a abdicar y
proclamaba la república.
En 1954, el propio Naguib era destituido al frente de la presidencia
de la nueva república, alzándose como nuevo hombre fuerte el teniente
coronel Gamal Abdel Nasser, que firmó ese mismo año el tratado de
evacuación de la zona del canal por Gran Bretaña al mismo tiempo que
Sudán lograba su independencia. A la nacionalización del canal de
Suez decretada por Nasser, en 1956, sucedería el ataque de Israel y
el envío de tropas franco−británicas a Egipto. La ONU impuso la
retirada de las tropas invasoras y Nasser vio fortalecida así su
posición. Egipto estrechó sus relaciones político−económicas con la
desaparecida Unión Soviética, sin renunciar a la neutralidad, y
comenzó a liderar iniciativas para unir el mundo árabe, primero
constituyendo la República Árabe Unida con Siria y Yemen en 1958, y
después impulsando la formación de una confederación árabe de los
países del norte de África hasta Oriente medio. Estos intentos se
vieron obstaculizados tanto por los fuertes intereses de las
compañías petroleras y la presencia del estado de Israel, como por la
contraposición de intereses de los propios estados árabes.
En el interior del país se llevó a cabo un proceso de socialización
de la economía, con nacionalizaciones, reforma agraria,
industrialización y mejora de las condiciones de vida del
proletariado industrial. En 1962 se había creado un partido único, la
Unión socialista árabe, y se desarrolló la institucionalización del
régimen, con el poder repartido entre el presidente del país y la
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Asamblea nacional. Sin embargo, el apoyo popular al régimen disminuía
por causa de la crisis económica, agravada por el crecimiento
demográfico. Para galvanizar de nuevo a la opinión pública, Nasser
adoptó en 1967 una política abiertamente antiisraelí, que desembocó
en la guerra de los Seis días, concluida con la victoria de Israel.
Nasser consiguió, no obstante, el suficiente respaldo popular para
continuar en el poder. Intentó consolidar el régimen con un programa
de reformas aprobado en referéndum, e impulsar la economía
liberalizando su funcionamiento y abriendo más campo a las empresas
privadas. En el plano internacional, Egipto intensificó sus
relaciones con la desaparecida URSS, mientras se deterioraban con
Estados Unidos por su apoyo a Israel. Con un ejército gravemente
debilitado y un margen de maniobra más estrecho, Nasser gastó sus
últimas energías en reforzar sus relaciones con los países árabes,
mientras la tensión con Israel seguía latente.
En 1970, después del repentino fallecimiento de Nasser, Anwar al−Sadat
se convirtió en presidente de la república. Se reformaron las
estructuras políticas del país, se renovaron los dirigentes, se puso
en libertad a presos políticos y se aprobó una nueva constitución
(1972). Además el ejército fue reforzado, con el apoyo de la URSS,
aunque las relaciones con esta última se irían deteriorando. Egipto
siguió desarrollando una política internacional activa. Por una parte
intentó un arreglo del conflicto con Israel, pero la mediación de
Estados Unidos fracasó, al negarse Israel a abandonar los territorios
ocupados tal como exigía la resolución aprobada por la ONU en 1970.
Por otro lado, Egipto buscó reforzar sus alianzas con los países
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árabes (con una nueva tentativa de federación con Siria y Libia). El
6 de octubre de 1973, Egipto y Siria atacaban por sorpresa a Israel,
desencadenándose una nueva guerra. El 11 de noviembre, tras una fase
de éxitos bélicos iniciales y una contraofensiva israelí, Egipto
aceptó firmar el alto el fuego negociado por la ONU. Estados Unidos
se vio obligado a desempeñar un papel más activo en la crisis, lo que
favoreció un acercamiento entre egipcios y estadounidenses. El 5 de
junio de 1975 era abierto de nuevo al tráfico el canal de Suez,
después de los acuerdos logrados con Israel gracias a la mediación
del secretario de estado estadounidense Henry Kissinger, por los que
se restituía una parte del Sinaí a Egipto.
Ello coincidió con el cada vez mayor distanciamiento con la URSS (en
1976 fue oficialmente denunciado el tratado con este país) y los
enfrentamientos diplomáticos con Libia, acusada por Sadat de fomentar
desórdenes internos en Egipto; mientras tanto, se estrechaban las
relaciones con Sudán y Arabia Saudí. En el ámbito interior, aunque en
1974 había sido aprobada por referéndum la política de apertura
económica, el país se deslizaba hacia una profunda depresión
económica. El malestar social empezó a traducirse en violentas
manifestaciones en 1977. La reaparición del pluripartidismo sería
finalmente reglamentada también ese mismo año, lo que no impediría
una evolución autoritaria del régimen. Para obtener la paz que tanto
necesitaba, en noviembre de 1977 Sadat anunció, ante la sorpresa del
mundo, que estaba dispuesto a negociar directamente con Israel. La
iniciativa fue contestada en todos los países árabes, algunos de los
cuales constituyeron un Frente de rechazo (Argel, 1978), e incluso en
22
el interior de Egipto. En 1978 se inciaría en Camp David la
conferencia tripartita entre Egipto, Israel y Estados Unidos, cuya
consecuencia sería el tratado de paz firmado en Washington, en 1979,
que preveía la retirada del Sinaí por parte de Israel y el
intercambio de embajadores entre los dos países.
Para reforzar su posición en el interior, Sadat promovió cambios en
la constitución con el objeto de instaurar un sistema democrático
pluralista y creó un nuevo partido (Partido nacional democrático),
que obtuvo una amplia victoria en las elecciones legislativas
celebradas en 1981, mientras la oposición legal era prácticamente
eliminada del parlamento. Sin embargo, las medidas represivas
aprobadas contra los musulmanes integristas provocarían el asesinato
de Sadat aquel mismo año. Le sustituyó su vicepresidente, Hosni
Mubarak, cuyo nombramiento fue confirmado por un referéndum. Éste
continuó la política de su antecesor, con una línea todavía más
pragmática. Fue rompiendo, poco a poco, el aislamiento de Egipto
dentro del mundo árabe, de forma que en 1984 el país se integró ya en
la Conferencia islámica. Ese mismo año el Partido nacional
democrático volvió a ganar ampliamente las elecciones legislativas.
Pero esto no fue óbice para que se produjeran diversos movimientos
antiisraelíes y fundamentalistas islámicos. Esto se reflejaría en las
elecciones legislativas de 1987, ganadas de nuevo por el PND, pero
que registraron un importante ascenso de los Hermanos musulmanes. Aun
cuando Mubarak resultó reelegido en las elecciones presidenciales de
ese mismo año y el PND volvería a revalidar su mayoría en las
elecciones legislativas de 1990, la amenaza de desestabilización que
23
suponía el fundamentalismo islámico siguió presente en la vida del
país. Las periódicas detenciones masivas de activistas y el
reforzamiento de las medidas de seguridad y de la represión, no
impidieron la creciente influencia del movimiento entre los sectores
populares y la universidad, así como la repetición de actos de
violencia.
En el plano internacional, Egipto intentó mantener el equilibrio
entre su integración en el mundo árabe, el mantenimiento de sus
relaciones con Estados Unidos y la paz con Israel. En este contexto
se sitúan el reingreso de Egipto en la Liga árabe (1989) y la
normalización de sus relaciones con Libia, Siria y la Organización
para la liberación de Palestina, por un lado, y por el otro el apoyo
a iniciativas estadounidenses como la guerra del Golfo contra Iraq en
1990 para liberar Kuwait. El gobierno de Mubarak desempeñó un papel
importante en el acercamiento y consiguientes acuerdos de paz entre
la OLP e Israel (firma en El Cairo del acuerdo para la autonomía de
Gaza y Jericó en 1994). Sin embargo, las relaciones con Sudán se
deterioraron gravemente sobre todo a raíz del intento de asesinato en
1995 de Mubarak en Addis Abeba y del posterior elogio de los
terroristas por parte del líder del Frente nacional islámico de
Sudán. Todo ello provocó ataques a diplomáticos de ambos países en El
Cairo y en Jartum y desembocó en severos controles fronterizos entre
los dos países.
Por otra parte, el terrorismo integrista islámico, a través de
múltiples atentados contra la población civil y el turismo, ocasionó
a mediados de los noventa una situación de inseguridad permanente.
24
Esta amenza para los intereses del área llevó a la convocatoria de
una reunión en El Cairo con los máximos representantes políticos de
la zona (Israel, Palestina, Jordania y Egipto). A su vez, el
presidente de la república Hosni Mubarak, reelegido nuevamente en
1993, nombró, tras las elecciones legislativas de 1996, a Kamal al−
Ganzouri como primer ministro.
ARTE
El arte egipcio no se comprende si no se considera su estrecha
vinculación con la evolución del país del Nilo. En la protohistoria
de Egipto tuvo lugar un amplio proceso de unificación de grupos
tribales, que formaron núcleos cada vez más amplios. Los objetos
artísticos de este período (barcas de cerámica y paletas) ilustran
estas uniones mediante la representación de los estandartes que
identificaban a los distintos grupos regionales. Por entonces, las
sepulturas empezaron a demostrar el paso de una sociedad homogénea,
sin grandes diferencias sociales, a una sociedad cada vez más
diferenciada. Así lo manifiesta el tamaño de las tumbas y, sobre
todo, la calidad y la cantidad de las ofrendas. Comenzaba a despuntar
de este modo una de las tendencias más características del arte
egipcio: la construcción de sepulturas y su mayor o menor
monumentalidad en función del rango del personaje al que estaban
destinadas.
El resultado más conocido de esta evolución son las majestuosas
pirámides del Imperio antiguo. Además de la progresiva estratificación
de la sociedad, la evolución de las tumbas evidencia otro de los
rasgos de la cultura egipcia: la creencia en una vida después de la
25
muerte. Sólo desde la importancia que los egipcios daban a la muerte
y, sobre todo, a la vida del más allá, puede entenderse la
importancia que concedían a las sepulturas y el hecho de que éstas
fueran el eje en torno al cual gira todo el arte egipcio. Solamente
así puede explicarse la extraordinaria riqueza decorativa de muchas
de las tumbas del Egipto histórico. La famosa sepultura
protohistórica de Hieracómpolis es un ejemplo elocuente del inicio de
la tendencia evolutiva de los monumentos funerarios. Aquí aparecen,
por primera vez, las escenas de la muerte del enemigo y del rito del
sacrificio, que después formarán parte del repertorio fijo del arte
egipcio.
En lo escultórico, las paletas con relieves son las obras más
características del período de unificación del país. Se han hallado,
principalmente, en las excavaciones del primitivo templo de
Hieracómpolis.
La influencia que ejerció el Próximo oriente asiático, ante todo en
el alto Egipto y a través principalmente de los intercambios
comerciales, favoreció la aparición de la escritura. Este hecho y la
unificación del país bajo el mando de una monarquía centralizada
señalan el comienzo de la época arcaica o tinita, que comprende las
dinastías I y II (3100−2900 a.J.C.). A esta época pertenecen las
sepulturas de tipo mastaba de las necrópolis de Abydos y de Saqqara,
realizadas en ladrillo y con el interior revestido de maderas
importadas y de chapa de oro.
En la escultura, que empleaba los más diversos materiales (piedras
duras, madera, metales), predomina el aspecto de bloque y la
26
verticalidad. Se representaron con acierto figuras animales y figuras
humanas de carácter arquetípico. Ya en la II dinastía, las dos
estatuas del rey Jasejemui preludian las grandes realizaciones de la
escultura exenta del Imperio antiguo. Procedente de la necrópolis de
Abydos, la estela del rey Ouadji, llamado el rey Serpiente, es un
magnífico ejemplo del relieve de este período. En el dibujo, empezó a
aparecer la línea base, que en lo sucesivo pasaría a ser
indispensable.
A diferencia de las restantes manifestaciones artísticas, la
artesanía alcanzó durante este período, y en particular durante la I
dinastía, un esplendor que no se volvería a repetir. Se fabricaron
adornos, joyas, peonzas, piezas de juego y recipientes con una enorme
variedad de materiales y con un elevadísimo nivel técnico y un alto
grado de refinamiento.
El Imperio antiguo, que abarca las dinastías III a VI (2900−2200
a.J.C.), puede definirse como la etapa de asentamiento de las bases
estéticas del arte egipcio oficial. A lo largo de la III dinastía, la
mastaba se consagró de forma definitiva como la sepultura de los
grandes dignatarios, mientras que los faraones fueron enterrados en
un elevado túmulo, constituido por la superposición de varias
mastabas. Este tipo de sepultura señala la transición hacia la
pirámide, que no adquirió su forma definitiva hasta la IV dinastía.
La obra arquitectónica emblemática de la III dinastía es la pirámide
escalonada de Zoser en Saqqara, primera construcción monumental en
piedra del mundo (se trata, en realidad, de una pirámide falsa,
compuesta por la superposición de cinco grandes mastabas). Los
27
faraones de la IV dinastía mostraron un gran dinamismo constructor,
como atestiguan la pirámide de Snefru en Maydum, la «pirámide roja»
de Dahshur, primera pirámide auténtica, edificada también por
iniciativa de Snefru, y las construidas en Gizeh por los faraones
Keops, Kefrén y Mikerinos, que formaban parte de una vasta necrópolis
y estaban unidas a un templo situado junto al río por medio de un
camino enlosado, que recorría el cortejo fúnebre en el sepelio del
faraón.
Durante la V dinastía, el triunfo del culto al dios Sol y al faraón
como hijo del Sol dio origen a la construcción, junto a las
pirámides, de los santuarios solares, con obeliscos al aire libre; el
primero de ellos fue el de Heliópolis y el mayor de todos, el que
construyó el faraón Niuserre en Abusir. Al final de la V dinastía, se
estableció el culto a Osiris, dios del más allá, que adquirió una
importancia considerable. La decadencia que comenzó con la VI
dinastía se hace palpable en la aparición de los llamados textos de
las pirámides: colecciones de inscripciones con fórmulas de
protección e invocaciones que invaden el interior de las pirámides.
La escultura del Imperio antiguo desarrolló una tipología que perduró
en lo esencial en todas las épocas posteriores. Los tipos
fundamentales eran tres: la figura erguida y la figura sentada, que
se presentaban solas, en parejas o formando grupos, y el escriba,
principal innovación escultórica del Imperio antiguo. Ejemplos
significativos de estos tipos son el grupo de Mikerinos, con Hathor y
Micra, esculpido en esquisto verde, la estatua sedente de Kefrén, en
diorita, procedente de Gizeh (ambas en el museo egipcio de El Cairo)
28
y el escriba sentado (Louvre), en calcita pintada, una de las más
clásicas esculturas de funcionarios. Sin embargo, la obra más famosa
y colosal de esta época es la esfinge de Gizeh, tallada en la roca
viva, cuyas facciones reproducen las del faraón Kefrén.
El relieve y la pintura estaban al servicio de las pirámides y, en
particular, de las mastabas, cuyo número de cámaras empezó a
multiplicarse en esta época. Por entonces, además de la escena del
banquete funerario, comenzaron a representarse a gran escala escenas
de la vida cotidiana, como pesca y caza de aves, construcción de
barcos, faenas agrícolas, oficios, actividades lúdicas, etc. Los
pintores se sometieron a unas fórmulas compositivas consistentes en
representar las figuras de perfil, con el ojo y los hombros de frente
y la pelvis en tres cuartos, y las escenas en registros superpuestos.
Esta constante representación en las sepulturas de escenas de la vida
diaria no hay que atribuirla al interés del artista por el realismo o
por el verismo histórico, sino a la convicción de que tales
representaciones garantizaban al difunto una vida feliz en el más
allá. Esto explica la ausencia de algunas escenas cotidianas tan
corrientes como la construcción de pirámides, actividad que no se
consideraba necesaria para la feliz supervivencia del difunto. En
esta línea, a partir de la VI dinastía, empezaron a aparecer en las
cámaras sepulcrales estatuillas de portadores de ofrendas y maquetas
en madera que representan talleres en plena actividad. Las tumbas
particulares de este período que exhiben una mayor riqueza ornamental
son las de Maydum, la del príncipe Rahotep y las de las princesas
Nofret, Itet y Nefermaat. En esta última se encontraba el famoso mural
29
de las Ocas de Maydum (en la actualidad en el museo egipcio de El
Cairo), que formaba parte de una escena de caza de aves con redes;
resulta sorprendente el colorido casi natural de los animales y de
las plantas, aplicado sobre una capa de estuco.
La invasión de pueblos extranjeros y la descomposición de la unidad
territorial son los dos factores que derrocaron el Imperio antiguo y
dieron paso al primer período intermedio, que comprende las dinastías
VII a X (2200−2050 a.J.C.). Al desaparecer el poder central, Egipto
se descompuso en nomos casi independientes, regidos por nomarcas que
se esforzaron por afirmar al máximo su poder en sus tierras. Este
aislamiento de los nomos condujo al olvido del canon artístico
vigente hasta entonces y, como consecuencia, a la aparición de un
estilo tosco, con figuras a menudo mal delineadas, a veces incluso
caricaturescas, por causa del abandono de las reglas que fijaban las
dimensiones. En esta época aparecen las primeras tumbas excavadas en
la roca, llamadas hipogeos, en las que eran sepultados tanto los
gobernadores de las distintas regiones como sus altos dignatarios.
El primer período intermedio llegó a su fin cuando Mentuhotep, al
unificar de nuevo todo el territorio egipcio bajo su égida, inauguró
el imperio Medio, que incluye las dinastías XI y XII (2050−1800
a.J.C.). La primera gran realización arquitectónica de este período
es el templo funerario que el propio Mentuhotep se hizo construir en
el valle de Dayr al−Bahari. A partir de entonces, tuvo lugar un
renacimiento del arte, que volvió de nuevo los ojos a los cánones
clásicos establecidos por la corte de Menfis durante el Imperio
antiguo. En arquitectura, esto significó la recuperación de la
30
pirámide y de la mastaba y se una importante innovación: la aparición
del pilono, que todavía no alcanzaba las dimensiones y la riqueza que
tendrá en el Imperio nuevo. También data de esta época el comienzo
del culto a Amón de Tebas, en Karnak, con la construcción de un
primer templo, utilizado en buena medida como material de relleno
durante el Imperio nuevo. En las provincias, mientras tanto,
prosiguió la tradición de las tumbas rupestres, acompañadas de
amplias cámaras de culto de aspecto señorial. Sin embargo, el
principal legado artístico del Imperio medio lo constituye la
escultura exenta, que, después de unas primeras realizaciones de
tendencia arcaica (estatua sedente de Mentuhotep), seguidas de otras
de orientación clásica (esculturas de Amenemhet II, de Sesostris II y
de su esposa Nofret), desembocó en un realismo desconocido hasta
entonces. Prueba de ello son los retratos de Amenemhet III y de
Sesostris III (estatua de granito procedente de Dayr al−Bahari y
cabeza de Sesostris III con la doble corona), que, lejos de la
idealización del Imperio antiguo, muestran claramente el lado humano
de los personajes representados, al igual que las esfinges de este
período. A los tres tipos tradicionales de estatua, el Imperio medio
añadió la estatua llamada «cúbica», que representa a un individuo
acurrucado de tal manera que casi forma un cubo. Los pintores del
Imperio medio hicieron gala de un magistral empleo del color,
aplicado con gran habilidad y acierto, por ejemplo, en la sepultura
de Beni Hasan o en el ataúd de madera de Djehutihotep.
El segundo período intermedio, que abarca las dinastías XIII a XVII
(1800−1550 a.J.C.), fue el de la dominación de Egipto por parte de
31
los hicsos, cuyos soberanos se conformaron, en el terreno artístico,
con la usurpación de estatuas y con encargar trabajos a los
artesanos, lo que revitalizó este sector con nuevas técnicas y nuevos
temas.
El Imperio nuevo, que comprende las dinastías XVIII a XX (1550−1080
a.J.C.), se inició con una serie de grandes victorias militares, que
dieron a Egipto poder y riquezas, hecho que permitió construir
grandes templos en honor de los dioses, de manera que el templo pasó
a ser el eje de la arquitectura egipcia, en sustitución de las
sepulturas, aunque no por ello dejaron de construirse tumbas
monumentales, como las del valle de los Reyes o las del valle de las
Reinas.
Por regla general, el templo estaba precedido por una gran explanada,
donde se encontraban el lago sagrado, las viviendas de los
sacerdotes, el establo del animal sagrado, graneros y otros locales.
Al templo propiamente dicho se accedía a través de una puerta
monumental, flanqueada por dos grandes pilonos. El primer recinto era
un patio, por lo general porticado, que conducía a un segundo pilono,
más pequeño, y de ahí a la sala hipóstila, formada por columnas y con
techo en terraza; en esta sala, la mayor elevación de las dos hileras
centrales de columnas permitía la apertura de ventanas en la parte
superior, por las que entraba una luz tamizada. Otras dependencias
menores conducían al santuario, reservado a los sacerdotes, donde
estaban la sala de la Barca (para llevar en procesión al rey) y el
naos, monolito de piedra con la imagen del dios. Los elementos más
interesantes de los templos egipcios son los pilares y las columnas.
32
Los pilares, prismáticos, unas veces estaban coronados por la cabeza
de la diosa Hator y otras representaban en sus distintas caras los
atributos de Osiris (pilares osiríacos). Las columnas solían estar
inspiradas en especies vegetales, como, por ejemplo, la columna
papiriforme, la columna lotiforme (con capitel abierto o cerrado) y
la columna palmiforme o dactiliforme. Amón−Ra, el rey de los dioses,
se convirtió en el principal destinatario del culto oficial, por lo
que su templo, en Karnak, fue ampliado sin cesar a lo largo de los
siglos; en él erigieron obeliscos los distintos faraones y la reina
Hatshepsut, quien, además, se hizo construir un grandioso templo
funerario en Dayr al−Bahari, constituido por tres terrazas
escalonadas que ascienden hasta la pared rocosa.
Del reinado de Amenofis III datan el templo funerario de Tebas−oeste,
con los colosos de Memnón, y el templo de Luxor. Amenofis IV Akenatón
edificó un gran templo al dios Sol en el lado oriental de Karnak
antes de trasladar la capital a Tell el−Amarna, donde hizo levantar
un grandioso conjunto de edificios civiles y religiosos. Sus
sucesores, los ramésidas, construyeron también magníficos templos,
como el Rameseum de Tebas−oeste y el templo rupestre de Abu Simbel,
con sus colosales estatuas sedentes, debidos a Ramsés II, o el
santuario de Medinet Abu, obra de Ramsés III.
La escultura del Imperio nuevo aportó un nuevo tipo de estatua, la
figura arrodillada, de la que es un ejemplo la estatua de Tutmés III
haciendo una ofrenda de vino. En esta época, las estatuas cúbicas se
llenan de inscripciones con detallados datos biográficos y los
artistas dotan a sus obras de gran expresividad y realismo, sobre
33
todo en los rostros, que reflejan con espontaneidad las emociones. En
la pintura y en el relieve, las dos grandes novedades son el empleo
del color, que se usa ahora siguiendo de forma fiel las pautas de la
naturaleza, y el cambio en la temática de los relieves, que dejan de
recoger escenas intemporales y pasan a describir, con todo detalle,
los acontecimientos concretos ocurridos durante el reinado de cada
monarca o los momentos más destacados de la vida de los altos
dignatarios. Las pinturas más notables de este período se encuentran
en las tumbas del valle de los Reyes y del valle de las Reinas. En
Tell el−Amarna, se realizaron espléndidos relieves con escenas de la
vida familiar del faraón y algunas de las mejores esculturas (busto
de Ajnatón, Louvre; bustos de Nefertiti, museos de Berlín y de El
Cairo).
Durante la época de la dominación extranjera, primero con los
Ptolomeos y después bajo los griegos y los romanos, la arquitectura
experimentó un último apogeo, como puede verse en el templo dedicado
a Hathor en Dendera y en el santuario de Isis en la isla de Filé. La
escultura, el relieve y la pintura siguieron las pautas de las épocas
anteriores e incorporaron, poco a poco, los cánones de la estética
griega, patentes ya en los numerosos retratos que se colocaban sobre
las momias que se han conservado en Al−Fayum. La gran novedad de este
período en escultura es la aparición de las llamadas cabezas verdes,
obras maestras de la retratística realizadas en esquisto verde.
situado al sur de la península del Sinaí.
El Nilo atraviesa el país hasta desembocar en el Mediterráneo,
constituyendo una gran arteria fluvial; sus limos y la realización de
34
notables obras hidráulicas (presas de Asuán, Asiut, Zifta) han hecho
de su valle una fértil región agrícola, enmarcada por el desierto.
Excepto una estrecha franja litoral al norte de clima mediterráneo,
en el resto del país predomina un clima desértico, si bien varía en
función de la distancia al mar y al Nilo: en el litoral, las medias
van de los 15C en invierno a los 26C en verano; más al sur, se
acentúan los contrastes térmicos y en el desierto las temperaturas
oscilan entre 10C por la noche y 50C durante el día.
Geografía humana
El crecimiento de la población que ha experimentado Egipto en las
últimas décadas (2,5% de media anual entre 1989−1994), uno de los más
espectaculares del mundo, ha hecho que su rica agricultura no pueda
ya cubrir sus necesidades. Debido a las características del relieve,
la población se halla muy concentrada en el sector noreste del país,
en torno a la desembocadura y al curso bajo del Nilo (Alejandría,
Port Said, Al−Mansura, El Cairo, Gizeh, Suez), donde las densidades
superan frecuentemente los 1.000 habitantes/km2. La capital, El
Cairo, reúne en su aglomeración urbana más de 13,5 millones de
habitantes, por lo que es la principal metrópoli del continente
africano.
La notable concentración demográfica del noreste del país contrasta
con la mitad occidental, que se halla prácticamente deshabitada y
donde no existe ciudad relevante alguna (tan sólo aparecen núcleos de
población en torno a los oasis: Farafira, Siwa, Dajla, Al−Jarya).
Egipto posee una tasa de población urbana (44%), tan sólo superada en
África por los estados del Mogreb.
35
Geografía económica
El desarrollo moderno de Egipto se halla vinculado al proceso de
industrialización iniciado durante el siglo XIX, bajo la influencia
de las potencias coloniales occidentales. Entre las ramas
manufactureras tradicionales destacan las industrias textil,
alimentaria, siderúrgica, del cemento y química (abonos). De más
reciente expansión es el sector extractivo, basado en una notable
riqueza minera: oro en la cadena arábiga; manganeso y uranio en el
Sinaí; fosfatos en la costa del mar Rojo; hierro cerca de Asuán.
Además, cabe destacar la producción de petróleo y la industria del
aluminio (complejo de Nay Hammadi).
El Nilo es el eje de sus actividades agropecuarias, las cuales
continúan ocupando a un porcentaje de población activa mayor que el
sector industrial (35% frente a 19,6%). La sobreexplotación de los
suelos y la proliferación de los canales de regadío, necesarios para
satisfacer la creciente demanda interna, están causando perjuicios en
el medio natural (pérdida de limo, aumento de la salinidad de los
suelos, proliferación de parásitos). Junto a los cultivos
tradicionales de cereales (trigo, mijo, maíz), se da la caña de
azúcar, arroz, algodón, cítricos, etc.
Un turismo en alza y el tráfico comercial del canal de Suez
suministran importantes ingresos al estado, que, sin embargo, tiene
una balanza comercial deficitaria (9.592 millones de dólares por
importaciones frente a 3.474 millones de dólares por exportaciones en
1994).
36
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