Intervención del Presidente del Congreso

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Palabras del presidente del Congreso en la presentación de los
actos del Bicentenario.
Sala Constitucional. 12 horas.
Muchas gracias, señora vicepresidenta, señor alcalde, por sus
palabras. Señor presidente del Senado, señor vicepresidente del
Senado, señora vicepresidenta del Congreso, señoras y señores.
Pocos países en el planeta pueden conmemorar lo que nosotros
hoy anunciamos, que vamos a celebrar el 24 de septiembre de este
año. Ese día se conmemoran 200 años de parlamentarismo en
nuestro país, y como les digo son pocos los países en el mundo que
tengan 200 años que poder contemplar de parlamentarismo.
Este día, el 24 de septiembre, vamos a intentar reproducir
ritualmente lo que ocurrió 200 años atrás. Su majestad el Rey ha
aceptado estar presente en los actos, después de una función que
es reproducción de la que se hizo, religiosa, iremos en cívica
procesión, como también fueron aquellos parlamentarios, hasta el
Teatro de la Isla, el Teatro de San Fernando, y ahí celebraremos
una sesión solemne con Su Majestad el Rey, con los portavoces de
los grupos parlamentarios del Congreso y del Senado.
Y hemos querido, lógicamente, que sea ese día, y hemos querido
hacerlo casi de un modo mimético, porque hay ritos y liturgias que
tienen su fuerza, especialmente cuando obedecen no a un libreto
escrito de improviso. Este es un libreto que lleva esperándonos 200
años, y no está mal que podamos celebrarlo.
Hoy, para anunciarlo, hemos elegido la sala más emblemática del
Congreso de los Diputados, la Sala Constitucional, que hace poco
cambió de nombre en homenaje a los siete ponentes de la
Constitución de 1978, que es verdad que sus figuras representan
mucho, si bien la bandera de España les aúna a ellos y a muchos
más, como diría a alguna diputada presente que me hizo llegar
observaciones sobre el cambio de decorado de la Sala. Pero no
está mal que en un país tan iconoclasta como éste en el que tanto
derroche hacemos de personas podamos poner en común y en
valor a quienes se esmeraron porque pudiéramos tener una
Constitución que su mérito tiene, y a ello me quiero referir.
Desde la Constitución que empieza a nacer en San Fernando y
Termina en Cádiz, desde aquella Constitución a la que hicieron en
ponencia estos señores, pasaron 166 años, con una historia llena
de avatares y de peripecias, contando el Estatuto de Bayona, el
Estatuto Real de 1934, y también la no publicada Constitución de
1856, son once textos constitucionales entre la primera, que se
empieza a gestar en San Fernando y culmina en Cádiz, y la del 78.
Once textos que no fueron respetados, o mejor dicho, que ninguno
de ellos puede decirse que fuera respetado, entre el Rey, las más
de las veces, los partidos políticos, los gobiernos, sin faltarles ayuda
del Ejército, hicieron que las constituciones fueran papel mojado.
Tanto es así que caían por golpes de Estado y la del 78 algunos, no
se por qué, queriendo quitarle mérito, dicen que no es el periodo de
libertad más largo de nuestra historia, y ponen de ejemplo
contradictorio la Constitución de la Restauración, pero esa
Constitución entre Alfonso XIII y Primo de Rivera se encargaron de
que cada tres día que estaba publicada dos se suspendieran las
garantías constitucionales.
De manera que tenemos la Constitución con más vigencia en
libertad, con el periodo más largo de libertad. Si echan cuenta, y las
echan bien, como los archiveros del Congreso, no hemos tenido
desde Cádiz hasta el 78 más que 16 años de libertad, siendo
generosos, en lo que al concepto de libertad se refiere y
entendiendo que el sufragio universal era el masculino. Con todas
esas limitaciones, en 166 años, 16 de libertad. No está mal que
anunciemos los actos y que celebremos entre otra cosa los
padecimientos de un pueblo tan harto de dictadores, tan harto de
ausencia de libertad y tan deseoso de que una Constitución, la del
78, consagrara unos derechos que algunos parecían regalarles.
Por tanto al protagonista olvidado de nuestra historia es al primero
que debemos rendir homenaje, ese pueblo que ya no soportaba la
dictadura, ni a sus policías, ni a sus jueces, ni a sus ministros, y que
no le regalaron la libertad, sino que sencillamente se la tomó y lo
hizo de un modo tan ejemplar que prácticamente podríamos decir
que es milagroso, es un milagro laico, es el milagro del consenso, y
es el éxito de quererse poner de acuerdo aun a sabiendas de que
hay cosas que discrepábamos y que discrepamos. El pueblo
español se percató de que el fracaso estaba garantizado siempre
que una parte quisiera imponerle al todo su verdad, una parte
territorial o una parte ideológica,
Pero hoy estamos aquí para conmemorar la primera Constitución
democrática de nuestra historia, aquella en la que se trazaron por
primera vez las ideas que nos pusieron en marcha hacia la
modernidad. Lo que en la Isla de León primero y en Cádiz después
se inició fue un proceso que acabó con el Antiguo Régimen, y para
acabar con el Antiguo Régimen y acabar con los deseos de volver
fue necesario que muchos perdieran su libertad y su vida.
Hay otros países que tienen otros orígenes como nación, de los que
se sienten orgullosos. Nosotros somos menos soberbios que ellos,
pero nuestro inicio es de los más hermosos del planeta. La nación
española nació al grito de “viva la libertad”, si no hubiese diarios de
sesiones pasaría como con algún golpe de Estado, que si no
hubiese televisión se habría podido hasta negar, pero aquí tenemos
un diario de sesiones. Saber cómo empieza esta nación, que no
empieza maltratando los valores que hoy cultivamos, empieza con
un grito, el de “viva la libertad”, unido al primer grito que se da de
“viva España” cuando un diputado, Argüelles, sale con un objeto en
la mano y dice en la plaza: “españoles, ya tenéis patria”. Ya tenían
ríos, y tenían montes, y tenían reyes, pero no tenían patria. “Ya
tenéis patria”, y les enseña la Constitución.
El primer ejercicio democrático, si quieren constitucional, si me lo
permiten, nacional, especialmente para los que no queremos
confundir el Estado con la nación, yo creo que es muy importante
destacar que nuestra nación nace al grito de “viva la libertad”, frente
a quienes decían “vivan las cadenas”. Y de 166 años, 150 ganaron
los de las cadenas, y sólo 16 los de la libertad.
Es bueno mirar hacia atrás, por cierto, sin ira, para percatarnos de
que a este pueblo no se le ha regalado nada, ni le debe nada ni a
generales, ni a ministros, ni a presidentes, ni a reyes. Le debe a él
mismo, y de vez en cuando, cada 200 años, no creo que sea
acusación de nacionalismo impenitente, que pongamos en valor a la
nación que nació al grito de viva la libertad frente a los trabucaires
atrasados defensores del antiguo régimen que decían “vivan las
cadenas”.
De manera que Cádiz, señor, alcalde, y San Fernando, son el
kilómetro cero de la democracia, es el punto de arranque de todo,
es un entramado legal emotivo, cultural, comercial que nos une
como un pueblo libre. San Fernando y Cádiz son y serán
recordados por los españoles como ese laboratorio homologado por
la historia donde se certificó la conciencia colectiva de España, la
voluntad como pueblo de sumar el anhelo de compartir, de ser más
fuertes y de ser más libres.
Cádiz y San Fernando recuerdan que España no es un edificio en
ruinas, ni es tampoco un proyecto improvisado, ni es fruto de un
consenso apresurado de ideas. Cádiz y San Fernando evidencian
que España es cimiento y guía de democracias, también de
democracias asentadas que tuvieron España como modelo, y ahí
están los países iberoamericanos, especialmente invitados para el
día 24 que también lograron su libertad con España y sin que pueda
decirse con verdad que el mundo estaría incompleto sin nosotros.
Piensen, con perdón de quien quiera perdonarme, si no sería
notablemente incompleto un mundo en el que no hubiera 400
millones de seres humanos hablando castellano, un mundo al que
le faltara Cervantes, Miró. Esto no es para alardear, es para
celebrarlo, esto es lo que vamos a celebrar el 24 de septiembre.
Muchas gracias.
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