CHUS GARCÍA FRAILE

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CHUS GARCÍA -FRAILE. SATURANDO EL EXCESO
David Barro
Cuenta Wittgenstein que en el día de su cumpleaños esperaba una fiesta sorpresa y
como nadie se la organizó, se quedó realmente sorprendido. El ritual, en este caso,
resultó vital para la verdadera revelación: la frustración de la sorpresa. Esa suerte de
paradoja puede explicar la diferencia entre producto y marca, que resulta sustancial: el
primero implica algo que se compra para después ser usado; lo segundo, debemos
entenderlo como promesa de un algo intangible, que, sobre todo, implica cierta
distinción, aunque en muchos casos implique precisamente lo contrario. Esa promesa
intangible deriva en el objeto como forma de la ilusión, como signo irrenunciable de
nuestro tiempo, como grado Xerox de la cultura, que diría un Baudrillard convencido de
la simulación total, donde todo es objeto de diseño y la banalidad se estetiza y sacraliza
en una economía política del signo. Baudrillard advierte que antes de pensar en la
comercialización deberíamos hacerlo en la suerte de estetización de la mercancía que
nos es ofrecida. Posiblemente, nuestro mal de archivo sea esa compulsiva manera de
consumir y almacenar estética que, al final, declina en algo virtual, del latín virtus, que
no es otra cosa que lo que sólo existe en potencia, y no en acto. Todo es representación,
envoltorio, teoría high tech o reciclaje en un tupper de bronce.
Al final, la vida semeja ser una sucesión de sueños, como aquellas ruinas circulares de
Borges donde el propio soñador es apariencia. Es el máximo del consumir como muerte,
el final escrito de una estéril intención de capturar el sueño de nuestro espejo; pensemos
en Calderón, en Unamuno, en Lewis Carroll pero, sobre todo en el payaso que concibe
Michael Ende, que se siente sueño de su mismo público1. Como en la pintura
fotorrealista de Chus García-Fraile, el exceso de realidad, el sobredimensionado
espejismo, no es más que un sueño capaz de esconder la cruda realidad consumista y
objetual que semeja sólo poseer una cara exterior, como una banda de Moebius. La luz
evangelizadora de las catedrales góticas es ahora una simple marca de un planeta
seguramente más enfermo que lo que nos plantea Debord2. Es la contaminación de la
imagen como espectáculo y como alienación.
Ante este contexto, podríamos calificar a Chus García- Fraile como una artista realista
capaz de anunciar o denunciar una sociedad que rinde culto a la marca; una sociedad
más endeudada que nunca cuando paradójicamente gana más dinero; una sociedad con
más expectativas y menos fiel a un producto concreto o, en todo caso, menos tolerante
debido a una oferta desbordante. El barroquismo escenográfico de Times Square o
Picadilly nos seduce y mientras, cada día, la propaganda invade nuestro espacio vital.
Por algo propagar es multiplicar, reproducir, y publicidad no es otra cosa que
propaganda; la connotación negativa del término propaganda se debe al exceso de
determinadas doctrinas, pero hoy esa publicidad de diseño también resulta excedida.
Por otro lado, está fuera de toda duda, que el arte ha ejercido también de importante
elemento al servicio de la política: los espectaculares obeliscos y columnas de la antigua
Roma, las construcciones faraónicas, los moralizadores tímpanos medievales, los
1
Michael Ende. El espejo en el espejo. 1987, págs. 230-249.
“Una sociedad cada vez más enferma pero cada vez más poderosa ha recreado en todas partes el mundo
concretamente como entorno y decorado de su enfermedad, como planeta enfermo. Una sociedad que no ha llegado
aún ha hacerse homogénea y que no se determina a sí misma, sino que está determinada cada vez más por una parte
de sí misma que se sitúa por encima y al margen de ella, ha desarrollado un movimiento de dominación de la
naturaleza que no se ha dominado a sí mismo. El capitalismo ha aportado finalmente, por su propio movimiento, la
prueba de que ya no es capaz de seguir desarrollando las fuerzas productivas, y no en un sentido cuantitativo, como
muchos habrían creído entender, sino cualitativo. Guy Debord: El planeta enfermo, Anagrama, Barcelona, 2006
2
suntuosos baldaquinos barrocos, etc. Aunque no hace falta irse tan lejos para encontrar
estrategias de propaganda encubierta si pensamos en cómo el arte puro y libre de los
expresionistas abstractos americanos se vendió como signo de libertad ante el
encorsetado y kitsch arte del comunismo; la CIA llegó a financiar en secreto algunas de
sus exposiciones. Todo se consume y Chus García Fraile lo ironiza en una obra que
asume esos signos para sus propios fines. El encantamiento es total, y en definitiva la
ficción estilo Truman torna artificial el escenario donde nos movemos, tanto como una
vidriera de Chanel o unas escaleras mecánicas en medio de la naturaleza.
Lo vemos en sus últimas pinturas, que nacen también de cierto exceso, en este caso
procedente de la disolución de una serie de imágenes digitales que ven como su forma y
color se expanden hasta tornarse ilegibles o altamente pixelizadas. Es el exceso como
ficción, como el brillo del flash de una cámara fotográfica ante el cristal de la Gioconda
–seguramente por eso, cuando Lichtenstein dibujo su estudio para la Capilla de la
Eucaristía se valió de una onomatopéyica explosión de luz para expresar el misterio-. La
imposibilidad del turista de captar la sonrisa de la Mona Lisa tras el cristal blindado,
rompe definitivamente la ilusión, tanto como estas arquitecturas pixelizadas sitas en un
mundo al que le cuesta soñar. Es la evidencia histérica del virtual confort de una
segunda vivienda con forma de chalet, señal de ‘indiscutible’ bienestar contemporáneo.
Los continentes saturados de Chus inciden en una visión del mundo discursivamente
construida donde, en consecuencia, no existe la representación verdadera. Estaríamos en
una línea nietzscheana que rechaza la existencia del hecho en favor de lo interpretativo.
Es como cuando Truman, en su show, comienza poco a poco a cuestionarse su mundo,
las repeticiones, las coincidencias.
¿Es nuestro mundo perfecto? Platón hablaba del mundo como representación
imperfecta, una representación conformada a través de nuestra propia ideología. Truman
lucha por romper esa perfección aséptica y superficial, se arriesga a un mundo peor
como le advierte su especie de ‘dios creador’ y su público, tan fiel durante tantos años,
simplemente se pregunta qué ponen a continuación en la televisión. Pero antes, Truman
ignora que su ciudad es un enorme plató televisivo dirigido por un realizador y
guionista y que su esposa, madre y amigos no son más que actores contratados. Su vida
es un ensayo ‘en directo’, un mundo superficial que comienza a ser cuestionado por
Truman al percibir las impolutas reiteraciones en loop -pensemos que la mayor prueba
de que algo es producto de una falsificación es su exagerada perfección y limpieza,
como en las fotos de Thomas Demand-. Pero un día, el citado Truman llegará hasta el
límite de ese plató de los sueños, hasta el horizonte pintado que cierra el decorado.
Entonces, se produce un diálogo con el realizador que, por primera vez, habla a
Truman: ‘Truman.... ¿Puedes hablar?’ / Truman mira al cielo y contesta, ‘¿Quién eres?’
/ ‘Soy el creador del programa de televisión que llena de esperanza y felicidad a
millones de personas.’ / ‘¿Y yo quién soy?’ / ‘El protagonista.’ / ‘¿Nada es real?’ / ‘Tu
eres real (...) Ahí fuera no hay más verdad que la que hay en el mundo que he creado
para ti, las mismas mentiras, los mismos engaños, pero en mi mundo tu no tienes nada
que temer.’
El mundo perfecto puede ser un parque temático o un inmenso cementerio, porque un
cementerio es el hogar de lo extinguido, de la muerte disfrazada de vida. Ese mundo
perfecto de marcas que tan originalmente ha reflejado Chus García-Fraile, esa
cotidianidad consumista, versa ahora sobre esa irracional demanda de vivienda, en un
país como España que cuanta con una vivienda por cada dos habitantes. De ahí que sus
títulos respondan a los precios de esas mismas casas en venta.
Chus García- Fraile semeja querer reflejar las distintas etapas de consumo de nuestra
realidad vital. Siempre en búsqueda de esa zanahoria-confort que se mantiene a la
misma distancia, tan crudamente real como inoportunamente ficticia. Como señaló
Borges esta manera de clasificar, la representación como algo familiar de nuestro
pensamiento, es directamente proporcional a lo ficticio y contradictorio. Nuestro
discurso, nutrido de una serie de códigos culturales, se basa en modos de representación
arbitrarios, antinaturales y concretados históricamente. Chus lo sabe y asume el arte
como una forma más de representar y la representación como una cortina que confunde
y engaña nuestra sensación de realidad, que la forma a la vez que la deforma, si
seguimos a Roland Barthes.
Hablamos de apariencia, de exteriores sacralizados y de representaciones que se
reproducen; es decir, a partir de una serie de imágenes o lenguajes construimos
representaciones ideológicas o sociales como el género o la raza, pero también
asumimos ideologías capaces de desbancar esa religión de la vidriera por el puro
consumo de lo que vemos, sobre todo, en la televisión. Así, para Herman Asselberghs,
la televisión es la encarnación del principio de Heisenberg: la televisión observa el
mundo, y al mismo tiempo, su perspectiva cambia el mundo3. Esta interferencia
decisiva, nos ofrece el mundo como el otro, con sucesos que parecen mostrarse como
pura representación, evidentes, inevitables, irreversibles, y es como si nosotros no
estuviésemos implicados en ellos. Y ante tanto exceso entendemos las palabras de
Warhol acerca de cómo en América, los consumidores más ricos compran, en esencia,
las mismas cosas que los pobres: “Uno se sienta delante de la televisión y bebe Coca
Cola; y sabe que el presidente bebe Coca Cola, Liz Taylor bebe Coca Cola; y piensa
para sí, tu también te puedes permitir beber una Coca Cola”.
Chus García- Fraile utiliza el lenguaje de lo cotidiano para convertirlo en compleja
poesía de lo transitorio, para pixelizarlo en una suerte de indefinición de los límites, en
una tierra de nadie en proceso de construcción que esconde movimiento en su aparente
quietud. Así, parece querer acompañar cada amenaza que permite reflexionar acerca de
la problemática cuestión de la identidad individual y colectiva. En este opulento horror
vacui, en esta adicción al consumo diario, Chus recoge la agresividad mediática capaz
de difuminar los límites de nuestras necesidades a partir de cualquier soporte plausible
de adaptarse a sus presupuestos teóricos. Ahora el producto llega antes (o cae del cielo
como en su vídeo Mercado continuo), dicta, anuncia como una nota sincopada en una
partitura que todos seguiremos con ilusión. De ahí que en la tele todo se invada de esos
quince minutos de fama warholianos convertidos en la banalidad más absoluta. Ahora la
inmensidad se sacraliza; ya no es simplemente el logotipo de una marca. Todo es
exterior y todo es susceptible de resultar icónico, pero, antes de nada, simulación.
En efecto, asumimos esta era como la de la simulación, una época donde el objeto
natural ya no es creíble y el código recoge su importancia. La representación de la
realidad es trasplantada por la realidad en sí misma, que se convierte en simulación. La
simulación y los modelos son para Baudrillard ejemplos de reproducción pura4. Por eso
dispone tres tipos de simulación: la falsificación predominante en la era clásica del
Renacimiento, la producción en la era industrial y la simulación de la época actual,
regida por el código. Ahora prima la reproducción de objetos y la fina línea que podría
distinguir entre verdad y ficción ha terminado por extinguirse.
Chus García- Fraile hace evidente ese exceso y lo excede todavía más, como cuando
amplifica la imagen de una lata o descubre y agiganta unas zapatillas deportivas. El
juego de escalas evidencia la fragilidad de nuestra mente de consumo, nuestra tentación
sobre lo sensual, la caída en la dictadura del signo. Todo está en venta y lo más barato
Asselberghs, H: “Totó, tengo la impresión de que ya no estamos en Kansas.... ¡Debemos estar sobre el arcoiris!”,
Johan Grimonprez, Centro Galego Arte Contemporánea, Santiago de Compostela, 1998
4 Baudrillard, J: Simulacres et simulation, Galilée, París, 1981
3
es la fragilidad de un sueño. En una alternancia de los factores, vence la viceversa y el
objeto acaba por definir una cultura. El branding consiste en crear una entidad en la
mente de quien consume, porque entre las pieles que conforman nuestra identidad se
encuentras las imágenes y acciones de una comunicación eficaz. Chus García -Fraile lo
sabe e ironiza sobre ello, jugando con apariencias y hábitos desde los márgenes de la
abundancia de un mensaje dominado por la psicología de lo espectacular o del simple
confort de no pensar por nosotros mismos.
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