Con razón tengo yo gran esperanza en él de que sanarás todos mis

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México, DF, a 24 de marzo de 2007
San José de las Palmas
IV Retiro de la FAM
Los Frutos de la Reconciliación
Quiero comenzar esta presentación con un texto de Nuestro Padre San Agustín que me
invita a buscar la Reconciliación, siempre y únicamente, por el mismo amor a Dios Trino y
con plena confianza en el amor de Jesús hacia nosotros. Después, continuaré con breves
introducciones a palabras de Agustín y yo misma escucharé, junto con ustedes, al Santo
Obispo de Hipona.
San Agustín habla contra Fausto y propone gratuidad en el amor que hemos de profesar a
Dios con nuestras acciones. Dice así:
“…tras poseer la promesa de bienaventuranza del Nuevo testamento que me
ofrece el reino de los cielos y la vida sin fin, me mortificaría, incluso si su
testador me la otorgase de forma gratuita”. (c. Fausto. 4.1)
Cristo es la Medicina que cura el miedo que tenemos de nosotros mismos. En la
Reconciliación, Cristo nos da esperanza y tranquilidad por encima de nuestras miserias.
“Con razón tengo yo gran esperanza en él de que sanarás todos mis langores
por su medio, porque él, que está sentado a tu diestra te suplica por
nosotros; de otro modo desesperaría. Porque muchas y grandes son las
dolencias, sí; muchas y grandes son, aunque más grande es tu Medicina. De
no haberse hecho tu Verbo carne y habitado entre nosotros, con razón
hubiéramos podido juzgarle apartado de la naturaleza humana y desesperar
de nosotros.
Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mi miseria, había tratado
en mi corazón y pensado huir a la soledad, pero tú me lo prohibiste y me
tranquilizaste diciendo: Por eso murió Cristo por todos, para que los que
viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos”. (Conf.
10.43.69 y 79)
Esto es así cuando hacemos vida interior y estamos atentos a las inquietudes de nuestro
corazón.
“…como a su pecado se sigue inmediatamente la pena, por propia
experiencia aprende qué diferencia existe entre el bien que dejó y el mal en
el que se precipitó”. (Comentario al Génesis en réplica a los maniqueos -Gn.
Adv.man.- 2.9.12)
San Agustín considera importante que sepamos que hay tres tipos de filosofía:
“la natural, a causa de la naturaleza; la racional a causa de la doctrina; la
moral, atendiendo al uso. Por tanto si nuestra naturaleza procediera de
nosotros, seríamos nosotros los autores de nuestra sabiduría y no nos
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preocuparíamos de aprenderla con la doctrina; y nuestro amor, partiendo de
nosotros y referido a nosotros, nos bastarían para vivir bien y felizmente, y
no tendría necesidad de algún otro bien qué gozar. Ahora bien, como nuestra
naturaleza, para existir tiene a Dios por autor, sin duda tenemos qué tenerle
a Él como Maestro para conocer la verdad y como suministrador de la
suavidad íntima para ser felices”. (Civ. Dei. 11,25)
Está claro que quien tiene la receta, la medicina y el alimento para nuestro peregrinar es
Dios, Creador de todos lo visible y lo invisible, Padre nuestro.. Pero además, en este texto,
ya tenemos otros dos frutos de la Reconciliación con Dios: conocimiento de la Verdad: ¿de
qué verdad? De Cristo, La Verdad, La Verdad es que Dios me ama y me perdona. Su amor
y su perdón es la íntima suavidad que me hace feliz, es decir, intimidad con Dios, amistad,
confianza…
Pero, cuando el ser humano cree que no tiene necesidad alguna de Dios...
“son vanos también los auxilios divinos, puesto que no hay en ella (en el
alma humana) indigencia alguna; ni Cristo mismo será médico de la que ya
goza de perfecta salud; y finalmente, la misma promesa de una vida feliz es
una cosa vana cuando ya se disfruta de la felicidad”. (De las costumbres de
la Iglesia Católica y de las Costumbres de los Maniqueos (mor) 2.11.22)
Y para que sepamos que hay una enorme diferencia entre la felicidad que se cree tener y la
verdadera felicidad, San Agustín nos advierte:
“No hay más que un solo Dios que hace al alma feliz. Es bienaventurada por
la participación de Dios. No es feliz el alma enferma por la participación de
un alma santa, ni es feliz tampoco el alma santa por la participación del
ángel, sino que, si desea el alma enferma ser feliz, que investigue de donde
le viene al alma santa su felicidad. No serás tu jamás feliz por el ángel, sino
que, por lo mismo que el ángel es feliz, lo serás tú también”. (jo.ev.tr. 23-5)
El como, nos lo dice en esto que sigue:
“Nadie vive justamente si no es justificado, es decir, si no ha sido hecho
justo; y el hombre se justifica por Aquel que no puede jamás ser injusto.
Como la lámpara no se enciende por sí misma, así tampoco el alma humana
se da a sí misma la luz, sino que clama a Dios, diciendo: Tú, Señor,
iluminarás mi lámpara”. (en.Ps. 109.1)
Cuando buscamos a Jesús y nos volvemos a él, que es la Verdad, con la verdad, nos
hacemos sabios. En la Reconciliación conocemos su Misericordia y la alegría de haber
hallado lo que será en definitiva la vida bienaventurada, cuando ya no haya tiempo ni
espacio en el que pecar.
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“¿Y qué quiere decir “los cielos”? Eso lo enseñará Aquel que por medio de
los hombres y de sus signos nos advierte exteriormente, a fin de que, vueltos
a él interiormente, nos hagamos sabios. Amarle y conocerle constituye la
vida bienaventurada, que todos predican buscar; mas pocos son los que se
alegran de haberla realmente encontrado”. (mag. 46)
“Dios es la verdad; nadie puede en modo alguno ser sabio sin llegar a poseer
la verdad; luego, si el sabio está unido en espíritu a Dios que no puede haber
entre ambos nada que los separe, no se puede negar que entre la necedad del
hombre y la purísima verdad divina está como punto intermedio la sabiduría
humana”. (util. cred. 15.33)
La persona sabia, dice san Agustín, es feliz si la virtud es fruto de la adhesión plena al
amor de Dios. Al referirse a la virtud, que podemos adquirir en la Reconciliación, san
Agustín dice:
“Su cuádruple división no expresa más que varios afectos de un mismo
amor, y es por lo que no dudo en definir estas cuatro virtudes (que ojalá
tengan tanto arraigo en los corazones como sus nombres en la boca de
todos) como distintas funciones del amor. La templanza es el amor que
totalmente se entrega al objeto amado; la fortaleza es el amor que todo lo
soporta por el objeto de sus amores; la justicia es el amor únicamente
esclavo de su amado y que ejerce, por lo tanto, señorío conforme a razón; y
finalmente, la prudencia es el amor que con sagacidad y sabiduría elige los
medios de defensa contra toda clase de obstáculos. Este amor, hemos dicho,
no es amor de un objeto cualquiera, sino amor de Dios, es decir, del Sumo
Bien, Suma Sabiduría y Suma Paz. Por esta razón, precisando algo más las
definiciones, se puede decir que la templanza es el amor que se conserva
íntegro e incorruptible para sólo Dios; la fortaleza es el amor que todo lo
sufre sin pena, con la vista fija en Dios; la justicia es el amor que no sirve
más que a Dios, y por esto ejerce señorío, conforme a razón, sobre todo lo
inferior al hombre; y la prudencia, en fin, sabe discernir lo que es útil para ir
a Dios de lo que le puede alejar de Él”. (mor. 1.15.25)
Tan sólo en este texto, encontramos una lista enorme de virtudes que se desprenden del
amor de Dios y del amor a Dios. (volver al texto y leer la lista en negritas)
El amor a Dios es la única condición para que haya frutos en la Reconciliación. Casi
podríamos decir: reconcíliate por amor. Escuchemos lo que dice San Agustín:
“… las mismas virtudes que nos hacen vivir con prudencia, fortaleza,
justicia y sobriedad en esta vida mortal y temporal, si no se refieren a la fe
en el tiempo que conduce a la eternidad no son verdaderas virtudes”. (Trin
14.1.3)
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Otro texto de San Agustín nos lleva a pensar en el valor de la Reconciliación desde un Dios
que se hace hombre para hacernos divinos. ¿Cómo no corresponder a quién pagó nuestra
salvación? Escuchemos:
“…no permaneció mortal en la misma carne que hizo resucitar de los
muertos; ese es precisamente el fruto de su mediación: que no permanezcan
en la muerte de la carne aquellos para cuya liberación se hizo mediador. Por
tanto, fue preciso que el mediador entre nosotros y Dios tuviera una
mortalidad transeúnte y una felicidad permanente con el fin de acomodarse a
los mortales en lo pasajero y llevarlos de entre los muertos a lo que
permanece”. (civ. Dei. 9.1)
“…la fe en Dios limpia el corazón, y el corazón limpio ve a Dios (…) lo
propio de la fe es creer, y de la caridad, el obrar. Luego, si crees y no amas,
no habrá en ti movimiento hacia el bien; y si te mueves como un esclavo,
por temor al castigo, no como el hijo, por amor a la justicia. Insisto, por
tanto: la fe que limpia el corazón es la fe actuada por dilección”. (S.
53.10y11)
“…feliz el pueblo de quien el Señor es su Dios. Esta es la patria de la
felicidad que todos desean, pero que no todos buscan rectamente. No nos
inventemos el camino hacia tal patria en nuestro corazón ni emprendamos
falsos senderos: de allí nos vino incluso el camino”. (S. 150.9)
Añado otro texto relacionado con la belleza, fruto de la reconciliación. Creo que es el texto
más bello que hay en esta exposición. Es un obsequio de fray Carlos González Castellanos,
OAR, quien lo rescató de los comentarios a los salmos para todos nosotros, durante la
revisión de esta presentación. Escuchemos a San Agustín:
“Con la Luz de su perdón, Cristo viene a hermosear el interior de la persona
que se reconcilia: “La confesión y la hermosura lucen en su presencia.
¿Amas la hermosura? ¿Quieres hermosearte? Confiésate. No dice: la
hermosura y la confesión brillan en su presencia, sino: la confesión y la
hermosura. ¿Eres deforme? Confiésate para que te hagas hermoso. ¿Eres
pecador? Confiésate para que seas justo. ¿Pudiste afearte? No puedes
enflorecerte de hermosura (por ti mismo). Pero mirad la bondad de nuestro
esposo, que amó a la fea para hacerla hermosa. ¿Cómo que amó a la fea? Sí,
porque dice: no vine a llamar justos, sino pecadores… ¿Amamos la
hermosura? Pues elijamos primero la confesión, y a ella seguirá la
hermosura” (Enarr. In ps. 95, 7)
En suma, de la misma manera que no hay camino para la cosecha más que la siembra y la
espera, no hay camino para la felicidad perfecta que tanto deseamos que la reconciliación
del ser humano con su Creador y la espera llena de amor:
“Acordémonos que vivimos una vida mísera en este cuerpo mortal que pesa
sobre el alma. Pero quienes hemos sido ya redimidos por el mediador y
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hemos recibido en prenda al Espíritu Santo, tenemos en esperanza la vida
bienaventurada, aunque no la tenemos en posesión. La esperanza que ve no
es esperanza. Porque, ¿quién espera lo que ve? Y si esperamos lo que no
vemos, lo esperamos con paciencia. La paciencia es necesaria para soportar
los males que a cada uno aquejan, no en los bienes de que se goza. Y aunque
la causa primera de las miserias de esta vida haya sido el pecado, todos los
hombres se ven forzados, aun después de perdonados sus pecados, a tolerar
esta vida de la cual está escrito: ¿No es la vida humana una tentación sobre
la tierra, en la cual clamamos diariamente líbranos del mal? Más larga es la
pena que la culpa, para que no se considere pequeña la culpa si con ella se
terminase la pena”. (jo.ev.tr. 124.5)
Tere García Ruiz, Seglar Agustino Recoleta
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