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AMANECIÓ DE NOCHE
Despedida de Narciso Yepes.
Marysia Szumlakovska de Yepes
PUERTA ABIERTA
Narciso ha muerto.
Murió ofreciendo su vida, sereno, seguro de que iba al encuentro de la Vida, dócil ante el paso
a dar, despojado de todo, rico en amor por los que quedábamos a este lado. La realidad es
amar hasta el último soplo, aquí en la tierra, para seguir amando.
La muerte es la clave de la vida. Toda muerte es una gracia. Cada muerte es única y es una
puerta abierta hacia la dimensión de la eternidad.
Es un privilegio sin igual poder acompañar al que se está yendo porque se nos permite
entrever por una rendija algo de lo que nos espera. Soy consciente del regalo que recibí al
acompañar a mi amado hasta el umbral de la vida.
No fue sólo una rendija, fue una puerta abierta de par en par por la que se coló en mi corazón
la certeza de que existe Dios y de que si morimos con Él, viviremos con Él en la plenitud. Y
esa plenitud es luz, es amor, es la Resurrección a la que estamos llamados todos los hijos del
Padre.
Quisiera que la paz que ha sembrado Narciso al marcharse, esa paz que nos hace bucear en la
esperanza, aunque el dolor humano exista, se expanda, y no sólo entre los que hemos recibido
el regalo de estar cerca de él y amarle, sino entre los que él ha amado sin conocer.
Narciso se hizo uno con la Voluntad divina y ofreció su vida en respuesta de amor al Padre.
Por eso, al record- arlo recibimos una bendición que se renueva como el rocío de la mañana.
La semilla que ha dejado en la tierra fructifica en amor. Todo él, al morir, se ha integrado en la
paz de Dios. Necesito compartir esta creencia con todos, absolutamente todos, creyentes o no.
Cada vez tengo más arraigado en mí el sentimiento de pertenencia a Dios. Somos una
constante emanación del soplo divino: somos sus hijos. Cobijo en mí la seguridad de ser
amada por el Padre que ha tomado la iniciativa. Tengo la certeza de que me muevo y respiro
por el Espíritu Santo, porque me siento guiada por El. Es el que anima mi vida y me alumbra
el camino para seguir a Cristo resucitado.
Siento muy cercanos a los ángeles que sirven de peldaños en la escalera que nos toca ascender
a todos.
Igual que en un momento de adoración, absortos en admiración de la creación, brota
espontánea la comunicación con el Creador, así, cuando no sentimos ni entendemos nada, es el
propio Dios quien toma el relevo y está con su silencio en nuestro silencio.
Frére Roger, prior de Taizé, ora: ¿Quién es ese Cristo a quien seguimos? Es el que nos da lo
esencial: vivir en comunión con Él. Resucitado, está a nuestro lado, hoy, mañana, siempre. En
Él no se secan nunca las fuentes del gozo.
La muerte de Narciso fue la culminación de todo un proceso de trabajo interior. Pasamos por
etapas progresivas hasta la entrega plena. Hasta alcanzar el despojo definitivo, hasta el
abandono total en la confianza, ¡qué árido el camino!
- ¿Hasta cuándo? - nos preguntábamos.
- Hasta que Dios quiera.
1
¿Es beatería o es confianza? ¿Es conformismo o valentía? Es amor vivido un instante tras otro.
Hombre dual, hombre divino y terreno, que aspira al cielo y tiene sus raíces profundamente
ancladas en la tierra. Todo y nada. Todo se une en el amor, la razón de la vida.
Todavía cuatro días antes de su muerte le decía a Ángel, que había venido de Buenafuente:
- ¡Si Dios me cura la mano, bendito sea, y si no me la cura, bendito sea!
Ni siquiera pedía ya la curación, sólo una tregua con su brazo y su mano derechos destrozados
por el linfoma. Pedía todavía tocar la guitarra para Dios, mientras estuviera en su cuerpo. Y lo
hacía con la confianza de que ocurriese lo que ocurriese estaba en la voluntad amorosa del
Padre.
Narciso no ha muerto, ha emprendido el viaje de retorno a la plenitud. También nosotros
volveremos a nuestro origen cuando sea nuestro tiempo. Ahora esta certeza es tan fuerte y ha
tomado tal cuerpo en mí que no me queda más remedio que intentar transmitirla.
Atravesamos todas las fases inimaginables: desde la rebelión hasta la plegaria. Entre titubeos,
oscuridades, dudas, pero siempre guiados por ráfagas de luz que nos iban indicando un posible
camino que podíamos aceptar o descartar para buscar otros nuevos.
Fuimos aprendiendo paso a paso a escalar el monte santo, entre caídas, desfiladeros,
precipicios, hasta rodar hasta lo más hondo de una sima. Pero siempre nos acompañaba la luz
que endereza al que tuerce el sendero.
Hicimos el aprendizaje de la aceptación, de la invocación constante, como ininterrumpido
contacto con Dios y su voluntad. Unas veces como Job, como el hijo pródigo, como Tobías,
como tantos otros. Otras veces, sencillamente como el salmista que traspasa todos los
sentimientos y las dudas desde la intemperie más cruel hasta la alabanza más sublime de
sentirse en presencia de su Señor.
Yo iba anotando lo que vivíamos, hablábamos y callábamos. Ahora, desde que él no está, se
han ido contestando preguntas que quedaron sin respuesta. Brotan de aquello que habíamos
vivido.
He llorado mucho la ausencia física de Narciso, y sigo llorando, a ratos. No lloro de
desesperanza, no. Ahora lloro de gozo, de agradecimiento por tanto don recibido.
¡El calvario no acaba en la muerte, acaba en el sepulcro vacío!
Ahora me acompaña nuestro amor engrandecido hasta el infinito porque se ha transmutado en
el corazón de luz del mismo Dios.
Cada vez más renuncia
¿Y a mí por qué no me curas? Señor, ¿es que tengo poca fe? Mi Dios, ¿es que no me oyes?
¿Es que no merezco tu compasión?
- Una cosa es someterse a la voluntad de Dios; otra es amarla.
¡Qué difícil es amarte Señor con lo duro que eres, implacable, sordo, arbitrario! Ten piedad de
mí, Señor, no sé lo que digo, me encuentro tan mal.
No puedo ni invocarte, sólo increparte como job. Yo no te maldigo, Señor, como no te
maldecía Job, pero no entiendo por qué.
¿Acaso no puedo preguntarte nada? No quiero perder mi relación contigo, aunque sea la de la
desesperanza.
Como Job
Estoy enfermo, me encuentro mal y todos empiezan a decir: «Es que has abusado de tu cuerpo,
es que lo has agotado, es que... es que..., y sobre todo es porque se ha ido Juan ... »
2
Si he de sufrir será para adentrarme más en la intimidad de Dios, el sufrimiento ha de ser para
algo, no para pagar una culpa, ni siquiera para purificar. No, no. Yo he vivido lo mejor que he
sabido y si lo he hecho mal, es que no sabía hacerlo mejor. He vivido con honradez, amando,
confiando. ¿Y qué es mejor o peor? ¿Qué?
- Marysiunia, no dices nada. ¿Estás de acuerdo?
- Claro que has vivido amando y Dios lo sabe y lo sé yo. No sé decir nada, no soy capaz de
nada más que de amarte y pedir que se nos vaya desbrozando un sendero entre tanta maleza.
Si quieres que sea como el de Job, será: el nuestro no estará escrito con un final feliz. No nos
van a devolver a Juan, pero es posible que se nos dé otra visión de Dios. Que digamos, como
Job, que hemos visto a Dios, que ya sabemos que existe. Él reencontró sentido a su vida
porque logró un verdadero contacto con Dios a través de su despojo, de su sufrimiento.
Yo quiero amar a Dios sin pedirle nada, ni siquiera pedirle que me cure. Él sabe que yo deseo
curarme, pero si Él no quiere, su poder está por encima de todo. Su voluntad ahora mismo
¿cuál es? ¿probarme? Dice Job: Te asomarás a la tierra y ya no me verás.
- Cuando Dios se asome, puede que yo ya no esté...
- Entonces es que lo habrás visto ya cara a cara, estarás en su presencia.
- ¿Pero mi sufrimiento de qué va a servir?
- No te puedo contestar, pero desde que Cristo dio su vida por todos nosotros, tu sufrimiento
en Él alcanza todo el sentido.
- Entonces soy como Simón de Cirene, ¿acaso le obligaron a llevar la Cruz? Él no se ofreció
voluntariamente.
- Sí, pero la llevó con Cristo, tú también puedes.
- Espera, ¿y tú crees que acabó amando la Cruz?
- Seguro que amó a Cristo y entonces llevar la Cruz era otra historia.
- Déjame meditar esto entre mi desespero y mi esperanza. ¿Todo cambia con mi actitud, no es
eso?
- Lo más duro es no poder cargar yo con tu sufrimiento y asumirlo yo. Por mucho que lo
intente, estoy fuera aunque por el amor esté dentro.
Gimiendo o llorando voy a seguir hablándole a Dios aunque no entienda nada. Él sabrá por
qué me viene todo esto sin haberlo merecido. Pero sí que puedo entregarle todo, todo, y te
entrego a ti, a nuestros hijos, a todos los que sufren mucho más que yo.
- ¿Sabes, mi amada? Yo me quiero parecer a Job en que en verdad a través de su sufrimiento
encontró a Dios. Ya no de oídas, sino en su propio cuerpo, en su propio ser...
Rebelión
¿Por qué yo? ¿Por qué me mandas esto Señor, por qué a mí, por qué ahora, por qué a mi
familia que va a sufrir conmigo, por mí y después de mi muerte? ¿No te basta con haberte
llevado a mi hijo Juan de la Cruz en la flor de la vida que ahora me mandas esta enfermedad a
traición? ¿Por qué? Tiene que haber un porqué, tú no eres un Dios que ame el sufrimiento ni
deseas la muerte de tus fieles.
Contéstame Señor. Te lo suplico. Algunos dicen unas cosas, otros otras, todos argumentan
sobre mi enfermedad. Pero yo la vivo, yo con mi mujer al lado y mis hijos, y los que me
quieren. Yo sé que me voy y tendría que estar feliz pero no lo estoy. Ahora mismo estoy
desesperado y grito, en este momento en que no hay nadie a mi lado. No tengo vocación de
mártir, no la tengo todavía. No estoy preparado.
3
Necesito llorar porque no puedo con mi cruz. Lo sé todo con mi cabeza, todo, sé que tu Cruz,
Cristo, fue tremenda, sé que es el escándalo del mundo para los que no creen. Parece que fue
inútil, que no sirvió de nada. Sé que la mía no es la más grande, ni la más pesada. Lo sé, lo sé,
pero la mía es única, es la mía y a mí me pesa más que a nadie porque nadie la puede llevar
más que yo. Mi esposa la acarrea conmigo y porque la llevamos los dos nos imaginamos que
no pesa, pero se acerca el momento de llegar al calvario. Sé que no hay resurrección sin
calvario, lo sé. ¡Lo sé todo, pero mi cuerpo quiere vivir sano, sano, sano! Déjame llorar porque
no sé hablarte de otra forma, Dios invisible y tan cercano, Dios de amor, universo de soledad.
Padre, ¿por qué vienen otros y me dicen que te oyen, que te ven y me dan miles de consejos,
por qué?
- Yayo ¿por qué lloras? - me preguntó ayer mi nieta.
Yo no pude contestar. Puso sus manitas redondas sobre mi cara y, Señor, noté el calor de tu
presencia. Hay una edad en la que los niños empiezan a formular preguntas y ante la evidencia
de la no respuesta, callan. Yo también pregunto así, sin esperar respuesta, pero no me
abandones, mi Dios, alumbra mi noche.
Voluntad de Dios
La Palabra de Dios también consuela y mucho.
- Escucha, ¿quieres? Hoy la lectura de la misa es la de Ananías, Azarías y Misael, entregados a
la hoguera por Nabucodonosor, por negarse a adorar un dios falso: Sí nuestro Dios a quien
servimos es capaz de librarnos, nos librará del horno de fuego ardiente, y si no lo hace has de
saber, oh rey, que nosotros no serviremos a tus dioses. E iban ellos por entre las llamas
alabando a Dios y bendiciendo al Señor.
Narciso dice después de escucharla:
- La voluntad de Dios es inexpresable.
- La aceptación de la voluntad de Dios es la medida de nuestro amor.
Y se entabla el diálogo que es una meditación entre nosotros dos.
Tantas veces pronunciamos con todo nuestro ser: «Que sea lo que Dios quiera», y mientras
nuestra voluntad se acerca a la suya, se sobrepone a la suya, vivimos en paz, aunque sea con
muchísimo dolor. Pero cuando su voluntad no coincide con la nuestra y la nuestra se escapa
por otros derroteros, ¡qué desgarro por dentro!
- Si Dios quiere curarme, puede hacerlo ahora mismo y yo lo bendeciré toda mi vida. Pero si
no me cura, bendito sea por siempre jamás. Yo cumpliré su voluntad en mi propia carne.
Tengo que aprender poco a poco.
Cuando encajemos plenamente nuestra voluntad con la suya, todo será gozo y nos fundiremos
con el Padre y se reinos uno con Él y en Él, como lo éramos antes de nacer. El es nuestro
origen y a Él volvemos. Pero mientras esto no se haga, y no se hace en un día, la duda acecha,
la angustia roe, y la enfermedad avanza. ¿Quién nos ayuda a humanizar lo inhumano a vivir
esa voluntad divina en nuestro cuerpo herido, esa voluntad tan inhóspita, tan humanamente
injusta? Narciso pregunta:
- ¿Me lo puedes decir tú, Marysia?
- ¿Quién? Nuestro ángel, y tantísimos ángeles más. Son mensajeros que nos manda Dios para
aliviarte con su presencia. Son todos los que rezan por ti y ofrecen su vida por ti. ¡Son tantos!
- Lo sé y sé que hay muchos que no conoceré jamás y están rezando por mí. Es algo que me
impresiona mucho. Estoy unido a ellos porque oran por mí. Estamos en el mismo Corazón. Yo
también entrego mi lucha por los que luchan sin consuelo, por los que están solos.
4
Voy a buscar el libro de La Respuesta del Ángel que siempre tenemos cerca y se me abre
como si una mano segura lo hiciera por mí:
Os conduce el Espíritu Santo.
Si vivís su gozo, ninguna maldición os podrá dañar.
Callamos. Mejor dicho, nos quedamos en silencio. No siempre callar implica silencio interior.
Hoy sí. Sigo un poco más lejos:
La existencia es peso.
Sin embargo para el que no se aparta del camino,
ese peso se convierte en alas que ayudan a subir.
Narciso dice:
- Es verdad, para ello la voluntad de Dios y la mía han de ser una sola.
Estamos los dos de acuerdo en que conseguirlo por uno mismo es imposible. El cuerpo no
siempre puede seguir. En el telar de la vida se va tejiendo la ofrenda, con las dudas, la
rebeldía, los enfados con Dios.
Nos quedamos quietos, dejamos que avance el día; nosotros todavía no nos incorporamos,
estamos colgados de la eternidad. Son apenas unos minutos, pero su medida en amor no es
equiparable al tiempo. Ahora vivimos así, de cresta en cresta en la ola de la ternura de Dios, o
de sima en sima en la profundidad del abismo.
Nos acabamos fundiendo en un abrazo, cada vez menos apretado físicamente, porque a
Narciso le duele todo, pero más denso en unión, y dejamos que se estire ese sabor de eternidad
que se ha colado en nuestro corazón con el día nuevo.
Fuego
Cuando el fuego de Dios prende en un ser, ya no lo deja. Ya arde para no apagarse. Arder
duele, ser fuego y leña a la vez, duele. Ser consumido y dejarse consumir. Ya no hay miedo a
la muerte porque no hay nada más que fuego. El fuego es el del Espíritu y es tremendo.
Hoy todo duele más y los movimientos del brazo son más limitados, la fuerza de los dedos
más ausente.
- Me quema Dios y estoy ardiendo, pero tengo una certeza, la de estar en contacto con Él por
su fuego. Hoy me siento amado por Él, amasado como la masa de pan.
- ¿Te sientes amado?
- ¡Sí! ¡Y privilegiado! ¡Cuántos hay que sufren lo que yo o más que yo y están solos, no están
inmersos en tanto amor! Están solos porque no se saben amados por nadie ni siquiera por
Dios. Quiero que se haga en mí la voluntad de Dios. No me queda otro remedio que tirarme al
fuego a ese fuego del Amor del Padre. Algo querrá Dios con todo este sufrimiento. Yo lo
encuentro tan inútil. Me cuesta trabajo creer que a otros sirve. Quiero creerlo, ayúdame, por
que tú sí lo crees, ¿verdad? ¡Si me muriera de una vez! Pero eso también cuesta, es un fuego
que quema pero que no se consume, estoy vivo, herido, pero más vivo que nunca.
Yo callo. Narciso intenta cambiar de postura, yo ayudo le pongo una mano debajo del hombro
dolorido, hinchado deforme, y parece que está un poco más aliviado.
- Nunca he estado tan lúcido. Nunca he sentido a Dios tan cerca. ¡Si me está quemando Él! Yo
sé que es Él. ¿Sabes, Marysia? Yo sé que Dios puede sanarme y se lo pido. Y sé que si no lo
hace, bendito sea su nombre...
Yo sigo en silencio.
- Ya no importa desaparecer en el fuego, porque es un fuego de amor brutal, sobrehumano.
Sólo lucho por ti. Sé que te quedarás muy sola. Toda la vida has vivido para mí. Sé que saldrás
5
adelante porque tienes amor y fe. En definitiva es una misma cosa. Esto no es vivir. Dios mío
llévame contigo ya. ¿Me encontraré con Juan, nuestro hijo? ¿Verdad que tú lo crees?
Anochece, yo sigo en silencio.
- Marysiunia mía, ¿por qué no dices nada?
- Porque no hay palabras.
- ¿Es que no estás de acuerdo conmigo?
- Sí, sí, estoy tremendamente de acuerdo.
- Deseo ser responsable de mi muerte, como lo fui de mi vida. Prométeme que no me darán
nada que me quite la lucidez, por grande que sea el dolor físico, nada sin mi consentimiento.
- Te lo juro, mi amado.
- Incluso cuando yo desfallezca y lo pida pero aún falte para irme, no lo consientas, lucha
conmigo. Tengo derecho a acoger mi muerte, cuando venga, la quiero recibir consciente.
- Te lo prometo, mi amado, lo prometo.
Repasamos juntos nuestro planteamiento de no ir más allá de lo posible, si se sabe que no hay
manera de curar, de no agobiar al paciente, no retenerlo. La vida es algo inaprensible. Se
escapa de nuestro conocimiento. La vida se da y cuando acaba, se acaba aquí, en la tierra. No
sabemos el momento exacto pero sí lo podemos presentir porque Dios nos va llamando cuando
el paso se acerca. La vida es de Dios y es nuestra en herencia suya.
Yo noto que se acerca el momento crucial para el que hemos nacido.
Eucaristía y últimos diálogos
Ángel ha llegado. Lo ha dejado todo y ha venido a Murcia desde Buenafuente. Ha estado
contigo largo rato. Te ha dado el sacramento del perdón. Y sobre tu pecho, sobre tu cuerpo
yacente en la cama del hospital Morales Meseguer, ha celebrado la Eucaristía. Hemos estado
todos orando, cantando junto a ti.
Después de irse Ángel, me tomas la mano con tu mano válida, y dialogamos. Tu voz es firme
aunque débil. Es insospechada tu fortaleza, ahora renovada por el cuerpo de Cristo. Tú ya eres
cuerpo de Cristo.
- A lo mejor Dios permite que vayamos a Buenafuente. Me haría tanta ilusión orar ante el
Cristo de Buenafuente y cantar la Salve en la penumbra de Completas.
- Sí, es un momento en el que confiamos los secretos más escondidos, en presencia de María.
- Sí, es así, la Salve cisterciense. No sé si tendré fuerzas de llegar a Buenafuente.
- Narciso, no temas, Dios se ocupa de ti. Estemos donde estemos.
- Dios se preocupa de mí. Deseo que se ocupe de mí en el momento de mi muerte.
- La muerte es el momento de tu última confianza terrenal, antes de que se transforme en
vidente certeza.
- Marysia mía, gracias.
- ¿Cómo puedo yo atreverme a hablarte así a ti que ya estás en Dios, que ya eres parte del
cuerpo de Cristo?
- Háblame con tu fe, que yo la necesito.
- Realmente no soy yo quien habla, me sorprende oír las palabras que salen de mi boca. Quien
me está ayudando eres tú a mí, mi amado.
- Gracias, Marysia mía, gracias por estar conmigo.
6
Narciso no suelta mi mano. Después de un rato en silencio, Narciso vuelve a hablar:
- Tengo tanta suerte. Le he estado dando gracias a Dios. Los capellanes me traen la comunión
todos los días, pero hoy Ángel ha celebrado sobre mi cuerpo. Cada vez está más cerca el
momento del encuentro, ¿comprendes?
- Sí. comprendo perfectamente.
Callamos. Yo no puedo pronunciar nada más. Me trago el llanto en silencio. Pongo mis manos
sobre su pecho. El, con los ojos cerrados, parece descansar. Mientras estoy amándole a través
de un contacto físico, algo en él se serena como buscando un equilibrio precario que le permite
respirar mínimamente.
En cada instante yo me preparo para la despedida. Parece sencillo, nada me asusta. Sé que
puede ocurrir ya mismo. Narciso también lo sabe y de repente, cuando yo pienso que dormita,
veo que corren lágrimas por sus mejillas. Acerco mi cara a la suya y nuestras lágrimas se
mezclan.
- Sabes, Marysia, lo que más me cuesta es que pronto no te voy a volver a ver.
- ¡Y tú que sabes! Será con estos ojitos de aquí, que necesitan gafas. Los ojos nuevos verán
perfectamente. Si estás en el Padre, estarás conmigo y me ayudarás y seguro que me verás.
¿No nos ve Dios en todas partes? ¿Acaso no lee nuestros más recónditos sentimientos? Yo
estaré contigo, aunque no te vea. Y tú estarás, lo creo, mi amor, mi vida.
Las lágrimas siguen corriendo, y a través de ellas nos sonreímos. No lloramos de tristeza, es el
comienzo del desgarro del cuerpo, de ese cuerpo que quedará como un despojo sagrado y
yerto y que aún ahora es el que nos permite comunicarnos. ¡Cuánto te quiero, cuerpo de
Narciso, templo de nuestro amor tan limpio!
Le digo cosas a media voz, sé que él lo entiende.
- Tenemos mucha suerte de poder hablar como lo estamos haciendo, aunque lloremos.
- Es gracia de Dios. Pero hemos visto la muerte física y es duro, muy duro. Por eso lloro.
- Gracias por haber existido. Narciso, eres inmensamente bello, y tu cuerpo, tu pobre cuerpo
tan enfermo, está revestido de singular belleza. Es ya el cuerpo luminoso que está viniendo y
te cubre con su luz, mientras el otro, el que te ha servido sesenta y nueve años, va siendo hora
de dejarlo... ¡Te amo tanto! No tengas pena de dejar tu vasija de barro. Ahora te vestirán de luz
los ángeles. No tengas pena de irte por mí, por nuestros hijos. Tú has de seguir tu camino.
Nadie de nosotros te está reteniendo aquí.
- Gracias por repetírmelo, me da ánimo para marcharme.
- ¿Sabes?, volvería a casarme contigo.
- ¡y yo!
- Prometimos amarnos hasta que la muerte nos separe.
- ¿Por qué ha de separarnos la muerte? ¿Con qué oídos escucharás mis gritos de amor cuando
ya no exista este cuerpo tuyo?
- Yo también me pregunto cómo será posible nuestra comunicación más allá de esta vida.
- ¿Cuántos días, cuántas horas te permitirá Dios estar en la tierra todavía, con tanto
sufrimiento?
- Deseo vivir pero ya deseo irme.
- Tú no eres cuerpo solamente. Pero tu cuerpo es la expresión de ti mismo, aquí en esta
dimensión terrenal. ¡Y te amo tanto a través de tu cuerpo!
7
Muy dentro, en alguna parte, oigo sin palabras algo así: «No preguntes Marysia, ama cada
instante que es un regalo. Todo tiene en mí su sentido. Seguramente, Dios te pide que traces tu
propio camino, el de acceder a la Vida de una manera nueva, la tuya. »
Narciso se queda absorto ratos interminables, como si se asomara ya a la otra luz. El silencio
sigue nuestro diálogo.
- Mi cuerpo está muy gastado. Lo he cuidado poco. No nos enseña nadie a cuidarlo
adecuadamente. Yo lo aprendí tarde.
- ¿Qué es tarde en la eternidad de Dios, Narciso?
Está agotado, cierra los ojos. Sigo con mis manos sobre su pecho.
- Quédate así, Marysia.
- Sí, estoy contigo.
- ¡Me gusta cuando se queda Ignacio conmigo, como esta noche pasada! ¡Quisiera decirle
tantas cosas! Se las digo en silencio.
- Somos una familia que se quiere y mucho.
- Yo tenía tantos proyectos con Ignacio... Dios es misterioso... a la vez es tan cercano en la
Eucaristía... resucitado... mi cuerpo...
No acaba su idea. Se queda adormilado. Apenas puede hablar, es un soplo. Yo contemplo su
cuerpo habitado por el Espíritu, su cuerpo que ha sido vehículo de amor para tantos. Gracias a
su cuerpo y al mío nos hemos podido amar y tener a nuestros hijos. Si es el momento de
dejarlo aquí, que sea la ofrenda de una guerra santa ganada por amor y para más amor, aunque
haya dejado su cuerpo en el combate.
Amaneció de noche
La noche del 2 al 3 de mayo le estoy velando. En verdad no duerme, no descansa, no
encuentra cómo estar. Le coloco almohadas debajo del brazo, de los hombros, le sujeto la
cabeza con mis manos. Él agradece cada gesto mío con un movimiento de la cabeza, con un
susurro imperceptible que interrumpe el ritmo de la respiración que se ha vuelto un continuo
gemido.
Un sudor helado le invade y pido ayuda para cambiarle el pijama, lavarle con agua tibia. Si
nota que no son mis manos, mueve la cabeza. Esta noche es Tomás quien está de turno de
enfermería y me ayuda con mucha dulzura. Todo le duele tanto. A todas las enfermeras, a
Tomás, les ha dicho gracias.
Narciso reza bajito. Me pide que yo rece en voz alta. Su semblante es hermoso y sereno. En
plena noche, yo de rodillas al lado de su cama, mi cabeza apoyada a su lado derecho, me he
debido dormir un momento. Me despierta el ruido del rosario que se cae al suelo. Levanto la
cabeza y veo que Narciso tiene los ojos abiertos, me mira y sonríe, con su mano válida intenta
acariciarme la cabeza. No comprendo lo que pasa porque la habitación está muy clara. No hay
luces encendidas y se ve. Narciso levanta los ojos, me quiere señalar algo. Le siento feliz, en
este momento los gemidos se han parado. Intenta sacar voz y dialogamos.
- ¿Ves algo especial?
- Sí.
- ¿Ves a Juan?
- Todavía no, está todo lleno de luz, hay muchos vestidos de blanco.
- Debe de entrar la luna por la ventana porque no bajamos la persiana.
- No. Ha amanecido.
8
- Si es de noche.
- Es que ha amanecido ya.
- Pero si es de noche.
- Pues amaneció de noche.
- Estoy segura de que lo ves, aunque para mí es aún de noche.
Narciso me repite muy serio:
- Amaneció de noche.
Comprendo que Narciso está asistiendo a la noche santa de la resurrección. Ya la noche se
hizo clara como el día. Y le canto muy lentamente el canto de Taizé que él está viviendo como
realidad presente: La ténébre n'est point ténébre devant toi, la nuit comme lejour est lumiére.
(La tiniebla ya no es tiniebla ante ti. La noche, como el día, es luz.) Y Narciso me aprieta mi
mano con su mano izquierda y sin voz canta conmigo.
Es evidente que le están anunciando que es hora de irse a casa del Padre y él está preparado.
Es verdad que la habitación debía de estar iluminada por otra luz que la de aquí abajo.
Concluyo
A menudo la fe y la vida se viven separadamente, como en cajas estancas. Como si la fe no
fuera la vida, corno si la vida lo fuera sin Dios. Todos lo vivimos así desde que la educación,
la sociedad, la misma enseñanza de la religión nos coloca en departamentos distintos, en vez
de dejarnos re-ligados a nuestro origen.
Es así. Puede que nos cueste la vida entera volver a esa unión. Cuando se produce es ya
indestructible, pase lo que pase. Es un don gratuito la fe, pero la fe mía, no la de mis padres, la
que yo he dejado crecer en mí, por dejarme labrar por la voluntad del Padre, ésa nadie ya me la
podrá arrancar. Vamos incorporando la una a la otra paulatinamente, según la experiencia del
sufrimiento, de los años y de la acción del Espíritu Santo. Fe y vida se superponen como dos
imágenes hasta fundirse en una sola, en una realidad luminosa y alegre.
No escogemos las circunstancias de nuestro nacimiento, de nuestra vida, de nuestra muerte,
pero sí podernos escoger nuestra actitud para vivir la vida que se nos propone. Yo sí creo que
de alguna manera escogemos nuestro traje en la tierra, porque escogernos decir «Sí» y vivirlo
activamente: tejer un traje punto a punto. Si un punto se rompe, todo lo tejido se desbarata.
Por eso, ahora ya no es cuestión de vivir de vez en cuando mi fe, es que Cristo es la razón de
mi vida. Aunque me olvide de ello tantas veces, el Espíritu a través de las circunstancias de
cada día me vuelve a colocar en mi eje: deseo ser discípulo de Cristo y anunciar el Evangelio
con mi vida.
La última vez que hablamos con Roberto, nuestro querido hermano de Taizé, nos dijo a
Narciso y a mí: «Vivo en un sentimiento de felicidad: me siento vivo. Estoy viviendo la más
bella época de mi vida: contentarme con la nada.« Moría muy poco después.
Jamás he sentido a Narciso tan vivo, como apenas unas horas antes de morir. El espacio de las
metas, de nuestros proyectos divinos y humanos, se fue acortando, hasta diluirse. En cambio el
espacio interior se ensanchaba hacia la plenitud hasta ser Uno. Supongo que en ambos, la fe y
la vida ya se habían coordinado totalmente.
No hay fe y no fe, no hay vida material y espiritual, no hay amor sin el único Amor. Por eso
no puedo escribir prescindiendo de la fe en mi vida porque es mi vida, y para Í vivir es vivir en
Dios. Esto se ha ido fraguando a lo largo de los años, pero ahora forma parte no sólo de mi
piel, que todavía podría ser externo, sino del núcleo de mi ser.
9
Esto se lo debo, en gran parte, a todo lo que he recibido de Narciso, a la experiencia de Dios
que nos ha marcado para siempre en el camino de nuestra vida, atravesando los años de
despojo, culminando en la muerte. Primero la de nuestro hijo Juan de la Cruz y después la
suya.
Nos adentramos en el océano de la fe, mar adentro, cada vez más adentro. Lo que nos hizo
salir a la superficie en los más altos riesgos de perecer ahogados fue sin duda alguna el amor.
Es así y mentiría si no diera testimonio de ello. Por eso no puedo disociar lo que escribo de
como soy. Y yo no soy yo sin Dios.
Puedo afirmar ahora mismo que soy feliz, profundamente feliz. Me siento inmensamente
amada. Me siento hija del Padre, viva en el Hijo y ungida por el Espíritu, en el Bautismo, en la
Confirmación. Ahora, consagrada por la misma muerte de Narciso, no me queda más remedio
que anunciar la Buena Noticia a todos a los que me encuentre: la muerte fue vencida por Jesús
de Nazaret, el Cristo, mi Señor.
Todo esto me produce un gozo callado pero dinámico que avanza hacia todos. Mi deseo es que
la humanidad entera viva sintiéndose cobijada por la ternura de su Creador.
Doy gracias a la Trinidad Santa, único Dios, a los ángeles, a todos los seres queridos que
interceden por nosotros, doy gracias a Santa María, mi patrona y Madre de todos los hombres.
¡Creo en la Vida eterna, creo en que Cristo ha resucitado! Esto no lo podemos disociar de
nuestra muerte. A todos nos llegará el día.
Amén, amén, amén.
Epilogo. El tiempo de Dios.
¡Ha pasado tanto tiempo desde que te has ido! Ocho años. Para Dios es un ayer que pasó.
Debo de estar en el tiempo de Dios, porque para mí también es ahora mismo.
Mi esposo amado, estaba en deuda contigo, ya te puedo hacer entrega de mi trabajo. Prometí
dar a conocer al mundo, cuando tú ya no estuvieras aquí, todo el proceso de nuestro
crecimiento mutuo hasta tu paso de la vida. Al fin es ya una realidad escrita. Doy gracias por
la ayuda recibida.
¿Cómo puedo sentirme tan feliz sin ti? Yo misma me extraño. ¡Debe de ser por la comunión
de los santos! Narciso, sigo viviendo para ti con mi amor intacto. Voy aprendiendo a vivir
contigo de otra manera. Es todo un aprendizaje inacabado.
Y sin embargo, a veces tengo ganas de llorar a borbotones. No lloro de tristeza: es un llanto
que mana desde el núcleo de mi ser y brota como una alabanza, como un estallido de amor.
Lloro de emoción Por tanta ayuda y belleza recibidas. Me sobrecoge ser amada por Dios y
sentir que ese amor se manifiesta a través de todos y de todo. A Dios nadie le ha visto nunca,
en cambio si veo y siento el amor de tantos seres es porque Él me ama. Eso es para mí la
expresión del amor de Dios.
Yo misma me sorprendo de que al vivir para ti me encuentro cada día viviendo más para los
demás desde el corazón de Dios.
Lector amigo: te he ofrecido estás páginas del alma. No eran literatura ni pretendían serlo. Si
no te interesaban porque se repetía mucho la palabra Dios, perdóname. Y gracias por haber
seguido leyendo. Te entrego humildemente la intimidad de una vivencia de años de
enfermedad y toda una vida de amor, así, sin más orden que el de haberlo vivido.
Te lo regalo en nombre de Narciso que me pidió que lo hiciera. Ojalá, a pesar de mi torpeza,
puedas sentir la hondura de su amor y de su confianza.
Marysia Szumlakovska de Yepes, Amaneció de noche. Despedida de Narciso Yepes, Edibesa, Madrid 2006
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