Casa de Empedrado-Daniel Taboada

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La casa de la Condesa de la Reunión de Cuba y El Siglo de las Luces
Daniel Taboada Espiniella
La documentación histórica, las investigaciones realizadas en el Archivo Nacional de
Cuba, el Registro de la Propiedad, la papelería y biblioteca de la Sociedad Económica
de Amigos del País en Carlos III o Salvador Allende, la Sala Cubana de la Biblioteca
Nacional, datan esta construcción en que nos encontramos hacia 1809, cuando ya el
neoclásico se aproximaba a la próspera Villa de San Cristóbal de La Habana.
Prosperidad, en gran medida debida a su nueva ubicación- tercera en el tiempo- junto
al Puerto de Carenas en la actual bahía de La Habana, en 1519, cinco años después de
su fundación en la costa sur de la misma región habanera, en algún lugar cercano al
actual Surgidero de Batabanó en 1514 y después trasladada a La Chorrera cercana a la
desembocadura del río Almendares. Así que, si todas las circunstancias nos lo
permiten, en el 2014 estaremos celebrando los 500 años de fundada de nuestra
segunda capital y, de paso, recordamos que la primera fue Santiago de Cuba, la más
caribeña de nuestra ciudades, fundada poco después en el mismo año.
Para ustedes pueden ser innecesarias – lo creo firmemente –, las anteriores
precisiones, pero para mi espíritu es imprescindible ir entrando poco a poco en el tema
central y medular de este intercambio, este hecho constructivo que la mente
prodigiosa de Alejo Carpentier, me atrevo yo a decir, convirtió en el personaje mudo,
aunque no tanto de su conocida obra El Siglo de las Luces. Y digo no tanto recordando
la frase de Paul Claudel: hay edificaciones que cantan, otras son mudas. Para mí esta
casona canta con voz propia en el cercano concierto barroco de la Plaza de la Catedral.
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Soy un humilde consumidor de literatura; pero es lógico: no tengo disciplina, ni
capacidad ni tiempo para lo que se considera un lector medio. Soy un arquitecto,
fanático del hecho cultural en cualquiera de sus manifestaciones. Es lógico que mis
menguadas capacidades, ya citadas, me limiten las áreas de atención. La arquitectura,
el proyecto, el patrimonio construido, la investigación de aficionado, la pintura y las
artes plásticas en general, la música en su totalidad histórica y todo lo cubano en
particular, son mis aficiones preferidas.
Entre la extensa, comentada y conocida obra de Carpentier siempre aparece la
arquitectura, quizás por influencia paterna o por vocación truncada. La Ciudad de las
Columnas en el ensayo “Tientos y diferencias”, El Acoso (actual sede de la ORCALC en
Calzada y D) y El Siglo de las Luces, sean quizás los textos más explícitos. Pero no
puedo olvidar, las primeras líneas de Los Pasos Perdidos:
“Hacía cuatro años y siete meses que no había vuelto a ver la casa de las
columnas blancas, con su frontón de ceñudas molduras que daba una seve
ridad de palacio de justicia…”
¡Qué texto más arquitectónico, más preciso y contundente!
Cuando Marta Arjona y Lilia Carpentier decidieron hacer una nueva edición de La
Ciudad de las Columnas - cuya primera edición ilustró el célebre Paolo Gasparini - ,fue
escogido con mi recomendación el fotógrafo Ramón Grandal, que fue por mucho
tiempo mi preferido para fotografía de arquitectura, aunque al principio parecía no
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interiorizar mucho esa especialidad. Creo que nuestra amistad ayudó a descubrir su
talento en este género, aunque la impresión de la segunda edición no le hizo justicia.
La casa de la Condesa de la Reunión se declaró inhabitable y se propuso su demolición,
cuando era ocupada como almacén de piezas de repuestos, que servía a los talleres de
mecánica del entonces Consejo Nacional de Cultura (CNC), situados frente a ella en un
espacioso terreno baldío aún hoy en día, a pesar del ambicioso proyecto del arquitecto
Antonio Quintana para el futuro Centro Wifredo Lam. Fui colaborador de aquel
proyecto y únicamente se pudo ejecutar la parte a mí encomendada, la restauración
de la casona de los Peñalver, con entrada por San Ignacio y haciendo esquina a
Empedrado, que recuperó su tipología de entresuelo.
Aquella época difícil, de la década de los 60, del siglo pasado, dilató la ejecución de la
demolición y pudimos obtener - con el apoyo del entonces CNC y de la refundada
Comisión Nacional de Monumentos donde yo había empezado a trabajar en 1964 que se nos permitiera apuntalar la supuesta precaria estructura. Entonces apareció un
urgente plan de reanimación de la calle Empedrado desde San Ignacio hasta Cuba, por
razón de estar en ese tramo la famosa “Bodeguita del Medio”. Se nos asignó una
pequeña suma para pintar la fachada solamente. Aquella pequeña suma se gastó en
investigar los vanos de fachada descubriendo sus cantos moldurados. Se hizo un
diagnóstico del balcón y no estaba tan mal estructuralmente como se anunciaba. Casi
lo más importante fue la limpieza de los locales y la apertura del portón clausurado.
Era increíble, pero era enorme el interés del público de todas las edades para ver
aquellos interiores. Nosotros mismos, quedamos atrapados por la belleza de sus
trazados barrocos y la escala moderada de todos sus elementos y espacios.
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Más adelante, fuimos descubriendo nuevos valores adquiridos en el tiempo. Por
ejemplo entrando a mano izquierda faltaba un muro del zaguán desde muy antiguo y
lo que podía haber sido una accesoria o comercio pequeño, con entrada directa
independiente desde la calle, con la eliminación del citado muro se convirtió en
cochera anexa al zaguán. Esta solución parece fue del agrado de los propietarios,
porque la otra casona posterior en el tiempo (siglo XIX) que levantaron en la calle
Aguiar entre Muralla y Sol, tiene la misma inusual solución.
Es conveniente recordar que la parcela actual es trapezoidal y de no muy grandes
dimensiones, de ahí la estrechez del patio central sin galerías y que el balcón colgadizo
con tejadillo que lo bordea es uno de los mayores atractivos de esta casa. El terreno
original era mayor y tenía salida aparentemente al callejón del Chorro. La parcela fue
desglosada en dos partes y la que daba al callejón, que contenía las caballerizas, pasó a
otro propietario. Lo que sí quedó claramente expresado en esta parcela con entrada
por Empedrado, es el camino que tomaban las bestias una vez que dejaban el coche en
el frente, al lado del zaguán. Esto explica la existencia de cuatro guardacantones, dos
antiguos de fundición y dos más recientes. Los más antiguos dejan bien claro la
pertenencia de la casona “Condesa de la Reunión”.
En aquella época era típica la solución de fabricar accesorias independientes con
acceso desde la calle, rentables para diferentes oficios. El caso presente que nos ocupa
es una solución extrema, porque a pesar de lo moderado del ancho del terreno en su
frente de fachada, encontramos al centro unas de las más bellas portadas de la época
barroca del siglo XVIII, cuando florece el estilo barroco colonial cubano. Esa portada
aparecía flanqueada por sendas accesorias. De hecho, la que no estuvo ocupada por el
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coche y su cochero en el entresuelo, fue durante todo el proceso de apuntalamiento y
ejecución de obras un puesto de viandas y frutas, cuyo propietario era un chino de
considerable edad. Nunca supimos su nombre, porque era muy reservado y temíamos
alterar su vida con nuestra obra. Recuerdo que una vez enfermó y nuestra Dirección
atendió su ingreso y regreso del hospital. A su vuelta se volvió más comunicativo y
permitió su traslado del local comercial hacia otro ya rehabilitado y hasta permitió la
construcción nueva de una comunicación que hacía posible en el futuro acceder a
aquella parte de la parcela que hasta entonces no se comunicaba con el resto de la
casa. Cuando debido a su edad, su salud se agotaba aceleradamente, fue trasladado
con su consentimiento a un asilo de ancianos donde murió poco después.
Cuando descubrimos que el piso de cemento que cubría toda la planta baja ocultaba el
piso original de losa de piedra, fue una grata sorpresa. Tanto como la enorme cantidad
de cenefas pintadas en los locales y en el corredor del patio. Únicamente en la
escalera fueron recubiertas por finos azulejos de diseños variados, resaltando unos de
dibujos en azul cobalto sobre blanco, que constituyen una verdadera joya de la
conservación de la casa, al igual que la cancela que controla el acceso a la planta alta o
noble, como también se le llama, por vivir en este nivel alto la familia. El entresuelo
generalmente era ocupado por oficinas del propietario o habitaciones de la
servidumbre, pues en este exponente tardío del estilo barroco no se había pensado en
la buhardilla, que en otro ejemplo de la época, la Casa de la Obra Pía, sirve de
habitación a la servidumbre. Este último nivel también se conoce con el nombre de
ático y es muy frecuente en el siglo XIX, aunque ejemplos como la citada Obra Pía, del
siglo XVIII, ya lo tienen de origen o lo añaden prontamente, como el ático de la Casa de
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los Pedroso en Cuba no. 64, o la de los propios Condes de la Reunión en Aguiar no.
609.
Debido al mal estado de conservación no fue posible conservar los restos de las rejas
de hierro expansionadas de los vanos del entresuelo en fachada y en el análisis
realizado durante el proceso del proyecto, se determinó sustituirlos, por barandas de
madera de las que se encontraron todas las huellas de su empotramiento en el muro.
Así, la fachada adquirió la unidad de diseño primitiva, alterada por las rejas de hierro.
Distinto, es el caso de las rejas del siglo XIX en la planta alta, modernizada al ser
ocupada por la Condesa, al igual que su carpintería panelada. Así quedaron plasmadas
dos épocas de la misma edificación.
El mayor atractivo de la fachada es su portada, pero también el balcón con tejadillo,
que responde a un elemento mudéjar arrastrado del siglo XVII, arcaizante para la
época. Este exponente es un magnífico ejemplar de la tipología de entresuelo y del uso
de la famosa jamba habanera, tallada en el grueso del muro, sin sobresalir,
aprovechando el contraste natural de luz y sombra propio de nuestra ciudad.
La casa de la Condesa y El Siglo de las Luces, quedaban enlazados para siempre por el
testimonio de la propia Lilia Esteban, esposa de Carpentier y conocedora de todas las
variables literarias que se permitió el autor, no solo para utilizar una sino dos casas en
la misma trama del texto señalado. De acuerdo con las afirmaciones de Lilia, Alejo tan
pronto desarrollaba la acción en Empedrado no. 213-215 como en el conocido
palacete de los Marqueses de Almendares, en la esquina de Compostela y Luz, frente
al extenso convento de los Betlemitas con su singular arco atravesando la calle Acosta,
en la emblemática plazoleta de Belén.
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El centro o eje de la novela es real: Víctor Hugues, jacobino llegado a la isla caribeña de
Guadalupe, trajo con su hipotético equipaje las ideas de la Revolución Francesa a un
nuevo espacio colonizado por la vieja Europa, un nuevo mediterráneo caribeño de “mil
islas”. Esteban romántico y asmático, su prima Sofía impulsiva y de acción, el
adolescente y luego narrador Carlos, finalmente el paciente y flemático Jorge son los
principales personajes, pero Carpentier desliza la ciudad y esta casa sutilmente entre
líneas:
 “una ciudad sedienta de brisas y terrales”
 “los abanicos de penca, de seda china, de papel pintado”
 “… y también del salitre que verdecía las aldabas, mordía el hierro, hacía sudar
la plata, sacaba hongos de los grabados antiguos, empañando perennemente el
cristal de dibujos y aguafuertes,…”
 “… en el Gran Salón, ojerosa, desfigurada - envuelta en ropas de luto que, por
ser talla mayor que la suya, la tenían como presa entre tapas de cartón –
,esperaba Sofía, rodeada de monjas clarisas …”
 “…Carlos y Sofía fueron hasta el cuarto contiguo a la caballerizas, acaso el más
húmedo y oscuro de la casa, el único donde Esteban lograba dormir, a veces,
una noche entera sin padecer sus crisis…”
 “Fue el maldito incienso” dijo Sofía, olfateando las ropas negras que Esteban
había dejado en una silla”.
 “¿Qué hay arriba? Pregunto Víctor yendo hacia la escalera…”, “…asomado a la
galería bajo tejado, entre cuyas columnas corría un barandal de madera”...
 “… el Gran Salón transformado en teatro…”
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 “… Y caían prelados, caían capitanes…, en medio de risas que, lanzadas a lo alto
por la angostura del patio …”
 “… atrás la mansión de siempre, adherida al cuerpo como una valva…”
Bien conocidas son las crónicas sociales de Julián del Casal a finales del siglo XIX, donde
aparecen el IV Conde de la Reunión de Cuba y su hermano José María, Marqués
consorte de Prado Ameno, ambos casados con descendientes de los Cárdenas y
Castellón. De acuerdo con Manuel Moreno Fraginals, el clan más importante de la
historia azucarera en Cuba fue la familia De la Cuesta Manzanal – Gonzalez Larrinaga –
Pérez de Urría, cuyo fundador Santiago de la Cuesta fue sevillano de origen y su
fortuna se debió también a la trata de esclavos. Su descendencia, dueños de esta casa
y que disfrutaron del título nobiliario casaron como ya se dijo con bellas hijas de la
familia de los Marqueses de Prado Ameno, título habanero cuyo propietario actual es
Javier de Cárdenas y Chávarri, Presidente de la Fundación Diego de Sagredo, que
auspicia la Cátedra Gonzalo de Cárdenas de Arquitectura Vernácula. El Dr. Arq. De
Cárdenas Chávarri ha pasado esta última semana junto a nosotros en la celebración de
las IX Jornadas Técnicas de Arquitectura Vernácula en La Habana.
Fue como una gran parábola, lo real y casi cotidiano el genio de Carpentier lo
transforma en literatura, para después al final volver a la realidad. Cosa que he
intentado.
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