229- FRANCISCO Sin la oracion la fe tambalea P.Francisco

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Papa Fransisco
La Oración
Sin la oración, la fe se tambalea
El Papa explica cómo la oración nos ayuda a conservar la fe
y la confianza en Dios.
Por: Renato Martinez | Fuente: http://www.aica.org/
Ciudad del Vaticano (AICA): “¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos
ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no
comprendemos su voluntad”, expresó el papa Francisco, en la audiencia
general del pasado miércoles, 25 de mayo 2016, continuando su ciclo de
catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura. El Papa recordó que
“es necesario orar siempre sin desanimarse”; por lo tanto, no se trata de orar
algunas veces, solo cuando tengo ganas¨. ¨No, subrayó Francisco, Jesús nos
enseña que se necesita orar siempre sin desanimarse¨.
“¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios
y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad”, expresó el
papa
Francisco
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La parábola evangélica que apenas hemos escuchado (Cfr. Lc 18, 1-8)
contiene una enseñanza importante: «que es necesario orar siempre sin
desanimarse» (v. 1). Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando
tengo ganas. No, Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse».
Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.
El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la
Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica exhortaba que los jueces sean
personas timoratas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex
18,21). Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez
«no temía a Dios ni le importaban los hombres» (V. 2). Era un juez perverso,
sin escrúpulos, que no tenía en cuenta a la Ley pero hacía lo que quería, según
sus intereses. A él se dirige una viuda para obtener justicia. Las viudas, junto
a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la
sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad
porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer:
una pobre viuda, ahí, sola, nadie la defiende, podían ignorarla, incluso no
hacerle justicia; así también el huérfano, así el extranjero, el migrante. ¡Lo
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mismo! En aquel tiempo era muy fuerte esto. Ante la indiferencia del juez, la
viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente en fastidiarlo
presentándole su pedido de justicia. Y justamente con esta perseverancia
alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en cierto momento la compensa, no
porque es movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone;
simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para
que no venga continuamente a fastidiarme» (v. 5).
De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado
convencer al juez deshonesto con sus pedidos insistentes, cuanto más Dios,
que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día
y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará
«rápidamente» (vv. 7-8).
Por esto, Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de
cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz.
Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez injusto, que Dios escucha
rápidamente a sus hijos, aunque esto no significa que lo haga en los tiempos y
en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una varita mágica!
¡No es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar
en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo –
¡que oraba tanto! – nos da el ejemplo. La Carta a los Hebreos recuerda que –
así dice – «Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes
gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por
su humilde sumisión» (5,7). A primera vista esta afirmación parece
inverosímil, porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los
Hebreos no se equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte
dándole sobre ella la completa victoria, pero ¡el camino recorrido para
obtenerla ha pasado a través de la misma muerte! La referencia a la súplica
que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní.
Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz
amargo de la pasión, pero su oración está empapada de la confianza en el
Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: «Pero – dice Jesús – no se
haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39). El objeto de la oración pasa a un
segundo plano; lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es
esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad
de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión
con Dios, que es Amor misericordioso.
La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del
hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (v. 8). Y con esta pregunta estamos
todos advertidos: no debemos desistir de la oración aunque no sea
correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos
al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de
la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la
oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al
encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!. (Traducción del
italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)+
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