La politica sudamericana de Brasil.pdf

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Los desafíos
de la política
sudamericana
de Brasil
Mónica Hirst
En los 90, el énfasis de la política
exterior de Brasil estuvo puesto
en los aspectos económicos
de la integración, en particular
el Mercosur. Esto respondió
a una estrategia de inserción
sudamericana que, en buena
medida, funcionó como reacción
frente al ALCA, y que se ha
reforzado durante el gobierno de
Lula. En los últimos años, Brasil
se ha mostrado dispuesto a
asumir nuevas responsabilidades
en situaciones de riesgo
institucional en la región, como
ocurrió en Venezuela, Bolivia
y Ecuador, al tiempo que ha
profundizado la interacción
económica con sus vecinos a
través de inversiones de bancos
y empresas públicas.
E
n los años 80, con la democratización, Brasil comenzó a otorgarles un lugar destacado a las relaciones intrarregionales. En la década del 90, el
principal énfasis de la política exterior brasileña en relación con sus vecinos
fue la promoción de la integración económica, primero a través de la profundización del vínculo con Argentina y después con la construcción del Mercosur.
Al mismo tiempo, y en gran parte como reacción a la conformación del Tratado
Mónica Hirst: licenciada en Historia por la Universidad Católica de Río de Janeiro; máster en
Ciencia Política del Instituto Universitario de Río de Janeiro. Profesora de Política Internacional
en la Universidad Torcuato Di Tella; profesora visitante en la Universidad de Stanford (1992), San
Pablo (1998) y Harvard (2000). Especialista en temas de política exterior brasileña, integración y
seguridad regional.
Palabras clave: política internacional, política sudamericana, Argentina, Brasil, Mercosur.
Nota: este artículo está basado en el documento «La política sudamericana de Brasil: entre el peso de las asimetrías y la incidencia de nuevas coyunturas», elaborado para el proyecto Análisis de
coyuntura política y escenarios prospectivos para fortalecer la gobernabilidad democrática (Pacpep) del
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El documento mencionado contó
con la asistencia de Eduardo Szklarz y María Emilia Barsanti.
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de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan), comenzó a tomar fuerza en
Itamaraty la idea de que América del Sur debía sustituir la referencia más amplia a América Latina, lo que, simultáneamente, implicó reforzar la identidad
«sudamericana» de Brasil en el plano internacional. En el ínterin, las relaciones con los países andinos se ampliaron, ya sea como consecuencia de los vínculos entre el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones, como efecto de la
reactivación del Pacto Amazónico o de la dinamización de las agendas
fronterizas. Vale la pena destacar que en esta época, aunque de manera efímera, surgió la idea de constituir un Área de Libre Comercio Sudamericana
como opción frente al proyecto de regionalización hemisférica impulsado por
Estados Unidos1.
Entre 1994 y 2002, durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, la política sudamericana de Brasil se reflejó en dos tipos de iniciativas: la primera
fue la propuesta de elaborar una agenda regional luego de la primera reunión
de jefes de Estado de Sudamérica, realizada en agosto y septiembre de 20002;
la segunda consistió en consolidar el papel de Brasil como país mediador en
situaciones de crisis inter- e intraestatales en la región3.
En 2002, con la llegada al gobierno de Lula, Brasil dio pasos más audaces que
abrieron un nuevo horizonte en América del Sur. En ese sentido, hay que
mencionar que el mayor interés depositado en esta región por parte del nuevo gobierno coincidió con otros nuevos énfasis de la política internacional,
entre los cuales se destacan los entendimientos con otras potencias intermedias, como Sudáfrica y la India, y con potencias mundiales, como China y Rusia. La idea de cambio en la política exterior también trajo como consecuencia
el inicio de una etapa afirmativa de diálogo con EEUU. Así, Brasil se mostró dispuesto a ampliar sus responsabilidades internacionales, estimuló
nuevas coaliciones con potencias regionales, asumió un fuerte protagonismo en
las negociaciones comerciales globales –comandó la creación del Grupo de
1. El Área de Libre Comercio Sudamericana fue una iniciativa del gobierno de Itamar Franco
(1992-1994) con el objetivo de unir, en un plazo de 10 años, al Mercosur, la Comunidad Andina de
Naciones y Chile. Esta iniciativa fue lanzada de manera unilateral por Brasil y no generó mucho
entusiasmo entre sus vecinos.
2. En agosto de 2002, se reunieron en Brasil todos los jefes de Estado sudamericanos. La agenda
del encuentro incluyó los siguientes temas: a) defensa de la democracia, b) comercio regional, c)
infraestructura regional, d) información en ciencia y tecnología y e) lucha contra el narcotráfico.
3. La actuación de Brasil fue crucial para apaciguar el conflicto entre Ecuador y Perú en 1995, y
también fue importante en los momentos de mayor turbulencia política en Paraguay. En este caso, Brasil buscó actuar de forma coordinada con Argentina con el objetivo de evitar un retroceso
autoritario en ese país. Así, se volvió frecuente la apelación a la cláusula democrática del Mercosur como instrumento de presión para contener a las fuerzas antidemocráticas paraguayas.
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los 20 (G-20)–, reafirmó sus ambiciones para obtener altos cargos en la burocracia internacional y otorgó una máxima prioridad a su candidatura para un
lugar permanente en una eventual ampliación del Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas.
Los nuevos tiempos
Los cambios de la política regional de Brasil se apoyaron en un proceso interburocrático de decisión y acción que va más allá del campo de la diplomacia tradicional. Para ello fueron instaurados una agenda y un curso de acción paralelos al
Ministerio de Relaciones Exteriores, con la participación directa de la Presidencia.
El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva,
El gobierno de Luiz
además de mostrarse dispuesto a asumir
Inácio Lula da Silva,
nuevas responsabilidades en situaciones
además de mostrarse
de riesgo institucional –como ocurrió en
dispuesto a asumir
Venezuela en diciembre de 2002 y agosto
nuevas responsabilidades
de 2004, en Bolivia en octubre de 2003, y
en situaciones de riesgo
en Ecuador en abril y mayo de 2005–,
institucional, profundizó
profundizó los lazos interpartidarios con
los lazos interpartidarios
gobiernos estables de orientación cencon gobiernos
troizquierdista, entre los que se destacan
estables de orientación
los de Chile y Uruguay4. En 2003, Brasil
centroizquierdista
asumió el liderazgo en la conducción del
«Grupo de Amigos de Venezuela», conformado también por la Secretaría
General de la Organización de Estados Americanos (OEA), México, Chile,
Colombia, España y Portugal. El principal objetivo fue facilitar el diálogo entre el gobierno de Hugo Chávez y los grupos de oposición en la búsqueda de
una solución política que no violase los principios democráticos. Aunque los
resultados fueron más bien modestos, esta iniciativa contribuyó a impedir el
deterioro de la situación política venezolana, que en aquel momento podría
haber culminado en una guerra civil. Del mismo modo, Brasil envió una señal a Colombia cuando manifestó su interés en contribuir, junto con las Naciones Unidas, a generar un diálogo entre las partes involucradas en el conflicto guerrillero. Y fue en ese contexto que el futuro de la democracia en
Bolivia se convirtió en materia de política exterior para Brasil: en 2003, los
4. En el caso de Bolivia, Brasil y Argentina enviaron en una misión conjunta a Marco Aurélio Garcia, asesor de Lula en asuntos internacionales, y a Eduardo Sguiglia, subsecretario de Asuntos Latinoamericanos de la Cancillería argentina, para «mediar» en el conflicto interno de ese país. Los
enviados especiales mantuvieron un diálogo fluido con miembros del gobierno y de la oposición.
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esfuerzos de mediación, coordinados con Argentina y Venezuela, buscaron
contener los riesgos de una eclosión social que condujera a la guerra civil, la
ruptura institucional y la fragmentación territorial. Además de cuidar sus intereses, la actuación de Brasil pretendió trasmitir alguna tranquilidad al gobierno de EEUU, que comenzó a observar con preocupación la realidad de
aquel país y, en especial, las articulaciones entre los movimientos indígenas
bolivianos y el gobierno de Chávez.
El interés brasileño por ampliar y profundizar su proyección en América del Sur
estuvo acompañado por la expectativa de preservar la capacidad de iniciativa y
por la aspiración a que el resto de los países de la región reaccionaran positivamente a su actuación en las situaciones de crisis local. Por eso, además de promover la Comunidad Sudamericana de Naciones, el gobierno de Lula buscó fortalecer los lazos económicos, privados y públicos, con los países vecinos. Esto, desde
luego, otorgó un nuevo protagonismo a segmentos empresariales y a la dirigencia de las empresas del Estado. Entre 2003 y 2005, esta política obedeció a tres premisas: la mayor presencia en la región debía privilegiar el fortalecimiento de los
vínculos con Argentina; el gobierno de Lula tendría un impacto positivo para la
estabilidad democrática sudamericana; y, finalmente, un mayor protagonismo
sudamericano fortalecería las aspiraciones globales de Brasil.
Esta política, a su vez, estuvo movilizada por tres líneas de acción combinadas a partir de 2003: insistir en la vía democrática para la resolución de
las crisis institucionales; estimular una lectura crítica y alternativa a las políticas neoliberales implementadas en los años anteriores; y evitar una visión «securitizada» de la política sudamericana, como la que pretende
EEUU luego del 11 de septiembre de 2001. En este contexto, además de las
relaciones políticas cotidianas con los gobiernos sudamericanos, se intensificaron los contactos y programas de cooperación del Estado brasileño con
sus vecinos en otros campos de políticas públicas, en especial los de intercambio científico y tecnológico, en capacidad diplomática y militar, y en
educación, cultura y salud.
Pero la política sudamericana tuvo que enfrentar diversos percances para
cumplir sus aspiraciones. En primer lugar, en sus primeros dos años de mandato el gobierno de Lula encontró más trabas que facilidades en sus esfuerzos
de aproximación a Argentina. Por otro lado, tanto las turbulencias internas
como las crisis de gobernabilidad que atravesaron los países andinos subrayaron una fragilidad institucional que solo podría ser superada en el mediano y largo plazo. Y finalmente, también contra las expectativas iniciales, el
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apoyo de los países vecinos se reveló insuficiente cuando el gobierno brasileño
disputó cargos multilaterales de trascendencia5.
Las señales emitidas por EEUU respecto de la política sudamericana de Brasil fueron contradictorias. Si bien es cierto que la Casa Blanca mira con buenos ojos los esfuerzos de este país para jugar un rol estabilizador en la región,
también es clara la resistencia a que se
Si bien es cierto que la
mueva con plena libertad en algunos
Casa Blanca mira con
campos sensibles de cooperación, espe6
buenos ojos los esfuerzos
cialmente en relación con Venezuela .
de Brasil para jugar un rol
Brasil, por su parte, ha realizado un
estabilizador en la región,
cambio en sus relaciones con EEUU y su
política regional, que incluye una nueva
también es clara la
escala de prioridades para su política
resistencia a que se mueva
exterior. Si en el pasado las relaciones
con plena libertad en
con Washington constituían un factor
algunos campos sensibles
que determinaba preferencias y posiciode cooperación,
nes, actualmente la dinámica se ha inespecialmente en relación
vertido: son las orientaciones y posturas
con Venezuela
mantenidas vis à vis los gobiernos de la
región las que influyen en el diálogo con EEUU. Un claro ejemplo de ello se
reveló en las crecientes dificultades que enfrenta el ALCA y la decisión de
Brasil de mantener la cohesión del Mercosur7.
Las primeras dificultades del gobierno de Lula no frenaron el interés político
y económico por la región. En términos políticos, la apuesta al vínculo con
5. Brasil propuso a Luis Felipe de Seixas Corrêa como candidato para ocupar el puesto de director
general de la Organización Mundial de Comercio en enero de 2005. Sin embargo, el postulante
brasileño tuvo que retirarse por falta de consenso, y fue elegido el referente de la Unión Europea,
Pascal Lamy. En julio de 2005, el candidato de Brasil a la presidencia del Banco Interamericano de
Desarrollo, João Sayad, no obtuvo el apoyo esperado, lo que permitió la elección del colombiano
Luis Alberto Romero. En ambos casos, Brasil no obtuvo el apoyo esperado de los países sudamericanos. Por último, desde los 90 Brasil busca activamente un asiento permanente en el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas. Si bien esta posibilidad depende de una reforma del consejo
que permita la inclusión de nuevos miembros, en el caso de Brasil la falta de respaldo por parte
de Argentina y México le quita el sustento regional necesario.
6. Por este motivo el gobierno estadounidense neutralizó, en 2005, la venta de aviones brasileños
Tucanos al gobierno de Hugo Chávez.
7. A lo largo de 2003, se hizo evidente que los (des)acuerdos con EEUU en el proceso de negociación del ALCA se convertirían en la cuestión más sensible de la agenda bilateral en el primer año
del gobierno de Lula. A pesar del malestar –especialmente debido a la aprobación de la Ley Agrícola (Farm Bill) estadounidense, que prevé generosos subsidios internos y términos de impuestos
por la autorización del Congreso (Ley de Promoción Comercial, TPA)– el gobierno de Lula se vio
obligado a implementar una línea de acción afirmativa en las negociaciones consideradas altamente desfavorables para el país. Ver Mónica Hirst: The United States and Brazil. A Long Road of Unmet
Expectations, Routledge, Nueva York, 2005.
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Argentina pasó a concentrarse en el fortalecimiento de la democracia en Sudamérica. Con el Consenso de Buenos Aires, firmado en noviembre de
2003, se cerró un compromiso de cuidar la estabilidad regional como una
preocupación común de Brasil y Argentina. En la Casa Rosada y en el Palacio del Planalto cobró importancia la visión de que el eje interdemocrático entre ambos países constituye un ancla de estabilidad para Sudamérica.
Una consecuencia interesante de esta misión compartida es el comportamiento cauteloso adoptado en los momentos de crisis en uno y otro país,
tal como se observó durante la caída del gobierno de Fernando de la Rúa y
durante el proceso de debilitamiento de las bases internas del gobierno de
Lula en 2005.
En el frente económico, Brasil exploró nuevos campos de interacción con sus
vecinos y se ampliaron notablemente las inversiones privadas y públicas en
infraestructura y energía. Con este propósito, el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social (Bndes) anunció un crédito de 2.600 millones de
dólares para empresas que trabajen en proyectos de infraestructura y obras
públicas en toda Sudamérica8. Otro ejemplo de esta interacción económica es
la prioridad otorgada por Petrobrás a América del Sur para diferentes tipos
de actividades –exploración, producción, refinería, petroquímica y distribución– a través de múltiples estrategias: alianzas con empresas locales (como
es el caso de Venezuela y Pdvsa); negociaciones con los países vecinos (tal
como sucede con Bolivia); inversiones directas (como en Argentina); adquisición de empresas locales (como en Uruguay) o sustitución de distribuidoras
transnacionales (como en Colombia). Es importante subrayar que la mayor
presencia de emprendimientos económicos brasileños en países vecinos no es
un proceso que se viene dando de forma unilateral: se trata, en realidad, de
un tejido más amplio de interacción en el cual Venezuela se ha convertido en
un protagonista relevante, como lo ilustra la nueva alianza en el campo del
petróleo en las áreas del nordeste y centro-sur de Brasil9.
8. Como parte de este proyecto, en 2003 se abrió una línea de financiamiento a Venezuela de alrededor de 1.000 millones de dólares, y actualmente la empresa de ingeniería Odebrecht está construyendo una represa de irrigación en aquel país, además del segundo puente sobre el río Orinoco. Por otro lado, Odebrecht está construyendo una represa hidroeléctrica en San Francisco
(Ecuador), financiada por el Bndes, que también otorgó 200 millones de dólares para que Brasil
construya un gasoducto en Argentina. La misma empresa inició, en 2005, un proyecto de ampliación de los gasoductos San Martín y Neuba II, en Argentina, con una inversión de 300 millones de
dólares. Además, el Mercosur acordó la creación de un Fondo de Convergencia estructural de 100
millones de dólares destinados a ayudar a los socios menores del bloque.
9. Se pueden mencionar las actividades de refinería de Pdvsa en Pernambuco y su participación
en el polo petroquímico con el grupo Ultra en la Bahía de Campos.
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La politización del proyecto regional
La decisión del gobierno de Lula de priorizar los vínculos con Sudamérica generó controversias en cuanto a la conveniencia de esta estrategia, además de
alentar tanto las expectativas de liderazLa decisión del
go como las rivalidades regionales. El
gobierno de Lula de
manejo de los intereses nacionales en repriorizar los vínculos con
lación con los países vecinos y los desSudamérica generó
víos ideológicos que podrían generar
controversias en cuanto a
despertaron fuertes críticas, especialla conveniencia
mente debido a los acuerdos con los gobiernos de Hugo Chávez, en Venezuela,
de esta estrategia,
y de Evo Morales, en Bolivia.
además de alentar tanto
las expectativas de
La controversia con el nuevo gobierno boliderazgo como las
liviano a raíz de la nacionalización de los
rivalidades regionales
hidrocarburos superó en Brasil cualquier
precedente. El debate público, que incluyó fuertes adjetivos de condena a la política sudamericana de Lula, mostró divergencias sobre las líneas de actuación exterior del presidente, lo que revela una confrontación ideológica entre el gobierno e importantes sectores de la elite brasileña, que cuestionaron la metodología y
el contenido del proyecto de liderazgo y de integración regional de Lula10.
Con el ingreso de Venezuela en el Mercosur, formalizado en la XXX Cumbre Presidencial realizada en Córdoba (Argentina) a mediados de julio, la tendencia es
que la politización se profundice. La presencia del nuevo socio pleno se ha convertido en una nueva fuente de controversias, tanto dentro como fuera del bloque, y marca un punto de inflexión en un proceso de asociación que completó
15 años y que ha revelado más fracasos que éxitos en sus metas intra- y extrarregionales.
Las implicancias de la incorporación de Venezuela para la vida cotidiana del
Mercosur son innegables. En primer lugar, se altera su geometría interestatal
y se pone fin a la dominación del eje Brasilia-Buenos Aires: aunque el PIB del
bloque se eleva en apenas 7,7%, el nuevo socio cuenta con la carta energética,
que le asegura un poder de agenda garantizado por un tejido de negociaciones ya iniciadas con la mayoría de los países asociados.
10. Para las visiones de los sectores empresarios ver, por ejemplo, Roberto Giannetti da Fonseca:
«A Política de Liderança Benevolente» en O Globo, 21/05/2006.
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En las últimas décadas, los acuerdos de los dos socios mayores no cumplieron con las expectativas creadas por ellos mismos, ya sea en la promoción de
una receta institucional modesta pero eficaz, de una política subregional de
desarrollo sustentable o de un liderazgo político que ofrezca ventajas reales
para los países de menor peso relativo. En este último caso, el balance es de
lejos el más comprometedor, como lo prueba la controversia entre Argentina
y Uruguay por la instalación de dos plantas papeleras en el río Uruguay, así
como la insatisfacción crónica de Paraguay con Brasil.
Por otro lado, habría que preguntarse si para Brasil, y también para Argentina, la incorporación de Venezuela no atiende a la necesidad de evitar que
Washington extrapole su conflictividad con el gobierno de Chávez al resto de
la región. Ambos países quieren evitar el riesgo de que sus negociaciones en
materia energética, en las que Bolivia también está adquiriendo un papel destacado, queden atadas a una escalada Washington-Caracas, lo cual representaría una grave pérdida de soberanía para los dos países. Tal vez esto, más
que la integración económica, constituya un estímulo duradero para una acción coordinada entre Brasilia y Buenos Aires.
La política sudamericana del gobierno de Lula y el ingreso de Venezuela en
el Mercosur generaron expresiones contrarias en los ámbitos empresariales,
partidarios e intelectuales. Pero lo que llamó la atención fueron las disonancias, nada usuales, dentro de la propia corporación diplomática11. Paradójicamente, las visiones críticas, que provienen en su mayoría de los sectores
más identificados con un sistema de creencia liberal, exigieron una postura más comprometida con el «interés nacional». Otra vertiente cuestionadora, que apuntó especialmente a Bolivia, se apoyó en argumentaciones jurídicas, reivindicando el respeto a los contratos y amenazando con recurrir a los
foros internacionales. Además de las reacciones contra la política boliviana de
hidrocarburos, representantes empresariales y políticos brasileños manifestaron públicamente su irritación por la influencia de Hugo Chávez en las decisiones de Evo Morales, condenando la asesoría prestada por Venezuela en la
formulación e implementación de medidas que herían los intereses de los inversores extranjeros, en especial de Petrobrás.
11. Para las visiones críticas desde el ámbito de la diplomacia, v. Mario Gibson Barboza: «Reação
Tímida e Equivocada» en Jornal do Brasil, 09/05/2006; Rubens Barbosa: «O Novo Eixo CaracasBuenos Aires» en O Globo, 09/05/2006; Celso Lafer: «Variações Sobre a Política Externa» en O Estado de São Paulo, 18/06/2006 y «Desacertos Diplomáticos» en O Estado de São Paulo, 21/05/2006;
Rubens Ricupero: «O Atacado e o Varejo da Diplomacia» en Folha de São Paulo, 26/06/2005 y «Fim
do Consenso» en Folha de São Paulo, 12/06/2005.
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Esta politización merece ser aclarada en tres aspectos centrales. El primero es
que, en esencia, las críticas comparten una percepción nostálgica de la política exterior brasileña, concebida en base a una acción «profesional», antiintervencionista, apolítica y marcada por una prudente distancia frente a las crisis
de gobernabilidad de los países vecinos. El segundo aspecto es que la tendencia seguramente se mantendrá en el corto y largo plazo. En efecto, la radicalización de este debate, que será inevitable como consecuencia del proceso
electoral de 2006, hace que la inclusión de la política en la formulación e implementación de la estrategia sudamericana de Brasil sea irreversible. El tercer y
último aspecto es que esta politización, si bien encuentra puntos de contacto con
la polarización observada en otros países sudamericanos, guarda también su especificidad, derivada básicamente de la preservación del consenso desarrollista
brasileño asociado a una percepción instrumental de la política externa.
El liderazgo en cuestión
Es aún nebuloso el concepto que define la presencia de Brasil en América del
Sur, una construcción política que no atiende a las mismas expectativas dentro y fuera del país.
En el orden nacional, las posiciones son variadas, lo que se traduce en un interesante mosaico. En el ámbito diplomático, más que una circunstancia natural, la prioridad sudamericana corresponde a tres elementos: una iniciativa
política identificada con la directriz de Itamaraty de asegurar el predominio
en Sudamérica y consolidar el distanciamiento de la zona Tlcan; un instrumento necesario para la proyección global del país; y un proyecto que sustituya la propuesta anterior de máxima prioridad a la alianza estratégica con
Argentina. Como consecuencia, ha ido ganando lugar la profundización de
la relación con Chile.
En el ámbito empresarial, como no podía dejar de ser, prevalece una perspectiva pragmática, influida por la atracción de nuevas inversiones y el surgimiento
de oportunidades económicas y comerciales, sin que se abandone la lógica defensiva. En ese sentido, lo central es que las economías sudamericanas, en tanto
espacio de expansión de las grandes empresas brasileñas, junto con el Estado como inversor (Petrobrás) y financiador (Bndes), han desplazado el interés por el
proceso de integración regional, especialmente en el Mercosur.
Para los militares, la relación con América del Sur está condicionada por la
agenda de seguridad regional y global. Las percepciones parecen obedecer a
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tres orientaciones: la necesidad de profundizar la cooperación intrarregional
frente a las amenazas comunes; la preocupación por la mayor presencia militar
estadounidense en la región amazónica; y la incipiente inquietud por las políticas de defensa más agresivas de algunos vecinos, especialmente de Venezuela,
y sus posibles riesgos para la seguridad en las fronteras del norte del país.
Finalmente, en los círculos académicos, la atención inédita hacia Sudamérica
no se traduce necesariamente en un apoyo a la idea de un liderazgo regional.
Dejando de lado el segmento más estrechamente vinculado al proyecto oficial, lo que parece dominar es el interés por estrechar relaciones y construir
un espacio regional de intercambio intelectual que rompa con el tradicional
aislamiento brasileño, apoyado en el culto a la especificidad y unicidad de la
identidad nacional.
En cuanto a la percepción desde afuera del país, se contraponen dos visiones
diferentes: la primera alude a un «liderazgo natural» y espera una mayor responsabilidad política y generosidad económica por parte de Brasil; la segunda rechaza esta hipótesis, ya sea porque se inclina a buscar una relación más
estrecha con EEUU, por rivalidad (como muchas veces se manifiesta con Argentina) o desconfianza.
Las implicancias más relevantes recaen, naturalmente, sobre los vínculos con
sus principales socios: Argentina y Venezuela. Aunque ambos son tratados
por el gobierno de Lula como aliados estratégicos, no lo son por las mismas
razones: Argentina es valorada debido al entrecruzamiento de los procesos de
democratización y la conducción compartida, hasta el presente, del Mercosur;
Venezuela, por las vinculaciones energéticas y la conexión política entre los
proyectos regionales del Partido de los Trabajadores y el bolivarianismo.
Hoy, el gobierno de Lula mantiene su disposición a actuar como factor de estabilidad democrática y de paz en la región. Inevitablemente, la crisis política
que enfrentó desde 2005 le quitó cierto empuje, más aún con el proceso electoral de 2006 donde, como ya se mencionó, los errores y aciertos de la política regional forman parte de la contienda política nacional. La posibilidad
hasta ahora confirmada por las encuestas de un segundo mandato de Lula
permite pronosticar una continuidad de la actual política sudamericana de
Brasil. Naturalmente, hay un vínculo entre el éxito de esta política y la fuerza
del gobierno en una segunda etapa.
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