"san Carlino" por sus reducidas dimensiones, se trata de la obra

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Enrique Valdearcos Guerrero
Historia del Arte
Fachada y planta de San Carlo alie Quatro Fontane,
Borromini, 1634-1667. Roma
Conocida como "San Carlino" por sus reducidas dimensiones, se trata de la obra más
representativa de Borromini y, paradójicamente, es contemporánea de la columnata de San Pedro del
Vaticano, de Bernini.
San Carlos es la primera
obra autónoma de Borromini y
también la última en la que
trabajará el arquitecto. Tenía 35
años en 1634, cuando los
frailes Descalzos españoles de
Roma
le
encargaron
la
construcción del convento y de
la iglesia, y tuvo que superar la
dificultad que comportaba lo
reducido del espacio y su
irregularidad. La primera fase,
que incluye el convento y el
claustro, concluyó el 1637. De
este momento destaca, sobre
todo el claustro, de reducidas
dimensiones, en el que ya se manifiesta la ruptura de los esquemas tradicionales rectangulares.
En un segundo momento le fueron confiadas las obras de la iglesia, que Borromini resuelve con
una planta elíptica que tiene el eje mayor dispuesto en sentido longitudinal, contrario al que dispondrá
Bernini en San Andrés del Quirinal. En la planta se puede comprobar cómo Borromini la estructura a
partir de una clara geometrización del espacio. Dos triángulos equiláteros unidos por la base parecen ser
la génesis de la obra, aunque también lo podría ser la anamorfosis del círculo. Ambas soluciones
muestran una racionalización del lenguaje barroco. La planta es elíptica, con un sentido de contracción
opuesto al de expansión que busca Bernini en San Andrés. Alrededor de esta elipse se disponen
diagonalmente las capillas y varios nichos; en
uno de ellos se encuentra uno de los líderes de
la Contrarreforma, San Carlos Borromeo, a
quien se dedica el templo. Esta planta le
permitía respetar la fuente del chaflán, una de
las cuatro que presenta el cruce de las dos
calles y que le da el pseudo nombre a la iglesia.
En su interior presenta un orden único
de grandes columnas agrupadas de cuatro en
cuatro con nichos y molduras continuas en los
muros, que parecen reducir más el espacio y
obligar al muro a flexionarse, y a parecer
deformada la cúpula oval que corona este
espacio interno. Esta cúpula muestra una gran
decoración que quiere simular un artesonado
clásico con motivos octogonales, hexagonales y en forma de cruz, que van disminuyendo a medida que
confluyen en la linterna. Introduce, pues, la planta flexible y utiliza formas cóncavas y convexas que se
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articulan en un muro ondulante, lo que da como resultado un espacio interior dinámico. De esta manera,
este conjunto de pequeñas dimensiones, al no poder ser medido ni acotado, crea una espacialidad que la
hace mayor a los ojos del espectador.
La fachada del templo fue la última obra desarrollada por Borromini; iniciada el 1665, fue
terminada por su sobrino Bernardo en 1682. Se trata de la forma más fragmentaria, discontinua y
antimonumental de la arquitectura barroca. Está concebida como un objeto, un adorno, un relicario.
Rompe la simetría del cruce de calles, esconde el cuerpo de la iglesia y parece como si se desprendiera
de la pared. Con su triple flexión, con el juego de las columnas y el vaciado de los nichos, la densa
ornamentación y el fraccionamiento continuo del plano, parece no tener otra finalidad que la de impulsar
hacia arriba el óvalo con la imagen o reliquia que rompe la
coronación del edificio y lo remata con un extraño apogeo. Está
compuesta por dos pisos de tres calles cada uno. El central del
primer piso, con la puerta de acceso al templo, es convexo, y
los dos laterales cóncavos. En cambio, en el segundo piso,
las tres calles son cóncavas. La cornisa marca el
movimiento principal del conjunto cóncavo-convexocóncavo en la planta baja, y en el nivel superior se dibuja un
movimiento cóncavo-cóncavo-cóncavo sólo roto por el gran
medallón que preside toda la composición y un pequeño
templete elíptico con balconaje. La misma fachada se
presenta como una unidad independiente del interior del
edificio con el que no guarda ninguna relación.
Cuida que su fachada se adapte a la calle, mirando
de no ultrapasar los límites lineales de ésta y respetando su
unidad utilizando los mismos materiales constructivos que
los edificios colindantes. Lejos está, pues, de enmarcar el
edificio en un marco majestuoso que resalte su nobleza y
singularidad, como hacía Bernini.
Todos estos elementos (fragmentación y aislamiento
de unidades, juegos de curvaturas y elementos arquitectónicas sin casi función sustentante) manifiestan
la expresividad ornamental del conjunto. Por ello Borromini no tiene la necesidad de cargar las tintas
con superficies doradas, con profusión de molduras de estuco o con incrustaciones de mármoles de
colores. Su ornamentación se fundamenta, pues, en los elementos arquitectónicos contrastados, en la
talla vigorosa de las formas, en la predilección por los perfiles afilados que refuerzan los juegos
imaginativos de la luz. La arquitectura de Borromini se opone a la concepción renacentista de masas
proporcionadas pero pasivas, y también a la barroca, eminentemente escultórica. La suya es una
concepción orgánica y movida, según la cual todos los elementos estructurales actuaban y alcanzaban la
complejidad de una inmensa membrana articulada.
San Carlo está concebido como si fuese un objeto delicado, un puro capricho de orfebrería. Por
ello muchos analistas le otorgan el papel de monumento en el sentido más anticlásico y lo interpretan
como el último gesto de Borromini en su polémica antiberniniana.
Efectivamente, Bernini estaba más preocupado por la manifestación pública y política de sus
templos, por manifestar, desde su arquitectura, el poder incontestable del papado. Contrariamente,
Borromini, nos presenta, sobre todo en san Carlo, una arquitectura que se inscribe mejor en una mística
y espiritualidad al margen de los núcleos "vaticanistas" y que se acerca más a una espiritualidad personal
Enrique Valdearcos Guerrero
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y reflexiva como la que proponía las órdenes religiosas que eran, en definitiva, quienes le hacían los
encargos. Diseñó los muros en ondas entrantes y salientes , como si no fueran de piedra sino de un
material flexible puesto en movimiento por un espacio energético, arrastrando consigo las profundas
tablaturas, cornisas, molduras y frontones. Lo intrincado de su geometría es mucho más osada y menos
recargada en decoraciones figurativas que la iglesia de Sant'Andrea al Quirinale, ubicada a pocos
metros sobre la misma calle.
La obra de Bernini, cuya construcción se inició algunos años después, presenta un drama
escultórico incrustado en la arquitectura. San Carlos, en cambio, ofrece una dramatización del espacio a
través de la racionalidad y la geometría.
Francesco Borromini (1599-Roma, 1667) arquitecto y escultor romano. Trabajó como cantero en
las obras de la catedral de Milán, antes de trasladarse a Roma en 1619, donde fue cincelador en el taller
de Carlo Maderno, quien lo introdujo en el mundo de la arquitectura romana al tomarlo como
colaborador para la realización de obras como el palacio Barberini. Cuando Bernini triunfaba ya como
arquitecto y empezaban a desplegarse las formas del Barroco, Borromini recibió su primer encargo en
solitario: el conjunto de San Carlo alle Quattro Fontane en la misma Roma. Bastaron estas dos obras
para hacer de Borromini un arquitecto reconocido y con un estilo muy bien definido, en el que las
superficies curvas (cóncavas, convexas, elípticas, sinuosas) dan fluidez al conjunto arquitectónico, tanto
en el exterior como en el interior, a veces con un carácter suave y en otras ocasiones con mayor
dramatismo. La totalidad de su carrera transcurrió en Roma, con la única excepción de una breve
estancia en Nápoles, a partir de 1635, para la realización del retablo de la iglesia de los Santi Apostoli.
Aunque se le conoce sobre todo por sus obras religiosas, Borromini fue también un solicitado arquitecto
de palacios y casas particulares, entre los que destacan los palacios Spada y Falconeri. Borromini se
quitó la vida en 1667. Persona hipocondríaca, se suicidó atravesándose con una espada, en su habitación
de Roma
Carta escrita por Borromini un día antes de morir
“Me he sentido muy afectado por esto desde alrededor de las ocho de esta mañana y te contaré
qué sucedió.Me había estado sintiendo enfermo desde el banquete de Magdalena (el 22 de julio) y no
había salido a causa de mi enfermedad excepto el sábado y domingo en que fui a San Giovanni (dei
Fiorentini) para el jubileo. Ayer por la noche, vino a mí la idea de hacer mi voluntad y exteriorizarla por
mi propia mano. Así que comencé a escribirte después de la cena, y escribí con el lápiz hasta cerca de
las tres de la mañana. Messer Francesco Massari, mi criado joven, quien duerme en la puerta siguiente
de mis aposentos ya se había ido a la cama. Viendo que seguía inmóvil escribiendo y no había apagado
la luz, me llamó diciendo: -"Signor Cavaliere, debe Ud. apagar la luz e ir a dormir porque ya es muy
tarde y el médico quiere que descanse". Contesté que tendría que encender otra vez la lámpara al
despertar, y me dijo -"Apáguela, porque la encenderé cuando despierte". Así que paré de escribir, alejé
de mí el papel, apagué la lámpara y me fui a dormir. Cerca de las cinco o seis de la madrugada desperté
y llamé a Francisco para pedirle que encendiera la lámpara. Como se negó dado que no había dormido
suficiente, me puse impaciente y pensé como hacerme algún daño corporal. Permanecí en este estado
hasta cerca de las ocho, cuando recordé que tenía una espada en el respaldo de la cama, colgada entre las
velas consagradas, y en mi impaciencia por tener una luz tomé la espada, que cayó de punta junto a mi
cama. Caí sobre ella con tal fuerza que terminé atravesado en el piso. Debido a mi herida comencé a
gritar, con lo que Francesco entró rápidamente al cuarto, abrió la ventana, y al verme herido, llamó a
otros que me ayudaron a recostarme en la cama y quitarme la espada. Así es como resulté herido.”
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Otra vista del interior Vista de la cúpula
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