“CAMPOS DE CASTILLA” CAMPOS DE CASTILLA (1912-1917) 1.1. EL TEMA DEL PAISAJE 1.1.1. Visión objetiva e identificación simbólica con el pasado histórico [El tema de España I] 1.1.2. Identificación simbólica del alma con los elementos del paisaje 1.4.1.2.1. El paisaje castellano 1.4.1.2.2. El paisaje andaluz 1.2. EL TEMA DE LA MUERTE 1.3. EL TEMA DE ESPAÑA (II): EL PUEBLO Y LOS HOMBRES 1.3.1. El pueblo 1.3.2. El tema del cainismo 1.3.3. Dos retratos expresionistas 1.3.4. Los burgueses inútiles 1.3.5. El futuro de España: El mañana efímero 1.3.6. Elogios 1.4. HACIA UN NUEVO ROMANCERO: La tierra de Alvargonzález 1.5. Proverbios y cantares [CXXXVI] y Parábolas [CXXXVII] CAMPOS DE CASTILLA (1912-1917) Al igual que había ocurrido con Soledades…, Antonio Machado publicará este nuevo libro en dos etapas: la primera saldrá a la luz en 1912, poco antes de la muerte de su esposa, Leonor Izquierdo; la segunda aparecerá con la primera edición de sus Poesías Completas en 1917. En esta última y definitiva versión no elimina (como hiciera con su primer libro) ningún poema, pero sí añade otros, algunos de ellos de bellísima factura. Así pues, debe tenerse en cuanta que ambas ediciones tienen como claro hecho diferenciador la presencia o no de la enfermedad y la muerte de su esposa en ciertos poemas de la segunda edición. En 1907, el poeta es nombrado profesor de francés del Instituto General y Técnico de Soria, tras haber ganado la plaza por oposición el año anterior. Soria contaba entonces con poco más de siete mil habitantes. Situada a más de dos mil metros de altitud, sobre dos colinas, a la orilla del Duero, rodeada de árboles —álamos, olmos…—, con sus casas de color rojizo, es una ciudad de aspecto austero y recogido. Una fortaleza en ruinas —hoy rehabilitada como Parador Nacional— sobre una de las colinas domina las pequeñas calles, bordeadas de casas de piedra labrada, muchas de ellas antiguas casas señoriales. Bellos monumentos dan a la ciudad gran valor artístico. Abajo, siguiendo la orilla del río, un camino umbroso va desde San Polo a la ermita de San Saturio, patrono de la ciudad. En la misma orilla, una corona de cipreses rodea la vieja iglesia de los Templarios, escenario de la leyenda de Bécquer titulada El monte de las ánimas. En un poema de la serie Campos de Soria, retrata así la ciudad: ¡Soria fría, Soria pura, 1 cabeza de Extremadura, con su castillo guerrero arruinado, sobre el Duero; con sus murallas roídas y sus casas denegridas! ¡Muerta ciudad de señores soldados o cazadores; de portales con escudos de cien linajes hidalgos, y de famélicos galgos, de galgos flacos y agudos, que pululan por las sórdidas callejas, y a la media noche alulan, cuando graznan las cornejas! ¡Soria fría! La campana de la audiencia da la una. Soria, ciudad castellana ¡tan bella! bajo la luna. Campos de Soria [CXIII-VI] Pero no será la ciudad lo que llame principalmente la atención a Machado, sino el paisaje de las tierras altas de Soria, cuya impresión quedó profundamente grabada para siempre en su alma. 1.1. EL TEMA DEL PAISAJE Algunas composiciones del nuevo libro responden “al simple amor a la Naturaleza, que en mí supera infinitamente al del Arte”[1] —es lo que, a partir de ahora, consideraremos como “visión objetiva” del paisaje, dentro de la objetividad que pueda permitir la lírica—. En otras, el paisaje se convierte en símbolo del pasado histórico de Castilla. Por fin, en otros poemas, los elementos del paisaje castellano se convierten en símbolo de realidades íntimas. Estos tres modos de enfocar el paisaje castellano tendrán su exacto equivalente respecto al paisaje andaluz en los poemas escritos para la segunda edición, durante su estancia en Baeza, ciudad a la que “huirá” tras la muerte de su esposa. 1.1.1. Visión objetiva e identificación simbólica de los elementos del paisaje con el pasado histórico de Castilla [El tema de España I] En 1908, publica Antonio Machado un artículo en una publicación conjunta de la prensa soriana, del que entresacamos este fragmento: Sabemos que la patria no es una finca heredada de nuestros abuelos, buena no más para ser defendida a la hora de la invasión extranjera. Sabemos que la patria es algo que se hace constantemente y se conserva sólo por la cultura y el trabajo. El pueblo que la descuida o abandona, la pierde, aunque sepa morir. Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra: que no basta vivir sobre él, sino para él: que allí donde no existe huella del esfuerzo humano no hay patria, ni siquiera región, sino una tierra estéril, que tanto puede ser nuestra como de los buitres o de las águilas que sobre ella se ciernen. ¿Llamaréis patria a los calcáreos montes, hoy desnudos y antaño cubiertos de espesos bosques, que rodean esta vieja y noble ciudad? Eso es un pedazo de planeta por donde los hombres han pasado, no para hacer patria, sino para deshacerla. No sois patriotas pensando que algunos días sabréis morir para defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o con la semilla, con la reja del arado o con el pico del minero a esos parajes sombríos y desolados, donde la patria está por hacer. 2 Además de ideas o sentimientos, se esbozan aquí las imágenes mismas de algunos poemas de Campos de Castilla; y podemos también observar cuán profundamente penetraba ya en él el paisaje de Soria. En los poemas a que nos referimos en este apartado, predomina la mera descripción objetiva del paisaje. Así, la primera parte del titulado A orillas del Duero: Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día. Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía, buscando los recodos de sombra, lentamente. A trechos me paraba para enjugar mi frente y dar algún respiro al pecho jadeante; o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia delante y hacia la mano diestra vencido y apoyado en un bastón, a guisa de pastoril cayado, trepaba por los cerros que habitan las rapaces aves de altura, hollando las hierbas montaraces de fuerte olor —romero, tomillo, salvia, espliego—. Sobre los agrios campos caía un sol de fuego. Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo cruzaba solitario el puro azul del cielo. Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo, y una redonda loma cual recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra —harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra—, las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero para formar la corva ballesta de un arquero en torno a Soria. —Soria es una barbacana, hacia Aragón, que tiene la torre castellana—. Veía el horizonte cerrado por colinas oscuras, coronadas de robles y de encinas; desnudos peñascales, algún humilde prado donde el merino pace y el toro, arrodillado sobre la hierba, rumia; las márgenes del río lucir sus verdes álamos al claro sol de estío, y, silenciosamente, lejanos pasajeros, ¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—, cruzar el largo puente, y bajo las arcadas de piedra ensombrecerse las aguas plateadas del Duero. El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla. ¡Oh, tierra triste y noble, la de los altos llanos y yermos y roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas; decrépitas ciudades, caminos sin mesones, y atónitos palurdos sin danzas ni canciones que aún van, abandonando el mortecino hogar, como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar! […] A orillas del Duero [XCVIII] En este fragmento, el poeta ha seleccionado los elementos que dan al paisaje una configuración de dureza y aridez. Pero hay tres imágenes que llaman la atención: “una redonda loma cual recamado escudo”; “por donde tuerce el Duero / para formar la corva ballesta de un arquero” y “Soria es una barbacana, / que tiene hacia Aragón la torre castellana”. El pasado histórico de Castilla, especialmente aquellos rasgos que ofrecen significaciones guerreras, se hace presente metafóricamente en los elementos del paisaje. Esta identificación del paisaje castellano con su pasado histórico vuelve a reflejarse en otras composiciones, donde se 3 insiste en las mismas imágenes hasta quedar éstas convertidas en elementos esenciales que identifican y definen el paisaje: por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, [CXIII-VI] …Soria mística y guerrera [CXIII-VII] …Soria —barbacana hacia Aragón, en castellana tierra—. [CXIII-VIII] por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, [CXXI] …Castilla, mística y guerrera, [CXXV] La dureza y aridez del paisaje a que antes aludíamos pueden ser también expresadas, además de con los adjetivos, mediante sustantivos precedidos de la preposición sin: de campos sin arados, regatos ni arboledas; decrépitas ciudades, caminos sin mesones, A orillas [XCVIII] del Duero La segunda parte de A orillas del Duero es una transición lógica hacia el tema de la historia de Castilla. Tras apuntar las connotaciones guerreras en los versos anteriores, el poeta reflexiona sobre el contraste entre el ayer poderoso de Castilla y su mezquino presente: Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. A orillas [XCVIII] del Duero Es el paso del tiempo (expresado mediante una sucesión de verbos de movimiento) el que ha producido el cambio. Pero el pasado se hace presente y pervive en el paisaje y sus gentes: Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra. A orillas [XCVIII] del Duero El cambio no ha afectado a lo esencial del paisaje: la presencia en él de su propio pasado, personificado en el fantasma errante. Pero la pobreza de la tierra castellana puede ser también vista con ojos tiernos, destacando lo humilde: ¡Primavera soriana, primavera, humilde como el sueño de un bendito, Orillas [CII] 4 del Duero Castilla la gentil, humilde y brava [CXXV] Cuando nuestro poeta marcha a Baeza, tras la muerte de Leonor, esta ciudad y sus campos también recordarán su pasado histórico, relacionado con la época de la dominación musulmana. Así, la curva de ballesta (arma cristiana) del Duero se transforma en el Guadalquivir en un alfanje roto / y disperso (arma árabe): De la ciudad moruna tras las murallas viejas, […] Guadalquivir, como un alfanje roto y disperso, reluce y espejea. Caminos [CXVIII] En mi rincón moruno España [CXLV] en paz 1.1.2. Identificación simbólica del alma con los elementos del paisaje En la primera edición del libro (1912), el paisaje descrito es el castellano, concretamente los alrededores de Soria. En la segunda edición (1917) aparece de nuevo el paisaje andaluz, generalmente en contraposición al recuerdo del anterior. 1.1.2.1. El paisaje castellano Se trata de una de las notas más características del hacer poético de Antonio Machado. No hablamos ya de la mera descripción del paisaje, ni de éste como reflejo de una historia pasada común. Nos referiremos ahora a los elementos que conforman el paisaje como reflejo del mundo interior del poeta. Esta nueva visión es consecuencia lógica e inmediata de su concepto del tiempo como fluir interior. En su paso por el tiempo, en su vida, el poeta se relaciona con lo exterior, en este caso con la Naturaleza, y proyecta en diversos elementos —ríos, árboles, atardeceres…— su propia realidad íntima, de forma que dichos elementos se constituyen en reflejo del estado de su alma. Pero necesitamos seguir conociendo las circunstancias vitales del poeta que condicionan esa realidad íntima a la que aludíamos y su relación con los elementos de la Naturaleza, su diálogo consigo mismo y con el mundo: Habíamos dejado a Antonio Machado en Soria, tras tomar posesión de su cátedra de francés. El 30 de julio de 1909 —dos años después de su llegada—, contrajo matrimonio con una joven de apenas quince años: Leonor Izquierdo Cuevas, hija de los dueños de la pensión en donde se hospedaba el escritor desde diciembre de 1907. Ninguna confidencia de Machado nos dice lo que fue para él el descubrimiento del amor, a una edad ya algo tardía. Ni siquiera en sus versos hay referencia a ese descubrimiento[5]. Sólo podemos imaginarlo por lo que manifiesta más tarde, tras la muerte de su esposa: aquellos pocos años con Leonor fueron, quizá, los únicos momentos de dicha y de paz interior en toda su existencia. En enero de 1911, Antonio Machado, a quien la Junta para la Ampliación de Estudios ha concedido una beca, se dirige a París acompañado de su esposa. Antes de emprender este viaje, escribe la serie Campos de Soria [CXIII], compuesta de nueve partes. En las cuatro primeras, se describe la ciudad y el campo que la rodea, con el tono “objetivo” e historicista que describíamos anteriormente. Sin embargo, las tres últimas partes están cargadas de intensidad emotiva: las tierras de Soria le han “llegado al alma” y, a partir de ese momento, le acompañarán siempre como parte esencial de su propia e íntima realidad personal: 5 VII ¡Colinas plateadas, grises alcores, cárdenas roquedas por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, obscuros encinares, ariscos pedregales, calvas sierras, caminos blancos y álamos del río, tardes de Soria, mística y guerrera, hoy siento por vosotros, en el fondo del corazón, tristeza, tristeza que es amor! ¡Campos de Soria donde parece que las rocas sueñan, conmigo vais! ¡Colinas plateadas grises alcores, cárdenas roquedas!… VIII He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, tras las murallas viejas de Soria —barbacana hacia Aragón en castellana tierra—. Estos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas secas el son del agua, cuando el viento sopla, tienen en sus cortezas grabadas iniciales que son nombres de enamorados, cifras que son fechas. ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; álamos que seréis mañana liras del viento perfumado en primavera; álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña, álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva! IX ¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita. Me habéis llegado al alma, ¿o acaso estabais en el fondo de ella? ¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas, que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza! Campos de Soria [CXIII-VII-VIII-IX] 6 Dejando a un lado todo comentario sobre la visión del pasado histórico en el paisaje castellano, que es evidente en estos versos y que ya ha sido señalada con anterioridad, lo que ahora llama nuestra atención es comprobar cómo, desde el primer momento, el poeta entra en comunión íntima con el paisaje que describe y canta. La emoción grave y conmovedora, la sencillez del lenguaje, el tono de fervor y de éxtasis panteísta, la variedad sabia y matizada de los ritmos métricos, estremecen la imaginación del lector. Tanto amor verdadero, tanta delicadeza, unida a tal capacidad de simpatía con el entorno descrito impregnan estos versos, que las cosas y el alma —como él mismo sugiere— están aquí fundidas. En París, además de seguir los cursos de Henri Bergson y otros pensadores, Antonio Machado y su mujer frecuentaron a Rubén Darío. El joven matrimonio quería pasar el verano en Bretaña, pero el 13 de julio de ese año de 1911, por la tarde, repentinamente, Leonor sufre un ataque de hemoptisis. La enfermedad es grave, pero no encuentran médico y al día siguiente es Fiesta Nacional en Francia. Por fin, es hospitalizada y se confirma su gravedad. En el mes de septiembre, los médicos autorizan el regreso a Soria, donde el clima seco y frío de la alta meseta le sentará mejor que el húmedo parisino. Pueden regresar gracias a un préstamo de Rubén Darío, pues los fondos de la beca aún no habían sido librados. En Soria, Machado prodiga sus cuidados a Leonor durante varios meses, con un desvelo que los testigos recuerdan con emoción. El famoso poema A un olmo seco, fechado el 4 de mayo de 1912, refleja con honda melancolía una esperanza “hacia la luz y hacia la vida”: A UN OLMO SECO Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas de alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. Soria, 1912 7 [CXV] No le hace falta al poema, en principio, nuestro conocimiento previo de las circunstancias personales del autor cuando lo escribió, para ser suficientemente valorado. Pero no cabe duda de que ese conocimiento ayuda a la comprensión e incrementa su intensidad emocional. Porque, de nuevo, el poeta nos ha ofrecido “el diálogo del hombre, de un hombre con su tiempo”. Y, precisamente, es este mono-diálogo consigo mismo, esta expresión exteriorizada de los más profundos sentimientos, de la intimidad de un hombre, lo que da al poema su carácter universal. Otra vez, como en el poema VIII de su primer libro, ha quedado confusa la historia y clara la pena. El poeta ya ha determinado la “esencia” del olmo: ya forma parte de su propia biografía íntima, ya es parte consustancial de él. Por eso, cuando vuelva a mencionarlo, tras la muerte de su esposa, será siempre su recuerdo, el recuerdo de una esperanza inútil: Y pienso: Primavera, como un escalofrío irá a cruzar el alto solar del romancero, ya verdearán de chopos las márgenes del río. ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero? Recuerdos [CXVI] […] En la estepa del alto Duero, Primavera tarda, ¡pero es tan bella y dulce cuando llega! ¿Tienen los viejos olmos algunas hojas nuevas? A José María Palacio [CXXVI] Entre los elementos configuradores de los paisajes machadianos, a los que el poeta da una especial significación simbólica referente a su alma, destacan, por su variedad e importancia, los distintos árboles. El poema CIII (Las encinas) —escrito ya en Baeza y publicado en “El Porvenir Castellano” en julio de 1914, “después de una excursión a El Pardo”, según reza la dedicatoria— nos explica claramente las correspondencias (recuérdese lo que este término representa en la poesía simbolista) entre cada árbol y su significación: LAS ENCINAS ¡Encinares castellanos en laderas y altozanos, serrijones y colinas llenos de oscura maleza, encinas, pardas encinas; humildad y fortaleza! Mientras que llenándoos va el hacha de calvijares, ¿nadie cantaros sabrá, encinares? El roble es la guerra, el roble dice el valor y el coraje, rabia innoble en su torcido ramaje; y es más rudo que la encina, más nervudo, más altivo y más señor. El alto roble parece que recalca y ennudece su robustez como atleta que, erguido, afinca en el suelo. El pino es el mar y el cielo y la montaña: el planeta. La palmera es el desierto, el sol y la lejanía: la sed; una fuente fría soñada en el campo yerto. Las hayas son la leyenda. Alguien, en las viejas hayas, leía una historia horrenda de crímenes y batallas. ¿Quién ha visto sin temblar un hayedo en un pinar? Los chopos son la ribera, liras de la primavera, cerca del agua que fluye, pasa y huye, viva o lenta, que se emboca turbulenta o en remanso se dilata. En su eterno escalofrío copian del agua del río las vivas ondas de plata. De los parques las olmedas son las buenas arboledas que nos han visto jugar, cuando eran nuestros cabellos rubios y, con nieve en ellos, nos han de ver meditar. Tiene el manzano el olor 8 de su poma, el eucalipto el aroma de sus hojas, de su flor el naranjo la fragancia; y es del huerto la elegancia el ciprés oscuro y yerto. ¿Qué tienes tú, negra encina campesina, con tus ramas sin color en el campo sin verdor; con tu tronco ceniciento sin esbeltez ni altiveza, con tu vigor sin tormento, y tu humildad que es firmeza? En tu copa ancha y redonda nada brilla, ni tu verdioscura fronda ni tu flor verdiamarilla. Nada es lindo ni arrogante en tu porte, ni guerrero, nada fiero que aderece su talante, Brotas derecha o torcida con esa humildad que cede sólo a la ley de la vida, que es vivir como se puede. El campo mismo se hizo árbol en ti, parda encina. […] Las encinas [CIII] El siguiente esquema podría servirnos para simplificar algunos de los rasgos que acompañan las significaciones de los distintos árboles en Campos de Castilla y, en general, en toda la obra poética de Machado: ÁRBOL ADJETIVOS / SUSTANTIVOS que lo acompañan OLMO viejo (en contraste con algunas hojas verdes) --polvoriento – bueno… Identificación con el alma: árbol de los juegos en la infancia y de la meditación en la madurez. ENCINA negra, polvorienta, humilde, vieja, raída… Pobreza,humildad,fortaleza interior, dignidad, el pueblo. ROBLE robusto, guerrero, fuerte, coraje, altivez, valor… El pasado noble y guerrero de Castilla, en contraste con la mezquindad del presente [“corazón de roble de Iberia y de Castilla”] ÁLAMO cantores, liras de la primavera, del amor… Juventud, amor… [“cerca del agua / que corre y pasa y sueña”] leyenda, misterio… Misterio, lo sobrenatural, el miedo… dorado, de oro… (color pálido o brillante) Infancia, luminosidad, felicidad… HAYA LIMONERO / NARANJO PALMERA PINO lejanía, desierto, fuente… CONNOTACIONES Infancia La totalidad [“el planeta”]: pinares al lado del mar en Santander y en la Baja Andalucía; pinares en las altas mar y cielo… 9 sierras castellanas. OLIVO grises, plateados, floridos, polvorientos… El trabajo. Junto con los trigales y viñedos, la riqueza del campo andaluz. En junio, sale la primera edición de Campos de Castilla, y el poeta le dedica el primer ejemplar; luego contaría que, sin esperanza ya en la curación de su esposa-niña, a la que habían desahuciado todos los médicos, trataba de contagiarse para morir con ella. El 1 de agosto muere Leonor, siendo sepultada en el cementerio soriano del Espino. Machado, huyendo de los recuerdos, pide el traslado (que se le concede a Baeza) y abandona enseguida Soria. Al acusar recibo en verso al libro Castilla de Azorín, se retrata a sí mismo esperando en una venta la diligencia-correo en la que se marchará: Al maestro “Azorín” por su libro “ Castilla”: […] El enlutado tiene clavados en el fuego los ojos largo rato; se los enjuga luego con un pañuelo blanco. ¿Por qué le hará llorar el son de la marmita, el ascua del hogar? Cerró la noche. Lejos se escucha el traqueteo y el galopar de un coche que avanza. Es el correo. [CXVII] 1.1.2.2. El paisaje andaluz El paisaje de su Andalucía natal había estado presente en Soledades… como elemento evocador de su infancia. Con él vuelve a encontrarse en Baeza, a donde es destinado en 1912. Por contraste con la aridez o la humildad del paisaje castellano, se destacan “en estos campos de la tierra mía” los tonos luminosos, verdes, fértiles. En el siguiente poema, fechado “en el tren, abril, 1913”, el poeta habla desde la lejanía a Soria, cuyo paisaje evocado contrasta con el andaluz que él está viendo: RECUERDOS Oh Soria, cuando miro los frescos naranjales cargados de perfume, y el campo enverdecido, abiertos los jazmines, maduros los trigales, azules las montañas y el olivar florido; Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles; y al sol de abril los huertos colmados de azucenas, y los enjambres de oro, para libar sus mieles dispersos en los campos, huir de las colmenas; yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares, barriendo el cierzo helado tu campo empedernido; y en sierras agrias sueño —¡Urbión, sobre pinares! ¡Moncayo blanco, al cielo aragonés, erguido!— Y pienso: Primavera, como un escalofrío irá a cruzar el alto solar del romancero, ya verdearán de chopos las márgenes del río. ¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero? Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas, y la roqueda parda más de un zarzal en flor; ya los rebaños blancos, por entre grises peñas, hacia los altos prados conducirá el pastor. 10 ¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas que vais al joven Duero, rebaños de merinos, con rumbo hacia las altas praderas numantinas, por las cañadas hondas y al sol de los caminos, hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo, montañas, serrijones, lomazos, parameras, en donde reina el águila, por donde busca el cuervo su infecto expoliario; menudas sementeras cual sayos cenicientos, casetas y majadas entre desnuda roca, arroyos y hontanares donde a la tarde beben las yuntas fatigadas, dispersos huertecillos, humildes abejares!… ¡Adiós, tierra de Soria; adiós el alto llano cercado de colinas y crestas militares, alcores y roquedas del yermo castellano, fantasmas de robledos y sombras de encinares! En la desesperanza y en la melancolía de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva. Tierra de alma, toda, hacia la tierra mía, por los floridos valles, mi corazón te lleva. En el tren, abril, 1913. [CXVI] El contraste no afecta solamente a la visión subjetiva del paisaje. En un poema fechado el 4 de abril de 1913, en Lora del Río, durante uno de sus múltiples viajes y excursiones, el poeta se queja de que el paisaje de su tierra, el mismo paisaje de la infancia, no haya penetrado todavía, a pesar de su belleza, hondamente en su alma, hasta hacerse parte de ella. Estos “campos de la tierra mía” son sólo “despojos del recuerdo”: o “falta el hilo que el recuerdo anuda / al corazón” o “estas memorias no son alma”. Sin embargo, como tantas veces al final del poema, surge la esperanza de que “un día tornarán […] a la orilla vieja” del alma, donde la barca del recuerdo podrá amarrar para quedarse: En estos campos de la tierra mía, y extranjero en los campos de mi tierra —yo tuve patria donde corre el Duero por entre grises peñas, y fantasmas de viejos encinares, allá en Castilla, mística y guerrera, Castilla la gentil, humilde y brava, Castilla del desdén y de la fuerza—, en estos campos de mi Andalucía, ¡oh tierra en que nací!, cantar quisiera. Tengo recuerdos de mi infancia, tengo imágenes de luz y de palmeras, y en una gloria de oro, de lueñes campanarios con cigüeñas, de ciudades con calles sin mujeres bajo un cielo de añil, plazas desiertas donde crecen naranjos encendidos con sus frutas redondas y bermejas; y en un huerto sombrío, el limonero de ramas polvorientas y pálidos limones amarillos, que el agua clara de la fuente espeja, un aroma de nardos y claveles y un fuerte olor de albahaca y hierbabuena, 11 imágenes de grises olivares bajo un tórrido sol que aturde y ciega, y azules y dispersas serranías con arreboles de una tarde inmensa; mas falta el hilo que el recuerdo anuda al corazón, el ancla en su ribera, o estas memorias no son alma. Tienen, en sus abigarradas vestimentas, señal de ser despojos del recuerdo, la carga bruta que el recuerdo lleva. Un día tornarán, con luz del fondo ungidos, los cuerpos virginales a la orilla vieja. Lora del Río, 4 de abril de 1913. [CXXV] En octubre de 1912, Antonio Machado —que deseaba regresar a Andalucía para intentar olvidar, lejos de lugares que le traían tantos recuerdos— obtiene el traslado que había pedido. Es nombrado profesor de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Baeza, donde toma posesión de su plaza el 1 de noviembre de ese año. Un mes después de su llegada, su madre se reúne con él. Baeza es un gran pueblo en medio de olivares. La antigua Universidad, convertida en Instituto, donde daría sus clases, la catedral, el palacio gótico isabelino de Jabalquinto, el Ayuntamiento plateresco… recuerdos del florecimiento de esa antigua ciudad, apartada en aquellos años de casi toda actividad intelectual o artística, forman el agradable y bello marco de una vida provinciana, aplastante por su monotonía y su tedio. De 1913 es esta descripción de Baeza en una carta dirigida a Unamuno, en la que también comenta su estado personal tras la muerte de su esposa: Esta Baeza, que llaman Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de segunda enseñanza, y apenas sabe leer un treinta por ciento de la población. No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos. Es la comarca más rica de Jaén y la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta. La profesión de jugador de monte se considera muy honrosa. Es infinitamente más levítica y no hay un átomo de religiosidad. Hasta los mendigos son hermanos de alguna cofradía. Se habla de política —todo el mundo es conservador— y se discute con pasión cuando la Audiencia de Jaén viene a celebrar algún juicio por jurados. Una población rural, encanallada por la Iglesia y completamente huera. Por lo demás, el hombre del campo trabaja y sufre resignado o emigra en condiciones tan lamentables que equivalen al suicidio. A primera vista parece esta ciudad mucho más culta que Soria, porque la gente acomodada es infinitamente discreta, amante del orden, de la moralidad administrativa y no faltan gentes leídas y coleccionistas de monedas antiguas. En el fondo no hay nada. Cuando se vive en estos páramos intelectuales, no se puede escribir nada suave, porque necesita uno la indignación para no helarse también. […] Envío a V. lo que tengo publicado. Planeo varios poemitas y tengo muchas cosas empezadas. Nada definitivo. Mi obra esbozada en Campos de Castilla continuará si Dios quiere. La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por eso viniera Dios al mundo. Pensando en esto, me consuelo algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es también absurda. Sin embargo, el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto. 12 Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas veces creo que la he de recobrar. Paciencia y humildad. En Baeza, Machado emprende estudios de filosofía. Cada verano irá a examinarse a Madrid, hasta licenciarse en Filosofía y Letras. El giro filosófico de su pensamiento se profundiza sin duda a lo largo de estos años de soledad y duelo. Estudia también griego para leer en el original a los autores antiguos. Pero ese retiro orienta su meditación en una trayectoria decisiva. En Baeza tiene Machado ocasión de observar la mediocridad de la vida y de las preocupaciones de los que lo rodean. Sus lecturas filosóficas lo empujan a interrogarse con más aspereza, a la luz de su propio destino, sobre las grandes cuestiones que se le plantean al hombre: el sentido de la vida y de su propia existencia, la muerte, el Dios deseado, pero en el que no se cree —como ocurría con el “maestro Unamuno”—. Un tono más grave marcará en adelante sus escritos. Es en esta época cuando empieza a escribir sus reflexiones en el cuaderno Los complemtarios. Los recuerdos de un antiguo alumno de Machado en Baeza lo evocan como una figura solitaria: […] avanzando como a pasos renqueantes, apoyado en fuerte cayada rústica, grandes los zapatos, largo el abrigo con cuello de astracán, vestido de negro, camisa blanca de cuello de pajarita y grueso nudo de corbata negra; negro el sombrero blando, mal colocado casi siempre; a veces llevaba destocada la noble cabeza de revuelta cabellera; iba rasurado con pulcritud, pero el traje manchado por las manchas de ceniza del inevitable cigarrillo. 1.2. EL TEMA DE LA MUERTE Si exceptuamos A un olmo seco, todos los poemas referidos a Leonor pertenecientes a Campos de Castilla los escribió Machado durante su estancia en Baeza, donde el recuerdo de su mujer fue constante y obsesivo. En muchos de estos poemas, al recuerdo de su esposa se une el recuerdo del paisaje soriano, por lo que es difícil a veces separar ambos temas. La serie de poemas dedicados a este tema es corta, pero intensísima. En el poema Caminos, el paisaje andaluz, normalmente alegre en otros poemas, se carga de connotaciones de tristeza. También las personificaciones (“los montes duermen / envueltos en la niebla”, “tarde piadosa”, “La luna está subiendo / amoratada, jadeante y llena”…) indican el cansancio espiritual y la profunda melancolía del poeta: CAMINOS De la ciudad moruna tras las murallas viejas, yo contemplo la tarde silenciosa, a solas con mi sombra y con mi pena. El río va corriendo, entre sombrías huertas y grises olivares, por los alegres campos de Baeza. Tienen las vides pámpanos dorados sobre las rojas cepas. Guadalquivir, como un alfanje roto y disperso, reluce y espejea. Lejos los montes duermen envueltos en la niebla, niebla de otoño, maternal; descansan las rudas moles de su ser de piedra en esta tibia tarde de noviembre, tarde piadosa, cárdena y violeta. 13 El viento ha sacudido los mustios olmos de la carretera, levantando en rosados torbellinos el polvo de la tierra. La luna está subiendo amoratada, jadeante y llena. Los caminitos blancos se cruzan y se alejan, buscando los dispersos caseríos del valle y de la sierra. Caminos de los campos… ¡Ay, ya no puedo caminar con ella! [CXVIII] El poeta dialoga con la muerte: Una noche de verano —estaba abierto el balcón y la puerta de mi casa— la muerte en mi casa entró. Se fue acercando a mi lecho —ni siquiera me miró—, con unos dedos muy finos, algo muy tenue rompió. Silenciosa y sin mirarme la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió. Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón. ¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos! [CXXIII] La muerte no responde. Dios tampoco. Y el poeta sólo puede clamar en el vacío su soledad con la muerte: Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar. [CXIX] Sin embargo, el recuerdo y el sueño hacen “re-vivir” lo que estaba muerto, y esta vida en el recuerdo abre el camino a la esperanza: Dice la esperanza: un día la verás, si bien esperas. Dice la desesperanza: sólo tu amargura es ella. Late, corazón… No todo se lo ha tragado la tierra. [CXX] Soñé que tú me llevabas por una blanca vereda, 14 en medio del campo verde, hacia el azul de las sierras, hacia los montes azules, una mañana serena. Sentí tu mano en la mía, tu mano de compañera, tu voz de niña en mi oído como una campana nueva, como una campana virgen de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, en sueños, tan verdaderas!… Vive, esperanza, ¡quién sabe lo que se traga la tierra! [CXXII] Pero el despertar del sueño es la vuelta a la soledad, la tristeza y esa tan suya vejez espiritual: Allá, en las tierras altas, por donde traza el Duero su curva de ballesta en torno a Soria, entre plomizos cerros y manchas de raídos encinares, mi corazón está vagando, en sueños… ¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos. Por estos campos de la tierra mía, bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, triste, cansado, pensativo y viejo. [CXXI] El poema definitivo de esta serie es el que dirige, en forma epistolar, el 29 de abril de 1913 A José María Palacio, pariente de Leonor y gran amigo de Antonio Machado en los años sorianos. 1.3. EL TEMA DE ESPAÑA (II): EL PUEBLO Y LOS HOMBRES 1.3.1. El pueblo Las tierras de Castilla descritas por Machado están frecuentemente pobladas de presencias humanas. Desde sus primeros escritos, se ha mostrado atento a los seres humanos. Sabe verlos y observarlos. Hay en él, hacia su prójimo, una actitud vigilante. El poeta que cantó sus soledades no es insolidario con la gente que le rodea. En su “mono-diálogo” (“Converso con el hombre que siempre va conmigo”) ha aprendido “el secreto de la filantropía”. Esta expresión de la otredad del ser —en términos del propio Machado— revela un ideal de humanismo laico, una inclinación de su alma: un amor fraternal a los seres humanos, aunque este amor no tenga que eludir una crítica profunda a los vicios, especialmente a lo que la generación del ’98 llamó el cainismo: Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto, 15 hundidos, recelosos, movibles; y trazadas cual arco de ballesta, en el semblante enjuto de pómulos salientes, las cejas muy pobladas. Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, esclava de los siete pecados capitales. Por tierras de [XCIX] España A veces, el modelo se reduce a un detalle que refleja el espíritu del retratado. Así, estos dos ejemplos opuestos: a un ventanuco asoman, al declinar el día, algunos rostros pálidos, atónitos y enfermos. El hospicio [C] ¡Frente a mí va una monjita tan bonita! Tiene esa expresión serena que a la pena da una esperanza infinita. En el tren [CX] Pero es a los ojos a los que presta especial atención: Ruipérez, el ventero, un viejo diminuto —bajo las cejas grises, dos ojos de hombre astuto—, contempla silencioso la lumbre del hogar. Al maestro “Azorín” por su libro Castilla [CXVII] Y ahora, en la misma venta, un extraño desconocido, un viajero misterioso, al que hemos identificado como el propio Antonio Machado[20]: Sentado, ante una mesa de pino, un caballero escribe. Cuando moja la tinta en el tintero, dos ojos tristes lucen en un semblante enjuto. Al maestro “Azorín” por su libro Castilla [CXVII] También le gusta trazar con rasgo más acentuado lo que constituye una marca indeleble (que unas veces representa la marca de Caín y otras, simplemente, la huella de las preocupaciones), casi siempre descrita como un golpe de hacha en el entrecejo: En torno al fuego hay un lugar vacío y en la frente del viejo, de hosco ceño, como un tachón sombrío —tal el golpe de un hacha sobre un leño— Campos de Soria [CXIII-V] Pero más que retratos aislados, Machado se eleva a una visión de conjunto. Toma conciencia de una colectividad cuyos modos de vida trata de expresar: pueblo de ciudades o de campos, aldeanos, labradores, arrieros, buhoneros, pastores, cazadores, venteros, hidalgos, burgueses, 16 beatas… E, incluso, más allá de la multitud de gente, se preocupa de descubrir el alma que se encarna en los habitantes de Castilla. Son, ante todo, los hombres del pueblo los que se complace en evocar. El poeta nos muestra sus retratos, sus comportamientos; pero las más de las veces no son más que una multitud anónima: Labriegos transmarinos y pastores trashumantes —arados y merinos—, labriegos con talante de señores, pastores del color de los caminos. Desde mi rincón [CXLIII] O bien, perfilándose en el horizonte, vistas desde lo alto de una colina, formas imprecisas: y, silenciosamente, lejanos pasajeros, ¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—, cruzar el largo puente, A orillas del Duero [XCVIII] Es el campo undulado, y los caminos ya ocultan los viajeros que cabalgan en pardos borriquillos, Campos de Soria [CXIII-III] ¡Las figuras del campo sobre el cielo! Dos lentos bueyes aran en un alcor, cuando el otoño empieza, y entre las negras testas doblegadas bajo el pesado yugo, pende un cesto de juncos y retama, que es la cuna de un niño; y tras la yunta marcha un hombre que se inclina hacia la tierra, y una mujer que en las abiertas zanjas arroja la semilla. Campos de Soria [CXIII-IV] Frente a los negros ejemplos del alma cainita que veremos más adelante, presenta Machado a los buenos campesinos, que son de la estirpe de Abel. Normalmente se limita a sugerir algunas siluetas, sin entregarse a profundas reflexiones, a describir algunas ocupaciones agrícolas y pecuarias, y a destacar el espíritu silencioso, trabajador y paciente de estas gentes: […] los buenos aldeanos que visten parda estameña, y que cortan vuestra leña con sus manos. Las encinas [CIII] El poeta ama a esta multitud en que se encarnan las grandes virtudes de la raza. Su ternura hacia estos hombres se expresa en la bendición final de la serie Campos de Soria: ¡Gentes del alto llano numantino que a Dios guardáis como a cristianas viejas, 17 que el sol de España os llene de alegría, de luz y de riqueza! Campos de Soria [CXIII-IX] La actitud que Machado adopta ante los habitantes de Castilla corresponde a una forma de entenderlos característica de los intelectuales del ’98. Son los hombres y mujeres que constituyen la verdadera historia nacional, la intrahistoria, según la expresión, tantas veces repetida de Unamuno. 1.3.2. El tema del cainismo Se trata de uno de los tópicos de la llamada generación del ’98: la maldad intrínseca del hombre, la codicia como origen de todos los males... la presencia, en definitiva, del alma de Caín en nuestros prójimos. Dos poemas, fundamentalmente, se centran en el tema del cainismo: Por tierras de España y El Dios ibero: Por tierras de España [XCIX] es de ritmo grave, lento. La composición es, a la vez, sencilla y bien estructurada: Los dos primeros serventesios presentan, en singular colectivo, al hombre castellano: El hombre de estos campos que incendia los pinares y su despojo aguarda como botín de guerra, antaño hubo raído los negros encinares, talado los robustos robledos de la sierra. […] Machado, poeta de los árboles, elige en primer lugar, para denunciar la villanía del “hombre de estos campos”, la actividad destructora que más podía conmoverlo. La evocación deja paso a las consecuencias de tales actos en el presente: las tierras devastadas son improductivas, “malditas”: Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares; la tempestad llevarse los limos de la tierra por los sagrados ríos hacia los anchos mares; y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra. […] Miseria y desolación son los resultados. La palabra “lares” quiere expresar la organización patriarcal de la familia, la casa a que está ligado el futuro de los hijos, por lo que forma una antítesis violenta con “huyendo”. La desolación causada por los hombres se abate sobre la tierra misma: la tempestad arrastra los limos de los campos y los hace áridos y estériles. Los ríos son sagrados pues, según el poeta, el agua es bendita, lleva la vida. La maldición del último verso viene después de palabras que evocan lo sagrado (lares, sagrados ríos). Todo es como si se hubiese cometido un pecado irreparable. Y así, se insinúa la maldición de Caín: “trabaja, sufre y yerra”. Los cuatro serventesios siguientes trazan un retrato físico y moral. Después de evocar su origen (“Es hijo de una estirpe de rudos caminantes”), hace un retrato admirable del “hombre malo del campo y de la aldea”, como lo definirá una estrofa más adelante: Pequeño, ágil sufrido, los ojos de hombre astuto, hundidos, recelosos, movibles; y trazadas cual arco de ballesta, en el semblante enjuto de pómulos salientes, las cejas muy pobladas. […] 18 El alma guerrera de Castilla, que habíamos visto reflejarse en el paisaje, asoma, con la misma imagen, en el semblante del hombre: “cual arco de ballesta, […] las cejas muy pobladas”. La siguiente estrofa generaliza este retrato a toda una colectividad: Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, esclava de los siete pecados capitales. […] Este retrato, que puede resultar impersonal, se complementa con la mención de sus vicios morales: Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza, guarda su presa y llora la que el vecino alcanza; ni para su infortunio ni goza su riqueza; le hieren y acongojan fortuna y malandanza. […] La última estrofa se inicia con un paralelismo con la primera: El hombre de estos campos / El numen de estos campos: El numen de estos campos es sanguinario y fiero: al declinar la tarde, sobre el remoto alcor, veréis agigantarse la forma de un arquero, la forma de un inmenso centauro flechador. […] La estrofa desarrolla una imagen curiosa y, a la vez, inquietante; una especie de visión mitológica (“centauro flechador”), que parece representar la guerra. Un panorama grandioso cierra el poema: Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta —no fue por estos campos el bíblico jardín—: son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín. Por tierras de España [XCIC El Dios ibero [CI] presenta al hombre ibérico en sus relaciones con Dios; relaciones interesadas según que el fruto de su trabajo sea asolado por la tempestad o, al contrario, llegue a madurar. La primera estrofa es la presentación del personaje: Igual que el ballestero tahúr de la cantiga, tuviera una saeta el hombre ibero para el Señor que apedreó la espiga y malogró los frutos otoñales, y un “gloria a ti” para el Señor que grana centenos y trigales que el pan bendito le darán mañana. […] Se muestra un concepto primitivo de Dios, tan pronto malo como lleno de bondad. El poeta, para introducir el tema y enmarcarlo en lo anónimo popular, se refiere a una vieja cantiga en la que un tahúr, a pesar de sus trampas, pierde su dinero en la partida y, culpando al cielo, dirige hacia él sus flechas. De la 19 misma forma, nuestro campesino lanzará sus blasfemias o sus agradecidas bendiciones a un Dios caprichoso. Las siete estrofas siguientes forman la peculiar oración imprecante que el hombre ibero dirige a su Dios. Es la blasfemia de un hombre que se siente esclavo (obsérvese cómo acentúa este sentido la rima con pena / cadena) de la providencia. Un hombre que ha hablado del pan bendito de su trabajo, pero que ahora lo ve como una maldición bíblica: “Señor, por quien arranco el pan con pena”. A continuación, se dirige a un Dios providencial y bienhechor (“Señor del iris”, “Señor del fruto”) con sentimiento de profunda gratitud. En este tono de dicha, se aluden algunos aspectos de la vida campesina de un modo cándido e ingenuo: “tu soplo” es el viento; “tu lumbre”, el sol; “tu santa mano”, la intervención de una divinidad propicia. Inmediatamente una interpretación maniquea: por un lado, el Dios de la fortuna, de los ricos; de otro, el Dios de la desgracia, el de los pobres. Este sentimiento deja al hombre impotente ante los caprichos de la divinidad: “¡Oh dueño de fortuna y de pobreza, ventura y malandanza, que al rico das favores y pereza y al pobre su fatiga y esperanza. […] La doble intención (blasfemia y alabanza) se manifiesta en una esperanza que no es una esperanza cristiana, sino la pagana rueda de la fortuna que se equipara a la moneda o al dado en el juego: ¡Señor, Señor: en la voltaria rueda del año he visto mi simiente echada, corriendo igual albur que la moneda del jugador en el azar sembrada! “¡Señor, hoy paternal, ayer cruento, con doble faz de amor y de venganza, a ti, en un dado de tahúr al viento va mi oración, blasfemia y alabanza!” […] Ha terminado la oración y el poeta vuelve a tomar la palabra, preguntándose por qué el mismo hombre que ayer […] puso a Dios sobre la guerra más allá de la suerte, más allá de la tierra más allá del mar y de la muerte […] hoy lo insulta. El presente apenas es nombrado y se elude a favor del porvenir: Mas hoy… ¡Qué importa un día! Para los nuevos lares estepas hay en la floresta umbría, leña verde en los viejos encinares. […] ¡Qué importa un día! Está el ayer alerto al mañana, mañana al infinito, hombres de España, ni el pasado ha muerto, ni está el mañana —ni el ayer— escrito. […] 20 Se trata, en fin, de convencer al hombre ibero para que forje su destino, y espera que aquel Dios austero vuelva para sustituir el concepto de divinidad caprichosa al que el español dirigía antes su plegaria: ¿Quién ha visto la faz al Dios hispano? Mi corazón aguarda al hombre ibero de la recia mano, que tallará en el roble castellano el Dios adusto de la tierra parda. El Dios ibero [CI] 1.3.3. Dos retratos expresionistas En los dos poemas anteriores, Antonio Machado nos hablaba del “pueblo” (el protagonista de El hombre ibero —el título así lo indica— no es un hombre concreto, sino una abstracción, una generalización). Se trata ahora de dos retratos individualizados: un loco y un criminal. Un loco [CVI] pone en escena, en medio de un paisaje áspero y desabrido, a un demente que gesticula y vocifera a solas con su sombra y su locura. Todo, paisaje y personaje, está descrito con rasgos expresionistas: Es una tarde mustia y desabrida de un otoño sin frutos, en la tierra estéril y raída donde la sombra de un centauro yerra. Por un camino en la árida llanura, entre álamos marchitos, a solas con su sombra y su locura va el loco, hablando a gritos. […] Es horrible y grotesca su figura; flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, ojos de calentura iluminan su rostro demacrado. […] La evocación a lo lejos de la ciudad de donde se aparta el loco permite al poeta denunciar la mediocridad y la bajeza de la sociedad española, que intenta mostrar a sus lectores: Huye de la ciudad… Pobres maldades, misérrimas virtudes y quehaceres de chulos aburridos, y ruindades de ociosos mercaderes. […] Las imágenes del demente solitario y del siniestro paisaje se superponen. De la mente extraviada del loco parece desprenderse un sueño de inocencia: Por los campos de Dios el loco avanza. Tras la tierra esquelética y sequiza —rojo de herrumbre y pardo de ceniza— hay un sueño de lirio en lontananza. […] Los últimos versos expresan el simbolismo del loco errante: es la personificación del tedio sórdido, de la atmósfera sofocante de la ciudad de la que huye: Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! —carne triste y espíritu villano—. 21 No fue por una trágica amargura esta alma desgajada y rota: purga un pecado ajeno: la cordura la terrible cordura del idiota. Un loco [CVI] Un criminal [CVIII] muestra otra imagen degenerada en esta galería de tipos humanos. El poema describe la celebración de un juicio, el de un antiguo seminarista, asesino de sus propios padres, cuyo retrato impresiona por el contraste entre su figura infantil, sumisa y humilde, y la violencia de su mirada: El acusado es pálido y lampiño. Arde en sus ojos una fosca lumbre, que repugna a su máscara de niño y ademán de piadosa servidumbre. Un criminal [CVIII] Sofocado por un modo de vida opresor, el instinto brutal despierta y se apodera del personaje. Comete el mismo crimen que Juan y Martín, los hijos mayores de Alvargonzález, y al igual que ellos emplea un hacha. La escena de la Audiencia permite a Machado componer un estudio costumbrista. La perspectiva se ha desplazado del criminal a los personajes que lo rodean: jueces, jurado, abogado, fiscal, escribano, ujier y público. Todo el aparato de la justicia, tratado con tono satírico e irónico, produce un contraste irrisorio con la primera parte. Se describe una justicia vengadora, la que espera el pueblo: la ley del talión, que es una nueva ilustración del cainismo, del mal que habita en el corazón del hombre y escandaliza al poeta. 1.3.4. Los burgueses inútiles Junto a estas buenas gentes, pero en sentido opuesto, aparecen algunas figuras negativas, características primero de Castilla y, más adelante, de Andalucía: Castilla —hidalgos de semblante enjuto, rudos jaques y orondos bodegueros—, Castilla —trajinantes y arrieros de ojos inquietos, de mirar astuto—, mendigos rezadores, y frailes pordioseros, boteros, tejedores, arcadores, perailes, chicarreros, lechuzos y rufianes, fulleros y truhanes, caciques, tahúres y logreros. Desde mi [CXLIII] rincón – Elogios De entre ellos, destaca un tipo en el que la crítica machadiana es especialmente agria: el burgués, del que se destaca ante todo su hipocresía: Yo he visto garras fieras en las pulidas manos; conozco grajos mélicos y líricos marranos… El más truhán se lleva la mano al corazón, y el bruto más espeso se carga de razón. Proverbios y cantares [CXXXVI-VII] 22 En Poema de un día – Meditaciones rurales, escrito en Baeza, describe toda una mentalidad de pequeños burgueses conformistas, personas “de orden”, bien instaladas en su mediocridad, en contraste con sus propias meditaciones de filósofo. Es también un andaluz, don Guido, quien simboliza el tipo de señorito inútil que tanto le desagradaba. El célebre poema Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de don Guido es una elegía burlesca que armoniza con la frivolidad del personaje. ¿Cuál es el sentido de esta vida “llena” de un vacío infinito? El poeta se lo pregunta al caballero y se responde a sí mismo: cero, cero. LLANTO DE LAS VIRTUDES Y COPLAS POR LA MUERTE DE DON GUIDO Al fin, una pulmonía mató a don Guido, y están las campanas todo el día doblando por él: ¡din-dan! Murió don Guido, un señor de mozo muy jaranero, muy galán y algo torero; de viejo, gran rezador. Dicen que tuvo un serrallo este señor de Sevilla; que era diestro en manejar el caballo y un maestro en refrescar manzanilla. Cuando mermó su riqueza, era su monomanía pensar que pensar debía en asentar la cabeza. Y asentóla de una manera española, que fue casarse con una doncella de gran fortuna; y repintar sus blasones, hablar de las tradiciones de su casa, a escándalos y amoríos poner tasa, sordina a sus desvaríos. Gran pagano, se hizo hermano de una santa cofradía; el Jueves Santo salía, llevando un cirio en la mano Hoy nos dice la campana que han de llevarse mañana al buen don Guido, muy serio, camino del cementerio. Buen don Guido, ya eres ido y para siempre jamás… Alguien dirá: ¿Qué dejaste? Yo pregunto: ¿Qué llevaste al mundo donde hoy estás? ¿Tu amor a los alamares y a las sedas y a los oros, y a la sangre de los toros y al humo de los altares? Buen don Guido y equipaje, ¡buen viaje!… El acá y el allá, caballero, se ve en tu rostro marchito, lo infinito: cero, cero. ¡Oh las enjutas mejillas, amarillas, y los párpados de cera, y la fina calavera en la almohada del lecho! ¡Oh fin de una aristocracia! La barba canosa y lacia sobre el pecho; metido en tosco sayal, las yertas manos en cruz, ¡tan formal! el caballero andaluz. [CXXXIII] —¡aquel trueno!—, vestido de nazareno. Otro personaje andaluz, el hombre del casino provinciano del poema titulado Del pasado efímero [CXXXI], es el que mejor representa su visión negativa del burgués español. Tras un breve retrato y una rápida crónica de su vida, se nos cuentan sus banales pensamientos, sus irrisorias preocupaciones. El tono caricaturesco es acusador. El retrato de este hombre, cuyo cerebro parece habitado sólo por el recuerdo de la estocada de un célebre torero, la vacuidad total de su personalidad y de sus ideas, ofrecen una decrépita melancolía: Este hombre del casino provinciano 23 que vio a Carancha recibir un día, tiene mustia la tez, el pelo cano, ojos velados por melancolía; bajo el bigote gris, labios de hastío, y una triste expresión, que no es tristeza, sino algo más y menos: el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza. […] Una vestimenta ridícula y pasada de moda, una historia vulgar de viudedades y herencias, y la afición por los juegos de azar y los toros completan el retrato de un hombre que es algo, pero que no es nada. Los últimos versos expresan la “moraleja”: este hombre de mente y alma vacías es una fruta vana de un país muerto: Este hombre no es de ayer ni es de mañana, sino de nunca; de la cepa hispana no es el fruto maduro ni podrido, es una fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido, esa que hoy tiene la cabeza cana. Del pasado efímero [CXXXI] 1.3.5. El futuro de España: El mañana efímero En título paralelo y antitético al anterior, es el poema donde Antonio Machado mejor expresa su esperanza ante el futuro. La España pasada y presente es vacía e inútil, aunque tendrá quien la cante: EL MAÑANA EFÍMERO La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma inquieta, ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta. […] Esta España falsamente pintoresca, confinada en devociones hipócritas, privada de espíritu, es descrita con abundantes imágenes, paródicamente burlescas, que introducen de forma progresiva la denuncia terriblemente violenta del presente y el presagio de un futuro vacío y ¡por ventura1 pasajero. Este fatal porvenir, indicado por la metáfora “engendrará”, se personifica en la figura de un señorito indolente, sin ningún rasgo de personalidad destacado: El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero. Será un joven lechuzo y tarambana, un sayón con hechuras de bolero, a la moda de la Francia realista, un poco al uso del París pagano, y al estilo de España especialista en el vicio al alcance de la mano. […] Pero más allá de este retrato expresionista, que podríamos calificar de esperpéntico si lo hubiera firmado Valle-Inclán, lo que domina en el poema es el tono de violentísima crítica hacia Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste, 24 cuando se digna usar de la cabeza, aún tendrá luengo parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras; florecerán las barbas apostólicas, y otras calvas en otras calaveras brillarán venerables y católicas. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero, la sombra de un lechuzo tarambana, de un sayón con hechuras de bolero; el vacuo ayer dará un mañana huero. […] La reiteración de las frases “El vano ayer…” y “Esa España inferior…” martillean la conciencia del lector. El furor del poeta se manifiesta ahora en una serie de imágenes que sugieren el asco, la náusea, ante el presente y el mañana estomagante que se avecina: Como la náusea de un borracho ahíto de vino malo, un rojo sol corona de heces turbias las cumbres de granito; hay un mañana estomagante escrito en la tarde pragmática y dulzona. […] Pero a ese destino inexorable del futuro inmediato se opone una nueva encarnación de España, una España redentora basada en el trabajo y la inteligencia: Mas otra España nace, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza. Una España implacable y redentora, España que alborea con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea. El mañana efímero [CXXXV] 1.3.6. Elogios Se trata de un grupo de poemas que da colofón al libro y en el que Machado alaba la figura de algunos de los españoles más significativos de su tiempo, además de otro dedicado a Gonzalo de Berceo y dos más al tema de España, es decir, en elogio de una nueva España. Se trata de textos de muy distinta fecha de composición y, en general, no alcanzan la altura del resto del libro; pero no dejan de ser significativos para conocer algunos de los aspectos del pensamiento machadiano. En el poema dedicado a su maestro Francisco Giner de los Ríos —en cuya Institución Libre de Enseñanza estudió el poeta en su infancia, desde los seis a los catorce años, y que tan profundamente lo marcara—, recuerda al maestro recién fallecido como encarnación del optimismo utópico, del amor profundo, lúcido y apasionado a la patria. El poema bien vale como una declaración de principios éticos y estéticos del propio Antonio Machado: A DON FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS Como se fue el maestro, la luz de esta mañana me dijo: Van tres días 25 que mi hermano Francisco no trabaja. ¿Murió?… Sólo sabemos que se nos fue por una senda clara, diciéndonos: Hacedme un duelo de labores y esperanzas. Sed buenos y no más, sed lo que he sido entre vosotros: alma. Vivid, la vida sigue, los muertos mueren y las sombras pasan, lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! Y hacia otra luz más pura partió el hermano de la luz del alba, del sol de los talleres, el viejo alegre de la vida santa. ¡Oh, sí!, llevad, amigos, su cuerpo a la montaña, a los azules montes del ancho Guadarrama. Allí hay barrancos hondos de pinos verdes donde el viento canta. Su corazón repose bajo una encina casta, en tierra de tomillos, donde juegan mariposas doradas… Allí el maestro un día soñaba un nuevo florecer de España. Baeza, 21 de febrero de 1915. [CXXXIX] El poema destinado a don Miguel de Unamuno, nos presenta al escritor vasco bajo los rasgos de un nuevo Quijote. Unamuno fue para Machado el modelo de un ideal intelectual a seguir. Esta admiración, que fue mutua, se acrecentó con el tiempo, pero venía desde muy atrás. De hecho, este poema, aunque insertado en Campos de Castilla, data de la época en que Machado está escribiendo sus Soledades...; concretamente, está fechado en 1905. El poema lleva como epígrafe “Por su libro Vida de Don Quijote y Sancho”, obra publicada en aquel año. Político sin máscara, ni jefe de partido ni jefe de bando, sino hombre orgulloso de serlo, que habla a los otros hombres en un lenguaje esencialmente humano. De Unamuno escribió Antonio Machado en 1930: “Es don Miguel de Unamuno la figura más alta de la actual política española. Él ha iniciado la fecunda guerra civil de los espíritus, de la cual ha de surgir —acaso surja— una España nueva. Yo le llamaría el vitalizador, mejor diré, el humanizador de nuestra vida política. […] ¿puede haber política fecunda sin amor al pueblo? ¿y amor al pueblo sin amor al hombre, y, por ende, respeto a los valores del espíritu que son sus únicos privilegiados? […] Pero Unamuno piensa que mal puede el hombre invocar sus derechos sin una previa conciencia de su hombría. La ingente labor política de Unamuno consiste en alumbrar esta conciencia con su palabra y con su ejemplo, en las entrañas del pueblo.” En el poema, como decíamos, Unamuno aparece como nuevo Quijote. La comparación recalca, ante todo, el contraste entre el grotesco arnés, al que ridiculizan las malas lenguas, y la “locura” del entusiasmo que habita en su espíritu. Fuerza, valor… pero también soledad ante la distancia que le separa del pueblo adormecido: a las “lecciones de caballería” del vasco se oponen la mediocridad y la codicia que reinan en el entorno social español. Por último, en 26 Unamuno funde Antonio Machado la figura del Quijote (el “loco” idealismo) con la del Hamlet shakespeariano (la duda del ser o no ser, del existir frente a la conciencia de la muerte). Y otra curiosa amalgama: la figura de Don Quijote se funde con la de otro luchador: Ignacio de Loyola, al que mejora porque aquél “escupe al fariseo”. Machado había saludado con admiración la aparición de Castilla, de Azorín. La glosa que hace del libro en el poema titulado Desde mi rincón, fechadoen 1913, muestra hasta qué punto ha vibrado con su lectura. Largos pasajes de este poema son puras exclamaciones por donde desfilan, como en una letanía, imágenes de los hombres y elementos del paisaje castellano. Este amor por las mismas tierras y hombres a los que él mismo ha cantado, salva a Azorín de su vena reaccionaria: —un poco libertario de cara a la doctrina, ¡admirable Azorín el reaccionario por asco de la greña jacobina!— Desde mi rincón — Elogios [CXLIII] Dos son los poemas de esta sección dedicados a Juan Ramón Jiménez: A Juan Ramón Jiménez [CLII], de 1903, con motivo de la aparición del libro Arias tristes del poeta de Moguer; y Mariposa de la sierra [CXLII], de 1915, por la publicación de Platero y yo . El primero, de factura simbolista, describe un jardín en el que el motivo central del murmullo del agua se mezcla con notas modernistas: el canto de un ruiseñor, una ráfaga de viento, las notas de un violín, la luna… El segundo, lejos del jardín doliente y suave del anterior, presenta un paisaje abrupto y tonificante en torno a las fuentes del Guadalquivir en el que resalta la figura de una mariposa. El ritmo es alegre y la imaginación juega con el contraste entre la ligereza de la mariposa y el marco solitario y salvaje. Los dos últimos versos, en el saludo que dirigen a Juan Ramón Jiménez, subrayan una actitud común de los dos poetas: el amor hacia los seres de la naturaleza. Conocida es la admiración que Machado sentía ante la figura y la obra de Rubén Darío. Ya hemos mencionado también que les unió cierta amistad, y que fue el poeta nicaragüense quien le ayudó económicamente cuando hubo de regresar junto a su esposa a España por la repentina enfermedad de ésta. Dos son también los poemas dedicados a él. El primero, Al maestro Rubén Darío [CXLII], data de 1904 y supone el saludo y bienvenida de Machado al nuevo estilo que representa Rubén Darío[25]. El segundo, A la muerte de Rubén Darío [CXLIX], fechado en 1916, es un romance heroico en alejandrinos (estrofa muy del gusto modernista y del propio Rubén Darío). En él, Machado vuelve al mejor estilo modernista de raigambre parnasiana, que el propio Machado había ido abandonando progresivamente: A LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO Si era toda en tu verso la armonía del mundo, ¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, corazón asombrado de la música astral, ¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno y con las nuevas rosas triunfantes volverás? ¿Te han herido buscando la soñada Florida, la fuente de la eterna juventud, capitán? Que en esta lengua madre la clara historia quede; corazones de todas las Españas, llorad. Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro, esta nueva nos vino atravesando el mar. Pongamos, españoles, en un severo mármol, su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más: 27 Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo, nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan. [CXLIX] 1.4. HACIA UN NUEVO ROMANCERO: La tierra de Alvargonzález En septiembre de 1910, Antonio Machado, junto con unos amigos, realiza una excursión a las fuentes del Duero. Llegaron a la cima del Urbión, de donde descendieron hasta la Laguna Negra y, por el valle del Revinuesa, hasta Vinuesa. Según el relato del poeta, las tierras malditas de Alvargonzález le son presentadas por un campesino, con estas palabras: “Por aquel sendero —me dijo el campesino, señalando a la diestra—, se va a las tierras de Alvargonzález; campos malditos hoy; los mejores, antaño, de esta comarca”. Machado hizo una primera versión en prosa del relato, que se publicó en enero de 1912. El romance vería la luz tres meses más tarde en la revista “La Lectura”. El poema cuenta una historia elemental y brutal de un crimen por herencia. Los hijos mayores de Alvargonzález —“dueño de mediana hacienda, / que en otras partes se dice / bienestar y aquí opulencia”— deciden matar al padre para heredar. Pero las tierras, malditas, no dan los frutos esperados. El hijo menor, que había colgado la sotana y marchado a América, vuelve como “indiano opulento”. Comprará los campos malditos, que en sus manos volverán a ser fértiles. La figura fantasmal del padre asesinado aparece por las noches para cuidar las tierras. Por último, los dos asesinos, perseguidos por su destino y por su conciencia de culpabilidad (simbolizada por los lobos, que parecen acosarlos durante una noche terrible), van a caer y morir en la Laguna Negra, adonde habían arrojado el cuerpo del padre. En 1917, declaraba Antonio Machado: Y pensé que la misión de los poetas era inventar nuevas historias de lo eterno humano, historias animadas que, siendo suyas, viviesen no obstante por sí mismas. Me pareció el romance la suprema expresión de la poesía y quise escribir un nuevo Romancero. A este propósito responde La tierra de Alvargonzález. Muy lejos estaba yo de pretender resucitar el género en su sentido tradicional. La confección de nuevos romances viejos —caballerescos o moriscos— no fue nunca de mi agrado, y toda simulación de arcaísmo me parece ridícula. Cierto que yo aprendí a leer en el Romancero general que compiló mi buen tío don Agustín Durán; pero mis romances no emanan de las heroicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron; mis romances miran a lo elemental humano, al campo de Castilla y al libro primero de Moisés, llamado Génesis. La referencia al Génesis se debe, sin duda, al asesinato de Abel por parte de su hermano Caín y la consiguiente maldición que recae sobre éste. El tema del cainismo, como hemos visto, lo trata repetidamente Antonio Machado. En la primera parte del romance leemos ya: Mucha sangre de Caín tiene la gente labriega, y en el hogar campesino armó la envidia pelea. La tierra de Alvargonzález [CXIV, vv. 25-28] El tema se desarrolla en un largo romance de 712 versos, dividido en 51 romances cortos que se estructuran en diez partes. A su vez, podríamos distribuir estas diez partes en cuatro momentos narrativos, de forma que la estructura del poema quedaría representada de la siguiente forma: I [vv. 1-164] Sin título [vv. 1-60] “El sueño” [vv. 60-104] 28 EL CRIMEN II [vv. 165-330] III [vv. 331-448] IV [vv. 449-712] “Aquella tarde” [vv. 105-164] “Otros días” [vv. 165-280] “Castigo” [vv. 281-330] “El viajero” [vv. 331-406] “El indiano” [vv. 407-448] “La casa” [vv. 449-576] “La tierra” [vv. 577-622] “Los asesinos” [vv. 623-712] EL CASTIGO REGRESO Y PROSPERIDAD DE MIGUEL CASTIGO DE LOS ASESINOS El romance es esencialmente narrativo, pero contiene también descripciones en las que predomina claramente el lirismo. El narrador no participa en lo relatado; pero está siempre presente, incluso interrumpiendo lo narrado para expresar su emoción: ¡Oh tierras de Alvargonzález, en el corazón de España, tierras pobres, tierras tristes, tan tristes que tienen alma! La tierra… [CXIV, vv. 563-566] Pero, sobre todo, el lirismo está presente en la tonalidad de todo el poema, especialmente a través de la reiterada intervención de la copla que anónimamente canta el pueblo: de nuevo, el pueblo condensa la historia, borrando de la copla lo anecdótico, para expresar el sentimiento esencial y universal que subyace en los hechos narrados: Ya el pueblo canta una copla que narra el crimen pasado: “A la orilla de la fuente lo asesinaron. ¡Qué mala muerte le dieron los hijos malos! En la laguna sin fondo al padre muerto arrojaron. No duerme bajo la tierra el que la tierra ha labrado.” La tierra… [CXIV, vv. 427-436] Es el agua, símbolo del tiempo existencial, la que canta la canción del pueblo: El agua, que va saltando, parece que canta o cuenta: “La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra” La tierra… [CXIV, vv. 427-436] Se acercaban a la fuente. El agua clara corría, sonando cual si contara una vieja historia, dicha mil veces y que tuviera 29 mil veces que repetirla. Agua que corre en el campo dice en su monotonía: Yo sé el crimen, ¿no es un crimen, cerca del agua, la vida? Al pasar los dos hermanos relataba el agua limpia: “A la vera de la fuente Alvargonzález dormía.” La tierra… [CXIV, vv. 635-648] Por lo demás, también los elementos del relato son líricos en sí mismos: la Naturaleza, la muerte, el destino, lo sobrenatural, el misterio… La sugestión del tiempo que fluye indefinidamente se manifiesta mediante el uso del presente habitual en alternancia con los pretéritos, propios de la narración: todo esto da a la historia un aspecto de realidad viva que se adueña de la imaginación del lector. Así, a través de la expresión del devenir temporal, el poeta ha querido expresar también lo intemporal, lo eterno, lo “elemental humano”. De esta forma, el poema expresa, más que lo “anecdótico” de la historia de un crimen familiar, el alma de las tierras y de los hombres castellanos, cuyos valores —vicios y virtudes— escapan al tiempo y al espacio concretos. Los temas son también universales: la envidia, la codicia. la maldición divina, lo mágico y lo maravilloso (los sueños premonitorios de Alvargonzález, la aparición de su fantasma dejando la huerta “como un milagro” para el hijo bueno, el canto del agua, la presencia de los lobos, el fuego como bien sagrado representativo de los valores del hogar…). 1.5. Proverbios y cantares [CXXXVI] y Parábolas [CXXXVII] Campos de Castilla es, entre otras muchas cosas, el diario de una vida. Es también, en otro sentido, el diario de unas reflexiones. La sección titulada Proverbios y cantares [CXXXVI] expone, como anotadas día a día, de manera deslavazada, a merced de la inspiración o del humor del momento, una idea, una observación, alguna reflexión que adopta espontáneamente la forma de un aforismo en verso. Estos breves poemas son preciosos para penetrar en la personalidad de Antonio Machado. Algunos se refieren al arte poética; otros expresan una especie de sabiduría, de pensamiento gnómico, de fábula alegórica, que debe ser interpretada; otros, una reflexión metafísica; otros, en fin, parecen el eco de algún diálogo íntimo —unas veces ligero; otras, grave— reanudado e interrumpido sin cesar en la abrumadora soledad de su vida: No extrañéis, dulces amigos, que esté mi frente arrugada: yo vivo en paz con los hombres y en guerra con mis entrañas. [CXXXVI-XXIII] Son, en total, cincuenta y tres composiciones, de las cuales ya se habían publicado en la primera edición del libro (1912) los poemas I-XXVI, LI y LII. Desde la primera estrofa, el lector halla de nuevo la imagen familiar del poeta soñador que predominaba en Soledades...: Nunca perseguí la gloria ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles 30 como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar hacia el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse. [CXXXVI-I] Otra vez, la humildad y la bonhomía como declaración de principios, como observábamos, por ejemplo, en el primer poema del libro (Retrato [XCVII]). Hallamos también un rasgo característico de la personalidad poética de Antonio Machado: el sentido y el gusto por la sentencia, la frase lacónica, pero cargada de experiencia, que recuerda la lírica popular andaluza; Es el mejor de los buenos quien sabe que en esta vida todo es cuestión de medida: un poco más, algo menos… [CXXXVI-XIII] ¿Dices que nada se crea? Alfarero a tus cacharros. Haz tu copa y no te importe si no puedes hacer barro. [CXXXVI-XXXVIII] Uno de los temas en que insiste Machado en estos breves poemas es el de Dios, no como realidad afirmada, sino como necesidad de la imaginación del hombre, del deseo de que lo imaginado sea realidad[32]: Ayer soñé que veía a Dios y que a Dios hablaba; y soñé que Dios me oía… Después soñé que soñaba. [CXXXVI-XXI] Todo hombre tiene dos batallas que pelear: en sueños lucha con Dios; y despierto, con el mar. [CXXXVI-XXVIII] La conciencia que está despierta a la razón es la certeza de la muerte, del mar. La conciencia, no dormida, sino soñadora desea a Dios, la eternidad. Es por esto que la vida, vista como un camino que se recorre, es representada por el caminar sobre el mar: el vivir por encima de, más allá de la muerte: Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar. [CXXXVI-XXIX] 31 Estelas que, como los momentos de la existencia, se borran, se pierden en la nada del pasado, de lo muerto, del mar. Este “cantar” parece poetizar unas palabras del filósofo francés Henri Bergson, al que en principio siguió Antonio Machado, y uno de cuyos cursos siguió en París durante su estancia en la capital francesa junto con su mujer en 1911. El texto de Bergson es el que sigue: «La vida progresa y dura. Indudablemente, siempre se podrá, arrojando una ojeada sobre el camino una vez recorrido, señalar la dirección, anotarla en términos psicológicos, y hablar como si se hubiera perseguido una meta. «Es así como hablaremos de nosotros mismos […]. Pero del camino que está por recorrer, el espíritu humano no tiene nada que decir. Porque el camino ha sido realizado a medida del acto que lo recorría; no siendo más que la dirección de este acto mismo.» [33] Pero la metáfora de la vida como camino estaba ya en la tradición literaria europea y española. La idea de Bergson que parece tomar Antonio Machado es la que hemos señalado arriba en negrita, equivalente al “se hace camino al andar” del poeta. La metáfora genuinamente machadiana y más definidora de su concepto del tiempo está en los dos últimos versos (“…no hay camino, / sino estelas en la mar.”): el fluir vital es la estela del barco, que no está hecha, sino que se forma en el mismo instante de su paso y que se borra, desaparece, también en ese mismo instante: la vida se va creando sobre el inmenso mar de la muerte y muere continuamente en ella misma. Estas preocupaciones vitales hallan también su expresión filosófica en otras composiciones; Dicen que el ave divina, trocada en pobre gallina, por obra de las tijeras de aquel sabio profesor (fue Kant un esquilador de las aves altaneras; toda su filosofía, un sport de cetrería), dicen que quiere saltar las tapias del corralón, y volar, otra vez, hacia Platón. ¡Hurra! ¡Sea! ¡Feliz será quien lo vea! [CXXXVI-XXXIX] La filosofía, pues, “desplumada” por Kant con su sistematismo, habría caído a finales del siglo XIX en el positivismo, o aún en pragmatismo (lo que Machado llamaría despectivamente “filosofía de mercaderes”). Pero ahora —cree Machado— va a remontar el vuelo para volver a pensar en lo esencial. Para “conocer”, el hombre ha de luchar con “dos modos de conciencia”: el pensamiento lógico y el pensamiento intuitivo: Hay dos modos de conciencia: una es luz, y otra paciencia. Una estriba en alumbrar un poquito el hondo mar; otra, en hacer penitencia con caña y red, y esperar el pez, como pescador. Dime tú: ¿Cuál es mejor? ¿Conciencia de visionario 32 que mira en el hondo acuario peces vivos, fugitivos, que no se pueden pescar, o esa maldita faena de ir arrojando a la arena, muertos, los peces del mar? [CXXXVI-XXXV] En este poema, el pensar lógico destruye a los seres vivientes al sacarlos del fluir vital. El entendimiento produce conceptos que el hombre puede razonar. Pero esos conceptos no tienen vida. El pensamiento poético no aporta ningún concepto para el análisis, pero es el único modo de pensar que puede sentir las cosas en su vitalidad existencial. Ahora bien, la inteligencia, aunque no sirve para captar la vida y la realidad en su totalidad, sí sirve para “colocarnos fuera de lo real, para crearnos un mundo aparencial, ficticio, y en el cual no sabemos cómo podríamos vivir”. La inteligencia, además, no puede ser sustituida por ningún otro instrumento. Y, a continuación, lanza Machado lo que quedará como su palabra básica y última ante la filosofía y ante toda pretensión de conocimiento intelectual: “A mi juicio, el gran pecado de la filosofía consiste en que nadie se atreve a ser escéptico. Es cierto que la inteligencia no puede alcanzar la última realidad, mas no es cierto que haya otro medio de llegar a ella”. Es decir, lo admirable del pensar lógico, a pesar de sus limitaciones, es su inutilidad, su distanciamiento de la vida, su capacidad de crear un mundo —el del pensamiento abstracto— como algo separado de la ciega vida: “Lo grande de la inteligencia es su posición teórica, que no está al servicio de la vida, sino que, por el contrario, pretende poner a la vida misma a su servicio, someterla a sus normas”. El visionario del poema anterior —pensador intuitivo— no puede llegar a la última realidad: “Conciencia de visionario / que mira […] / peces vivos, fugitivos, / que no se pueden pescar […]”. El pescador —pensador lógico— sólo puede formar conceptos, pensamientos alejados de lo vivoreal: “[…] esa maldita faena / de ir arrojando a la arena, / muertos, los peces del mar […]”, es decir, sólo puede someter a la vida a sus normas racionales para poder aprehenderlo. Y ese escepticismo, cada vez más hondo, es lo que le permite justamente preparar las condiciones previas a una auténtica creencia, no basada en ideas, sino en el simple reconocimiento de que existe el prójimo (lo que él llamó “la otredad del ser”) y que hay que amarle, no como imagen y reflejo de mi “yo”, sino en su propia otredad ¿Dices que nada se crea? No te importe, con el barro de la tierra, haz una copa para que bebe tu hermano. [CXXXVI-XXXVII] Aparte ya de la serie Proverbios y cantares, aunque muy relacionados con algunos de los poemas de ésta, los poemas agrupados bajo el título Parábolas [CXXXVII] adquieren un tono metafísico. Ante todo, la lucha, de nuevo, entre la razón y el corazón, en busca de la verdad: Era un niño que soñaba un caballo de cartón. Abrió los ojos el niño y el caballito no vio. Con un caballito blanco el niño volvió a soñar; y por la crin lo cogía… ¡Ahora no te escaparás! Apenas lo hubo cogido, 33 el niño se despertó. Tenía el puño cerrado. ¡El caballito voló! Quedóse el niño muy serio pensando que no es verdad un caballito soñado. Y ya no volvió a soñar. Pero el niño se hizo mozo y el mozo tuvo un amor, y a su amada le decía: ¿Tú eres de verdad o no? Cuando el mozo se hizo viejo pensaba: Todo es soñar, el caballito soñado y el caballo de verdad. Y cuando vino la muerte, el viejo a su corazón preguntaba: ¿Tú eres sueño? ¡Quién sabe si despertó! [CXXXVII-I] La búsqueda de Dios: El Dios que todos llevamos, el Dios que todos hacemos, el Dios que todos buscamos y que nunca encontraremos. Tres dioses o tres personas del solo Dios verdadero. [CXXXVII-VI] Un sentimiento de desamparo se mezcla con esta aspiración del alma a Dios, que si no existe, sí puede ser “creado” por el hombre: PROFESIÓN DE FE Dios no es el mar, está en el mar, riela como la luna en el agua, o aparece como una blanca vela; en el mar se despierta o se adormece. Creó la mar, y nace de la mar, cual la nube y la tormenta; es el Criador y la criatura lo hace; su aliento es alma, y por el alma alienta. Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste, y para darte el alma que me diste en mí te he de crear. Que el puro río de caridad que fluye eternamente, fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío, de una fe sin amor la turbia fuente! [CXXXVII-V] 34