Economía internacional y sociedad de masas

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TEMA 31. LA ECONOMÃ A INTERNACIONAL Y LA SOCIEDAD DE MASAS.
La Primera Guerra Mundial habÃ−a trastocado toda la economÃ−a mundial. El comercio internacional y las
inversiones en el exterior de los principales paÃ−ses europeos quedaron prácticamente interrumpidos entre
1914 y 1918. EEUU y, en menor medida, Japón se hicieron con buena parte de los mercados antes
controlados por Gran Bretaña, Francia y Alemania. La marina mercante norteamericana creció
espectacularmente. Londres vio su posición como centro financiero amenazada por la huÃ−da de dinero a
Nueva York y Suiza. En muchos paÃ−ses neutrales la sustitución de importaciones dio lugar a procesos
más o menos consistentes de expansión (o reconversión) industrial. La demanda de materias primas y
alimentos impulsó la producción agrÃ−cola de los paÃ−ses centro y sudamericanos, asiáticos, africanos e
incluso de EEUU.
Los paÃ−ses beligerantes habÃ−an tenido, además, que hacer frente a un doble problema: el aumento
extraordinario de los gastos militares y a la necesidad de controlar y regular la propia economÃ−a nacional
para su transformación para la guerra (fabricación de armamento y munición, y de todo tipo de material de
campaña). De una parte, las economÃ−as europeas habÃ−an recurrido a préstamos cuantiosos y a otras
formas de financiación (emisión de deuda, aumentos de la circulación monetaria, bonos del tesoro...):
EEUU pasó a ser el principal acreedor del mundo y se enriqueció considerablemente, y su producto
nacional bruto prácticamente se dobló en relación a las cifras de poco antes de estallar la guerra. En
resumen, a partir de entonces EEUU añadió a su primacÃ−a industrial y agrÃ−cola una superioridad
marÃ−tima y financiera. De otra parte, los gobiernos europeos impusieron desde 1914 fuertes controles sobre
sus respectivas economÃ−as.
El efecto que todos aquellos cambios tendrÃ−an sobre las economÃ−as de posguerra fue enorme. Todas ellas
tuvieron que hacer frente no ya sólo a la reconstrucción, reabsorción de excombatientes y sostenimiento
de viudas, huérfanos y mutilados, sino además a fuertes procesos inflacionarios y elevadÃ−simos
endeudamientos exteriores. La inflación y la inestabilidad monetaria tuvieron en todas partes el mismo
efecto: pérdida del valor adquisitivo de los salarios y hundimiento de rentas fijas y del ahorro.
Prácticamente ningún paÃ−s pudo recuperar el ritmo de actividad económica anterior a la guerra hasta
1923 (y Alemania, abrumada por el pago de reparaciones, hasta después de ese año).
Reconstrucciones, inflación, deuda exterior, inestabilidad monetaria, reajustes económicos y, en los casos
alemán, austrÃ−aco, húngaro y búlgaro, las “reparaciones” de guerra configuraron una situación
económica internacional excepcionalmente vulnerable.
A partir de 1920, la crisis comenzó a manifestarse en EEUU -aumento de stocks, caÃ−das de precios-, que
inauguró una polÃ−tica deflacionista que se tradujo en una restricción de los créditos a operaciones a
realizar en el interior, una disminución de los gastos presupuestarios y, sobre todo, la suspensión de los
préstamos gubernamentales a los extranjeros. La actitud norteamericana se debÃ−a a unas reacciones
reflejas de los acreedores, que no veÃ−an ninguna razón para continuar suministrando mercancÃ−as sin una
contrapartida sólida y que exigÃ−an la consolidación de las monedas y la estabilidad de los precios.
A medio plazo, las polÃ−ticas deflacionistas y las medidas fuertemente proteccionistas permitieron
restablecer la estabilidad económica, sobre todo, desde que en 1924 se solucionó el problema
hiperinflacionista alemán (â el Plan Dawes, destinado a solucionar el problema de las indemnizaciones
que Alemania debÃ−a pagar a sus antiguos adversarios) y, en definitiva, se propició asÃ− la relativa
prosperidad que la economÃ−a mundial experimentó entre 1924 y 1929.
Pero a corto plazo, en 1921-23, deflación y proteccionismo provocaron una aguda recesión económica y
un fuerte aumento del desempleo. Consecuencia de todo ello serÃ−a la intensa agitación laboral que toda
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Europa y EEUU conocieron en los años 1919-22, que hizo pensar que el mundo occidental estaba abocado a
una situación revolucionaria (a lo que contribuyeron desde luego el ejemplo de la revolución rusa y la
creación en toda Europa de partidos comunistas alineados con las posiciones del nuevo régimen
soviético).
En el umbral de la Primera Guerra Mundial ya se materializaba rotundamente el punto más agudo en las
luchas sociales: la entrada en liza de las clases obreras, no como en los primeros tiempos de la revolución
industrial, sino en forma organizada -los sindicatos horizontales-, con reivindicaciones y medios de lucha
más eficaces y terminantes: huelgas generales, huelgas parciales, resistencias pacÃ−ficas o no pacÃ−ficas a
las fuerzas del orden burgués-liberal, defensa agresiva, ocupación de fábricas, negociaciones colectivas,
etc. Los obreros industriales, a través de sus grandes sindicatos y uniones sindicales, toman carta de
naturaleza en las luchas sociales ya con dimensión autónoma a partir de los años inmediatos a la guerra y
reclaman no sólo medidas de apoyo -derechos sociales, seguridades laborales, etc.- sino la participación o
el control del poder polÃ−tico dentro del propio sistema o con el propósito más o menos expreso de
conquistarlo por métodos revolucionarios.
Con todo, las consecuencias económicas de la guerra y la agitación laboral de la posguerra transformaron la
polÃ−tica y aún la naturaleza del Estado (â Hasta la Primera Guerra Mundial, los enfrentamientos
polÃ−ticos básicos habÃ−an surgido entre conservadores y liberales, quienes gobernaban alternativamente
en la mayorÃ−a de los paÃ−ses europeos a fines del s. XIX y lo seguirÃ−an haciendo durante todavÃ−a
algunos años). La situación provocó, de una parte, un reforzamiento notabilÃ−simo de la responsabilidad
económica de los poderes públicos; de otra, sensibilizó a gobiernos y sociedad en general en torno a los
problemas sociales. A partir de la Primera Guerra Mundial los gobiernos asumirÃ−an la responsabilidad de la
prosperidad económica, del empleo y de la seguridad social. La jornada laboral de 8 horas fue acordada en
numerosÃ−simos paÃ−ses en 1919. En la Conferencia de ParÃ−s que puso fin a la guerra, se acordó la
creación de la Organización Internacional de Trabajo (dentro de la Sociedad de Naciones), como una
especie de asamblea internacional de los sindicatos que fuese elaborando la legislación social que habrÃ−an
de aprobar los respectivos gobiernos.
En cualquier caso, la doble idea de que la economÃ−a debÃ−a ser planificada de alguna forma y de que el
libre juego de las fuerzas económicas resultaba inoperante para combatir las desigualdades económicas
impregnó profundamente la conciencia pública. En 1928, el nuevo paÃ−s revolucionario salido de la
guerra, la URSS, aprobarÃ−a el primero de sus planes quinquenales. En 1936, el economista de Cambridge,
Keynes, publicarÃ−a la “TeorÃ−a general del empleo, el interés y el dinero” que precisaba cuáles
debÃ−an ser los instrumentos de los gobiernos para asegurar la estabilidad económica y el empleo. Ni la
economÃ−a, ni la extensión ni los fines de los gobiernos volvieron a ser los mismos. Era como si la guerra
del 14 hubiese alumbrado las sociedades de “masas”, según la expresión que se desarrollaba por entonces,
como si dichas masas impusieran efectivamente la revisión a fondo de los viejos sistemas polÃ−ticos de la
época anterior y de las anticuadas luchas entre absolutistas y liberales.
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