el retrato en los siglos xix y xx.

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DPTO ARTES VISUALES: SEGUNDOS MEDIOS
PROF: ARIEL RODRIGUEZ SOTO.
PRECEDENTES DEL RETRATO...
La captación del rostro humano por medio de una interpretación artística se remonta a las primeras grandes
civilizaciones de la tierra. Después de un momento inicial, la Prehistoria, en el que no hay apenas retratos, es
a partir de culturas como Egipto (por ejemplo, en los tardíos retratos de El-Fayum) o las de Mesopotamia
(Sumer, Acad, Babilonia, Persia) cuando surge la necesidad de captar la imagen de los personajes más
destacados de esos territorios.
En un principio, el arte se muestra al servicio de las clases dirigentes (reyes, faraones, alto clero) que
empiezan a comprender el enorme poder que tiene la imagen como vehículo transmisor de mensajes de
poder o riqueza. A todos los efectos, la imagen de un dirigente le representa enteramente, es él mismo, por
lo que se imponen lenguajes con tendencia a la simplificación, a la abstracción de perfiles y volúmenes.
Pero al mismo tiempo surge la otra gran opción estilística que va a perdurar en los siglos posteriores: el
naturalismo, la recreación más o menos fidedigna de los rasgos del ser humano, de lo que le diferencia del
resto. A este respecto, el periodo "amarniano" del Imperio Nuevo egipcio - hacia el s. XIV a.C. - supone una
verdadera revolución, una lección para el arte de otras culturas, como la griega o la romana. Allí aparecen
hombres y mujeres alejados de cualquier idealización: ancianos, feos, decrépitos... y, sin embargo, se están
plantando las bases del arte como testimonio fundamental de la historia de la Humanidad.
Egipto ejerció una influencia decisiva en las culturas del Egeo, en el Mediterráneo Oriental, especialmente
en la griega. Así, por ejemplo, en los frescos del palacio cretense de Cnosos vemos desfilar a mujeres
coquetas y hombres musculosos, cuya imagen está destinada a reflejar el sofisticado nivel de vida alcanzado.
En las fases posteriores del arte griego, el retrato se convirtió en el testimonio perfecto de que se había
alcanzado un nuevo grado de civilización. Los valores de libertad y democracia tuvieron que concretarse en
una imagen renovada del ser humano, en unos retratos a medio camino entre la idealización y el
naturalismo, como en el retrato de Pericles (s. V a.C.) en el periodo clásico o, ya en el helenístico, el de
algunos filósofos.
Pero aún faltaba un paso más para entrar en la concepción plenamente occidental del retrato. Ese
protagonismo le correspondería a Roma, primero en su período republicano, más tarde en el imperial.
Existían numerosas razones para ello: la copia de esculturas griegas, un sentimiento exacerbado del
individualismo, el orgullo de saberse los dueños de casi todo el mundo conocido, etc. Frente a las
concepciones previas del retrato, en Roma se impone el valor exclusivo de documento de época: veremos
aparecer senadores, cónsules, emperadores, pero también la narración de las batallas y de los triunfos
cosechados en todos los lugares.
Esa preeminencia del naturalismo en el retrato romano vendría a ser reprimida por la llegada de una nueva
religión, el cristianismo, que valoró la belleza espiritual sobre la física. Éste es el rasgo decisivo en la
evolución del retrato en el milenio siguiente, y a través de periodos como el prerrománico, el románico o el
gótico los retratos descriptivos son minoría, arrinconados ante la temática religiosa, que consideraba la
imagen en términos de educación moral y no de narración.
A finales de la Edad Media, una serie de acontecimientos permite iniciar una nueva etapa para la
Humanidad: de manera progresiva el hombre sustituye a Dios como centro del universo. Cada uno ocupa su
propia parcela y la del hombre es el conocimiento del medio natural, del mundo físico. Como siempre había
sucedido, otra vez será el retrato el género artístico encargado de mostrar con toda nitidez el alcance de
esas transformaciones. Pronto surgen dos núcleos geográficos donde irradian las nuevas imágenes: los
Países Bajos e Italia.
EVOLUCION DEL RETRATO ROMANO.
Posiblemente, el retrato es el género escultórico preferido en Roma. Su origen está
vinculado con una práctica funeraria lo que provocará su aspecto profundamente
realista ya que los patricios tenían la costumbre de hacer mascarillas de cera de sus
difuntos para conservarlas en los atrios de sus hogares.
Los etruscos ya realizaron retratos cargados de fuerza y realismo como el
famoso Arringatore.
El retrato en época republicana se debe, en su mayoría, a artistas griegos. Aun así, se
interesa por la personalidad grave y sería de los modelos, aportando energía y decisión
a las estatuas.
Entre los primeros retratos imperiales destacan los de Augusto, bien como pontifex
maximus o en calidad de cónsul cum imperium, pero siempre interesándose el artista
por el realismo del modelo. De esta manera, el cabello liso y caído en mechones sobre
la frente se convierte en moda hasta época de Trajano, en los inicios del siglo II.
La barba empezará a generalizarse en época de Adriano, aumentando
considerablemente de tamaño en la segunda mitad del siglo II, al tiempo que el cabello
se hace más rizado y voluminoso como se observa en los retratos de Marco
Aurelio o Caracalla.
En la segunda mitad del siglo III se intensifica la expresión del rostro a través de un
modelado seco y duro, como se pone de manifiesto en los retratos de Constantino.
En cuanto al retrato femenino, de época republicana se conservan escasos ejemplares,
destacando el busto de Clitia que el artista nos presenta surgiendo del cáliz de una
flor.
En época de Augusto, las mujeres presentan un peinado bajo, con raya en el centro y
ondulado en los lados, como observamos en el de Agripina.
Bajo los Flavios, en el último tercio del siglo I, el peinado femenino se transforma
gracias a Julia, la hija de Tito, que impone un cabello rizado, a modo de nimbo
alrededor de la parte superior del rostro.
A mediados del siglo II se produce un nuevo cambio ya que el peinado baja de nuevo y
se recoge en la nuca gracias a un moño. El peinado bajo continuará descendiendo a la
largo de la centuria siguiente.
RETRATO MODERNO.
Se habla, y con razón, de que a finales de la Baja Edad Media las opciones que
condujeron al Renacimiento eran, esencialmente, dos. En efecto, hubo dos
Renacimientos: el de los Países Bajos evita toda referencia a la Antigüedad clásica,
carece de una base teórica o científica que pueda ser aplicada al arte y se concentra,
sobre todo, en la respuesta visual ante el mundo.
Los cuadros de Van der Weyden, Bouts y, en especial, de los hermanos Van
Eyck testimonian su fidelidad a la apariencia de las cosas reales. Precisamente por esto
el retrato conoce en el mundo flamenco un auge espectacular, para dar satisfacción a
una clientela comercial e individualista, que aspira a dejar, mediante el arte, una
imagen de sí mismos para la posteridad.
La situación era muy distinta al sur de Europa, en Italia. Como había sucedido en los
Países Bajos, el auge económico fue muy temprano y dio forma a una sociedad muy
diferente respecto a la tardomedieval. Todo el mapa político se estructuró en ciudadesestado, que combatían entre sí por el control económico y militar de su región. De esas
nuevas entidades que surgieron a comienzos de la Edad Moderna se destacaron pronto
dos: Siena y Florencia.
En Siena la sociedad seguía muy vinculada a la Edad Media, convirtiéndose en una
corte donde el lujo, la ostentación y la elegancia eran las señas de identidad. A
comienzos del Trecento (s. XIV) destacaron Duccio, los hermanos Lorenzetti y Simone
Martini entre los pintores, decididos a encontrar una síntesis entre ecos del arte gótico
y la aceptación de las innovaciones más modernas, como la invención de la perspectiva
lineal. Por desgracia, el curso de los acontecimientos abortó esta opción: la Peste
Negra de 1348 se llevó a uno de los hermanos Lorenzetti y dejó un ambiente de
miseria y desolación.
El futuro lo iba a escribir su rival más directa, la ciudad de Florencia. En el Trecento
fueron Cimabue y, sobre todo, Giotto, los pioneros en ese campo, añadiendo a sus
figuras un volumen y una corporeidad únicos pero habría que esperar al Quattrocento
(s. XV) para hablar de una verdadera revolución en los modelos y en los objetivos del
arte.
Florencia continúa siendo uno de los centros destacados del arte renacentistas en ese
siglo. Poco a poco se dominan los principios técnicos y científicos que permitirán una
representación creíble de la realidad a través del arte: la perspectiva lineal, el volumen
de los cuerpos, la aplicación naturalista de los colores, las sombras, etc.
Ghirlandaio o Botticelli, activos en la segunda mitad del siglo, aplican esos
conocimientos para crear un nuevo tipo de retrato, el simbólico. Son los artistas
predilectos de las clases privilegiadas, que no cesan de encargarles retratos de sus
miembros más preeminentes. Se crean las categorías estándar para ese género de
pintura: el retrato de perfil, el de tres cuartos, el de cuerpo entero, etc. Además, hacen
rodear a sus retratados de una serie de atributos que permiten identificarles y poner
de manifiesto sus virtudes: caridad, intelectualidad, etc.
En paralelo, por todo el territorio italiano se empiezan a desarrollar otros núcleos; en
Urbino, Piero della Francesca añade otro elemento al retrato, la sublimación de la
geometría y de las relaciones matemáticas como medio de alcanzar la perfección.
Basándose en la filosofía neoplatónica, afirma que la apariencia sólo es débil reflejo de
la esencia interior e ideal.
Muy diferente va a ser el discurso que se emplee en la República de Venecia, una
ciudad eminentemente comercial y muy vinculada a las influencias orientales. A
comienzos del s. XV cobra forma la que llegará a ser toda una Escuela de la pintura
renacentista, con sus características propias e inconfundibles.
La dinastía de pintores de los Bellini anticipa en la pintura en general, y en el retrato
en particular, las líneas maestras de un nuevo estilo: se concede una importancia
extraordinaria a la captación de la atmósfera, del aire que existe entre las personas y
que condiciona su imagen final en un cuadro. Los medios principales a utilizar serán la
luz y el color, tan sabiamente aplicados que consiguen crear una ilusión de estar ante
la misma realidad.
A finales del s. XV la aparición de tres genios de la pintura universal -Leonardo da
Vinci, Miguel Angel y Rafael - impulsa el discurrir del arte. De los tres, sin duda el más
interesado en el retrato fue Da Vinci, que realizó aportaciones definitivas para el
género, como la perspectiva aérea o el sfumato, difuminado de los perfiles por efecto
de las condiciones de luz que existen en la atmósfera. Además, introdujo un nuevo
elemento en el retrato: el misterio, tan evidente en La Gioconda, que no hace sino
resaltar la magia que estaba adquiriendo el artista en esa época, como creador de
ilusiones y como traductor inmejorable de la realidad cotidiana.
Da Vinci, y en menor medida Rafael, tienen una influencia destacada sobre otro de los
grandes retratistas del primer Renacimiento, el alemán Alberto Durero. En él se
sintetizan las características de los Renacimientos nórdico y mediterráneo porque a
una aguda capacidad de observación de la naturaleza unirá todo el conocimiento de la
Antigüedad clásica y del arte que se estaba imponiendo en Italia. Además, Durero
debe ocupar un lugar de privilegio en cualquier historia del retrato porque es el primer
pintor que se ocupa - de manera casi obsesiva - por su propia imagen. A lo largo de
toda su vida, los diferentes autorretratos que realiza se convierten en un documento
excepcional de su vida, de sus esperanzas y fracasos.
Ya en la segunda mitad del s. XVI es preciso resaltar dos fenómenos como son el
triunfo de la Escuela veneciana y la llegada de un nuevo estilo, elManierismo. Respecto
al primero, la evolución en la observación de la naturaleza llevó a un artista de
transición pero muy importante como Giorgione, maestro y precedente directo del que
será el gran retratista de todo este periodo en Europa: Tiziano.
Casi ningún artista ha sabido captar la energía vital que tienen las personas a las que
retrataba. Tiziano supone un avance notable respecto a las prácticas anteriores porque
en lugar de dar prioridad a la forma, al perfil, elige el color y la luz como medios de
crear la figura. Por otra parte, su estrecha vinculación a los señores más poderosos del
continente le permite retratar de forma admirable en varias ocasiones al emperador
Carlos V de Alemania y a su hijo, el futuro rey de España Felipe II. En esos retratos
consagra dos tipologías como son el retrato ecuestre, con una innegable inspiración en
modelos de la antigua Roma, y el retrato de corte, donde el monarca aparece de
cuerpo entero y rodeado de los símbolos de su poder. No tardarán mucho en imitarle
una legión de magníficos retratistas, como Antonio Moro o Sánchez Coello.
Junto a la aportación de Tiziano, el Manierismo supuso la otra novedad de relevancia
en ese momento previo al Barroco. Los pintores manieristas realizan una
interpretación diferente de la obra de arte y de la realidad, por la cual en vez de los
valores objetivos priman los subjetivos, la mirada personal del artista. Andrea del
Sarto, Rosso, Primaticcio, Vasari o Giulio Romano son algunos de sus mejores
representantes, pero como retratista posiblemente ninguno superó a Bronzino. En sus
retratos ofrece una imagen en apariencia irreal de los seres humanos, con rostros
exageradamente blanquecinos, multitud de símbolos alrededor y una mirada fría y
distante que intenta dejar sentado la diferencia de status entre unos y otros.
Pero el tiempo del Manierismo, con su potente abstracción de la realidad, no podía
durar mucho, y pronto se pudieron contemplar otras interpretaciones, aquéllas que
agrupamos bajo la denominación de arte barroco.
RETRATO BARROCO.
A comienzos del s. XVII el arte europeo emprendió un nuevo rumbo. La ciudad de Roma recuperó
su prestigio en todo el Occidente y se inició un nuevo periodo de esplendor, el Barroco. Las dos
principales opciones estéticas del momento fueron el clasicismo de los Carracci y el naturalismo de
Caravaggio quien realizó algunas aportaciones destacadas al género del retrato que merecen ser
comentadas. Por ejemplo, es uno de los primeros artistas en autorretratarse en su miseria, sobre
todo en los cuadros de juventud, donde la enfermedad y el hambre amenazaron con cortar su
prodigiosa carrera antes de tiempo. Su idea general de la naturaleza y objetivos de la pintura se
centra en la idea de mímesis, de reproducción casi exacta de los elementos de la realidad, lo que
va a conseguir mediante recursos como los fuertes contrastes de luz y sombra, el naturalismo en la
captación de los rostros o la aplicación veraz de los colores de cada materia: la piel, las sedas, etc.
Partiendo de Roma como centro de las novedades artísticas, los diversos países europeos iniciaron
su Barroco, eso sí, cada uno aportando sus características propias.
Así, en el caso de España el género del retrato fue, precisamente, fundamental para el desarrollo
de toda la pintura del periodo. Dos líneas se pueden establecer en los orígenes del género en la
península: por una parte, los "retratos de corte" o "de aparato" que tanto Carlos V como su hijo
Felipe II promovieron a través de artistas como Antonio Moro o Alonso Sánchez Coello; por otra, la
interpretación mucho más expresiva y personal - lejos de la cierta frialdad que destilan los
retratistas antes mencionados - que fue capaz de ofrecer Doménikos Theotokopuli, El Greco
(1541-1614) a partir de su llegada a España, primero en Madrid y más tarde en Toledo.
Se puede afirmar que el Greco inventó un tipo de retrato, que tenía como modelos a miembros de
las élites culturales y económicas toledanas, y que atendía a un similar programa estéticos:
importancia del color y la luz, que relegan a un segundo término al dibujo; captación psicológica
del retratado; composiciones muy variadas, desde el enorme retrato en grupo del Entierro del
señor de Orgaz hasta los numerosos retratos individuales, plenos de una atmósfera íntima, que
realizó hasta su muerte.
El Greco apenas dejó discípulos, pero sí suministró un modelo de creatividad personal que pronto
continuaría Diego Velázquez (1599-1660), sin duda uno de los pintores más destacados de todo el
s. XVII en Europa. Velázquez se formó en Sevilla, por entonces una de las ciudades más prósperas
del continente en razón de su intenso comercio con las posesiones españoles en América. Entre
sus maestros indirectos cabe mencionar a Caravaggio, de quien contempló algunos grabados de
sus obras, difundidos por Europa a cientos.
Su dominio de la técnica tuvo una oportunidad única, que el artista no desaprovechó por
supuesto. En 1622 fue llamado a la Corte de Felipe IV para que trabajase como pintor áulico, y de
sus pinceles surgieron algunas de las obras maestras del retrato moderno, como la serie de efigies
ecuestres dedicadas a la Familia Real española (Felipe III y consorte, Felipe IV y consorte, Baltasar
Carlos) y al Conde Duque de Olivares.
También aportó algunos de los primeros matices de realismo de la pintura occidental,
describiendo con minuciosidad los rasgos menos favorecidos de los bufones de la Corte. Tras
décadas de perfeccionamiento en este género, la realización de una obra maestra como La familia
de Felipe IV (también conocida como Las meninas) le encumbró definitivamente en las alturas del
arte occidental.
Junto a Caravaggio, Velázquez se había beneficiado sobre todo de las aportaciones que estaba
realizando la pintura flamenca barroca al campo del retrato. Cabe hacer una primera, pero
necesaria, distinción entre arte flamenco y arte holandés, distintos por cuestiones religiosas,
políticas y económicas, produciendo como resultado dos artes muy personales.
Holanda era entonces una república de comerciantes en la que dominaba la burguesía media y
alta, que demandaba un arte muy concreto: escasas alusiones a la religión, multitud de escenas de
interior y de naturalezas muertas pero, en especial, obsesión por el retrato. No resulta difícil de
entender si pensamos que esos burgueses deseaban dejar una imagen triunfal de sí mismos para
las generaciones posteriores, de manera que los pintores que ganaron más consideración y dinero
fueron los maestros del retrato. Por encima de todos ellos hay que mencionar a dos, Frans Hals y
Rembrandt.
Frans Hals dio forma a una verdadera convulsión en el género del retrato al aportar una nueva
tipología: el retrato de grupo de agrupaciones cívicas. Existe mucha diferencia social entre los
retratos oficiales, sobre todo de familias regias, donde cada uno desempeñaba su papel, y estos
nuevos retratos, donde es un colectivo uniforme el que protagoniza el cuadro. Hals supo solventar
los numerosos problemas que planteaba tal empresa, desde cuestiones compositivas hasta el
respeto hacia la cantidad de dinero que cada uno de los miembros de ese grupo había pagado al
artista.
Hals es casi un estricto contemporáneo de otro de los genios del arte barroco, Rembrandt.
Prodigioso en todos los géneros a los que se dedica, es en el retrato donde más brilla. En primer
lugar, porque desde su primera juventud decide autorretratarse con notable frecuencia, captando
los cambios de edad, posición social y situación emocional que el artista va a conocer en el tiempo.
Así, en sus primeros autorretratos se nos muestra arrogante, confiado, mientras que en el periodo
más grave de su vida, cuando fallece su esposa y su popularidad decrece enormemente, nos
ofrece una imagen lastimosa de sí mismo, de un artista que tras conocer el éxito se debe enfrentar
a la soledad.
Mientras tanto, en la otra mitad de los Países Bajos, Flandes, la situación política y religiosa está
definida por la aristocracia vinculada a la monarquía española y por el ferviente catolicismo. Era
una sociedad que también demanda retratos para las clases privilegiadas, y en la que de inmediato
destacará Pedro Pablo Rubens.
Artista muy prolífico, contó con un importante taller que le ayudó a responder a una clientela que
no dejaba de crecer. Además, su labor artística tuvo que ser alternada con diversas misiones
diplomáticas por toda Europa, que le pusieron en contacto con las Cortes más notables del
momento. Como su contemporáneo holandés Rembrandt, Rubens gustó de autorretratarse en
numerosas ocasiones, siempre con la intención de dejar constancia visual, gráfica, de la brillante
posición social que había alcanzado.
Otros dos artistas flamencos, Van Dyck y Jordaens, se sentirían muy atraídos por la figura y el arte
de Rubens, y su estilo en gran medida contribuyó a difundir aún más la maestría en el retrato de la
que hicieron gala los pintores flamencos del Barroco.
En Francia, el progresivo protagonismo de la monarquía se vio culminado durante el reinado de
Luis XIV, también llamado el "Rey Sol", que impuso su hegemonía sobre Europa y que sentó las
bases de un régimen político conocido como "absolutismo monárquico".
Un capítulo aparte merece, por su originalidad a la hora de realizar retratos, Philippe de
Champaigne, célebre por dos composiciones inquietantes como el triple retrato del cardenal
Richelieu o el Ex-voto.
En el s. XVIII se abrió paso una Escuela de pintura que hasta ese momento apenas había
desempeñado ningún papel en la historia, la inglesa. Partiendo de influencias flamencas (Van Dyck
había trabajado durante décadas en las Islas Británicas) pronto los ingleses se revelaron como
maestros en el retrato, al que dieron en general una enorme elegancia en las posturas de los
personajes y, por supuesto, también en la forma de plasmarlos sobre el lienzo.
Los mejores exponentes de este periodo que ya anuncia el principio de la Edad Contemporánea
son Gainsborough, Lawrence o Sir Joshua Reynolds, quien desde la dirección de la Academia
contribuyó a difundir el género del retrato.
EL RETRATO EN LOS SIGLOS XIX Y XX.
El s. XIX no puede ser entendido en toda su dimensión sin tener en consideración el precedente que
supuso la Ilustración y la Revolución Francesa. Es bien sabido que en esas décadas fue Francia la
nación que lideró a la sociedad en determinados aspectos como la defensa de las libertades
ciudadanas o la de los derechos más elementales del ser humano.
También en el campo del arte Francia se erigió en el faro por el que se guiarían gran parte de las
naciones europeas durante los ss. XVIII y XIX. A un primer momento correspondería el arte de un
Chardin, por ejemplo, admirable retratista que supo captar algunas de las cuestiones básicas de la
existencia, como la soledad o la alegría. En cuanto a la técnica, Chardin utilizó una notable
reducción de elementos, ayudando a crear un estilo austero y sobrio que, dotado de nuevos
significados, sería conocido como Neoclasicismo.
Una vuelta a la Antigüedad clásica y la necesidad de que el arte moderno sirviese no sólo para
deleitar sino para educar la moralidad del pueblo. Ambos componentes fueron admirablemente
interpretados por Jacques-Louis David (1748-1825), el pintor de la Revolución y, más tarde, del
Imperio incipiente de Napoleón. En todos sus retratos (por ejemplo, el de Mme. Récamier o el de
La muerte de Marat) se impone el dibujo sobre el color, así como una atmósfera muy especial,
donde todo permanece en silencio para dejar el protagonismo a la figura humana.
Ese neoclasicismo se extendió por los países europeos con enorme velocidad, en gran medida
respaldado por la acción de tratadistas y de las Academias de Bellas Artes, que se encargaron de
exaltar a artistas como Mengs, cuya importancia implícita se ve aumentada en nuestra historia del
arte porque permaneció algunos años en la Corte de Carlos III, donde conoció a un jovencísimo
Francisco de Goya.
De hecho, el retrato sería determinante para la carrera de Goya, porque desde que ingresara en la
Corte española como artista su dominio a la hora de captar a los retratados le valió el respeto y la
admiración de todos. En primer lugar, fueron las grandes familias nobiliarias españolas para más
tarde ser la Familia Real la que potenció esta faceta del pintor, que llegó a cimas verdaderamente
únicas en obras como Los Duques de Osuna, La maja vestida o La familia de Carlos IV.
En España la evolución posterior de la pintura de retrato quedó, como no podía ser de otra forma,
marcada por la existencia de Goya, de manera que sólo los pintores dotados de una técnica
prodigiosa pudieron aportar algo nuevo al género, como Vicente López y, en la segunda mitad del
s. XIX, a Federico de Madrazo, perteneciente a una dinastía de pintores que dominaría el arte
español durante décadas.
Algo similar a lo que sucedió con Goya tuvo lugar en Francia, donde el protagonismo de un pintor
como Ingres acabó por definir toda una época. Esta situación se vio favorecida, por supuesto, por
su extraordinaria longevidad (1780-1867) que le permitió conocer movimientos tan diversos como
el Neoclasicismo, el Romanticismo, el Realismo o, incluso, el Impresionismo, al menos en cuanto
hace referencia a sus primeros escarceos.
Desde que viajara a Italia para aprender el gran arte del Renacimiento, Ingres despuntó como
retratista, dotado de un dominio del dibujo como nunca antes se había conocido, retrató a infinidad
de familias nobles, amigos, familiares y, cómo no, también a sí mismo. En la mayoría de esos
retratos se impone la mirada fría, casi científica, de un artista que es capaz de trasladar el alma del
retratado al lienzo o al papel, y que hoy en día sigue siendo uno de los más admirados entre el
público y la crítica especializada.
En el tercer cuarto del s. XIX el retrato conoció un nuevo auge, debido en primer término a la
llegada de un nuevo estilo, el Realismo, que apostó por una captación verídica del mundo y del
hombre, como se aprecia en los retratos de un Gustave Courbet o de un Honoré Daumier, por
ejemplo.
En cierta medida, del mismo énfasis en la vida real partió el Impresionismo, el movimiento artístico
que ya nos introduce de lleno en la modernidad. Uno de los precursores más directos del
Impresionismo fue Edouard Manet, quien si bien nunca quiso ser adscrito al nuevo estilo, sí ejerció
una destacada influencia en los miembros de ese grupo.
Manet era un declarado admirador de la Escuela española de pintura (la del gran Siglo de Oro,
sobre todo) y en ese sentido dirigió sus fuerzas como retratista, donde sabe combinar esa
admiración por el tenebrismo naturalista del Barroco y un interés radicalmente moderno por los
temas de su tiempo: la ciudad, los paseantes, su familia, sus amigos o los espectáculos del París de
su época. En todos sus retratos, Manet nos permite conocer a ciencia cierta cómo eran la sociedad y
las costumbres del pueblo francés.
El artista ejerció, como decimos, gran influencia en los impresionistas, en especial en Renoir y en
Degas, así como en el británico Whistler, todos ellos consumados especialistas en el retrato, al que
elevaron a la categoría que en el pasado había ocupado la gran pintura de historia.
Cuando en la década de 1880 pasó el tiempo de los impresionistas, surgieron de inmediato otras
opciones a título individual, como las que encarnan Cézanne, Seurat, Van Gogh, Gauguin o
Toulouse-Lautrec. De todos ellos, fueron Van Gogh y Toulouse-Lautrec los más preocupados por
mostrar mediante el género del retrato sus ideas sobre la pintura moderna. Mientras que en Van
Gogh es el color en estado puro, la pincelada sinuosa, la que refleja toda la expresión del retratado,
en Toulouse-Lautrec será la línea, el carboncillo, el que permite mostrar la esencia de las figuras,
casi todas ellas pertenecientes al mundo de los espectáculos nocturnos de París.
Finalmente, el s. XX ha conocido el desarrollo de una serie de movimientos de vanguardia que han
transformado por completo el arte heredado; en Viena, Klimt, Schiele o Kokoschka mostraban una
nueva manera de hacer retratos, a medio camino entre el simbolismo y el expresionismo. Son imágenes
dominadas por la potencia del color así como por la necesidad de reflejar la expresividad del modelo.
En España ese momento fue interpretado por grandes especialistas en el retrato, como el valenciano
Joaquín Sorolla, que utiliza el color y la luz para configurar los rostros y los cuerpos; como Zuloaga, el
mejor intérprete de la llamada "generación del 98" en España; o como Anglada Camarasa, que optó por
una combinación entre naturalismo y decorativismo.
Entre las figuras de talla internacional que más aportaron al género del retrato en la primera mitad del s.
XX hay que mencionar a Pablo Picasso y a Henri Matisse. El primero siempre tuvo como referente la
figura humana, que fue interpretando de maneras muy diversas según iba atravesando las etapas de su
pintura: modernismo, simbolismo, cubismo, expresionismo o surrealismo. El segundo, Matisse, es un
maestro reconocido del retrato basado en el libre juego del color.
Una nueva postguerra llevó a las dos últimas interpretaciones del retrato que hemos podido conocer; por
un lado, el nuevo expresionismo, plagado de drama existencial, de Francis Bacon, autor de rostros
deformes por el dolor y la soledad; por otro, una visión más ligera pero tanto o más moderna, el arte pop
de Andy Warhol, que fue capaz de crear un código visual que ha seguido vigente en las décadas
posteriores.
EXTRACTADO DE ARTEHISTORIA:
PARA COMPLEMENTAR LA LECTURA VER LOS VIDEOS: (BUSCAR POR TÍTULO)
http://www.artehistoria.jcyl.es/obrmaestras/videos/876.htm.
ACTIVIDAD RECOMENDADA PARA ESTUDIAR:
REALIZAR UN ESQUEMA DE CADA TÍTULO Y SUBRAYAR LO QUE
PAREZCA IMPORTANTE
Historia de las Máscaras y Caretas
El origen de la careta se remonta en el tiempo y se pierde en la más remota antigüedad. Se supone que su
invención se debió a fines religiosos.
Desde el paleolítico el ser humano ha utilizado máscaras cuyos materiales han sido diversos y han variado a
través del tiempo, pues se han ido confeccionando con madera, paja, corteza, hojas de maíz, tela, piel,
cráneos, cartón piedra, papel maché, látex, plásticos y otros materiales.
Se utilizan dos términos similares: careta y máscara. La careta es exclusivamente para cubrir el rostro, para
disimular rasgos de la cara; mientras que la máscara puede cubrir todo el cuerpo, y fueron usadas y aún, en
algunas culturas, se siguen utilizando con fines religiosos.
Algunos hallazgos arqueológicos demostraron que eran muy usadas en Egipto para perpetuar con ellas los
rostros de los muertos. Se hacían tratando de imitar de la forma más fielmente posible, el rostro del difunto,
y se colocaba junto con el ataúd, pintándose de la misma manera que éste. Se elaboraban con un cartón
realizado con lienzo o papiro, revestido con estuco, que -con el paso del tiempo- se endurecía y presentaba
total consistencia. Según la clase social a la que perteneciera el muerto, podría llegar a revestirse con una
lámina de oro. No se le horadaban los ojos ni la boca, y se los representaban con incrustaciones o pinturas.
Los estudios arqueológicos llevados a cabo en tumbas fenicias, también han demostrado que esta
civilización practicaba la costumbre de utilizar máscaras funerarias. Rastros de máscaras también fueron
hallados en antiguas pinturas rupestres.
Comenzó a evolucionar el uso de la máscara, en Roma, cuando la llevaban actores en los cortejos fúnebres,
para que se reconociera y recordara el rostro del difunto.
A partir de este empleo por parte de actores, la careta rápidamente fue utilizada para diferentes fines.
Comenzaron a usarla los actores para representar fielmente en sus obras los rostros de los personajes
históricos que estaban interpretando.
Rápidamente, se adoptó su uso en las fiestas saturnales en Roma, y se las comenzó a usar con carácter
festivo, dando origen a la utilización en lo que hoy son los carnavales.
Con dichas caretas se comenzaron a realizar escenas burlescas de los ritos sagrados. Fueron evolucionando y
cambiando sus usos, hasta la actualidad, en que es frecuente solamente en las fiestas de diversa índole.
Las caretas actuales, producto de la fantasía, la imaginación y la creatividad, forman parte de los carnavales
de todo el mundo, y de las fiestas de disfraces que estos traen aparejados. También se las usa en las fiestas
de Halloween.
A la par de este empleo que se continuó hasta nuestros días, la máscara o la careta - además de ser común
en las celebraciones cristianas medievales- tuvo otro uso, en la Edad Media, cuando las llevaban de metal,
los Caballeros medievales para protegerse en sus luchas, y en algunos casos se les agregaban muecas
faciales para demostrar el carácter de quien las portaba.
Según las diferentes culturas, estos símbolos han variado en sus formas, tamaños, decoración,
características, realismo o abstracción, algunas usadas para cubrir todo el cuerpo, como por ejemplo, las
enormes piezas de tipo ritual de Oceanía (las de los Papúes llegan a medir seis metros de alto) y otras
diminutas, como las de las mujeres esquimales.
Muchos pueblos primitivos han usado las máscaras y caretas para realizar sus rituales, y éstas representaban
deidades, seres mitológicos o espíritus malignos, o a Dios y al Demonio; en cada caso con significados
ceremoniales distintos. Si la máscara usada era de animales, podía simbolizar el ruego para asegurar el éxito
de la caza. Asimismo, también hay culturas que utilizaban máscaras para ahuyentar pestes y enfermedades.
En la actualidad existen muchos coleccionistas de arte que aprecian ciertas piezas, que constituyen
manifestaciones artísticas primitivas de muchas culturas, y que exhiben o adquieren gran valor monetario, y
proceden generalmente de África, Oceanía y de culturas indígenas americanas.
Hoy en día, se ha popularizado el uso de las caretas también como cotillón de celebraciones y cumpleaños,
así como su utilización en juegos y juguetes para niños, agregando a los tradicionales personajes
representados, los héroes de novelas, revistas, el cine y la televisión.
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