CHILE Y EL MARCO REGIONAL Notas sobre política exterior El análisis y las recomendaciones políticas de este documento no reflejan necesariamente las opiniones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, de su Junta Ejecutiva ni de sus Estados Miembros. Se trata de un documento independiente preparado por encargo del PNUD. 2 Introducción Este trabajo enfoca el desarrollo de la política exterior de Chile durante los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia. Lo hacemos desde una perspectiva que entiende la política externa de un país no solo como una serie de principios, de iniciativas y acciones, sino también como un conjunto de actitudes y de creencias sobre el mundo y sobre el entorno vecinal. Queremos examinar los conceptos y las políticas de ese período, pero también las actitudes que se adoptaron a partir de ellos, para comprender como inciden hoy en la política regional de la Presidenta Michelle Bachelet. Por esto, más que construir un relato pormenorizado de los acontecimientos y episodios que caracterizaron la inserción internacional de Chile en esos años, veremos como Chile se situó en el entorno regional y el efecto que estas políticas tuvieron tanto en las actitudes del vecindario hacia Chile, como en las opciones de nuestro país en su entorno regional. 2. Un entorno muy diferente Chile enfrenta hoy un entorno regional sustantivamente diferente al que existía al momento de la recuperación democrática y los años que la siguieron, cuando los gobiernos de la Concertación supieron diseñar una política exterior consensual que -si bien con tensiones, perseguía un equilibrio entre las tendencias de incorporación a la globalización y a la integración regional. América Latina aparece hoy dispersa y sin proyecto de identidad común. La fragilidad e intrascendencia de los acuerdos regionales, de ideologización de la política exterior y de reintroducción de 3 intervenciones cada vez más abiertas en los asuntos internos de otros países, generan nuevos desafíos para una política exterior como la chilena, que pareció tan exitosa como habituada a un mundo de certezas políticas y económicas. Al mismo tiempo en América Latina, la globalización no parece ser lo mismo que fue. El crecimiento económico de la región no ha sido suficiente como para reducir la enorme brecha social y económica que caracteriza a las sociedades de la región, de ahí que la opción por la globalización económica no parezca concitar los grados de adhesión o de resignación que provocó en los años noventa. Dicho de otra manera, desde muchos costados se promueven políticas que muestran formas de conflicto, disconformidad o desasosiego precisamente ante aquellas políticas que Chile ha encarnado como “modelo exitoso”. Debe recordarse que hasta hace relativamente poco tiempo, el desarrollo de la política exterior chilena se dio en un entorno regional en el que el principio de incorporación a la globalización podía ser contradicho en los tiempos y en las formas, pero no en sus contenidos. Esto garantizó a Chile lo que Fernando Enrique Cardoso denominara “un liderato conceptual” en la región. De una manera u otra, parecía aceptarse el principio que Chile “se había adelantado” y predecía una evolución a la que tarde o temprano deberían acomodarse todas las economías del continente. Esta sintonía básica se reflejaba en las políticas de desarrollo adoptadas por Presidentes como Carlos Menem en la Argentina, Alberto Fujimori en el Perú, Jorge Battle en el Uruguay y Fernando Enrique Cardoso en el Brasil, 4 quienes, con distintos énfasis y condicionados por los rasgos y dimensiones de sus economías, promovían políticas de inserción en el movimiento global del desarrollo capitalista, que seguían en rasgos generales lo que se ha dado en conocer como “el consenso de Washington”. Y ello incluía en particular, la construcción progresiva de una perspectiva de integración hemisférica, que pasaba necesariamente en algún momento, por una negociación comercial con los Estados Unidos. El Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA, la propuesta presentada por George Bush en 1991, representaba en efecto, una propuesta integradora que apoyada, aceptada o resistida algunos aspectos, parecía indicar un camino del cual difícilmente las economías latinoamericanas podrían sustraerse. Cualquier iniciativa consistente de los Estados Unidos en el hemisferio, genera necesariamente, de buena o mala gana, “un ordenamiento” de las agendas. Pues bien, ahora, ese ordenamiento no existe. Hoy, la dedicación plena de los Estados Unidos a lo que su gobierno denomina “la guerra contra el terror”, ha reducido la importancia tanto de los temas del desarrollo, como de la asociación con América Latina. Los Tratados de Libre Comercio modelados en el de América del Norte, NAFTA, se constituyeron durante los años noventa, en la promesa de un acceso para las exportaciones de América Latina al mercado más rico del mundo. El ALCA fue su mecanismo de negociación formal. Ambos han pasado al olvido. Mientras tanto, los esquemas latinoamericanos de integración diseñados durante las últimas décadas parecen estar paralizados o condenados a la irrelevancia por el permanente conflicto entre sus miembros: los países de América Latina tienden a adoptar cursos individuales de integración a la 5 economía global y al proceso de globalización política. Nadie parece estar muy interesado en coordinarse. Las propuestas más visibles de integración regional tienen una fuerte tonalidad política e ideológica y se ordenan en torno al petróleo, el gas o el antiimperialismo, dos recursos de los que Chile carece, y una idea de la que no participa. En el plano interno de nuestras sociedades, no puede negarse que confrontamos lo que Cardoso ha llamado “la desmoralización del sistema político”. Los sectores sociales perdedores ante la globalización, o aquellos que no han visto ni han tenido acceso a la modernidad, los nuevos movimientos sociales y también los viejos, han entendido que ha llegado el momento de las movilizaciones y ese no es un fenómeno producto de diseños ideológicos o llamados ancestrales, es el producto de una situación de subordinación y de falta de oportunidades que se hace crecientemente intolerable. Hoy, las tasas de crecimiento que eran aceptables, se ven más bien insuficientes. Se reconoce que el factor crítico es la mala distribución del ingreso. Y si bien se ha impuesto la convicción de la necesidad de un marco macroeconómico estable, y del manejo responsable de las cuentas del Estado, -lo que ha sido un paso muy positivo en adelante-, también se percibe con claridad que el llamado Consenso de Washington llegó a su fin y que las experiencias neo liberales, es decir, aquellas que subordinan el desarrollo social al crecimiento, solo están destinadas a introducir fracasos económicos y desestabilizaciones políticas. 6 En el terreno de la democracia, las instituciones, aún precarias, se ven remecidas por conflictos, abusos y manipulaciones de los fundamentos de legitimidad. Los conflictos institucionales no son rehuidos en beneficio de un interés nacional. Parecen generarse tendencias a preferir la confrontación a la persuasión, o la imposición a la negociación, y en el terreno regional, se registran intervenciones abiertas en procesos electorales ajenos mientras cunde un lenguaje agresivo y se cultivan gestos ideológicos que se creían superados. Mientras tanto, la democracia sufre el embate simultáneo y permanente de un sistema globalizado que demanda continuar reduciendo el Estado y restringiendo el gasto público, con la multiplicación de nuevos, y la reaparición de antiguos movimientos sociales, que reclaman una mejor distribución del crecimiento económico y su participación en la tan prometida modernidad. Nuevas y viejas formulas de redistribución desde el Estado; de copamiento democrático del proceso de decisiones; de movilización social permanente se vuelven a intentar en la región. Ellas manifiestan una similar indiferencia ante lo que se considera en los centros económicos, (y por cierto también en Chile) “lo económicamente correcto”… Definitivamente, la situación es diferente. Para encarar e insertarse en este nuevo contexto, el gobierno encabezado por Michelle Bachelet cuenta con una fuerte corriente de hechos, ideas y actitudes generadas por un concepto de política exterior que se plasmó desde el inicio de los gobiernos democráticos en 1990. Este concepto dio a Chile 7 una identidad particular frente a los países de la región y a su entorno internacional más amplio. ¿Cuan útil puede resultar este bagaje en las actuales condiciones de la región? 3. Más que una política exterior: Una “economía política” exterior. No hay duda que desde el retorno de la democracia al país, la política exterior chilena ha mostrado una alta consistencia conceptual. Ella ha perseguido sobre todo conciliar la decidida incorporación del país a la globalización, con una asociación, lo más autónoma posible, a los esquemas de integración regional sean estos políticos o económicos. Esta política ha tenido así tres aspectos esenciales. En primer lugar, Chile ha mantenido un curso de acción internacional orientado principalmente a insertar su economía en el proceso de globalización. Esa ha sido su prioridad esencial, aquella que ha tendido a dominar cualquier otra consideración política o ideológica. Tal como veremos, ella ha sido fundamental para mantener el crecimiento económico y ha logrado crear un consenso político interno de enorme importancia para la estabilidad institucional del país. En segundo término, sin embargo, esta prioridad le ha conducido inevitablemente, -dadas las diferencias de concepto y organización de las economías- a mantener grados importantes de autonomía respecto de los esquemas de integración generados en la región, generando tanto roces externos con el vecindario, como internos en las filas del gobierno y de su coalición política, donde la integración regional constituye para muchos un principio irrenunciable. 8 De ahí que, en tercer lugar, los gobiernos de Chile hayan intentado equilibrar sus políticas hacia la región mediante iniciativas de asociación política, fórmulas de integración bilateral con sus vecinos, y, por cierto, mediante la construcción de vasta red de acuerdos comerciales bilaterales en América Latina. Como veremos mas adelante, los efectos de estas políticas han sido menos exitosos de lo que se deseaba. Nos interesa recalcar entonces que es en estos tres puntos, pero muy especialmente en el primero, donde radica el centro del análisis de la política exterior chilena. Es desde ahí que se ha originado la parte más determinante de la actividad internacional del Estado y desde donde debe buscarse tanto la fuerza como la debilidad de las posturas internacionales que han caracterizado a Chile durante los últimos veinte años. Al mismo tiempo, con esta perspectiva, se iluminan de otra manera los acontecimientos que forman parte de aquello que es común a toda política externa, y que responden a las herencias históricas del país con sus vecinos, o los que provienen del desarrollo político y económico de la región y del sistema internacional. El examen de la persistencia con que el país ha golpeado sobre las mismas teclas de sus instrumentos de acción externa, permite también visualizar los límites de esa política, e identificar los bordes ideológicos que se orillan cuando se desconoce que el escenario internacional al que se adhería en nombre del pragmatismo, se ha modificado. 9 Es evidente que la manifestación más contundente de esta línea demarcadora ha sido la concentración de Chile en la política comercial. Se trata de una vasta red de relaciones y acuerdos comerciales construida en términos bilaterales y en autonomía de cualquier coordinación o agenda regional o sub regional. Tal como se verá más adelante, esta política comercial, además de complementar el modelo de apertura económica del país con una agresiva política de negociaciones y acuerdos destinados a abrir mercados a las exportaciones chilenas, ha perseguido también, una serie de objetivos propiamente políticos de gran importancia. En casos como los de Bolivia y Perú, por ejemplo, la política comercial ha perseguido el objetivo de generar climas de confianza, que pudieran ser propicios para el favorecer iniciativas más ambiciosas. Los resultados no han sido siempre favorables. Pero el objetivo de inserción económica global no alcanzaría a comprenderse plenamente, si se limitara al mero examen de la política comercial o de sus derivaciones. La política exterior no ha sido ni más ni menos que el reflejo de una visión de país. En efecto, al instalar la globalización en el centro de la política exterior de Chile, se ha reflejado, en primer lugar lo que ha sido la política económica del país y el enorme progreso que esta ha aportado a Chile. Entre 1986 y 1998, Chile logró un crecimiento sostenido sin precedentes históricos, promediando más del 7%.Las altas tasas de crecimiento tuvieron su contrapartida en el ingreso per cápita, el que de corresponder al 22% del de EEUU en 1986, pasó a ser el equivalente de un tercio del nivel de ese país en 1998. En ese período, el producto por habitante pasó de US$ 3,400 el año 1985, a US$ 9,820 el año 10 20021. La desaceleración de la economía global hacia fines de la década de los 90 y el fuerte impacto que ella tuvo en la economía chilena no impidió una recuperación gradual que ha reafirmado la corrección esencial del llamado “modelo chileno”. Por esta razón, la política exterior de Chile durante la Concertación se inscribe en un paradigma mucho más amplio, que forma parte del concepto que las elites chilenas tienen del desarrollo de Chile como un caso particular. Y lo es no sólo porque más del cincuenta por ciento de su producto se deriva de su comercio exterior y por lo tanto debe buscar necesariamente mercados para sus exportaciones, sino principalmente porque ha logrado construir consensos en dos áreas decisivas para cualquier proyecto de desarrollo sostenido: el marco democrático institucional, y el ordenamiento económico del país. Esta visión consensuada de Chile se despliega desde el inicio del proceso democrático y persiste hasta hoy. La política exterior es así en definitiva, la prolongación exterior de lo que se ha dado en llamar, “el modelo chileno”: adquiere un punto de encuentro permanente con la política económica y salvo excepciones notables, se subordina a esta. A esto se debe que en distintos momentos durante el curso de los últimos veinte años, Chile demostró, tanto en el desarrollo de sus relaciones con la región y muy especialmente en el tratamiento de las propuestas de integración regional, que su opción globalizadora tenía preeminencia sobre cualquier otra alternativa integradora. 4. Una integración llena de condiciones 1 Vease J. Rodrigo Fuentes S. y Verónica Mies M. “una Mirada al Desarrollo Económico de Chile desde una Perspectiva Internacional” Revista de Economía del Banco Central de Chile. Vol. 8-N. 1/ Abril 2005. p. 7-8. 11 Por ese motivo, los procesos de integración latinoamericana constituyeron desde el inicio del proceso democrático un motivo de ansiedad y debate. Naturalmente nadie en la Concertación estaba dispuesto a avalar, al menos públicamente, la famosa síntesis que hiciera un funcionario de la dictadura al proclamar, a cuento de la incorporación de Chile a la globalización, que la consigna era “Bye, Bye Latin America”. En muchos sin embargo, se había instalado la aprensión que, al igual que en algunos países del vecindario, la democracia traería demandas internas muy difíciles de enfrentar, y que la consolidación del crecimiento que la economía comenzaba a exhibir, requería asociar el modelo exportador a las economías más desarrolladas. El ya conocido prestigio internacional de los economistas chilenos, demandaba una claridad de políticas y decisiones que no se compadecía con asociaciones con países que representaban lo contrario: confusión en las reglas, bruscos cambios de políticas y situaciones de inestabilidad. Chile debía arriesgarse a transitar solo. La perspectiva de Chile sobre la integración regional ha sido bien expuesta por Alberto Van Klaveren: “En términos generales (Chile) consideró que la integración regional no debía ser sólo el producto de la voluntad política ni orientarse hacia el logro de metas demasiado ambiciosas que en definitiva no podrían cumplirse. Por el contrario, ella requería de flujos de comercio de bienes y servicios verdaderamente significativos, de la adopción de políticas económicas compatibles, de la estabilidad económica de los socios, de la disposición a someterse a mecanismos y disciplinas colectivas y de una convicción profunda de que los esquemas de integración debían estimular la 12 competitividad. La integración debía ser impulsada con pragmatismo y sobre bases sólidas y reales”2 De aquí pueden deducirse con claridad meridiana, las dificultades que ha tenido Chile para conciliar su política de inserción global con una integración regional. Esta visión de la integración se aparta claramente, en primer lugar, de aquellas perspectivas tradicionales que concebían la integración latinoamericana como un acercamiento político e institucional, y como un marco de solidaridad colectiva destinado a equilibrar una relación de competencia política con los Estados Unidos. Refleja la búsqueda de un entorno económicamente estable y seguro, que claramente no ha sido característico de América Latina. En la práctica, el listado de condiciones parecía indicar que Chile requeriría para integrarse, de una región distinta de aquella en la cual estaba instalado desde el inicio de los tiempos. La práctica sin embargo no permitía tanta corrección económica. Chile requería de entendimientos con América Latina. Ella constituía su prioridad primera de política exterior: así lo han proclamado todos los discursos de todos los Ministros de Relaciones Exteriores de Chile desde Enrique Silva Cima hasta Alejandro Foxley. Ella reflejaba igualmente las nociones más elementales de los partidos políticos que construían la coalición de gobierno. Por lo tanto, a las políticas de negociación y arbitraje en los temas limítrofes pendientes con la Argentina y con el Perú, y a los notables avances en la 2 Alberto Van Klaveren. “Inserción internacional de Chile”, en Cristián Toloza y Eugenio Lahera (eds) “Chile en los noventa” (Chile: Presidencia de la República, Dirección de Estudios, 1998), p.127 13 construcción de medidas de confianza en el terreno militar y no militar, se agregó una oleada de acuerdos comerciales que respondieron tanto al interés comercial de abrir mercados, como al político de dar sustento real a la proclamada adhesión chilena a la integración regional. Por lo tanto, a pesar que estas condiciones no se cumplían en la mayoría de los casos, Chile suscribió acuerdos comerciales de distinto tipo con Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Cuba y los países centroamericanos, se asoció al MERCOSUR y ahora último al Grupo Andino. La tensión entre los conceptos que se derivaban de la perspectiva económica y aquellos que respondían a una lógica política se expresaron, como veremos, de distinta manera y con diversos grados de habilidad durante los tres gobiernos de la Concertación. Ella no provenía de una diferencia ligera de pareceres, sino de razones muy sustantivas. Con una política arancelaria “de aranceles bajos y parejos”, como no se han cansado de repetir durante décadas las autoridades económicas chilenas, y en la búsqueda dedicada de inversión extranjera, Chile no podía sino buscar asociaciones que garantizaran la estabilidad y la seguridad económica. Y en un contexto de inestabilidad económica como el que caracterizara a fines de los noventa a la Argentina, por ejemplo, y del impacto que produjera esta crisis en el desarrollo del MERCOSUR, - que condujo incluso a un alza de aranceles del Brasil y de la Argentina en 1997-, se comprende que los gobiernos chilenos reafirmaran que si bien perseguían acuerdos comerciales en la región, no participarían en esquemas regionales que implicaran restricciones respecto del comercio o la integración económica con terceros países. 14 Pero al mismo tiempo, sin embargo, tanto en el discurso y sin dudas, en la voluntad política de los gobiernos de la Concertación, el énfasis latinoamericano seguía presente. Desde “la reinserción en la región”, del período de Aylwin, pasando por el principio del “regionalismo abierto”, que se convertiría en “la máxima de la política exterior de los gobiernos democráticos” 3, hasta el de una política internacional “desde América Latina”, como se afirmó durante Lagos, Chile buscó formas de conciliar su decisión globalizadora con una inserción regional estable, y el ejercicio no le resultó fácil. Más que a menudo, los dos principios de acción aparecieron contrapuestos, generando internamente debates que han confrontado a reparticiones ministeriales, o acarreado fuertes conflictos, parlamentarios y políticos. O han introducido momentos de tensión con gobiernos vecinos, involucrando incluso a los Presidentes en polémicas no siempre bien resueltas. La búsqueda del fiel de la balanza entre una voluntad “de actuar desde América Latina”, y simultáneamente acometer la asociación con los Estados Unidos, con Canadá o la Unión Europea de manera autónoma, contrariando a veces los intereses declarados de los principales socios de la región, ha resultado a veces un ejercicio extenuante. Y esto ha sido así, porque la búsqueda de una alternativa a través de una “asociación política”, ha carecido de contenidos concretos y ni el MERCOSUR, ni la Comunidad Andina han logrado exponer éxitos que permitan una acción más decidida a quienes se incomodan o se inquietan ante el rumbo autonomista de Chile. 3 El concepto, originario de trabajos por C. Fred Bergsten y luego utilizado por la CEPAL es expuesto por Van Klaveren incorporando tres características: “Primero, las distintas opciones de inserción regional no son vistas como mutuamente excluyentes, sino que tienden a complementarse. De este modo no hay incompatibilidad entre el MERCOSUR y el ALCA o la pertenencia a APEC. Segundo, los acuerdos están abiertos a la incorporación de nuevos miembros. Tercero, la profundización de los esquemas regionales procura hacerse compatible con la globalización del comercio global, evitando el surgimiento de nuevas barreras respecto de los bienes y servicios importados desde fuera de la región.” Van Klaveren, op.cit. p.126 15 Pero también lo ha sido, porque en Chile se han desarrollado una serie de actitudes respecto a la región que conforman legítimamente lo que puede denominarse “una ideología de la excepcionalidad de Chile”. Esta serie de actitudes ha tenido una expresión institucional, en el debilitamiento de los recursos y las prácticas propiamente políticas de la política exterior chilena, y en el fortalecimiento relativamente autónomo de la política comercial. Ha tenido igualmente una contrapartida, en la generación de “imágenes” de Chile en la región, que van desde la idea del “modelo”, hasta la del país de las actitudes no solidarias. Son esos temas que examinaremos mas adelante con mayor detalle. Naturalmente, el carácter central que este marco conceptual ha adquirido para la política exterior de Chile no ha significado la ausencia de atención hacia los temas tradicionales de la inserción internacional del país, o de otros principios que han sido fundamentales en su desarrollo. Lo que nos interesa examinar aquí es, sin embargo, aquella categoría especial incorporada al discurso exterior chileno, las acciones “desde América Latina”, que implican que el objetivo en pro de la globalización se verifica acompañado de una serie de actos e iniciativas que si bien se justifican como parte de la política exterior, tiene como objetivo primordial ratificar nuestra pertenencia a la región. En Chile, como en cualquier parte, se pueden observar desarrollos diferenciados de las dimensiones de la política exterior -la política, la estratégica y la comercial-4, con ritmos distintos de progreso e institucionalización. Pero lo que interesa es que en Chile estas dimensiones han estado condicionadas por el proyecto globalizador, y han sido 4 Vease Andrés Villar “Chile y sus vecinos: una integración compleja” en Robert L. Funk, (ed) “El Gobierno de Ricardo Lagos: La Nueva Vía Chilena al Socialismo”. Ediciones Universidad Diego Portales. p.125 16 crecientemente leídas como “el equilibrio” que permite que, a pesar de su orientación global y su autonomía de cualquier estrategia regional, Chile siga siendo de la región y siga siendo considerado como miembro por los demás. Es aquí donde se percibe con mayor claridad que Chile posee un “déficit” político en su política exterior”. Ha habido dos excepciones en esta tendencia. La primera es la que se refiere al primer período democrático y su doble tendencia a recomponer el prestigio de Chile entre las naciones, y a resolver los problemas limítrofes que se mantenían con el vecindario. El fin del régimen militar “dejó una cicatriz muy profunda en las relaciones internacionales y la restauración democrática que le siguió”5. Sobreponerse al aislamiento político, explicar la transición democrática y reponer el dialogo constructivo con los vecinos fue un esfuerzo central del primer gobierno de la transición. Y en los años siguientes, las cuestiones vecinales, ya sea aquellas derivadas de las antiguas diferencias limítrofes, o las que han sobrevenido del desarrollo y la adecuación de las doctrinas de seguridad, ocuparon un lugar importante en la política externa, realizándose avances en algunos casos de gran significación histórica en el ámbito vecinal, tanto entre Chile y la Argentina, como entre Chile y el Perú. Por su parte, la política hacia Bolivia, especialmente en lo que se refiere a la antigua aspiración marítima del país hermano, mostró avances importantes, especialmente en lo que dice a la disposición chilena hacia la reivindicación boliviana. Los conflictos entre los dos gobiernos, hacia el final de la administración del Presidente Lagos, bien pueden ser 5. Vease Alberto Van Klaveren “Inserción Internacional de Chile., en Cristián Toloza y Eugenio Lahera.op. cit. P.116 17 vistos como señales de impaciencia ante la no materialización de soluciones que parecían a la vista. Pero el gran factor orientador ha sido la voluntad “político-económica” de insertarse en el proceso de globalización económica, de atraer capitales, y promover la vocación exportadora de la economía chilena. En ese marco, la relación de Chile con los países asiáticos y las naciones del Pacífico ha adquirido una dimensión sobresaliente. Chile ha sido un animador importante en APEC y ha buscado concientemente transformarse en un interlocutor privilegiado de la región con los países del Asia. Su proyecto de mayor envergadura y visión histórica es el de transformarse en “una plataforma” de América Latina para su relación con el Pacífico y los países asiáticos. El acuerdo comercial recientemente alcanzado con China, el primero suscrito por ese país con una economía latinoamericana, es la mejor prueba que la vocación de integrarse ordenadamente y mediante la construcción de un sistema de reglas estables a la economía global, prima por sobre cualquier otra consideración. Se confirma así que la adhesión al libre comercio es el trade mark” de Chile, el rasgo principal de su fisonomía externa, aquella característica que ha primado en la lectura no solo de sus vecinos, sino también del entorno internacional más amplio. ¿Cómo se fue construyendo esta visión propia de Chile en el terreno de la política exterior? ¿Cómo se gestaron los esfuerzos por coordinar la perspectiva de la globalización con la regional? En cada uno de los gobiernos de la Concertación hay un momento político de opción, en la que invariablemente se reafirmó la voluntad de incorporar al país al proceso de globalización, de 18 mantener la autonomía del país respecto a los proyectos de integración regional y al mismo tiempo desarrollar una política latinoamericana. Los revisaremos brevemente. 5. Aylwin: la apertura del juego global. En 1991 el gobierno de Patricio Aylwin adoptó la trascendental decisión de proponer un acuerdo económico y comercial con los Estados Unidos y de responder favorablemente al Área de Libre Comercio de las Américas, siguiendo la propuesta de un Tratado de Libre Comercio “desde Alaska a la Patagonia” hecha por el Presidente George Bush ese mismo año. Durante ese período, el gobierno consiguió asimismo asociarse la APEC, continuando un camino de apertura hacia el Asia ya iniciado en el período de la dictadura. Debe considerarse que estas decisiones se adoptaron por sobre la nueva realidad política que generaba la fundación del MERCOSUR, constituido a un año de la elección del Presidente Aylwin. La opción de “amarrar la economía chilena a la norteamericana”, como la describían entonces los miembros del equipo económico chileno, no podría comprenderse sin considerar el rol central adoptado entonces por el Ministro de Hacienda Alejandro Foxley6 en las definiciones centrales de la política exterior del país. Ante una Cancillería volcada a la tarea de recuperar los vínculos políticos destruidos durante la dictadura, Foxley asumió la conducción del comercio exterior, estableciendo como prioridad principal la asociación comercial y económica con los Estados Unidos. Si bien, el objetivo parecía ser la apertura de oportunidades a las exportaciones chilenas 6 Alejandro Foxley es hoy el Canciller del Gobierno de la Presidenta Bachelet. Andres Velasco, quien fuera entonces su Jefe de Gabinete y una figura ya importante en la promoción de la política de asociación con los Estados Unidos, es hoy el Ministro de Hacienda. 19 en el principal mercado mundial, en rigor la cuestión esencial perseguida por Hacienda era la de evitar cualquier tipo de retroceso en el camino de liberalización y apertura de la economía chilena. Se pensaba en efecto, que una asociación con los Estados Unidos, ratificada por el Congreso chileno y norteamericano, que incorporaba reglas en materia de servicios, inversiones, compras de gobierno, etc. excluiría cualquier cambio en los fundamentos del modelo económico que regía en el país. A pesar que las dificultades para que el Congreso norteamericano aprobara una vía rápida de negociación, parecieron postergar indefinidamente el tema, el objetivo se hallaba fijado: Chile entendía que el camino hacia la globalización de su economía pasaba por su estabilidad económica interna, y esta a la vez requería de una asociación con las economías desarrolladas: los Estados Unidos, el Canadá, la Unión Europea y los países asiáticos. Con ello, la globalización no era solo un camino económico, sino también uno político. El país requería de estabilidad en todos los planos, pero también de prestigio. Eso lo daban los acuerdos “de tercera generación”, como se les dio en llamar, con los países desarrollados. Y la misma razón, llamaba a eludir y mantenerse aparte de cualquier esfuerzo que trasuntara proteccionismo, reglas restrictivas o visiones “ideológicas”. De tal manera que el hecho que el 26 de Marzo de 1991, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay suscriben el Tratado de Asunción, fundando el MERCOSUR, no significó para Chile un hecho determinante. En realidad, no había participado del proceso de negociaciones, tanto porque gran parte de las tratativas se habían desarrollado con el país sometido a la cuarentena a la que conducía la dictadura militar, como porque, cuando pudo hacerlo, se 20 hizo claro que la estructura chilena de aranceles bajos y parejos, o más claramente, la vocación de apertura de la economía chilena directamente lo impedía. La participación del Canciller chileno como invitado a la ceremonia de fundación indicó sin embargo una promesa de una adhesión futura. En realidad, para muchos, tanto en Chile como en el vecindario, resultaba entonces sorprendente que el retorno democrático en el país no parecía conducir a un reencuentro con la región, sino a un arriesgado salto a una asociación con las economías desarrolladas.7 La suscripción de un importante tratado comercial con México, y la concreción final de acuerdos parciales con Venezuela y Bolivia mostraron que la carta americana no era la única en manos de Chile. Sin embargo, el equilibrio latinoamericano lo proveyó principalmente el enorme avance en las relaciones con la Argentina. El progreso en la solución de las cuestiones limítrofes pendientes entre los dos países fue el eje de la política latinoamericana del gobierno de Aylwin, y constituyó un progreso objetivo para la convivencia en la región. La buena voluntad general hacia un Chile que venía recuperándose de la peor dictadura de su historia contribuyó a generar los espacios para resolver más adelante las formas de asociación que el país adoptaría ante los esquemas de integración regional. 7 Las dificultades que entrañaba el conciliar los temas de la globalización y la integración regional se expresan en una serie de pugnas internas entre los equipos de Hacienda y de la Cancillería. En 1991, un acuerdo con Venezuela y otro con Bolivia, negociados por la Cancillería chilena y que se hallaban listos para ser suscritos, fueron postergados por una indicación del Ministerio de Hacienda, al considerarse que su carácter limitado reducía los patrones de excelencia que se buscaba establecer en una negociación con los Estados Unidos y complicaba la posibilidad de esa negociación juzgada como prioritaria. La renuncia de algunas autoridades de la Dirección Económica de la Cancillería, en protesta por esta decisión, demostró hasta que punto alcanzó a llegar la tensión entre lo que desde esa repartición se veía como una línea latinoamericanista, fiel a las tradiciones políticas de los partidos de la Concertación, y una línea pronorteamericana de integración comercial promovida desde el aparato económico del Estado. 21 Al mismo tiempo, las fugaces resistencias planteadas desde el interior del gobierno a una línea internacional de autonomía frente a la región, fueron rápidamente ahogadas por el éxito económico del gobierno, pero sobre todo, por lo altos grados de acuerdo que evidenciaban “los actores económicos” que incluían, además de los organismos especializados del Estado, el sector privado y los medios de comunicación. Desde el primer momento el sector público y el privado desarrollaron un esfuerzo común por generar estudios y una difusión pública que apoyara la iniciativa negociadora con los Estados Unidos y los países desarrollados. Al mismo tiempo, el desarrollo de los “equipos transversales de gobierno”, es decir de elites funcionarias que fraguaban acuerdos políticos internos en el gobierno y en los partidos, fue determinante para conciliar las ideas de integración global e integración regional. Chile construye así internamente un consenso político que le permite proseguir su política de apertura externa, suscribiendo tanto acuerdos bilaterales con todo el mundo, como asociaciones con grupos subregionales, con la condición que ello no implicara una modificación de su política de “aranceles bajos y parejos”. 6. Frei: en el fiel de la balanza. La difícil dialéctica entre el esquema globalizador vía asociación con los países desarrollados, y el proyecto de asociación regional continuó de manera aún más evidente durante el gobierno de Frei. Su máxima expresión fue la negociación simultánea con el MERCOSUR, conducida por la Cancillería, y aquella con Canadá, conducida por el Ministerio de Hacienda. El resultado no pudo sin embargo ser más positivo para Chile. En 1996 Chile logra asociarse al MERCOSUR sin renunciar un ápice a la voluntad de 22 proseguir con una política de integración global definida de manera autónoma. Al mismo tiempo, Chile negocia en nueve meses y suscribe con Canadá un texto idéntico al que ese país venía de firmar en el marco del NAFTA con los Estados Unidos. El proceso se traduce por último en un reordenamiento interno, que entrega finalmente al Ministerio de Relaciones Exteriores y a su Dirección General Económica, la responsabilidad de conducir todas las negociaciones comerciales del país. El cambio no tiene ya una connotación ideológica. Es la Cancillería la que propone y finalmente consigue –debiendo vencer de paso importantes resistencias europeas- una negociación para asociarse comercial y políticamente a la Unión Europea, en cuerda separada a la de los países del MERCOSUR. Los principios económicos insertos en la política exterior se habían transformado en una política de Estado.8 El gobierno del Presidente Eduardo Frei había sido precedido sin embargo, por un programa de gobierno que subrayaba la prioridad de un proceso de integración al vecindario latinoamericano.9 Tanto el Canciller Carlos Figueroa, ex Embajador en Argentina, como quién le siguió, José Miguel Insulza, eran representativos del pensamiento más latinoamericanista de la Concertación. Era previsible por lo tanto que Chile buscara activamente asociarse al MERCOSUR. Por una parte, la asociación comercial, pareció 8 La Unión Europea manifestó desde un primer momento que Chile debería negociar asociado al MERCOSUR. Las evidentes diferencias de políticas e intereses entre ambos, podían ser obviadas mediante un complejo sistema de “pasarelas” que irían midiendo los pasos de progreso entre ambas negociaciones. Al final, las “pasarelas” también fueron abandonadas, y las negociaciones siguieron cursos separados. Chile logró cerrar y suscribir el acuerdo en 2003. Las negociaciones entre la UE y el MERCOSUR están suspendidas sine die. 9 Según Van Klaveren, “el programa del segundo Gobierno de la Concertación procuró despejar definitivamente la alternativa América Latina/Nafta, estableciendo de manera clara una prioridad latinoamericana”. Luego agrega: “En el ámbito comercial ella se plasmó en la continuación de las negociaciones de libre comercio, que llevó a la suscripción de un acuerdo con Ecuador (1995) y al inicio de tratativas con Perú y Panamá”. Alberto Van Klaveren op. Cit. P. 125. 23 hacerse obligatoria, en la medida que Chile no podía perder las preferencias históricas concedidas por los miembros del grupo en el marco de la ALADI. Por la otra, la adhesión del MERCOSUR implicó un sentido estratégico al revitalizar el compromiso con América Latina y al vincular al país con vecinos que tenían implicancias directas para su seguridad. A pesar de todo, la negociación estuvo llena de tensiones, por cuanto el MERCOSUR aspiraba a nada menos que una integración plena del nuevo socio a la Unión Aduanera y resistió inicialmente la categoría de “miembro asociado” deseada por Chile. Al mismo tiempo, la simultaneidad de la negociación entre Chile y el Canadá generó dificultades de ajuste en las ofertas negociadoras con los nuevos socios latinoamericanos y evidentes malestares en los equipos negociadores de Argentina y Brasil. Desde las propias reuniones de Presidentes hacia abajo, el MERCOSUR marcó mediante recursos protocolares o directamente políticos, “la diferencia” entre lo que era ser miembro asociado y miembro pleno. Y a menudo, en los encuentro de negociadores comerciales, los debates producidos por las políticas autónomas de Chile fueron tratadas en un clima que no excluía la hostilidad. Con todo, Chile consiguió que la suscripción del ACE No. 34 y su ingreso al Mecanismo de Consulta y Coordinación Política del MERCOSUR, no significaran una limitación de sus derechos de continuar con una política autónoma de inserción en la economía global. El gobierno de Frei se inició igualmente, con la solemne invitación extendida por los Presidentes de los Estados Unidos y México y el Primer Ministro de Canadá, en la Cumbre Interamericana de Miami en 1994, para que Chile negociara su ingreso al Nafta como “el cuarto amigo”. 24 Durante los dos años que siguieron, el gobierno desarrolló una actividad frenética de preparación de nuevos equipos de negociación. En Ciudad de México se llevaron a cabo las negociaciones técnicas preparatorias, “todo ello en un contexto de recurrentes anuncios y rumores, complicado por la intervención de múltiples agencias gubernamentales y una pléyade de actores privados que partían de la premisa que el tema era prácticamente de vida o muerte para la economía chilena”10. El proceso resultó nuevamente trabado por la incapacidad de acuerdo entre el Legislativo y el Ejecutivo de Washington para el otorgamiento del mandato de vía rápida. La opción de Chile, como ya se ha dicho, fue la de iniciar una negociación con el Canadá, siguiendo el texto del NAFTA. Fue también durante el gobierno de Frei, cuando adquieren más visibilidad los esfuerzos para acelerar la negociación del ALCA. Como ha señalado Van Klaveren, Chile percibía la negociación del ALCA como “más importante para el país que un acuerdo bilateral con los Estados Unidos”, dado que representaba no solamente “la convergencia de los acuerdos comerciales suscritos en el continente americano”, sino también el logro de “una cierta uniformidad en las disciplinas comerciales, haciéndolas coincidentes con una liberalización del comercio a escala mundial.11 El optimismo chileno no consideraba los problemas que una negociación de esta naturaleza entrañaba, por ejemplo, para una economía como la del Brasil. Si bien, ese país no consideraba prudente confrontar abiertamente el proceso negociador hemisférico, era también evidente que lo consideraba aceptable solo si los Estados Unidos levantaban sus barreras agrícolas y si 10 11 Alberto Van Klaveren, op.cit. p. 137 Van Klaveren, ibid. P137. 25 las industrias brasileñas no eran expuestas a una “competencia predatoria”.12 En este marco, el ALCA solo podía hacerse viable a partir de una negociación bilateral entre el Brasil y los Estados Unidos, proceso que sin embargo, de haber ocurrido, habría generado otros desencuentros en la región. Por estas y otras razones, el impulso que Chile otorga al ALCA, especialmente a partir de la Segunda Cumbre de las Américas realizada en Santiago de 1998, genera distancias tanto con el Brasil como con la Argentina, interesada en mantener una coordinación estrecha en el marco del MERCOSUR. Las distancias entre las perspectivas regionalistas del MERCOSUR y las globalizadoras de Chile se hacen allí más evidentes que en ninguna otra parte. 7. Lagos: el juego se hace de suma cero. En ningún momento durante los períodos de gobierno de la Concertación, se hizo más difícil para Chile el equilibrio entre su opción de globalización y la inserción regional, que durante el gobierno del Presidente Lagos. Tras gestiones personales del Presidente chileno con los Presidentes Clinton y Bush, Washington dio finalmente el paso de negociar un Tratado de Libre Comercio con Chile. La negociación fue relativamente rápida y el acuerdo final se suscribió a inicios del año 2003. La decisión chilena de negociar el TLC con los Estados Unidos causó sin embargo un profundo malestar en el MERCOSUR. 12 Vease Fernando Masi y Carol Wise “Las Negociaciones del ALCA entre los actores principales: Estados Unidos y el Mercosur. Red MERCOSUR. Serie ALCA brief. Julio de 2003. 26 El liderato del Presidente Lagos, su fuerte impronta latinoamericana y la consiguiente profundización de la participación de Chile en el Foro de Consulta y Concertación Política del organismo habían alentado, especialmente en Brasil, una aproximación decidida de Chile al MERCOSUR. Estas expectativas se vieron confirmadas cuando Lagos, de visita en Brasilia, anunció públicamente su voluntad de adherir al mecanismo de integración como miembro pleno. Se comprende que el inicio de las negociaciones chilenas con los Estados Unidos anunciado un mes mas tarde, fuera considerado sorpresivo y contradictorio, así como particularmente irritante para el gobierno del Brasil.13 En realidad, vista desde Santiago, la decisión de Chile no podía apreciarse como sorpresiva, dada la pública, permanente y reiterada voluntad de dar el paso de asociar la economía chilena a la norteamericana. Y si en Brasilia se tuvo la perspectiva contraria, se debió a que el interés de Chile en participar en un esfuerzo colectivo por hacer del MERCOSUR un instrumento de apertura, fue al menos mal explicado, o mal comprendido. Es evidente que las propuestas chilenas tendientes a profundizar la participación del país en MERCOSUR buscaban el doble objetivo. Por un lado, un mejor y mayor acceso a los mercados vecinos, pero también el de influir en una “transformación” del MERCOSUR en clave aperturista. Algo así expresaba 13 La molestia de los socios principales del MERCOSUR no fue disimulada por sus principales representantes. El Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Luis Felipe Lampreia declaró: “As negociacoes feitas ate agora estao rompidas. A decisao do Chile de se incorporar plenamente ao Nafta e incompatible com o Mercosul” Y si bien se mantuvo la invitación a Chile de participar en la cumbre de Florianópolis, se subrayó que no serian invitados los equipos negociadores económicos. Vease Jornal do Brasil, 3 de Diciembre, 2000. El Canciller argentino, Adalberto Rodríguez Giavarini por su parte, junto con subrayar que las negociaciones del MERCOSUR con Chile “se verían postergadas”, aclaró “que Chile solo podría seguir participando en debates políticos o en áreas de salud, educación y cultura, pero no ya en mecanismos de decisión” Vease a Nación de Buenos Aires, 14 de Diciembre de 2000. 27 la altisonante declaración del Ministro de Hacienda de Chile, Nicolás Eyzaguirre al decir: “modestia aparte, nosotros vemos que la incorporación de Chile le aportará un activo muy grande al MERCOSUR, porque somos el país más creíble y el de menor riesgo de todas las economías emergentes, lo cual constituye un verdadero sello de calidad”.14 La frase retrata mejor que cualquier análisis la tendencia a presentar a Chile en su dimensión más excepcional. Lo que interesa sin embargo es que la apertura de una negociación para la “integración plena” de Chile al MERCOSUR fue vista por Chile como un largo proceso, que al menos podía llevar a una asociación política mas estrecha, y en el mejor de los casos, a una apertura gradual, pero más acelerada de las economías vecinas. Pero en esa visión no se incluía de ninguna manera una revisión de la línea histórica seguida por Chile. La clave del problema se encuentra planteada en la frase más frecuentemente citada por el Presidente Lagos, donde lo principal precede a lo secundario con claridad meridiana: “Chile apuesta a una inserción activa y profunda en el proceso de globalización. Pero creemos en la necesidad de perfilar una inserción global con acento latinoamericano, especialmente en el ámbito de la concertación política” 15. 8. Fisonomía y Actitudes 14 Vease “El Mercurio”, Santiago, 12 de Julio de 2000. Para un análisis de la recepción de estas declaraciones y de la llamada “promiscuidad” de Chile veaes Eduardo Gudynas “El Acuerdo de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos anuncia retrocesos en la Integración Latinoamericana” Integración Sur. Documento CLAES Diciembre 2000. (www.integracionsur.com/alca/GudynasChileUsaAcuerdo.htm) 15 Vease Andres Villar: “Chile y sus vecinos: una integración compleja”. En “El Gobierno de Ricardo Lagos, La Nueva Vía Chilena hacia el Socialismo” Robert Funk Editor. Universidad Diego Portales. 2006. 28 Estos momentos de definición en los tres gobiernos de la Concertación, reflejan más allá de cualquier argumentación teórica, la decisión permanente de Chile de proseguir un camino propio de incorporación a la economía global sin someterse a las agendas o los ritmos de negociación que establecían las iniciativas regionales. A partir de este breve relato queda claro que si bien hubo diferencias importantes de juicio al interior del Estado, pugnas de poder entre reparticiones públicas, incluso traslados de los temas de un Ministerio a otro, la voluntad política de continuar incentivando una incorporación autónoma al proceso de globalización, estableciendo reglas claras y una institucionalidad que garantizaba el cumplimiento de los acuerdos logrados, se mantuvo sin mayores variaciones durante todos los gobiernos de la Concertación. Este conjunto de principios y prácticas se constituyó en la más clara expresión de “un interés nacional” que ha tenido la virtud de aglutinar un consenso que da una base permanente a un proyecto de desarrollo nacional. Por ello, las ventajas de esta política han sido evidentes para el país. Chile ha adquirido un sitial privilegiado entre las economías emergentes y su palabra es escuchada con interés y respeto en los foros internacionales y en los centros de la economía mundial. Por sobre todo, ha desarrollado una fisonomía exterior previsible por su persistencia, que lleva a muchos a indicarlo como un modelo de organización para los países en desarrollo. Sin embargo, no todos los resultados han sido positivos, y hay subproductos del progreso alcanzado, que se establecen hoy como obstáculos para la acción de Chile en la región. La política proyectada por Chile ha generado en el país tanto actitudes ideológicas de crítica hacia la región y de sobre valoración de la autonomía chilena, como desarrollos institucionales 29 que no han contribuido a constituir una política más proactiva hacia América Latina. Chile no ha sido capaz de crear con la región áreas de sintonía en materias de desarrollo, y ello ha impedido, a la vez, el surgimiento de iniciativas políticas destinadas a resolver problemas vecinales pendientes, o a encarar tareas estratégicas que no parecen encontrar en el Estado un nicho adecuado, tales como la Energía. Tal como insinuamos previamente, el énfasis permanente en la diferenciación del país ha generado en buena parte de las elites chilenas, tanto de oposición como de gobierno, una cierta ideología de “la excepcionalidad de Chile en la región”. Esta ha contribuido a promover una visión exclusivamente económica del área y de su importancia para Chile, así como a desvalorizar las iniciativas encaminadas a profundizar vínculos con ella, desarrollando a menudo un discurso altisonante, que entiende las particularidades de Chile, como expresión de superioridad nacional, o demostraciones de pragmatismo y modernidad que distinguen definitivamente a Chile de la ideologización y el “caos” supuestamente reinantes en los países vecinos. Existen, claro está, versiones más directas o más sofisticadas de esta línea de pensamiento. Entre las primeras se halla la crítica hacia las orientaciones económicas de los países vecinos, que toma partido contra cualquier percibida desviación de los cánones ortodoxos. O la tendencia a exigir ante cualquier conflicto económico la salida de Chile del MERCOSUR, la politización de las discrepancias, la descalificación de los intereses ajenos. 30 Más frecuentes e importantes probablemente, han sido por ejemplo aquellas tendencias a retratar los acuerdos comerciales como un instrumento “suficiente” de la política externa, lo que equivale a inferir que la dinámica de asociación comercial o económica es capaz de superar por sí sola los elementos de vulnerabilidad económica o los diferendos históricos del país. O la idea, muy frecuente como un supuesto implícito en el discurso económico, que tarde o temprano, todos en la región, deberían transitar el camino de apertura comercial chileno, por lo que aquello que desde América Latina se percibe como diferencias de intereses, no refleja más que la falta de comprensión que exhiben los vecinos de las características ineluctables de la globalización. Si bien estos preconceptos no han abundado entre las autoridades de los gobiernos de la Concertación, tampoco han estado completamente ausentes. Y ellos han sido frecuentes en las opiniones de un grupo particularmente influyente en el terreno ideológico nacional como es el de los economistas. Al lado de este conjunto de percepciones, si bien no necesariamente vinculado o derivado de ellas, se ha generado en el sistema exterior chileno, una evolución institucional que no ha favorecido la acción política hacia la región. El fortalecimiento de las áreas económicas y comerciales ha coincidido con un debilitamiento de aquellos organismos dedicados a la actividad diplomática y propiamente política. La Cancillería ha perdido influencia, y su rol como coordinadora de la política exterior del Estado se ha visto claramente mermado, tanto en términos políticos como presupuestarios. El resultado ha sido la ausencia de políticas pro activas en el terreno de la política regional, la que, precisamente por ser vista como inabordable desde el punto de vista del modelo, ha sido encarada con una 31 actitud defensiva. Las iniciativas han sido dejadas así al terreno comercial o a la actividad presidencial. Debe considerarse asimismo, por último, que estas características consolidan a la vez una percepción de Chile en el entorno regional que, como hemos visto, no ha sido siempre comprensiva, de la reticencia chilena a los esquemas de integración. Ella oscila entre la identificación de un “modelo chileno” a ser imitado, y la caracterización de un país no solidario con la región, que tiende a la autosuficiencia, caracterizaciones que adquieren creciente importancia en el marco de una región fuertemente cambiante. Hoy, frente a aquellos que continúan apreciando “la excepcionalidad de Chile” como una prefiguración del modelo a recorrer, surgen otros para los cuales el llamado “modelo chileno” es sencillamente impracticable y por ende no deseable. En este contexto no parece prudente ignorar las consecuencias que tiene para Chile una lectura de su “excepcionalidad” como “aislamiento”, y su estrategia de incorporación a la globalización como una política deliberadamente disfuncional y refractaria al necesario desarrollo de estrategias de solidaridad regional. 9. La necesidad de la política: los desafíos actuales Volvamos ahora a la cuestión que nos parece central respecto de la relación de Chile con la región. Retomemos la afirmación de Lagos acerca que Chile debe perfilarse hacia la globalización con una concertación política con América Latina. ¿En que ha consistido hasta ahora dicha concertación? Más 32 importante: ¿es posible afirmar que los procesos de coordinación políticos se orientan a resolver aquellas cuestiones que son claves o estratégicas para el desarrollo de Chile? Los analistas de la política exterior chilena resaltan una lista de acciones realizadas por Chile en el marco regional o hemisférico, algunas de ellas muy importantes, otras menos, y algunas directamente declamatorias, que son exhibidas como demostración de la voluntad de coordinación política de Chile con la región. Una primera área de articulación, que tiene una importancia capital y en la cual Chile tuvo en sus inicios una participación distinguida, es la vinculada al área de la defensa de la democracia y de los Derechos Humanos. La participación de Chile en el Grupo de Río permitió actuar de consuno con otros países en la solución de graves crisis democráticas en algunos países de la región. Lo mismo puede decirse de la participación en la OEA, donde Chile promovió la creación de mecanismos automáticos de respuesta en estas materias. Con su adhesión al MERCOSUR político, Chile ha también adherido a los principios de defensa de la democracia ahí establecidos. No es posible afirmar hoy día sin embargo que la presencia de los temas de defensa de la democracia está siendo tratada con el mismo vigor de entonces. Los esfuerzos por evitar desde el inicio, el deterioro de los principios democráticos, que tuvo una enorme presencia en los años que siguieron al fin de las dictaduras, ha tendido a desperfilarse en los últimos años. Se observa en el MERCOSUR y en el grupo de Río, al menos, una cierta tolerancia hacia el deterioro institucional de algunos países; una tendencia a inhibirse ante cuadros que señalan el incremento de la fragilidad política de 33 los compromisos y de los comportamientos democráticos. Se actúa como si la supresión de las amenazas de golpismo o de autoritarismo militar fuera suficiente para garantizar la exclusión definitiva de cualquier riesgo de involución democrática. Parece desconocerse, en definitiva, que los cuadros de deterioro institucional se incuban lentamente y son imposibles de remediar cuando se precipitan en carreras vertiginosas hacia el conflicto y la destrucción del proceso democrático. Aquí hay entonces un tema que requiere de una urgente atención. Una segunda área de coordinación que parece importante es la de las cuestiones estratégicas militares y los temas multilaterales. En este último punto, Chile ha participado en distintos esfuerzos colectivos latinoamericanos para reafirmar la defensa de los Derechos Humanos, de la paz y la legalidad internacional. Y en el marco de las Naciones Unidas, ha mantenido, al menos en algunos períodos, prácticas de coordinación con los países del MERCOSUR en temas vinculados al respeto de los tratados internacionales y la defensa del multilateralismo.16 Dentro de estas se incluye naturalmente el voto de Chile frente al conflicto con Irak. Tal como se ha señalado recientemente, quizás el hito mas recordado del Gobierno de Lagos será el momento en que Chile, junto a México y otros países, rechazo la propuesta de Estados Unidos de intervenir en Irak ante Naciones Unidas; El hecho fue importante no solo por lo que significo como reclamo de independencia de un país pequeño, situado ante una alternativa de enormes consecuencias en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino también, como se encargaron de de recordarlo con aprehensión importantes sectores de la sociedad chilena, porque la opción de rechazo podía hacer 16 Claudio Fuentes, op.cit. p. 106. 34 peligrar la suscripción de un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. De igual manera, debe destacarse la participación de Chile en numerosas Misiones de Paz de las Naciones Unidas, pero muy especialmente aquella en la que Chile participa junto al Brasil, Argentina, Uruguay y otros países de la región en la estabilización de Haití, dado que en ella se ha registrado un compromiso propiamente regional.17 No hay duda que estos esfuerzos han permitido a los países de la región compartir experiencias, examinar y debatir conjuntamente problemas que tienen importancia tanto desde el punto de vista de la creación de confianza mutua, como, en el caso de las misiones de Paz, de la profesionalización de sus Fuerzas Armadas. En el área estratégica, Chile contribuyó, junto a Argentina y Brasil, en 1994 a la reforma del Tratado de Tlatelolco; suscribió compromisos para la proscripción de armas de destrucción masiva y avanzó en el terreno de las Medidas de Confianza Mutua, tanto en el plano hemisférico, como en el ámbito bilateral con los países vecinos. Con la Argentina se ha logrado un nivel inédito de acercamiento entre las Fuerzas Armadas y los Ministerios de Defensa de ambos países, creándose mecanismos de consulta y coordinación política de alto nivel entre los Ministerios de Relaciones Exteriores y de Defensa, así como un Comité Permanente de Seguridad Chileno-Argentino. En este campo se han dado igualmente avances con el Perú y con Bolivia, entre las cuales deben destacarse los procesos de desminado. 17 18 Se han Además de su participación en la MINUSTAH, Chile ha participado en operaciones de las Naciones Unidas en Irak-Kuwait (1991); Cambodia (1992); Irak (1996); Bosnia Herzegovina (1997), Timor Oriental (2000) y Chipre (2003).Vease Claudio Fuentes, op.cit. p. 116 18 Vease Andrés Villar, op.cit. p. 136-137. 35 registrado por tanto avances importantes, que siguen sin embargo un ritmo diferente y a menudo autónomo de las relaciones propiamente diplomáticas. Con todo, todas estas acciones, por importantes que ellas hayan sido, no han permitido avances hacia un perfil común de la región. Y la participación de Chile en ellas no ha logrado equilibrar una tendencia a concebir la integración como un fenómeno esencialmente económico, en que los procesos políticos deben ser mirados con lentes defensivos. En el ámbito del MERCOSUR, donde se han acordado mecanismos de coordinación política, los trabajos no han ido mucho más lejos del intercambio que sobre las evoluciones internas de sus países realizan los Jefes de Estado en las sesiones plenarias. Los mecanismos de coordinación política no se han apoyado en el análisis político proveniente de centros de estudio de la región, ni han incorporado las opiniones de la sociedad civil, o del mundo científico. Hasta hace muy poco, los proyectos de integración física no han ido mucho más allá de expresiones de voluntad. El avance de los corredores interoceánicos, por ejemplo, se ha prolongado en el tiempo sin avances concretos, y solo aquellas obras de infraestructura de carácter bilateral, como los pasos fronterizos entre Chile y Argentina pueden exhibir un cierto progreso, aunque lejos de los cronogramas anunciados en los encuentros del MERCOSUR. Naturalmente que el carácter de “miembro asociado” de Chile ha conspirado para que el país pueda levantar iniciativas políticas. Chile no ha generado una política preactiva de integración en materias como infraestructura, 36 coordinación de políticas públicas y prevención de riesgos políticos y económicos. Y tanto o más importante que aquello ha sido un debilitamiento progresivo de los objetivos iniciales del MERCOSUR , una pérdida de liderazgo dentro del conglomerado y una creciente confusión acerca de la evolución futura de la asociación, temas todos que, por cierto no son de la responsabilidad exclusiva de Chile. 10. La nueva América Latina Queremos volver en estas páginas finales a observar el cuadro regional que se perfila actualmente, y las posibilidades que tiene una política exterior de Chile de marcar una diferencia en la preocupante situación que se diseña en la región. Para ello, el gobierno debe enfrentar con resolución aquello que observamos como un déficit político en la orientación de la política exterior. Un primer punto se refiere a las relaciones vecinales, donde se hace necesario invertir en un desarrollo basado en el principio de las “relaciones horizontales”, que contribuyan a un diálogo político más permanente y sistemático entre partidos, organizaciones sociales, organismos no gubernamentales y universidades. Chile debe fomentar las becas a estudiantes de los países vecinos, el intercambio estudiantil, y la transferencia de bienes culturales entre la sociedad chilena, la argentina, boliviana y peruana. Los estudios destinados a fortalecer los intercambios en zonas fronterizas, en particular el triangulo conformado por el sur del Perú, el norte de Chile y el este boliviano tiene una importancia capital para el desarrollo de las visiones estratégicas de la integración. Esto implica, 37 naturalmente dotar a la Cancillería de los recursos humanos y económicos para llevar a cabo esta política. La política de integración con la Argentina debe ser sostenida más allá de los desencuentros momentáneos. La crisis que sobrevino con la escasez de gas en la Argentina en 2004, mostró a Chile que la suscripción de acuerdos comerciales no garantizaban por si solos ni la estabilidad en los suministros de energía, ni la fluidez del diálogo político, incluso cuando los gobiernos respondían a signos ideológicos similares. Los compromisos suscritos entre Argentina y Bolivia, por los cuales el primer país se comprometía a no transferir el gas boliviano a Chile, agregaron tensión a lo que Chile percibió como la ruptura por la parte argentina de los Protocolos del Gas, suscritos con Buenos Aires el 7 de Julio de 1995, y que formaban parte del Acuerdo de Complementación Económica entre los dos países. La misma situación, repetida de manera casi idéntica en 2006, ha confirmado a Chile la necesidad de avanzar en la búsqueda de soluciones de autosuficiencia en materia energética, y al mismo tiempo explorar acuerdos energéticos más amplios.19 Estos incidentes han resentido sin embargo la buena relación entre los gobiernos de Nestor Kirchner y Michelle Bachelet. El factor desconfianza, que fuera comparado con una piedra en la mitad de un camino de integración que es necesario remover, no ha sido del todo restablecido por el reciente encuentro entre los Presidentes en Mendoza. Ni la Argentina parece comprender la sensibilidad chilena respecto al respeto de las reglas 19 El reclamo de Chile ha sido que la Argentina no cumplió con el artículo 7 del Protocolo, que senala que “Las partes procederán de acuerdo al principio de no discriminaciónrespecto de los consumidores afectados, cualquiera sea la ubicación geográfica de estos, en los casos de fuerza mayor, o caso fortuito, que afecten elementos de infraestructura y al consumos interno, debiendose en todos los casos mantener la proporcionalidad existente en condiciones normales”. 38 establecidas, ni Chile parece dispuesto a apreciar una política social que se traduce en un control de precios que bloquea la inversión en el sector energético. No parece haber sustituto para un dialogo y la construcción progresiva de una política común. Esto se vincula igualmente a la política hacia Bolivia y el Perú. Las elecciones en ambos países, de gobiernos que han expresado de manera diferente un idéntico sentimiento de amistad hacia el Chile de Michelle Bachelet, al igual que una voluntad de concentrarse en los elementos positivos de la relación, tratando los problemas pendientes en un marco de respeto y circunspección, augura oportunidades de gran importancia para la política exterior del país. Ella no puede limitarse a la construcción de nuevos acuerdos de libre comercio. Chile debe avanzar con ambos países a la construcción de mecanismos permanentes de dialogo y concertación políticos que muestren en su carácter sistemático y su persistencia, la voluntad de construir esa relacione especial que se denomina integración. El gobierno de Bachelet ha remarcado con razón la importancia que la relación con estos países tiene para el desarrollo de las aspiraciones de Chile de constituirse como “una plataforma” hacia el Asia. Agreguemos que esa aspiración pasa por avanzar, en conjunto con esos países hacia la resolución definitiva del problema histórico con Bolivia. En el contexto actual de América Latina, nada puede adquirir una importancia mayor que ese paso histórico adelante. A su vez, este tema tiene una relación directa con la situación energética de Chile y su necesidad de asegurar un suministro permanente que asegure su 39 crecimiento y el bienestar de su población. Si bien Chile tiene el derecho y la obligación de hallar formulas económicamente viables de autosuficiencia para casos de emergencia, no resulta comprensible que en pleno siglo veintiuno, y en medio de un continente que mantiene gigantescas reservas gasiferas, no se logren construir los acuerdos políticos, económicos y jurídicos que aseguren a todos un acceso proporcionado al recurso. El dialogo entre Bolivia, Perú, la Argentina y Chile en esta materia, ya sea de manera bilateral, o dentro de un MERCOSUR que incorpora ahora a Venezuela, debe constituirse en una prioridad ineludible para el país. Se debe, por último atender de manera preferencial a las alternativas de integración que se hallan planteadas en la sub región. La adhesión de Chile a la Comunidad Sudamericana de Naciones constituye un paso político de importantes repercusiones para la región y para la política del Cono Sur. Si bien, los planes de desarrollo de la infraestructura y la coordinación política a nivel del sur de la región tienen una especificidad a la que hay que atender y responde a necesidades materiales y políticas reales, no debe olvidarse que América Latina sigue siendo un principio de organización plenamente valido para Chile y que ella comienza en México, un país con el cual Chile tiene relaciones económicas y políticas de enorme interés, sigue en Centroamérica, e incluye el Caribe, países todos con los que la política de Chile tiene grandes espacios de desarrollo. La decisión reciente de incorporarse a la Comunidad Andina es un paso también valioso y políticamente prometedor. El dialogo que permite con los vecinos andinos y con los demás miembros de la organización puede eventualmente canalizar energías positivas tendientes a resolver dificultades 40 no solo económicas sino también políticas. Sin embargo esta decisión no puede ser vista, ni retratada en le país, como desgraciadamente lo ha sido por los sectores conservadores, como una alternativa del Pacifico a la asociación que Chile mantiene en el MERCOSUR con los vecinos atlánticos. El MERCOSUR sigue siendo un foro de enorme importancia para Chile, donde el gobierno debe desarrollar una actividad política mucho mas deliberada y pro activa. En esta área se hace necesario que Chile retome con todos los socios del MERCOSUR, pero muy especialmente con la Argentina y con el Brasil, un dialogo destinado a asegurar el cumplimiento de los compromisos democráticos suscritos tanto en el MERCOSUR como en la OEA durante las ultimas décadas. Las democracias mayores de América del Sur deben reaccionar e incluir en la agenda aquellos debates que la propia realidad regional está mostrando como impostergables. ________________________