El señor Fidel Fidelinas trabajaba mucho

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LOS ECO-HÉROES
El señor Fidel Fidelinas trabajaba mucho, tanto que apenas tenía tiempo para
pensar, reír o mirar el paisaje.
Siempre estaba preocupado, con dos arrugas profundas en la frente sobre la
nariz.
El señor Fidel Fidelinas madrugaba mucho, siempre a la misma hora. Se vestía
con su pantalón gris y su jersey también gris. Desayunaba un café amargo, con
un bollo, de esos que vienen envueltos en un plástico. Bajaba la escalera
deprisa, con la mirada fija en el suelo para no tener que saludar si se cruzaba
con alguien.
El señor Fidel Fidelinas trabajaba en una oficina de gestión de residuos. No le
gustaba nada su trabajo. Tenía que saber qué hacer con los montones y
montones de basura que se generaban en su ciudad.
En las afueras de la ciudad había una gran montaña de basura. Cada día, cada
habitante aportaba su granito de arena a la gran montaña que cada vez era
mayor. Ya era más grande que la ciudad y más alta que el más alto de los
edificios. Al caer la tarde proyectaba una sombra tan grande que hacía que
anocheciera mucho antes que en cualquier otra parte. El señor Fidel Fidelinas,
debía resolver qué hacer con aquella inmensa montaña que amenazaba con
derrumbarse sobre la ciudad.
En una ocasión, cuando la montaña era apenas una colina, se le ocurrió
prenderle fuego para acabar con ella. ¡ERRORRR!
De repente en la ciudad se hizo de noche, una humareda lo envolvió todo. Las
casas se pintaron de negro y el aire se hizo tan denso que no se podía respirar.
Al final, el resultado fue una ciudad negra, treinta y tres vecinos con mucha tos;
y dos gatos, que vivían entre la basura, chamuscados.
Y desde entonces andaba el señor Fidel Fidelinas buscando una solución.
Una mañana lluviosa, el señor Fidel Fidelinas se levantó, tan temprano como
siempre; se vistió con su ropa gris, desayunó su café amargo, con un bollo, de
esos que vienen envueltos en un plástico. Bajó la escalera deprisa, pero
cuando llegó a la calle, sin saber por qué, comenzó a caminar en dirección
contraria a su trabajo.
Caminó mucho, mucho rato… hasta que le dolían tanto los pies que tuvo que
sentarse a descansar. Tan cansado estaba el pobre señor Fidel Fidelinas que
se quedó dormido.
Cuando despertó se encontró en un fantástico lugar. No daba crédito…
¿estaría soñando?, pero no, se pellizcó fuerte en el brazo y le dolió, estaba
bien despierto.
En aquel lugar no había ninguna montaña de basura. Todo era bonito, de
colores alegres, limpio…
Oyó un pequeño ruido a su espalda. Se dio la vuelta y vio pasar a un extraño
ser. El señor Fidel Fidelinas decidió seguirlo para ver dónde iba, qué hacía, y lo
que era más importante, qué era aquella cosa extraña.
Fue detrás de él hasta que llegaron a un espacio abierto, en el que había otros
personajes, tan raros como aquél que había seguido, todos ellos parecían
hechos de cachos de distintas cosas.
Llegó un camión cargado de basura, sí, de nuestra basura, de la que todos los
días hacemos… El camión descargó con gran estruendo todo lo que llevaba y,
de repente, todos los extraños seres comenzaron a trabajar. Cada uno de ellos
iba devorando un tipo de residuos.
Había unos altos, de color verde, que les encantaba comerse todas las botellas
y botes de vidrio que encontraban. Otros, más regordetes, de color amarillo, se
comían todo lo que hubiera sido un envase: los brick de leche, las latas, los
envoltorios de plástico de los bollos que desayunaba el señor Fidel Fidelinas…
También los había de color azul, a esos les encantaba todo lo que fuera de
papel.
Aparecieron unos que llevaban como una armadura. El señor Fidel Fidelinas
contuvo la respiración. Vio como se hacían cargo de objetos “peligrosos” como
pilas, fluorescentes, radiografías…
Así que era eso. Por eso no había ninguna montaña de desperdicios. Aquellos
seres los hacían desaparecer y, como por arte de magia, los transformaban en
los más diversos y maravillosos objetos: cajas, preciosos jarrones, hasta
muebles y ropa.
El señor Fidel Fidelinas sonrió por primera vez en mucho tiempo. Dio media
vuelta y se fue silbando. Había encontrado la solución a su problema.
Al día siguiente se puso manos a la obra. Construyó unos recipientes grandes,
de distintos colores y los repartió por su ciudad. Los había verdes, amarillos,
azules… En cada uno se pondrían los residuos correspondientes, y con ellos,
igual que habían hecho los Eco-héroes -así llamaba el señor Fidel Fidelinas a
los personajillos que conoció-, fabricarían objetos estupendos y acabarían con
la amenazante montaña de basura.
Su idea tuvo tanto éxito que se extendió por otras ciudades, tal vez tú hayas
visto alguno de esos contenedores de colores en la tuya.
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