EL CANTONALISMO rasgos generales El cantón murciano.Antoñete Galvez Antoñete Galvez junto a dos compañeros del cantón con la banderas tricolor republicana Cantonalismo, rasgos generales Es la insurrección política española de diversas ciudades levantinas y andaluzas que pretendían constituir una federación de cantones autónomos (1873-1874). Tras el nombramiento del federalista Pi i Margall como presidente la I República, sus más impacientes seguidores exigieron la creación inmediata de la República Federal, al tiempo que le acusaban de pasividad. El 12 de julio estallaba la insurrección en Cartagena (Murcia). Federales intransigentes tomaron el Ayuntamiento y nombraron una junta revolucionaria; dueños de la ciudad, se apoderaron del arsenal y del puerto con toda la Flota española. Días más tarde, el general Contreras asumió el mando militar de las fuerzas sublevadas, mientras los cantonalistas elegían jefe del cantón a Roque Barcia. En medio del levantamiento cantonal, el proyecto de constitución federal era rechazado por las Cortes. Pi i Margall dimitió, acusado de complicidad. En los días siguientes, la insurrección cantonal se agudizó y extendió a numerosas ciudades: Valencia, Castellón, Sevilla, Cádiz, Alicante, Granada, Salamanca. Nicolás Salmerón, nuevo presidente, dedicó todos sus esfuerzos a sofocarla. Los generales Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque y Arsenio Martínez Campos tomaron uno a uno los cantones (26 de julio a 8 de agosto). El cantón de Cartagena resistió el asedio desde agosto, mientras por su parte bombardeaba la ciudad de Alicante (27 de agosto) y se enfrentaba al gobierno (10 de septiembre). Se mantuvo independiente hasta el final de la I República. El presidente republicano Emilio Castelar tampoco pudo doblegarlo. Sólo se rindieron tras el golpe de Estado del general Manuel Pavía, al serles prometido el indulto general y el reingreso en el Ejército de los militares sublevados (13 de enero de 1874). Muchos cantonalistas fueron deportados. Los cantones suprimieron monopolios, reconocieron el derecho al trabajo, la jornada de ocho horas y terminaron con los impuestos sobre consumo (derecho de puertas). Las tendencias socialistas y anarquistas no consiguieron imponerse. Sólo en Cádiz, Sevilla y Granada los internacionalistas tuvieron cierta influencia. ANTONEJE GALVEZ, EL CANTON MURCIANO Don Antonio Gálvez Arce nació en la pedanía murciana de Torreagüera el 19 de junio de 1819. De familia huertana, un elemental progresismo paterno pronto caló en el hijo, que a los quince años admira al vizconde de Ruerta, liberal dinástico y comandante de la Milicia Ñacional. Tuvo también por mentor al marqués de Camachos, cuyo progresismo avanzado quedó mitigado cuando el conde se adhirió a la Unión Liberal, primer paso para el desencanto sufrido por Antoñete, aún cuando todavía reprimido por el ilusorio efecto de La Gloriosa, cuya frustración llevaría al joven Gálvez a un difuso republicanismo pronto teñido de ideología federal, a partir de la que y por vida, mantendría invariable sus utópicas ilusiones. Aún cuando la dilatada existencia de Antoñete fue zarandeada llevándole desde la lucha armada a la conspiración permanente, y entre una y otra a la emigración durante la que los juzgados tramitaban las diversas «sumarias» instruidas al rebelde, su arraigo a la tierra nativa y a la familia que en ella fundó, fue proverbial. que no en vano la próxima sierra de Miravete quedaba a un tiro de piedra de su casa. En 1843 había contraído matrimonio con su prima hermana Maria Dolores Arce Tomás, instalándose el matrimonio en el Huerto de San Blas, en Torreagüera, una hermosa propiedad de don Enrique Guillamón, prominente liberal capitalino que siempre mantuvo para con su colono invariable afecto, extremado al aceptar las inevitables demoras cuando no con donaciones en el pago de las rentas, accidentes que forzosamente imponía la agitada vida del revolucionario, nunca próspera en lo económico. Seis hijos trajo al mundo María Dolores, de ellos dos muchachos marcados por el trágico destino; Antonio moría a los 18 años manipulando pólvora en el Huerto, y Enrique inseparable de su padre en los años de luchas montaraces, exilio y huidas precipitadas, también se fue de este mundo, contando treinta y cuatro anos. De «La Gloriosa», a Miravete Antonete estaba comprometido en la conspiración antidinástica mantenida por los grupos «monárquicos democráticos progresistas» que dirigía el Dean don Jerónimo Torres. De esta suerte, cuando Antonete conoce el 26 de septiembre de 1868 la llegada del general Prim a Cartagena a bordo de la fragata Zaragoza. se baja hasta Murcia con quinientos mozos de Torreagüera y Beniaján, aparición que conturba a los capítalinos, el Dean incluido, que todavía no ven claro el final de la aventura y. por lo mismo, andaban remisos de dar el salto revolucionario. Además los conspiradores temían la llegada a Murcia de tuerzas del Gobierno, al mando del general Lassausaye. Antonete ante la curiosa y poco brillante situación que los burgueses antidinásticos han creado, obra por su cuenta, y reemprende la marcha, esta vez a la estación de beniaján, dispuesto a enfrentarse con las tropas que el general manda. No hubo tal, sin embargo. porque conocida la disposición belicosa de Gálvez, el ejército no sale de Cartagena y el general Lassausaye prosigue en el tren viaje a Madrid, no sin antes saludar a Antoñete en la estación de Alquerias. Acción de los cantonales en la Glorieta de España intentando tomar el Ayuntamiento Restablecida la nueva situación, el Ayuntamiento se constituye, incorporando al ya concejal Antoñete quien, por otra parte, se ocupa dc organizar la Milicia Náciánal, siendo designado comandante de uno de los tres –batallones proyectados-, en tanto- los políticos antidinásticos tratan de jugar un ingenuo populismo, incorporando al huertano de Torreagüera a su Comité cuando, con notable antelación ya venia Gálvez desde el otoño del 68 integrando las comisiones, consejos, comités, etc., de los grupos republicanos no especificamente delimitados, aún cuando el movimiento federalista había dado público testimonio con el acto político que el marqués de Albaida celebró en el Teatro de la Soberanía Nacional -que así había sido rebautizado el Romea- atrayendo para la nueva causa a los ya republicanos Poveda Nouguerou, Herrera Forcada, José Cayuela y, desde luego, a don Antonio Gálvez Arce, incomodo en aquel Ayuntamiento donde sus proposiciones sobre por ejemplo, el matrimonio civil, o la libertad de cultos habían naturalmente, naufragado en aquellas pacificas aguas. A partir de «La Gloriosa», Antonete Gálvez quemó etapas. Ya abrazado al ideario de la República Federal, participa representando a los federales de Murcia, con sus amigos Poveda y Diego de Rueda, en las reuniones federales de Córdoba donde suscribirá, con las provincias andaluzas y extremeñas, el histórico Pacto Federal. A partir de él la conspiración dirigida por Castelar, Figueras y Qrense acelerará sus propósitos rabiosamente subversivos a los que Antoñete, conociéndolos, se entrega sin reserva. Así que el 30 de septiembre, nuestro huertano tiene entre las manos, con la firma de los tres mosqueteros de la subversión, el siguiente mensaje: «En el momento que reciba esta , se alzará en armas ,con la bandera republicana democrática federal considerándose así asunto grave cada día que pasa sin que lo efectúe». Y aquí comienzan las aventuras de la sierra doméstica de Miravete. Bautismo de fuego Sublevado por Gálvez el tercer batallón de voluntarios de la Libertad, llega a la estación de Beniaján apoderándose de la munición allí depositada, mientras su segundo, Poveda Nouguerou, aparece con los suyos en la de Espinardo, requisando cien fusiles de los Nacionales. El primero de octubre Antoñete ha situado al batallón en la sierra, en tanto que las huestes de don Jerónimo Poveda son disueltas por éste desistiendo de subir a Miravete, escondiendo el material de guerra, y burlando as a la Guardia Civil que había iniciado la persecución de sus milicianos, a los que cita para reaparecer donde ya se instaló Antoñete, al que el Gobernador Civil emplaza la rendición en términos de seis horas que naturalmente el rebelde rechaza. Todavía sin disparar un tiro, los ochocientos rebeldes tienen enfrente a compañías de tos Regimientos de Reus, Cazadores de Córdoba y Ciudad Rodrigo, Carabineros, Guardia Civil y hasta Lanceros. Las acciones dan comienzo el día dos de octubre sin resultado positivo. Reemprendido el ataque de las ropas al día siguiente, el Gobernador abre un nuevo plazo de tres horas que Antoñete vuelve a desdeñar. Pero las fuerzas atacantes dirigidas por el comandante Aldea recién llegadas, inician una operación envolvente que finaliza con éxito el día 4 de octubre, lunes “negro” para la partida de Antoñete que ha de escapar para esconderse en el caserio de Cañadas de San Pedro, en tanto que los mozos de la partida regresan a sus viviendas próximas. La acción bélica de Miravete, donde encontraron la muerte cinco milicianos y otros cinco fueron hechos prisioneros, tuvo para las gentes un ambiguo efecto; una ola de compresión -«tomaron parte sin medir las consecuencias” decíase de los comba tientes llevó incluso al Ayuntamiento a intervenir en favor de los apresados. aduciendo «sus conocidos sentimientos liberales». En cuanto al cabecilla Antoñete, disimulados los juicios sobre su comportamiento, nada de él se sabía, salvo que había escapado indemne de los últimos combates. Emigración, ruptura y al monte otra vez Gálvez escapó desde Torrevieja a Argel, recalando en Orán, puerto familiar para los murcianos que traficaban el contrabando de tabaco, y de cuya práctica se dijo que el huido participó, mientras que la justicia española ponía en marcha su procesamiento acusándole de sedición y «sublevación en sentido republicano en Beniaján y Torreaüerra” actuaciones que pronto quedaron en nada al beneficiarse el emigrado de la amnistía de marzo de 1870, regresando al Huerto de San Blas entre el entusiasmo de multitud de correligionarios y amigos. En los meses siguientes al retorno, la personalidad del líder sobresale como indiscutible campeón del federalismo en Murcia y. con ello afirma una personalidad indiscutible en la política local, que entregada al partido no cesa en los trabajos de organización y propaganda; organiza comites y perora en actos públicos, sin abandonar sus actividades cotidianas en el circulo Miravete, entusiasta club federal. Habiendo resuelto la Asamblea Nacional del partido pronunciarse a propuesta de Pi y Margall por la República federal y no la unitaria, como forma de gobierno, Antoñete entra en la agitación electoral al presentar su candidatura al Parlamento obteniendo el acta de diputado. En aquellas Cortes donde los republicanos federales habían obtenido más de ochenta representantes, experimentó Antoñete sus primeras frustraciones, pues el fracaso de una insurrección levantada por los republicanos en El Ferrol, siguió en el. propio Parlamento la condena de la revuelta, dictada por don Francisco Pi y Margall, presidentes además del Directorio federal, por lo que Antoñete, encolerizado y rompiendo con éste ñultimo comunica al ilustre Pí que “no reconoce para nada la autoridad” del órgano directivo rompiendo también con la organización partidaria. Aquellas ambiguas cortes de 1872, en cuya apertura el manifiesto regio de Amadeo I había anunciado la abolición de las quintas, recibían pocos días después el proyecto de ley enviado por el Gobierno de don Manuel Ruiz Zorrilla llamando a una quinta de 40000 españoles para atajar la rebeldía colonial, el carlismo ebullente, el país inquieto y los republicanos intransigentes. En Murcia, como en otras provincias, la irritación de los movilizados estimuló, con la oposición a la leva, el grito por la Repúlica redentora. El mocerío rural reaviva el recuerdo de Miravete y, con él la mirada vuelta a Gaqlvez. Cuyos 53 años no son obstáculo para levantar una partida de 500 parciales, entre veteranos y quintos. Desde la Cresta del Gallo al Cabezo del Buitre, el estratega Antoñete distribuye efectivos, vivaquea la tropa, encarga a su hijo Enrique de la armería y espera. Días después un confidente le avisa de la columna que subirá a por él; Guardia Civil, Carabineros y soldados del Regimiento de Reus, lo que equivale a dejar indefensa la capital. Y sin pensarlo dos veces baja hasta las calles murcianas con doscientos huertanos mientras el muchacho Enrique, con el resto de quintos y veteranos, consigue mantener distraídas a las tropas del Gobierno. Disuelta la partida, y con Antoñete una vez más indemne, se mantuvo por tres meses en la sierra. En la NocheBuena de 1872 escapó de milagro frente a un pelotón de la Guardia Civil, que en busca y captura venían empleándose por los poblados de la huerta los efectivos de la Benemérita. La República El 12 de febrero de 1873, cuando la ciudad de Murcia es un bullicioso festival donde los huertanos de las pedanías confraternizan con la menestralía y el conjunto ciudadano se daba a la encendida ilusión de la tan suspirada República, el más rendido de sus idólatras, ya casi estatua de sí mismo, no aparece por parte alguna. La concentración masiva de entusiastas ante el Ayuntamiento, y la comitiva cívica que después llegaría hasta el gobierno Civil, no acertaban a suplir la ausencia de Antoñete Gálvez, así que algo mustios los federales y disimulando sus reservas para con el nuevo Gobierno en él entraron cuatro ministros procedentes dcl régimen anterior, los correligionarios de Antoñete no las tuvieron consigo hasta que el imprescindible apareció en la tarde del 16 de lebrero, jinete de jaca blanca y rodeado de sus fieles; Enrique Tortosa el lapidario, el merguizo, con los fusileros dándole guardia de honor. Llegada la comitiva a la plaza de Chacón. donde estaba el Circulo Miravete, enfervorizó a la multitud con un discurso :” ¡Y yo os digo que con la República se acabarán los partidos, y sólo quedarán los hermanos, todos unidos por la fraternidad¡” No menos apoteósica fue la entrada de Antoñete en Cartagena, plaza ésta tomada por prócer Prefumo, republicano unionista que el día glorioso ya se habla destapado gritando a los entusiastas: “¡Nada de gritar vivas a la Federal, ya dirán las Cortes si ha de ser federal o no” En tales estados de ánimo se comprende que los republicanos radicales de Cartagena, federales o próximos a éstos, hicieran de aquel tercer día de Carnaval un fasto memorable. De regreso a Murcia entregóse Antoñete a una extenuante actividad en evitación de los veniales disparates que acontecían en algunos pueblos de la provincia: reparto gratuito del tabaco; supresión de impuestos municipales, ceses de serenos, e incluso separación de la Iglesia y del Estado- Asumiendo el mando de los Voluntarios de la Libertad, Gálvez aplacó ánimos y, salvo alguna ingenua majadería, impuso calma y moderación. En el inmediato marzo, volvió a obtener el acta de Diputado a Cortes. Proa al Cantón Designado presidente de honor del partido federal murciano, su ilusión por una España federalista exultó cuando en el Congreso de los Diputados vive la histórica sesión del 6 de junio, en la que se establece la República Federal como forma de gobierno. Pronto sin embargo quedó claro que para e! Gobierno recién constituido otros eran los propósitos o, al menos, la exigencia de urgentes realidades, porque su política pronto se manifestó enérgicamente centralista y desabrida cuando no manifiestamente opuesta a cualquier veleidad autonómica. Antoñete adquiere conciencia de! fraude y abandona Madrid, no sin antes advertir la catástrofe que se avecinaba. Había regresado a Murcia ya comprometido con don Roque Barcia, el agitador y el general Contreras, estratega del plan subversivo cantonal. A Gálvez se le encargó el levantamiento- de Cartagena en tanto que don Jerónimo Poveda haría lo mismo con la ciudad de Murcia, que efectivamente se alzó cuando el federal Saturnino Tortosa, de oficio lapidario y capitán de Voluntarios, entró con estos en el Ayuntamiento para izar en el balcón del Ayuntamiento la bandera roja de la Federación. Admitida por el Gobernador Civil su ocupación del Concejo, y cediendo a la Junta Cantonal presidida por Poveda, la situación en la capital de la provincia, asunta Gálvez, pronto se dejó sentir: paralizados los servicios, las arcas municipales estaban vacías, y de la Hacienda Publica se producían disposiciones de fondos sin que nadie supiese el ordenador; los contribuyentes no pagaban arbitrios y tasas por lo que don Jerónimo Poveda publicó, en nombre de la Junta Revolucionaria, un bando apremiando a los morosos para el inmediato pago «por todo el día de hoy y mañana“ de las deudas municipales, conminando con el apremio a cargo de los Voluntarios de la República. Sin mayores alteraciones, a los veintinueve días de euforia cantonal se supo de la próxima llegada de las tropas del general Martinez Campos, camino de Cartagena, la Junta Revolucionaria de Murcia, reunida en sesión de urgencia, adoptó el acuerdo de su pacifica disolución. También en aquel ya histórico 12 de julio, Cartagena asumía el verdadero protagonismo cantonal. La Junta Revolucionaria, que como primera medida había dispuesto clausurar los fielatos y abolir los consumos, nombraba a Antoñete Gálvez Comandante General de todas las Fuerzas de Mar y Tierra de la plaza y departamento, poniendo a su disposición cuatro mil y pico de quintales de pólvora, ciento ochenta mil proyectiles y quinientas treinta y tres piezas de artillería. Vista del puerto de Cartagena con la flota cantonal Los cabotajes de Antonete La presencia en la dársena de Cartagena de lo mejor de la armada española; cinco fragatas, una corbeta y dos vapores, atrajo la inmediata atención de Antoñete que sin dudar y con la compañia de su hijo Enrique escala los navíos, salta a las cubiertas y con encendidas arengas subleva para el cantón a las tripulaciones. Con la adhesión de la marinería -Antoñete no pone reparo alguno cuando en la noche del día 13 el ministro de Marina, recién llegado a Cartagena, propone a Gálvez subir a los navíos para dirigirse a los sublevados, pero la arengas del vicealmirante Aurich no producen afecto alguno, y el ministro, a bordo de un remolcador, consigue salir de Cartagena. En en transcurso de su aventura cantonal, Antoñeté alternó sus descubiertas por tierra, con las expediciones navales, aún cuando éstas no fuesen más allá de modestos cabotajes emprendidos con el doble propósito de incorporar localidades al cantón, y recaudar fondos o «contribuciones de guerra» para mantener el tan complejo como anárquico laberinto cantonal. Alicante, Torrevieja, Aguilas, Mazarrón o Vera conocen en unas ocasiones, la arribada de la fragata Victoria, y otras la del vapor El Vigilante. En estas incursiones, el «Comandante» Antoñete rodeado de un modesto Estado Mayor en el que nunca falta su hijo, cumplimentará a las autoridades, obtendrá con más o menos persuasión fondos para sostener la economía cantonal. Unas veces como en su visita a Alicante constituye un efímero Comité de Salud Pública, o desembarcando en Torrevieja se demora varios días porque sus vecinos habían pedido incorporarse al cantón murciano. Salía El Vigilante de Torrevieja con Ántonete a bordo y el entusiasmo cantonal enardecido tanto por buena disposición de sus correligionarios como por recaudación de ochenta mil reales recogidos de la administración de las Salinas y de la Aduana, cuando Galvez experimenté por única vez en su vida el sentimiento, siquiera por muy breve tiempo, de pérdida de libertad. Aconteció que el Gobierno de Madrid había llevado a las Cortes un Decreto declarando piratas a los barcos del cantón. Y aconteció también que una fragata alemana, la Friederich-Karl mandada por el comodoro Werner, zarpó de Alicante para esperar a El Vigilante, que había precedido al navío alemán, frente puerto de Cartagena. A la llegada del barco cantonal, el comodoro germano intima al «pirata» y sometiéndolo detiene al «Comandante» Antoñete, suceso de tan espectacular como para que fuese transmitido a toda Europa por la Agencia Fabra, La aplicación por el marino de las convenciones internacionales sobre piratería ; bandera roja o pabellón desconocido en legitima la captura, asi como la incautación de las «contribuciones de guerra». Sólo la ulterior negociación entre el germano y el propio Antoñete <jefe del vapor armado Vigilante», libera a los prisioneros, con devolución de las cantidades intervenidas, pero quedándose los alemanes con el barco cantonal. Cuando tras la espectacular situación internacional creada, Gálvez pisa tierra e Cartagena, «sobre los hombros de voluntarios, soldados y paisanos, fue paseado por las calles con un música delante entre el entusiasmo más indescriptible de la inmensa multitud que le seguía». Incursiones tierra adentro La aventura cantonal en la provincia de Murcia provocó en sus pueblos una caótica variedad de situaciones municipales. La necesidad de establecer una mínima organización condujo a establecer en Cartagena el que los cantonales denominaron Directorio Provisional de la Federación Española integrado por el genera Contreras, Antonete Gálvez, Eduardo Romero y varios diputados y militares. Pero tanto la estructura como la indecisa actividad del Directorio no satisfacían a Galvez, quien de acuerdo con el general Contreras, ya jefe militar del cantón, proyecta nuevas operaciones militares, entre otras razones por la apremiante de allega recursos económicos. A la necesidad de afianzar la vinculación de lo municipios adictos al cantón, corresponde la acción de Lorca preparada por Antoñete, con una tropa de dos mil hombres, entre voluntarios de Murcia y Cartagena soldados del batallón de cazadores de Mendigorría, carabineros. Residia en Lorca por aquellas fechas el obispo de la Diócesis don Francisco Landeira, cuya natural hostilidad al cantonalismo se acentuó, aparte el allanamiento que hubo de soportar el Palacio episcopal por los milicianos de Tortosa y el propósito rumoreado de apropiarse la Junta murciana de los bienes de las fundaciones del cardenal Belluga, por las tropelias que en diversos lugares de la provincia cometía un anticlericalismo muchas veces bufo. Asi que cuando Antoñete entra con los suyos en un Lorca hostil a los federales, vacías sus calles, y pretende entrevistarse con el obispo, el prelado, desdeñoso, rehusa el encuentro. Las autoridades municipales abandonando la ciudad patentizaron también su desprecio al jerifalte federal, que hubo de conformar con girar una contribución de guerra y dejar nombrada una Junta de Salvación, disuelta en cuanto al Ayuntamiento lorquino retomó sus poderes locales. El fracaso en Lorca estimula las nuevas acciones de Antoñete, tomando por objetivo Orihuela, ciudad levítica, nido de carlistas, con una pequeña aristocracia altivamente realista y, por si fuera poco, habitada por consecuentes federales. Conocidas por el gobernador militar de Alicante las intenciones de Gálvez, esperó a las columnas de éste con una tropa de Guardia Civil y carabineros a caballo. Los cantonales, sin embargo, operaron de tal suerte que consiguieron entrar en Onhuela sin disparar un tiro, hasta confluir en la Glorieta con la Guardia Civil, encuentro saldado con victimas por ambos bandos, y la retirada de las fuerzas del Gobierno. El Gobierno cantonal A la Junta Cantonal de los primeros momentos, presidida por el cartagenero don Pedro Gutiérrez, sucedió el Gobierno Provisional presidido por el general Contreras, con Antoñete ostentando el cargo de ministro dc ultramar, y don Roque Barcia, la vicepresidencia. Pronto surgieron reservas entre los dirigentes cantonales, y para disiparías crease un híbrido por fusión del Gobierno y la Junta, denominado Junta Soberana de Salvación Pública, cuyas actuaciones complicaron más las dificultades que venían obstaculizando el funcionamiento de los servicios: abastecimientos, sanidad, orden público, etcétera. En otro orden de problemas, la escisión entre civiles y militares de profesión, comenzó a manifestarse cuando éstos comenzaron a desconfiar de las posibilidades profesionales que el cantón les brindaría en un futuro no precisamente esperanzador; el descalabro que la columna cantonal mandada por el brigadier Carreras sufrió en Hellin, no desembocé en catástrofe gracias a los huertanos de Antoñete que presente en el intento desertor de los artilleros, restableció la normalidad. A partir del cerco que el general Martínez Campos puso a Cartagena, un enrarecido ambiente impregnó el campo cantonal: los políticos tibios del tipo de Barcia, buscan la salida a cualquier precio, y a los militares sublevados, el Gobierno Central prometió el perdón y un destino en ultramar. Y en este clima de entreguismo y sálvese quien pueda, Antoñete endurece su perfil de luchador incorruptible, cometiendo errores rayanos en lo catastrófico como el enrolamiento de los presidiarios en navíos cantonales entregados al pillaje filibustero, o enfrentando a los conspiradores para encarcelar al brigadier Carreras y al coronel Pernas, con un grupo de oficiales comprometidos en la entrega de la plaza sitiada. Más tarde tendría que hacer lo mismo con el hasta entonces fidelísimo general Ferrer. Pisando ya el final de la aventura, Antoñete detiene el 11 de enero a los miembros de la Junta Soberana, incluido Barcia. Y al siguiente día 12 de enero de 1874, desmanteladas las defensas, el general López Domínguez hace su entrada en la plaza de Cartagena, a la vez que Antoñete, fracasado ese mismo día su loco propósito de recuperar el castillo de Galeras, escapa a tiro limpio, y llevando a su hijo herido, de los soldados del regimiento de Iberia, para saltar a la Numancia que con más de mil fugitivos a bordo y rompiendo el bloqueo de sus hermanas Carmen y Victoria, emproa a las seis de la tarde la ruta de Orán. El episodio argelino Aún en la irrealidad, el general Contreras había ordenado al «almirante» Colau cursar desde la Numancia el siguiente despacho al Gobierno General de Argel: «Gobierno provisional de la Federación española interesa protección noble nación francesa». Pero ésta no tuvo para con los visitantes otras consideraciones que las mínimas impuestas por un no muy sensible sentido de la hospitalidad. El comandante del puerto, tras inutilizar las máquinas de la fragata, recibió a los fugitivos entre una doble fila de zuavos con las bayonetas caladas. Contreras, Ferrer y Gálvez fueron internados en Orán, y los demás distribuidos por fortalezas, campos y presidios. Los días argelinos de Antoñete le sumieron en una penosa melancolía. Sin saber dónde había recalado su hijo, hasta encontrarle hospitalizado, hubo de soportar además rumores que nacidos de entre los emigrados llegaron a España. Hablaban de rapiña; joyas, efectos, dinero en los petates. Antoñete, ya encausado por los delitos de sedición, rebelión, etcétera, apareció relacionado en una comunicación del Gobierno remitida al Juzgado de Murcia que inventariaba efectos y piezas dc tela que los franceses le hablan encontrado. La acción judicial le persiguió con acumulación de diversas imputaciones; los Juzgados de Murcia, Cartagena, Hellín, Totana y Lorca, la Fiscalia militar, en fin, le acusaban de «innumerables delitos». Sobreponiéndose a los rumores y denuncias, Antoñete Gálvez conectó con amistades que le facilitaron faluchos para emplear en él por otra parte, tan conocido por los huertanos negocio del contrabando, y en cuanto a su permanente desazón política, sobre reagrupar federales, crear juntas, etcétera, trenzó contactos con los carlistas que también huidos pululaban por Argel, con vistas conspiratorias. Estas maniobras denunciadas por las autoridades españolas al Gobierno francés determinaron la reclusión de Antoñete en Guelma. Tiempo después, Gálvez reaparece en Suiza y, por último en su casa de Torreagüera, acogido al indulto firmado por Alfonso XII. Postrerias enérgicas Años más tarde, lejos la aventura cantonal, y convencido de la falta de ambiente para nuevos intentos revolucionarios, dedicóse a la caza y a las minerías, aunque estuvo relacionado con la sublevación republicana del castillo militar de San Julián de 1896 y nuevamente encontramos a Galvez huído y sumariado a muerte. Y una vez más se acogió al perdón regio en 1891. Al regreso de la que seria su última forzada ausencia, Antoñete Gálvez, arropado por el afecto de las gentes, encuentra sin embargo un partido federal languideciente, al que el retorno del caudillo parece reanimar. Se suceden actos conmemorativos del regreso con participación de todos los republicanos de la provincia, pues los federales andaba coaligados con los demás partidos antimonárquicos. Ya en las postrimerías de su vida, aún tiene Antoñete arrestos para embarcarse en nuevos proyectos, pero desprovistos de los antiguos radicalismos de que siempre hiciera uso. Y es ahora cuando el huertano que nunca dejó de ser, vuelve la mirada hacia los múltiples problemas que afligen a los arrendatarios de tierras en las huerta. Los colonos, y bien lo sabia Antonete, venían padeciendo secularmente no tanto las relaciones con los amos de las fincas cuanto los desafueros a los que les sometía el poder público; contribuciones, fielatos, variados arbitrios municipales, derramas, etc., les sofocaban y afligían. Y un domingo, «invitados por no sabemos quién», dijo la prensa, se concentraron en el Café del Sol representantes de la huerta, presididos por don Antonio Gálvez Arce, para promover la constitución de una asociación en defensa de sus intereses agrarios. Antoñete les estimuló las«pruebas de cordura». Meses después quedó olvidado el proyecto, y cuando llegaba el verano los recaudadores municipales, con el amparo de la Guardia Civil, aplicaron la «ley bárbara» que decía la prensa. En cuanto a la política habitual, discurría por nuevos cauces; los federales, dominados por los republicanos zorrillistas sufrían las jugarretas de estos últimos, entendidos con los conservadores de Cánovas del Castillo. Habíanse convocado elecciones a diputados provinciales, concurriendo Gálvez presentado por la coalición republicana; requerido por el gobernador canovista para que renunciase a la elección, negóse al anciano, pero los jerifaltes de la coalición que antes lo habían incluido en su candidatura, retiraron el nombre, so pretexto de presentarlo a las elecciones a concejales que, efectivamente, ganó en el otoño de 1891. Llegaba Antoñete a la ancianidad envuelto en los desengaños políticos y lacerado por las desgracias familiares; la muerte, que le venia segando la familia se llevó, aquel verano, a la única hija soltera con quien vivía. Al siguiente año fallecía Enrique. La ruina económica le corroía, y la soledad del hogar amargaba sus últimos años.