Ecologismo

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1. Ecologismos de ayer y de hoy
La preocupación por el medioambiente no es un fenómeno nuevo. Aunque la irrupción del movimiento
ecologista en Occidente consiguió atraer la atención de la sociedad hacia la degradación ambiental durante los
años setenta y ochenta, ésta no era la primera vez que movimientos políticos y sociales denunciaban
problemas como la contaminación, los límites naturales al desarrollo o la expoliación de los recursos
naturales.
El ecologismo contemporáneo hunde sus raíces en todas aquellas críticas que han denunciado las
consecuencias perjudiciales del proceso de modernización, tales como las derivadas de la industrialización
acelerada, la urbanización precipitada o las migraciones masivas y repentinas. Así, por ejemplo, temores como
los popularizados por el informe del Club de Roma Los límites del crecimiento (1972) de que los recursos
naturales resulten insuficientes a corto o medio plazo pueden ser leídos como una actualización del argumento
malthusiano expresado a finales del siglo XVIII, según el cual el crecimiento aritmético de los alimentos
acabará resultando insuficiente para cubrir las necesidades de una población que se reproduce a ritmo
exponencial.
De modo paralelo, hoy en día las consecuencias perniciosas que para la salud tienen la contaminación del aire
y del agua constituyen una preocupación generalizada entre la población. Pero ya en 1661 John Evelyn, en su
tratado Fumigudium (y subtitulado La nocividad del aire y humo de Londres disipada), proponía a su Sagrada
Majestad y al parlamento la plantación de árboles aromáticos alrededor de la ciudad para refrescar su aire y
paliar así los perjuicios para la salud de la población.
O como último ejemplo que demuestra la continuidad histórica en la preocupación por el medio ambiente y
los ecosistemas, podemos mencionar el énfasis contemporáneo en la preservación de entornos naturales de
singular belleza y diversidad biológica. No es difícil rastrear precedentes de esta actitud conservacionista en la
obra de los poetas románticos alemanes o en la obra de los «jardineros paisajistas» ingleses de los siglos XVII
y XVIII.
Limitando nuestro análisis al siglo XIX, diremos que durante ese siglo la petición de mejoras
medioambientales provenía principalmente de dos clases sociales. Por un lado, el movimiento obrero situó el
medio ambiente en el contexto de amplias reivindicaciones por unas condiciones de vida y de trabajo más
dignas para la clase trabajadora. No debemos pasar por alto el hecho de que, en los primeros momentos del
proceso de industrialización, la degradación medioambiental (manifestada por ejemplo en la contaminación
del aire y del agua) era un fenómeno localizado social y geográficamente, afectando sobre todo a los barrios
obreros (barrios que, sin unos medios de transporte como los conocemos hoy, a la fuerza estaban situados a
pie de fábrica). El segundo grupo social portador de reivindicaciones medioambientales estaba integrado por
miembros de las clases media y alta que, inquietos por el devastador efecto de la industrialización sobre sus
parajes preferidos de recreo (donde, dicho sea de paso, practicaban actividades tan encontradas con el
ecologismo de hoy como son la caza y la pesca), reivindicaban su preservación y defensa.
Esta preocupación incipiente tanto por parte de la clase obrera como por las clases más acomodadas va a
cristalizar en esfuerzos asociativos en defensa del medio ambiente. Habida cuenta de la relación existente
entre el proceso de industrialización y la degradación del medio ambiente, no es de extrañar que las primeras
organizaciones viesen la luz precisamente en la «fábrica del mundo» del siglo XIX, esto es, en Gran Bretaña.
Así, la Sociedad zoológica de Londres fue fundada en 1830; la Sociedad para la preservación de los
comunales, los espacios abiertos y los senderos en 1865; la Real Sociedad para la protección de las aves en
1889; y la Sociedad británica para la conservación de la fauna y la flora en 1903. Otros países occidentales
de industrialización más tardía y atemperada siguen la pauta marcada por Gran Bretaña. Así, en 1854 se funda
la Sociedad francesa para la protección de la naturaleza. EE.UU., por su parte, es el primer país del mundo
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donde se delimitan espacios naturales para preservarlos de la actividad depredadora del ser humano, creando
en 1872 el Parque Nacional de Yellowstone. La idea central es mantener intactas «muestras» de naturaleza
virgen, vedando así enclaves naturales a la actividad humana. Dos décadas más tarde, en 1892, se funda el
Sierra Club, que aún hoy, con alrededor de 575.000 miembros, se enorgullece de ser la «mayor, más antigua y
más efectiva organización medioambiental de la nación». También a finales del siglo pasado, en otros países
europeos como Alemania, Holanda o Bélgica, se fundaron sociedades en defensa del medio ambiente, más
concretamente sociedades para la protección de las aves. En lo que al Estado español se refiere, la primera
asociación con tintes medioambientales fue la Real Sociedad de Historia Natural, surgida en 1871. Siguiendo
el ejemplo norteamericano de acotar enclaves naturales, en 1918 se establecieron los parques nacionales de
Ordesa y Covadonga.
Este breve recorrido histórico da cuenta de intentos incipientes por preservar la naturaleza Ahora bien, la
existencia de un hilo de continuidad o semejanza de preocupaciones en las organizaciones del pasado y las del
presente tiende a oscurecer los cambios producidos tanto en el diagnóstico de la crisis ecológica
(respondiendo a la cuestión de quién es su responsable) como en el contexto sociopolítico y económico en el
que se desenvuelve la movilización. En otro apartado nos fijaremos en el contexto sociopolítico en el que se
desarrolla la acción del movimiento ecologista. A continuación, centraremos nuestra atención en el
diagnóstico que el ecologismo contemporáneo hace de la crisis.
Según este diagnóstico, en tanto que la expoliación del medio ambiente durante el capitalismo decimonónico
era limitada (aunque enorme en comparación con los modos de producción precedentes), la progresiva
globalización de los transportes y de la economía ha traído consigo riesgos al medio ambiente que no pueden
ser abordados si no es a partir de una acción concertada de todos los países del planeta. Una fecha de
referencia en la toma de conciencia del carácter global de la crisis ecológica serían los años setenta, al calor de
otros movimientos de crítica de la civilización occidental como el estudiantil o la «nueva izquierda». Una de
las características de esta crítica es su tendencia a difuminar las diferencias entre los dos grandes modos de
producción existentes, el capitalismo y el socialismo, subsumiéndolos bajo el epígrafe común de
«industrialismo». Según la crítica ecologista, los rasgos característicos del industrialismo son: una fe ciega en
el crecimiento industrial permanente, con la consiguiente expansión ilimitada de los medios de producción;
una ética materialista; una confianza en que la técnica será capaz por sí sola de resolver los problemas de la
humanidad; y la organización en instituciones burocratizadas, centralizadas y a gran escala. Por tanto, es el
industrialismo y su capacidad destructiva de las bases naturales de existencia el principal responsable de la
crisis ecológica actual.
Detengámonos un momento en repasar la transición desde una visión más local de la crisis ecológica a otra
más omniabarcante y global. Hasta esos años que hemos datado un tanto imprecisamente alrededor de la
década de los setenta, el ámbito local era el marco en el que se encuadraban tanto la acción social como la
presión política para salvaguardar la naturaleza. Si, pongamos por ejemplo, un lago se convertía en un ente
muerto debido a la contaminación y los residuos vertidos por las industrias circundantes, 1a presión ciudadana
se orientaba a las instancias políticas inmediatas en busca de su revitalización, llámense dichas instancias
gobiernos locales, regionales o nacionales. El ámbito local era el locus casi exclusivo de la acción ecologista.
Sin duda, los valedores del medio ambiente eran conscientes de la dimensión global del problema («la
contaminación del lago responde a un modo de producción capitalista o socialista que no respeta el entorno
natural circundante, y no a la práctica de tal o cual empresa»). Pero, al menos en primer término, la, respuesta
al problema había de venir de instancias locales y no de políticas de respeto del medio ambiente concertadas a
nivel internacional.
El panorama se altera sustancialmente con la toma de conciencia de la globalización de la crisis ecológica,
proceso evidente en el mundo occidental sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, a la
consideración del ámbito local como el lugar de actuación del ecologismo se añade una dimensión
internacional, hasta el punto de que los problemas medioambientales locales son interpretados en el marco de
problemas medio− ambientales más globales. Un repaso de los principales problemas que han merecido la
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atención de la opinión pública internacional en años recientes ilustra el salto cualitativo en la amenaza al
medio ambiente y su percepción por la población. Entre los problemas que los defensores del medio ambiente
de todo el mundo coincidirían en situar entre los más graves y urgentes figuran, además de los problemas más
locales y más inmediatos (emanaciones tóxicas a la atmósfera de una fábrica, la contaminación del río que
atraviesa la localidad, etc.), otros de los que antes no existía conocimiento y menos aún conciencia, como por
ejemplo el agujero en la capa de ozono, el efecto invernadero, la importancia de las selvas tropicales para los
equilibrios ecológicos del planeta o la lluvia ácida. Tres ejemplos ilustran este salto cualitativo de la
percepción local a una percepción global de los problemas ambientales.
Antes de la toma de conciencia de la globalización de la crisis ecológica, la «enfermedad» de un bosque o el
«envenenamiento» de un lago eran atribuidos a la contaminación generada por las industrias circundantes.
Desde los años setenta, el movimiento ecologista interpreta (basándose en la evidencia proporcionada por la
ciencia) que los responsables de la agresión al bosque o al lago pueden encontrarse a cientos o incluso a miles
de kilómetros de distancia del punto afectado. Este es el caso de la lluvia ácida provocada, entre otros agentes,
por las centrales térmicas.
Tomemos ahora el ejemplo del debilitamiento de la capa de ozono y supongamos que EE.UU., uno de los
principales países emisores (junto con Europa Occidental y Japón) del agente químico causante del
debilitamiento de la capa de ozono, los clorofluorocarbonos (CFCs), decide unilateralmente prohibir su
utilización. ¿Se conseguiría con ello detener la destrucción de la capa de ozono? Difícilmente, si esta medida
no viene respaldada por una acción concertada internacional en la que los mayores productores de los CFCs
del mundo adoptasen una medida en la misma dirección. Las iniciativas de Estados particulares o grupos de
Estados pueden servir de puntos de arranque y de va1iosos precedentes, pero de ahí no se deriva
automáticamente la resolución del problema.
Un último ejemplo, más dramático por su costo humano, de la transnacionalización de la amenaza al medio
ambiente y de la esterilidad de las medidas adoptadas por una unidad política cuya jurisdicción llega tan lejos
como sus fronteras lo ofrece el accidente en la central nuclear de Chernobyl. Las devastadoras consecuencias
de la radioactividad tanto para el medio ambiente como para la salud de las personas se dejaron sentir no sólo
en la extinta Unión Soviética, sino también en Europa Central y del Norte.
Así, pues, esta lista de problemas muestra que la crisis ecológica es de carácter global y que sólo puede ser
abordada desde esa perspectiva. Todos los países del planeta, y sobre todo los principales responsables que
son los países industrializados, deben comprometerse en la búsqueda y puesta a punto de soluciones. Es
precisamente este salto en el diagnóstico del problema desde el plano local al global donde radica, a juicio de
numerosos especialistas, el carácter novedoso del ecologismo contemporáneo con respecto a intentos
precedentes por salvaguardar el medio ambiente.
2. El movimiento ecologista: corrientes
Podemos distinguir tres tipos de argumentos que han sido ofrecidos a lo largo de la historia de la defensa del
medio ambiente. Cada uno de ellos viene marcado por valores, ideologías, definición de objetivos y modos de
acción diferentes.
En primer lugar, el conservacionismo es la postura que defiende la protección de la naturaleza por razones
estéticas, éticas y/o religiosas. La naturaleza, entendida como la diversidad de flora y fauna y la belleza de los
parajes naturales, es considerada como un privilegio del que disfruta la especie humana, como un lugar de
esparcimiento, recreo y contemplación que debe ser respetado tal y como ha sido heredado a lo largo de la
historia. Las versiones de este argumento, que están teñidas de justificaciones teológicas, tienden a apelar al
sentido de responsabilidad del ser humano en su «gestión» de la naturaleza. De acuerdo con este argumento,
la naturaleza es una creación de Dios, no siendo potestad del ser humano su destrucción; habiéndonos sido
legada para nuestra prosperidad, debemos usarla, pero no abusar de ella. Según esta visión, el ser humano, en
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cuanto «obra cumbre» de Dios, tiene la obligación moral de proteger otras de sus creaciones «menores» más
vulnerables y débiles.
El riesgo achacado a este tipo de argumentos conservacionistas es que concentran su atención en los efectos
(progresivo deterioro de los espacios naturales) sin considerar las causas y los contextos globales que
posibilitan dichos efectos (un modo de producción y de consumo que fuerza los límites naturales de los
ecosistemas hasta extremos insostenibles a medio plazo).
Un segundo tipo de argumentos, éstos de carácter utilitarista, tienden a subrayar el modo en que la naturaleza
puede ser puesta al servicio de los intereses humanos. Los defensores de este punto de vista son conocidos
como medioambientalistas. De acuerdo con estos argumentos, actividades tales como el vertido
indiscriminado de desperdicios tóxicos en el río más cercano son reprobables por el perjuicio que suponen
para la salud de la población y por el aniquilamiento de los recursos piscícolas que conlleva. Otro ejemplo:
consentir la explotación incontrolada de los recursos lleva a la sobreexplotación de la naturaleza y en última
instancia al agotamiento de los recursos necesarios al ser humano para su subsistencia. Más allá de los detalles
puntuales de estos argumentos, todos ellos coinciden en que la protección inadecuada del medio ambiente
compromete seriamente los intereses humanos. En consecuencia, han de tomarse medidas de carácter urgente
si no queremos cargar con la responsabilidad de haber contribuido a la extinción de la especie humana. El tipo
de medidas propuestas por los defensores de este tipo de argumentos «antropocéntricos» son un reflejo de
disputas ideológicas más profundas. Mientras que para algunos autores establecer mecanismos regulatorios
del mercado sería suficiente para combatir la degradación medioambiental (por ejemplo mediante medidas
impositivas a aquellos que contaminan según el «principio del causante», de acuerdo con el cual «el que
contamina, paga»), para otros la solución pasa por la nacionalización de la propiedad, convencidos de que
«muerto el perro −el móvil del beneficio privado−, se acabó la rabia −la degradación medioambiental−». A
diferencia de los conservacionistas, los medioambientalistas reconocen que ejercer presión sobre las
autoridades es una actividad inexcusable e imprescindible en la defensa del medio ambiente.
A estos dos tipos de argumentos se ha venido a añadir el ecologismo en sentido estricto, cuyo punto de partida
es que el valor de la naturaleza no es reducible al valor que la naturaleza pueda tener para Dios o para los
seres humanos. Esta es la aportación del pensamiento ecologista a partir de los años setenta, según el cual la
defensa del medio ambiente presupone cambios radicales en nuestra relación con él y, por extensión, en
nuestros modos de organización social y política. El conservacionismo y el medioambientalismo, por su parte,
prefieren un acercamiento, bien teológico o bien «tecnocrático», a los problemas de la naturaleza,
convencidos de que éstos pueden ser resueltos sin necesidad de cambios fundamentales en nuestros valores o
pautas de producción y consumo.
Además, el ecologismo contemporáneo ha desarrollado una concepción de la sociedad ideal que es
sustancialmente diferente a la de otras ideologías políticas como el socialismo y el liberalismo. En esta
sociedad ideal, y teniendo en cuenta que la finitud de los recursos impone límites naturales al crecimiento de
la economía y de la población, el consumo de bienes materiales por parte de sus habitantes debe ser reducido
significativamente. La filosofía subyacente a esta recomendación es que las necesidades humanas no son
mejor satisfechas mediante el crecimiento económico continuo. Bien al contrario, viviendo con más, hoy
estamos hipotecando el futuro, por lo que mañana pagaremos las consecuencias. Ahí radica la principal
diferencia entre lo que podríamos denominar una «ideología verde» y otras ideologías políticas industrialistas
(como son el socialismo o el liberalismo): que la satisfacción y bienestar de los individuos, esto es, su calidad
de vida, puede no derivar tanto de la expansión de la producción (y por tanto de la expoliación de los recursos
naturales) como de su reducción.
Todas las posiciones mencionadas son buena muestra de la heterogeneidad de argumentos y de programas en
la defensa del medio ambiente. Tan es así que nos queda la duda de si podemos hablar del movimiento
ecologista en singular y de ecologismo en lugar de ecologismos. Nosotros emplearemos el término
«movimiento ecologista» en singular para referirnos al conjunto de organizaciones que luchan por una nueva
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relación entre el ser humano y su medio ambiente, una relación que no esté basada en un modelo de
explotación de los recursos irracional y destructivo.
Los individuos, grupos y organizaciones que integran el movimiento ecologista pueden ser adscritos a una de
estas tres categorías: conservacionismo, ambientalismo o ecologismo en el sentido estricto del término. Sin
embargo, su clasificación en una de estas tres categorías es un ejercicio arbitrario, pues las fronteras entre
ellas no siempre son fáciles de delimitar. Una misma actitud, digamos la defensa de una especie en vías de
extinción puede ser respaldada por diferentes tipos de argumentos. La definición de movimiento ecologista
aportada anteriormente pretende ser lo suficientemente amplia y abierta como para dar cabida a varios tipos de
argumentos. De este modo, siempre y cuando una persona u organización defienda el respeto al medio
ambiente y la explotación racional de los recursos naturales, la consideraremos como ecologista,
independientemente de que sus motivaciones se deriven de un sentido de la responsabilidad para con Dios,
para con la especie humana, para con la naturaleza o una combinación de todas ellas. Desde una perspectiva
puramente ecologista, si el principal beneficiario de la acción de una persona u organización resulta ser el
medio ambiente, poco nos importan sus motivaciones, el por qué lo ha hecho.
Por supuesto que esta definición «de mínimos» no diluye las diferencias de modos de acción, de programa y
de objetivos de todo el conglomerado de personas y organizaciones que conforman el movimiento ecologista.
Greenpeace, por ejemplo, es una organización ecologista internacional fundada en 1970 en EE.UU. para
oponerse a la realización de unas pruebas nucleares. Su modo predilecto de intervención en la defensa del
medio ambiente es la acción directa no violenta. Otra organización ecologista de ámbito internacional, Friends
of the Earth (Amigos de la Tierra), prefiere modos más convencionales de influir en las autoridades, actuando
a modo de un poderoso e influyente grupo de presión. Un último ejemplo de organizaciones ecologistas es el
del grupo norteamericano (activo sobre todo en la costa oeste del país) Earth First (La Tierra Primero), que
cuenta con un programa cuasi−religioso para la defensa de la naturaleza (su eslogan es: «Ninguna concesión
en la defensa de la Madre Tierra»), no dudando en recurrir a acciones directas y violentas, sobre todo acciones
de sabotaje.
No obstante, la forma de organización preferida por las organizaciones del movimiento ecologista no se limita
a grandes asociaciones de ámbito estatal o incluso internacional. A este aspecto de la organización del
movimiento ecologista dedicaremos el siguiente apartado.
3. Organización del movimiento ecologista.
Según una aproximación al estudio de los movimientos sociales denominada enfoque del proceso político,
existe una serie de factores en el sistema político que facilita o dificulta la acción colectiva organizada como
la llevada a cabo por un movimiento social. Entre los factores del sistema político que distinguen los autores
que utilizan este enfoque se encuentran los siguientes:
• El grado de centralización de la unidad política en la que el movimiento social desarrolla su actividad.
Este factor no se refiere tanto al grado de centralización administrativa en abstracto (Estado unitario,
federal o de autonomías) como al grado de centralización con respecto a una política dada (ya sea
política ecológica, de defensa, de cooperación internacional, etc.). Así, cuanto mayor sea el número de
instancias políticas (ayuntamientos, gobiernos regionales, gobiernos estatales) con competencias
sobre la política puesta en cuestión por un movimiento social, mayores serán los puntos de entrada en
el sistema político que tiene el movimiento y por tanto mayores serán las posibilidades de influir en la
decisión de las autoridades en la dirección por él deseada.
• La existencia de instituciones de democracia directa, tales como referendums o iniciativas populares,
las cuales facilitan el acceso de las demandas ciudadanas a las estructuras del Estado.
• La celebración de elecciones, momento en que los partidos políticos se muestran más receptivos a las
demandas ciudadanas si es que quieren resultar exitosos.
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• La disponibilidad de aliados dentro del sistema de partidos. Cuanto mayor sea el número de partidos
políticos que articulan las demandas de los ciudadanos, mayores serán los puntos de acceso de que
disfrutan los movimientos sociales en el sistema político y más fácil será conseguir que uno o varios
de ellos asuman los postulados del movimiento social.
El enfoque del proceso político nos sirve de ayuda para entender el peculiar modo de organización del
movimiento ecologista. Dado que cada uno de los niveles de la administración tiene competencias y
responsabilidades en la defensa del medio ambiente, el movimiento ecologista disfruta de multitud de puntos
de acceso al sistema político. Un ayuntamiento es el responsable inmediato de proporcionar a sus ciudadanos
contenedores de reciclaje de pilas, vidrio, papel, etc. El gobierno regional es la instancia política con ciertas
competencias sobre el medio ambiente de la región bajo su jurisdicción. Por último, el gobierno del Estado es
la instancia que generalmente más potestad tiene para regular la política medioambiental del país y para llevar
a la práctica las medidas adoptadas por su parlamento. Lo importante es subrayar que ninguna instancia
política es despreciable a la hora de preservar el medio ambiente. El movimiento ecologista es consciente de
esta pluralidad de objetivos políticos, de que todas estas instancias políticas, en mayor o menor medida, son
responsables de la defensa del medio ambiente. Sus modos típicos de organización tienen en cuenta esta
pluralidad.
A grandes rasgos, dentro del movimiento ecologista, podemos distinguir dos tipos de organización. Por un
lado están las grandes organizaciones como Greenpeace o Amigos de la Tierra, las cuales cuentan con una
amplia base de suscriptores que limitan su participación en la organización al pago de una cuota u,
ocasionalmente, al envío de tarjetas de protesta a las autoridades.
Estas organizaciones son profesionales (cuenta con una serie de liberados que trabajan para la organización de
forma remunerada), tienen estructuras formales (presidente, secretario, tesorero, etc.) y están centralizadas y
jerarquizadas. El ámbito típico de actuación de este tipo de organizaciones es el nacional y el internacional.
En contraste, todos esos grupúsculos ecologistas que vemos proliferar en nuestros pueblos, barrios y ciudades,
tienen una estructura típica sustancialmente diferente de la descrita para las grandes organizaciones. Sus
características son:
• Se trata de organizaciones descentralizadas, sin un liderazgo establecido formalmente y con
relaciones entre los activistas del tipo primus inter pares. Esfuerzos por identificar la figura de
presidente resultarán baldíos. Además, ninguno de sus miembros obtiene remuneración económica
por su contribución a la organización. El trabajo es siempre de carácter altruista.
• Las organizaciones del movimiento ecologista están compuestas por una gran variedad de grupos
locales o redes que funcionan de modo independiente o con escasa coordinación. Estas redes permiten
que sus miembros formen parte de múltiples organizaciones (organizaciones ecologistas, feministas,
pacifistas, etc.). Además, la participación en este tipo de organizaciones suele ser a tiempo parcial y
durante breves períodos de tiempo, requiriéndose a veces como condición para la militancia en estos
grupos un cierto grado de solidaridad afectiva con los demás integrantes (hay que «encajar» en el
grupo como prerrequisito para ser miembro de él).
• Las redes están conectadas no a través de una organización centralizada, sino más bien a través de una
serie de relaciones interpersonales entre los miembros de las distintas organizaciones. Si bien es cierto
que estas redes suelen establecer contactos a través de «organizaciones paraguas» que agrupan a las
organizaciones ecologistas según afinidad ideológica o estratégica, las redes de relaciones entre los
miembros de un grupo y los de otros son el factor clave en la comunicación entre las distintas
organizaciones del movimiento ecologista.
La evidencia de varios países occidentales con culturas políticas y pautas de desarrollo de movimientos
sociales tan dispares como son los EE.UU., Alemania y el Estado español parecen reforzar el argumento de
que la pluralidad de instancias decisorias sobre la política ambiental influye poderosamente en el modo de
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organización del movimiento ecologista. En cada uno de estos países existen numerosas instancias políticas
con competencias en materia ambiental. Esta pluralidad de puntos de acceso se traduce en una pluralidad de
organizaciones. En los EE.UU. se calcula que a comienzos de la década de los ochenta existían un total de
3.000 organizaciones ecologistas, de las que la mayoría eran de ámbito local. En la República Federal de
Alemania, también a comienzos de los años ochenta, algunas estimaciones apuntan a la existencia de 3.000 o
4.000 iniciativas de ciudadanos (Bürgerinitiativen) directamente comprometidas en la defensa del medio
ambiente. Por último, en el Estado español, se calcula que existen actualmente más de 600 grupos ecologistas,
agrupados en diversas federaciones (lo que anteriormente hemos denominado «organizaciones paraguas»),
como la Coordinadora de Organizaciones de Defensa Ambiental (CODA). Probablemente esta cifra se quede
corta y sean muchos más los grupos ecologistas.
Sin duda, las peculiaridades que presenta el sistema político, y más en concreto la disponibilidad de
numerosos puntos de acceso a las demandas del movimiento ecologista, no es el único factor que influye en la
elección de una forma de organización u otra. Otro factor a considerar en el modo de organización del
movimiento ecologista sería su principio de que hay que «pensar globalmente y actuar localmente». Ya hemos
hecho referencia anteriormente a la preocupación ecologista por la dimensión global de la degradación de los
ecosistemas. La recomendación de actuar localmente se deriva sobre todo de la constatación de que es a ese
nivel donde las agresiones a la naturaleza son más visibles, pero también del hecho de que cuanto más
cercanas sean las instituciones a los ciudadanos, más receptivas se mostrarán éstas a sus demandas. Hay por
tanto una razón estratégica importante en la elección de ámbitos locales para intentar influir en las
autoridades.
No obstante, hay que notar que no todos los movimientos sociales presentan formas de organización como la
descrita para el movimiento ecologista. Tal es el caso del movimiento antimilitarista. En este caso, y teniendo
en cuenta que la política de defensa de toda unidad política y en toda época histórica está reservada a una
única autoridad (llámese emperador, rey o, en nuestros días, el Estado), la dispersión organizativa es menor.
Por recurrir a un ejemplo cercano a nosotros, en el Estado español el movimiento antimilitarista está
organizado en un número reducido de organizaciones antimilitaristas (las más importantes son tres: el
Movimiento de Objeción de Conciencia −MOC−, Mili KK y la Asociación de Objetores de Conciencia
−AOC−), con numerosas ramas locales descentralizadas, pero con una coordinación sin duda mayor que la
que muestra el movimiento ecologista. La razón de esta mayor coordinación es que el interlocutor del
movimiento es uno, el gobierno central, en cuyas manos está la política de defensa.
4. Las formas de acción del movimiento ecologista
El sociólogo y politólogo alemán Dieter Rucht defiende que a lo largo del siglo XX ha tenido lugar un
desplazamiento en los modos de acción del movimiento ecologista. A partir de la comparación de dos
conjuntos de conflictos (el petrolero en torno a la construcción de dos grandes centrales hidroeléctricas en los
primeros decenios del presente siglo, y el segundo en torno a dos proyectos de centrales nucleares durante la
postguerra, en ambos casos en Alemania), Rucht detecta diferencias notables en los modos de acción del
movimiento ecologista en diferentes períodos históricos. Según Rucht, las conclusiones extraídas del estudio
de estas disputas medioambientales que tuvieron lugar en Alemania son generalizables al resto de países
occidentales. En el caso del movimiento ecologista de principios de siglo, la forma de luchar en favor del
medio ambiente era a través de formas moderadas de acción, tales como peticiones a las autoridades,
recogidas de firmas, artículos de protesta en la prensa e incluso, pero como medio marginal de lucha, el
recurso ante los tribunales. Los activistas del movimiento ecologista de hoy, sin embargo, no sólo utilizan los
medios de acción de sus predecesores (peticiones, artículos, etc.), sino que también recurren a concentraciones
de masas, a acciones que perturban el orden público (bloqueos, ocupaciones, etc.) e incluso a acciones
violentas. Además, las discusiones entre expertos y las acciones judiciales desempeñan un papel creciente en
los conflictos recientes. Así, pues, afirma Rucht, el abanico de formas de acción se ha ampliado
considerablemente, en el sentido de que a las formas convencionales de participación política se han añadido
otras no convencionales.
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No tenemos más que pensar en ejemplos cercanos tanto en el espacio como en el tiempo (por ejemplo,
conflictos en torno a la construcción de infraestructuras, como pantanos, autovías, etc.), para percatarnos de la
verosimilitud de la evolución descrita por Rucht. Ante un conflicto puntual, digamos la construcción de un
pantano, las organizaciones ecologistas recurren a varios modos de acción. Además de las manifestaciones
bloqueos o recogida de firmas para oponerse al proyecto, hoy es corriente recabar informes científicos
elaborados por equipos de biólogos, geólogos, ingenieros, economistas, etc., en los que se analizan aspectos
tan diversos como el impacto ambiental del proyecto, su viabilidad económica o su misma necesidad. A la
ciencia contenida en 1pg proyectos oficiales el movimiento ecologista responde con ciencia alternativa. No
sólo la ciencia es utilizada como argumento por el movimiento ecologista, sino que hoy en día los tribunales
se erigen en una de sus esferas privilegiadas de actuación. De ahí el papel cada vez más importante que
desempeñan los expertos jurídicos en el movimiento ecologista. Por mencionar un dato, en 1985 en la
República Federal de Alemania se abrieron un total de 13.000 investigaciones judiciales por delitos
ecológicos, de las cuales se derivaron un total de 27 condenas con privación de libertad.
Por lo que respecta a la especificación de modos de acción de las distintas corrientes del movimiento
ecologista, podemos afirmar que en general las organizaciones conservacionistas tienden a considerarse a sí
mismas no políticas, utilizando formas de acción moderadas y no perturbadoras del orden público, como por
ejemplo la compra de tierra para proteger la flora y la fauna o limpiando los bosques de hojarasca mediante
trabajo voluntario. Las organizaciones medioambientalistas y las ecologistas en sentido estricto, por su parte,
sí que intervienen en la vida política. Las primeras se centran exclusivamente en actividades como la
influencia en los medios de comunicación, las peticiones, las denuncias ante los tribunales y la presión sobre
los políticos, mientras que las ecologistas añaden a éstas otras formas de acción menos convencionales
(manifestaciones, bloqueos, ocupaciones, etc.). De nuevo hay que precisar que las fronteras entre formas de
acción permanecen permeables, no debiendo sorprendernos presenciar una acción no convencional liderada
por una organización medioambientalista. Estamos hablando en términos generales, con las imprecisiones que
ello pueda conllevar.
5. Ecología y cambio personal.
Estaríamos presentando una imagen distorsionada y parcial del movimiento ecologista si nos limitásemos a
analizar sus interacciones con las autoridades. El movimiento ecologista, como la mayoría de los movimientos
sociales contemporáneos (sobre todo el feminismo, el pacifismo y el movimiento de solidaridad con los países
del Tercer Mundo), presenta una estrategia dualista. Por un lado, mediante los distintos tipos de acción a los
que hemos pasado revista en el apartado anterior, el movimiento ecologista influye en las autoridades para que
éstas adopten medidas orientadas a defender el medio ambiente. Pero, por otro lado, el movimiento ecologista
entiende que el cambio político sólo será posible si le precede una transformación interna del individuo, si
tiene lugar una verdadera «revolución antropológica» manifestada en las pautas de comportamiento en la vida
diaria.
Los siguientes son algunos ejemplos de un estilo de vida «verde» e indicativos de cambios en actitudes y
pautas de consumo cada vez más generalizadas en la sociedad:
• Ahorro de agua y de energía. En el caso del agua, medidas cotidianas de ahorro como no dejar que los
grifos goteen, ducharse en lugar de bañarse, o llenar las lavadoras y lavavajillas a plena capacidad
antes de ponerlos en funcionamiento, son acciones que contribuyen al mejor aprovechamiento de un
recurso escaso.
El caso de la energía es similar. Programar 1a calefacción en el hogar a una temperatura de 20'C o aislar la
vivienda para evitar la fuga de calor en invierno y aire acondicionado en verano son ejemplos de medidas
ahorradoras de energía.
• Reducción de residuos. Las basuras producidas en los hogares crean el problema de qué hacer con
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ellas. Las reglas de oro del ecoconsumidor son tres: reducir el consumo, porque los recursos naturales
no son inagotables; reutilizar, porque la actitud de «usar y tirar» contribuye a la degradación del
medio ambiente; y reciclar, porque todos los materiales son valiosos y más baratos que sus materias
primas.
• Transporte. Aquí la recomendación fundamental es la utilización del transporte público siempre que
sea posible y así ahorrar energía y no acentuar la contaminación atmosférica con gases CO2.
• Productos ecológicos. La creciente preocupación social por el entorno ha llevado al examen ecológico
de los productos de consumo habitual. El resultado final ha sido la proliferación en el mercado de
productos «verdes». Sin embargo, debemos notar que un mayor consumo de este tipo de productos
puede llegar a ser contradictorio con los postulados del movimiento ecologista (en especial con los
planteamientos de los ecologistas en sentido estricto) siempre y cuando no vaya acompañado de una
reducción del consumo. El problema, según estos ecologistas, no es «consumir verde», sino consumir
menos.
El efecto positivo de una estrategia centrada en los estilos de vida es que cada vez más personas viven y se
comportan de acuerdo con principios ecológicos. Las cifras de vidrio y de papel reciclados, el consumo
creciente de gasolina sin plomo o la impopularidad de aerosoles que con− tienen CFCs son buena muestra del
impacto de las actitudes difundidas por el movimiento ecologista. La objeción a una estrategia centrada
exclusivamente en los estilos de vida se deriva de la dificultad inherente en persuadir al suficiente número de
personas para que su modo de vida respetuoso con el medio ambiente tenga efectos visibles. Evidentemente,
resulta difícil predecir el grado de difusión del mensaje ecologista y cuánta gente va a actuar de acuerdo con
él, pero parece improbable que un número masivo de individuos experimente la conversión que conduce a
cambios en sus hábitos cotidianos. La posición más sensata parece ser una combinación de estrategias. Por un
lado, una estrategia que se oriente a las autoridades para que impulsen medidas de defensa del
medioambiente; y por otro lado, una estrategia orientada hacia la sociedad civil, sensibilizando a los
ciudadanos de que el medio ambiente es un patrimonio común que a todos corresponde preservar.
6. ¿Quiénes participan en el movimiento ecologista?.
Según el discurso del movimiento ecologista, la crisis medioambiental afecta, a todas las clases sociales por
igual. Todo el mundo sufre con mayor o menor intensidad la degradación del planeta. Es la «democratización
del riesgo» de que habla el sociólogo Ulrich Beck. Sin embargo, los movimientos sociales en general y el
ecologista en particular están localizados en la estructura social, esto es, ciertos grupos sociales se muestran
más dispuestos que otros a asumir sus planteamientos. Análisis empíricos detallados del movimiento
ecologista contemporáneo de distintos países occidentales demuestran que su base de apoyo la integran tres
segmentos de la estructura social (cf. Offe, 1988):
• La «nueva» clase media, especialmente aquellos segmentos que desempeñan su trabajo en profesiones
de servicios humanos y/o en el sector público. Sus integrantes disfrutan de una mayor seguridad
económica que el resto de la población y suelen tener un nivel educativo por encima de la media. Este
segmento no directamente involucrado en la producción de bienes es muy numeroso en todas las
sociedades occidentales. Su crecimiento ha sido espectacular después de la II Guerra Mundial gracias
a la progresiva implantación del Estado del Bienestar.
• Una categoría de la población formada por gente al margen del mercado de trabajo o en una posición
periférica respecto a él, tales como estudiantes de enseñanza media y universitarios, amas de casa,
jubilados y jóvenes en paro total o parcial. Una característica de estos grupos es su disponibilidad de
tiempo para dedicarlo a actividades políticas y sociales.
• El tercer segmento que integra la base de apoyo al movimiento ecologista es la «vieja» clase media
(trabajadores independientes y autónomos, como campesinos, tenderos y artesanos), cuyos intereses
económicos inmediatos muestran afinidad con las exigencias expresadas por el movimiento
ecologista. La razón principal para vincularse al movimiento ecologista es su oposición a las
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consecuencias perjudiciales que el proceso de modernización tiene para sus modos de vida. De ahí
que en el mundo anglosajón hayan acuñado el término de nimby (derivado de «not in my back yard»,
no en mi patio trasero) para referirse a este grupo. Las actitudes y comportamientos mostrados por
habitantes rurales ante la construcción de una central nuclear en su término municipal ilustra la
posición de la vieja clase media. En tanto que pueden no estar en contra de la energía nuclear en
principio, les disgusta sobremanera (con bastante buen criterio) tener un reactor nuclear junto a sus
propiedades.
Respecto a la edad, las investigaciones realizadas muestran que los jóvenes están más interesados en
cuestiones medioambientales que sus mayyores. Así, en un estudio de los factores que predicen de la
pertenencia real o potencial al movimiento ecologista en doce países europeos, estudio realizado en el año
1986, Inglehart demuestra que la sensibilidad ecologista disminuye con la edad; un 37% de los jóvenes de
edades comprendidas entre 15 y 24 años afirman que militan o podrían militar en el movimiento ecologista;
sin embargo, tan sólo un 15% de los mayores de 55 años muestran una predisposición participativa similar.
El lugar de residencia es la segunda variable que ha merecido la atención de los estudiosos del movimiento
ecologista. Los resultados obtenidos apuntan a que los habitantes de las ciudades están más interesados por la
calidad ambiental que los habitantes rurales.
Por último, la hipótesis de la ideología política afirma una relación positiva entre participación real o potencial
en el movimiento ecologista y autoposicionamiento de los individuos en la izquierda. Nuevamente acudimos a
la investigación dirigida por Inglehart en doce países de Europa Occidental, en la que llega a los siguientes
resultados:
Los participantes en el movimiento ecologista no sólo son jóvenes, urbanos y de izquierda, sino que además, y
como defiende Inglehart, están imbuidos de valores «postmaterialistas». En lugar de dar la máxima prioridad
a la seguridad económica y física (como hacen los que tienen unos valores «materialistas»), los ecologistas y
en general los participantes de movimientos sociales contemporáneos como feministas o pacifistas tienden a
dar la máxima prioridad a la expresión de sí mismos y a la calidad de vida.
En efecto, preocupaciones tales como mantener el orden en la nación, combatir la subida de los precios,
sostener un elevado ritmo de crecimiento económico o reforzar el sistema de defensa del país, son todas ellas
expresiones típicas de valores materialistas. Por el contrario, una respuesta afirmativa a los siguientes
objetivos es expresión de que el encuestado tiene unos valores postmaterialistas: proteger la libertad de
expresión, dar mayor capacidad decisoria a los ciudadanos en los asuntos de gobierno y en sus lugares de
trabajo, conservar el medio ambiente, avanzar hacia una sociedad menos impersonal o caminar hacia una
comunidad en la que las ideas sean más importantes que el dinero. Los individuos cuyas dos opciones más
valoradas tienen que ver con la seguridad económica y física son clasificados entre los «materialistas»,
aquellos cuyas dos opciones más valoradas plasman valores no materiales son clasificados entre los
«postmaterialisas», y los que eligen una de cada son clasificados como «mixtos». En todas las sociedades, los
postmaterialistas constituyen un grupo creciente, pero aún minoritario.
Pues bien: según los hallazgos realizados por Inglehart en los países de Europa Occidental, hay una marcada
diferencia entre la población joven y la adulta. Los jóvenes son más postmaterialistas que sus mayores. Según
Inglehart, a medida que se vaya produciendo el reemplazo generacional de jóvenes postmaterialistas en lugar
de adultos materialistas, los primeros crecerán numéricamente, pero hay que tener en cuenta que el ritmo de
sustitución es lento. Además, y esto es lo más relevante para nosotros, los participantes reales o potenciales
del movimiento ecologista dan claras muestras de estar imbuidos de valores postmaterialistas. O, dicho de otra
forma: en cada uno de los doce países de Europa Occidental incluidos en el estudio es más probable que los
miembros reales o potenciales del movimiento ecologista sean postmaterialistas.
7. La institucionalización del movimiento ecologista: la emergencia de los partidos de la nueva política.
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La irrupción de varios movimientos sociales a partir de los años sesenta, entre ellos el ecologista en un lugar
destacado, ha venido acompañada de un incremento del número de temas con dimensión política. Durante las
dos décadas que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto político estuvo centrado en
temas relacionados con las conquistas económicas, la preservación del orden doméstico y la seguridad social y
militar. Sin embargo, en las últimas décadas se han añadido nuevos temas a la agenda política, tales como la
calidad de vida, la defensa del medio ambiente, la igualdad de derechos entre sexos y la autorrealización
individual. Muchos de estos temas están estrechamente ligados a los movimientos sociales contemporáneos,
como el feminista, el pacifista y el ecologista.
Uno de los factores que contribuyen a entender la emergencia de partidos políticos que centran su programa
en estas nuevas demandas es la ausencia de respuesta por parte de los partidos políticos establecidos. Es decir,
que el conjunto de problemas vehiculado por los movimientos sociales ha sido desatendido por los partidos
políticos establecidos durante el tiempo suficiente como para que aquéllos se hayan dotado de sus propios
órganos de expresión institucional, en algunos casos hasta llegar a irrumpir en la escena parlamentaria.
Así, pues, es en el fracaso de los partidos políticos en su función de hacer oír las demandas de los ciudadanos
en las esferas decisorias de la política donde debemos buscar una de las claves que explican la aparición de
partidos políticos que giran en torno a las nuevas demandas. Entre estas demandas, la protección del medio
ambiente es una de las más importantes. Por el contrario, allí donde la vitalidad y dinamismo de los partidos
políticos existentes les hace abrirse a los movimientos sociales, incluido el ecologismo, la posibilidad de estos
últimos de adquirir proporciones significativas es mucho menor. Ejemplos de este dinamismo de los partidos
establecidos es la progresiva «verdificación» de sus discursos y programas, hasta el punto que ninguno de
ellos renuncia a una imagen «verde». En términos electorales, como ocurre también en el mercado (los
productos «verdes»), el discurso «verde» vende.
Con el objetivo de atender a estas demandas que no estaban siendo satisfechas por los partidos establecidos,
durante los años setenta y sobre todo en los ochenta hacen aparición nuevos partidos que alteran en algunos
casos el mapa político de sus países. Atendiendo a su origen, estos partidos son de dos tipos. Un primer tipo lo
ofrecen todos aquellos partidos de cariz izquierdista, fundados en la mitad de la década de los sesenta a la
sombra de las movilizaciones estudiantiles y de la «nueva izquierda», algunos de los cuales posteriormente
sufrieron un proceso de reconversión ideológica hasta priorizar en sus programas las nuevas demandas
asociadas a los movimientos sociales. Ejemplos de este tipo de trayectoria son el Partido Socialista Popular de
Dinamarca (SF), el Partido Socialista Unificado (PSU) en Francia y el Partido Socialista Popular noruego.
Una segunda corriente la localizamos en todos aquellos partidos que desde su misma fundación hicieron de la
defensa de la naturaleza su bandera, siendo por ello corrientemente identificados por la opinión pública como
partidos «verdes» o «ecologistas». Die Grünen, fundado en Alemania en 1980, ofrece sin duda el paradigma
de este otro tipo de partidos. Otros ejemplos son Les Verts en Francia (fundado en 1984), Groen Links en
Holandg (1989), Ecolo y Agalev en Bélgica (1980 y 1982 respectivamente) o la Federazione della Liste Verdi
en Italia (1986). Sin embargo, los partidos ecologistas pioneros vieron la luz en Australasia, donde en 1972 se
funda el United Tasmaniag Group −Grupo Unido de Tasmania− y un mes más tarde en Nueva Zelanda el
Values Party −Partido de los Valores−. Tras ellos, prácticamente todos los países occidentales y de otras áreas
geográficas (antiguo bloque del Este, Brasil) han presenciado la emergencia de partidos ecologistas.
Recientemente, los partidos de la nueva izquierda y los ecologistas han ido convergiendo en su ideología,
organización, modos de acción y base social. Tan es así que ambos tipos de partido han sido incluidos en la
categoría común de «partidos de la nueva política». Sus rasgos definitorios son los siguientes:
• Ideología asociada a la nueva política. La mayoría de ellos subraya programáticamente la igualdad de
derechos, en especial cuando se hace referencia a minorías; una fuerte preocupación ecológica y
antinuclear, que se traduce en la exigencia de protección de la naturaleza por medio de una eficaz
política medioambiental sustentada en parámetros distintos a los del mero crecimiento económico;
inquietud por la dramática situación que atraviesan los países del Tercer Mundo, ofreciendo la
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solidaridad como principio guía de las relaciones de Occidente para con los países subdesarrollados;
demandas de desarme unilateral; y, finalmente, una disposición igualitarista heredada de la tradición
de izquierdas.
Kitschelt se ha referido a este tipo de partidos como «partidos izquierdo−libertarios». Por un lado, estos
partidos beben de la tradición de izquierdas, pues comparten con el socialismo clásico una actitud de
desconfianza ante el mercado, la inversión privada, la ética del logro y un compromiso por una redistribución
igualitaria. También muestran una enorme influencia de la tradición libertaria al rechazar la autoridad de las
burocracias públicas o privadas para regular la conducta individual.
• Organización interna participativa. Este tipo de partidos se preocupa por dotarse de una estructura
organizativa caracterizada por bajos niveles de formalización y burocratización, la incorporación de
elementos de democracia directa como son la toma colectiva de decisiones o el mandato imperativo y
la mayor autonomía de las ramas locales en la toma de decisiones (descentralización). El objetivo que
se persigue no es otro que el de maximizar las oportunidades de participación de la base.
• Repertorio de acción ampliado. Con la nueva política, la actitud de renunciar a la acción delegando la
solución de los problemas en las instituciones va debilitándose. Ahora, junto a formas convencionales
de participación, tales como la concurrencia electoral y la acción a través de los tribunales, cada vez
cobran más relevancia formas no convencionales o no institucionales, por ejemplo manifestaciones,
actos de desobediencia civil, etc.
Por otro lado, se produce un intento de simultanear la participación a través de las instituciones como
estrategia de consecución del cambio social con la postulación de estilos de vida (nivel micro) alternativos,
haciendo más hincapié en el individualismo y la autorrealización y prestando menos atención al nivel material
como base del bienestar (el «ser» frente al «tener»).
• Perfil de sus militantes y electores. Los partidos de la nueva política comparten un electorado similar
entre ellos, pero con características distintivas respecto del de los partidos establecidos. Son en
general jóvenes, pertenecientes a la nueva clase media, urbanos, con un alto nivel cultural (y por tanto
con un grado de movilización cognitiva superior a la media), imbuidos de valores postmaterialistas y
con un sesgo hacia la izquierda en el espectro ideológico.
No obstante, no todos los partidos ecologistas cumplen con estas características. Ya hemos pecho referencia a
la heterogeneidad de los partidos de la nueva política al referirnos a sus orígenes, unos en la nueva izquierda y
otros en el movimiento ecologista. Los mismos partidos ecologistas muestran enormes diferencias entre sí.
por fijarnos tan sólo en el aspecto ideológico, existen partidos ecologistas que, a la vez que critican el
industrialismo, ofrecen respuestas conservadoras a la crisis ecológica. Por regla general, estos partidos están
estrictamente preocupados por cuestiones medioambientales, dejando de lado la crítica al modo de producción
y consumo de las sociedades occidentales. Aparte de esta preocupación por el medio ambiente, tienen muy
poco en común con los partidos de la nueva política. Ejemplos de estos partidos son el ODP alemán
(Okologische−Democratische Partei, Partido Ecológico Alemán), liderado por Herbert Gruhl, antiguo
portavoz democrata−cristiano en el parlamento federal; los VGO austríacos (Uereinte Grüne Osterreichs,
Verdes Unidos de Austria); y el GPS de Suiza (Grüne Partei der Schweiz, Partido Verde de Suiza).
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