ESTILOS DIRECTO, INDIRECTO E INDIRECTO LIBRE Estilo directo: Se reproduce literalmente lo dicho o pensado. Le dije: “vete de mi casa” -¿Qué haces, amiga rana? -Ya ves -respondió la rana-. Estoy cazando mosquitos. -¡Qué asco! -exclamó el zorro-. Mira, si quieres ser mi esclava, yo te daré alimentos más exquisitos. -¡Ja, ja, ja! ¿ Te crees superior a mí? ¡Si hasta corres menos que yo! -¡Rana insolente! -bramó el zorro-. Te reto a una carrera y si corro menos que tú me convertiré en tu esclavo. -Muy bien -propuso la rana-. Tú corre a la orilla del río; de vez en cuando me lía-mas y yo te responderé. Vemos que se emplea un verbo anunciador del discurso (decir, exclamar, responder...) Y se separan por dos puntos las dos proposiciones, y se pone entre comillas o acotado por raya lo que se dijo. Estilo indirecto: el narrador explica lo que dicen los personajes Le dije que se fuera de mi casa Se utiliza también un verbo anunciador del discurso, no se separan por puntos las dos proposiciones, sino que se encabeza la segunda con la conjunción que y no se utilizan las rayas o las comillas. Estilo indirecto libre: Con este artificio literario, la narración se aligera, evitando la pesadez que supone repetir el verbo introductor (dijo, pensó, supuso...) Y la conjunción que. Permite, además, una penetración del punto de vista del autor en lo que el personaje dice o piensa, como si el autor y el personaje fueran la misma persona. Su empleo se impuso en el siglo XIX. En La Regenta, la protagonista, Ana Ozores, acaba de leer un texto de San Agustín, cuyo contenido le parece convincente: -Es verdad, es verdad -pensaba ella arrepentida. Pero entonces hacía falta otra cosa. Aquel vacío de su corazón, ¿iba a llenarse? Aquella vida sin alicientes, negra en lo pasado, negra en lo porvenir, inútil, rodeada de inconvenientes y necedades ¿iba a terminar? La primera oración está en estilo directo, con su verbo introductor pensaba. El autor pasa, a renglón seguido, al estilo indirecto libre. Si hubiese continuado Clarín con el estilo directo, habría quedado así: -Es verdad, es verdad -pensaba ella arrepentida-. Pero entonces hace falta otra cosa. Este vacío de mi corazón, ¿va a llenarse? Esta vida sin alicientes, negra en lo pasado, negra en lo porvenir, inútil, rodeada de inconvenientes y necedades ¿va a terminar? Es el autor quien penetra en la mente de Ana para hacerla pensar más profundamente; pero él le presta su estilo. La forma de pensarlo es de Ana Ozores, y la forma de escribirlo es de Clarín. El autor, así no sólo cuenta lo que pasa, sino expresa su propio punto de vista a través de los personajes. En el siguiente texto, de la misma novela, se mezcla el estilo indirecto y el indirecto libre (en cursiva): Don Pompeyo Guimarán salió del cementerio el último. Era su deber. Había cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta. A su espalda; a veinte pasos tenía la tapia fúnebre. Allí detrás quedaba el mísero amigo, abandonado, pronto olvidado del mundo entero; estaba a flor de tierra..., separado de los demás vetustenses que habían sido, por un muro que era una deshonra; perdido, como el esqueleto de un rocín, entre ortigas, escajos y lodo... Por aquella brecha penetraban perros y gatos en el cementerio civil... A toda profanación estaba abierto... Y allí estaba don Santos..., el buen Barinaga, que había vendido patenas y viriles... y creía en ellos... en otro tiempo. ¡Y todo aquello era obra suya... de don Pompeyo; él, en el café-restaurante de la Paz, había empezado a demoler el alcázar de la fe... del pobre comerciante...! Un escalofrío sacudió el cuerpo de Guimarán. Se abrochó. Había sido otra imprudencia venir sin capa. La situación del personaje Guimarán es dramática: por una parte, el dolor de haber perdido a un amigo; y, por otra, la responsabilidad de haber destruido su fe, por lo que no es enterrado al lado de sus vecinos. Aparece el estilo indirecto libre en la primera línea. Podía haber escrito Pensó: es mi deber (estilo directo), o pensó que era su deber (estilo indirecto). Después se extiende un monólogo interior en dicho estilo, porque el escritor comparte las mismas reflexiones e ideas que el personaje. Los puntos suspensivos no serían necesarios en el estilo indirecto; en el directo o en el indirecto libre marcan las vacilaciones. Al final vuelve al estilo indirecto, y acaba con el indirecto libre. En directo sería: Se abrochó pensando: Ha sido otra imprudencia venir sin capa. Y en indirecto: Se abrochó pensando que había sido otra imprudencia venir sin capa. En ambos casos, el autor sería ajeno al personaje, y el lector se alejaría también más. - En esta historia, el autor reproduce las palabras de los personajes: utiliza el diálogo directo. La rana y el zorro Un zorro se acercó un día a una rana y le preguntó: -¿Qué haces, amiga rana? -Ya ves -respondió la rana-. Estoy cazando mosquitos. -¡Qué asco! -exclamó el zorro-. Mira, si quieres ser mi esclava, yo te daré alimentos más exquisitos. -¡Ja, ja, ja! ¿ Te crees superior a mí? ¡Si hasta corres menos que yo! -¡Rana insolente! -bramó el zorro-. Te reto a una carrera y si corro menos que tú me convertiré en tu esclavo. -Muy bien -propuso la rana-. Tú corre a la orilla del río; de vez en cuando me lía-mas y yo te responderé. El zorro echó a correr; y cada vez que llamaba oía la respuesta convenida: -¡Croac, croac, croac! Finalmente, el zorro cayó exhausto y se rindió. A su alrededor cientos de ranas que poblaban la orilla del río cantaban al unísono: -¡Croac, croac, croac! - Narra la historia explicando lo que dicen los personajes, es decir, utilizando el diálogo indirecto - En esta historia, el narrador explica lo que dicen los personajes: utiliza el diálogo indirecto. Un encargo difícil En el salón de un cortijo, doña Luz recibe a Violeta, una chica que quiere trabajar allí como cocinera. Y después de hacerle algunas preguntas, le dice que la primera cualidad que ella exige es el ingenio. Así pues, le hace un encargo difícil: comprar en el mercado tres kilos de uvas y tres manojos de «ay». Al cabo de un rato vuelve Violeta con una cesta llena de uvas y una bolsa. Doña Luz pregunta a Violeta por qué trae sólo las uvas. Muy tranquila, la joven dice que el «ay» está dentro de la bolsa. Entonces doña Luz mete la mano en la bolsa, que está llena de ortigas, y lanza tres ayes lastimeros. ¡Claro: allí está el «ay»! Doña Luz llora y ríe a la vez. Y violeta obtiene el puesto: nadie se lo puede negar con su ingenio. (Basado en un cuento de JUAN De TIMONEDA) - Narra la historia utilizando el diálogo directo.