Hacerse artista en Chile Hazlo porque no puedes no hacerlo. Ser un artista es una combinación de talento y obsesión. John Baldessari ¿Qué puede decirse hoy de la formación en artes visuales en Chile? El actual movimiento estudiantil y la anterior “revolución pingüina” han agitado cada rincón de nuestro país, enrostrándonos fallas graves, generalizadas y prolongadas en la educación nacional. Sin embargo, más allá de expresiones ligadas al carnaval, del indudable ingenio mostrado al salir a la calle, otra vez el arte ha debido esperar. La desatención de las artes en la educación se ha arrastrado -guardando las excepciones- por décadas, con desconsolada profundidad en Chile. Para consentir la queja solo basta pensar en la escasa o nula presencia que ellas tienen en exámenes aplicados por el Estado chileno (SIMCE o Sistema de Medición de la Calidad de la Educación; PSU o Pruebas de Selección Universitaria). Es un ejemplo entre muchos. Por acción y reacción, la educación tiene un rol preponderante en la continuación de los valores del arte y en su paralela renovación. ¡No cabe duda! La XXIl versión del Concurso Taller Arte en Vivo en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) lo muestra a su manera, mediante la presentación de nuevos nombres, de nuevos énfasis temáticos, técnicos u otros, sugiriendo tendencias generales y ancladas en escuelas de arte. Por lo mismo, la pregunta inicial es bastante oportuna, más aún al recordar que el edificio del MNBA se construyó en el centenario patrio para acoger no solo al Museo sino a la entonces Escuela de Bellas Artes. La mayoría de la literatura especializada en educación artística llora, con mayor o menor fuerza, el mismo drama. Durante el siglo XX, la educación artística se estableció como interdisciplina, en buena parte siendo respuesta y nicho académico-político ante la creciente subvaloración del arte en los planes, principalmente anglosajones, de la enseñanza pública escolar. Al mismo tiempo, el componente cognitivo de lo artístico y el decisivo rol del arte en la interacción social han sido objeto de constante prejuicio, incluso de negación, no solo en Chile. Lo peor es que ha sido así -varias veces- tras eufemismos, tras discursos que, al son del descorche de botellas, vienen celebrando supuestamente las bondades de lo artístico. La política es una cosa pero su proclama otra (o tal vez la divergencia entre palabra y acción le sea natural a la política). Aún no deja de sorprenderme cómo varias publicidades de instituciones educativas chilenas sugieren cada año una relación estrecha entre educación y arte: manchas incontrolables de pintura, el infaltable pintor o escultor que “aboceta su futuro”, explícitas invitaciones a crear, en vez de a estudiar. Aparte del lugar común, quizás no haya nada de malo en esto pero cuando la importancia del arte es bastante distinta al interior de esas mismas casas de estudios, existe sin duda un problema. Y uno grave, que excede la “publicidad engañosa”: el vínculo universidad-país no puede ser más simbiótico y, como ha sostenido el célebre sicólogo Howard Gardner, un aula representa, de algún modo, la escala de valores de la cultura que conforma. Hay demasiado que decir de la formación de artistas en la Educación Superior chilena. Es difícil ser optimista, aunque previo al establecimiento del sistema privado había mayor insuficiencia en la oferta (con la salvedad, por ejemplo, de que varios profesores conformamos planteles de distintas escuelas de arte). Pretender imparcialidad y objetividad al emitir un juicio aquí, por cierto, puede ser demandado a un estudio exhaustivo, no a unas pocas líneas. Menos aún si quien analiza es docente en universidades que tienen una responsabilidad importante en el asunto. Un alcance general e histórico: previo al siglo XV y hasta el día de hoy, la formación de artistas en culturas de fuerte influencia occidental viene girando sobre el eje del maestro-aprendiz, figura tradicional pero aún vigente en su aspecto esencial: un artista inexperto es enseñado por uno con experiencia. El historiador de arte Howard Singerman señala en Art Subjects. Making Artists in the American University que el artista en la escuela de arte universitaria es quien enseña, a quien se enseña y lo que se enseña. Al menos en Chile habría que matizar la idea. Texto escrito para el catálogo del Concurso Taller Arte en Vivo, versión XXII. El certamen, destinado desde sus inicios a estudiantes de escuelas de arte alrededor de Chile, fue suspendido el presente año. Se me informó, desde la gestión del concurso, que no hubo las postulaciones mínimas para poder llevarlo a cabo, posponiendo el plazo en dos ocasiones. Me comentaron también que, posiblemente, varios estudiantes no supieron del llamado porque el correo de la convocatoria suele dirigirse a los coordinadores académicos de cada escuela y los “paros”, aunque sobre todo las “tomas”, que han ocurrido últimamente en algunas universidades chilenas, impiden que fluya este tipo de comunicaciones. En otros casos, el compromiso con el movimiento estudiantil, nacido en abril de 2011, implicó simplemente obviar el concurso. La docencia ocupa a muchos artistas chilenos y llama la atención su claro conflicto con la práctica artística, el empeño de que no sea anulada por las recurrentes clases que ellos imparten (en varios ni siquiera es una pugna interna, simplemente dejaron de ser artistas). La extraordinaria demanda en tiempo y energía que padecemos los artistas-profesores por parte de una institucionalidad despectiva y mezquina hacia nuestro trabajo, particularmente a la hora de pagarlo, llega incluso al extremo de no mediar contrato laboral alguno. Hay que decir que la insipiencia en la comercialización de arte contemporáneo en Chile profundiza todo este vicio. Del lado del alumno, no deja de inquietar qué puede enseñar, en cuanto a la praxis artística, un artistaprofesor desconectado, a veces totalmente, con su obra. Decir “teoría” sería muy halagador. El tipo de artista que él contribuye a formar es uno, también, desligado de su propia obra, abstraído del mundo artístico y posiblemente inconsciente de las relaciones sociales, económicas, históricas y políticas implicadas en toda carrera artística. Advierto que el perfil descrito no creo que corresponda al de los expositores del presente concurso sino –tengo la esperanza- de que es uno bastante distinto. El conjunto de estímulos que propician aprendizaje, el ambiente, no lo decide todo. A nivel estrictamente sicológico aparece la voluntad que, difícil de identificar y más aún de medir, suele descartarse de plano en la admisión en Arte de nuestras universidades. Hablo de esa mezcla de motivación y auto-exigencia (“vocación” la llamarían algunos) que se opone a la displicencia de varios estudiantes de arte, ante todo preocupados de obtener un certificado académico o de estudiar algo (lo que sea en la universidad) o de simplemente evadirse. En mi caso, la voluntad en un estudiante es un poderoso incentivo para hacer clases, entre otras cosas, porque posibilita subsanar lo que he enseñado mal, lo que la docencia ha equivocado. Se enemista con la mediocridad, convirtiendo el aprendizaje en un proceso crítico, altamente personal e interminable. Casi milagrosamente, supera condicionamientos -sobre todo los más negativos- de la cultura, de la clase social en la que se nace, aunque choca con la falta de oportunidades. Puede sortear varias que son esquivas, sin olvidar que Chile es líder en diferencias socioeconómicas y en la llamada “centralización”. El examen más cruel por la que un artista en formación pasa, particularmente en nuestro país, es la puesta a toda prueba de su comúnmente frágil red de apoyo (económica, emocional), endosándole la responsabilidad de que resista como creador. Contar con un Fondart de creación o un trabajo curiosamente afín a una Licenciatura en Arte, más bien, dilata la agonía de un artista que en cualquier momento puede extinguirse. Nuestra clase más acomodada, de gran poder adquisitivo, no aviva la compraventa de arte pues suele disponer de una pobre educación artística. Pero reconozcamos que hay una lenta y creciente actividad comercial en arte contemporáneo en Chile. Junto a ello, aportan un poco de esperanza los concursos en arte y ciertas becas de reciente aparición. En cualquier caso, es difícil no ver la educación, particularmente escolar y pre-escolar, como la principal y potencial fuerza de resistencia al descuido generalizado o al franco desdén hacia las artes. Por su parte, la ineficaz, evasiva o derechamente indiferente postura de escuelas de arte universitarias ante la inserción laboral de sus egresados, impide favorecer la corrección y fortalecimiento del mercado artístico, así como brindar herramientas concretas de empleabilidad. ¿Por qué esmerarse en educar a artistas, no solo desprotegidos en lo laboral, sino poco numerosos entre generaciones de Licenciados en Arte? Mi pregunta no desea en ningún caso oponerse a la instrucción artística universitaria ni concebir la Educación Superior como mera preparación de futuros empleados; solo da la impresión de que no ha sido respondida por la comunidad universitaria chilena, mostrando más encima ceños fruncidos al formularse (entre ellos, los que cuentan con una relativamente cómoda titularidad docente o condición similar). No cabe duda que intentar contestar seriamente la interrogante ayudaría a re-evaluar el lugar que las políticas de educación asignan al arte. Problemas de retribución económica del trabajo del artista, dentro y fuera de la universidad, suspicacias y desprecios sobre su rol, por lo menos, serían transparentados. Una educación en arte efectiva, pienso, es la que enseña justamente el autodidactismo, pero uno sistemático y seguro en su desarrollo. Vale decir, para un artista sería necesario pasar por una institución no solo para trascenderla, sino para aprender a auto-enseñarse. Si bien esto podría decirse de cualquier saber o instrucción al interior del aparato educacional, en arte se aplica con extraordinaria fuerza pues incentiva la autodeterminación como quizás ningún campo: compenetra lo creativo con lo vital, convoca a cada individuo a inventarse y reinventarse. Lo han planteado pensadores como Friedrich Schiller, John Dewey y Elliot Eisner, artistas como Joseph Beuys y tantos otros. Por lo mismo, una enseñanza exitosa de un artista internaliza de forma clara este punto y de paso libera a los títulos académicos la responsabilidad de consumar el aprendizaje artístico. Relativizar a la universidad en la formación del artista debe ser visto como su revitalización; una auténtica oportunidad que no olvida que los principales y más decisivos educadores en arte no son los artistas, ni los teóricos de arte, ni los libros, sino las obras. Ellas han sido las encargadas más vitales e importantes en estimular, cuestionar e informar en directo, generación tras generación, sobre las hoy llamadas artes visuales. El arte propicia más arte y el sobresaliente incita la aparición de uno de igual nivel. Es algo que, creo, la universidad debiese asumir sin desviaciones. Y no precisamente a través de la copia de “obras maestras”. ¡No se trata de entronar prácticas regresivas sino concederle al arte mismo la importancia que corresponde! Varias escuelas de arte, en todo el mundo, lo vienen haciendo concretamente al fraguar con dedicación colecciones de arte y exhibiéndolas (comparables incluso a la de importantes museos). Nosotros disponemos del potente símbolo conmemorativo del Palacio de Bellas Artes que, como museo y escuela, perdió fuerza al separarse. A su vez, parece que fundamentalmente en Chile ha sido la universidad, con sus exigencias inherentes y reciente tendencia (científica, profesionalizante y docente), la que ha influenciado a las escuelas de arte, más que éstas han enriquecido a las universidades que conforman. No se ve una recíproca y viva retroalimentación. Cuando la mayoría de nuestras 17 Licenciaturas en Arte no facilitan el acceso directo a obras significativas, incentivan –por omisión- la ignorancia o bien reproducen la escasez, aislamiento e intermitencia de los estímulos artísticos que caracterizan la agenda cultural chilena. De paso, tienden a privar a los mismos artistas que dicen formar de su principal factor de aprendizaje. En general, nuevamente nuestra Educación Superior muestra un alejamiento con el arte mismo aunque no niego las excepciones: insisto en aquél símbolo que fue el MNBA; actualmente la Universidad de Chile cuenta con dos museos de arte contemporáneo, aunque de una fragilidad tan clara como el deterioro cíclico (casi permanente) del edifico del MAC. De momento en que las escuelas de arte chilenas no enmienden la situación y dejen de repetir penosamente los patrones que caracterizan a la competencia de la esquina, los estudiantes seguirán percibiendo y/o resintiendo que el arte sucede principalmente en otra parte. Seguirán familiarizados con reproducciones fotográficas (fotocopias, mejor dicho) y docentes que hicieron arte (o que lo hacen en rara ocasión), en vez de experimentar colecciones y exposiciones eminentes, talleres utilizados no solo para presentar trabajos de arte sino para realizarlos (incluyendo la obra de sus propios profesores-artistas), la efervescencia entre colegas, teóricos y otros “profesionales del arte” que, en distinta medida, están decidiendo el curso de las artes visuales. Afortunadamente, hoy son muchos los artistas que, enseñando en universidades chilenas, se niegan con fuerza a renunciar a la producción y muestra periódica de su propia obra. Por el momento, lo más destacable en nuestra formación universitaria de artistas, pienso, sería la férrea voluntad de algunos por lidiar contra distintas adversidades, entre ellas muchas por conocer y, otras, ya experimentadas mediante una institucionalidad que no los ha ayudado lo suficiente. Propongo finalmente un juego recurrente en toda exposición, en concreto, con las obras de los universitarios en el MNBA: forzando una expresión de Marcel Duchamp, adivinar el “coeficiente de arte”, cuánto deseo hay de ser/hacer arte. Santiago, Chile, octubre 2011. Gerardo Pulido 1975, Santiago. Artista chileno y profesor en las Licenciaturas en Arte de la P. U. Católica (UC) y U. Diego Portales (UDP); integrante del taller BLOC, Stgo., Chile. En dos ocasiones ha sido merecedor del premio al mejor docente, 2007 (UDD) y 2011 (UDP). DEA (Diploma en Estudios Avanzados) doctorado en Educación Artística, U. de Sevilla, España, 2005; licenciado y postitulado en Arte, UC, Chile, 1999 y 2002 respectivamente.