Si se piensa en el video no como la cajita que se alquila en un video club sino como un lenguaje artístico de una especificidad propia que otros lenguajes carecen hay que remontarse a su nacimiento histórico La experimentación con video surge paralelamente en Alemania y EEUU a través de la acción de la neovanguardia de la década del 60: especialmente el Grupo Fluxus, aunque tiene importantes antecedentes en la década del 20 sobre soporte cinematográfico. En la Argentina hubo experiencias con circuitos cerrados, monitores, instalaciones en el Instituto Di Tella, un video arte avant la lettre (antes de que se inventara de la cinta videográfica) Una asignatura pendiente en la investigación de esta historia debería rescatar las experiencias de Marta Minujín, no sólo con Wolf Vostell sino también con Nam June Paik. A mediados de los setenta había dos focos en la experimentación con la imagen en movimiento: el cine experimental en super 8 y las experiencias de Jorge Glusberg y los artistas del Centro de Arte y Experimentación (Cayc) de la cual parece solo haber sobrevivido una cinta monocanal de Margarita Paksa. El movimiento histórico del video arte tal como se ejercita actualmente nace tardíamente en Argentina con el advenimiento de la democracia. A mediados de la década del ochenta se hizo posible ya que los artistas pudieron acceder a esa tecnología. Así los programadores se transforman en curadores, los realizadores en videastas, los epicentros fueron el Centro Cultural San Martín, el Centro Cultural Ricardo Rojas, el ICI, el Instituto Goethe. Hay varias historias escritas que dan cuenta de estos años de consolidación de esta última utopía cultural de la democracia expresada a través de una escritura electrónica personal (catálogos del ICI y de Argentina siglo XX Arte y Cultura, Centro Cultural Recoleta). Esta manifestación tuvo sus festivales, historiografía, teoría, una cierta difusión internacional y un interesante corpus. Pero quedó marginado de la televisión y de la comercialización ya que el intento de distribuidora Media Buenos Aires fracasó. A partir del nuevo siglo el panorama se altera. El video arte entra definitivamente el mundo de lo digital. El artista no solo accede a cámaras digitales de gran precisión, sino que puede realizar su propia edición en la paz de su computadora. La práctica artística ya no es patrimonio de experimentadores de la imagen en movimiento sino que elaborada por todo tipo de artistas visuales, coreógrafos, músicos, diseñadores., arquitectos, muchos de los cuales ignoran la tradición y el background del video arte y lo usan como un soporte alternativo de sus respectivas poéticas. Las video instalaciones se legitiman cada vez más en el circuito convirtiéndose en un valor para el mercado similar a la de un nuevo artefacto o una nueva escultura. Los críticos de artes plásticas incursionan en la curaduría de video instalaciones incorporándolas al mainstream de la escena establecida del arte local o internacional. Lamentablemente los veintiún programas de Play Rec que se emitieron por ATC a principios de la primavera delaruista fueron borrados por la misma gestión que los produjo. El video en cinta es el espacio creativo de mayor resistencia. Paradójicamente en Buenos Aires solo se difunde en el Museo de Arte Moderno, pero despierta interés en centros del interior y hasta va a representarnos en la Bienal de Venecia como envio oficial y en muestras paralelas. En setiembre una muestra itinerante recorrera diversos puntos de Estados Unidos.