Y si aún nos queda algo de tiempo

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Sal Terrae 99 (2011) 289-302
Y si aún nos queda algo de
tiempo...
Buscando espacios de gratuidad
Pablo Guerrero Rodríguez, sj*
Resumen
En estas páginas, el ocio será visto como tiempo y espacio de humanización.
Humanización de la que no son ajenos el compromiso, la libertad, la
diversión, la creatividad, el cultivo de la amistad, la gratuidad, los sueños...
El uso adecuado del ocio y del tiempo libre constituye una ocasión
demasiado importante para el crecimiento de la persona como para dejarla
escapar. Específicamente, el ocio es y/o puede ser, tiempo de cultivo de
diversas actividades que alimenten y promuevan la solidaridad, la
contemplación, el compromiso, la vida en gratuidad... Elementos, todos ellos,
centrales en la vida de los seres humanos.
Abstract
In this text, leisure is viewed as a time and space for humanisation.
Humanisation involves commitment, freedom, fun, creativity, cultivating
friendships, charity, dreams, etc. Using our free and leisure time
appropriately is an opportunity that is too important to personal growth to let
it slip away. Specifically, leisure is and/or could be a time to develop
different activities that nurture and promote solidarity, contemplation,
commitment and a life in charity, to name a few: all of which are essential
features in a human being's life.
«Habrá que demoler barreras,
crear nuevas maneras
y alzar otra verdad.
Desempolvar viejas creencias
que hablaban en esencia
sobre la simplicidad.
Darles a nuestros hijos,
el credo y el hechizo
del alba y el rescoldo
en el hogar.
Y si aún nos queda algo de tiempo,
poner la cara al viento
y aventurarnos a soñar».
– Joan Baptista Humet, Hay que vivir
«Nunca estuvo menos ocioso que cuando estuvo ocioso» (numquam
se minus otiosum esse, quam cum otiosus). Cuando me propusieron
este artículo, me vino inmediatamente a la cabeza esta frase. Siento
decepcionar al lector: no se trata de que un servidor sea un gran
conocedor de la lengua latina; se trata, más bien, de lo contrario. Esta
frase, atribuida a Escipión el Africano (sin duda, más de uno ya la ha
situado al comienzo del libro tercero de De oficiis, de Cicerón), fue
una de las primeras a las que tuve que enfrentarme en primero de
Filosofía, en la asignatura de latín. Difícil tarea para un grupo de
alumnos que procedíamos del bachillerato de «ciencias».
Afortunadamente, nuestro comprensivo profesor, tras los primeros
días, hizo con nosotros el camino de regreso hasta el estudio de la
gramática básica. Nunca se lo agradecimos lo suficiente...
Probablemente esta experiencia, recogida por Cicerón, puede ser
suscrita por gran parte de nuestros contemporáneos. En muchos casos,
de modo positivo. Esta es la experiencia, por ejemplo, de un buen
número de los jubilados actuales (Escipión probablemente pronunció
esta frase después de retirarse de la vida pública) que, bien en el
ámbito familiar, en el de organizaciones sin ánimo de lucro, en el de la
cooperación internacional voluntaria o en el de la educación no formal
(por citar solo algunos), trabajan aún más que cuando tenían que
«fichar». Bien es verdad que esta misma experiencia puede ser
suscrita también, de modo negativo, por algunos de nuestros
contemporáneos. Me refiero a las situaciones en que se «llenan» los
tiempos libres de actividad compulsiva y hasta neurótica. En este
sentido, V. Camps y S. Giner nos recuerdan acertadamente que no
resulta fácil encontrar el modo de ocupar el tiempo de ocio en nuestra
época, puesto que «la tendencia más coherente con el tipo de sociedad
en que vivimos consiste en llenar las vacaciones y los ratos de
descanso con una actividad cuyo frenesí únicamente es comparable a
la tensión laboral y al cansancio que el trabajo produce. O bien,
alternativamente, llenarlos con la somnolente ocupación de instalarse
sin tregua ante un televisor»1.
El ocio, un tiempo y un espacio de humanización
No es objetivo de este artículo dedicar espacio a precisar el concepto
de «ocio» y su diferencia respecto del «tiempo libre». En estas
páginas, el ocio será visto como tiempo y espacio de humanización.
Humanización a la que no son ajenos el compromiso, la libertad, la
diversión, la creatividad, el cultivo de la amistad, la gratuidad, los
sueños... Como apunta E. López Franco, el ocio facilita «la
satisfacción de tres tipos de necesidades que tiene toda persona:
descanso, diversión y desarrollo personal. Son las tres funciones que
se le han atribuido al ocio; funciones fundamentales e irreductibles: la
de liberarse de la fatiga del trabajo, las obligaciones y las ocupaciones;
la de liberarse del aburrimiento-rutina que conllevan ese trabajo y esas
obligaciones y la función más personalizada de disponer de sí y para
sí; la de una libre superación de sí mismo que libera el poder creador
que toda persona lleva dentro»2. Es experiencia compartida por
muchos que hay determinadas formas de utilizar nuestro tiempo libre
que favorecen nuestro equilibrio, llenan de contenido nuestras vidas y
nos enriquecen personal, familiar y socialmente.
El ocio es tiempo, es conjunto de actividades, es un estado del
espíritu. Es tiempo de desarrollo de valores. Y es verdad que, en los
tiempos que nos ha tocado vivir, el ocio también es un negocio...
Evidentemente, no se trata de un invento de los tiempos modernos.
Los griegos ya consideraban que el ocio era necesario en la vida. Se
trataba, para ellos, de un tiempo dedicado a uno mismo, en el que se
contemplaban los verdaderos valores de la vida. Era un tiempo de
creación y contemplación, un estado de paz, un ideal de vida. Bien es
verdad que este tipo de ocio estaba reservado exclusivamente a
quienes pudieran permitírselo. Con la llegada del Imperio romano,
«aparece» el ocio de masas. Ya no se trata tan solo de un «ocio
elitista» sino más bien de un «ocio popular», donde los sujetos se
convierten en espectadores que buscan «entretenimiento» (este ocio
convive con un «ocio aristocrático» que, en cierta medida, desprecia
ese «ocio popular» que, en realidad, es organizado y controlado
«desde arriba»). Podríamos afirmar que «parece como si los elementos
que caracterizaron el ocio en la Grecia antigua –contemplación
creadora e ideal de vida cuya antítesis es el trabajo– y en la Roma de
Cicerón –ocio equivalente a descanso del cuerpo y recreación del
espíritu, necesarios para volver a dedicarse al trabajo o al servicio
público– hubieran permanecido, en alguna medida y con matices
diferentes, con el correr de los siglos»3.
Frente a estas concepciones más o menos positivas, el ocio ha sido
visto también, a lo largo de la historia, como algo peligroso y fuente
de vicios y problemas. Podríamos decir que ha estado sometido a
cierta sospecha, ya que se juzgaba que era una realidad demasiado
cercana, para algunos, a la pecaminosa pereza... A esta otra visión
pertenece el considerar que el ocio es la madre de todos los vicios.
Pero si algo deberíamos tener claro, es que «ocio» no tiene
necesariamente que significar ociosidad ni pasividad
Valgan estas líneas introductorias para señalar que, en mi opinión, el
uso adecuado del ocio y del tiempo libre constituye una ocasión
demasiado importante para el crecimiento de la persona como para
dejarla escapar. Específicamente, el ocio es y/o puede ser tiempo de
cultivo de diversas actividades que alimenten y promuevan la
solidaridad, la contemplación, el compromiso, la vida en gratuidad...
Elementos, todos ellos, centrales en la vida de los seres humanos.
En las páginas siguientes intentaré acometer dos tareas. De un lado,
señalar una serie de elementos que deberíamos tener en cuenta a la
hora de «afrontar» nuestro ocio. Considero que son elementos que nos
pueden ayudar a utilizar un tiempo que no solo es de descanso y
diversión, sino que es susceptible de ayudarnos a crecer en el ámbito
de nuestras virtudes, valores, capacidades, conocimientos, etc. En un
segundo momento, me centraré en cómo el ocio puede convertirse en
momento de relación gratuita con Dios (momento para acercarse a la
trascendencia); en tiempo para manifestar nuestra solidaridad, para
realizar tareas de voluntariado; en tiempo para la relación gratuita con
los demás... Puede que todo ello nos dé alguna pista para la búsqueda
de sentido humano, pastoral y social de los nuevos espacios y
situaciones de ocio.
Algunos elementos a considerar
para un uso diligente de nuestro ocio
«El sabio uso del ocio es un producto
de la civilización y de la educación».
– B. Russell
Como decía mas arriba, el uso adecuado del ocio y el tiempo libre
constituye una ocasión que no debemos desaprovechar para nuestro
crecimiento personal.
Podemos correr el riesgo de dividir el tiempo en dos segmentos
independientes y, en cierto modo, opuestos. De un lado, el tiempo
serio, productivo, reglado, remunerado, valorado. De otro lado, un
tiempo de «andar por casa»; un tiempo que, aunque tenga su valor
(nadie se atreve a negarlo hoy en día), verdaderamente es de segunda
categoría. Parecería, para muchos, que solo nos justifica nuestro
trabajo, lo que producimos, lo rentable... No vamos a negar a estas
alturas la importancia del trabajo, pero es preciso reivindicar espacios
amplios de gratuidad en esta vida, gratuidad expresada en solidaridad,
cultivo personal, acogida, familia, amistad, cuidado de la salud (no
confundir con «culto al cuerpo»)...
No falta quien opine que el trabajo, entendiendo por tal el trabajo
retribuido, es la única forma de autorrealización. Yo creo, más bien,
que habría que decir que solo con el trabajo no puede el ser humano
realizarse en plenitud. Necesitamos también descansar, jugar, «pensar
en las musarañas», reír, estar solos de vez en cuando, escuchar
música, leer, trabajar por la justicia, soñar con un mundo mejor... Creo
que deberíamos compadecer a quienes no saben qué hacer cuando no
están trabajando. Hay tantas cosas que merece la pena hacer, tantas
personas que merece la pena conocer...
Ahora bien, es importante no caer en el extremo contrario, reservando
la autorrealización únicamente a áreas diferentes del trabajo, del
ámbito laboral. El trabajo (o el estudio, en el caso de los más jóvenes)
no debería convertirse en el precio que tenemos que pagar para poder
realizarnos después en nuestro tiempo libre. El trabajo no puede
convertirse en un ámbito de «tregua de humanización».
Ocio y trabajo están llamados a mantener una relación simbiótica, no
parasitaria. Creo que uno y otro se necesitan mutuamente, de forma
parecida a como «contemplación» y «acción» precisan de una estrecha
relación (contemplativos en la acción y activos en la contemplación).
Al señalar esta similitud no pretendo, ni mucho menos, identificar
acción con trabajo, y contemplación con ocio. Ambos, ocio y trabajo,
precisan de la acción y de la contemplación. Se trata de dos tiempos,
ambos necesarios para nuestra realización, para nuestro proceso
(nunca del todo terminado) de humanización.
Una última aclaración antes de pasar a señalar algunos de los
elementos que pueden ayudarnos a un uso diligente de nuestro ocio.
Los que ya tenemos una cierta edad recordaremos cómo, al estudiar el
catecismo, recitábamos aquello de «contra pereza, diligencia». Si
miramos el diccionario, veremos que el significado de «diligente» es
«activo, ligero en el obrar». Así entendido, lo contrario a la pereza
seria la actividad, la prontitud en el obrar. Sin embargo, volviendo de
nuevo a mi comprensivo profesor de latín, sería bueno recordar que la
palabra «diligente» viene de un verbo latino que significa «amar»
(diligere). Así entendido, lo contrario a la pereza sería el amor o
quizás, más propiamente, el servicio amoroso. A esto me voy a referir:
se trata de cómo hacer un uso diligente de nuestro ocio, es decir, con
amor, sin olvidar que una de las características principales del amor es
la gratuidad. Así pues, «ocio» no debería hacer relación a inactividad,
sino a libertad y a gratuidad.
En primer lugar, hay que desperezar el ocio. No se trata de momentos
para no hacer nada. No es tiempo vacío, sino que se trata de un tiempo
que, lejos de ser perezoso, puede ser tiempo diligente. Es importante
no caer en la peligrosa identificación de ocio con ociosidad. Ya B.
Franklin nos alertaba de que «la ociosidad camina con tanta lentitud
que todos los vicios la alcanzan». El ocio puede ser un tiempo activo,
productivo (con un tipo de «rentabilidad» distinta, claro está) y
humanizador.
En segundo lugar, hay que desintoxicar el ocio. Desintoxicarlo del
alcohol y de otras adicciones. Hemos asociado ocio a «juerga», a
ausencia de límites, a tiempo de «desfogue» y de «desfase». Esto
constituye una amenaza muy real para nuestros jóvenes (aunque no
solo para ellos). Como señala Javier Elzo, «para un gran número de
jóvenes los únicos límites plausibles, durante el tiempo libre, son los
que provienen de su cuerpo y de su (pretendido) libre albedrío. El
cuerpo, esto es, lo que aguante su cuerpo, por un lado, y las ganas, la
apetencia o inapetencia del momento, su estado anímico (“me gusta” o
“no me gusta”), por otro, son los únicos criterios por los que el límite
puede ser pensable. Fuera de estos dos factores, todo límite es
entendido como una imposición arbitraria ordenada por el mundo de
los mayores»4.
En estrecha relación con lo anterior, es preciso desnocturnizar el ocio
(permítaseme el uso de una palabra inexistente, pero de cierta
capacidad descriptiva). Puede que sea solo una impresión personal,
pero ¿no parece que todos los viernes y sábados (y no pocas veces los
jueves) son Nochevieja? ¿No parece que las mañanas y mediodías de
sábados y domingos están vacías de jóvenes, como si una especie de
«flautista de Hamelin para universitarios y jóvenes profesionales»
hubiera recorrido nuestras calles? ¿No es posible combinar más
equilibradamente el ocio diurno y el nocturno? De no ser así, la
disponibilidad de buena parte de los jóvenes para realizar tareas
solidarias podría quedar comprometida. Y también quedaría
comprometido no poco tiempo para compartir con la familia.
En cuarto lugar, es preciso desmercantilizar el ocio. Lo cual no es
fácil, ya que se ha convertido en un negocio y una auténtica industria
sujeta a la moda y, por eso mismo, a la manipulación. El ocio corre el
riesgo de convertirse, primariamente, en un tiempo de consumo en el
que no se crea, sino que tan solo se consume lo que otros han hecho,
diseñado o copiado. Hay que recuperar el componente gratuito.
Necesitamos espacios de gratuidad, ya que lo «profesional-mercantil»
se ha apoderado de la escena, incluso de parte de nuestro ocio.
Componente gratuito, tanto en el ámbito de con quién y cómo
pasamos nuestro tiempo, como en el ámbito de los «artefactos» y
«servicios» que utilizamos para nuestro ocio.
En quinto lugar, hay que desculpabilizar el ocio. No es malo
descansar, no es pecado holgar y disfrutar... Probablemente, este
ámbito afecta en mayor medida a generaciones más veteranas. Sin
caer en la caricatura de que todo lo que es bueno y me gusta «o es
delito, o es caro, o engorda, o es pecado», sí hay un número no
pequeño de personas que han crecido en una cierta sospecha respecto
de todo lo que suene a «placer». Lo cual está relacionado con la ya
mencionada concepción de que el ocio conduce a una vida viciosa, así
como con la concepción de que solo en el trabajo nos podemos
realizar.
En el extremo opuesto, sería necesario desafiar la corriente del
«carpe diem», cuya expresión popular sería aquella de «comamos y
bebamos, que mañana moriremos» (cuando, de verdad, lo que está
demostrado es que mañana lo que tendremos será resaca e
indigestión). Se trata, en suma, de desafiar la corriente que defiende
que lo único importante es la autorrealización y el propio disfrute.
También es necesario desmitificar el descanso, dándole la importancia
que realmente tiene, ni más ni menos. Ni huir de él por miedo a la
pereza, ni entronizarlo como un nuevo ídolo de nuestro tiempo. Hay
que ponerlo en su justo lugar. Es cierto que tras la llamada «cultura
del ocio» existe el riesgo de que haya, mucha vagancia... Es evidente
que para descansar hay que trabajar. No vayamos a caer en lo que
Gandhi llamaba la «riqueza sin trabajo».
Se hace necesario desenterrar costumbres y prácticas para nuestros
tiempos de ocio, algunas de ellas consideradas tal vez anticuadas y
«pasadas de moda». Me refiero a pasar tiempo con la familia (tiempo
de calidad y tiempo en cantidad), realizar excursiones, practicar
deportes, ir juntos a celebrar la eucaristía, asistir a charlas, visitar a
familiares... ¿Existe alguna práctica con nuestra familia, con nuestro
grupo de amigos, que hace tiempo que no practicamos y que echemos
de menos? Compartir el ocio en familia y entre amigos nos permite
vivir conjuntamente experiencias enriquecedoras y aumentar la unión
entre nosotros. No podemos permitirnos el lujo de olvidar lo que
sabían muy bien nuestros mayores, y es que el ocio, además de un
claro componente personal, tiene una vertiente participativa, dialogal
y convivencial, que nos descubre el placer de compartir sueños,
proyectos y aficiones (compartir vida, en definitiva) con otros.
Y, en todo caso, hay que desbrozar caminos nuevos, hechos de
creatividad, de sueños, de generosidad, de novedad, de familia, de
comunidad, de diálogo... Es preciso no tener demasiado miedo a
experimentar novedades. Si siempre nos quedamos en situaciones y
lugares conocidos, puede que gocemos de una cierta tranquilidad (y
probablemente de una cierta rutina), pero seguro que perderemos
algunas buenas oportunidades. Es importante desarrollar nuestras
inquietudes, nuestra creatividad y nuestra imaginación como manera
de expresar también nuestra sensibilidad y nuestros sentimientos.
Podemos y debemos vincular el ocio, nuestro ocio, a la búsqueda
individual y comunitaria de horizontes nuevos, a la exploración de
diversos campos de la realidad política, social y cultural. Podemos y
debemos vincular nuestro ocio, como decía, a vencer el miedo a
enfrentarnos con situaciones nuevas y, por ello, desconocidas.
Uso diligente –es decir, amoroso– de nuestro ocio. Es evidente que
para lograr este uso será preciso tener claro que no es lo mismo
dedicar nuestro tiempo a escuchar a personas cuyo único mérito es
haberse acostado con un personaje famoso, que dedicar ese tiempo a
leer un buen libro, a pasar tiempo con un ser querido, a ayudar a
personas que lo necesiten, a presentar mi día al Señor, a formar parte
de una asociación de vecinos, etc. Que no es lo mismo dedicar nuestro
tiempo libre a meternos con los políticos (profiriendo quejas, la
mayoría de las veces ineficaces) que dedicar ese mismo tiempo a
comprometernos en iniciativas cívicas, sociales, etc. Que no es lo
mismo dedicar nuestro tiempo a ser, por activa o por pasiva, «profetas
de calamidades» que dedicarlo a ser «levadura en la masa» y
«personas de esperanza».
Finalmente, es el ocio, a mi juicio, un tiempo especialmente adecuado
para la utopía. Como me decía un compañero hace unos años, soñar
con la utopía es el único camino para alcanzar una digna topía. O,
dicho de una manera más hermosa: «cuando los hombres dejan de
soñar con catedrales, tampoco saben ya construir buhardillas
bonitas»5.
Y aventurarnos a soñar...
«Óyeme, cristiano que no ayudas al pobre: tú eres
un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le
pertenece al hambriento. [...] Si pudiendo ayudar
no ayudas, eres un verdadero ladrón».
– San Basilio Magno
Verdaderamente, los Padres de la Iglesia eran bastante más radicales y
se andaban con menos miramientos y componendas que nosotros. No
creo que muchos obispos y sacerdotes se atrevieran en nuestros días a
pronunciar estas palabras del obispo de Cesarea. La cita no esta traída
para generar mala conciencia ni para echar en cara nada a nadie
(bastante tiene el que esto escribe con aplicarse a sí mismo estas
palabras). Se trata más bien de comenzar este último apartado
preguntándonos qué hacemos con lo que somos y tenemos, qué
hacemos con nuestros tiempos, a qué los dedicamos...
Porque lo que hagamos en nuestros tiempos, también en los de ocio,
no es neutral. Lo que hagamos con nuestro ocio puede, por ejemplo,
acercarnos a los más pobres o, por el contrario, puede ensanchar el
abismo que nos separa. Dependiendo de la forma en que utilicemos
nuestro ocio, podemos luchar contra la injusticia o, por el contrario,
reforzar dicha injusticia. Lo que hagamos con nuestro ocio puede
contribuir a adormecernos y alienarnos de la realidad o puede, por el
contrario, hacernos avanzar en concienciación. Es claro que nuestro
ocio puede ser un momento para entregarnos a causas superiores a
nosotros (sin que nos dirija tan solo «nuestro propio amor querer e
interés») o, por el contrario, puede encerrarnos en nosotros mismos,
en una suerte de uso narcisista de nuestros tiempos. Ya decía Viktor E.
Frankl que «la mejor forma de conseguir la realización personal es
dedicarse a metas desinteresadas».
Es un tiempo en el que, con libertad, podemos centrarnos en lo que
consideramos importante. Así pues, ¿qué nos hace decidir lo que
hacemos con nuestros tiempos...? ¿Qué libros, qué películas, qué
productos consumimos? ¿Qué es para nosotros lo importante de la
vida? Puede que nuestro ocio esté llamado a ser tiempo para la
contemplación, para la compasión, para el compromiso, para el gozo,
para la formación6. Y puede que esté llamado a ser también momento
de encuentro gratuito, de camino hacia la interioridad, de búsqueda de
sentido de la profundidad y del misterio.
A lo largo de estas páginas ha aparecido en numerosas ocasiones la
palabra «gratuidad». Hace referencia a servir, trabajar, crear,
comprometerse sin buscar recompensa alguna, sino expresando
únicamente nuestra humanidad. Servir a personas que no nos van a
pagar, buscar al Dios del consuelo (y no el consuelo de Dios), realizar
actos que tal vez no se entiendan (o, peor aún, se malinterpreten),
pensar no solo en lo inmediato... La gratuidad es la actitud, el «temple
de ánimo», de quien no da cosas, sino que simplemente se da sin
esperar nada a cambio...
«Gratuidad» y «gracia» comparten etimología... Las experiencias de
gratuidad pueden ser experimentadas como gracia. Sobre la
experiencia de la gracia es un escrito de K. Rahner en el que se
describen con nitidez y precisión algunas de estas experiencias:
«¿Hemos intentado alguna vez amar a Dios cuando no nos empujaba
una ola de entusiasmo sentimental, cuando uno no puede confundirse
con Dios ni confundir con Dios el propio empuje vital, cuando parece
que uno va a morir de ese amor, cuando ese amor parece como la
muerte y la absoluta negación, cuando parece que se grita en el vacío
y en lo totalmente inaudito, como un salto terrible hacia lo sin fondo,
cuando todo parece convertirse en inasible y aparentemente absurdo?
¿Hemos cumplido un deber alguna vez, cuando aparentemente solo se
podía cumplir con el sentimiento abrasador de negarse y aniquilarse a
sí mismo, cuando aparentemente solo se podía cumplir haciendo una
tontería que nadie le agradece a uno? ¿Hemos sido alguna vez buenos
para con un hombre cuando no respondía ningún eco de
agradecimiento ni de comprensión, y sin que fuéramos recompensados
tampoco con el sentimiento de haber sido “desinteresados”, decentes,
etc.?»7.
¿Cómo podemos vivir nuestro ocio en gratuidad? ¿Cómo podemos
equilibrar la necesidad de un espacio personal con la pertenencia y
cuidado de la pareja, de la familia, del grupo, de la comunidad?
¿Cómo podemos compaginar –más aún, integrar en nuestro ocio–
descanso y compromiso, soledad y comunión, evasión y cultura,
«realismo» y utopía, adoración y cercanía, creatividad y
«obligaciones», contemplación y acción?
Es necesario trabajar para la construcción de espacios (o sumarnos a
espacios ya construidos) para la realización de la justicia, la
solidaridad, el encuentro con el otro. Espacios donde acoger al pobre,
al marginado, al excluido. Es insustituible visitar periódicamente las
periferias (sociales, económicas, y afectivas). Necesitamos lugares de
reconciliación y de ágape (familia, iglesia, instituciones
intermedias...). Se hace indispensable cuidar el sentido comunitario, el
asociacionismo, la amistad, el altruismo. Y, de una manera especial y
urgente, necesitamos cuidar de nuestra vida interior.
Creo que hay cinco tareas (que también son actitudes) que pueden
ayudarnos en el futuro (como sin duda ya lo hacen) a crear esos
espacios de gratuidad (y a descubrir los ya existentes) para con
nosotros, con los demás, con Dios... Se trata de celebrar, ayudar,
regalar, reconocer y contemplar.
Celebrar, es decir, hacer fiesta: esa capacidad de hacer el tiempo
sagrado, de hacer los días especiales. Celebrar es también reunirse,
comunicarse. Es conmemorar y recordar, es decir, volver a pasar por
la memoria y, sobre todo, por el corazón. Celebrar es también liturgia.
Es compartir tiempo sin mirar demasiado el reloj. Es tiempo de unión
y de pertenencia.
Ayudar, que es cooperar, que es auxiliar y socorrer, pero es también
trabajar, hacer un esfuerzo y poner los medios para lograr algo.
Ayudar, que es ponerse al lado del otro para caminar con él.
Regalar, que es dar sin recibir nada a cambio, que es también tratar y
tratarse bien. Regalar, que es caricia que expresa afecto. Y es también
recrear, divertir, alegrar a los demás.
Reconocer, que es contemplar, advertir y considerar. Que es distinguir
a los otros. Que es examinar con cuidado, ser consciente. Y que es
también agradecer. Sabemos que la fuerza que más moviliza al ser
humano es el agradecimiento; y sabemos también que la fuerza que
más le inmoviliza es el miedo.
Finalmente, contemplar, que es prestar atención, que es complacer por
afecto y por respeto; y es también maravillarse. Contemplar, que es
ocuparse con intensidad de Dios y «sus cosas». Contemplación que
nos conduce a la celebración, a la ayuda, al regalo y al reconocimiento
(agradecimiento). Contemplar es querer recuperar la oración en
nuestra vida. Ese tiempo de plegaria que a lo largo de historia, a lo
largo de nuestra vida, ha sostenido, ha acompañado, ha estado
presente para enviarnos a la actividad, al compromiso8. Oración, que
es ese tiempo que anima, inspira y nos ayuda a «resistir», no con
voluntarismo, sino con voluntad, es decir, con libertad.
La espiritualidad ignaciana constituye una tradición que trabaja y
sueña con «buscar y hallar a Dios en todas las cosas». El ocio es
también lugar de búsqueda y hallazgo de Dios. Como el Padre Arrupe
nos enseñó, «Cristo nos interpela desde toda la creación, desde todos
los seres humanos; en ellos nos ama y en ellos desea ser amado y
servido». Es necesario hacer del ocio también un lugar de servicio y
de amor, de búsqueda, de discernimiento y de elección. Nuestros
tiempos, nuestra vida, están llamados a ser lugar de entrega.
Pido prestadas las palabras de un gran poeta para terminar. Como casi
siempre, ellos son capaces de expresar la verdad en toda su riqueza:
«Porque sé que nací para salvarme
y tengo que morir -es infalible-,
porque dejar de verte y condenarme
solo con otro Dios será posible,
por eso río, duermo, quiero holgarme,
Señor, y tengo amor a lo visible.
Y solo me pregunto en qué me encanto
cuando huyo de la vida por ser santo».
– José Luis Blanco Vega, SJ
*
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
Provincial de Rumanía. Cluj – Napoca. <[email protected]>.
V. CAMPS – S. GINER, Manual de civismo, Ariel, Barcelona 20086, 93.
E. LÓPEZ FRANCO, «El ocio. Perspectiva pedagógica»: Revista Complutense de
Educación 4 (1993), 77.
Ibid., 70-71.
J. ELZO, El adolescente en la sociedad actual: una visión sociológica, San
Sebastián,
26
de
octubre
de
2.000,
5,
en
línea:
<http://www.radix.uia.mx/archivos/pbamqm.%20J%20Elzo.pdf> (Consulta el 26
de enero de 2011).
E. MOUNIER, El personalismo, EUDEBA, Buenos Aires 1962, 38.
Parece que la mayoría de las personas saben trabajar, pero no tantas saben
disponer del ocio. Se nos enseña a trabajar, pero no se nos enseña a disponer de
nuestro tiempo de ocio. Se precisa formación, lo que también significa dejarnos
guiar por la experiencia de otros. Necesitamos, como sociedad, transmitir
motivación y promover educación en el empleo adecuado del ocio y el tiempo
libre.
K. RAHNER, Escritos de Teología III, Cristiandad, Madrid 20024, 98.
J.A. GARCÍA, «Hombres y Mujeres de dos tiempos. Puntos sensibles del
acompañamiento espiritual»: Sal Terrae 85 (1997), 623-640.
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