Sal Terrae 99 (2011) 289-302 Y si aún nos queda algo de tiempo... Buscando espacios de gratuidad Pablo Guerrero Rodríguez, sj* Resumen En estas páginas, el ocio será visto como tiempo y espacio de humanización. Humanización de la que no son ajenos el compromiso, la libertad, la diversión, la creatividad, el cultivo de la amistad, la gratuidad, los sueños... El uso adecuado del ocio y del tiempo libre constituye una ocasión demasiado importante para el crecimiento de la persona como para dejarla escapar. Específicamente, el ocio es y/o puede ser, tiempo de cultivo de diversas actividades que alimenten y promuevan la solidaridad, la contemplación, el compromiso, la vida en gratuidad... Elementos, todos ellos, centrales en la vida de los seres humanos. Abstract In this text, leisure is viewed as a time and space for humanisation. Humanisation involves commitment, freedom, fun, creativity, cultivating friendships, charity, dreams, etc. Using our free and leisure time appropriately is an opportunity that is too important to personal growth to let it slip away. Specifically, leisure is and/or could be a time to develop different activities that nurture and promote solidarity, contemplation, commitment and a life in charity, to name a few: all of which are essential features in a human being's life. «Habrá que demoler barreras, crear nuevas maneras y alzar otra verdad. Desempolvar viejas creencias que hablaban en esencia sobre la simplicidad. Darles a nuestros hijos, el credo y el hechizo del alba y el rescoldo en el hogar. Y si aún nos queda algo de tiempo, poner la cara al viento y aventurarnos a soñar». – Joan Baptista Humet, Hay que vivir «Nunca estuvo menos ocioso que cuando estuvo ocioso» (numquam se minus otiosum esse, quam cum otiosus). Cuando me propusieron este artículo, me vino inmediatamente a la cabeza esta frase. Siento decepcionar al lector: no se trata de que un servidor sea un gran conocedor de la lengua latina; se trata, más bien, de lo contrario. Esta frase, atribuida a Escipión el Africano (sin duda, más de uno ya la ha situado al comienzo del libro tercero de De oficiis, de Cicerón), fue una de las primeras a las que tuve que enfrentarme en primero de Filosofía, en la asignatura de latín. Difícil tarea para un grupo de alumnos que procedíamos del bachillerato de «ciencias». Afortunadamente, nuestro comprensivo profesor, tras los primeros días, hizo con nosotros el camino de regreso hasta el estudio de la gramática básica. Nunca se lo agradecimos lo suficiente... Probablemente esta experiencia, recogida por Cicerón, puede ser suscrita por gran parte de nuestros contemporáneos. En muchos casos, de modo positivo. Esta es la experiencia, por ejemplo, de un buen número de los jubilados actuales (Escipión probablemente pronunció esta frase después de retirarse de la vida pública) que, bien en el ámbito familiar, en el de organizaciones sin ánimo de lucro, en el de la cooperación internacional voluntaria o en el de la educación no formal (por citar solo algunos), trabajan aún más que cuando tenían que «fichar». Bien es verdad que esta misma experiencia puede ser suscrita también, de modo negativo, por algunos de nuestros contemporáneos. Me refiero a las situaciones en que se «llenan» los tiempos libres de actividad compulsiva y hasta neurótica. En este sentido, V. Camps y S. Giner nos recuerdan acertadamente que no resulta fácil encontrar el modo de ocupar el tiempo de ocio en nuestra época, puesto que «la tendencia más coherente con el tipo de sociedad en que vivimos consiste en llenar las vacaciones y los ratos de descanso con una actividad cuyo frenesí únicamente es comparable a la tensión laboral y al cansancio que el trabajo produce. O bien, alternativamente, llenarlos con la somnolente ocupación de instalarse sin tregua ante un televisor»1. El ocio, un tiempo y un espacio de humanización No es objetivo de este artículo dedicar espacio a precisar el concepto de «ocio» y su diferencia respecto del «tiempo libre». En estas páginas, el ocio será visto como tiempo y espacio de humanización. Humanización a la que no son ajenos el compromiso, la libertad, la diversión, la creatividad, el cultivo de la amistad, la gratuidad, los sueños... Como apunta E. López Franco, el ocio facilita «la satisfacción de tres tipos de necesidades que tiene toda persona: descanso, diversión y desarrollo personal. Son las tres funciones que se le han atribuido al ocio; funciones fundamentales e irreductibles: la de liberarse de la fatiga del trabajo, las obligaciones y las ocupaciones; la de liberarse del aburrimiento-rutina que conllevan ese trabajo y esas obligaciones y la función más personalizada de disponer de sí y para sí; la de una libre superación de sí mismo que libera el poder creador que toda persona lleva dentro»2. Es experiencia compartida por muchos que hay determinadas formas de utilizar nuestro tiempo libre que favorecen nuestro equilibrio, llenan de contenido nuestras vidas y nos enriquecen personal, familiar y socialmente. El ocio es tiempo, es conjunto de actividades, es un estado del espíritu. Es tiempo de desarrollo de valores. Y es verdad que, en los tiempos que nos ha tocado vivir, el ocio también es un negocio... Evidentemente, no se trata de un invento de los tiempos modernos. Los griegos ya consideraban que el ocio era necesario en la vida. Se trataba, para ellos, de un tiempo dedicado a uno mismo, en el que se contemplaban los verdaderos valores de la vida. Era un tiempo de creación y contemplación, un estado de paz, un ideal de vida. Bien es verdad que este tipo de ocio estaba reservado exclusivamente a quienes pudieran permitírselo. Con la llegada del Imperio romano, «aparece» el ocio de masas. Ya no se trata tan solo de un «ocio elitista» sino más bien de un «ocio popular», donde los sujetos se convierten en espectadores que buscan «entretenimiento» (este ocio convive con un «ocio aristocrático» que, en cierta medida, desprecia ese «ocio popular» que, en realidad, es organizado y controlado «desde arriba»). Podríamos afirmar que «parece como si los elementos que caracterizaron el ocio en la Grecia antigua –contemplación creadora e ideal de vida cuya antítesis es el trabajo– y en la Roma de Cicerón –ocio equivalente a descanso del cuerpo y recreación del espíritu, necesarios para volver a dedicarse al trabajo o al servicio público– hubieran permanecido, en alguna medida y con matices diferentes, con el correr de los siglos»3. Frente a estas concepciones más o menos positivas, el ocio ha sido visto también, a lo largo de la historia, como algo peligroso y fuente de vicios y problemas. Podríamos decir que ha estado sometido a cierta sospecha, ya que se juzgaba que era una realidad demasiado cercana, para algunos, a la pecaminosa pereza... A esta otra visión pertenece el considerar que el ocio es la madre de todos los vicios. Pero si algo deberíamos tener claro, es que «ocio» no tiene necesariamente que significar ociosidad ni pasividad Valgan estas líneas introductorias para señalar que, en mi opinión, el uso adecuado del ocio y del tiempo libre constituye una ocasión demasiado importante para el crecimiento de la persona como para dejarla escapar. Específicamente, el ocio es y/o puede ser tiempo de cultivo de diversas actividades que alimenten y promuevan la solidaridad, la contemplación, el compromiso, la vida en gratuidad... Elementos, todos ellos, centrales en la vida de los seres humanos. En las páginas siguientes intentaré acometer dos tareas. De un lado, señalar una serie de elementos que deberíamos tener en cuenta a la hora de «afrontar» nuestro ocio. Considero que son elementos que nos pueden ayudar a utilizar un tiempo que no solo es de descanso y diversión, sino que es susceptible de ayudarnos a crecer en el ámbito de nuestras virtudes, valores, capacidades, conocimientos, etc. En un segundo momento, me centraré en cómo el ocio puede convertirse en momento de relación gratuita con Dios (momento para acercarse a la trascendencia); en tiempo para manifestar nuestra solidaridad, para realizar tareas de voluntariado; en tiempo para la relación gratuita con los demás... Puede que todo ello nos dé alguna pista para la búsqueda de sentido humano, pastoral y social de los nuevos espacios y situaciones de ocio. Algunos elementos a considerar para un uso diligente de nuestro ocio «El sabio uso del ocio es un producto de la civilización y de la educación». – B. Russell Como decía mas arriba, el uso adecuado del ocio y el tiempo libre constituye una ocasión que no debemos desaprovechar para nuestro crecimiento personal. Podemos correr el riesgo de dividir el tiempo en dos segmentos independientes y, en cierto modo, opuestos. De un lado, el tiempo serio, productivo, reglado, remunerado, valorado. De otro lado, un tiempo de «andar por casa»; un tiempo que, aunque tenga su valor (nadie se atreve a negarlo hoy en día), verdaderamente es de segunda categoría. Parecería, para muchos, que solo nos justifica nuestro trabajo, lo que producimos, lo rentable... No vamos a negar a estas alturas la importancia del trabajo, pero es preciso reivindicar espacios amplios de gratuidad en esta vida, gratuidad expresada en solidaridad, cultivo personal, acogida, familia, amistad, cuidado de la salud (no confundir con «culto al cuerpo»)... No falta quien opine que el trabajo, entendiendo por tal el trabajo retribuido, es la única forma de autorrealización. Yo creo, más bien, que habría que decir que solo con el trabajo no puede el ser humano realizarse en plenitud. Necesitamos también descansar, jugar, «pensar en las musarañas», reír, estar solos de vez en cuando, escuchar música, leer, trabajar por la justicia, soñar con un mundo mejor... Creo que deberíamos compadecer a quienes no saben qué hacer cuando no están trabajando. Hay tantas cosas que merece la pena hacer, tantas personas que merece la pena conocer... Ahora bien, es importante no caer en el extremo contrario, reservando la autorrealización únicamente a áreas diferentes del trabajo, del ámbito laboral. El trabajo (o el estudio, en el caso de los más jóvenes) no debería convertirse en el precio que tenemos que pagar para poder realizarnos después en nuestro tiempo libre. El trabajo no puede convertirse en un ámbito de «tregua de humanización». Ocio y trabajo están llamados a mantener una relación simbiótica, no parasitaria. Creo que uno y otro se necesitan mutuamente, de forma parecida a como «contemplación» y «acción» precisan de una estrecha relación (contemplativos en la acción y activos en la contemplación). Al señalar esta similitud no pretendo, ni mucho menos, identificar acción con trabajo, y contemplación con ocio. Ambos, ocio y trabajo, precisan de la acción y de la contemplación. Se trata de dos tiempos, ambos necesarios para nuestra realización, para nuestro proceso (nunca del todo terminado) de humanización. Una última aclaración antes de pasar a señalar algunos de los elementos que pueden ayudarnos a un uso diligente de nuestro ocio. Los que ya tenemos una cierta edad recordaremos cómo, al estudiar el catecismo, recitábamos aquello de «contra pereza, diligencia». Si miramos el diccionario, veremos que el significado de «diligente» es «activo, ligero en el obrar». Así entendido, lo contrario a la pereza seria la actividad, la prontitud en el obrar. Sin embargo, volviendo de nuevo a mi comprensivo profesor de latín, sería bueno recordar que la palabra «diligente» viene de un verbo latino que significa «amar» (diligere). Así entendido, lo contrario a la pereza sería el amor o quizás, más propiamente, el servicio amoroso. A esto me voy a referir: se trata de cómo hacer un uso diligente de nuestro ocio, es decir, con amor, sin olvidar que una de las características principales del amor es la gratuidad. Así pues, «ocio» no debería hacer relación a inactividad, sino a libertad y a gratuidad. En primer lugar, hay que desperezar el ocio. No se trata de momentos para no hacer nada. No es tiempo vacío, sino que se trata de un tiempo que, lejos de ser perezoso, puede ser tiempo diligente. Es importante no caer en la peligrosa identificación de ocio con ociosidad. Ya B. Franklin nos alertaba de que «la ociosidad camina con tanta lentitud que todos los vicios la alcanzan». El ocio puede ser un tiempo activo, productivo (con un tipo de «rentabilidad» distinta, claro está) y humanizador. En segundo lugar, hay que desintoxicar el ocio. Desintoxicarlo del alcohol y de otras adicciones. Hemos asociado ocio a «juerga», a ausencia de límites, a tiempo de «desfogue» y de «desfase». Esto constituye una amenaza muy real para nuestros jóvenes (aunque no solo para ellos). Como señala Javier Elzo, «para un gran número de jóvenes los únicos límites plausibles, durante el tiempo libre, son los que provienen de su cuerpo y de su (pretendido) libre albedrío. El cuerpo, esto es, lo que aguante su cuerpo, por un lado, y las ganas, la apetencia o inapetencia del momento, su estado anímico (“me gusta” o “no me gusta”), por otro, son los únicos criterios por los que el límite puede ser pensable. Fuera de estos dos factores, todo límite es entendido como una imposición arbitraria ordenada por el mundo de los mayores»4. En estrecha relación con lo anterior, es preciso desnocturnizar el ocio (permítaseme el uso de una palabra inexistente, pero de cierta capacidad descriptiva). Puede que sea solo una impresión personal, pero ¿no parece que todos los viernes y sábados (y no pocas veces los jueves) son Nochevieja? ¿No parece que las mañanas y mediodías de sábados y domingos están vacías de jóvenes, como si una especie de «flautista de Hamelin para universitarios y jóvenes profesionales» hubiera recorrido nuestras calles? ¿No es posible combinar más equilibradamente el ocio diurno y el nocturno? De no ser así, la disponibilidad de buena parte de los jóvenes para realizar tareas solidarias podría quedar comprometida. Y también quedaría comprometido no poco tiempo para compartir con la familia. En cuarto lugar, es preciso desmercantilizar el ocio. Lo cual no es fácil, ya que se ha convertido en un negocio y una auténtica industria sujeta a la moda y, por eso mismo, a la manipulación. El ocio corre el riesgo de convertirse, primariamente, en un tiempo de consumo en el que no se crea, sino que tan solo se consume lo que otros han hecho, diseñado o copiado. Hay que recuperar el componente gratuito. Necesitamos espacios de gratuidad, ya que lo «profesional-mercantil» se ha apoderado de la escena, incluso de parte de nuestro ocio. Componente gratuito, tanto en el ámbito de con quién y cómo pasamos nuestro tiempo, como en el ámbito de los «artefactos» y «servicios» que utilizamos para nuestro ocio. En quinto lugar, hay que desculpabilizar el ocio. No es malo descansar, no es pecado holgar y disfrutar... Probablemente, este ámbito afecta en mayor medida a generaciones más veteranas. Sin caer en la caricatura de que todo lo que es bueno y me gusta «o es delito, o es caro, o engorda, o es pecado», sí hay un número no pequeño de personas que han crecido en una cierta sospecha respecto de todo lo que suene a «placer». Lo cual está relacionado con la ya mencionada concepción de que el ocio conduce a una vida viciosa, así como con la concepción de que solo en el trabajo nos podemos realizar. En el extremo opuesto, sería necesario desafiar la corriente del «carpe diem», cuya expresión popular sería aquella de «comamos y bebamos, que mañana moriremos» (cuando, de verdad, lo que está demostrado es que mañana lo que tendremos será resaca e indigestión). Se trata, en suma, de desafiar la corriente que defiende que lo único importante es la autorrealización y el propio disfrute. También es necesario desmitificar el descanso, dándole la importancia que realmente tiene, ni más ni menos. Ni huir de él por miedo a la pereza, ni entronizarlo como un nuevo ídolo de nuestro tiempo. Hay que ponerlo en su justo lugar. Es cierto que tras la llamada «cultura del ocio» existe el riesgo de que haya, mucha vagancia... Es evidente que para descansar hay que trabajar. No vayamos a caer en lo que Gandhi llamaba la «riqueza sin trabajo». Se hace necesario desenterrar costumbres y prácticas para nuestros tiempos de ocio, algunas de ellas consideradas tal vez anticuadas y «pasadas de moda». Me refiero a pasar tiempo con la familia (tiempo de calidad y tiempo en cantidad), realizar excursiones, practicar deportes, ir juntos a celebrar la eucaristía, asistir a charlas, visitar a familiares... ¿Existe alguna práctica con nuestra familia, con nuestro grupo de amigos, que hace tiempo que no practicamos y que echemos de menos? Compartir el ocio en familia y entre amigos nos permite vivir conjuntamente experiencias enriquecedoras y aumentar la unión entre nosotros. No podemos permitirnos el lujo de olvidar lo que sabían muy bien nuestros mayores, y es que el ocio, además de un claro componente personal, tiene una vertiente participativa, dialogal y convivencial, que nos descubre el placer de compartir sueños, proyectos y aficiones (compartir vida, en definitiva) con otros. Y, en todo caso, hay que desbrozar caminos nuevos, hechos de creatividad, de sueños, de generosidad, de novedad, de familia, de comunidad, de diálogo... Es preciso no tener demasiado miedo a experimentar novedades. Si siempre nos quedamos en situaciones y lugares conocidos, puede que gocemos de una cierta tranquilidad (y probablemente de una cierta rutina), pero seguro que perderemos algunas buenas oportunidades. Es importante desarrollar nuestras inquietudes, nuestra creatividad y nuestra imaginación como manera de expresar también nuestra sensibilidad y nuestros sentimientos. Podemos y debemos vincular el ocio, nuestro ocio, a la búsqueda individual y comunitaria de horizontes nuevos, a la exploración de diversos campos de la realidad política, social y cultural. Podemos y debemos vincular nuestro ocio, como decía, a vencer el miedo a enfrentarnos con situaciones nuevas y, por ello, desconocidas. Uso diligente –es decir, amoroso– de nuestro ocio. Es evidente que para lograr este uso será preciso tener claro que no es lo mismo dedicar nuestro tiempo a escuchar a personas cuyo único mérito es haberse acostado con un personaje famoso, que dedicar ese tiempo a leer un buen libro, a pasar tiempo con un ser querido, a ayudar a personas que lo necesiten, a presentar mi día al Señor, a formar parte de una asociación de vecinos, etc. Que no es lo mismo dedicar nuestro tiempo libre a meternos con los políticos (profiriendo quejas, la mayoría de las veces ineficaces) que dedicar ese mismo tiempo a comprometernos en iniciativas cívicas, sociales, etc. Que no es lo mismo dedicar nuestro tiempo a ser, por activa o por pasiva, «profetas de calamidades» que dedicarlo a ser «levadura en la masa» y «personas de esperanza». Finalmente, es el ocio, a mi juicio, un tiempo especialmente adecuado para la utopía. Como me decía un compañero hace unos años, soñar con la utopía es el único camino para alcanzar una digna topía. O, dicho de una manera más hermosa: «cuando los hombres dejan de soñar con catedrales, tampoco saben ya construir buhardillas bonitas»5. Y aventurarnos a soñar... «Óyeme, cristiano que no ayudas al pobre: tú eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al hambriento. [...] Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón». – San Basilio Magno Verdaderamente, los Padres de la Iglesia eran bastante más radicales y se andaban con menos miramientos y componendas que nosotros. No creo que muchos obispos y sacerdotes se atrevieran en nuestros días a pronunciar estas palabras del obispo de Cesarea. La cita no esta traída para generar mala conciencia ni para echar en cara nada a nadie (bastante tiene el que esto escribe con aplicarse a sí mismo estas palabras). Se trata más bien de comenzar este último apartado preguntándonos qué hacemos con lo que somos y tenemos, qué hacemos con nuestros tiempos, a qué los dedicamos... Porque lo que hagamos en nuestros tiempos, también en los de ocio, no es neutral. Lo que hagamos con nuestro ocio puede, por ejemplo, acercarnos a los más pobres o, por el contrario, puede ensanchar el abismo que nos separa. Dependiendo de la forma en que utilicemos nuestro ocio, podemos luchar contra la injusticia o, por el contrario, reforzar dicha injusticia. Lo que hagamos con nuestro ocio puede contribuir a adormecernos y alienarnos de la realidad o puede, por el contrario, hacernos avanzar en concienciación. Es claro que nuestro ocio puede ser un momento para entregarnos a causas superiores a nosotros (sin que nos dirija tan solo «nuestro propio amor querer e interés») o, por el contrario, puede encerrarnos en nosotros mismos, en una suerte de uso narcisista de nuestros tiempos. Ya decía Viktor E. Frankl que «la mejor forma de conseguir la realización personal es dedicarse a metas desinteresadas». Es un tiempo en el que, con libertad, podemos centrarnos en lo que consideramos importante. Así pues, ¿qué nos hace decidir lo que hacemos con nuestros tiempos...? ¿Qué libros, qué películas, qué productos consumimos? ¿Qué es para nosotros lo importante de la vida? Puede que nuestro ocio esté llamado a ser tiempo para la contemplación, para la compasión, para el compromiso, para el gozo, para la formación6. Y puede que esté llamado a ser también momento de encuentro gratuito, de camino hacia la interioridad, de búsqueda de sentido de la profundidad y del misterio. A lo largo de estas páginas ha aparecido en numerosas ocasiones la palabra «gratuidad». Hace referencia a servir, trabajar, crear, comprometerse sin buscar recompensa alguna, sino expresando únicamente nuestra humanidad. Servir a personas que no nos van a pagar, buscar al Dios del consuelo (y no el consuelo de Dios), realizar actos que tal vez no se entiendan (o, peor aún, se malinterpreten), pensar no solo en lo inmediato... La gratuidad es la actitud, el «temple de ánimo», de quien no da cosas, sino que simplemente se da sin esperar nada a cambio... «Gratuidad» y «gracia» comparten etimología... Las experiencias de gratuidad pueden ser experimentadas como gracia. Sobre la experiencia de la gracia es un escrito de K. Rahner en el que se describen con nitidez y precisión algunas de estas experiencias: «¿Hemos intentado alguna vez amar a Dios cuando no nos empujaba una ola de entusiasmo sentimental, cuando uno no puede confundirse con Dios ni confundir con Dios el propio empuje vital, cuando parece que uno va a morir de ese amor, cuando ese amor parece como la muerte y la absoluta negación, cuando parece que se grita en el vacío y en lo totalmente inaudito, como un salto terrible hacia lo sin fondo, cuando todo parece convertirse en inasible y aparentemente absurdo? ¿Hemos cumplido un deber alguna vez, cuando aparentemente solo se podía cumplir con el sentimiento abrasador de negarse y aniquilarse a sí mismo, cuando aparentemente solo se podía cumplir haciendo una tontería que nadie le agradece a uno? ¿Hemos sido alguna vez buenos para con un hombre cuando no respondía ningún eco de agradecimiento ni de comprensión, y sin que fuéramos recompensados tampoco con el sentimiento de haber sido “desinteresados”, decentes, etc.?»7. ¿Cómo podemos vivir nuestro ocio en gratuidad? ¿Cómo podemos equilibrar la necesidad de un espacio personal con la pertenencia y cuidado de la pareja, de la familia, del grupo, de la comunidad? ¿Cómo podemos compaginar –más aún, integrar en nuestro ocio– descanso y compromiso, soledad y comunión, evasión y cultura, «realismo» y utopía, adoración y cercanía, creatividad y «obligaciones», contemplación y acción? Es necesario trabajar para la construcción de espacios (o sumarnos a espacios ya construidos) para la realización de la justicia, la solidaridad, el encuentro con el otro. Espacios donde acoger al pobre, al marginado, al excluido. Es insustituible visitar periódicamente las periferias (sociales, económicas, y afectivas). Necesitamos lugares de reconciliación y de ágape (familia, iglesia, instituciones intermedias...). Se hace indispensable cuidar el sentido comunitario, el asociacionismo, la amistad, el altruismo. Y, de una manera especial y urgente, necesitamos cuidar de nuestra vida interior. Creo que hay cinco tareas (que también son actitudes) que pueden ayudarnos en el futuro (como sin duda ya lo hacen) a crear esos espacios de gratuidad (y a descubrir los ya existentes) para con nosotros, con los demás, con Dios... Se trata de celebrar, ayudar, regalar, reconocer y contemplar. Celebrar, es decir, hacer fiesta: esa capacidad de hacer el tiempo sagrado, de hacer los días especiales. Celebrar es también reunirse, comunicarse. Es conmemorar y recordar, es decir, volver a pasar por la memoria y, sobre todo, por el corazón. Celebrar es también liturgia. Es compartir tiempo sin mirar demasiado el reloj. Es tiempo de unión y de pertenencia. Ayudar, que es cooperar, que es auxiliar y socorrer, pero es también trabajar, hacer un esfuerzo y poner los medios para lograr algo. Ayudar, que es ponerse al lado del otro para caminar con él. Regalar, que es dar sin recibir nada a cambio, que es también tratar y tratarse bien. Regalar, que es caricia que expresa afecto. Y es también recrear, divertir, alegrar a los demás. Reconocer, que es contemplar, advertir y considerar. Que es distinguir a los otros. Que es examinar con cuidado, ser consciente. Y que es también agradecer. Sabemos que la fuerza que más moviliza al ser humano es el agradecimiento; y sabemos también que la fuerza que más le inmoviliza es el miedo. Finalmente, contemplar, que es prestar atención, que es complacer por afecto y por respeto; y es también maravillarse. Contemplar, que es ocuparse con intensidad de Dios y «sus cosas». Contemplación que nos conduce a la celebración, a la ayuda, al regalo y al reconocimiento (agradecimiento). Contemplar es querer recuperar la oración en nuestra vida. Ese tiempo de plegaria que a lo largo de historia, a lo largo de nuestra vida, ha sostenido, ha acompañado, ha estado presente para enviarnos a la actividad, al compromiso8. Oración, que es ese tiempo que anima, inspira y nos ayuda a «resistir», no con voluntarismo, sino con voluntad, es decir, con libertad. La espiritualidad ignaciana constituye una tradición que trabaja y sueña con «buscar y hallar a Dios en todas las cosas». El ocio es también lugar de búsqueda y hallazgo de Dios. Como el Padre Arrupe nos enseñó, «Cristo nos interpela desde toda la creación, desde todos los seres humanos; en ellos nos ama y en ellos desea ser amado y servido». Es necesario hacer del ocio también un lugar de servicio y de amor, de búsqueda, de discernimiento y de elección. Nuestros tiempos, nuestra vida, están llamados a ser lugar de entrega. Pido prestadas las palabras de un gran poeta para terminar. Como casi siempre, ellos son capaces de expresar la verdad en toda su riqueza: «Porque sé que nací para salvarme y tengo que morir -es infalible-, porque dejar de verte y condenarme solo con otro Dios será posible, por eso río, duermo, quiero holgarme, Señor, y tengo amor a lo visible. Y solo me pregunto en qué me encanto cuando huyo de la vida por ser santo». – José Luis Blanco Vega, SJ * 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. Provincial de Rumanía. Cluj – Napoca. <[email protected]>. V. CAMPS – S. GINER, Manual de civismo, Ariel, Barcelona 20086, 93. E. LÓPEZ FRANCO, «El ocio. Perspectiva pedagógica»: Revista Complutense de Educación 4 (1993), 77. Ibid., 70-71. J. ELZO, El adolescente en la sociedad actual: una visión sociológica, San Sebastián, 26 de octubre de 2.000, 5, en línea: <http://www.radix.uia.mx/archivos/pbamqm.%20J%20Elzo.pdf> (Consulta el 26 de enero de 2011). E. MOUNIER, El personalismo, EUDEBA, Buenos Aires 1962, 38. Parece que la mayoría de las personas saben trabajar, pero no tantas saben disponer del ocio. Se nos enseña a trabajar, pero no se nos enseña a disponer de nuestro tiempo de ocio. Se precisa formación, lo que también significa dejarnos guiar por la experiencia de otros. Necesitamos, como sociedad, transmitir motivación y promover educación en el empleo adecuado del ocio y el tiempo libre. K. RAHNER, Escritos de Teología III, Cristiandad, Madrid 20024, 98. J.A. GARCÍA, «Hombres y Mujeres de dos tiempos. Puntos sensibles del acompañamiento espiritual»: Sal Terrae 85 (1997), 623-640.