Cuando hablamos de modernidad hablamos de uan época

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ENTRE EL OPTIMISMO Y EL GUERNICA:
Apuntes personales sobre el conocimiento en el siglo XXI
Materia: Historia de la filosofía moderna
Profesor: Sebastián Botticelli
Alumna: Julia Pérez Ithuralde
I.S.P. “Joaquín V. Gonzalez”
Año: 2009
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Cuando hablamos de modernidad hablamos de una época atravesada por un gran
optimismo. El hombre se posiciona por delante de Dios, consagrándose como sujeto de
conocimiento, como sujeto activo y cognoscente, como centro de un universo que
responde a él. Este universo, regido por leyes matemáticas, con astros reconocibles y
cuantificables, con una física que el hombre “ha descubierto” apartando el velo
medieval y parándose frente a un terreno luminoso, claro y con fe en la humanidad. 1
Un ejemplo de este optimismo es Leibniz. Este autor del siglo XVII/XVIII
(Recordemos que la Monadología se publica en 1720, y es la obra que, de alguna forma,
condensa su pensamiento) refleja en sus escritos la fe del hombre moderno en el mundo,
la creencia en la ciencia, en la constante evolución hacia algo mejor, en la construcción
de una sociedad justa, sin desigualdad y con leyes que gobiernan a los hombres, y que
también rigen sobre la naturaleza. El hombre es, por debajo de Dios, la mejor de las
mónadas creadas, dotada con el mejor de los dones: la razón, el entendimiento. La
razón, herramienta que le permite al hombre descifrar, entender y comprender este
mundo otorgado por Dios. Y Dios, la mónada increada, único en su “especie”, punta de
la pirámide, todo lo ve y todo lo sabe. Y allí se regocija en que la “mejor” de sus
creaciones con su instrumento predilecto, entienda el mundo que con tanto amor y
bondad ha creado: ese mundo ordenado y matemático, ese “segundo edén” que Dios nos
ha proporcionado para que podamos vivir y en él desarrollemos nuestra finita sabiduría,
tratando de emular la de él: infinita e ilimitada.
Siendo Dios la mónada increada, bondadosa y perfecta en su esencia, y ocupando el
hombre un lugar privilegiado dentro del orden de las mónadas creadas; podemos
suponer que Dios, en su infinita sabiduría, debe darle al hombre un mundo adecuado
para él, en el cual pueda desarrollar al máximo sus capacidades: el mejor de los mundos
posibles. Esto quiere decir, simplemente, que vivimos en el mejor de los mundos
posibles, de entre todos los mundos posibles de ser pensados, en el que vivimos es el
mejor (no es perfecto, pero es lo mejor que pudimos tener). El argumento del mejor de
los mundos posibles se apoya, a mi entender, sobre tres ejes: por un lado en la idea de la
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-Cuando hablo de optimismo hablo de una creencia ciega en las capacidades del hombre para conocer el
mundo que lo rodea. Es cierto que los tildo de optimistas desde una visión actual, donde un pensamiento
de estas características podría ser nombrado así.; pero creo que podemos hacer una concesión y llamarlos
de este modo. Quiero que quede claro que el término “optimismo” en ningún momento se torna
despectivo, sino que enmarca una determinada forma de ver al mundo y al hombre, en especial en lo que
se refiere a su capacidad de conocer.
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coexistencia de mundos posibles que pueden ser pensados por nuestro creador; y por el
otro en que Dios, que todo lo conoce, y por lo tanto sabe presente, pasado y futuro de
todas sus creaciones (aunque claro que el tiempo es algo que no rige para Dios), es
capaz gracias a su infinita sabiduría, de poder verlos y elegir entre ellos el que crea
mejor. Y para el tercer eje me gustaría primero, ver unos pasajes de Leibniz:
“Y esta razón no puede hallarse sino en la conveniencia o en los grados de perfección
que contengan esos mundos, puesto que cada posible tiene derecho a pretender la
existencia en proporción de la perfección que encierre.” (Monadología, prop. 54)
“Y ésta es la causa de que exista lo mejor; la sabiduría de Dios lo conoce, su bondad lo
elige y su poder lo produce.”(Monadología, pro. 55)
Hay muchos mundos posibles, con posibilidades de existir, aunque su existencia
depende enteramente de su grado de perfección (Y creo que este es el tercer eje, o mejor
dicho, supuesto que corre por debajo, a más perfección mayor grado de realidad y
existencia). Y Dios, que es el pensador de todos estos mundos distintos, siendo perfecto
y bondadoso, ¿qué posibilidad habría de que no elija el mejor de todos? ¿Cómo podría
ser que Dios, justamente Él, decidiera tendernos una trampa? No, si Dios nos tendiera
una trampa podría vislumbrarse un atisbo de maldad y si así fuera, no sería Dios. Nada
lo igualará a él, por supuesto, pero seguro que ha elegido para nosotros lo más cercano a
su perfección.
El argumento del mejor de los mundos posibles viene a completar la idea de que el
hombre es, no sólo capaz de conocer, sino que debe hacerlo, pues su propia naturaleza
está “armada” para que esto suceda. Contra el escepticismo de aquellos tiempos,
Leibniz plantea que no hay mejores condiciones que éstas para el desarrollo del
conocimiento humano. Sin embargo, como dije unas líneas más arriba, este mundo no
es perfecto, es lo mejor de lo posible. Por lo tanto, no hay nada que garantice que el
hombre no tropiece con un mundo caótico, que le impida ver, con la razón, las leyes que
se “esconden” detrás de ese caos. Leibniz, atento a que esto podía ser un punto débil de
su visión optimista sobre el conocimiento plantea la hipótesis de la “armonía
preestablecida”:
“… y esto lo reconoció Bayle al presentar objeciones contra ella en su Diccionario —
artículo “Rorarius”—, en donde llegó casi a creer que yo concedía demasiado a Dios y
más aún de lo que es posible. Pero no pudo adelantar razón alguna por la cual sea
imposible esa armonía universal, que hace que toda substancia exprese exactamente a
todas las demás, por las relaciones que con ellas mantiene.” (Monadologia, prop. 59)
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Todas las sustancias están en plena armonía, unas con las otras. Imposible que haya
caos en nuestro mundo. Pongamos la atención en el argumento que utiliza Leibniz para
desarrollar esta hipótesis: si no es imposible que esa armonía exista, ¿por qué no habría
de existir? ¿Qué cuesta pensar que este mundo, el mejor de todos los posible, es a su vez
armónico y ordenado, tal cual su creador?2
Y finalmente, una vez que el ser humano está confiado y seguro en este mundo, que
tiene la razón como instrumento primordial de conocimiento y que sabe que la
naturaleza no se puede presentar en forma caótica, es decir, que la naturaleza está
“dada” para que el hombre la conozca, la investigue, es necesario crear una sociedad
acorde a la naturaleza, con impronta matemática, ordenada y perfecta. Un gobierno que
esté a la altura del mundo que nos rodea:
“Por último, bajo ese gobierno perfecto, no habría acción buena sin recompensa, ni
acción mala sin castigo; y todo debe parar en el bien de los buenos, es decir, de los que
en este gran Estado no se hallan descontentos, de los que fían en la providencia,
después de haber cumplido con su deber, y aman e imitan como es debido al Autor de
todo bien, complaciéndose en considerar sus perfecciones según la naturaleza del puro
amor verdadero, que nos hace saborear la felicidad de lo amado.” (Monad., prop. 90)
Como podemos ver, muchos de los proyectos filosóficos modernos (digo muchos por no
decir todos, aunque creo que es así) se completan con la intervención de la filosofía en
el plano de la sociedad. Es necesario que la sociedad copie a esta naturaleza perfecta
(perfecta en tanto matemática), para que el hombre, ahora si, pueda vivir en sociedad,
que siga también las leyes de las matemáticas, la física y la geometría. Podría arriesgar
que toda aquella teoría sobre el mejor de los mundos, e incluso la propia teoría de la
armonía preestablecida (en la que nosotros, como sociedad, estamos dentro),
desencadenan casi naturalmente en un gobierno perfecto sobre el hombre. Y es que, es
imposible concebir al hombre fuera de la sociedad, pero es necesario concebirlo dentro
de la naturaleza también, y establecer una armonía entre ellas dos, o si no armonía,
quizás un puente, un lazo.
Se puede ver que Leibniz plantea, por decirlo de alguna forma, que no hay contra para
desarrollar nuestro conocimiento a imagen y semejanza de Dios. Poseemos la razón,
instrumento primordial y propio del ser humano, y un mundo hecho para que no haya
caos ni desorden: tenemos servido en bandeja los hechos, sólo debemos usar la razón
2
Si no me equivoco esta es una falacia: Ad ignorantiam (o argumento dirigido a la ignorancia), que más
o menos sostiene que algo puede ser verdadero o falso si no ha sido probado lo contrario.
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para descifrarlos. La Monadología es un intento de ello, es un intento de ordenar al
mundo para mostrar que sí es posible conocerlo, que sí es posible matematizarlo, porque
así está dado.
A comienzos del siglo XX, y muy especialmente con las guerras que azotaron a la
humanidad en la primera mitad de este período, el artista parte en busca de otras formas
de expresión en el arte: la realidad “excede” a la ficción, ya no alcanza retratar aquella
naturaleza tal cual se nos presenta, el artista necesita expresar emociones y sensaciones,
y en segundo plano la realidad tal cual es. El pintor ya no copia: recrea, recrea la
naturaleza en cada uno de sus cuadros. Ya no le interesa cuanto más se acerca a la
realidad: construye la suya propia. La frase de Picasso es vital en este aspecto: el arte no
es virgen, no puede ser ingenuo, el arte cumple una función, un rol peligroso: no se
puede remitir a representar la realidad sin ninguna intencionalidad, “inocentes” e
“ignorantes: hay que conocer para hacer arte, pero hay que ser crítico con este
conocimiento. Las vanguardias artísticas de este siglo son la expresión máxima de esta
búsqueda: el artista explora diversas formas de expresión, ninguna es la adecuada,
varían como un torbellino de sentimientos dispersos. Durante el siglo XX, el hombre
moderno pasa a ser un ingenuo, un inocente que creía en un saber que se pone en duda
todo el tiempo en esta época, un conocimiento que ni siquiera se puede asegurar que
existe. Este período es la época de la crítica: toda aquella pared construida en la edad
moderna pasa a ser ahora, objeto de crítica de todos los filósofos: ya no hay en que
creer.
El Guernica es un famoso cuadro de Pablo Picasso, enmarcado dentro del estilo que
podemos llamar “cubismo” (estilo cuyo máximo exponente fue justamente, el mismo
Picasso). Pintado en los meses de mayo y junio de 1937, representa el bombardeo a la
ciudad de Guernica, ocurrido el 26 de abril de dicho año durante la guerra civil
española. Fue realizado por encargo del Gobierno de la República para ser expuesto en
1937 en París, con el fin de atraer la atención del público hacia la causa republicana en
plena guerra civil española.3
En el Guernica de Picasso no vemos armonía ni proporciones matemáticas. No vemos
el mejor mundo ni un gobierno perfecto. Vemos desesperación y tragedia. Vemos caos
3
Hay una anécdota con respecto al Guernica: se dice que cuando los franquistas capturaron a Pablo
Picasso, le preguntaron si él fue el autor del cuadro y Picasso simplemente respondió: “no lo hice yo, lo
hicieron ustedes”.
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y desorden. Aquí no hay un mundo pacífico sino rostros gritando y clamando un dolor
desgarrador. Un ataque que arrasa con toda la vida posible: niños, mujeres, animales. El
Guernica es, a mi entender, del ciclo de las vanguardias el cuadro más representativo de
la desesperanza y el dolor: ya no hay fe en el ser humano... ¿de qué es capaz? No de
conocer ni de construir sociedades perfectas ni igualitarias: el ser humano solo es capaz
de la destrucción. ¿Adonde llevó el conocimiento científico? A la construcción de
máquinas de guerra, máquinas de muerte. Nunca como en el siglo XX tuvo tanta
resonancia la famosa frase de Hobbes: “el hombre lobo del hombre”. Ya no hay ciencia
en que creer: Todo aquel progreso, aquella civilizada sociedad desencadenó en dos
guerras con millones de muertes, y la ciencia esta vez estuvo al servicio de la muerte y
no de la vida. ¿En qué se podía comparar el hombre con la naturaleza ahora? Ella
parecía desprender armonía y vida: el hombre sólo tenía olor a muerte. ¿Por qué las
guerras? Creo que esa pregunta atraviesa este periodo. La pirámide de la evolución esta
gobernada por el peor de los animales: el hombre.
¿Dónde está Dios en el Guernica? Nadie lo sabe, ya no está, desapareció de la faz de la
tierra. Ni siquiera hay cielo en este cuadro. Nada sabemos de Dios. ¿Estará ahí arriba?
¿Quién sabe y a quien le importa? En el siglo XX Dios ya no importa, ¿qué podría
cambiar el hecho de nuestro creador nos esté observando del cielo? ¿Las muertes? ¿Las
guerras? Ya nada tiene sentido.
Pero nosotros vivimos en el siglo XXI, ¿con qué ojos vemos ahora al conocimiento, a la
teoría del conocimiento? A estas alturas creo que sería muy ingenuo creer en el ser
humano en la forma en que los hacían los modernos. Creo que hoy hasta se tildaría de
inocente a alguien que tenga fe ciega en la ciencia o que se “haga el sordo” de las
consecuencias negativas que ésta pueda tener. Entiendo que tampoco estamos hundidos
en aquel pesimismo del siglo XX, aunque ese período derrumbó cualquier imagen
positiva que pudiéramos tener de los hombres: plagado de guerras, golpes de estado,
muertes. El desencanto ha llegado a su máxima expresión.
Sin embargo, me pregunto ¿cómo nos posicionamos hoy en relación a la capacidad de
conocimiento que tiene el hombre? Yo creo que hay una gran indiferencia respecto del
conocimiento científico, que deriva en poco interés para conocer el mundo que nos
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rodea. El optimismo aún está presente: todavía creemos que podemos conocer a la
naturaleza, todavía podemos conocer para dominar (y hoy más que nunca).4
Aún así, me parece importante esta pregunta ya que al cumplir el rol de docentes
podríamos preguntarnos si es que nosotros enseñamos teniendo una fe ciega en que el
conocimiento que proporcionamos y si esto realmente tiene relevancia en la vida de un
sujeto. El concepto de utilidad (algo a lo cual sacarle algún provecho)5 ha impregnado la
tarea de la enseñanza y las preguntas de tinte filosófico han quedado un poco relegadas
por su falta de “utilidad” en la vida posmoderna. ¿Enseñamos filosofía esperando que
sea útil ese conocimiento o tenemos esa concepción antigua en la cual la filosofía es
sólo amor, sin esperanza de retribución en un aspecto útil, esperando una retribución
sólo a nivel espiritual? Creo que aprendimos a ser desconfiados del conocimiento: no es
lo mismo conocer que creer que conocemos (¿o tal vez sí?). El siglo XX es vital
incorporar ese nivel de crítica tan necesario como desesperanzador. El conocimiento se
ha partido: los grandes filósofos modernos hablaban de física y astronomía, a la vez que
se preguntaban el por qué de su existencia. Hoy nosotros, estudiantes de filosofía
podemos recitar a Kant, pero no tenemos ni idea de los últimos avances de la física, o
qué teorías son las avaladas en este momento en la astronomía, somos ignorantes al
respecto. El sueño moderno de una ciencia que invada la vida cotidiana terminó en una
ciencia elitista, que pocos entienden, con carreras para acceder a su lenguaje, largas y
complicadas, y que sólo tiene sus efectos en la técnica o tecnología que algunos
disfrutamos todos los días en nuestras casas.
Ni la ingenuidad de los tiempos modernos ni el pesimismo del siglo XX: creo que es
vital entender entre todos que el aprendizaje esta inmiscuido en nuestra vida cotidiana,
todo el tiempo. Aprender de todo, todo el tiempo: tener una actitud activa frente al
conocimiento nos lleva atener una actitud activa en nuestros quehaceres cotidianos:
heredar esa crítica y mirar con ojos desconfiados. Creo que la crítica es el camino a la
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Por ejemplo hoy en día los avances tecnológicos son en primera instancia avances científicos. El celular
no podría existir sin un estudio previo sobre la telecomunicación. Sin embargo nosotros recibimos esos
nuevos productos sin preguntarnos cómo son elaborados. Simplemente los recibimos, porque estamos
acostumbrados a ello.
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Digo algo a lo cual sacarle provecho, y pareciera un poco fuerte decir que se considera que a las
preguntas filosóficas no puede sacárseles ningún provecho para la vida cotidiana. Hemos priorizado
fuertemente las ciencias “duras” por sobre las demás ciencias. Sin embargo podría refutar esta misma idea
planteando quizás, y como interrogante lateral al trabajo: ¿es así que la filosofía no resulta útil en la vida
cotidiana? ¿Se saca (o intenta sacarse) de los planes de estudio por inútil? ¿o por peligrosa, por
extremadamente útil, aunque poco valorada?
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construcción de un conocimiento menos arbitrario y más flexible, que permita la
pluralidad y el cambio, y que sea, de alguna forma, accesible para todos.
Sin embargo me pregunto si realmente se puede cuestionar todo, si no existe en nosotros
lo incuestionable, aquello tan básico y primitivo, tan interno, que no se puede
replantear ni criticar., ¿realmente se puede dudar de todo? ¿En qué cosas nosotros
confiamos ciegamente sin ningún tipo de desconfianza? ¿Con qué criterio criticar si
nuestros conocimientos están en duda? Hasta qué punto necesitamos de la creencia
ciega para poder seguir adquiriendo conocimiento y hasta dónde nos condiciona. ¿Cuál
es el punto de inflexión entre lo cuestionable y lo no cuestionable de nuestros propios
saberes? Creo que hoy debemos preguntarnos, hasta dónde creemos en lo que
aprendemos y enseñamos como un conocimiento verdadero y fiable y hasta donde
tenemos que creer que esto es así, para poder seguir estudiando y enseñando.
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Bibliografía:
Sobre Leibniz:
-G. W. Leibniz, Monadología, Ediciones Orbis, 1983, Barcelona.
-García Morente, Manuel, Lecciones preliminares de filosofía, Editorial Losada, 2004,
Buenos Aires.
Sobre Pablo Picasso y el Guernica:
http://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_Picasso
http://es.wikipedia.org/wiki/Guernica_(cuadro)
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