la espiritualidad de la orden de san agustin

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LA ESPIRITUALIDAD DE LA ORDEN DE SAN AGUSTIN
Luis Marín de San Martín, OSA
Centro Teológico San Agustín
Madrid
En la espiritualidad de la Orden de San Agustín se unen dos fuentes principales. La
excelsa figura de Agustín de Hipona, padre, guía y maestro, asumido y vivido en la
realidad de una Orden fundada jurídicamente en el siglo XIII, dentro de lo que se ha
venido a denominar movimiento mendicante. Estos dos puntos de referencia,
imprescindibles ambos y complementarios van producir una espiritualidad de fuerte
impronta evangélica, con unos perfiles muy definidos y de una gran riqueza y
actualidad. En los rasgos principales de la espiritualidad agustiniana encontramos la
originalidad y el dinamismo de una Orden llamada a ser signo y testimonio del amor de
Dios manifestado en Cristo.
1. INTRODUCCIÓN
1.1. La Orden de San Agustín y sus orígenes
Como advertía el prior general de la Orden de San Agustín, P. Robert Prevost, con
cierta frecuencia tendemos a ignorar las raíces del árbol, tal vez porque no se ven tan
fácilmente como otras partes más vistosas. Sin embargo todos estamos de acuerdo en
que resulta imprescindible cuidarlas y robustecerlas, porque de lo contrario se verá
afectado el vigor y el tamaño de la planta1. Ya desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia
nos invita a reflexionar sobre nuestros orígenes por un doble motivo: en primer lugar
para conocer y conservar fielmente el espíritu de los fundadores, los fines propios y, en
definitiva, todo lo que constituye el patrimonio de la Orden. Pero no se trata de una
cerrazón autista e insolidaria, sino del imprescindible fundamento desde el cual dar
testimonio del Evangelio y ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Por eso,
la apertura al mundo y la lectura de nuestra tradición desde las coordenadas actuales nos
ayudarán a conjugar fidelidad y renovación, aportando un gran dinamismo a la vida de
la Iglesia, impulsados por el Espíritu Santo2.
1.1.1. San Agustín, Padre de la Orden: el monacato agustiniano
La excelsa figura de san Agustín es un punto de referencia incuestionable no
sólo para la Orden que lleva su nombre, sino para la espiritualidad, la cultura y el saber
humano y divino de todos los tiempos. Resulta imposible glosar en pocas palabras su
Cf. R. PREVOST, “Homilía del prior general en la celebración eucarística de clausura del Capítulo
General, Roma 21 de septiembre de 2001”: Capítulo General Ordinario 2001. Documentos y
determinaciones, Roma, 48.
2
Cf. CONCILIO VATICANO II, Decreto Perfectae caritatis, 1-2.
1
fascinante personalidad y su abundante obra, a cuya lectura remito. Aquí sólo deseo
recordar, al menos, su papel dentro de la vida religiosa en general y cenobítica en
particular.
En el año 388, al regresar de Italia, Agustín crea en su propia casa un primer
núcleo comunitario, agrupación de amigos que buscan la Verdad y dedican su tiempo a
la oración y al estudio, renunciando a lo propio y compartiendo vida, bienes y trabajo 3.
En el 391, tras su ordenación como presbítero, funda en Hipona un primer monasterio:
“Comencé a reunir hermanos con el mismo buen propósito, pobres y sin nada como yo,
que me imitasen […]. Dios sería para nosotros nuestro grande, rico y común
patrimonio”4. Las fundaciones agustinianas se multiplican debidas bien a la acción
directa del propio san Agustín o bien a la acción indirecta a través del creciente número
de amigos y seguidores llenos de entusiasmo5. Pronto encontramos monasterios para
laicos en Cartago, Tagaste, Hipona, Tabraca, Cesarea de Mauritania y posiblemente
Cálama, Catagua y Uzala, además de otros monasterios cuya localización geográfica se
nos escapa6. Consagrado obispo auxiliar de Hipona en el año 396, un año después
Agustín accede a la titularidad de la diócesis, tras el fallecimiento del obispo Valerio.
Inmediatamente funda un monasterio para clérigos en su casa episcopal7. Así, todos los
presbíteros de Hipona llevarán una vida monástica, compartiendo casa y bienes y
consiguiendo una sólida formación de la que se beneficiarán los fieles puestos bajo su
cuidado pastoral. Los sucesivos nombramientos como obispos de varios discípulos de
Agustín facilitó la expansión de este tipo de monacato. Alipio funda un monasterio en
su sede de Tagaste, Fortunato en Cirta, Severo en Milevi, Posidio en Cálama, Evodio en
Uzala, Benenato en Tugucia y Novato en Sítife. También es probable la existencia de
monasterios para clérigos en Fúsala, Thiave, Sica Veneria, Membrone y Thibari8. Por
último, también florecieron monasterios femeninos de raíz agustiniana que, si bien
resultan difíciles de localizar, debieron ser numerosos. El primero fue el de Hipona,
fundado en los últimos años del siglo IV, del que fue priora su hermana y al que
pertenecieron algunas de sus sobrinas9. También conocemos la existencia de otros en
Tagaste y en Uzala.
Con san Agustín, la vida monástica adquiere una extraordinaria expansión y
refleja el dinamismo de la Iglesia africana en esta época. La unidad en Dios y hacia
Dios, manifestada en todos los aspectos de la vida, es el ideal de aquellos que viven en
la casa religiosa, compartiendo algo más que el techo, la mesa o el trabajo ya que son
“un alma y un solo corazón; son muchos cuerpos, pero no muchas almas; son muchos
cuerpos, pero no muchos corazones”10.
Cuando san Agustín muere en Hipona el 28 de agosto del año 430, los vándalos,
acaudillados por Genserico, han puesto sitio a la ciudad, que terminará cayendo once
3
Cf. SAN POSIDIO, Vida de san Agustín, 5.
Sermón 355,2.
5
Cf. J.J. GAVIGAN, De vita monastica in Africa Septentrionali inde a temporibus S. Augustini usque ad
invasiones Arabum. Roma-Torino 1962, 122-128.
6
Cf. Cartas 145 y 248.
7
Cf. SAN POSIDIO, Vida de san Agustín, 25.
8
Cf. J.J. GAVIGAN, De vita monastica…, 116 ss.
9
Cf. SAN POSIDIO, Vida de san Agustín, 26.
10
Comentario a los Salmos, 132,6.
4
meses después. Con el dominio vándalo comienzan las dificultades para los monasterios
africanos11. Los vándalos son cristianos, pero han abrazado la herejía arriana y hostigan
a los católicos: requisa de bienes, exilio de obispos, creación de una jerarquía paralela.
No obstante la vida religiosa subsiste en esta época de dominio vándalo, alternando
etapas de auténtica persecución, como la desatada durante el reinado de Hunerico, con
períodos de relativa calma. La derrota de los vándalos por parte de los bizantinos entre
el 533 y el 534 supone la revitalización monástica y una nueva época dorada que
termina con la invasión musulmana a finales del siglo VII. En el año 717 un edicto
anuncia el destierro de todos los que no se convirtieran al islam y arroja a la
clandestinidad a obispos, monjes y fieles. Será en el siglo XII cuando el
fundamentalismo almohade suponga el fin de los últimos vestigios de cristianismo en el
norte de África.
Durante estos siglos, muchos monjes huyen a Italia y España 12, pero la invasión
musulmana de la península ibérica en el 711 y la expansión e imposición del monacato
benedictino supone, en la práctica, la desaparición de otro tipo de vida monástica
organizada. De hecho en Occidente “llegó un tiempo en el que decir monje equivalía a
decir benedictino”13. No es posible demostrar históricamente la pervivencia en Europa
del monacato agustiniano ya que, ni hay datos de ello ni existen pruebas históricas que
puedan sostenerlo. La organización monástica agustiniana se pierde debido a los
diversos factores señalados. Ahora bien, lo que si podemos afirmar es la pervivencia
espiritual a través de la Regla de san Agustín, abierta y de grandes principios, cuya
influencia encontramos durante toda la Edad Media, fundamentando y respaldando
diversos tipos de vida consagrada, en ocasiones tan alejados del ideal agustiniano como
eran los grupos eremíticos de la Tuscia14.
1.1.2. Fundación jurídica de la Orden de San Agustín: el siglo XIII y su
circunstancia
Podemos fijar la fundación jurídica de la Orden de San Agustín en 1244, con la
celebración de su primer Capítulo. Así culmina el proceso iniciado un año antes, cuando
cuatro ermitaños pidieron al papa Inocencio IV la unión de todos los eremitorios de
Tuscia bajo una Regla y un prior general común15. Estos eremitorios no formaban
ninguna Orden y tenían costumbres en ocasiones diferentes. A partir de ahora, cuatro
elementos van a hacer posible la organicidad al nuevo grupo jurídicamente constituido:
la unidad en torno a la Regla de san Agustín, el nombramiento del cardenal Ricardo
11
Cf., VÍCTOR DE VITA, Historia persecutionis Africanae provinciae temporibus Geiserici et Hunerici
regué Wandalorum: CSEL 7.
12
Cf. L. MARÍN, Agustinos: novedad y permanencia, Madrid 1990, 46-48.
13
J. ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de la vida religiosa, vol. I, Madrid 1987, 483.
14
Cf. B. VAN LUIJK, Gli Eremiti Neri nel Dugento, Pisa 1968.
15
El papa responde el 16 de diciembre con las bulas Incumbit nobis y Praesentium vobis: B. VAN
LUIJK, Bullarium Ordinis Eremitarum Sancti Augustini. Periodus formationis, Wüzburg 1964, 32-33.
degli Annibaldi como protector16, la aprobación de las Constituciones y la elección de
un prior general común17.
La Orden creada en 1244 y ampliada en 1256 es muy distinta a las fundaciones
monásticas agustinianas del norte de África en el siglo IV. Ante todo, debemos
considerar la importancia del movimiento eremítico, tan alejado de la concepción
cenobítica de san Agustín, y que florece sobre todo en la Europa del siglo XII y que se
diferencia netamente tanto de la vida monástica de raíz principalmente benedictina
como de los canónigos regulares. Los ermitaños viven en lugares apartados, solos o en
pequeños grupos, deseosos de imitar el estilo de vida de Cristo y de lo que suponen fue
el estilo de la Iglesia primitiva. Este retorno a la pureza evangélica se concreta en un
doble aspecto: en la renuncia al mundo, que se manifiesta en un estilo de vida de
rigurosa pobreza18, y en la disponibilidad para el apostolado desde la predicación del
Evangelio19. Es cierto que, desorganizados y sin control, corrían el peligro de caer en la
heterodoxia. Por eso la Sede Apostólica querrá dotarlos de una organización y
estructura que potencie su papel como vanguardia de la Iglesia y como motor de
revitalización, fruto de una vivencia más coherente de la fe cristiana. Esto derivará, con
el tiempo, hacia una especial vinculación a la Santa Sede, hecho que, en el caso de los
agustinos, va a favorecer la circunstancia excepcional de no tener un fundador claro,
como por el contrario era el caso de los dominicos o los franciscanos.
El testimonio de pobreza como respuesta a la opulencia de un mundo esclavo del
dinero, la apertura al apostolado itinerante frente a la estabilidad de los monjes en sus
abadías, la especial vinculación al papa, ratificada en el privilegio de exención respecto
a los obispos y manifestado en la cerrada defensa de los derechos de la Iglesia, el
extraordinario dinamismo de unas formas nuevas de vida religiosa frente a la
decadencia y cansancio de diversos sectores eclesiales, son rasgos característicos de la
espiritualidad del movimiento mendicantes en el que se incluye la Orden de San
Agustín20.
Sin embargo hay un hecho que debemos destacar. En 1274 el II Concilio de Lyon
decreta la suspensión de todas las Órdenes o institutos religiosos fundados con
posterioridad al IV Concilio de Letrán (año 1215), que había determinado la prohibición
de fundar nuevas Órdenes21. Los agustinos, instituidos en 1244 corren, pues, el evidente
peligro de supresión, por lo que van a defender con ahinco el indemostrable entronque
directo con el monacato norteafricano creado por el Obispo de Hipona, considerando a
Cf. F. ROTH, “Cardinal Richard Annibaldi, First Protector of the Augustinian Order”, Augustiniana 24 (1952-1954).
17
No conocemos con certeza quién fue el primer prior general. Sabemos que en 1250 lo era un tal fray
Mateo.
18
Cf. R. GREGOIRE, ”L’adage ascétique Nudus nudum Christum sequi ”: Studi storici in onore di O.
Bertolini, vol. I, Pisa 1972, 395-409.
19
Cf. A. VAUCHEZ, La espiritualidad del Occidente Medieval, Madrid 1985, 79.
20
Cf. L. MARÍN DE SAN MARTÍN, “La espiritualidad agustiniana”: Revista agustiniana 35 (1994) 934937.
21
Cf. J.D. MANSI, Sacrorum Conciliorum nova et amplissima collectio, vol. XXII, Firenze 1759-1798,
1002.
16
san Agustín no sólo Padre de la Orden, sino también su Fundador22, con una posición
única y particularísima respecto a otros grupos que habían adoptado la misma Regla.
1.2. Qué entendemos por espiritualidad agustiniana
1.2.1. La doble fuente
Todo lo expuesto anteriormente nos hace ver que la espiritualidad agustiniana23
no debe reducirse sólo a la espiritualidad de san Agustín, de igual manera que el
monacato fundado por el Obispo de Hipona en el siglo IV no es lo mismo que la Orden
creada en el siglo XIII dentro del movimiento mendicante. Esto en modo alguno supone
menospreciar a san Agustín o minusvalorar su influencia en nuestra espiritualidad. Todo
lo contrario. En realidad ayuda a reconocer la enorme riqueza espiritual de la Orden,
que tiene dos fuentes integradas en perfecta armonía.
Ante todo, san Agustín como imprescindible punto de referencia, Padre, Maestro
y Guía espiritual. De él recibimos no sólo el nombre, sino también la doctrina y la
espiritualidad24. Lejos ya de exageraciones y tergiversaciones históricas, nacidas de un
inseguro sentido de pertenencia, hoy podemos afirmar que el inmenso amor a san
Agustín, la vivencia de sus valores e ideas y la identificación con el modelo de vida
consagrada que representa, hacen a los agustinos sus herederos y su más genuina
manifestación en el mundo y en la historia. Nuestra Orden, como otras familias y
grupos religiosos, “abrazó la Regla de san Agustín, pero su magisterio se extiende más
allá de la Regla. El itinerario espiritual de san Agustín como experiencia religiosa y su
mismo pensamiento, tal como ha sido transmitido a través de sus escritos,
particularmente los que hacen explícita referencia a su concepción de la vida
consagrada, son una límpida fuente de inspiración para acceder a los valores
evangélicos. Agustín nos da nombre e identidad como grupo religioso en la Iglesia. Su
magisterio debe ser para nosotros luz en nuestro camino individual y comunitario”25.
Si queremos comprender la genuina realidad espiritual de la Orden no podemos
olvidar tampoco la referencia mendicante, tanto en lo que se refiere al momento
fundacional en 1244, como a su desarrollo y vivencia a lo largo de la historia. Ya he
indicado los principales rasgos de esta espiritualidad que se caracteriza por presentar un
modo nuevo de entender la consagración a Dios y el seguimiento de Cristo, bajo el
impulso del Espíritu Santo. De la Iglesia hemos recibido, pues, la organización y la
llamada a la evangelización, con acentos y matices propios de una corriente espiritual
muy concreta en la que se encuadran las diferentes Órdenes Mendicantes. Por eso, en
Cf. “Initium sive processus Ordinis Haeremitarum Sancti Augustini”: Analecta Augustiniana 45 (1982)
331-351; N. DE ALESSANDRIA, “Sermo de Beato Augustino”: Ibid. 352-376, ambas en edición de B.
RANO; E. DE FRIEMAR, “Tractatus de origine et progressu Ordinis Fratrum Haeremitarum Sancti
Augustini et vero ac proprio titulo eiusdem”: Augustiniana 6 (1956) 37-145, ed. de R. ARBESMANN ; J.
DE SAJONIA, Liber Vitasfratrum, ed. crítica de R. ARBESMANN y W. HÜMPFNER, New York 1943.
23
Empleo el término “espiritualidad agustiniana” en el sentido de “espiritualidad de la Orden de San
Agustín”.
24
Cf. M.A. ORCASITAS, “Carta a todos los hermanos de la Orden al cumplirse 750 años de la fundación
jurídica de la Orden, Roma 16 de diciembre de 1993”: Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 125.
25
Ibid., 126.
22
palabras del P. Miguel Ángel Orcasitas, “evocamos con admiración la acción valiente
de los primeros eremitas que fueron capaces de aceptar un cambio radical en sus vidas
para abrirse a un carisma nuevo en la Iglesia, acorde con las necesidades del
momento”26.
1.2.2. Una posible definición
Antes de presentar los principales rasgos de la espiritualidad propia de los agustinos,
creo necesario avanzar una posible definición de la misma, al hilo de lo que venimos
comentando hasta ahora. Así pues, por espiritualidad agustiniana entendemos, en este
caso, la espiritualidad propia de la Orden de San Agustín, en la que se integran la
doctrina y el ejemplo del Obispo de Hipona, junto con los rasgos espirituales
característicos del movimiento mendicante, todo ello vivido y manifestado por la Orden
a lo largo de su historia, según las circunstancias de tiempo y lugar. De este tronco
común han brotado los distintos grupos que componen hoy la familia agustiniana.
2. APROXIMACIÓN A LA ESPIRITUALIDAD DE LA ORDEN
2.1. Fundamentos
2.1.1. La Sagrada Escritura
El carisma agustiniano hunde sus raíces en la espiritualidad bíblica y,
concretamente, neotestamentaria. El Concilio Vaticano II nos recuerda que “la búsqueda
de la caridad perfecta, a través de los consejos evangélicos, tiene su origen en la
enseñanza y en el ejemplo del divino Maestro”27. Por eso el papa Juan Pablo II insiste
en que se debe buscar el fundamento evangélico de la vida consagrada en “la especial
relación que Jesús, en su vida terrena, estableció con algunos de sus discípulos,
invitándoles no sólo a acoger el Reino de Dios en la propia vida, sino a poner la propia
existencia al servicio de esta causa, dejándolo todo e imitando de cerca su forma de
vida”28.
Los agustinos, dentro del amplio abanico de la vida consagrada, tratamos, pues,
de revivir la experiencia radical de las primitivas comunidades cristianas en las que
todos “pensaban y sentían lo mismo” (Hch 4,32), en Cristo Resucitado. Teniendo todo
esto presente en el trasfondo, veamos ahora algunos matices agustinianos con respecto a
la Sagrada Escritura como fundamento de la espiritualidad.
Para san Agustín, la Sagrada Escritura es la expresión inmediata de la voluntad y
de la inteligencia de Dios29, por lo que tiene un valor extraordinario, hasta el punto de
que “la palabra, que supera todas las cosas, no tiene precio absolutamente alguno”30. Y
26
Ibid., 129.
CONCILIO VATICANO II, Decreto Perfectae caritatis, 1.
28
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Vita consercrata, 14.
29
Cf. S. SIERRA RUBIO, La Biblia: el manjar de Dios, Madrid 2003.
30
Sermón 117,1.
27
en otro texto exhorta: “Créeme, todo lo que se encierra en esos libros es grande y
divino: ahí está la verdad absoluta y ahí la ciencia más a propósito para alimento y
medicina de las almas, y tan a medida de todos, que nadie que se acerque a beber de
ella, según lo exige la auténtica religión, queda insatisfecho”31.
El acercamiento de san Agustín a la Sagrada Escritura se inscribe en el
imprescindible encuentro entre Dios y el ser humano que ansía llegar a la Patria tras la
peregrinación por este mundo. En efecto, lo único que merece la pena para el cristiano y
aquello hacia lo que debe dirigir todos sus esfuerzos es alcanzar la vida eterna. O, dicho
de otro modo, conseguir la felicidad plena, con lo que tiene de infinitud y eternidad. Por
eso san Juan insiste en la necesidad de que “te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y
a Jesucristo tu enviado” (Jn 17,3). Pero sólo conoce a Dios, y por tanto la fuente de la
eterna felicidad quien permanece en el amor, porque Dios es amor (cf. 1 Jn 4,8). Y san
Agustín añade: “Aunque no se dijese nada más en alabanza del amor, nada más
deberíamos buscar”32. Así, el conocimiento del Dios-amor se resuelve en vivencia de
caridad porque “quien permanece en amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16).
A quien se acerca a la Sagrada Escritura se le invita, pues, a practicar ante todo y sobre
todo el precepto del amor, única clave de la vida cristiana. “Quien tiene su corazón lleno
de amor, hermanos míos, comprende sin error y mantiene sin esfuerzo la variada,
abundante y vastísima doctrina de las Sagradas Escrituras”33.
Aquí podemos enlazar la idea paulina de incorporación a Cristo resucitado. Esa
unidad en Dios, de la que hemos hablado, es unidad en el Amor y vivencia de Amor y
se realiza por la participación en el Espíritu del Resucitado (cf. Rom 8,9-11). Esta
transformación “no es exclusivamente obra del futuro, sino que comienza ya aquí abajo
para los creyentes en Cristo, que pertenecen ya a la nueva humanidad inaugurada por él
y están unidos con él mediante el Espíritu”34. En la espiritualidad agustiniana, está
siempre presente el anhelo a la Unidad en el Amor como impulso y como tarea. Así lo
entendieron y vivieron tanto san Agustín como todos aquellos hombres que, a través de
los siglos han buscado afanosamente a Dios. Como veremos más adelante, esa búsqueda
y ese encuentro de la Unidad no significa soledad, sino tener, con los hermanos, un solo
corazón y una sola alma hacia Dios35.
2.1.2. El dialogo con el mundo
Otro fundamento de la espiritualidad agustiniana es el diálogo con el mundo, que
brota de la propia concepción eclesiológica. La Iglesia no es otra cosa que el Cristo
Total, cabeza y miembros, por eso podemos decir que nosotros somos Cristo, “porque
somos sus miembros, porque somos su cuerpo, por ser él nuestra cabeza, por ser el
Cristo total la cabeza y el cuerpo”36. Cada monasterio deberá ser, según san Agustín,
una ecclesiola, que refleja la unidad de la Iglesia toda, y que se presenta ante el mundo
31
La utilidad de la fe, 6,13.
Tratado sobre la Primera Carta de San Juan, 8,14.
33
Sermón 350,1.
34
P. GRECH, Experiencia espiritual bíblica: nuevo testamento: T. GOFFI – B. SECONDIN, Problemas
y perspectivas de espiritualidad, Salamanca 1986,77.
35
Regla, 3.
36
Sermón 133,8.
32
como signo y anuncio del Evangelio. En palabras de Juan Pablo II: “Las comunidades
de vida consagrada son enviadas a anunciar con el testimonio de la propia vida el valor
de la fraternidad cristiana y la fuerza transformadora de la Buena Nueva que hace
reconocer a todos como hijos de Dios e incita al amor oblativo hacia todos y
especialmente hacia los últimos. Estas comunidades son lugares de esperanza y
descubrimiento de las Bienaventuranzas: lugares en los que el amor, nutrido de la
oración y principio de comunión, está llamado a convertirse en lógica de vida y fuente
de alegría”37.
El estar en el mundo sin ser del mundo es una idea muy presente en la
espiritualidad agustiniana, ya que tanto san Agustín38, como la concepción mendicante
de la vida religiosa hacen de ella un elemento de enorme importancia. San Agustín,
aunque en ocasiones utiliza el término mundus en sentido más bien peyorativo, como la
realidad opuesta a Cristo, son numerosas las ocasiones en las que lo emplea para
designar a todo aquello que podemos utilizar pero sin poner en ello nuestro corazón. En
este sentido Agustín no se muestra, en absoluto, contrario al mundo, sino a considerarlo
como fin en sí mismo y no como medio: “Si queremos regresar a nuestra patria, que es
el único sitio en donde podemos ser verdaderamente felices, entonces hemos de hacer
uso de este mundo, pero no disfrutarlo”39. Y en otro lugar afirma: “Al mundo lo hacen
malo los hombres malos”40. También utiliza el término saeculum, en referencia al
mundo temporal, nuestro ámbito de vida, en el que conviven los ciudadanos de la
Ciudad de Dios y los ciudadanos de la Ciudad Terrena e impía41. Nuestra misión es
transformar el mundo, como fermento dentro de la masa, haciendo llegar la obra
redentora de Cristo a todos los rincones, a todos los lugares, a todos los corazones42.
En cuanto a la tradición medieval que acompaña el nacimiento de la Orden, es
cierto que bebe en las fuentes del eremitismo y de la fuga mundi, pero va mucho más
allá. Hay que dejar todo para seguir a Cristo, hay que liberarse de toda atadura, hay que
estar atentos para evitar el peligro de que los ídolos mundanos ocupen el corazón que
sólo pertenece al Señor, pero también evangelizar ese mundo y abrirse al apostolado
como respuesta al mandato del mismo Cristo. (cf. Mt 28, 19-20). Es lo que se ha
denominado vita vere apostolica43, donde adquieren un especial relieve la cura de almas
y la tarea directamente pastoral.
Así pues, los agustinos entendemos el mundo como ámbito del amor de Dios,
como reto y como tarea. Solamente responderemos a nuestra misión como cristianos,
hijos de la Iglesia y miembros de Cuerpo místico, si nos acercamos al mundo en un
diálogo de vida, porque “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
37
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 51.
Cf. M.T. CLARCK, “Mundo”: A.D. FITZGERALD (dir.), Diccionario de San Agustín, Burgos 2001,
922-924.
39
La doctrina cristiana, 1,4,4.
40
Sermón 80,8.
41
Cf. La Ciudad de Dios 18,54,2; 19,17,1; Del Génesis a la letra 11,15,20.
42
Cf. La doctrina cristiana, 2,25,39; M. MENDOZA RÍOS, San Agustín y la Ciudad terrena, Madrid
2003.
43
CF. B. VAN LUIJK, Gli Eremiti Neri nel Dugento, Pisa 1968, 20 ss.
38
2.2. Los cuatro pilares
Sentadas estas bases, veamos ahora cuáles son los principales rasgos que
caracterizan la espiritualidad de la Orden de San Agustín en su extraordinaria riqueza y
también en su gran complejidad. Son cuatro los pilares sobre los que se levanta el
edificio espiritual agustiniano: interioridad, comunidad, pobreza y eclesialidad.
2.2.1. Interioridad
a) La búsqueda de Dios como punto de partida
La inquietud agustiniana expresa de forma intensa y bella la realidad de todo ser
humano, que ansía una existencia acabada y plena, una existencia feliz. Por eso
podemos afirmar que todo ser humano, consciente o inconscientemente, tiende a Dios:
“¿Cómo te busco, pues, Señor? Porque al buscarte, Dios mío, busco la felicidad”44.
Ahora bien, no se trata únicamente del resultado de la voluntad humana, sino que Dios
está en el fondo de su ser y la atrae hacia su realidad inefable45. Es el misterio de la
inhabitación divina, que impulsa al ser humano, un “dios creado”46, hacia la plenitud.
Ésta es la clave para entender las posibilidades de felicidad del ser humano, en el que se
representa la imagen divina del Dios trinitario, y su ansia insaciable de bien: “Nos
hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”47.
Esta llamada a la santidad, a la perfección en el amor, de la que Jesucristo es
autor y meta48, se realiza por diversos caminos. Aquellos que han sido llamados por
Cristo a seguirle en la vida religiosa, saben que sólo encontrarán la felicidad en la
respuesta incondicionada a esa invitación del Señor para consagrarse a él, dedicarse a él
y entregarse a él. Una opción que no es momentánea, parcial o temporal, sino de la
entera existencia, que debe estar siempre orientada hacia el encuentro y la unión con
Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Así lo entendieron a lo largo de los siglos todos
aquellos hombres y mujeres que, en la riquísima variedad de sus expresiones, han
transitado por la senda de la vida consagrada. Y así lo entendieron aquellos hermanos
nuestros que dejaban todo para profundizar en el encuentro con Dios y, en él, sentían la
urgencia de ser bálsamo y caricia de Dios para el mundo. La contemplación y la acción
tienen, pues, la única y misma fuente.
b) Interioridad y trascendencia
Como se ha dicho con acierto, uno de los rasgos principales de la espiritualidad
agustiniana es el sentido de interioridad, es decir, “la búsqueda del propio corazón, de la
propia vida interior, de la propia conciencia […]. La interioridad, no obstante, no
44
Confesiones, 10,20,29.
Cf. I. LARRÍNAGA BENGOECHEA, Interioridad: el viaje hacia uno mismo y hacia Dios, Madrid
2003.
46
CF. M. GARCÍA GRIMALDOS, El hombre, “un dios creado”, Madrid 2003.
47
Confesiones, 1,1,1.
48
Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 40.
45
significa una introspección superficial por la que nuestro propio yo se convierte en el
único objeto de nuestras preocupaciones”49. No nos cierra en los estrechos límites del
egoísmo, sino que nos abre al encuentro con Dios y de los otros en él y, por tanto, es
motor de auténtica implicación en el mundo. Los textos de san Agustín a propósito de la
interioridad son numerosos y de una gran belleza. Comentando su itinerario hacia la
conversión, Agustín recuerda hacia dónde debe orientarse esa búsqueda, reconociendo
los vanos intentos en caminos equivocados: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan
nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te
buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú
estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo50”. Dios está presente en el ser humano,
más íntimo que su más profunda realidad y más alto que su circunstancia más
trascendente51. Por eso podemos afirmar con acierto que “nuestra felicidad está
interiormente”52, porque Dios “no se encuentra lejos de cada uno de nosotros”53, ya que
“en el hombre interior habita la Verdad”54. En el hombre interior está impresa
inmortalmente su capacidad de Dios y su posibilidad de encuentro con él, con este Dios
que es el Ser de quien el hombre y la mujer proceden por creación y de quien son
imagen; Verdad que ilumina la mente humana en su búsqueda insaciable55 de toda
verdad; Amor del que procede el ser humano y hacia el que se dirige y en el que
encuentra la razón de su capacidad para amar y ser amado. Dios es “la causa del
subsistir, la razón del pensar y la norma del vivir”56.
El cultivo de la vida interior ha sido una constante dentro de la Orden, ya desde
sus orígenes, en los que aparece clara la dimensión contemplativa de la consagración a
Dios, motor e impulso de la acción apostólica57. Se trata de una constante presente en el
ambiente durante toda la Edad Media y que tiene en el monacato benedictino y en los
grupos eremíticos dos puntos de referencia distintos en su expresión pero sustentados en
la misma base. “Temperamentos tan diferentes como los de Abelardo, san Bernardo y
Hugo de San Víctor han compartido la convicción de que, para conocer el cielo y la
tierra, es necesario ante todo conocerse a sí mismo […]. La introspección, lejos de
representar una desviación, aparece ahora como una necesidad para cualquiera que
aspire a elevarse por encima de la vida del instinto”58. Algunos lo entienden en la línea
de la fuga mundi, y abandonan los centros urbanos y todo apostolado directo, buscando
la soledad y el encuentro con Dios. La Orden en su conjunto ha evitado esta
identificación entre interioridad y soledad, si bien el componente eremítico ha
49
Cf. Plan de Formación Agustiniana. Ratio Institutionis Ordinis Sancti Augustini, Roma 1993, 40-41.
Confesiones, 10,28,38.
51
Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Augustinum Hipponensem, 2.
52
El Sermón de la Montaña, I,5,13.
53
La Trinidad, 8,9,13.
54
Sobre la verdadera religión 39.,72.
55
Cf. JUAN PABLO II, Carta apostólica Augustinum Hipponensem, 2.
56
La Ciudad de Dios, 8,4.
57
“Solamente manteniéndonos abiertos a la acción del Espíritu por medio de la oración y meditación
diaria, el servicio a nuestro prójimo se convertirá en una experiencia personal de Dios para nosotros
mismos y en un testimonio de fe para los demás, y nos capacitará para conducirlos a una experiencia de
Dios en sus propias vidas”: ”La Orden agustiniana en la Iglesia y el mundo de hoy. Documento del
Capítulo General Intermedio”: Acta OSA 19 (1974) 232*.
58
A. VAUCHEZ, La espiritualidad del Occidente Medieval, Madrid 1985, 129.
50
mantenido presente esta tendencia a lo largo de los siglos59. Los agustinos entienden la
interioridad unida a la vida comunitaria y al apostolado, que actúan como filtro y tamiz
que evita todo ensimismamiento.
Desde los primeros textos legales de la Orden, hasta los últimos documentos de
los Capítulos y de los priores generales, la insistencia a cuidar el aspecto contemplativo
ha sido uno de los rasgos siempre presentes, avalado en la historia por el testimonio de
diversos autores, como Egidio de Viterbo y Juan de Paltz60. La dimensión
contemplativa, no cabe duda, es un “componente esencial de la espiritualidad
agustiniana”61, ya que “en el carisma agustiniano la vida religiosa es ante todo la
búsqueda de Dios, y por lo mismo vida de oración”62.
c) La vida de oración
El religioso se entrega de modo total a Dios. Todos sus actos brotan de este
encuentro y alcanzan en él su razón de ser. Las referencias de san Agustín a la oración,
han sido acogidas con entusiasmo por sus hijos espirituales, que siempre ha considerado
fundamentales los criterios del Obispo de Hipona sobre la oración: brota de la
interioridad63, tiene una imprescindible vinculación cristológica64 y eclesiológica65, se
abre al compromiso y a la participación en la tarea evangelizadora66 y nos vincula a la
trascendencia67. En efecto, toda oración está abierta a la contemplación, a la unión con
Dios, con lo que la interioridad se resuelve en trascendencia. Entonces, como ha escrito
un autor contemporáneo, “Dios irrumpe en su vida de un modo arrollador, rompiendo el
velo que envuelve la vida celestial. El mundo es ya solamente el nido desde el que
lanzarse en vuelo hacia el infinito. He aquí la contemplación, valor fundamental de loa
espiritualidad agustiniana, que debe llenar toda la vida del religioso agustino”68.
Una hermosa manifestación de esta tradición orante en la Orden es el especial
cuidado respecto a la oración litúrgica y el culto divino, enfocados siempre desde la
perspectiva de la interioridad agustiniana. A este respecto Jordán de Sajonia recuerda al
Cf. P. BELLINI, “Los movimientos de observancia”: La espiritualidad agustiniana y el carisma de los
agustinos, Roma 1995, 107-119.
60
Cf. D. GUTIÉRREZ, Los agustinos en la edad media 1357-1517. Roma 1977, 122.
61
M. NOLAN, “El grito del corazón. Carta del prior general con ocasión de la clausura del XVI
centenario de la conversión de san Agustín y de la muerte de santa Mónica, Roma 13 de noviembre de
1987”: Libres bajo la gracia, vol. II, Roma 1999, 252.
62
TRAPÉ, A., “Fidelidad de la Orden a su carisma peculiar. Carta del prior general a los miembros de la
Orden sobre la fidelidad al carisma, Roma 15 de julio de 1971”: Libres bajo la gracia, vol. I, 136.. Cf.
“La Orden agustiniana en la Iglesia y el mundo de hoy. Documento del Capítulo General Intermedio”:
Acta OSA 19 (1974) 232*.
63
La oración es el grito del corazón. Cf. Comentario a los Salmos, 118,29,11.
64
Jesucristo es maestro de oración y mediador de nuestra oración al Padre. Cf. Comentario a los Salmos,
56,5; 56,1.
65
Es el Cristo total el que ora. Cf. Comentario a los Salmos, 85,1.
66
Cf. Tratado sobre la Primera Carta de San Juan, 9,10: Comentario a los Salmos 148,2; La Ciudad de
Dios,19,19.
67
Cf. Confesiones, 5,1,1; Comentario a los salmos, 44,9; 85,21.
68
E. CAVALLARI, “El mensaje de los movimientos de reforma de la Orden agustiniana”: La
espiritualidad agustiniana y el carisma de los agustinos, Roma 1995,137; Cf. S. INSUNZA SECO, Orar
con el corazón, Madrid 2003; T. VAN BAVEL, Cuando tu corazón ora…La doctrina de Agustín sobre la
oración, México 2001.
59
religioso que se dispone a hacer oración que “antes de empezar el oficio divino, excite
su alma a devoción. Que no por otra causa permanecemos desidiosos y tibios en el
divino oficio, sino porque antes no hemos procurado enfervorizarnos […]. Al empezar
el oficio divino, sacudidos ya de la mente los pensamientos vagos, levantemos en
corazón a Dios, fijándonos en el sentido de las cosas que cantamos”69.
La dimensión orante enlaza, en fin, con la dimensión apostólica: se abre el
mundo, con sus luces y sombras; se abre a la acción de caridad, expresión del amor de
un Dios que es Padre y en quien todos somos hermanos; se abre al testimonio cristiano
y a la tarea evangelizadora. Esta es la razón última de la actividad y del apostolado de
los agustinos a lo largo de la historia. Comunicar y compartir la vivencia de ese Dios,
Amor infinito, que llena el alma y que impulsa a la Iglesia peregrina hacia la Patria del
cielo, donde entonaremos el eterno cántico de alabanza. Pero, como nos recuerda san
Agustín, “para esta alabanza perpetua y continua debes prepararte, alabando al presente
al Señor con la práctica de las buenas obras”70.
2.2.2. Comunidad
a) Un solo corazón y una sola alma
La vida común es quizás el aspecto más característico de la vida religiosa
agustiniana y uno de los pilares fundamentales de su espiritualidad. El punto de
referencia para san Agustín y para toda la vida religiosa cenobítica es siempre la
primitiva comunidad de Jerusalén, tal y como se nos narra en los Hechos de los
Apóstoles: “Todos los creyentes tenían una sola alma y un solo corazón” (Hch 4,32).
Este ideal cristiano ha sido buscado y testimoniado en su radicalidad por todos aquellos
que se han consagrado a Dios en la vida comunitaria, según los diversos modelos que
han florecido en la Iglesia a lo largo de su historia. Pero lo que es una característica de
la vida cristiana en general y religiosa en particular, adquiere en los agustinos una
particular hondura.
La concepción comunitaria agustiniana va muy unida a las nociones de amor y
de amistad. Dios es Amor (cf. 1 Jn 4,8) y, por tanto, el amor es la clave de la vida
religiosa en comunidad, que quiere reflejar ante el mundo la realidad cristiana de
unidad, tal y como se recoge en la Sagrada Escritura por medio de las imágenes
eclesiales del cuerpo y de la vid y los sarmientos. La comunidad religiosa debe ser el
ámbito de la presencia del Dios-Amor, a quien sólo se le puede conocer en el amor y
cuya vivencia es vivencia de amor. Agustín llega a decir que lo único que deseaba en
sus tiempos de estudiante de Cartago era “amar y ser amado”71 y vemos como a lo largo
de su vida busca siempre la compañía y la amistad72, dando a esta última un significado
69
JORDÁN DE SAJONIA, Vidas de los hermanos, vol. II, El Escorial 1935, 386.
Comentario a los Salmos, 146,3.
71
Confesiones, 3,1,1.
72
Recordemos las sentidas expresiones con las que se refiere al amigo anónimo en Tagaste que dejó con
su muerte una enorme ausencia en su vida (cf. Confesiones, 4,4,7-9). En otro momento Agustín se
pregunta: “¿Qué consuelo nos queda en una sociedad humana como esta, plagada de errores y de
penalidades, sino la lealtad no fingida, y el mutuo afecto de los buenos y auténticos amigos?”: La Ciudad
de Dios, 19,8.
70
de enorme alcance. No se trata sólo de un vínculo afectivo que brota del acuerdo y de la
simpatía personal, sino que es don divino: “No hay verdadera amistad sino cuando tú
[Señor] la estableces como un vínculo entre las almas que se unen mutuamente por
medio del amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado”73. Dios es el autor de la verdadera amistad y su garantía74.
En esta línea, podemos decir que, en la espiritualidad agustiniana, tanto el
concepto de amistad como el de amor, y por tanto el de comunidad, tienen unas
imprescindibles connotaciones teológicas, cristológicas y eclesiológicas. La comunidad
expresa la misma vida divina, que fundamentalmente es relación, y nos une a la
Trinidad: “Ciertamente que nuestro Dios es Trinidad […]. Y, sin embargo, no son tres
dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente, la misma Trinidad, un solo
Dios. Porque el uno es necesario. A este uno no nos conduce si muchos no tenemos un
solo corazón”75. También, en el Espíritu, nos incorporamos al Cristo Total, cabeza y
miembros, de modo que la unidad se realiza únicamente en Cristo: “De esta manera tu
alma no es propia tuya, sino de todos los hermanos; cuyas almas también son tuyas; o
mejor sus almas con la tuya no son varias almas, sino una única alma, la única alma de
Cristo”76. Y la comunidad es, en fin, ante el mundo signo de la unidad de la Iglesia,
siguiendo el mandato de Señor: “Que todos sean uno” (Jn 17,21).
b) In Deum
Así pues, el ideal de la comunidad agustiniana es la unión de almas y corazones,
tal y como aparece en la Regla, en la que se establece como razón de la comunidad el
habitar en la casa unánimes y tener una sola alma y un solo corazón orientados hacia
Dios77. Es ese in Deum lo que constituye la clave de la comunidad agustiniana. El vivir
juntos bajo un mismo techo, el compartir el trabajo y el consenso en los asuntos
generales no bastan para constituir una comunidad religiosa. Es necesario algo más:
saber y asumir que Dios es quien nos ha llamado, quien nos ha congregado; que Dios es
la razón y el fundamento de nuestra unidad, más allá de las diferencias y de los
contrastes; que Dios es quien garantiza el desarrollo de la propia personalidad y que
Dios es la meta hacia la que se dirige nuestra peregrinación78. La vida comunitaria debe
impulsar, día a día, la consecución del ideal, no como algo sólo a lograr en el futuro,
sino como una realidad a vivir en el presente y que se plenificará en la patria del cielo.
“Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios,
de quien habéis sido hechos templos vivos”79.
La concepción agustiniana de la comunidad es muy respetuosa con las
necesidades personales de sus miembros, sujetos libres que, siendo diferentes y
distintos, se unen en comunión de corazones y forman la única alma en Dios. Unidad no
es sinónimo de igualitarismo sino que, integrando esas diferencias, es como logramos la
unidad: “Muchos cuerpos, pero no muchas almas; muchos cuerpos, pero no muchos
73
Confesiones., 4,4,7.
“El amor fraterno no sólo es don de Dios, sino Dios mismo”: La Trinidad, 8,12.
75
Sermón 103,4; Cf. Carta 238,2,13.
76
Carta 243,4.
77
Cf. Regla, 1,3.
78
Cf. T. VAN BAVEL, Carisma: Comunidad, Madrid 2004.
79
Regla, 1,9.
74
corazones”80. El Obispo de Hipona multiplica de igual modo las exhortaciones a la
unidad y a la concordia, y pone en guardia frente a las disputas o disensiones internas:
“Que no haya entre vosotros indignaciones o, si las hay, se repriman al momento con
una inmediata paz. Poned mayor empeño en poneros de acuerdo que en reprenderos.
Porque, como el vinagre contamina al vaso si dura en él, así la cólera contamina el
corazón si dura hasta el día siguiente”81.
Las comunidades agustinianas serán siempre grupos testimoniales en medio del
mundo, que comunican aquello que experimentan82. Para el Obispo de Hipona “no se
trata de conseguir la perfección individual a través de una vida ascética, de duras
penitencias, del rechazo de todo contacto humano; se trata más bien de buscar la
fraternidad, la caridad y, en ella y a través de ella, alcanzar la madurez humana y
cristiana. Así la unidad en la caridad será testimonio para el mundo y preanuncio de la
comunidad futura”83
c) La vida común
Resulta interesante comprobar cómo una Orden que en sus orígenes tiene un
fuerte componente eremítico, lo va perdiendo rápidamente aunque se mantenga en el
nombre oficial de la Orden hasta después del Concilio Vaticano II. En este aspecto
encontramos presente de forma clara la influencia de san Agustín, que no se limita a ser
un punto de referencia más o menos cercano, sino que provoca una transformación hasta
el punto de conectar perfectamente la Orden surgida en el siglo XIII con las primitivas
fundaciones agustinianas en el África del siglo V. Podemos afirmar que, desde muy
pronto, la vida fraterna en comunidad fue el santo y seña de los agustinos. Es cierto que
los grupos diseminados por la Tuscia y unidos para formar la Orden entroncan, en gran
medida, con el ideal solitario propio de la antigua espiritualidad del desierto,
nuevamente en auge a partir del siglo XI84, que exige el abandono de todo aquello que
impida o incluso dificulte el trato con Dios. Por eso los ermitaños salen de las ciudades
y se instalan en lugares solitarios para entregarse a una vida de oración y penitencia,
solos con el Solo. Avanzando el tiempo se van mostrando cada vez más abiertos al
apostolado y a la vida activa, si bien establecen sus comunidades en lugares apartados
como signo de su ruptura con el mundo, entendido como ámbito del pecado, y cuidan
siempre la soledad y el cultivo individual de la santificación personal. También es cierto
que no viven ya en absoluta soledad, sino que forman pequeños grupos, siguiendo las
indicaciones del Concilio IV de Letrán, atento a promover una estructura organizativa
para evitar que el florecimiento incontrolado de ermitaños alimente los movimientos
heterodoxos de la época.
Muy pronto la vida comunitaria adquiere una creciente importancia en estos
grupos, favorecida por las disposiciones de la Iglesia, aunque podemos pensar que la
dimensión comunitaria no se entendía en la línea de san Agustín ni alcanzaba la
importancia dada por el Obispo de Hipona, ya que la comunión de vida no era un
80
Comentario a los Salmos, 132,6.
Carta 210,2; Cf. Regla, 6,41-42.
82
Cf. C. MORÁN FERNÁNDEZ, Comunidad y fraternidad, Madrid 2003, 15.
83
L. MARIN, Agustinos: novedad y permanencia, Madrid 1990,133.
84
Cf. J. ÁLVAREZ GÓMEZ, Historia de la vida religiosa, vol. II, Madrid 1989, 65-88.
81
aspecto tan esencial en estos primeros agustinos como lo será después. Hay varios
factores que facilitan esta progresiva importancia del aspecto comunitario: la
implantación en las ciudades, la actividad apostólica, el perfeccionamiento organizativo
pero, sobre todo, resulta decisivo el especialísimo papel que san Agustín adquiere en la
Orden y que convierte la unidad de almas y corazones en Dios elemento básico de la
vida religiosa agustiniana85, hasta el punto de poder hoy decir que “la comunión como
valor y la comunidad como estructura constituyen contemporáneamente nuestro ideal de
vida y el punto de partida de nuestra misión en la Iglesia y en el mundo”86.
Es importante señalar que esta concepción de la comunidad a estilo de san
Agustín se inserta en una estructura original, muy distinta de la vivida por el Obispo de
Hipona. El modo de vida de los mendicantes y su tipo de organización se diferencia
mucho de la concepción de la vida religiosa en los monasterios norteafricanos del siglo
V. En efecto, los mendicantes se dan una estructura muy distinta a la organización
monástica clásica: se establece una organización mucho más horizontal basada en la
igualdad básica y se profundiza en la democracia interna. El religioso es fratre
(hermano) no dominus (señor), y al frente de las comunidades está el prior (primero
entre los iguales), elegido por un tiempo, y no el abad (padre) vitalicio. Frente a los
monjes, más verticalistas y estables, que conciben el monasterio como un microcosmos,
los frailes tienen una gran movilidad y cambian fácilmente de convento, según lo
requieran las necesidades del apostolado87. Es en esta nueva forma de vida religiosa
donde se inserta nuestra Orden, con las características que le son propias, y en la que
san Agustín ejerce su decisiva influencia.
En sus primeras Constituciones, redactadas en 1290, se apunta ya lo que será el
santo y seña de los agustinos: “Puesto que, según el precepto de la Regla de nuestro
Padre san Agustín, se nos manda tener un solo corazón y una sola alma orientados hacia
el Señor, es justo que, a quienes vivimos bajo la misma Regla y el mismo voto de
profesión, se nos encuentre uniformes en la observancia de la sagrada Religión, hasta tal
punto que la unidad, respetada en el interior del corazón, favorezca y represente la
uniformidad exterior observada en las costumbres”88. Así, Pablo VI ha podido recordar
en tiempos recientes que, para los agustinos, la vida común no es un medio de la vida
conventual, sino como el fin al que debemos tender cada día89.
2.2.3. Pobreza
a) Seguir a Cristo pobre
Cf. T. TACK, “Mensaje a todos los miembros de la familia agustiniana sobre las características
esenciales de la vida religiosa agustiniana”: Acta OSA 23 (1978) 53.
86
M.A. ORCASITAS, “Carta a todos los hermanos de la Orden, en preparación del Capítulo General
Intermedio 1992”: Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 29.
87
Sobre los mendicantes, cf. F. DAL PINO, “Mendicanti, Ordini”: Dizionario degli Istituti di Perfezione,
vol. V, Roma, 1163-1172.
88
Las primitivas Constituciones de los Agustinos, ed. crítica de I. ARÁMBURU, Valladolid 1966, I,31.
89
Cf. PABLO VI, “Discurso a los miembros del Capítulo General”, 20 de septiembre de 1971: Libres
bajo la gracia, vol. I, Roma 1979, 44.
85
Si para san Agustín el ideal de la vida religiosa es el cor unum et anima una in
Deum, podemos entender que la pobreza sea para él una consecuencia lógica de la
“profesión de santidad” de aquellos que, vacíos de sí y desde la pobreza de espíritu
reflejada en la humildad, tienen en Dios la única riqueza90. El punto de partida son los
textos neotestamentarios que exhortan no sólo a tener a Cristo como único señor,
evitando poner el corazón en las riquezas, sino también a compartir nuestros bienes con
los demás (cf. Hch 2,42-47; 4,32-37; 11,26; 1 Cor 1,5; 2 Cor 8,7; Ef 1,7; 2,7; 3,8; 1 Tim
6,18; Col 1,27). Así pues, la pobreza no es un bien en sí misma, ni debe buscarse como
meta o ideal. Es, más bien, la manifestación y el signo de la auténtica caridad
sobrenatural. “Cuando veis a los ricos malos, ¿pensáis que las riquezas son malas? Las
riquezas en sí no son malas; son ellos. Las riquezas son dones de Dios” 91. Y en otro
texto insiste: “No desaparezcan los bienes de la sociedad; existan, pero sea bueno el uso
de los mismos […]. Son bienes, pero requieren gente buena”92. San Agustín no rechaza
los bienes en sí, que son útiles para la vida, lo que rechaza de plano y con fuertes
expresiones es el poner nuestro corazón en ellos y ser su esclavo93. Así podemos
comprender que, si el religioso hace profesión de vida común, entendida como unión de
almas y corazones hacia Dios, todo aquel que entra en la casa religiosa debe
desprenderse de sus bienes y vivir en adelante sin nada propio si no quiere caer en la
falsedad y en la hipocresía: “Sepa también vuestra caridad que he dicho a los hermanos
que viven conmigo que quien tenga algo, o lo venda, o lo regalo, o lo dé al bien
común… Hagan con ello lo que gusten, con tal de que sean pobres conmigo y nos
confiemos juntos a la misericordia de Dios”94. Y advierte: “A ninguno le está permitido
en la comunidad el tener nada propio. A ninguno le está autorizado; si algunos lo tienen,
hacen lo que no les está permitido”95. Ahora bien, la pobreza que Agustín pide a sus
monjes tiene también una dimensión interior. No basta no tener bienes propios, hay que
evitar el deseo y la esperanza de poseer, porque “el verdadero pobre de Dios lo es en el
ánimo, no en el bolsillo”96.
El movimiento pauperístico que se desarrolla en la Iglesia a partir del siglo XI y,
sobre todo, en el siglo XII con el apogeo de los mendicantes, intenta volver a la
radicalidad evangélica en la imitación de Cristo pobre, es decir, a la Ecclesiae
primitivae forma. El monacato cristiano, incluido el de san Agustín, había insistido
sobre todo en la pobreza individual y no tanto en la pobreza comunitaria, pero en esta
época medieval se alzan voces críticas que piden coherencia a los cristianos: si son
seguidores de Cristo deben imitar su desprendimiento y su pobreza efectiva. Y esta
llamada a la pobreza debe afectar por igual a los individuos como a las comunidades,
con lo que se pone en entredicho la opulencia de monasterios y abadías. Evidentemente
Cf. L. MARÍN DE SAN MARTÍN, “La espiritualidad agustiniana”: Revista agustiniana 35 (1994) 945949. El pensamiento agustiniano sobre la pobreza puede resumirse así: “No tener nada en esta tierra en lo
que poner la esperanza, vivir del propio trabajo, contentarse con poco, estar alegres de la posesión de
Dios y dependencia total de él a través de la Iglesia”: A. TRAPÉ, La Regla de San Agustín. Madrid 1978,
190.
91
Sermón 15 A, 5.
92
Sermón 311,11.
93
Cf. Sermón 355,3; Regla 5,32.
94
Cf. Sermón 355,6.
95
Ibid. 355,2.
96
Comentario a los Salmos, 131,26.
90
éste será un terreno abonado para la aparición de grupos heréticos, de triste recuerdo en
la Historia de la Iglesia97.
En los orígenes de la Orden de San Agustín se plantea un cierto conflicto entre
los diversos grupos que la componen. Algunos, como los ermitaños de Bréttino,
defienden una estricta pobreza tanto personal como comunitaria, otros más cercanos a
los criterios de raigambre monástica aceptan que la comunidad pueda tener propiedades.
Es, en parte, el contraste entre dos líneas de vida consagrada: la monástica y la
mendicante. Es esta última la que va ganando terreno, superando en exigencia al propio
san Agustín. De hecho, el papa Alejandro IV abre la posibilidad de que las casas que así
lo desearan puedan renunciar a la posesión comunitaria de bienes98 y el Capítulo
General celebrado en Ratisbona en 1290 profundiza en este sentido, aunque sus
drásticas resoluciones no se llevarán a la práctica. Es el Concilio de Trento quien
concede a casi todas las órdenes, entre ellas a la de los agustinos, la posibilidad de
poseer en común, zanjando así, al menos de forma legal, las diferencias y tensiones
provocadas entre los mendicantes por el tema de la pobreza y la tendencia a imponer la
de carácter comunitario en las leyes de la Orden.
b) El trabajo y otras manifestaciones de la pobreza
La pobreza es fruto de la humildad y de la sencillez de corazón. “Hay quienes
más fácilmente distribuyen todos sus bienes a los pobres que se hacen pobres de espíritu
[…]. Son ricos de sí mismos, no pobres de Dios. Están llenos de sí y no necesitan de
Dios”99. Sólo el humilde puede comprender que “Dios investiga la riqueza o la pobreza
en el corazón del hombre, no en su arca o en su casa”100. Y, ¿quiénes son los humildes?:
los pobres de espíritu, que “se estremecen ante la palabra de Dios, que confiesan sus
pecados, que no presumen de sus méritos ni de su justicia […]. Los que, al ejecutar
alguna obra buena, alaban a Dios y, al hacerla mala, se culpan a sí mismos”101. Una
manifestación de esta pobreza procedente de la humildad es la dependencia del
común102, tanto en lo que se refiere a entregar el fruto del trabajo o los bienes que el
religioso pueda recibir, como para obtener del común aquello que precise según sus
necesidades103. Es necesario advertir que, para san Agustín, la posesión de bienes en
común no es sólo una exigencia para aquellos que entran en el monasterio, sino un ideal
propuesto a todos los cristianos104.
La pobreza también se manifiesta en el trabajo. Es decir, lleva implícita la
obligación de trabajar según “nuestras capacidades”, de la misma forma que cubrimos
97
Recuérdese por ejemplo el caso de los valdenses, de los humillados, de los cátaros y de los fraticelli.
Cf. O. CAPITANI, Medioevo ereticale, Bologna 1978; G. VOLPE, Movimenti religiosi e sette ereticali
nella storia medievale italiana. Secoli XI-XIV, Firenze 1971.
98
Cf. bula Licet Ecclesiae Catholicae, 9 de abril de 1256: A. DE MEIJER, “Licet Ecclesiae Catholicae I,
Text”: Augustiniana 6 (1956) 9-13.
99
Comentario a los Salmos 71,3.
100
Ibid., 48,1,3.
101
Ibid., 73,24.
102
Así ocurre a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando en diversos lugares en la práctica se
había producido un alejamiento de esa exigencia fundamental.
103
Regla 1,4-5.
104
Cf. B. RAMSEY, “Riqueza”: A.D. FITZGERALD (dir.), Diccionario de san Agustín, Burgos 2001,
1145-1151.
del común “nuestras necesidades”. Nadie debe aprovecharse de la comunidad de bienes.
Por eso pide a sus monjes “que ninguno trabaje en nada para sí mismo, sino que todos
vuestros trabajos se realicen para el bien de la comunidad”105. Todos deben trabajar
según las propias posibilidades, evitando así la ociosidad y el descrédito de los
monasterios, bien sea en labores físicas o en tareas intelectuales 106. Del trabajo manual
están exentos los enfermos, los que desarrollan un ministerio pastoral y aquellos que se
ocupan en el estudio o en la enseñanza. A estos deben mantenerlos las aportaciones de
los fieles a quienes sirven, si bien quedan obligados a dar ejemplo de sobriedad,
transparencia y desprendimiento107. La alegre constancia en el trabajo y la dedicación a
diversas tareas es un hecho presente de forma particular en los religiosos agustinos.
Vivimos de nuestro trabajo, aunque la orientación no es de tipo económico, sino
pastoral. No nos mueve la obtención de riquezas, sino la realización del Reino.
c) La opción por los más pobres
La pobreza personal y la dependencia del común ha sido siempre un rasgo
característico de los agustinos, conjugada con la austeridad comunitaria y el empleo de
los bienes que se poseen en común para el ejercicio del apostolado. Pero este compartir
los bienes se extiende también a la construcción de una sociedad mejor y más justa108.
El ejemplo de san Agustín resulta esclarecedor. “No es propio del Obispo –señala–
guardar el oro y alejar de sí la mano del mendigo”109. Por eso, nos cuenta su biógrafo
san Posidio, “nunca olvidaba a los pobres, socorriéndoles de lo que se proveían él y sus
comensales, esto es, o de las rentas y posesiones de la Iglesia o de las ofertas de los
fieles”110, incluso llegó a fundir los vasos sagrados para socorrer a los cautivos y otros
indigentes111. Así pues, la pobreza en el pensamiento agustiniano es también apertura de
amor a los necesitados, especialmente a los más pobres, ejercicio de solidaridad con
ellos, hacer propio el dolor ajeno, porque “Cristo está necesitado cuando lo está un
pobre”112, por eso cuando se socorre a un necesitado se ejercita la comunión eclesial
porque “un miembro de Cristo da a otro miembro de Cristo”113. Además san Agustín
pide que seamos la voz de quienes no la tienen, que asumamos la causa de los
oprimidos: “Desde el mismo momento en que salgo para venir a la iglesia y al regresar,
los pobres vienen a mi encuentro y me recomiendan que os lo diga para que reciban
algo de vosotros. Ellos me amonestaron a que os hablara. Y cuando ven que nada
reciben, piensan que es inútil mi trabajo con vosotros. También de mí esperan algo. Les
doy cuanto tengo; les doy en la medida de mis posibilidades. ¿Acaso soy yo capaz de
satisfacer todas sus necesidades? Puesto que no lo soy, al menos hago de legado suyo
105
Ibid. 5,3 1.
Cf. El trabajo de los monjes, 25,33.
107
Cf. Ibid., 16,19.
108
Cf. Plan de formación agustiniana. Ratio Institutionis Ordinis Sancti Augustini, Roma 1993, 30-32.
109
Sermón 355. Para san Agustín, poseer lo que es superfluo es una forma de robar. Cf. Comentario a los
Salmos, 147,12; Sermón 206,2.
110
SAN POSIDIO, Vida de Agustín, 23.
111
Cf. Ibid., 24.
112
Sermón 38,8.
113
Sermón 53 A,6.
106
ante vosotros. Al oír esto habéis aclamado. ¡Gracias a Dios! […]. Con todo, hermanos
míos, estas vuestras alabanzas son hojas de árboles: se pide el fruto”114.
La Orden de San Agustín ha intentado ser coherente con esta opción por los más
necesitados. Los mendicantes, hechos pobres para imitar a Cristo, estuvieron cerca de
los indigentes y menesterosos, asumiendo su causa. El luminoso ejemplo de santo
Tomás de Villanueva o san Alonso de Orozco marcan una constante, que en nuestra
época se desarrolla en la reflexión iniciada en la Orden tras el Concilio Vaticano II. En
el llamado Documento de Dublín, fruto del Capítulo General Intermedio de 1974 se
pide ir más allá de la mera pobreza jurídica y asumir la causa del necesitado,
defendiendo sus derechos sociales y, en ocasiones, compartiendo la pobreza con el
pobre115. Unos años después, en otro Capítulo General Intermedio, en este caso reunido
en México en 1980, se precisa que la tarea evangelizadora de los agustinos “debe partir
y desarrollarse desde la perspectiva de los pobres”. Y prosigue: “Sólo así la vida y la
labor apostólica de nuestra Orden podrá constituirse en signo y testimonio auténticos de
solidaridad con los pobres en este mundo, y contribuir a la construcción de un mundo
más justo, participativo y fraterno”116.
2.2.4. Eclesialidad
a) El sentido de Iglesia
Si para san Agustín la Iglesia es el Totus Christus, de modo que “nosotros somos
él porque somos sus miembros, porque somos su cuerpo, por ser él nuestra cabeza, por
ser el Cristo total la cabeza y el cuerpo”117, cada monasterio, como hemos señalado,
debe ser una ecclesiola en la que se refleje perfectamente esta unidad en Cristo de la
Iglesia toda118, porque la comunidad religiosa, a ejemplo de la Iglesia apostólica, no es
otra cosa sino una sola alma en Cristo hacia Dios119. Así pues, podemos entender el
profundo sentido eclesial de san Agustín, que se expresa también en otra de las
imágenes más queridas para el Obispo de Hipona: la Iglesia como madre. En efecto, la
realidad salvífica de Cristo fluye y se comunica a través de su cuerpo y, por tanto, la
tarea de la Iglesia consiste en dar a luz a nuevos hijos de Dios, nutrirlos y cuidarlos120.
Si nuestro primer nacimiento se debe a un hombre y una mujer, el segundo nacimiento
se debe a Dios y a la Iglesia, que nos engendran para la vida eterna: “Pon tus ojos en el
seno de la madre Iglesia; advierte su esfuerzo envuelto en gemidos para traerte a la vida,
para alumbrarte a la luz de la fe. No agitéis por impaciencia las entrañas maternas,
estrechando así las puertas del parto […]. Puesto que estás siendo creado, alaba a tu
Dios; alaba, alaba a tu Dios, pueblo que te abres a la vida. Alábale porque te amamanta,
114
Sermón 61,13. Cf. C. BOFF, San Agustín de Hipona y la pastoral de la liberación, Iquitos 1983; F.
GALENDE FINCIAS, Pobreza y riqueza en san Agustín, Madrid 2003.
115
Cf. “Capítulo General Intermedio 1974, Dublín. Documento de Dublín”: Libres bajo la gracia, vol. II,
Roma 1999, 91.
116
“Capítulo General Intermedio 1980, México”: Libres bajo la gracia, vol. II, Roma 1999, 110.
117
Sermón 133,8.
118
Carta 243,4.
119
Cf. Regla, 1,3.
120
Cf. T. VAN BAVEL, “Iglesia”: A.D. FITZGERALD (dir.), Diccionario de san Agustín, Burgos 2001,
664-674.
alábale porque te alimenta; puesto que te nutre, crece en sabiduría y edad” 121. San
Agustín insiste en el necesario amor que debemos mostrar hacia la Iglesia como madre,
por eso advierte: “Nadie puede tener propicio a Dios Padre si desprecia a la Iglesia
madre. Esta madre santa y espiritual os prepara cada día alimentos espirituales,
mediante los cuales robustece, no vuestros cuerpos, sino vuestras almas […]. Hacedlo
por vosotros, amadísimos; no abandonéis a una madre como ésta, para saciaros de la
abundancia de su casa y para que os haga beber del torrente de sus delicias y os
encomiende a Dios Padre en calidad de dignos hijos. Ella os conducirá libres y sanos a
la patria eterna después de haberos nutrido piadosamente”122. Si el cuerpo de Cristo está
formado por aquellos a quienes la Iglesia ha dado a luz, todos deben ayudar a transmitir
la vida en Cristo. No sólo los consagrados a Dios, sino todos los creyentes participan de
la tarea maternal de la Iglesia, porque son Iglesia.
Este amor a la Iglesia, que lleva implícito una total disponibilidad a sus
necesidades, se manifiesta de forma clara en la espiritualidad agustiniana, avalado por
las circunstancias históricas que confluyen en el nacimiento de la Orden. Desde sus
orígenes encontramos en ella un profundo sentido eclesial, como ha recordado el papa
Juan Pablo II123 y de lo que dan testimonio los setecientos sesenta años de historia de la
Orden. Todo contribuye a reforzar los lazos de unión entre los agustinos y la Sede
Apostólica, cuyo profundo vínculo se refleja en dos constantes fundamentales: la
disponibilidad a las necesidades de la Iglesia y la defensa de la Sede Apostólica.
b) En la vanguardia de la Iglesia: el apostolado
El mismo san Agustín ofrece un magnífico ejemplo de disponibilidad a través de
toda su trayectoria vital, hasta el punto de estar dispuesto, por amor a la Iglesia, a dejar
la vida de contemplación u otium sanctum en favor de la actividad apostólica o
negotium iustum: “El amor a la verdad busca el ocio santo y la urgencia de la caridad
acepta la debida ocupación. Si nadie nos impone esta carga debemos aplicarnos al
estudio y al conocimiento de la verdad. Y si se nos impone debemos aceptarla por la
urgencia de la caridad”124. La contemplación perfecta de la verdad se reserva para la
vida futura, mientras que en este tiempo de peregrinación debe ceder ante la urgencia de
las necesidades eclesiales125. San Agustín exhorta a sus monjes a no buscar con avidez
el apostolado, pero también a estar disponibles a lo que la Iglesia pueda necesitar, ya
que “si no hubiese buenos ministros que se determinasen a asistirla cuando ella da a luz,
no hubiésemos encontrado medio de nacer”126. Por eso, no deseándolos, él acepta el
presbiterado y el episcopado, como carga (sarcina) y dedica su vida a un permanente
servicio pastoral, no sólo en la atención a su diócesis de Hipona, sino también en la
permanente disponibilidad a participar en las numerosas y en ocasiones enconadas
controversias teológicas de la época, defendiendo siempre a la Iglesia con su pluma y su
palabra, de lo cual nos ha dejado un abundante testimonio en sus obras.
121
Sermón 216,7.
Sermón 255 A; cf. Comentario a los salmos, 88, 2, 14; Carta 243, 8.
123
Cf. JUAN PABLO II, “Alocución del Santo Padre en la capilla del Colegio Santa Mónica de Roma”, 7
de mayo de 1982: Libres bajo la gracia, vol. II, Roma 1999, 13-14.
124
La Ciudad de Dios, 19,19.
125
Cf. J.M. RODRÍGUEZ, “Búsqueda de Dios y apostolado en san Agustín”: La búsqueda de Dios,
Roma 1981, 175-200.
126
Carta 48,2.
122
La disponibilidad de san Agustín tiene su continuidad en la nueva familia
religiosa nacida por especial iniciativa de la Sede Apostólica en el siglo XIII127. Esto
hace que, ya desde los orígenes, la nueva orientación de los grupos que constituyen la
Orden se caracterice de forma clara por un generoso, constante y fecundo servicio
eclesial, abiertos siempre a la universalidad, por encima de las barreras nacionales128.
Desde el inicio los agustinos ocupan una posición de vanguardia como instrumento de
renovación y de santificación en la Iglesia, frente a los movimientos heréticos
medievales y la propia decadencia de los pastores. Aquí debemos destacar otro rasgo de
gran importancia en la Orden y es la especial fidelidad de los agustinos a la Sede
Apostólica y a los sumos pontífices, que se pone de manifiesto en su ardorosa defensa
del papa en los momentos de crisis129.
Al hablar del apostolado de la Orden también quisiera destacar la presencia
agustiniana en la tarea evangelizadora de América130, que se lleva a cabo con evidente
dinamismo desde el 22 de mayo de 1533, cuando los primeros siete agustinos
desembarcan en San Juan de Ulúa, Nueva España. Un siglo después ya encontramos
presencia agustiniana en casi todo el continente, con un gran número de vocaciones
nativas y no sólo de origen español. El trabajo misional tiene su continuidad en la
entusiasta y excelente labor desarrollada en Filipinas y en las colonias portuguesas, con
China y Japón en el horizonte131. Cabe destacar la actual presencia de la Orden en los
cinco continentes, atendiendo diversos campos de apostolado.
c) El estudio como rasgo espiritual
Junto al trabajo misional, encontramos también una progresiva y fuerte presencia
de los agustinos en el campo de la cultura132, siendo el cultivo de la ciencia y el saber un
“Juzgo más auténtico a este propósito que la santa Madre Iglesia instituyera por sí misma, casi desde
sus cimientos, esta Orden que si lo hubiera hecho cualquier hombre santo; pues nadie puede dudar que la
santa Madre Iglesia es regida por el Espíritu Santo, y cuanto es instituido o establecido por ella es
indudablemente realizado y hecho por el impulso del Espíritu”: JORDÁN DE SAJONIA, Liber
Vitasfratrum, 1,19.
128
Cf. M.A. ORCASITAS, “Carta a todos los hermanos de la Orden al cumplirse 750 años de la
fundación jurídica de la Orden”, 16 de diciembre de 1993: Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001,
128.
129
Recuérdense los escritos de Egidio Romano, Santiago de Viterbo y Agustín de Ancona a favor del
papa Bonifacio VIII, y los de Guillermo de Cremona, Alejandro de San Elpidio y Germán de Schildesche
en defensa de Juan XXII. También debe destacarse la acción y el trabajo de Jerónimo Seripando en esta
línea en la que la actitud de Lutero no es sino una excepción.
130
Cf. J. DE GRIJALVA, Crónica de la Orden de N. P san Agustín en las provincias de Nueva España,
Méjico 1624; F. CAMPO DEL POZO, Los agustinos en la evangelización de Venezuela, Caracas 1979; J.
GARCÍA (compilador), Los agustinos en América Latina. Pasado y presente, Iquitos 1995; V.
MATURANA CORTÍNEZ, Historia de los agustinos en Chile, 2 vols., Santiago 1904; D. MUCIENTES
DEL CAMPO, Centurias colombo-agustinas, Bogotá 1968; E. 2002; G. DE SANTIAGO VELA, Ensayo
de una biblioteca iberoamericana de la Orden de San Agustín, VIII vols., Madrid-El Escorial 1913-1931;
E. SÁNCHEZ PÉREZ, La familia agustiniana en el Río de la Plata: Argentina y Uruguay, Montevideo
2002; A. VILLAREJO, Los agustinos en el Perú y Bolivia, Lima 1965.
131
Cf. I. RODRIGUEZ, Historia de la provincia agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas,
XXII vols. publicados, Manila-Valladolid 1965-1993.
132
Cf. G. CIOLONI - V. GROSSI, V., “Gli Agostiniani e le mediazioni culturali”: V. GROSSI- L.
MARÍN- G. CIOLONI, Gli Agostiniani. Radici, storia, prospettive, Palermo 1993, 215-256.
127
rasgo genuinamente agustiniano. San Agustín distingue entre sapientia y scientia. La
sabiduría es el conocimiento intelectual de lo eterno e inmutable, mientras que la
ciencia, conocimiento racional del mundo temporal y mudable. Podemos decir que la
ciencia conoce cosas verdaderas, mientras que la sabiduría es conocimiento de la
Verdad y su fin es la contemplación133. Sin despreciar la importancia de la ciencia, san
Agustín resalta la superioridad de la sabiduría, porque nos hace alcanzar la meta última
del ser humano y, por tanto, la felicidad134. Aquí se inscribe la predilección de nuestro
Padre por el otium sanctum, que sólo debe hacernos abandonar la urgencia de la caridad,
como ya comentamos anteriormente. En cuanto a la actividad intelectual de san
Agustín, auténtico genio de la cultura, el papa Juan Pablo II nos recuerda las
coordenadas orientadoras de su investigación fundamentada en el amor y que son “una
mayor comprensión de la fe católica y su defensa contra quienes la negaban, como eran
los maniqueos y los paganos, o bien daban de ellas interpretaciones equivocadas, como
los donatistas, pelagianos y arrianos”135.
La Orden ha cuidado siempre el trabajo intelectual como rasgo característico. En
palabras del cardenal Ehrle, “los agustinos cultivaron en seguida los estudios con tal
empeño que, ya desde los últimos decenios del siglo que los vio nacer tuvieron en París
una posición respetada”136. En este magnífico desarrollo ha sido decisiva la actitud
netamente favorable de los priores y de los Capítulos Generales, así como las
extraordinarias aptitudes de muchos de sus religiosos, dedicados a los estudios con
notable éxito137. En este campo sobresalen figuras como Egidio Romano, Tomás de
Estrasburgo, santo Tomás de Villanueva o Jerónimo Seripando, por citar algunos de los
más preclaros ejemplos de apostolado de la cultura que, junto a una espiritualidad más
popular y devocional, permite la presencia, hasta nuestros días, de una específica
corriente espiritual agustiniana, culta y bien fundamentada teológicamente138. La
vigencia del estudio como rasgo integrante de la espiritualidad agustiniana ha sido
recordado por el papa Pablo VI con palabras inolvidables: “Nos gusta recordar, aún, un
elemento en el que se ha de reconocer una característica peculiar, y casi diríamos, el
ingenio de la Orden Agustiniana; y es la aptitud para ejercer el apostolado intelectual
[…]. Trabajad, pues, para favorecer los buenos estudios, las publicaciones científicas, la
investigación a nivel superior, el desarrollo de las disciplinas eclesiásticas: todo esto
debe constituir para vosotros un compromiso de honor, que invada, inspire y
perfeccione el mismo trabajo apostólico”139.
3. UNA ESPIRITUALIDAD PARA EL TERCER MILENIO
133
Cf. La Trinidad, 12,14,22.
Cf. El libre albedrío, 2,13,36.
135
JUAN PABLO II, Carta apostólica Augustinum Hipponensem, 2.
136
Citado por D. GUTIÉRREZ, Los Agustinos en la edad media 1256-1356, Roma 1980, 169.
137
Ibid., 170-171.
138
Cf. D. GUTIÉRREZ, Los Agustinos en la edad media 1256-1356, Roma 1980, 186-195; Los Agustinos
en la edad media 1357-1517, Roma 1977, 157-165; Los Agustinos desde el protestantismo hasta la
restauración católica 1518-1648, Roma 1971, 178-180; J. GAVIGAN, Los Agustinos desde la revolución
francesa hasta los tiempos modernos, Roma 1999, 305-343.
139
PABLO VI, “Puntos de máxima importancia para el desarrollo de la Orden. Carta al Prior general
Teodoro Tack, en ocasión del Capítulo General de 1977”, Roma 14 de septiembre de 1977: Libres bajo la
gracia, vol. I, Roma 1979, 53-54.
134
Después de haber expuesto los rasgos principales de la espiritualidad propia de la
Orden de San Agustín, debemos retomar el presente para mirar esperanzados al futuro.
Ya el Concilio Vaticano II recuerda que “la adecuada renovación de la vida religiosa
comprende, a la vez, un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la
primigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas
condiciones de los tiempos140”. Por eso no podemos limitarnos a una contemplación
erudita, romántica o meramente nostálgica del pasado. Conocer nuestras raíces,
profundizar en la espiritualidad de la Orden, nos permite asumir la propia identidad
como agustinos para responder a los retos del mundo, fieles al carisma suscitado por el
Espíritu para el bien de la Iglesia.
3.1. La Orden de San Agustín y su espiritualidad: una lectura actual
3.1.1. A la luz del Vaticano II
a) El retorno a las fuentes
Conscientes de que el ser religioso pertenece a la vida, santidad y misión de la
Iglesia, los agustinos tratamos de responder a la invitación del papa Juan Pablo II que,
en la línea de lo establecido por el Concilio, anima a los religiosos a “reproducir con
valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores como respuesta a los
signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy. Esta invitación es sobre todo una
llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y
espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la
competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión,
adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas
necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial”141.
Se trata, por tanto, de una actitud de permanente renovación en la fidelidad a lo que
somos y en la creatividad para responder a las necesidades de la Iglesia en el mundo de
hoy. La Orden de San Agustín inició ya, en los tiempos inmediatamente posteriores al
Vaticano II, una profunda revisión que trajo consigo un reforzamiento en la identidad y
un aggionamento en las estructuras. El entonces Prior general, P. Agostino Trapè, había
indicado su intención de “llevar a cabo la renovación que nos es urgida, tratando de
cristalizar el espíritu de nuestra Orden con eficiencia y diligencia”142, lo que se concreta
en 1968 con la promulgación de las nuevas Constituciones.
Para redescubrir el carisma y conservar la propia fisonomía y función específica,
es preciso abordar la renovación desde la fidelidad a los orígenes y a la propia identidad,
redescubriendo la historia y la acción de Dios en ella143. Ésta es la clave de toda
renovación que, podemos decir, no se concluye nunca, sino que se actualiza de forma
140
CONCILIO VATICANO II, Decreto Perfectae caritatis, 2.
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 37.
142
“Un Capítulo para la Época Posconciliar. Primera carta de Prior general Agostino Trapè a toda la
Orden, después de su elección, Roma 31 de diciembre de 1965”: Libres bajo la gracia, vol. I, Roma 1979,
94.
143
Cf. M. MARTÍN ORTEGA, “El carisma agustiniano y el Vaticano II”: La espiritualidad agustiniana y
el carisma de los agustinos, Roma 1995, 142-156.
141
inagotable, como expresión de dinamismo y perenne juventud. El retorno a las fuentes
no es una cuestión meramente académica. Es cierto que incluye un mayor y mejor
conocimiento de la propia historia, pero también implica confrontación personal y
comunitaria con esas fuentes que originan el carisma y que proporcionan a la Orden sus
rasgos característicos.
a) San Agustín y la tradición de la Orden
La centralidad de san Agustín está fuera de toda duda y constituye el patrimonio
más importante de los agustinos. Él es verdaderamente el Padre de la Orden. Así lo
proclamaba Nicolás de Alessandria, uno de los más importantes escritores agustinos de
los primeros tiempos: “Tenemos, pues, tres motivos que declaran de alguna manera la
felicidad de este glorioso Padre: la brillantez, la nobleza y la abundancia de la prole, sin
las cuales no brilla perfectamente la felicidad de nadie”144. Sin embargo, estos escritores
reflejan también un exceso y un error al defender una pretendida continuidad histórica y
no sólo espiritual entre las fundaciones monásticas de san Agustín y la Orden nacida en
el siglo XIII. Movidos por un inmenso amor a san Agustín, que les lleva a identificarse
con su persona y su espiritualidad, manifiestan ser en verdad los auténticos herederos de
tan excelso Padre, más allá de las exageraciones históricas y la falsa reinterpretación del
pasado145. Nuestra Orden ha consolidado esta referencia a san Agustín desde un triple
camino: el conocimiento de su doctrina, la profundización en su espiritualidad y la
identificación con su persona146. Es motivo de inmensa alegría constatar que todo ello
ha calado no sólo en el aspecto general, sino también local y personal, con especial
atención en lo que se refiere al estilo de vida, a la formación y al apostolado147.
Tampoco debemos olvidar, si queremos ser fieles a nuestros orígenes, las
especiales circunstancias que rodearon el nacimiento de la Orden. “La santa Madre
Iglesia –escribe Jordán de Sajonia– todo cuanto había hecho el bienaventurado Agustín
por su Orden, volvió a hacerlo, como de nuevo, inmediatamente por sí misma,
instituyéndola y autorizándola con su autoridad apostólica […]. ¿Qué fundador, por
consiguiente, podría hacer por su Orden, dentro de la Iglesia Romana, más de lo que ella
hizo por ésta? Ninguno, a la verdad […]. Por tanto, que la santa Madre Iglesia instituyó
como en su fundamento esta Orden, lo juzgo más auténtico que si lo hubiera hecho
cualquier hombre santo, pues no puede negarse que está asistida por el Espíritu Santo y,
por consiguiente, lo que ella instituye o establece es, sin género de duda, instituido o
NICOLÁS DE ALESSANDRIA, “Sermo de beato Augustino”: Analecta Augustiniana 45 (1982) 354.
Sobre todo este tema cf. L. MARÍN, Agustinos: novedad y permanencia, Madrid 1990, 113-126.
146
El papa Pablo VI exhortaba en cierta ocasión: “¡Amad mucho a san Agustín, vosotros agustinos! Y
sabed divulgar algo de su grande sabiduría, de su experiencia, de su misma vida: ésta, lo sabemos, es, no
digo una novela, sino un drama espiritual de quien busca a Dios a través de tantos sucesos, también
negativos, y lo halla y lo alcanza y no lo abandona más. Y toda su vida es una ascensión fatigosa, llena de
polémicas, llena de afirmaciones. Pero… ¡qué espíritu! No se le escapa al gran Doctor ninguna palabra
amarga y ningún problema queda escondido a su intuición”: “Amad mucho a san Agustín, vosotros
agustinos. Palabras dirigidas por S.S. el papa Pablo VI a los capitulares de la provincia de Nápoles, 30 de
diciembre de 1970”: Libres bajo la gracia, vol. I, Roma 1979, 38
147
Cf. “Capítulo General Intermedio 1998, Villanova. Agustinos en la Iglesia para el mundo de hoy”:
Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 78-100.
144
145
establecido por el Espíritu Santo”148. Es un contrasentido pensar que la admisión de este
doble fundamento de la espiritualidad agustiniana: san Agustín y la tradición de la
Orden puede oscurecer la importancia y el papel del santo Doctor entre nosotros. Nada
más lejos de la realidad. Ambas fuentes no son opuestas, sino complementarias. Y
honramos los dones recibidos por el Espíritu si sabemos apreciarlos en su extraordinaria
riqueza y responder al hecho distintivo de ser una Orden nacida en el siglo XIII que
tiene a san Agustín como Padre. El papa Juan Pablo II así lo ha recordado: “No puedo
olvidar el origen de vuestra Orden, la cual nació, en el mismo corazón de la edad media,
por iniciativa de mis predecesores Inocencio IV y Alejandro IV y, por tal razón, se
diferencia de los otros Institutos religiosos, configurándose como algo típico en la vasta
gama de las diversas formas y estructuras canónicas por la profesión de los consejos
evangélicos. Con relación a la letra y al espíritu de la Regla agustiniana, y al altísimo
título de nobleza que el nombre mismo del Santo confiere, vuestra Orden por su
institución jurídica tiene como fundadora a la santa Madre Iglesia. Agustín y la Iglesia,
pues: dos grandes nombres que definen, hermanos carísimos, vuestra especial fisonomía
como religiosos”149. La tradición de la Orden, como hemos visto, se refleja en la
disponibilidad a las necesidades eclesiales, que se pone de manifiesto en la diversidad
de apostolado, y también en la misma estructura organizativa, que hunde sus raíces en
un modo de ser y de vivir en consonancia con los orígenes y con la historia de los
agustinos.
3.1.2. La Orden en el siglo XXI
Sentadas estas bases, quisiera indicar brevemente cuáles son las líneas por las
que discurre la espiritualidad agustiniana en estos inicios del tercer milenio. Al hacer
referencia a prioridades y acentos entiendo englobados en ellos no sólo a los religiosos,
sino, en la medida de lo posible, a la entera familia agustiniana, llamada a ser toda ella,
desde la riqueza de su particular carisma, instrumento gozoso y esperanzado de la
acción de Cristo en el mundo.
Al profundizar en la espiritualidad que brota de san Agustín y de la tradición de
la Orden, leída en relación con nuestro mundo y nuestra historia, advertimos cuatro
urgencias o prioridades en el incesante proceso de actualización en el que se demuestra
el dinamismo agustiniano y la actualidad de su mensaje espiritual: el cultivo de la vida
interior; el testimonio de fraternidad; la sensibilidad social y la implicación en el
mundo; el empuje renovador.
a) Cultivo de la vida interior
Conscientes de que Cristo es nuestro centro y de que la actividad apostólica
brota de la sequela Christi, en el conocimiento existencial y en el amor, se impone un
especial cultivo de la interioridad: autoconocernos para poder conocer a Dios y, en el
148
JORDÁN DE SAJONIA, Vidas de los hermanos, vol.I, El Escorial 1933, 159.161-162.
JUAN PABLO II, “Alocución del Santo Padre en la Capilla del Colégio S. Mónica de Roma, 7 de
mayo de 1982”: Libres bajo la gracia, vol. II, Roma 1999, 13-14.
149
encuentro con Dios, abrirnos al encuentro con el hermano150. Y todo ello desde el
sentimiento de inquietud existencial que nos abre a las realidades últimas en la vivencia
plena del eterno Amor: “Alabarán al Señor los que le buscan. Los que le buscan le
hallarán y una vez que le encuentren le alabarán. Haz que te busque, Señor, invocándote
y que te invoque creyendo en ti, pues ya me has sido anunciado”151. Desde hace tiempo
encontramos una particular insistencia en los documentos de la Orden sobre este tema,
ya que “la interioridad es el centro de la vida, el núcleo fértil del ser humano donde
habita el misterio. Vivir fuera es vivir en el exilio y el vacío”152. Es una llamada a no
dejarnos envolver por el laicismo y el secularismo que crecen en el llamado primer
mundo, una llamada a reavivar el sentido cristiano de la vida, a cuidar los tiempos y
formas de oración, a huir de la rutina y el formalismo, a priorizar el silencio. Ni la vida
comunitaria ni el apostolado resultan posibles si no es desde el encuentro con Dios. De
lo contrario se resuelven el egoísmo, en activismo o en sociologismo153. Y es que “la
finalidad de todo volver al corazón es justamente poder salir afuera, trascenderse sobre
el propio yo, abandonar el propio yo, para abrirse a Dios y a la gente que está a nuestro
lado”154.
La respuesta a este llamamiento debe darse tanto de forma individual, con una
firme decisión de la persona por el cuidado prioritario de la vida interior, como también
comunitaria, no sólo en las programaciones, sino sobre todo en las opciones, en la
escala de valores que fundamenta y mueve nuestras decisiones. El papa Juan Pablo II ha
dirigido una petición muy clara a los agustinos: “Sed los pedagogos de la interioridad
al servicio de los hombres del tercer milenio a la búsqueda de Cristo”155. Y el prior
general nos recuerda sabiamente: “Nadie puede dar lo que no tiene” 156. De ahí el
especial atención con la que se cuida este aspecto en la etapa formativa, la particular
presencia del mismo en los diferentes grupos y fraternidades y la creciente
sensibilización en los religiosos y religiosas volcados en la actividad apostólica. A este
respecto quiero destacar el pulmón espiritual que suponen para la familia agustiniana las
monjas de vida contemplativa. Debemos seguir avanzando en el camino emprendido
con renovado vigor, creciente dinamismo y gozosa creatividad.
b) Testimonio de fraternidad
La vida comunitaria es el santo y seña de la identidad agustiniana. Pero no
olvidemos el concepto de comunidad en el pensamiento de san Agustín: “anima una et
150
Cf. R. PREVOST, Homilía del prior general en la celebración eucarística de clausura del Capítulo
General, Roma 21 de septiembre de 2001.
151
Confesiones, 1,1,1.
152
“Agustinos en la Iglesia para el mundo de hoy. Documento del Capítulo General Intermedio,
Villanova 1998”: Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 80.
153
Cf. M. NOLAN, , “El grito del corazón. Carta del prior general con ocasión de la clausura del XVI
centenario de la conversión de san Agustín y de la muerte de santa Mónica, Roma 13 de noviembre de
1987”: Libres bajo la gracia, vol. II, Roma 1999, 253-254.
T. VAN BAVEL, Cuando tu corazón ora…, México 2001, 56.
JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el Capítulo General Ordinario, Castelgandolfo 7 de
septiembre de 2001.
156
R. PREVOST, Homilía del prior general en la celebración eucarística de clausura del Capítulo
General, Roma 21 de septiembre de 2001.
154
155
cor unum in Deum”157, práctica acabada del precepto del amor: “¿Qué busca el amor,
sino adherirse al que ama y, si es posible, fundirse con él?”158. Por eso reivindicamos la
dimensión profética de la comunidad agustiniana: “Profetismo hacia dentro –para
mantener vivas la fidelidad y la conversión– y profetismo hacia fuera, que significa
creer de verdad en el carácter simbólico de nuestra vida” 159. Nuestra apuesta no es de
mínimos, sino de máximos; no se limita a mantener y en ocasiones recobrar unos signos
externos como pueden ser, en el caso de los religiosos, el habitar en una misma casa, el
rezar juntos, el compartir los bienes y, en ocasiones, el trabajar en actividades comunes.
Tampoco se limita a la posibilidad de participación y a los criterios democráticos en las
estructuras de gobierno. La vida fraterna agustiniana va mucho más allá: no es mera
coexistencia, sino comunión; es el empeño para que las almas y los corazones de
quienes viven juntos se fundan en uno por la caridad y se centren hacia Dios160. Todo lo
demás será medio para lograrlo o consecuencia que emana de su realización.
El elemento básico es, sin duda, el desarrollo de la genuina amistad humana y
espiritual entre los miembros de nuestras comunidades y grupos. Comienza por los
aspectos humanos de respeto, acogida, desprendimiento, cordialidad; pasa por el
convencimiento de que el logro de la plenitud en nuestra respuesta vocacional cristiana
se realiza con los otros y en los otros; y se abre al gozoso encuentro con Dios. De
nosotros depende crear el clima apropiado para lograrlo. Cuidemos, pues, los aspectos
estructurales, como puede ser el adecuado número de miembros en nuestros grupos y
comunidades, cuidemos también los medios para fomentar el diálogo y la comunicación
humana y espiritual, pero cuidemos sobre todo y ante todo las opciones personales y
comunitarias en una actitud de continua revisión y actualización.
Aquí es preciso hacer una referencia al realismo y a la flexibilidad. Es necesario
saber integrar las diferencias en lo que respecta a las personas y en lo que se refiere al
tipo de comunidad161. El mismo san Agustín habla de las dificultades que se pueden
encontrar en la vida común y contra las que nos pone en guardia162, pero sin olvidar
nunca que sólo en Dios podemos ser uno.
c) Sensibilidad social e implicación en el mundo
La implicación en el mundo ha sido una constante claramente manifestada en la
Orden desde los primeros tiempos de su andadura. “Si los agustinos queremos continuar
nuestra misión de servidores de la humanidad –recuerda el Capítulo General de 2001–,
hemos de ser capaces de estar en contacto con la realidad, para escuchar
cuidadosamente la voz de un mundo en cambio”163. Es una llamada a desarrollar lo que
Juan Pablo II ha denominado “verdadera profecía de la vida consagrada”, que nace de la
157
Regla, 1,3.
Del orden, 2,18,48.
159
“Agustinos en la Iglesia para el mundo de hoy. Documento del Capítulo General Intermedio,
Villanova 1998”: Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 83.
160
Cf. T. TACK, “La comunidad agustiniana y el apostolado. Mensaje del prior general a toda la Orden,
26 de noviembre de 1974”: Libres bajo la gracia, vol. I, Roma 1979, 149; Cf. “Capítulo General
Intermedio 1974, Dublín. Documento de Dublín”: Libres bajo la gracia, vol. II, Roma 1999, 81.87-89.
161
Cf. Plan de formación agustiniana. Ratio Institutionis Ordinis Sancti Augustini, Roma 1993, 19-20.
162
Cf. Comentario a los salmos, 99,9-12.
163
Capítulo General Ordinario 2001. Documentos y determinaciones, b-4.
158
escucha de la Palabra en las cambiantes circunstancias de la historia164. Desde hace
tiempo los agustinos venimos reflexionando al respecto, sabiendo que “si nuestras
propuestas no sintonizan con los desafíos del presente, el diálogo resulta imposible y
nuestra presencia irrelevante”165.
A este respecto, tres son los campos principales a los que se les ha prestado y se
les debe seguir prestando especial atención. El primero es la implicación de los laicos y
la ampliación del concepto de familia agustiniana, que evite una visión restrictiva de lo
agustiniano, excesivamente clericalizado y circunscrito al elemento de vida
consagrada166. Desde siempre han sido numerosos los cristianos deseosos de vivir su fe
siguiendo la espiritualidad de la Orden, de lo son buena muestra las diversas formas de
asociacionismo laical, particularmente juvenil167. Hoy más que nunca es preciso
constatar este patrimonio y robustecer los vínculos internos y externos, articulando un
movimiento de extraordinaria riqueza espiritual. “La auténtica tradición de la Orden
exige que nuestras relaciones y actitudes con los laicos sean las de un hermano con otro
hermano, llenas de disponibilidad, servicio y sencillez, integrando a cuantos más
podamos en la misión de anunciar el mensaje de Cristo y de llevar a nuestros prójimos a
Dios”168.
Un segundo aspecto es la promoción humana y la opción preferencial por los
más pobres, porque la fidelidad al carisma lleva implícita la solicitud hacia los más
pobres y desposeídos, anunciando a Jesucristo en la práctica del amor hecho
servicio”169. Los últimos Capítulos Generales han insistido en la necesidad de
empeñarnos más decididamente en la promoción de la Justicia y de la Paz, porque “la
llamada a la fraternidad en Cristo es una llamada a la liberación de los grandes males
del mundo moderno: la injusticia social, la discriminación racial, el antagonismo
nacionalista, la desigualdad de oportunidades que nacen de la existencia de grupos
privilegiados y de la falta de participación en los bienes materiales, la cual nace del
exceso de riquezas por parte de unos y extrema pobreza por parte de otros”170. Se ha
mejorado mucho, pero necesitamos avanzar todavía mucho más, no sólo en la
imprescindible tarea de concienciación, sino el difícil campo de las acciones por parte
de todos lo que intentamos vivir la espiritualidad agustiniana. De hecho, las
164
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 84.
“Agustinos en la Iglesia para el mundo de hoy. Documento del Capítulo General Intermedio,
Villanova 1998”: Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 94.
166
Las congregaciones religiosas tienen el sagrado deber de compartir sus carismas con el pueblo de
Dios. Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Christifideles laici, 32; Exhotación apostólica Vita
consecrata, 54-56.
167
Cf. M.A. ORCASITAS, “La familia agustiniana ante el desafío del tercer milenio”: La Familia
Agustiniana ante el tercer milenio, Roma 1999, 22-24.
168
“Capítulo General Intermedio 1980, México”: Libres bajo la gracia, vol. II, Roma 1999, 103-104.
169
“Agustinos hacia el 2000. Documento del Capítulo General Ordinario 1989”: Libres bajo la gracia,
vol. II, 165; cf. Sermón 340,2.
170
“Capítulo General Intermedio 1974, Dublín. Documento de Dublín”: Libres bajo la gracia, vol. II,
Roma 1999, 92. “Nuestros principios fundamentales de unidad en la diversidad, respeto por la dignidad
de cada persona, la promoción del bien común y el compartir equitativo entre todos, son principios
especialmente significativos, porque son tan escasos en el mundo de hoy. Mientras muchos buscan
venganza, los agustinos tienen que dar testimonio del Evangelio y sus valores de unidad, diálogo, paz y
reconciliación”: R. PREVOST Homilía del prior general en la celebración eucarística de clausura del
Capítulo General, Roma 21 de septiembre de 2001.
165
implicaciones de la globalización, con sus luces y sombran, retos y tareas, exigen de
nosotros respuestas concretas que no deben dilatarse en el tiempo y menos aún diluirse
en un espiritualismo etéreo o en la más triste demagogia.171.
El tercer aspecto es el apostolado intelectual, desde el diálogo con la cultura, que
Juan Pablo II ha indicado como uno de los nuevos areópagos de misión para los
religiosos172 y que los papas han encomendado de manera especial a la Orden de San
Agustín173, conscientes de que hemos pasado de la fecundidad cultural de la fe al
conflicto fe-cultura que, en palabras de Pablo VI “es, sin duda alguna, el drama de
nuestro tiempo”174. Para resolver este conflicto resultan indispensables una sólida y
actualizada formación y un espacio común de encuentro175. La respuesta a este gran reto
se articula, pues, a través de una doble vía. Por una parte, la promoción de los estudios,
que conlleva el cultivo personal y comunitario, recordando siempre que nuestro saber
debe diferenciarse de la mera erudición para abrirse a la sabiduría ya que tan sólo los
hombres que poseen la sabiduría pueden ser felices176. Pero también resulta necesaria la
presencia en los ambientes culturales, en muchas ocasiones abandonados por miedo, por
comodidad o por falta de preparación, para establecer así un diálogo y presentar
alternativas desde la fe, que lleve a la creación de cultura, siempre plural, desde una
perspectiva claramente cristiana y nos permita la transmisión de los valores del
Evangelio a través de canales, formas y modos en sintonía con el mundo de hoy.
d) Empuje renovador
No quedaría completa esta reflexión sobre la espiritualidad agustiniana en el mundo
de hoy si no recordáramos el necesario optimismo con el que debemos vivir y
testimoniar los dones recibidos. La espiritualidad agustiniana, cristocéntrica y
eclesiológica, es comunicadora de esperanza y de entusiasmo hacia el futuro. El sentido
providente de la historia, tal y como nos enseña san Agustín, nos aleja del pesimismo,
falso y engañoso: “Te encuentras con hombres que murmuran de los tiempos en que les
ha tocado vivir, afirmando que fueron buenos los de nuestros padres. ¡Qué no
murmurarían si pudieran volver al tiempo de sus padres! Piensas que los tiempos
pasados fueron buenos porque no son los tuyos; por eso son buenos […]. Desde aquel
Adán hasta el Adán de hoy ha habido fatiga y sudor, espinas y abrojos” 177. Cómo no
encontrar un reflejo de estas palabras de san Agustín en aquellas otras pronunciadas por
el beato papa Juan XXIII en el discurso inaugural del Concilio Vaticano II: “En el
ejercicio cotidiano de nuestro ministerio pastoral nos hieren a veces los oídos
insinuaciones de personas, tal vez ardientes de celo, pero no provistas de sentido
sobreabundante de la discreción y de la medida. En los tiempos modernos no ven otra
cosa que prevaricación y ruina; y van diciendo que nuestra época, en comparación con
Cf. L. MARÍN DE SAN MARTÍN, “Respuesta desde la Teología al reto globalizador”: CENTRO
TEOLÓGICO SAN AGUSTÍN, La familia agustiniana en contextos de globalización. VI Jornadas
Agustinianas, Madrid 2003, 129-156.
172
Cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Vita consecrata, 98.
173
Es el caso de Pablo VI y de Juan Pablo II, como hemos visto anteriormente.
174
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 20.
175
Cf. “Capítulo General Intermedio 1998, Villanova. Agustinos en la Iglesia para el mundo de hoy”:
Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 98.
176
Cf. El libre albedrío, 2,13,36.
177
Sermón 346 C.
171
las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la
historia, que también es maestra de vida […]. Nos parece que debemos disentir de esos
profetas de calamidades, que anuncian eventos siempre infaustos, como si amenazara el
fin del mundo”178. El realismo nos lleva a constatar las dificultades y sombras de
nuestra época, pero, al tiempo que nos implicamos en la búsqueda de soluciones,
abrimos una dinámica renovadora que se inicia con la conversión propia: “Soléis decir:
los tiempos son difíciles, los tiempos son duros, los tiempos abundan en miserias. Vivid
bien y cambiaréis los tiempos con vuestra buena vida; cambiaréis los tiempos y no
tendréis de qué murmurar”179. Por eso el Capítulo General Intermedio celebrado en
Villanova en 1998 nos recuerda que la espiritualidad agustiniana debe ofrecerse hoy
como un himno a la esperanza escatológica, la afirmación de una sociedad con futuro y
de una historia en la que Dios está presente, acompañando con entrañas de padre y de
madre al ser humano desvalido. Y nos pide que sepamos confesar nuestro gozo por
pertenecer a este mundo, dando testimonio de esperanza180.
Este planteamiento nos impulsa a una constante renovación, atentos a las
necesidades e indicaciones de la Iglesia. ¿Cuál es nuestro testimonio? ¿Cómo es nuestro
modo de evangelizar? Tal vez las soluciones de otros momentos no sean válidas hoy y
debamos abrirnos a un cambio profundo, sin confundir los elementos esenciales de
nuestro carisma con sus manifestaciones, maneras, y formas de expresión. También
debemos proseguir en la revisión serena de nuestras estructuras, que deben articular la
vivencia del carisma en los tiempos actuales y no convertirse en lastre de épocas
pasadas. Para todo ello se requiere mucha valentía y mucha humildad, que pedimos nos
conceda el Señor.
3.2. A modo de conclusión: Una pléyade de santos en el árbol de la Iglesia
La espiritualidad de la Orden de San Agustín resplandece en sus santos. “En la vida
de aquellos que, siendo hombres como nosotros –afirma el Concilio Vaticano II–, se
transforman con mayor perfección en imagen de Cristo, Dios manifiesta al vivo ante los
hombres su presencia y su rostro. En ellos él mismo nos habla y nos ofrece un signo de
su reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que
nos envuelve y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio”181. Son veintidós los
santos pertenecientes a la familia agustiniana que están presentes en el calendario
litúrgico, además de los numerosos beatos y venerables182. Algunos pertenecen a los
tiempos del monacato agustiniano y subrayan nuestra continuidad espiritual a través de
la historia: san Agustín, santa Mónica, los santos Alipio y Posidio, los siete mártires de
Gafsa, san Fulgencio de Ruspe. Otros pertenecen a alguno de los grupos que integraron
la Orden: san Guillermo de Malavalle. Varios de ellos expresan la pujanza espiritual de
los dos primeros siglos de andadura, entre los que encontramos pastores según el
modelo del buen Pastor: san Juan de Sahagún; mujeres de categoría excepcional, que
178
JUAN XXIII, Alocución Gaudet mater Ecclesia, 11 de octubre de 1962.
Sermón 311,8.
180
Cf. “Capítulo General Intermedio 1998, Villanova. Agustinos en la Iglesia para el mundo de hoy”:
Libres bajo la gracia, vol. III, Roma 2001, 94-95.
181
CONCILIO VATICANO II, Constitución Lumen gentium, 50.
182
Cf. F. ROJO MARTÍNEZ, La seducción de Dios. Perfiles de hagiografía agustiniana, Roma 2001; J.
ÁLVAREZ MAESTRO, Los santos de cada día, Guadarrama (Madrid) 2004.
179
han dejado profunda huella: santa Clara de Montefalco y santa Rita de Casia; o
acabadas síntesis entre acción y contemplación: san Nicolás de Tolentino. En la época
en la que se laceraba la unidad de la Iglesia hubo hermanos que han dejado un coherente
testimonio de fe y amor, tanto con la palabra hecha vida: santo Tomás de Villanueva,
san Alonso de Orozco, como con la sangre derramada: san Juan Stone. Mártir fue
también, un siglo después, la joven laica japonesa santa Magdalena de Nagasaki. Ya
casi de nuestra época es el obispo misionero san Ezequiel Moreno. Todos ellos, junto
con los numerosos agustinos beatos y venerables, son modelos a imitar en nuestra
constante búsqueda de Dios en fraternidad y en el servicio a la Iglesia porque en ellos
encontramos concretados y hechos vida los rasgos de la espiritualidad agustiniana que
he tratado de presentar. Y, más aún, son signo evidente de la vitalidad espiritual de la
Orden y un fuerte estímulo para continuar su estela avanzando confiados hacia el
futuro183.
Quisiera concluir estas reflexiones con unas palabras de san Agustín que hago
mías: “Nosotros que hablamos somos hombres y hablamos a los hombres. Yo hago
llegar a sus oídos el sonido de mi voz. Y a través de mis palabras, trato de compartir lo
que yo mismo he comprendido”184. Éste ha sido mi deseo y mi esperanza
183
Cf. JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en el Capítulo General Ordinario, Castelgandolfo
7 de septiembre de 2001.
184
Sermón 120,3.
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