Pintura - Chelo Matesanz

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LA MARIPOSA AHOGADA EN EL TINTERO
(…. cómo sobrevivir en la penumbra cultural)
… Bajó el bachiller Botelus por la rúa de los
Balcones, saludando a diestro y siniestro, abriendo las blancas
manos sobre el pecho por si alguien salía a admirárselas,
silbándole a un perro, canturreando ejemplos de Quintiliano, a
veces la flor latina del retórico interrumpida por un regüeldo
aguado y áspero del conejo en salmorrillo del almuerzo…….. (A.
Cunqueiro, de “Vida y fugas de Fanto Fantini”)
Recientemente visité una exposición en un conocido y cercano centro de arte.
Era un proyecto de un prestigioso comisario, y similar a otras muestras que
podemos ver en espacios artísticos de categoría parecida. No se si porque me
acerqué a alguna de las obras con ciertos prejuicios basados ya en la
experiencia, o porqué, pero la cuestión es que me sentí cansada (la verdad) y
hastiada de ver lo mismo una vez más (aunque reconozco que para estas
cosas, cada vez voy teniendo más sentido del humor). En una sala estaba
prohibido entrar, tenías que descalzarte para llegar a contemplar algo al fondo,
en otra había que pedir un permiso y luego te prestabas a un juego “muy
divertido” en el que el “portero” (que creía también formar parte de la obra) te
podía cerrar la puerta en diferentes habitaciones. Si eras admitida, debías
prestarte a ser encerrada…… No acepté las reglas, ya que las experiencias
que “otro” tiene del arte o de la vida, no deseo “sentirlas” físicamente en mi
propia carne. No quiero subirme a una noria para saber lo que es el vértigo, ni
quitarme el aire para saber lo que es morir ahogada, y sobre todo sin que sirva
para nada.
Al arte unas veces le corresponde mirar y otras actuar, y a lo largo de su
Historia, el cuerpo ha sido soporte de muchas obras que han utilizado la
representación del dolor y del sufrimiento humanos como testimonios contra el
poder, con idea precisamente de concienciar a la humanidad, de advertir sobre
las injusticias, de proteger al ser humano del ser humano. Pero los mismos
recursos no se pueden utilizar para entretener o divertir, si al final, el visitante
no sale del museo con la sensación de haber aprendido o por lo menos de
haber tenido un tiempo para reflexionar sobre una serie de cuestiones, que a la
postre, deberían ser aquellas que motivan a los artistas a desarrollar su trabajo.
Entras en una sala y esperas para ver qué pasa: algo que se mueve, o que
huele, o que hace ruido….. La realidad es el tema, y esta manera de
presentarla no tiene la más mínima capacidad para generar o alterar nuestra
percepción del mundo en general, o de nosotros mismos en particular.
Tampoco son experimentos estéticos, ni toman con valentía la pulsión de la
contemporaneidad, son juegos de artificio ya conocidos, aburridos desahogos
discursivos mil veces vistos, no son otra cosa que ornamento meramente
ilustrativo. Se suele pensar con frecuencia que este tipo de obras tienen el
objetivo de acercarse de alguna manera al “pueblo”, a todas las personas, y
para ello utilizan una dialéctica social, digamos publicitaria o massmediática.
Cuando se comprende el mensaje, todo lo demás desaparece, el público no
recibe un estímulo estético, sólo una “pista” que le hace pensar… (¡vaya con el
arte contemporáneo!, o,….¡que pasada, ahora si que he entendido!¡Qué fuerte!
¡cómo se pasan!), en definitiva se trasmite un mensaje a través de la
narratividad más sencilla y directa, de la misma forma que sucede en
publicidad. Cuando el guiño se ha captado, ya no sucede nada, y ahí acaba el
arte, y todo.
Prefiero que el artista me cuente sus experiencias de la vida a través de la
distancia que sólo el arte es capaz de mantener. Puede transformar los
significados, puede representar, ficcionar, poetizar, documentar, crear
metáforas, proyecciones……. El arte es precisamente esa distancia existente
entre la realidad y el objeto artístico. Si esa extensión poética, intelectual y
cómplice desaparece; el artista deja de ser artista para ser un animador
sociocultural, siempre pendiente de que su proyecto sea financiado; el museo
se transformaría en una casa de cultura donde tendrían cabida todo tipo de
eventos; y el visitante, un público indiscriminado que se puede acercar a las
pulcras instalaciones del centro de arte en un día de lluvia.
No me gusta que el artista se proponga entretener, ni siquiera que piense en
los demás cuando hace algo. No incito con esto al onanismo artístico, sino que
el control lo tiene que llevar siempre uno mismo.
Tampoco me gusta que cualquiera pueda ser artista. Ese discurso _que
mantuvo que la concentración exclusiva del talento artístico estaba en los
individuos y en cambio la gran masa carecía de él, como consecuencia de la
división del trabajo_ ha evolucionado, pasando por la máxima beuysiana, y
llegando a una medianía subvencionada en lo artístico y fiscalizada en las
buenas formas. Cuando las cosas parecen fáciles, muchos se suben al carro…
Quien ve, ve, y quien no…. Se suele notar bastante.
Tampoco me gusta que todo el mundo crea entender o saber de arte. El arte es
fuente de opinión, pero su conocimiento depende del matiz y del grado de
significación poética que pueda generar, y sobre eso existen muchos estudios y
estudiosos. Para entender de arte hay que educarse mucho y también amarlo.
Las dos cosas son imprescindibles y rara vez las encuentro en una persona.
Tampoco me gusta que nada ni nadie quiera pasar desapercibido. El individuo
no debería esconderse tras la amplia sombra del consenso de las sensaciones.
Tampoco me gusta que todos los “ciudadanos” visiten el museo de su ciudad,
esperando ver un espectáculo. El arte que se rinde al espectáculo es
lógicamente masivo. El arte es una experiencia compleja que está ahí y cada
uno se acerca a él de forma diferente y en grados diferentes. No me gustan las
filas, ni las máquinas expendedoras de números, ni de nada.
Tampoco me gusta que nadie me haga vivir experiencias teatrales cuando voy
a ver una exposición. Rechazo las instrucciones, los botones, los cuartos
oscuros, las capillas y en definitiva, toda aquella parafernalia que decora la
obra de arte o la sustituye.
Tampoco me gusta que puedas ver lo mismo en todas partes. Que todo sea
casi igual, y dentro de escalas y espacios semejantes. Nunca me ha gustado la
uniformidad.
Tampoco me gusta que todo sea muy grande, y muy ruidoso, y muy brillante, y
muy impresionante, y muy fácil de hacer, o de tener. Las cosas excesivas están
bien cuando se desea abandonar el frío y desangelado calvinismo que todos y
todas hemos aprendido. Pero no hay cosa más chabacana y grosera que lo
insignificante sea descomunal y evidentemente anecdótico. Todo en su
momento puede ser adecuado, desde lo picante a lo dulce, o desde lo más
austero al mayor de los ornamentos, hasta el paroxismo, hasta el desmayo.
Tampoco me gusta ver todo rápido, sin prestar atención a los detalles. Los
museos, las obras de arte y su recepción están bajo un cierto estrés, una prisa
frenética en el consumo y en las formas que no invita al espectador a
contemplar detenidamente los objetos. Los flujos visuales son cada vez más
rápidos e impactantes, de tal manera que todo se tiene que hacer corriendo. El
arte ha entrado en dicha dinámica y ya existen una legión de museos y artistas
que van al compás de una música delirante, unas veces marcada por el
comisario, otras por los políticos y las más por ambos. Que creo son lo mismo.
Tampoco me gustan las cosas que carecen de detalles. Nuestra percepción
sobre una obra de arte cambia cuando esta te invita a acercarte y a disfrutar
del susurro de su lenguaje.
Tampoco me gusta no encontrar al artista en los objetos que construye. El
artista es necesario; sin ellos no sé de qué hablaríamos….posiblemente de
nada. Del artista se ha querido eliminar el individualismo más exagerado y su
carácter más imprescindible hasta convertirlo en una especie de ente
multidisciplinar y colaboracional, algo desnatado a mi gusto, y sin fuelle
creativo. ¿Quién podría sustituir a Rafael y que no se notase?
Cuando miro una obra, y conozco a su autor, veo cómo ha crecido, adónde ha
mirado…sus “ires y venires”, y admiro la capacidad que haya tenido de hacer
suyo aquello a lo que quizá nunca se hubiera acercado.
Cada vez que el artista hace arte, está definiendo y dando un nuevo
significado al propio arte, aportando su punto de vista sobre él. Por ello tiene
que ser curioso, probar y experimentar.
Tampoco me gustan los artistas que no valoran la belleza. La belleza es el
objetivo, lo podemos encontrar bajo multitud de sinónimos que han definido los
perfiles creativos de diferentes épocas. Pero las grandes obras que ilustran los
manuales de arte tienen la belleza como denominador común.
Tampoco me gusta que los políticos cuenten las personas que entran al
museo, ni que se hagan fotos delante de las obras. Los políticos consideran
que los museos son su responsabilidad. Los contemplan como termómetros de
su propia popularidad, de ahí que cuanto más multitudinarias sean las
muestras o los eventos desarrollados, más eficaz, en términos políticos, es su
gestión. Los políticos están haciendo del arte una forma inferior de política, y el
arte a menudo se diluye, se funde en política y desaparece. El verdadero
artista no debería moverse del arte.
Tampoco me gusta que el arte se supedite demasiado a los temas. Los temas
se encuentran o aparecen trabajando en arte, y no al revés.
El ingenio sí me gusta.
Tampoco me gusta que cualquiera pueda ser político. El que no tiene una
función concreta en la sociedad, ni cree que aporta nada, se dedica desde muy
joven a la gestión. La política es la representación de una sociedad ávida de
signos.
Tampoco me gusta que las cosas tengan un único punto de vista. Solo las
personas planas lo desean.
Tampoco me gusta que se critique por criticar, sin argumentos; que ante la
necesidad de hacer vida de cortesano, el ¿artista? No tenga más tema de
conversación que su entorno más cercano. Se abren y cierran puertas de
despachos, se suben y bajan escaleras…y nunca se habla de nada relevante,
excepto de la utopía del arte internacional como objetivo y como modelo, y el
desprecio y ninguneo de todo lo cercano o accesible. Esa crítica puede ser en
cambio muy interesante como ejercicio dialéctico, sin más consecuencias que
el divertimento o el deporte mental. Además, es de fácil constatación, cómo
muchos de los lugares de difusión del arte, al más puro estilo amarillo y
televisivo, son receptores y difusores también, de estas otras formas de
pensamiento. Que por otra parte, atraen más fieles seguidores que las teorías y
discursos sobre creación artística.
La competitividad entre nosotros no tiene sentido, quitar a uno y poner a otro
parecido, querer quedarse con los 15 minutos de fama de otro?…
Tampoco me gusta que llueva todo el tiempo.
Tampoco me gustan los pintores que ahora apagan las luces de las salas de
exposiciones..
No se puede improvisar la música, ni tampoco el arte. Hay que conocer las
técnicas e interiorizarlas para poder hacer “improvisando” alguna de estas dos
cosas.
El vocabulario puede ser sencillo, pero no se pueden decir simplezas.
El lenguaje por sí sólo no es capaz de generar pensamiento. Puede articularlo,
pero no crearlo. Es muy interesante escuchar o ver cómo te cuentan los
cuentos, y si están bien contados, lo de menos es el final. Muchas veces no
tenemos paciencia y “ya” queremos saber desde el principio quién ha sido el
asesino, perdemos la capacidad de disfrutar con el desarrollo de la historia y el
“estilo” narrativo, sólo por tener una satisfacción inmediata de nuestra
curiosidad.
No me interesa la opinión que sobre el arte tienen las personas que no se han
dedicado al arte tanto como yo.
Chelo Matesanz.
27 de octubre 2008
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