Las representaciones son construcciones que condensan las

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Reflexiones
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centro de desarrollo y asesoría psicosocial
Nº 10 – Año 2005
Las Representaciones de Género y Nuestra Labor en una
Sociedad de Masculinidad Hegemónica.
Las representaciones son construcciones que condensan las
concepciones que se tienen del mundo y las personas dentro de una
colectividad. La presencia que éstas tienen en la vida cotidiana y en
el comportamiento de hombres y mujeres es enorme y tiene un
carácter regulador en su manera de sentir, pensar y actuar. En un
país como el nuestro, en donde la masculinidad posee un valor
hegemónico, las representaciones de género con las que nos
manejemos nos harán partícipes o no del proceso de reproducción de
los patrones de dominación y, por lo tanto, en la contribución o no de
la permanencia de los mismos.
Desde las teorías del desarrollo Stern (1997) plantea que las
representaciones se basan y se construyen en su mayoría a partir
de la experiencia subjetiva de estar con otra persona, a partir de las
experiencias de interacción cotidiana, de los momentos pequeños,
ordinarios y repetitivos; de los eventos no verbales, alrededor de
actividades vitales como jugar, comer, etc. Se forman desde dentro a
partir de lo que le sucede a la persona en su relación con los demás.
Stern (1997) nos dice también que algunas representaciones se
basan incluso en acontecimientos jamás experimentados
directamente pero presentes de todos modos de manera semántica o
narrada y que son transmitidos a través de los mitos o leyendas
familiares. En ese sentido, son importantes las representaciones que
los padres y madres tienen sobre sus hijos e hijas, así como las que
tienen sobre sí mismos, puesto que éstas estarán presentes en las
interacciones cotidianas con la o el bebé, el niño o la niña. En los
niños y niñas estas representaciones constituirán una guía acerca
de lo que se espera respecto a cómo actuar, percibir, sentir, e
interpretar las relaciones con sus padres, madres y la experiencia
de vida.
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Para Perlow (1995) y Blatt (2003) las representaciones son
esquemas cognitivo-afectivos que fusionan experiencias pasadas,
conscientes e inconscientes, con un objeto1; las que proporcionarán
un anticipatorio conjunto emocional y cognitivo que organizará,
moldeará y guiará interacciones futuras. Sin embargo, como lo
plantea Jodelet (1988), no se trataría de una simple reproducción
sino de una construcción, es decir, que tendrían en su formación una
cuota de autonomía y de creación individual.
En todo acto de representación habría entonces una parte de
construcción y otra de reconstrucción.
La socialización implica la noción de adaptación del niño o la niña al
medio. Los valores y creencias de la cultura en la que se encuentren,
así como el modo de sentir y vivir de los padres y madres la
masculinidad y la feminidad (sus representaciones) tendrán una
poderosa influencia en la identidad de género de sus hijos e hijas y
les serán transmitidas de maneras más o menos sutiles a través de
cada interacción. Cada familia tendrá una matriz propia para la
formación de sus miembros más o menos semejante al modelo
dominante con ciertas particularidades que surgirán de la
pertenencia a distintos sectores socioeconómicos y culturales, así
como de sus respectivas individualidades.
Desde que nace, al sujeto se le asigna un género. La persona es
tratada como mujer
o como varón desde incluso antes del
nacimiento. Los modos como niñas y niños son incorporados a una
sociedad donde prevalece el modelo patriarcal, da a cada uno o una
de ellos ventajas y desventajas de acuerdo a sus géneros. Para
unas u otros se esperan conductas diferenciadas. Para los hombres
se considerarían atributos como la fortaleza, el don de mando, la
agresividad, el control de las emociones, entre otros. Al hombre se le
prepara para ser la autoridad y recurrir a la fuerza. Para las
mujeres se considerarían atributos asociados a la dulzura, la
suavidad, la ternura, la emotividad, entre otros. A la mujer se la
prepara para servir, ser sumisa y dependiente. Estos modos son
adquiridos a través de la transmisión, de generación en generación,
de manera individual y colectiva, de una serie de representaciones
que van dando forma a lo que en determinado momento histórico y
cultural significa lo masculino y lo femenino.
Las representaciones de género y con ellas el modelo de
masculinidad dominante, como fenómenos culturales - es decir, la
producción de las formas apropiadas de conducta masculina y
femenina resultante de una serie de instituciones económicas,
Por objeto se hace referencia a la persona o personas con las que se establece vínculo. En este
particular caso, aquellas con las que nos relacionamos principalmente al inicio de nuestras vidas.
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sociales, políticas y religiosas - se convierten en una trampa que
nos conduce a la limitación o restricción de potencialidades tanto en
los hombres como en las mujeres, a la vez que en enormes fuentes
de dolor y sufrimiento.
Para las sociedades, este modelo puede constituirse en un arnés
que impida sus desarrollos. Sobre todo cuando, con plena conciencia
de sus desventajas para éstas pero, por supuesto, ventajas para las
y los interesados (grupos políticos, religiosos, etc), se trabaja en su
permanencia; cuando se trabaja para que las personas no tengan
que cuestionar los modelos de género bajo los que viven, cuando no
se dan los espacios para reflexionar acerca de ellos y, por el
contrario, se fomentan dogmatismos, se inculca culpa o miedo a las
sanciones; o cuando lo que se busca es legitimar modos de ser
rígidos y estereotipados.
La inequidad de género trae consigo una serie de consecuencias.
Entre ellas, la violencia contra la mujer es uno de los problemas
bastamente extendido en nuestro país, el cual atraviesa todos los
niveles socioeconómicos y es causante de daños en la salud física y
mental tanto de mujeres como de hombres. Si bien es cierto son
diversas las teorías que señalan las causas de la violencia contra
las mujeres, podemos ver, por ejemplo, cómo en ésta contribuyen los
procesos de socialización diferenciados por género.
La manera de evaluar los cambios en relación a la equidad de los
géneros es relativa. Podríamos considerar un gran salto en las
últimas cuatro décadas. Sin embargo, hay diferencias importantes
en este progreso determinadas, entre otros factores, por el acceso a
la cultura y a la información, por los medios de comunicación que
hacen su trabajo sutil en la permanencia de los modos de ver y
actuar de cada género y de las relaciones entre ellos; es decir,
determinadas por el contexto en el que cada quien está inmerso o
inmersa. Pero en el caso de los logros, dicen los y las estudiosas,
son tres generaciones las necesarias para que puedan percibirse
dichos cambios a nivel de las representaciones. Es así que somos
testigos de las siempre marchas y contramarchas al interior incluso
de aquellas personas consideradas de vanguardia quienes creyendo
que de alguna manera ya han "dado ese salto en sus vidas" muchas
veces se sorprenden tomando decisiones donde se expresa, por
ejemplo, dependencia y sumisión, o una limitada capacidad para
expresar y demostrar emoción y afecto. Otros, quienes siendo
padres o madres con sus actitudes y modos de ser continúan
inculcando a hijos e hijas patrones de dominación masculina
haciendo, por lo tanto, que estos sigan reproduciéndose. Así
también, los lenguajes de género que empleen con ellos y ellas
influenciarán en la manera como pensarán y harán las cosas.
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Se trata de una situación compleja que requiere de cambios a nivel
de los procesos psicológicos y, por lo tanto, al interior de las
dinámicas de las relaciones humanas.
¿Por qué no apoyar entonces en la construcción, deconstrucción y
reconstrucción de los significados de género que nos lleven a
relaciones más equitativas?.
Si tenemos presente, en nuestra labor como profesionales de la
salud mental, las representaciones que al respecto de la
masculinidad y feminidad podemos estar transmitiendo en nuestras
interacciones y, si tenemos presente también que lo individual se
traduce en lo colectivo y que a su vez éste vuelve a influenciar en lo
individual, podríamos colaborar a partir de nuestras intervenciones
ya sea en centros educativos (nidos, colegios, universidades), en
comunidades con poblaciones en condiciones diversas (de pobreza,
de violencia, etc), con los y las pacientes dentro de los consultorios,
desde nuestro discurso cotidiano y a partir de interacciones
diferentes y más saludables con nuestras amigas y amigos, así
como con nuestros familiares y en nuestras propias casas, con los
cambios que se vienen dando en el tema de la equidad de los
géneros.
Consideramos que a partir de un conocimiento de las
representaciones en torno a la masculinidad y feminidad basado en
la reflexión y el cuestionamiento nos será posible actuar no bajo la
influencia del impulso o de la inercia ni de la fuerza de las
costumbres sino a partir de las decisiones que surgen de aquel.
Cecilia Wong P.
Psicóloga Clínica
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