De madera - La Taberna del Puerto

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DE MADERA
Desde hacía un par de días, estábamos viendo un barco nuevo fondeado en la boca del puerto. Un barco
distinto de la mayoría. Un barco de madera, con aparejo de cangreja y dos foques. Pintado de color azul
celeste, con cada vela de un tono algo distinto. Todo un clásico, con la proa completamente vertical y la
popa lanzada. Daba la impresión de un barco con determinación de llegar a su destino. Incluso me parecía
algo terco, ya sabéis, ese tipo de barco que no se rinde.
También el chinchorro era interesante. Un pequeño bote clásico, que manejaban singlando. Y por cierto,
que vaya velocidad alcanzaban remando de esa manera. Amarrado a la popa del barco, parecía un perrito
negro, culebreando y brincando detrás del barco. Uno casi diría que agradecía salir de paseo con su amo.
De vez en cuando zarpaban para hacer alguna excursión, y daba gusto verlo fondear o levar anclas.
Siempre a vela, sin motor. Elegante lo define bien. Allí debía ir todo un skipper. Y la tripulación debía
estar muy entrenada.
Cada tarde, cada mañana, al salir de casa, no podía evitar mirar para aquella belleza azul, siempre con la
idea en mente de que algún día ya no estaría allí.
Un día de esos, me llaman al trabajo. Mi mujer.
-Oye, ¿a qué hora vas a terminar?
Ya estamos. Mira que me horroriza eso del horario. Termino cuando acabo.
- No sé. Creo que no muy tarde. ¿Querías algo?
- No, no, qué va. Es que estoy ayudando a calafatear un barco aquí en la playa, y pensé que te gustaría
verlo. Vamos a enmasillar ahora y luego darle patente....
-
¿qué?
-
Que los chicos del barco que tanto te gusta, lo han varado en la playa y lo están reparando. Si
quieres, saco unas fotos.
-
¡Vaya pregunta! Sácale muchas fotos. Iré en cuanto pueda.
Terminé el día a la velocidad de las películas de Charles Chaplin. Y probablemente con más o menos el
mismo efecto cómico. Mis clientes no daban crédito a mi celeridad.
Inútil, no llegué a tiempo. Me tuve que conformar con una descripción de la operación. Habían
aprovechado la pleamar para lanzar el barco a la playa, y le habían puesto una viga para mantenerlo casi
vertical. A continuación, un chico joven había bajado del barco y marcado zonas con algo similar a tiza,
y se puso a calafatear. Mi mujer se acercó por pura curiosidad. Y se puso a hablar con ellos.
Se llamaban Olivié y Sandrine. Dos bretones. Jovencísimos. Venían de Gijón, en donde habían recalado
tras cruzar el golfo de Vizcaya en una navegada de tres días.
El problema era que el barco, al ser de madera y haber estado atracado en puerto y navegar poco durante
el invierno, había sufrido la deshidratación, aflojándosele las juntas de la tablazón del casco por encima
de la obra viva. Pero claro, al meterse a vientos más duros, y con la escora, lo que antes era obra muerta y
se había deshidratado, ahora era obra viva y dejaba entrar el agua.
Tenían poca patente, y necesitaban comprar más ¿hay patente en este pueblo?. Afortunadamente, sí hay
patente. En “El corte Inglés” local. Una ferretería, mercería, fontanería, náutica, y sólo Dios sabe cuántas
cosas más. Yo diría que abarca una gama de productos más amplia que el propio corte Inglés de verdad.
Creo que, en realidad, las tiendas del pueblo se dividen en dos: las de comestibles, y esta. O sea, que
unas tiendas venden comida, y esta todo lo demás.
Pues no sólo hay patente. Es que hay patente a muy buen precio. Es que la chica de la tienda, les dio los
kilos de patente que necesitaban, mas un bote “por si acaso” y que si no lo necesitaban, que les devolvía
el dinero.
Finalmente, mi mujer quedó con ellos para la noche. Venían de Bretaña y toda su ilusión era ir al pub
de Freddy. Otros bretones les habían hablado muy bien de él. Y es que por la tarde, se estaba mejor en la
terracita de “La escondida”, con vistas al barco, vigilando la marea, pero ellos tenían fijación por Freddy.
Finalmente fuimos al dichoso bar. Es un pub de ambiente folk. En realidad, su propietario era uno de los
organizadores del festival celta de Ortigueira. Tiene muchos amigos músicos, que a veces improvisan
conciertos sobre la marcha. Y cuando es el festival de Ortigueira, allí recalan muchos músicos que huyen
del agobio del festival. De hecho, aquí en el puerto se alojan más músicos que en la propia Ortigueira.
La casualidad quiso que ese día fuesen por allí un grupo de gente que no eran habituales. Estábamos
sentados, tan ricamente, cuando los ocupantes de una de las mesas del fondo, se ponen a bailar. Olivié
nos informa de que es una danza bretona. Dice que luego va a ir a saludarlos, que deben de ser paisanos
suyos. En esas explicaciones estamos, cuando Freddy pone música de Carlos Núñez. El mismo grupo se
reorganiza inmediatamente, y se ponen a bailar maravillosamente la muñeira. Claro. Mi mujer y yo,
poniendo cara de que aquello era así todos los días antes de las doce de la noche. No sé qué les habrían
contado sus amigos a ellos en bretaña. Pero me imagino lo que ellos contarán cuando vuelvan.
Quedamos al día siguiente para comer en el barco. Los vamos a llevar a visitar un poco la zona y ellos
nos van a preparar comida bretona.
Al día siguiente, efectivamente, después de visitar el río Sor y los parques eólicos, fuimos a comer a su
barco. La comida bretona consistía básicamente en lo que aquí llamamos freixós. Algo parecido a las
crepes. Muy rico todo. Ellos utilizan el freixó tal y como nosotros utilizamos el pan en la empanada. Les
llamó mucho la atención que nosotros utilizásemos prácticamente la misma receta.
Quedamos en volver mañana para pasar el día en el barco. Esta vez nosotros llevaríamos empanada y
alguna otra cosilla para comer.
Amaneció un día fabuloso para navegar. Si algo se le podía reprochar, sería la poca fuerza del viento.
Salimos. Todo era azul: el barco, el mar y el cielo.
Es increíble cómo pasa el tiempo cuando se va relajadamente en un barco. No se nota pasar, no hay
apremio por el mañana , y cuando acaba el día, parece que ha pasado en un suspiro.
No soy un gran navegante, ya sabéis: algún crucero de fin de semana, algunas tardes o mañanas de
navegación.... no sé. Siempre es relajante. Pero este barco hasta tiene sonidos distintos, los sonidos de la
madera, las velas producen un tono más calmado al flamear, y los olores de la madera, la linaza y el
alquitrán.. es otro mundo. Un mundo de sosiego. Un barco de otros tiempos, donde los hombres podían
con pocos recursos mantener ellos mismos sus barcos, donde realmente podían decir “es mi barco”.
Olivié y Sandrine nos enseñaron fotos de la reconstrucción. Hecho en madera de roble, con remaches
sujetando la tablazón. Dos años tuvieron un pino en el mar esperando para que se curtiese y poder darle
forma de mástil. En fin, un trabajo enorme de siete años, una paciencia mayor y como resultado, un barco
noble, del que conoce hasta el último rincón.
Ha sido como retroceder en el tiempo, y comprobar que realmente uno puede hacer cosas por sí mismo.
Algo que cae fuera de nuestra sociedad consumista, algo que hace que uno esté orgulloso de su obra, y de
darle a las cosas la importancia que se merecen. Aquel barco tenía personalidad y vida interior, como
nuestros ya amigos Sandrina y Olivié.
Nos han escrito. Nos invitan a ir a Bretaña. Iremos.
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