Documento 214295

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La Existencia de Dios a la Luz de la Razón
Los seres humanos tenemos dos caminos o vías para llegar a conocer a Dios. El primero
es a través de la razón humana: cuando ésta se pregunta por el origen del mundo y el
orden maravilloso que existe en él, llega a comprender que ha de existir una causa última
del origen y orden del mundo.
El segundo camino es mucho más vital: el hombre también puede llegar a Dios por
exigencias íntimas de su espíritu, como última explicación del sentido de su propia vida y
de su último destino. A partir de la creación, del mundo y de la persona humana, el
hombre, con la sola razón, puede con certeza conocer a Dios como origen y fin del
universo y como sumo bien, verdad y belleza infinita.
¿El ser humano es capaz de conocer a Dios?
Sí, un hombre ateo que fue educado en un ateísmo total donde Dios no existe y no se
habla de Él puede encontrar a Dios y puede conocerlo ya que Dios esta inscrito en el
corazón de todos los hombres, porque todo hombre ha sido creado por Dios y para Dios.
Es la persona humana quien en sí misma da testimonio de la presencia divina y son
precisamente las cualidades propias de la persona humana las que nos llevan a pensar en
el Creador. Por lo tanto, el hombre tiene la capacidad de llegar a Dios porque ha sido
creado a su imagen y semejanza, el ser humano está llamado a la comunión con Dios y no
le cabe sustraerse a este deseo íntimo.
Al respecto San Agustín, teólogo, filósofo y doctor de la Iglesia, escribió:
“Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del
aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo, interroga a todas estas
realidades. Todas te responden: “Mira, nosotros somos bellas”. Pero su belleza es una
confesión, porque estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién las ha hecho sino la Santa
Belleza que no sujeta a cambio?” (San Agustín Sermón 241,2)
¡Cuánta más belleza no habrá en quien ha creado a todas ellas! Pensemos si al admirar el
mundo, también sabemos descubrir en él a Dios.
Pero más que las preguntas sobre el universo, lo más inquietante para el hombre es su
propia existencia. Al hombre, en algún punto de su vida le surgen preguntas como: ¿Cual
es mi origen?, ¿Por qué soy inteligente y libre?, ¿Cuál es el sentido del dolor y de la
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muerte?, ¿Qué sentido tiene el bien y el mal en la Tierra?, ¿Por qué el hombre es capaz de
amar y de odiar?, ¿Cómo explicar su deseo de felicidad y de inmortalidad?, ¿Qué destino
final le espera?, ¿Qué hay después de esta vida?
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña sobre la existencia de Dios a la luz de la
razón que: “El hombre, con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien
moral, con su libertad y a la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la
dicha, el hombre se interroga de la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos
de su alma espiritual. La “semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la
sola materia”, su alma no puede tener origen más que en Dios” (CEC, n. º 33).
Por eso, la razón humana puede llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios
personal, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar
eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a
los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles.
El espíritu humano, para entender semejantes verdades, padece dificultad por parte de los
sentidos y de la imaginación. De ahí procede el pensamiento de que aquellas verdades son
falsas y muy dudosas. Las así llamadas “pruebas de la existencia de Dios” no nos dan la
fe; sino que solo son señales que nos disponen a la fe. La fe es un don tan elevado, tan
importante para la vida y la felicidad del hombre que no puede reducirse a unas cuantas
pruebas, aunque, de todos modos, nos pueden ayudar a hacer más fácil este camino de la
fe.
¿Es la fe también un acto de la inteligencia?
El hecho de que la fe no proceda de la razón no supone que sea “irracional”. Al contario,
cuando el hombre la recibe, ha de esforzarse por “entender mejor” lo que cree. Para ello
debe emplear su inteligencia para ilustrar las verdades de la fe.
La fe en Dios es perfectamente razonable. No puede haber verdadera oposición entre fe y
razón; es Dios mismo quien nos crea y quien nos infunde una y otra.
Dios mismo ha querido darnos muchas pruebas de la veracidad de la fe. Podemos dividir
estas pruebas en dos grandes grupos: las pruebas de la veracidad de la fe, que tratan de
demostrar que lo que Dios nos revela es cierto; y las pruebas de l existencia de Dios, que
proponen a la razón la veracidad y posibilidad de su existencia.
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El Concilio Vaticano II enseña que sin Dios se quedan sin respuesta los problemas más
agudos de la existencia humana como son el sentido de la vida y de la muerte, la culpa y
el dolor. (GS, n. º 21)
Cuando indagamos sobre la identidad de Dios Creador del universo. Llegamos a una serie
de conclusiones que nos ayudan a conocerlos más. Pero en el momento en que Dios nos
revela "los secretos" sobre si mismo, nuestro acercamiento a Él es más claro y
determinado.
Esta es la historia de cómo un joven descubrió la existencia de Dios.
Mi nombre es Miguel y he querido escribir esto para contarles cómo fue que conocí a
Dios. Nací en una familia atea, donde Dios no existía para nadie y nunca me hablaron de
Él.
En mis 18 años de edad ya estaba entrando a la universidad y cuando llegó la Semana
Santa que para mí solo era una agradable semana de vacaciones. Mis amigos y amigas me
invitaron a Cancún, estaba muy emocionado porque por fin iba a conocer el mar.
En el avión me senté a lado de Laura una compañera de la universidad. De repente se
sintió una fuerte turbulencia en el avión que duro varios minutos. Laura me tomo de la
mano y me dijo que empezáramos a rezar. Yo solo la oía, estaba muy asustado y no sabía
que era rezar.
Al día siguiente conocí el mar. Sentado en la arena, sintiendo el agua en mis pies y viendo
el atardecer me pregunté sobre muchas cosas y me dije a mi mismo que detrás de una
obra de tal belleza y magnitud, ha de haber un Creador, cuya sabiduría trascienda toda
medida y cuya potencia sea infinita. Cuando regrese del viaje me di cuenta que había
convivido demasiado con Laura. Ella se convirtió en mi mejor amiga.
Todavía recuerdo aquella conversación que tuve con Laura sobre Dios.
–
Laura, te puedo preguntar algo – dije yo, con tono tímido.
–
Claro que sí lo que quieras – respondió.
–
¿A quién le rezabas en el avión?
–
¿Cómo que a quién? pues a Dios. – dijo extrañada.
–
¿Quién es para ti Dios? – pregunté interesado.
–
Dios es mi padre, mi amigo, mi felicidad. –dijo Laura con una sonrisa en al cara
–
No sé quién es Dios, Laura. –dije muy serio.
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–
Entonces, que te parece si te lo presento para que lo conozcas.
–
¡Sí! Pero ¿Cómo crees que lo pueda conocer?
–
Dios está en tu corazón, está en la creación, en todo lo que te rodea y en todas las
personas. Lo puedes conocer con la sola luz de la razón.
–
¡Claro! Por eso cuando estábamos en Cancún y conocí el mar algo en mi interior me
decía que debía de haber un Creador, algo superior a mí y a todos los hombres
responsable de toda esa belleza.
–
¿Sabías que Dios también te creó a ti?
–
¿Soy parte de la creación?
–
¡Claro!, eres la parte más importante de la creación.
–
¿La más importante?
–
Sí, Dios te creo a su imagen y semejanza.
–
¿Cómo que a su imagen y semejanza?
–
Mira, el hombre es la única creatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma. El
hombre al ser creado a imagen y semejanza de Dios, tiene alma y la dignidad de
persona: no es solo algo sino alguien.
–
¿Y por qué Dios nos ha creado?
–
Para que podamos conocerlo, amarlo y servirlo.
–
Pero tú dices que para conocerlo necesito la luz de la razón, ¿Qué es eso?
–
Son los medios y las facultades que Dios nos da para conocerlo. Cuando Dios se nos
revela podemos llegar a un mejor conocimiento de Él y nosotros debemos responder a
esa revelación.
–
Y, ¿Cómo debo de responder a Dios que se revela?
–
Con la obediencia de la fe confiando en Dios y creyendo en su Verdad.
–
¿Qué significa creer en Dios?
–
Creer en Dios significa adherirse a Él, confiando plenamente en Él y aceptando todo
lo que Él ha revelado.
–
Se me hace muy complicado entender todo esto que me estás diciendo.
–
Es que lo que necesitas es tener fe.
–
¿Qué es la fe?
–
Es un don de Dios y esta accesible para todos los seres humanos, además es necesaria
para salvarnos.
–
Entonces, ¿Para salvarme necesito tener fe?
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–
Sí, aunque esto no es un camino tan fácil, pero no te preocupes yo te puedo ayudar. Lo
único que necesitas es estar dispuesto a conocer a Dios para después amarlo tanto
como Él te ama a ti.
Ese día seguimos platicando por horas y poco a poco ella me fue enseñando más cosas
sobre Dios y sobre su amor. Seguí conviviendo mucho con Laura y su gran testimonio de
fe me ayudo a seguir creyendo.
Después de un tiempo me convertí de ese hombre ateo que no creía en la existencia de
Dios y no tenía evidencia ni convicción para refutar que Dios no existía a un hombre
nuevo que se conoce a si mismo y sabe cual es el sentido de su vida. Ahora tengo a Dios
en mi corazón y sé que Él me ama y nunca me abandonara.
Como conclusión para los jóvenes.
Los argumentos de la existencia de Dios son muy superiores a las aducidas en su contra
por el ateísmo. Las primeras nos dan la explicación definitiva de la existencia del
universo, y del ser, misterio e inquietud de la persona, mientras que las del ateísmo no
explican nada. El ateísmo podrá esforzarse en querer demostrar sin conseguirlo que Dios
no existe, pero nunca podrá demostrar la verdad de sus planteamientos.
Hay muchas más razones para creer en la existencia de Dios que para dudar de que exista.
No se busca a Dios solo con la razón que tiene capacidad para conocer la verdad, pero
también cierta dificultad, sino también se hace con el corazón.
El estar en relación con Dios, buscando conocerle más como Verdad absoluta, nos llevara
siempre a reconocer también la verdad sobre nosotros mismos.
El signo evidente de que Dios ha tocado nuestra alma es la transformación de la propia
vida. Solo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo
adecuado y realmente humano.
La verdad de esta tesis resulta evidente ante la infelicidad de las personas que dudan de
Dios y la felicidad de las personas que llevan a Dios es su corazón.
Andrea Flores Figueroa
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