josé carlos hernández martín del campo

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CARLOS TERRÉS (JOSÉ CARLOS HERNÁNDEZ MARTÍN DEL CAMPO)
Nació en la provinciana ciudad alteña de Lagos de Moreno, Estado
de Jalisco, de la República Mexicana, en el año de 1950, año que
inaugura la primera década transformadora del Estado de Jalisco,
durante la cual, y después de la despistada agresión que sufrió la
capital, (la ciudad de Guadalajara) al destruir su original arquitectura
provinciana en aras de un falso progreso, las inquietudes estéticas
cobraron un nuevo, aunque lamentable efímero auge, al llegar a la
gubernatura del Estado el Lic. Agustín Yáñez. Si Guadalajara era el
centro de una importante ebullición cultural, la provincia y alejada
ciudad de Lagos, era el centro de lo que podemos llamar la “cultura
alteña”. Cuna de poetas y escritores notables. Lagos, era a fin de
cuentas, una ciudad culta. En ese ambiente se desenvuelven los
padres de Carlos, quienes incluyeron, además del código genético
que heredaría a su hijo, dos valores esenciales: La constancia, don Alfredo Hernández Terrés y, el talento, doña Ma.
Magdalena Martín del Campo.
Don Alfredo Hernández Terrés, editor y periodista, fundó y sacó adelante luchando contra viento y marea,
el periódico “Provincia”. Labor bastante árida en una pequeña ciudad, más agrícola que industrial. Doña Ma.
Magdalena Martín del Campo, pintora autodidacta con renombre como bordadora y pirograbadora excepcional,
dará la vocación, el talento y guiará los primeros pasos dentro de la disciplina del dibujo elemental a su pequeño
hijo, que a la edad de 13 años ingresa al Liceo de Artes, del Padre Miguel Leandro Guerra. Escuela fundada
precisamente ese año (1963). Cinco años en el Liceo de Artes en Lagos, serán el tránsito de la adolescencia a la
juventud de Carlos (1963-1967). Tránsito de estricta y entusiasta vigilancia exclusivamente paterna, ya que quedó
huérfano de madre a la temprana edad. Tránsito encausado entre la escolaridad tradicional (primaria-secundariapreparatoria) y el ambiente clásico estético, que los maestros a turnos de tres meses, impartían en el Liceo.
Fundada esta escuela por Jorge Navarro H. a su vez maestro y director de la Escuela de Artes Plásticas de la
Universidad de Guadalajara, al Liceo hizo llegar a impartir clases, como visitantes, a la plana mayor del
profesorado de la Escuela de Guadalajara, ellos fueron: Jorge Navarro, paisajista notable y muralista. Alfonso de
Lara Gallardo, excepcional acuarelista y muralista, dibujante extraordinario. Rafael Zamarripa, escultor notable,
danzante y coreógrafo. Ricardo Baeza, notable pintor. Melitón Salas, escultor y danzante. Emilio Pulido, escultor y
danzante. Más de alguno de estos maestros pudo ver las excepcionales dotes que como dibujante enseñaba el joven
discípulo, y también más de alguno, lo alentó a ingresar para estudios más formales, a la Escuela de Artes Plásticas
en Guadalajara, Capital del Estado. Esto, sucedió en 1967 y tuvo como meta ya seriamente idealizada, el cursar la
carrera de pintura y escultura, dentro de dicha Escuela; cinco años después termina esos estudios.
En 1974 presenta una brillante tesis profesional que intitula “Mis experiencias en el Muro”. Así culmina lo
que podremos catalogar como la etapa de aprendizaje dentro de la cual, el alumno como verdadera esponja, bebe y
se empapa de las óptimas técnicas que le enseñaron ameritados maestros. Producto de la ebullición juvenil, la que a
veces sus cálidos entusiasmos precipitan a la búsqueda de la genialidad anticipada, es un ensayo apreciado en 1972,
que Terrés, intituló pomposamente con un latinajo: “Vita Brevis”, cuya trascendencia no rebasó los límites
domésticos. Sin embargo, ese hecho, nos da clara idea de que el recién egresado vibra dentro del ámbito plástico
estético, y además, que sus necesidades expresivas rebasan el limitado campo de acción que la sociedad y los
organismos oficiales ofrecen al artesano plástico en busca del Arte. En Terrés, anida el fuego de la creación
artística desde siempre. Todo su quehacer y acontecer gira alrededor de la pintura, el dibujo y la escultura. Difícil
situación para un joven recién egresado y graduado en las disciplinas plástico-estéticas, las que en nuestro medio,
sólo son apreciadas por unos cuantos “diletantes”, y menos compradores, cuya atención está puesta en lo
importante; al grado de que el concepto importado, se vuelve etiqueta de calidad, exclusividad y distinción, dentro
de la gran masa snobista. Espécimen que cada día aumenta para desgracia de los valores humanos.
Terrés sin apartarse de su vocación, durante los titubeos juveniles propios de la edad y el medio, vive
inmerso en posteriores aprendizajes de cuanta técnica plástica expresiva tiene a mano. Su capacidad de trabajo
resulta casi increíble. De ella da constancia la copiosa e ininterrumpida producción de imágenes estéticas, la cual
sólo es entendible en razón a un factor que nos es muy común entre nuestros pintores y escultores: La habilidad. La
pasmosa habilidad de Terrés, para resolver los problemas técnico-estético, borra de sus proyectos creativos la
dificultad. Para él no existe esa barrera, a veces infranqueable, que limita o inhibe totalmente a muchos artesanos
plásticos. Así, vemos que prácticamente desconoce el concepto dificultad e idénticamente lo supera en cuanto
posee la humildad y el espíritu abierto para recibir y re-elaborar eclécticamente las ideas y las formas que su mundo
le ofrece. En este último sentido, el que le da la posibilidad de integrar a su creatividad plástica en un acto
sincrético estético, las ideas más encontradas, las transforma recreándolas en formas simbólicas, inteligibles y
armónicas. La expresión escultórica, pictórica y dibujística de Terrés, es en gran proporción, sincrético simbólica.
Precisamente la habilidad que demuestra Terrés, en cada una de sus ejecuciones, es la que motivó a los maestros a
prolongar sus enseñanzas al discípulo destacado, invitándolo a sus propios talleres. Lo cual, le da la oportunidad de
profundizar más la técnica escultórica del maestro Rafael Zamarripa al permanecer a su lado durante un año (19671968). La misma oportunidad le brindará el maestro Jorge Martínez López, brillante técnico dentro de la pintura
Jalisciense. En el taller del citado maestro, durante dos años (1970-1972), Terrés irá descubriendo los misterios de
una técnica depurada, así como afinando si sentido cromático en cuanto al manejo y selección de pigmentos,
principalmente la técnica de los acrilatos y proxilina en la que el maestro Jorge Martínez, es un verdadero mago.
Determinante y significativo en su desarrollo como pintor, fue el hecho de que el maestro Jesús Mata E.,
ponga en Terrés, toda si confianza para que imparta las clases de pintura y escultura en la Escuela que patrocinaba
el Departamento de Bellas Artes del Gobierno del Estado, en el parque del Agua Azul, cuyo director era el pintor
Miguel Topete. Jesús Mata E., sin duda alguna el grabador más notable que ha dado la Escuela de Artes Plásticas,
me contó la siguiente anécdota: “Le propuse a Carlos, al ver si capacidad como pintor y escultor, que diera las
clases de pintura y escultura. Carlos, con toda humildad contestó a mi propuesta, que él estaba para recibirlas y, no
para impartirlas. Le dí ánimo. Aceptó. Y durante siete años (1971-1977) fue maestro muy reconocido de dicha
escuela. El reducido salario, le dio la seguridad para contraer nupcias con su discípula Elvia Xóchitl García
Valencia. Tres importantes disciplinas ayudaron a consolidar, como segmentos de la estructura de su aprendizaje, a
Terrés; el tallado en madera y el estofado; enseñanza que recibió en el taller del maestro Trinidad Santos (19751976). Así como la que recibió del maestro escultor y restaurador Luis Larios, sobre la técnica escultórica en
mármol recuperado (1977-1978) y la recibida en el taller del maestro italiano Piero Mussi en la técnica de fundido
en bronce bajo el procedimiento de la cera perdida en Berkeley, California (1994) con lo cual termina su
aprendizaje por maestros, en sus propios talleres.
Estas técnicas serán auxiliares valiosos que complementan las enseñanzas recibidas del extraordinario e
incomprendido pintor Francisco Rodríguez (Caracalla) que lo inició en la obra monumental y bajo cuya dirección
ejecutó de dos primeros murales dentro de la Escuela de Artes Plásticas: “Figuras” (1973) e “Imágenes” (1974).
En adelante, seguirá experimentando sin más dirección técnica que sus propias habilidades, su sensibilidad y, su
insaciable necesidad expresiva. Terrés sale de la Escuela de Artes Plásticas, siendo un gran dibujante. El dibujo de
Terrés tiene la rara coincidencia de que sus líneas se reagrupan, se encuentran, se tensionan, vibran, en el punto
exacto, lo cual les da máxima expresión de gracia, entendida ésta, como “valor” dentro del movimiento y ritmo.
“Más rara que la inteligencia, o incluso que el genio, es una voluntad que se mantiene absolutamente serena y
dueña de sí: esto es algo irremplazable que no se ve más de dos o tres veces por siglo” (Jacques Chevalier). Creo
que esta definición del filósofo francés, cae como anillo al dedo, y en cierta forma describe la esencia de carácter,
que subyace en la siguiente anécdota: Terrés, laboraba en su primer alto relieve escultórico monumental. Ya antes,
y en el mismo año (1977), había ejecutado para la S.A.H.O.P. ya su primer escultopintura (10.00 x 3.00 Mts.)
posteriormente se desarrolló en 185Mts. cuadrados admirándose en la fachada del edificio del E.S.T.S.E., ubicado
en la esquina de Insurgentes y Gómez Farías, en la ciudad de México, D.F. El emparrillado de varilla corrugada
para sustentar el material plástico (mármol recuperado), es muy alto y Terrés laboraba entre sus dos armazones
erizadas de puntas metálicas. Accidentalmente resbaló desde lo más alto, y al caer hasta el suelo, su espalda fue
recibiendo importantes heridas causadas por alambres y varillas.
Terrés fue conducido al hospital, en donde le fueron suturadas las heridas. El médico después del suero y
vacunas, determinó que tendría que “guardar cama” durante quince días. A las dos horas del accidente, y sufriendo
dolores bastante serios, Terrés estaba trepado en el andamio cumpliendo los dictados de su inquebrantable
voluntad, que lo mantenía firme y sereno ante su circunstancia. El camino recorrido dentro de la plástica, es muy
similar al de los grandes maestros en cuanto a voluntad creativa se refiere. Como Picasso y Diego Rivera en la
pintura, como Miguel Angel y Rodin en la escultura, como Daumier y Santiago Hernández en la caricatura, Terrés
ha caminado en su expresión estética, cada día más depurada, más original y sincrética, siempre apoyado en la gran
calidad de dibujo que toda su obra ostenta. Terrés dibuja al aire, partiendo del punto de vista de que el Arte, no
puede ni debe ser más que creación. Así su abundantísima obra pictórica de caballete, obra en la que el “mecenas”
ni mete su idea, ni sus a veces tontos caprichos, se aparta de los “facilismos”, “brutalismos” y “embarrismos”
primitivos y seudo abstractos, para volver con las alas de la genialidad dibujística por los espacios donde la
inspiración construye lo verdaderamente pictórico dentro de una disciplina que pretende llegar al arte, sin renegar
de su honorable raigambre artesanal.
Desde muy temprano en su quehacer pictórico, Terrés supo escoger el camino simbolista, esto es, la vía más
cercana a confirmar apoyándose en la correspondencia de las formas, la verdad y la belleza que nos ofrece la
tradición. Obedeciendo esa búsqueda, que también es una llamada que subyace en el cánon estético que nos han
heredado nuestros antepasados en miles de expresiones pictóricas, arquitectónicas, escultóricas, plumarias, etc.,
también la fuerza telúrica, vital y graciosa, de su modo de interpretar en la tridimensionalidad del mármol, el
bronce, la madera, las inspiraciones escultóricas que con asombroso dominio de los planos del movimiento se
significan volumétricamente en formas expresivas y bellas. Terrés es de la casta de los grandes creadores de
imágenes estéticas, porque toda visualización en determinados momentos le provoca una emoción que a su vez, se
transforma en urgente necesidad expresiva, que tiende a concentrarse ya sea en fabulosos dibujos en donde la línea
vital y poderosa da vida a las formas, ya sea en extraordinarias pinturas en donde el pigmento se transforma,
gracias a su refinada sensibilidad, en simbólicas sugerencias cromáticas, o en escultoras en donde los planos de
movimiento particulares se integran en un todo armónico y gracioso. Entendiendo por gracioso, los valores de
libertad y ritmo dentro del movimiento sugerido.
Dentro del aspecto creativo de Terrés, es pertinente destacar, que gran parte de su obra monumental, que es
una de las más extensas en el ámbito de la plástica mexicana y que sin duda, a medida que pasen los años será la
más extensa, es obra ejecutada por encargo, lo que determina serias limitaciones en cuanto, por más que se diga lo
contrario, la voluntad, el gusto y la idea del que paga, manda. Lo cual, siempre es una limitante a la libertad
expresiva, porque las inspiraciones que producen la obra son compartidas, y al ser esto así, la praxis de la
construcción de tales inspiraciones siempre produce, en una de las partes, desilusión y controversia, en cuanto la
obra se convierte prácticamente en la realización estética. Llegar al acuerdo es el problema.
De una larga trayectoria artística, con brillantes estudios de pintura en la Universidad de Guadalajara,
investigador a técnicas de mural, y estudios del mármol, el bronce y la madera, Carlos Terrés se inventa día tras día
nuevos e insólitos desafíos. En verdad que no conoce el descanso, pues no solo lleva su arte de un continente a otro,
sino trabaja con calma, con la pupila de un recreador constante de su propio estudio de Lagos de Moreno, Jalisco.
El joven artista ya caminaba solo, ya tenía el pulso firme y la mirada certera. La inventiva de su pincel tenía sus
alas propias. Sin embargo, al paso del tiempo, su voluntad enérgica no conocía el sosiego obligado, que él mismo
busca sus espacios, sus colores, los crea y les entrega una vida singular. Poco a poco se han escuchado los mejores
conceptos sobre la obra de Carlos Terrés; un conocedor hablaba de su fuerza expresiva; otros de sus sentimientos
mágico-sincréticos; alguien más de su voluntad creadora en murales y grupos escultóricos.
El artista huésped, el que ya tiene su calle y sus aulas, el artista en residencia, al que festejan con su nombre,
ahora trabaja con más entusiasmo y dedicación. Vienen los mejores años de su vida. Renueva su capacidad de
acción y le da un nuevo brillo a su inventiva; el creador y el profesional van de la mano, siempre en busca de
sorpresivas temáticas y de técnicas que además en los últimos tiempo, quizá como un signo de madurez creativa, su
obra oscila de los entornos cotidianos a la trascendencia de las figuras religiosas; así como trabaja una mecedora,
un gato salvaje o un tótem en un zoológico, nos ofrece los perfiles de Emaús, de Juan Pablo II o de la Virgen de la
Paz. Tampoco se olvida de Don Quijote, de El Alcalde de Lagos o “Las Ventanas de la Historia”. Elegante y
sobrio, clásico y neobarroco, maestro de su oficio, son olvidar las enseñanzas de un pretérito distante, con los frutos
de la tierra o las imágenes de antiguas épocas, leal a los ornamentos de su propia estética, Terrés admira las cosas
pequeñas pero nunca se olvida de las grandes. A estas alturas, después de tantas enseñanzas de la vida, entre los
sinsabores de los sacrificios y las satisfacciones de los triunfos, Carlos Terrés sabe muy bien que no hay nada tan
atractivo como lo verdadero y que, dueño de su futuro, las dificultades del presente están hechas para estimular,
para renovar plenamente las invenciones del artista. En sus manos y en sus pupilas, en sus proyectos a corto y a
largo plazo, él y nadie más que él tiene la última palabra.
Por: IBQ Yazmín Guadalupe González Hermosillo.
http://www.inspirateenlagos.com/tag/carlos-terres/
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