Oramos con “Camino” 1-18

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Oramos con “Camino” 1-18
Cantamos:
Nada te turbe, nada te espante:
quien a Dios tiene, nada le falta.
Nada te turbe, nada te espante:
sólo Dios basta.
La confianza en Dios no significa ingenuidad…
¡Oh Redentor mío, que no puede mi corazón llegar aquí sin fatigarse mucho!
¿Qué es esto ahora de los cristianos? ¿Siempre han de ser los que más os deben
los que os fatiguen? ¿A los que mejores obras hacéis, a los que escogéis para
vuestros amigos, entre los que andáis y os comunicáis por los sacramentos? ¿No
están hartos de los tormentos que por ellos habéis pasado? (…) ¡Oh Padre
eterno!, ¿cómo pueden sufrir unas entrañas tan amorosas como las vuestras que
lo que se hizo con tan ardiente amor de vuestro Hijo y por más contentaros a
Vos (que mandasteis nos amase) sea tenido en tan poco como hoy día tienen esos
herejes el Santísimo Sacramento (…) No miréis a los pecados nuestros, sino a
que nos redimió vuestro sacratísimo Hijo, y a los merecimientos suyos y de su
Madre gloriosa y de tantos santos y mártires como han muerto por Vos (…)
Mirad, Dios mío, mis deseos y las lágrimas con que esto os suplico, y olvidad mis
obras, por quien Vos sois, y habed lástima de tantas almas como se pierden, y
favoreced vuestra Iglesia. No permitáis ya más daños en la cristiandad, Señor.
Dad ya luz a estas tinieblas (1,3; 3,8.9).
Nos unimos a la pasión de Teresa por esa Iglesia dividida, por tanta
gracia desaprovechada… Y, en silencio, también presentamos al Señor
tantos cristianos “no practicantes” y tantos increyentes, en primer lugar,
entre nuestros familiares y amigos. Y, por supuesto, a quienes más necesitan conocerLo; aunque nos queden muy lejanos.
Evidentemente, no todo es problema del “mundo”; también la Iglesia está,
estamos, en constante proceso de conversión. Vamos a recordarlo de nuevo
con la santa y, una vez más, a orar nosotros durante un rato por tantas situaciones actuales en la Iglesia y parecidas a la que comenta Teresa. Si
alguien comparte su oración en voz alta, la acogemos todos cantando de
nuevo Nada te turbe.
Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres,
antes las favorecisteis siempre con mucha piedad, y hallasteis en ellas tanto amor y
más fe que en los hombres, pues estaba vuestra sacratísima Madre, en cuyos méritos
merecemos lo que desmerecimos por nuestras culpas. No basta, Señor, que nos tiene
el mundo acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por
Vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que
no habíais de [acoger nuestras oraciones]. No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad
y justicia, que sois juez justo y no como los jueces del mundo, que –como son hijos de
Adán y, en fin, todos varones- no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa. Sí, que algún día ha de haber, Rey mío, que se conozcan todos. No hablo por
mí, que ya tiene conocida el mundo mi ruindad y yo holgado que sea pública; sino
porque veo los tiempos de manera que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres (CE 4,1).
A pesar de todas las posibles infidelidades propias o dificultades externas,
también se nos invita a tomar conciencia de la particular vocación a la que
hemos sido llamados cada uno, y a agradecerla. Y lo hacemos ahora:
Bendito seáis Vos, mi Dios, y alábeos todo lo criado, que esta merced tampoco se
puede servir, como otras muchas que me habéis hecho, que darme estado de monja
fue grandísima. Y como lo he sido tan ruin, no os fiasteis, Señor, de mí (…) y me
trajisteis adonde (por ser tan pocas) parece imposible dejarse de entender mis defectos, porque ande con más cuidado; ¡quitáisme todas las ocasiones! Ya no hay discul-
pa para mí, Señor, yo lo confieso, y así he más menester vuestra misericordia,
para que perdonéis la que tuviere [es decir, la culpa que pudiese tener en adelante] (8,2).
Después de un tiempo de silencio, cantamos:
Vuestra soy, para Vos nací,
¿qué mandáis hacer de mí?
1. Vuestra soy, pues me criasteis,
vuestra, pues me redimisteis,
vuestra, pues que me sufristeis,
vuestra pues que me llamasteis,
vuestra porque me esperasteis,
vuestra, pues no me perdí:
¿qué mandáis hacer de mí?
3. Dadme riqueza o pobreza,
dad consuelo o desconsuelo,
dadme alegría o tristeza,
dadme infierno o dadme cielo,
vida dulce, sol sin velo,
pues del todo me rendí:
¿qué mandáis hacer de mí?
2. ¿Qué mandáis, pues, buen Señor,
que haga tan vil criado?
¿Cuál oficio le habéis dado
a este esclavo pecador?
Veisme aquí, mi dulce Amor,
amor dulce, veisme aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
4. Si queréis, dadme oración,
si no, dadme sequedad,
si abundancia y devoción,
y si no esterilidad.
Soberana Majestad,
sólo hallo paz aquí:
¿qué mandáis hacer de mí?
Sea cual sea nuestra vocación particular, está claro que para realizar la
fundamental y universal (nuestro bautismo, ser santos, ser Suyos), la
primera gran parte de “Camino” nos recomienda combatir seria y constantemente toda forma de egoísmo (material o afectivo) y de “amor
propio”. Una vez más escucharemos una oración teresiana y, seguida-
mente, meditaremos acerca del tema; en este caso, haremos examen de
conciencia:
¡Oh Señor!, que todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en Vos, que si no
mirásemos otra cosa sino al camino, presto llegaríamos; mas damos mil caídas y
tropiezos y erramos el camino por no poner los ojos –como digo– en el verdadero
camino. Parece que nunca se anduvo, según se nos hace nuevo. Cosa es para lastimar, por cierto, lo que algunas veces pasa. Pues tocar en un puntito de ser menos, no
se sufre, ni parece se ha de poder sufrir; luego dicen: “¡no somos santos!”. Dios nos
libre, hermanas, cuando algo hiciéremos no perfecto decir: “no somos ángeles”, “no
somos santas”. Mirad que, aunque no lo somos, es gran bien pensar, si nos esforzamos, lo podríamos ser, dándonos Dios la mano; y no hayáis miedo que quede por El,
si no queda por nosotras. Y pues no venimos aquí a otra cosa “¡manos a labor!”,
como dicen: no entendamos cosa en que se sirve más el Señor, que no presumamos
salir con ella con su favor. Esta presunción querría yo en esta casa, que hace siempre
crecer la humildad: tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes y no es
aceptador de personas (16,7-8 u 11-12, según la edición).
Concluimos, recordando cada cual tantas gracias del Señor para afianzarlo
y animarlo, y pidiéndole que nos haga fieles, que nos permita responderle.
Si alguien comparte su agradecimiento o su súplica en voz alta, la acogemos todos cantando de nuevo el estribillo Vuestra soy, para vos nací.
Hay almas que (…) quiere Su Majestad que no quede por El, y aunque estén en
mal estado y faltas de virtudes, dale gustos y regalos y ternura, que la comienza a
mover los deseos, y aun pónela en contemplación algunas veces (pocas, y dura poco). Y esto hace porque las prueba si con aquel favor se querrán disponer a gozarle
muchas veces. Mas si no se dispone, perdonen –o perdonadnos Vos, Señor, por
mejor decir– que harto mal es que os lleguéis Vos a un alma de esta suerte, y se llegue
ella después a cosa de la tierra para atarse a ella.
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