Homilía para la Ordenación Presbiteral Del Hno. Fernando Gómez OFMCap Corrientes, 15 de agosto de 2008 1. Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María con alegría y esperanza. La alegría nos viene de contemplar la singular participación de María en la resurrección de su Hijo. Y la esperanza, porque la Asunción de María nos anticipa nuestra resurrección. En medio de este misterio de fe, de alegría y de esperanza, vamos a conferir el sacramento del Orden Sagrado a Fernando, hermano menor capuchino, a quien el Señor eligió para vivir en este ministerio y para ejercerlo como servicio al Pueblo de Dios. 2. ¿Qué luz nos trae la Palabra de Dios, para pensar en este hermano menor que, en unos instantes más, va a ser consagrado sacerdote? 3. Veamos cómo nos describe san Lucas la visita de María a su prima Isabel. En la narración nos sorprende ver cómo las cosas ordinarias y simples de la vida se transforman en extraordinarias cuando se viven en el gozo del Espíritu. Vivir alegres en el Señor hace que los trabajos cotidianos y a veces rutinarios se sientan livianos y sean motivo de gratitud y de alabanza a Dios. En efecto, María, llena del Espíritu Santo, parte con prontitud a la casa de su anciana prima Isabel, para ayudarle en las cosas de la casa. En medio de tareas sencillas y fatigosas, hay un gozo incontenible en las dos mujeres. Cuando las primas se encontraron, Isabel, se estremeció conmovida, y llena del Espíritu Santo saludó a María exclamando: “Tú eres bendita entre todas mujeres…, feliz de ti por haber creído”. María le respondió desbordada de alegría: “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador”. La felicidad que sintió María, no fue un delirio autocomplaciente y pasajero, sino todo lo contrario: el mismo Espíritu que la colmó de felicidad, le abrió los sentidos y el corazón a las necesidades de su prima, y la fortaleció en el servicio humilde y alegre de los quehaceres domésticos. 4. En ese sentido, la escena evangélica que expresa mejor la misión del sacerdote hermano menor, es la de Jesús lavando los pies a sus discípulos. Para comprender la profundidad de este gesto es preciso que lo contemplemos en el contexto de la Última Cena, de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. En este misterio de amor, de entrega y de servicio, se inserta el ministerio sacerdotal. Para hacerlo posible, necesitamos “desear tener, por sobre todas las cosas, el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con un corazón puro” (cf. Rb, 10, 8-9). Como en María, es el Espíritu Santo quien enciende en nosotros el deseo de tenerlo y la disposición para dejarlo actuar. 5. El Papa Benedicto XVI, en una reciente homilía de ordenación sacerdotal, recordó que el apóstol san Pablo llama a los ministros del Evangelio “servidores de la alegría” y explica –dirigiéndose a los que van a ser ordenados sacerdotes– que para ser colaboradores de la alegría de los demás, es necesario que el fuego del Evangelio arda dentro de ustedes”. Desear tener el Espíritu Santo y dejarlo actuar, nos impulsa a dar todo lo que somos y tenemos en el servicio a los demás. 6. El lema que eligió Fernando para su ordenación sacerdotal nos ayuda a seguir profundizando en el servicio: “…por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser un sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que toca a Dios…” (Hb 2,17). En esa frase contemplamos a Jesús, sumo sacerdote y descubrimos que una condición esencial para ser un sacerdote misericordioso y fiel es “asemejarse en todo a sus hermanos”. ¿Qué significa esto? No se trata de algo exterior o de una experiencia pasajera. Asemejarse en todo a sus hermanos es ponerse en su lugar, asumir su destino, cargarlos sobre los hombros, es arriesgarlo todo hasta dar la vida por ellos. El verdadero discípulo, es llevado por el Espíritu Santo a estar con Jesús y a recorrer con él el camino de la no posesión y del vaciamiento de sí mismo, para darse, como él, todo a los demás. Por eso, el hermano menor capuchino, inspirado en Francisco, y dejándose llevar por el Espíritu del Señor, no quiere saber nada fuera de Cristo y éste pobre y crucificado (2Cel, 105). Se abraza a él y lo único que desea es seguir sus pasos, para servir a sus hermanos y a su pueblo. 7. El hermano capuchino contempla en Cristo Jesús la síntesis perfecta del hermano sacerdote. Contemplando a Jesús, aprendemos a ser hermanos y también con él aprendemos a ser sacerdotes. La dimensión fraterna del sacerdocio es esencial a su ministerio. En Pastores dabo vobis (n. 17) leemos que el ministerio ordenado tiene una radical “forma comunitaria” y puede ser ejercido sólo como “una tarea colectiva”, expresiones que evocan una profunda sintonía con la vocación fraterna del hermano menor. No existe sacerdote sin comunidad, como tampoco hermano sin fraternidad. El hermano sacerdote, menor y servidor, en fraternidad evangélica, está llamado a ser testimonio de esa radical forma comunitaria, que debe distinguir el ministerio ordenado. 8. Para concluir, Fernando, el recuerdo de tu ordenación estará para siempre vinculado a María. Recuerda que Francisco de Asís “amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en ella su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos”, nos dice san Buenaventura (LM, 9,3). Que ella, la tiernísima Madre de Dios, bajo la advocación de nuestra Señora de Itatí, cuide tu sacerdocio y te enseñe vivirlo con tus hermanos y junto con ellos al entero servicio de todo el Pueblo de Dios. Mons. Andrés Stanovnik OFMCap Arzobispo de Corrientes 2