“¡Dichoso quien no se escandalice de mí!” EL ESCÁNDALO ANTE JESÚS P. Jesús Álvarez ssp. Domingo 3° Adviento-A/ 16-12-2007 Juan, que estaba en la cárcel, oyó hablar de las obras de Cristo, por lo que envió a sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?" Jesús les contestó: "Vayan y cuéntenle a Juan lo que ustedes están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres. ¡Y dichoso quien no se escandalice de mí!" Mt 11,2-11. Juan ya había indicado a sus discípulos que Jesús era el Cordero de Dios, el Salvador. Y ahora, desde la cárcel, quiere confirmarles que Jesús es en verdad el Mesías esperado: “¿Eres tú el que ha de venir?” Jesús le responde que se está verificando en su persona y en el pueblo todo lo anunciado por los profetas sobre el Mesías, y que por tanto no hay que esperar a otro: han llegado los tiempos mesiánicos, los tiempos de Cristo salvador. 1 Jesús añade: “Dichoso quien no se escandalice de mí”. Es decir: feliz quien, al encontrarme u oír hablar de mí, no se sienta decepcionado, por esperar de mí otra cosa: un reino temporal al estilo de los demás reinos: con palacios, policía, ministros, poder económico, ejército, privilegios… De este escándalo no se libraron ni siquiera sus discípulos de Jesús, que en la pasión lo abandonaron, creyéndolo definitivamente fracasado en su misión de librar al pueblo del poder de Roma. Muchos se escandalizaron en todo tiempo y se escandalizan hoy, y por eso buscan “otros salvadores” que propongan un camino más fácil, sin cruz: políticos, ídololos, artistas, poderosos, líderes religiosos. Pero sólo Jesús es el único Salvador, el único que puede darnos lo que buscamos: paz, alegría y vida eterna. Se trata del escándalo de la cruz, del que habla san Pablo: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos” (1Co, 1, 23). La cruz abrazada y ofrecida es el único el camino posible hacia la resurrección y la gloria, pues lo eligió el mismo Hijo de Dios. Sería fatal equivocar el camino… Jesús viene a implantar, con la única fuerza del amor, los bienes de su reino en este mundo: la vida y la verdad, la justicia y la paz, el amor y la libertad, la solidaridad y la alegría de vivir; y viene a conquistar el reino eterno para él y para la humanidad, a través de la humillación de la cruz y la gloria de la resurrección. ¿No nos escandalizamos también nosotros, negándonos a acoger y ofrecer nuestras cruces asociándolas a la de Cristo, por la propia salvación, la salvación de los nuestros y la del mundo? ¿Pretendemos neciamente llegar a la resurrección y a la gloria eterna saltándonos la cruz, o renegando de ella cuando nos pesa, culpando Dios porque la permite? Sólo abrazándola y ofreciéndola nos da paz y felicidad. Jesús presenta a Juan Bautista como un hombre modelo, íntegro e inflexible ante el mal. Lo cual le mereció la cruz de la cárcel y la muerte. También en eso fue precursor de Jesús, crucificado a causa de su integridad y su rechazo del mal. Superemos el miedo a la cruz y a la muerte pensando en la resurrección y en el gozo eterno que Jesús nos mereció, pues él nos ayuda a sobrellevar con paz y esperanza nuestras cruces. “Los padecimientos de este mundo no tienen comparación alguna con la gloria y el gozo eterno que nos espera”. Is 35,1-6. 10 - Que se alegren el desierto y la tierra seca, que con flores se alegre la pradera. Que se llene de flores como junquillos, que salte y cante de contenta, pues le han regalado el esplendor del Líbano y el brillo del Carmelo y del Sarón. Ellos a su vez verán el esplendor de Yavé, todo el brillo de nuestro Dios. Robustezcan las manos débiles y afirmen las rodillas que se doblan. Díganles a los que están asustados: "Calma, no tengan miedo, porque ya viene su Dios a vengarse, a darles a ellos su merecido; él mismo viene a salvarlos a ustedes." En el desierto brotarán fuentes de agua, que correrán como ríos por la superficie. Por ahí regresarán los libertados por Yavé; llegarán a Sión dando gritos de júbilo, y con una dicha eterna reflejada en sus rostros; la alegría y la felicidad los acompañarán y ya no tendrán más pena ni tristeza. El mundo de hoy es un gran desierto donde fieras humanas se ensañan con ferocidad contra la pobre humanidad, sobre todo contra los pequeños, pobres, débiles. Pero Dios quiere, puede y va a hacer un mundo mejor, y ha empezado a hacerlo con el envío de su Hijo; mas ha decidido contar con nuestra colaboración para acelerar la llegada del paraíso al desierto del mundo y darnos el premio de lo que él 2 quiere realizar a través de nosotros: un mundo donde haya alegría y felicidad, sin pena ni tristeza. Nuestra colaboración consiste en promover en la tierra los valores de su reino, de su paraíso: la vida, la verdad, la justicia, la paz, el amor, la libertad, la alegría de vivir, el perdón... Nadie está exento de esta tarea; Dios no hará lo que nos corresponde a nosotros hacer. Nuestra capacidad es Cristo mismo, que se ha puesto entre nosotros y en nosotros para hacer la obra de Dios en y con nosotros. Él ya no viene, sino que está permanentemente. ¡Cuánta alegría y paz de paraíso perdidas porque no creemos lo suficiente en esta presencia infalible de Jesús ni recurrimos de continuo a su Persona presente! ¿Seguimos tal vez viviendo con mentalidad de Antiguo Testamento, como los judíos, esperando a que venga quien ya está, quizás para justificar nuestra indiferencia? Creámosle a Jesús. “Estoy con ustedes todos los días”… “Quien está unido a mí, produce mucho fruto”. Sant 5,7-10 - Tengan paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Miren cómo el sembrador cosecha los preciosos productos de la tierra, que ha aguardado desde las primeras lluvias hasta las tardías. Sean también ustedes pacientes y no se desanimen, porque la venida del Señor está cerca. Hermanos: no se peleen unos con otros, y así no serán juzgados; miren que el juez está a la puerta. Consideren, hermanos, lo que han sufrido los profetas que hablaron en nombre del Señor y tómenlos como modelo de paciencia. En las primeras comunidades se creía que Jesús iba a regresar en seguida para establecer su reino glorioso en la tierra. Pero los mismos apóstoles se preocuparon de eliminar esta creencia, invitando a la paciencia en la espera de la venida definitiva del Señor, y exhortando a evitar peleas y rencores para no ser juzgados. Pero la venida definitiva y gloriosa de Cristo para cada uno de nosotros sí puede verificarse en cualquier momento. Pues la muerte, que nos abordará cuando menos lo pensemos, es el encuentro real con Cristo glorioso, y no hay que esperar al fin del mundo para encontrarnos con él. Lo decisivo es abrirnos a él, presente en nuestra vida cotidiana: en las alegrías, en las penas, en la oración, en el prójimo, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios..., y entonces la muerte no será una fatal sorpresa, sino la culminación gloriosa del encuentro deseado y vivido con él cada día. P. Jesús Álvarez, ssp Mi nuevo correo-mail: [email protected] P. Jesús Álvarez, ssp 3