La Tierra, mientras orbita alrededor del Sol, barre millones de

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Estrellas fugaces
La Tierra, mientras orbita alrededor del Sol, barre millones
de partículas de polvo espacial. Con tamaños de unas
pocas milésimas de milímetro estas partículas decantan de
manera suave a través de la atmósfera. Su composición,
como en el caso de los meteoritos, interesa a los científicos
y desde 1974 programan campañas para recoger muestras.
Las agencias espaciales utilizan aviones espía en desuso
que son capaces de volar a alturas de más de 20
kilómetros para evitar recolectar partículas de origen
terrestre no deseadas. A pesar de su liviano peso, este
polvo espacial forma el grueso de las aproximadamente
100.000 toneladas de materia espacial que se estima
recibe nuestro planeta por año. Pero, además del polvo
espacial, también llegan a la Tierra partículas que miden
unos pocos milímetros. Al entrar en la atmósfera terrestre a
gran velocidad, debido a la fricción estos pequeños cuerpos
se vaporizan por completo dibujando una trayectoria
luminosa en el cielo. Durante la noche, a pesar de que el
fenómeno ocurre a cientos de kilómetros de nuestra
posición y el causante es un cuerpo de un tamaño más
pequeño que un grano de pimienta, puede ser contemplado
a simple vista. El fenómeno es tan cotidiano y espectacular
que todo el mundo lo conoce popularmente como estrella
fugaz. Los científicos lo llaman meteoro.
Cualquier noche es buena para observar meteoros, pero
algunas noches se producen auténticas lluvias de estrellas
fugaces. Esto ocurre cuando la Tierra atraviesa la estela de
polvo que un cometa ha dejado en su órbita alrededor del
Sol. Cuando un cometa se aproxima al Sol aumenta su
temperatura y su hielo se evapora. Eso provoca la eyección
de pequeños fragmentos de roca que estaban incrustados
en el hielo. Primero pasan a formar parte de la cola del
cometa y después quedan dispersos orbitando en una
especie de anillo de partículas alrededor del Sol. Con el
tiempo, bajo el efecto del viento solar y la atracción
gravitatoria del Sol y los planetas, estas partículas se
dispersan más y más hasta diluirse en el espacio. Pero
cuando el cometa vuelve a pasar se produce una recarga
en la misma zona orbital. Cuando la Tierra atraviesa una de
estas zonas se encuentra con miles de partículas rocosas
que se precipitan contra la atmósfera creando una lluvia de
estrellas. Las perséidas son un ejemplo. Conocidas
popularmente como lágrimas de San Lorenzo, podemos
contemplarlas cada año alrededor del 10 de Agosto.
Otra de las lluvias de estrellas más famosas son las
Leónidas. Se llaman así porque los caminos luminosos que
marcan parecen originarse en la constelación de Leo (las
perséidas en la constelación de Perseo, etc…). Los
meteoros están asociados con las partículas de polvo
eyectadas por el cometa 55P/Tempel-Tuttle, que hace
visitas periódicas al Sistema Solar cada 33 años. La lluvia
de estrellas se produce cada año entre el 15 y el 20 de
noviembre, cuando la Tierra pasa cerca de la órbita del
cometa. Pueden llegar a verse de 5 a 10 meteoros por
hora, aunque el número varía enormemente de año a año.
Las estrellas fugaces de una lluvia de Leónidas son
especialmente espectaculares por la velocidad que
alcanzan las partículas al alcanzar la atmósfera: unos 71
kilómetros por hora de media, es decir unas 200 veces más
rápido que una bala de rifle.
Aproximadamente cada 33 años, coincidiendo con la
periodicidad del cometa, las Leónidas producen un
espectáculo magnífico con cientos de estrellas fugaces
iluminando el cielo. La tormenta de estrellas Leónidas
documentada más memorable fue sin duda la de 1833
cuando miles de estrellas fugaces iluminaron el cielo como
si de fuegos artificiales se tratara: ¡durante varias horas
cayeron alrededor de diez estrellas fugaces por segundo!
Desafortunadamente esa periodicidad de 33 años no
siempre nos trae semejante regalo. Mientras que la cola del
cometa alcanza millones de kilómetros de longitud, su
anchura, en el caso del Tempel-Tuttle, es de unos 35.000
kilómetros, separada además en varias bandas. La
localización de la cola, y por tanto de las bandas, y la
densidad del polvo rocoso, varía considerablemente en
cada órbita, debido al efecto de la gravedad de los
planetas, en especial de Júpiter generando incertidumbre
en la espectacularidad.
Si las estrellas fugaces estuvieran producidas por partículas
de mayor tamaño, por meteoritos, las lluvias de estrellas
serían algo así como tormentas de granizo de estrellas.
Probablemente el espectáculo sería impresionante, pero
desde luego no apto para la contemplación.
Afortunadamente, las lluvias de estrellas son un fenómeno
inocuo y bello, una excusa para maravillarse solo o en
grupo con la visión del cielo.
Algo de meteoritos que tenía escrito y de
donde puedes a lo mejor recauchutar algo…
El día de Navidad de 1704 el cielo de Catalunya se vio
surcado por un inmenso bólido. Fragmentos de un cuerpo
de varias toneladas cayeron en los alrededores de la
población de Terrassa. Eran días de convulsión política.
Los seguidores del archiduque Carlos de Austria
interpretaron el suceso como una señal divina a favor de su
causa. Espoleados por el inusitado fenómeno participarían
en la Guerra de Sucesión contra Felipe V. Hace escasos
días, el domingo 4 de enero de este recién estrenado año,
varios miles de personas observaron hacia la tarde noche
un bólido. Descrito por muchos como “bolas de fuego
desplazándose por el cielo”, en la provincia de Palencia y
León fue acompañado además por el ruido de una gran
explosión. A pesar del clima políticamente crispado que
estamos atravesando, ningún nigromante de nuestro país
ha hecho mención al hecho. Los meteoritos ya no se
interpretan como augurios o señales divinas. Ahora son
cosas de la ciencia. El cine y la prensa del siglo XX han
sido, sin embargo, los verdaderos artífices de la nueva
imagen cristalizada en nuestro inconsciente colectivo: los
meteoritos son el peligro que nos acecha desde el cielo.
Las primeras estimaciones sobre el tamaño del cuerpo
protagonista del reciente hecho, nos hablan de una masa
de entre 50 y 100 toneladas. El fenómeno no es inusitado,
cada día caen sobre nuestro planeta toneladas de materia
del cielo. La Tierra simplemente tropieza con esos cuerpos
interplanetarios en su viaje alrededor del Sol o los atrae de
sus alrededores gracias a su gravedad. Los asteroides y
cometas, los objetos más grandes de nuestro Sistema
Solar después de los planetas y sus satélites, poseen
masas del orden de 10.000 a 100.000 toneladas. El espacio
interplanetario está lleno sin embargo de meteoroides,
cuerpos mayores que una molécula pero menores que un
asteroide. De hecho, suelen tratarse de trozos de material
que se desprende justamente de cometas o asteroides.
Cuando un meteoroide es capturado por la Tierra, en
algunos casos, rebota en nuestra atmósfera como una
piedra lanzada con un ángulo muy picado sobre la
superficie del agua. Si el ángulo de entrada es el adecuado
logra penetrar. Entonces la fricción del aire puede destruir
totalmente el cuerpo. El fenómeno, conocido como
ablación, reduce el objeto a pequeñas gotas fundidas. Por
supuesto, esto depende del tamaño y composición del
meteoroide. Si es suficientemente grande, al entrar en la
atmósfera la fricción del aire lo puede fragmentar,
dividiéndolo en pequeñas piezas que finalmente pueden
alcanzar el suelo. A los trozos que logran hacerlo se les
denomina técnicamente meteoritos, término del que
popularmente se abusa. En algunos casos puede
producirse un fenómeno luminoso de brillo apreciable. El
material incandescente genera una estela de luz que surca
el cielo y que los expertos denominan bólido. Un bólido fue
lo que muchos ciudadanos vieron esa tarde noche sobre el
cielo de España. El atronador ruido que producen algunos
se debe a que alcanzan extraordinarias velocidades. Como
el lector sabe al rebasar la velocidad del sonido se produce
un enorme estruendo. Algunos de estos cuerpos en su
caída hacia la Tierra alcanzan velocidades hipersónicas, de
más de 5 veces la velocidad del sonido. Eso explicaría la
explosión y el temblor de cristales que muchos ciudadanos
sintieron aquella tarde.
Con el nombre genérico de “Near Earth Objects” (NEOs),
objetos cercanos a la Tierra, se conocen a los cuerpos,
básicamente asteroides y cometas, de potencial peligro de
impacto contra nuestro planeta. Un NEO de más de un km
de diámetro causaría daños de dimensiones mundiales.
Son estos cuerpos los que preña la imaginación de la gente
cuando se habla de meteoritos. Películas recientes como
Deep Impact o Armaggedon se han encargado de ello. Se
estima que existen entre 1.200 y 1.500 NEOs de
semejantes proporciones. Pero son mucho más numerosos
los 300.000 cuerpos con alrededor de 100 metros de
diámetro que han logrado contabilizarse hasta el momento.
Esos meteoroides, que no responden a las versiones
catastrofistas cinematográficas son los que interesan a la
Red de Bólidos Europea. Se trata de distintos centros
distribuidos en varios países de Europa que han constituido
una red fotográfica para el registro de grandes bólidos
como el ocurrido recientemente. En España existe la Red
de Investigación sobre Bólidos y Meteoritos, en la que
participan tanto astrónomos profesionales como amateurs.
Jordi Llorca Piqué, profesor de la Universitat de Barcelona,
al que oí contar la historia del meteorito de Terrassa en una
conferencia en Arecibo, es uno de sus integrantes y uno de
los mejores expertos en meteoritos de nuestro país. Para
su estudio estos científicos utilizan cámaras all-sky que
registran en una sola imagen todo el cielo durante toda la
noche. El trazo de un bólido queda así marcado a su paso
por la cúpula celeste. La caída de un meteoroide es
impredecible, pero fotografiando las trayectorias que trazan
los bólidos podemos encontrar su lugar de procedencia.
El cine y la prensa no han sido los únicos responsables de
la imagen apocalíptica que arrastran ahora los meteoritos.
Los últimos descubrimientos científicos también han
contribuido a ello. La teoría más respaldada por la
comunidad científica sobre la extinción de los dinosaurios
hace 65 millones de años se ha hecho enormemente
popular. Un meteorito de gigantescas proporciones habría
sido el causante de la desaparición de los grandes saurios.
Desde entonces los científicos intentan correlacionar otras
conocidas grandes extinciones del pasado con impactos
catastróficos de meteoritos. Por ejemplo, recientemente, en
el 2001, aparecieron pruebas de que la gran extinción
ocurrida hace 250 millones de años, en la que
desaparecieron cerca del 90% de las especies marinas y el
70% de los vertebrados terrestres, fue producto de un gran
impacto cometario o asteroidal.
La extinción de los dinosaurios tiene otra lectura. Gracias a
su desaparición los mamíferos tuvieron su oportunidad en
la Tierra. Así que nosotros somos el afortunado producto de
aquel azar catastrófico. Tal vez un meteorito nos aniquile,
aunque los astrofísicos calculan que impactos de
repercusiones planetarias ocurren una vez cada 100
millones de años. Paradójicamente, muchos ecólogos son
de la opinión que esta vez es nuestra especie, y no un
meteorito, quién está provocando la sexta extinción masiva
de la historia evolutiva de la Tierra.
Los meteoritos tienen más lecturas positivas desconocidas
por el gran público. Nos permiten conocer cómo, cuándo y
a partir de qué se formó la Tierra y el resto de planetas del
Sistema Solar. Probablemente se formaron a partir de la
agregación de meteoroides por atracción gravitatoria.
Pensemos que los meteoritos más antiguos que
conocemos tienen más de 4.600 millones de años. Son
más antiguos que cualquier roca presente en nuestra
corteza terrestre. En algunos se han encontrado agua y
moléculas orgánicas como aminoácidos, los constituyentes
de la proteínas, anteriores a la existencia de nuestro
planeta. Los meteoritos son trozos del pasado.
Hay un tipo de meteorito especialmente buscado por los
planetólogos. Son especiales porque provienen de la Luna
y Marte, y contienen preciosos secretos de esos cuerpos
celestes tan difíciles de alcanzar por una humanidad en sus
primeros balbuceos espaciales. Los especialistas los
buscan en los polos. En época de deshielo, sobre el manto
blanco son fáciles de localizar y cada año se celebran
campañas de búsqueda. En una de ellas se encontró el
famoso meteorito marciano ALH84001 de 1,9 Kg de peso.
Fue noticia mundial porque contenía supuestos restos
fósiles de microbacterias marcianas. Un impacto arrancó
ese trozo de roca de Marte hace 16 millones de años y
alcanzó nuestro suelo terrestre hace tan solo 13.000.
Después de ocho años de debate científico, el origen
biológico de los restos parece perder definitivamente fuerza
en el mundo académico. Sin embargo, fue ese meteorito el
que supuso el pistoletazo de salida para un nuevo abordaje
científico de Marte lleno de ilusiones. Estos días hemos
asistido a las decepciones de la misión japonesa Nozomi y
la pérdida del módulo Beagle-2 que portaba la Mars
Express europea, que en estos momentos orbita alrededor
del planeta. Y también a las celebradas primeras imágenes
del robot estadounidense Spirit sobre suelo marciano, que
mira por donde, aterrizó en uno de los muchos cráteres
producidos por meteoritos que recubren el suelo marciano:
el cráter Gusev.
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