Medio ambiente y pobreza Araceli Damián* En tan sólo 25 años Qiaotou, China, pasó de ser un remoto pueblo campesino a una potencia maquiladora, destruyendo a la mayoría de sus rivales internacionales y convirtiéndose en la capital mundial de los botones y los cierres. Para lograr este éxito económico el medio ambiente de Qiaotou tuvo que ser transformado radicalmente. Extensos campos de cultivo fueron destruidos para edificar grandes fábricas; su río, otrora fuente limpia para irrigación de cultivos, fue contaminado con desperdicios de la creciente industria manufacturera; los campesinos del lugar se transformaron en trabajadores de maquiladoras (Jonathan Watts, The Guardian, reproducido en La Revista, 22 de agosto de 2005). China (y otros países como la India) han experimentado un crecimiento económico sorprendente durante casi dos décadas. No obstante, cabría preguntarse si los habitantes de esos pequeños pueblos disfrutan un mayor bienestar como resultado del gran auge económico. Los que abogan a favor del actual modo de producción afirman que existe una relación directa y positiva entre liberación comercial, desarrollo económico y bienestar. El Banco Mundial calcula que, en los países de Asia oriental y del pacífico, el porcentaje de personas viviendo con menos de un dólar al día bajó de 28% al 14% del total de la población en tan sólo nueve años (1990-1999). Sin embargo, sus cálculos ignoran el creciente daño ecológico sufrido a nivel local y global como consecuencia del uso de tecnología depredadora. La discusión a nivel internacional de la relación ambiente y pobreza data de los años setenta. En aquel entonces se afirmaba que la pobreza era la principal causante de la crisis ecológica mundial. El exceso de población y el uso de tecnología atrasada eran vistos como los principales factores que deterioraban el ambiente. De acuerdo con Enrique Provencio (“La relación entre pobreza y ambiente y sus repercusiones de política,” Comercio Exterior, Vol. 52, núm. 7, Julio 2003) esta visión mecánica y determinista es insuficiente para explicar la gran diversidad de condiciones en las que se presenta tal deterioro. La mayoría de los trabajos que abordan esta relación, viendo al medio ambiente como recurso, se centran en el alto deterioro o agotamiento de recursos para producir ingreso, particularmente en su dimensión rural. No obstante, se ha ignorado que en muchas ocasiones el deterioro de estas zonas ha sido provocado más bien por actividades realizadas en unidades altamente tecnificadas (pueden ser agropecuarias, mineras, pesqueras, etc.), más que por la presión que ejerce la población pobre sobre los recursos naturales. Otros enfoques han hecho énfasis en las implicaciones que tiene sobre el medio ambiente el creciente consumo de bienes y servicios que se observa con el aumento en el ingreso promedio de la población. En cuanto a la dimensión de la pobreza y el medio ambiente como entorno vital, Provencio destaca que el tema debe tratar la relación entre acceso y disponibilidad de servicios, por un lado, y por otro del efecto negativo del consumo de la población que no es pobre. A pesar de que muchos de los efectos de esta dimensión son difusos (por ejemplo, la contaminación atmosférica afecta la salud de todos), está claro que “las fuerzas motrices de algunas formas de contaminación sí se concentran en los grupos de altos ingresos”. Ante los cuestionamientos surgidos desde los círculos ambientalistas se desarrollaron diversos modelos (como el de la curva ambiental de Kuznets) que muestran que los altos niveles de contaminación se presentan en ciertas etapas del desarrollo y que una vez alcanzado cierto nivel de ingreso, el crecimiento económico mejora progresivamente las condiciones ambientales. Provencio explica que aunque era evidente que esta relación sólo se presentaba para algún tipo de contaminantes “pronto se usó de manera generalizada para apoyar la idea de que al menos en las fases iniciales del desarrollo convivirán la pobreza y el deterioro ecológico.” A la larga, se dijo, el mayor desarrollo operaría a favor del ambiente, lo cual se vería apoyado por el desarrollo institucional y regulatorio. Como se advierte, dice el autor, la argumentación básica remite de manera directa a una ampliación ambiental de la teoría del goteo que se formuló para explicar la disminución de la pobreza mediante la liberación y desregulación de la economía. Sin embargo, como bien señala Provencio no existe acuerdo sobre el nivel de ingreso en el que se presenta el punto de inflexión en el deterioro ambiental. Además, “en algunos casos el caos, la degradación ambiental o el agotamiento ecológico puede ser irreversible.” La actual evidencia científica muestra que estamos llegando a un punto sin retorno en materia ambiental. Gobiernos y empresas trasnacionales (como Exxon acusada de financiar investigaciones que ponen en duda que el consumo de energéticos fósiles sea una de las principales causas del calentamiento global) son cómplices de tal deterioro. ¿De qué sirve hablar de desarrollo económico o de bienestar, cuando se oculta la posible destrucción de nuestra especie misma con tibias cifras sobre el actual desastre ambiental? *El Colegio de México, [email protected]