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Arquitectura plus de sentido
Ignacio Lewkowicz
Pablo Sztulwark
1. Sobre el contexto
Aquí la noción de contexto trabaja y funciona sobre dos supuestos. El primero dice
que la Arquitectura construye espacios habitables; el segundo dice que no hay objeto
arquitectónico sin subjetividad urbana. Desde estos supuestos, el contexto es el espacio
de significaciones que condiciona la significación de un punto. Pero ese punto no es
cualquier punto, ese punto es el punto de indeterminación de esas significaciones que
lo condicionan. Ahora bien, la indeterminación de ese punto depende de las
significaciones que la contextúan. Y por ser ese punto indeterminado, el punto donde
fracasan esas significaciones, es que hay posibilidad de un proyecto. Así, el contexto
marca el punto de indeterminación que es condicionado precisamente por ese contexto.
Pero un punto de indeterminación es –en principio- un punto inhabitable, un punto no
terminado, un punto indeterminado. Por otra parte y según la segunda 1ínea supuesta,
el objeto arquitectónico, puesto o proyectado en ese punto, producirá un efecto urbano.
En otros términos, el objeto que se implanta necesariamente producirá sus
consecuencias sobre la subjetividad urbana, no solo en el entorno topológico sino sobre
todo en las significaciones contextuales que en ese punto fracasaban.
Partiendo desde aquí, la noción de contexto nos permite postular que el punto
interesante para el arquitecto es el punto ontológico donde fracasan las significaciones
contextuadas y se habilita un sitio para el proyecto.
II
Supongamos la posibilidad de dividir las experiencias de lo real en dos categorías:
según una ciencia precisa o según una ciencia de lo impreciso. En el campo de lo
científicamente precisado, la adecuación puede tender a la perfección, pero no habrá
Sentido. El campo de la experiencia el campo de lo impreciso, estalla cuando nos
preguntamos por el sentido de lo que se nos aparece: puede haber medidas precisas pero
no sentido preciso. En la experiencia imprecisa de lo real, cualquier término que se nos
presente, en la medida en que quiere ser significado, se constituye como texto.
Constituido como texto, la interpretación, el significado o la atribución de sentido,
jamás puede ser precisa o exhaustiva. Por eso mismo, irá exigiendo instrumentos para
volverse más integral y más minuciosa. Ahora bien, estos instrumentos que nuestra
lectura va produciendo para integrar y precisar el sentido del texto, son lo que
espontáneamente llamamos contexto. Pero la dimensión contextual, no sólo es una
condición para el proyecto sino también un efecto de la implantación de un objeto en la
ciudad. El habitante de la ciudad es aquél que en su subjetividad es afectado o
constituido por la dimensión contextual resultante del objeto. Entonces, la subjetividad
urbana del habitante dependerá en gran medida del modo en que ese objeto haya sido
pensado en su objetualidad y en su contextualidad.
En un punto de indeterminación del significado de la ciudad, el arquitecto ha
implantado un objeto habitable que, de por sí, genera un contexto destinado a la
subjetividad urbana. Si el arquitecto -llamémoslo así- no ha pensado la dimensión
contextual o ha desestimado desaprensivamente el contexto como mera localización de
su objeto, lo que habrá aportado a la subjetividad urbana será confuso, caótico,
insignificante o perturbador. Pero que su aporte haya sido confuso, caótico,
insignificante perturbador, no ha dependido de su preocupación sino de su desaprensión.
El contexto resultante de la implantación de un objeto no es el mero residuo
complementario de esa positividad en sí que es el objeto. La Arquitectura de puro
objeto, la Arquitectura que considera que el contexto es nada más que el fondo sobre el
que emerge la figura del objeto, genera una subjetividad de pura interioridad. Dicho de
otro modo, no instituye subjetividad urbana o habitante de ciudad sino subjetividad de
consumidor o individuo. Por otra parte, si el contexto es pensado en su dimensión de
figura (tanto figura que enmarca al objeto como figura que es producida al implantar el
objeto) la subjetividad urbana será un efecto no residual sino central de la intervención
del arquitecto en la ciudad.
III
Supongamos, para una primera aproximación, que hacemos coincidir la noción
compleja de contexto con la intuición simple del entorno. Alguna de las dimensiones de
ese entorno, hecho de entes, es precisamente mensurable. Tengo un terreno de 8,66
situado entre dos casas bajas de 3,70. Ambas miden exactamente 3,70. Esa información
del entorno es precisa, pero ¿ que significa? Ahí comienza a tallar la imprecisión. Es
posible que se lea ese acotamiento a ambos lados como índice de la necesidad de un
completamiento. Si los dos bordes llegan a 3,70, el objeto que los toma como marca
puede saturar ese hueco y tener, a su vez, 3,70. No es un destino sino una posibilidad,
una elección o una decisión que implica un sentido. Por un lado, implica la voluntad de
armar un bloque homogéneo, de establecer una continuidad de la traza o del tejido. Hay
voluntad de integración. Pero si hay voluntad de integración, ya estamos lejos de la
precisión mensurable del entorno y estamos cerca del problema del sentido. ¿Un objeto
se integra mejor por mimesis o por contraste?; ¿es la altura el elemento significativo
para establecer la continuidad?; ¿es la propia voluntad la que quiere integrar?; ¿es la
voluntad del lugar el ser completado de una manera integrada?; ¿es la voluntad de las
dos casas del entorno ser completadas y no resignificadas por un elemento
aparentemente heterogéneo?; ¿esperan que el nuevo elemento las confirme en su ser o
anhelan que un elemento de otro tipo les dé otra vida que la que su arquitecto y sus
habitantes les han dado hasta ahora? Con decir 3,70 parece que no decimos nada sobre
las significaciones posibles.
Por eso mismo, la información, los datos, el relevamiento y el conjunto de
conocimientos que podamos tener del entorno físico actúan como precisión, producto de
la observación fuerte. A su vez, todo lo que podamos pensar, percibir y opinar acerca de
un lugar, formará parte de lo que podemos llamar la observación débil.
Paradójicamente, es la observación débil la que subordinará a la observación fuerte, en
tanto que la operación transformará ese entorno físico en un espacio de significaciones.
Si la Arquitectura transcurre en el espacio humano del sentido, la observación fuerte
será sólo un indicio para una lectura que pregunte por el sentido del lugar, por el
contexto, por el objeto en un lugar resignificando el contexto. De este modo, pasamos
del entorno físico al espacio de las significaciones, y del espacio de las significaciones a
la dinámica de las significaciones. De este modo, el contexto del punto en que se
implantará un objeto nos lleva al punto de indeterminación de las significaciones. Pero
al instalar allí un objeto que determine la indeterminación en la que se instala, y al
determinar la indeterminación, hará refluir sobre el contexto -que producía esa
indeterminación el nuevo sentido que vehiculiza. Se trata, entonces, de un movimiento
temporal que descompleta las significaciones para instalar un objeto, y que al instalarlo
instaura un suplemento que las altera.
IV
Una descripción, de los elementos que componen el entorno de un punto podrá
realizarse bajo el parámetro de la observación dura. Sin embargo, el objeto no se ha de
implantar en su entorno sIno en su contexto, no se ha de implantar entre las cosas sino
en el sentido y hasta en el sin sentido de las cosas. La diferencia entre la descripción
del entorno y la comprensión del contexto deriva del punto desde el que se hace la
observación. Un instrumento mecánico, técnico y capaz de registrar impresiones, nos
proporciona una reconstrucción fidedigna del entorno en sus cualidades métricas más
precisas. Pero un ojo humano, un cuerpo humano una subjetividad humana, mirando,
habitando y percibiendo, ya no puede estar en el entorno sino en el contexto. El
arquitecto se pregunta, entonces, por lo que percibe del lugar, y no por el conjunto de
las anotaciones que un instrumento de medición puede proporcionar.
El pasaje del entorno al contexto implica la producción de una subjetividad que
observa, de una subjetividad que experimenta el lugar. Describir un entorno y
experimentar un lugar remiten a posiciones subjetivas heterogéneas. El arquitecto
implantará el objeto en el lugar experimentado. Ahora y en ese lugar, ¿qué
experimenta? La sensación corporal producida por el lugar mismo es única. Que la
descripción ulterior desagregue dimensiones retóricas, técnicas, tipológicas, históricas,
geológicas y climáticas, es efecto de un intento de traducir la singularidad de una
experiencia de sentido en la generalidad de las dimensiones cuantificables de lo real. La
experiencia del lugar es irreductible a las dimensiones de las que supuestamente se
compone porque no es compuesto, ni tampoco es simple. Es experiencia, es experiencia
de sentido.
A partir de esta diferencia entre las dimensiones óntica y ontológica, el contexto no es
una lista o colección de datos de los entes del entorno de un sitio, sIno una percepción
corporal de la conciencia corporal que registra el ser del lugar sin discriminarlo en
series de entes contextuales. Se trata de una percepción integral que no desagrega datos.
El entorno definido como 1a presencia de los entes en la cercanía de un punto no tiene
límites, es fijo. El contexto definido como espacio de interacción be significaciones
no tiene ninguna posibilidad de fijación; porque está atravesado por los flujos que
modulan el sentido, por más que los entes permanezcan en aparente reposo. Si el
contexto es la experiencia del lugar y la experiencia del lugar corre por cuenta de una
subjetividad que lo habita, por más que la colección física de objetos puestos a las
mismas distancias entre sí permanezca, el sentido será fatalmente otro.
Quizás, entonces, más que hablar de contexto haya que hablar del movimiento
contextual, de flujos y reflujos contextuales, de movimiento que lleva desde las
significaciones contextuales hacia la indeterminación en la que se ha de implantar el
objeto, y que retorna del objeto sobre el contexto, proporcionando una significación.
Por eso mismo, podremos decir que lo que nos proporciona el mundo material es un
indicio de contexto. Si el entorno es el indicio del contexto, no habría contexto sin
indicios contextuales. Entonces, ese entorno siempre terminará siendo el texto sobre ese
entorno.
Si el ser se expresa ocultándose en el ente, del mismo modo podríamos decir que el
contexto se expresa ocultándose en el objeto. Allí vemos esa relación de índice. Y esa
relación de índice es el movimiento del contexto hacia el vacío, es la indeterminación
desde esa indeterminación finalmente determinada por el objeto sobre el contexto. La
relación de índice implica este movimiento temporal. La operación de sentido que un
objeto significa sobre un contexto dinamiza, historiza y temporaliza la subjetividad
urbana. No se trata meramente de algo que no estaba y que ahora está, sIno que esto
que estaba y sigue estando, ahora está de otra manera.
V
Tomemos como ejemplo una cuadra que durante ochenta años no ha alterado ni sus
frentes, ni su distribución relativa. Tampoco ha quitado o puesto nuevos objetos. Es un
entorno físico que persevera en no cambiar. Nada ha cambiado, salvo las
significaciones. Ahora, esa cuadra está afectada por el hecho de significar ochenta años
sin cambios. El que la observa está afectado por ochenta años de cambios en
dimensiones muy heterogéneas de su vida, por ochenta años de cambios en otras
cuadras de la ciudad y del mundo. Que esa cuadra no haya cambiado no era una
significación antes, pero ahora deviene una significación primordial si se la habita
desde ese sesgo.
Hoy, cuando ya pasaron ochenta años, si uno tiene que intervenir allí, debe tomar la
decisión de cómo posicionarse frente a esos ochenta años: ¿Hay que mantenerlos o
están agotados?; ¿hay que hacer la operación de poner un edificio nuevo o restaurar lo
que el tiempo fue gastando? Para un arquitecto al que se le presenta un punto de
indeterminación en esa cuadra, una de las significaciones de esa cuadra es que no ha
cambiado por ochenta años. Y esa significación que se ha constituido por el puro
perdurar, ha devenido cada vez más significativa hasta constituirse ca-si en la esencia
del lugar. El ser del lugar no estará definido por los objetos que hay allí, sino por el
hecho de que esos objetos no hayan cambiado.
Este ejemplo no alude a un hecho casual o menor sino que hace a la temporalidad
propia de la Arquitectura. El diseño de objetos, atrapados en las lógicas del consumo
tiende a variar más rápidamente que la materialidad edificada, por más que últimamente
ésta ha tendido a acelerar su tiempo de variación. Pero esos objetos de diseño o esos
modos de vida que van más rápido que la materialidad edilicia, constituyen también un
parámetro o un indicio del cambio de contexto inevitable al que está sometido el
edificio, por más que su contexto edilicio no se altere. En esa diferencia temporal, se
constituye una tensión entre los distintos tiempos que conforman el contexto. Por eso
mismo, el contexto se transforma de una dimensión espacial, tal como sería si estuviera
compuesto sólo por el entorno físico de un punto, en una dimensión temporal, que es lo
que le sucede por estar hecho de significaciones. O más precisamente, por estar
haciéndose de significaciones. Tal vez esta condición sea un rasgo decisivo de la
dinámica contemporánea, tal vez el contexto vaya perdiendo sus fuertes arraigos
espaciales para ir tómenlo el tiempo como dimensión significativa de si. Siendo así, el
arquitecto tendrá que entrenarse en esta redefinición del contexto. Ya no solo se trata de
pensar solo el efecto contextual del espacio sino también del tiempo.
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