El Siglo de oro

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El Siglo de oro.
A partir de la culminación de la Reconquista de la península ibérica por los
Reyes Católicos, coincidente con el descubrimiento de América (1492), se inició en
España una época de auge que corresponde a su apogeo imperial y artístico, y que
tuvo una duración de bastante más de cien años; a la cual se conoce con la
denominación de El Siglo de Oro.
Al mismo tiempo, se introduce una innovación tecnológica llamada a tener una
enorme proyección sobre el desarrollo de la cultura: la imprenta que permitirá al
mismo tiempo que una gran difusión de las obras literarias, paralelamente la
divulgación y generalización del uso de las lenguas “vulgares”, poniendo al alcance
de las poblaciones no solamente el gran caudal de obras nuevas, sino también el
enorme acervo de la producción clásica, tanto del arte literario como del
pensamiento filosófico y político, así como el conocimiento de la Historia.
Por otra parte, el Renacimiento llegó a España con bastante retraso sobre otros
lugares de Europa; recién a principios del Siglo XVI; con lo cual se caracterizó por
una rápida absorción de los modelos literarios renancentistas, especialmente el
italiano.
La influencia de los modelos italianos se manifestó originariamente, sobre todo en
la poesía; donde durante el reinado de Carlos I (de 1517 a 1556) se destacó la
poesía de Garcilaso de la Vega con clara influencia de Petrarca, así como el primer
relato novelesco de “El lazarillo de Tormes”.
A partir del reinado de Felipe II (de 1556 a 198), en cambio, se desarrolló un
período claramente nacional, caracterizado por las obras de fray Luis de León,
Fernando de Herrera, los místicos como sor Juana Inés de la Cruz y especialmente
la novela picaresca en que se destacan Mateo Alemán y fundamentalmente Miguel
de Cervantes Saavedra.
Garcilaso (1501-1536) consolidó definitivamente la introducción de las formas
poéticas italianas, especialmente el endecasílabo toscano y el soneto; en una obra
breve pero con una lírica caracterizada por la exaltación del amor humano y de la
naturaleza; a pesar de que también surgieron firmes sostenedores del verso
octosílabo, que satirizaron a los “petrarquistas”.
En el campo de la prosa, el Siglo XVI español presenció una gran expansión de las
obras históricas, orientadas especialmente a describir la obra de las guerras de
Reconquista, especialmente la campaña de Granada; así como los reinados de
Carlos V y la corona de Aragón, como también la historia de la conquista de las
Indias. Del mismo modo, la preocupación por el cultivo y perfeccionamiento de la
lengua castellana, originó algunas obras de temas idiomáticos.
Lo reciente de la Reconquista condujo a un verdadero florecimiento de la
literatura en prosa de tema morisco, donde se destacan la “Historia del
Abencerraje” (1551) y la crónica de las guerras civiles en la Granada musulmana,
entre los zegríes y los abencerrajes, de Ginés Pérez de Hita, de fines del Siglo XVI.
Sin embargo, el gran florecimiento de la literatura española del Siglo XVI estuvo
representado por el desarrollo de la novela; entre la cual se destacan las de
caballería, la picaresca y la pastoril, aunque parece de la temática morisca
incorporó junto a elementos puramente históricos algunos componentes de ficción.
En parte como una prolongación de la épica del Romancero de los Siglos XIV y
XV, las novelas de “caballerías” tuvieron en el Siglo XVI, - a partir del desarrollo
de la imprenta - una importante difusión; y en cierto modo inauguraron una
modalidad novelística, consistente en la llamada “novela por entregas” en que la
publicación separada de sus capítulos y consiguiente creación de la intriga acerca
de la continuación, ha llegado hasta nuestros tiempos bajo la forma de los
teleteatros y sus “culebrones”.
Sin duda, el lugar más destacado de este período literario español lo ocupa el
monumental “Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra,
consagración de la novelística del Siglo de Oro, obra que es para el idioma
castellano el equivalente de “La Divina Commedia” para el italiano de origen
toscano: la culminación literaria de su identidad idiomática.
La picaresca es, en buena medida, una respuesta literaria a las novelas de
caballerías; a partir de los antecedentes medievales, especialmente “La vida del
lazarrillo de Tormes“ de autor anónimo, publicada hacia 1554.
El personaje típico de la picaresca es un representante de la inversa de los ideales
de los caballeros, impulsado por el hambre en vez del honor o el valor: un sujeto
marginal de la sociedad, absolutamente sin medios económicos, carente de valores
morales y que solamente puede valerse de la astucia. Sus personajes son
aventureros que sobreviven en la sociedad marginando el delito o cayendo
abiertamente en él; y que no pocas veces terminan presos, incorporando así
cuadros descriptivos del submundo carcelario, como los de la “Historia de la vida
del Buscón“, de Quevedo, probablemente autobiográficos.
En otro orden de la vida cultural española del Siglo de Oro, el enorme impulso
religioso resultante de la Reconquista hecha en nombre de la Fé católica, y la
condición que asumió España como reducto de ella frente al embate de la Reforma,
determinó en el campo literario el surgimiento de una obra de contenido místico y
ascético; cuyos principales representantes fueron fray Luis de Granada, (cuyo
nombre laico era Luis de Sarriá), Fray Luis de León, Sor Juana Inés de la Cruz y
Santa Teresa de Jesús.
En el teatro, surgido hacia 1570 en los llamados “corrales de comedia”, el Siglo
XVI español tuvo como principales representantes, a partir de algunas obras del
propio Cervantes, a los andaluces Lope de Rueda y Juan de la Cueva; pero
especialmente a Lope de Vega y Carpio (1562 - 1635), a quien se atribuyen
alrededor de 1800 comedias, de las cuales son clásicas “Fuenteovejuna”, “El perro
del hortelano“ y “Peribáñez y el comendador de Ocaña”.
El período barroco.
Se designa como el barroco, a un estilo artístico que marcó el período histórico que
sucedió al Renacimiento, entre finales del siglo XVI y finales del siglo XVII; y que
tuvo sus repercusiones en todas las artes principales: la pintura, la arquitectura, la
música, la danza y también en la literatura; tanto en Europa como en los países
hispanoamericanos.
Se considera que el término deriva del portugués, en que “barroco” equivale a la
palabra castellana “barrueco”, que significa “perla irregular”. En italiano, la palabra
“barocco” significa “razonamiento retorcido”.
La doctrina estética del barroco postula un perfeccionismo por el rebuscamiento de
efectos novedosos y de sorpresa; un desafío al reto de las dificultades formales,
haciendo alarde de ingenio en la creación de artificios que importan la necesidad de
un esfuerzo en el receptor de la obra de arte, para descifrar su sentido y su
contenido.
Idiomáticamente, la expresión “barroco” encierra las ideas de extravagancia y de
exageración; con un marcado sentido peyorativo que alude a un rebuscamiento
formal sin fundamento real.
Como un antecedente del barroco, procede mencionar el manierismo, un estilo que
se desarrolló en Italia en el siglo XVI, y que especialmente tuvo aplicación en los
campos de la pintura y la escultura; donde se caracterizó por el uso de figuras muy
exageradas, a menudo con posturas forzadas o con efectos dramáticos, y con una
elección de los colores bastante arbitraria.
El manierismo - cuya designación proviene de la palabra italiana maniera, manera procuraba obtener efectos más emotivos, de mayor movimiento y contraste;
especialmente en el tratamiento de la figura humana. Pueden citarse como ejemplos
de esta tendencia estilística, algunas obras célebres; como El juicio final pintado por
Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, El descendimiento de la cruz de Rosso Fiorentino,
y en España la obra de El Greco en general.
Es posible efectuar una clara diferenciación de las bases y los conceptos culturales
del Renacimiento, respecto de aquellos del Barroco. Aunque sujeto desde sus
orígenes a una gran influencia italiana, el barroco es esencialmente un movimiento
cultural de origen español; lo cual tiene una repercusión importante en su
planteamiento.
Mientras el arte renacentista es esencialmente realista y se atiene a la apariencia
objetiva, el barroco busca apartarse de esa apariencia, destaca las formas irregulares
y busca obtener un efecto llamativo a través de lo grotesco. Por ello tanto en las artes
visuales como en la literatura, recurre a las formas recargadas, caprichosas y
sumamente elaboradas. Frente al realismo renacentista, el barroco entronca con
algunas manifestaciones de la filosofía, incluso originarias de la Grecia clásica, en
que se llega a poner en duda que si lo que se ve es realmente tal y como se ve.
En buena medida, el Barroco, consecuentemente con la actitud asumida por España
como reducto del catolicismo frente a la Reforma, encarnó el espíritu de la
Contrarreforma. Por otro lado, si bien en muchas de sus manifestaciones artísticas
estuvo fuertemente ligado a los temas religiosos, por otro lado postuló una libertad
absoluta para crear y aún para distorsionar las formas; buscando permanentemene
la complejidad en la expresión como medio para desconcertar y maravillar al
destinatario de la obra de arte.
El barroco se incorporó a todos los edificios y monumentos religiosos, en una época
de la cual, gracias al auge económico, data buena parte de las grandes catedrales y
otras obras religiosas hispánicas. Pero asimismo, se implantó también en las obras
religiosas de las épocas precedentes, superponiéndose al gótico y al románico de las
iglesias medievales, al incorporar en su interior esculturas, pinturas y retablos llenos
de los rasgos característicos del barroco, que actualmente es posible presenciar en
ellas.
En Madrid se encuentran algunas de las manifestaciones más representativas de esta
etapa; la iglesia de Montserrat y las fachadas de San Cayetano y del Hospicio.
Una variante especialmente notable de la decoración arquitectónica barroca, que
recibe el nombre de “churrigueresco” es debida a la obra de José de Churriguera,
quien creó obras sumamente d estacadas dentro del estilo barroco.
Caracteres del arte del barroco.

Dinamismo - Se procura crear una constante sensación de movimiento.
Especialmente en la escultura y la pintura, al contrario del predominio de
las líneas rectas en el arte renacentista, el Barroco se vale intensamente de
la línea curva.
 Teatralidad - Se busca conmover emocionalmente al destinatario de la
obra de arte. En la pintura, por ejemplo, se recurre a presentaciones

superrealistas; lo que es particularmente apreciable en la representación
de Cristos yacentes y en toda la imagenología sacra.
 Decorativismo y suntuosidad - El artista del Barroco no se limita a
centrar la atención sobre aquello es esencial, sino que también se detiene
en lo accidental; se emplea una gran minuciosidad en la composición de
pequeños detalles y se revela un gran gusto por la ornamentación.
Contraste - Se procura alejarse de los ideales de equilibrio y uniformidad
propios del arte renacentista. Se intenta incluir en una misma
composición visiones distintas, y hasta antagónicas, de un mismo tema.
Los cuadros de tema mitológico mezclados los personajes mitológicos con
seres humanos normales.
Algunos conceptos se encuentran muy frecuentemente implícitos en la
producción literaria española del período barroco.

La vida es breve y fugaz. Todo se nos escapa; el tiempo pasa
destruyéndolo todo; vivir es apenas ir muriendo.
 Todo en el mundo carece de valor: es caótico, y está lleno de dolor y de
peligros.
 “La vida es sueño” - como postula Calderón de la Barca en el título de
una de sus obras; es una sombra, una ficción; vivimos engañados porque
percibimos una apariencia y no la realidad de las cosas
 En el plano religioso, se impone la actitud ascética que propicia apartarse
del mundo y dedicarse solamente a pensar en la otra vida.
El contexto histórico del barroco español.
El Siglo de Oro transcurre a partir del momento de mayor empuje histórico de la
España recién surgida como un Estado unificado, a partir de la Reconquista y la
unificación de las coronas de Castilla y León, enriquecida con el reciente
descubrimiento de “las Indias” y empeñada en la titánica tarea de su colonización;
hasta el comienzo de su decadencia.
Unificada bajo el imperio de los Reyes Católicos y regida ulteriormente por
soberanos firmemente defensores de la Fé, a partir del surgimiento de la Reforma,
España se concentra en la lucha contra el separatismo religioso. Se convierte en
paladín de la evangelización del nuevo continente americano, al tiempo que, en su
ámbito interno, se mantiene el espíritu de la religión católica tradicional, mediante
una censura intensa y rígida; respaldada en la institución de la Inquisición española,
llamada “La Santa Hermandad” frecuentemente mencionada en las obras literarias
de esta época.
Pero, al mismo tiempo, la situación social interna se caracterizó por la existencia de
grandes diferencias entre ricos y pobres. El afianzamiento del sistema monárquico
aparejó un fortalecimiento del régimen nobiliario - los “grandes de España” - en
tanto que el sistema del mayorazgo expulsaba de su núcleo a los “segundones”,
excluídos de la sucesión y librados a la carrera eclesiástica o militar, o a la búsqueda
de éxito en la aventura americana.
La expulsión de los moros y los judíos luego de la Reconquista, introdujo también
un factor negativo en el orden económico tanto como en el demográfico; que se vio
agravado por los efectos de la peste y las hambrunas. Junto a ello, la falsa riqueza
producida por el mercantilismo, solventada por los metales preciosos aportados por
América, dio lugar al surgimiento de una gran cantidad de menesterosos,
marginados de la vida económica, que dieron origen al prototipo social y cultural del
“pícaro”.
Poco a poco, el Imperio Español se fue convirtiendo en una potencia de segundo
orden; frente al surgimiento de Inglaterra y Francia, que desarrollan sus economías
reales y terminan quedándose también con los metales preciosos. España ingresó
paulatinamente en una grave crisis política y militar. En particular Francia,
aprovechó la creciente debilidad militar española para expandirse sobre los
territorios europeos españoles no peninsulares.
La decadencia militar y política del Imperio Español se inició con la derrota de la
Armada Invencible (1588), y continuó con la sufrida por su infantería en la batalla
de Rocroi, en Francia, el 19 de mayo de 1643, que puso fin a la Guerra de los Treinta
Años en la Paz de Westfalia de 1648 y en el Tratado de los Pirineos de 1659; y se
prolongó al ingresar el Siglo XVIII, con la Guerra de Sucesión.
Un correo electrónico recibido de la Asociación “Omniun Cultural Osona” — de
Cataluña — cuyo objetivo es la promoción de la cultura y la lengua catalanas, nos ha
señalado que el Tratado de los Pirineos fue suscrito en el año 1659, y no en 1649 como
indicábamos. Agregaron los amigos catalanes, que dicho Tratado fue firmado en la isla
de los Faisanes, en el río Bidasoa situado en el país vasco; y por él, poniendo término a
la guerra entre España y Francia vinculada a la Guerra de los Treinta años, España
cedió a Francia los territorios de las comarcas catalanas de Rosselló, Vallespir,
Conflent y Capcir a cambio de Flandes y el Franco Condado.
Nos corresponde agradecer ese aporte, que contribuye al propósito de esta página de
ofrecer a los estudiantes un material adecuado a su etapa educativa, de la mejor
calidad posible.
En ese contexto, la cultura barroca resulta ser en buena medida reflejo de esas
circunstancias conformadas por la decadencia, la crisis, el malestar social, las
tensiones religiosas y una resultante común de frustración y desengaño. Se asiste al
derrumbe del idealismo renacentista, con su amor a la vida y su visión armónica del
mundo; y se impone una concepción negativa del mundo y de la vida.
Culteranismo y conceptismo.
El rasgo esencial del barroco, consistente en la búsqueda de retruécanos
formales, complicadas formas expresivas, se bifurcó en dos corrientes esenciales: el
culteranismo y el conceptismo; ambas expresiones de un mismo propósito de crear
formas artificiosas y complicadas de la expresión literaria.
El culteranismo.
El culteranismo se dirigió a crear la belleza por medio de artificios del lenguaje;
empleando neologismos de su propia creación a partir de palabras del latín o del
griego, tratando de imitar el ritmo de la sintaxis latina, y acudiendo al empleo
intensivo de metáforas e imágenes. Atiende, sobre todo, a efectos o invocaciones
sensoriales; esmerándose especialmente en el cuidado de la forma.
Se emplea en forma intensa y acumulativa algunos recursos expresivos ya
existentes en la literatura renacentista, así como se procede al uso audaz y
reiterativo de la metáfora, del hipérbaton, de alusiones a la mitología, y se recurre
a emplear cultismos y neologismos, pretendiendo producir imágenes brillantes y
una expresión culta y refinada.
El empleo de cultismos significa aludir a conocimientos - tales como
los de la mitología - que presuponen para su entendimiento la posesión
de una cultura superior a la corriente; de la misma manera que los
neologismos de origen latino o griego implican un cierto grado de
conocimiento de esas lenguas muertas a que solamente accedían quienes
poseyeran una cultura superior.
Resulta natural, entonces, que desde otras fuentes se cuestionara ese
estilo, que en buena medida hacía que la literatura culterana quedara
fuera del alcance de quienes no tuvieran un superior nivel cultural.
Puede decirse con propiedad que la metáfora es el recurso por excelencia de la
poesía culterana. El uso encadenado de metáforas y de imágenes en serie, persigue
la finalidad de crear una especie de mundo virtual e idealizado como ámbito de la
poesáa, alejándose de esa manera del mundo de la realidad cotidiana.
El conceptismo.
El conceptismo es esencialmente un estilo aplicable a la prosa, que más que
incidir en el rebuscamiento de la forma como lo hacía el culteranismo, apunta a
una asociación ingeniosa en la exposición de las ideas; y que, en consecuencia,
incide sobre todo, en el plano del pensamiento. Se dice que el nombre de
conceptismo se origina en la obra “Los Conceptos espirituales”, de Alonso de
Ledesma publicada hacia el 1600.
Para conseguir este fin, los autores conceptistas se valieron de recursos retóricos
como la paradoja, la paronomasia o la elipsis. También emplearon con frecuencia
la dilogía, es decir, utilizar términos de sentido dudoso, que tienen dos o más
significados.
Uno de los principales exponentes del conceptismo barroco, fue el jesuita
aragonés Baltasar Gracián; narrador, moralista y político, autor entre otras obras
de la novela “El criticón”, y de “Agudeza y arte de ingenio”, en que definió el
concepto, esencia del conceptismo, como “aquel acto del entendimiento, que exprime
las correspondencias que se hallan entre los objetos”.
Pero tal vez la figura más destacable del conceptismo barroco ha sido Quevedo,
quien además de una profusa obra en prosa y en verso en que lo aplicó, escribió
algunas obras específicamente dedicadas a satirizar a los culteranistas, como “La
aguja de navegar cultos” y “La culta latiniparla”.
La asociación de un contenido peyorativo al término barroco, del mismo modo
que las invectivas que fueron dirigidas a la literatura barroca o a su forma
culteranista, no deben conducir a una negativa apreciación del arte del período
barroco.
La dificultad interpretativa de sus manifestaciones literarias, especialmente en
España, pudo determinar cierto grado de rechazo y sin duda de incomprensión;
especialmente por parte de quienes carecían del grado de preparación cultural que
resultaba necesario para llegar a entender - e, incluso, a conocer - las referencias
mitológicas, o el sentido de los neologismos de origen griego o latino que se
empleaban.
Pero ello no puede considerarse un defecto de las obras en sí mismas, sino una
consecuencia del bajo nivel cultural del medio en que surgieron; no desvalorizan a
los artistas que las produjeron, sino a la masa de quienes - en base a su inferioridad
cultural - no alcanzaban a comprenderlas.
No es posible, en particular, llegar a una conclusión acerca de si la cultura
humanística de Góngora, por ejemplo, era igual, inferior o superior a la de
Quevedo. Pero sí cabe percibir que la acidez de las críticas y sátiras de este último,
no fueron del todo ajenas a la exacerbación de las rivalidades políticas entre los
duques de Olivares y de Osuna en el ambiente cortesano de Felipe III y Felipe IV;
de los cuales ambos literatos eran a la vez protegidos y, en consecuencia, emplearon
sus dotes artísticas para ensalzar a su protector o para denostar al rival.
Tampoco existen demasiados fundamentos para tomar un partido entre el
culteranismo y el conceptismo.
Sin duda el conceptismo importó poner el acento especialmente en lo elaborado de
los contenidos conceptuales de los temas abordados; y por algo es
predominantemente una orientación del barroco aplicable a las obras en prosa. En
definitiva, el conceptismo importó atender, con profundidad y rigorismo en la
convocatoria al esfuerzo racional del intelecto, a temas del pensamiento filosófico,
histórico, político y religioso de trascendencia cultural en su época y, en gran
medida, de vigencia permanente.
Pero no puede pasarse por alto que el culteranismo, si bien orientado hacia el
cultivo de los aspectos formales, no solamente implicaba insertar en sus obras más
representativas las referencias a un acervo cultural clásico en sí mismo altamente
valorable; sino que su elaboración de los recursos expresivos, contribuyó de
manera destacable al enriquecimiento de los todavía nuevos idiomas, como en el
caso español, del castellano.
La extremadamente cuidadosa elaboración expresiva de la poesía barroca, en
cuanto a sus recursos expresivos tanto como respecto de los recursos métricos y
estróficos - y al empleo del soneto ajustado a sus reglas no sólo formales sino
expositivas; puede equipararse perfectamente a lo que, en el campo de la música,
significó el barroco como manifestación del más depurado virtuosismo técnico
tanto en la composición como en la ejecución instrumental y vocal requeridas para
su realización. Por algo, también, el culteranismo se asocia predominantemente a
las expresiones barrocas de la poesía; en la cual no solamente cabe atender a su
estructura escrita, sino también al resultado sonoro de su recitado.
Lo mismo puede decirse de las similares exigencias de virtuosismo y alta capacidad
técnica, en la concepción y en la ejecución del extremado detallismo aplicado en el
arte de la pintura o de la arquitectura, propio del período barroco.
De tal manera que el barroco - al contrario de lo que a veces queda sugerido
como una desvaloración de sus manifestaciones artísticas a causa de la exigencia de
una superioridad cultural habilitante para su compresión y plena percepción de su
valía; debe considerarse una etapa de importante superación del producto cultural
del occidente europeo y americano. Una resultante, en el arte, del
perfeccionamiento de las capacidades del intelecto en los objetos de su atención;
como también del desarrollo de la capacidad creativa y del virtuosismo que, en
último grado, son también manifestaciones superiores de la cultura.
Prosa y poesía en el barroco español
El período que abarca el Siglo de Oro, e incluye el Barroco, es la etapa más
fecunda de las Letras españolas, tanto en la prosa como en la poesía y el teatro.
En prosa, la novela picaresca a partir de su antecedente anónimo del “Lazarillo
de Tormes” y la “Vida del Pícaro Guzmán de Alfarache”, obra de Mateo Alemán,
fue brillantemente cultivada especialmente por Quevedo (“Historia de la vida del
Buscón llamado don Pablos”, de 1626), Francisco López de Úbeda (“La pícara
Justina”, de 1605), Vicente Espinel (“Vida del escudero Marcos de Obregón”, de
1618), Luis López de Guevara (“El diablo cojuelo”, de 1641) y por el propio
Cervantes en sus “Novelas ejemplares”; y, por supuesto, la novela alcanzó su
máxima expresión en el Quijote de Cervantes.
En la poesía los modelos de la lírica italiana renacentista fueron adaptados
principalmente por Boscán y Garcilaso de la Vega, con magníficos resultados.
Tanto en verso como en prosa, la mística se constituyó en un género literario
tipicamente español, siendo sus principales cultores fray Luis de Granada, fray
Luis de León, San Juan de la Cruz, Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa de
Jesús.
La poesía lírica originó dos tendencias, consolidadas claramente bajo el reinado de
Felipe II:

La escuela salmantina, proviene de la Universidad de Salamanca donde fray
Luis de León era catedrático cuyas Odas (“Vida retirada”, “A Francisco
Salinas”, “Noche Serena”, “Ascensión y morada en el cielo”) son los
ejemplos paradigmáticos.
 La escuela sevillana, preocupada por la pureza del lenguaje y la perfección
de la forma, está representada principalmente por Fernando de Herrera,
(1534 - 1597) quien siguió firmemente el modelo del Petrarca en sus elegías
y canciones (“A la batalla de Lepanto”, y otras). Otras célebres obras líricas
de esta escuela son la “Canción a las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro
(1573 - 1647); y las poesías de Francisco de Rioja (1583 - 1659), “El poeta de
las flores”, “Al jazmín”, “A una rosa”, “al Clavel”, y otras.
El teatro.
Los “corrales de comedias” que aparecieron hacia 1570 - de los cuales subsiste
aún el de Almagro en Ciudad Real - independizaron las representaciones teatrales
del ámbito eclesiástico; en tanto que en la producción de obras teatrales se
destacaron Juan de Encina, Torres Navarro y Gil Vicente como los precursores de
Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca, que conformaron el
núucleo del teatro clásico español.
El teatro de la época barroca española evidencia algunos elementos que lo
caracterizan firmemente:

Constituye una recreación de la tragedia griega clásica.
Los autores siguen en general el pensamiento de Aristóteles.
 Se busca dar a las obras un contenido referido a las realidades propias del
pueblo español.
 Se desenvuelve con poca acción.
 Posee un diálogo parco, dado que apunta a la narración más que a la
expresividad.

Cabe distinguir entre el teatro religioso y el popular.
El teatro religioso, cuyos orígenes datan de la época del Medievo, estaba impulsado
fundamentalmente por los móviles de la Contrarreforma, e intentaba captar la
mente y la atención de los espectadores por medio de los sentidos, con el objetivo de
que quien lo presenciaba se sintiera profundamente consustanciado con el
catolicismo.
El teatro popular fue resultado del surgimiento de la comedia nacional española,
cuyas características principales fueron la mezcla de elementos trágicos y cómicos,
la introducción en la representación de cantos y bailes populares y la utilización de
expresiones en prosa o en verso. Se buscó hacer un teatro del gusto de la época,
incorporando personajes populares, y dándole a la trama un cierto carácter
novelesco.
La estructura de su desarrollo se ajusta generalmente al esquema clásico,
comprendiendo exposición, nudo y desenlace.
Puede decirse que sus conceptos básicos fueron establecidos por Lope de Vega:


Reúne elementos de carácter trágico y cómico.
Incorpora un personaje que constituye el gracioso.

Se parta en buena medida de las unidades establecidas de tiempo y de lugar.
Los temas preferentemente abordados eran el amor, los celos, la justicia, la muerte,
asuntos religiosos o filosóficos, doctrinales o festivos.
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