Los valores personales en la construcción de la familia del siglo XXI

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LOS VALORES PERSONALES EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA FAMILIA
DEL SIGLO XXI.
Dra. Maria Delia Bueno
Universidad Abierta Interamericana
Preliminar
Mucho se habla de la profunda crisis que sufre la familia, de la pérdida
de los valores, de la importancia de la familia y de la necesidad de recuperar
los valores perdidos.
No se puede cerrar los ojos al presente y buscar refugio en el pasado
para vivir de acuerdo a principios que han perdido vigencia, como si creer en lo
imposible convirtiera en realidad su contenido: la historia empuja siempre para
adelante.
La desorientación puede convertirse en pesimismo y desalentar para
cualquier construcción; sin embargo, percatados de los ricos materiales que
ofrecen estos tiempos, aires tranquilizadores soplarán en nuestra dirección.
Ciertamente la hora actual nos supera y perplejiza, lo que es natural
porque estamos inmersos o insertos en el umbral de época, en el gozne
mismo del curso histórico que ocasiona un total cambio de paisaje. Es algo
inédito teniendo soluciones viejas para resolver problemas nuevos.
La familia sufre la crisis, que es la crisis del sistema de valores vigente
en una época que pasó, siendo otra la costumbre vital, con virtualidad
suficiente para sustentar otra familia, más satisfactoria que aquélla que no pudo
sobrevivir intacta al agotarse el modelo secular representado.
No se puede decir que todo esté perdido, muy por el contrario cómo va a
decirse eso cuando hay valores, aunque sean otros; reglas de prioridad;
ideales en la dimensión personal y metas colectivas con relación a la familia y
a los valores, fluyendo en medio de un clima cultural diferente, informado por
primera vez por una orientación fundamental que jerarquiza a la persona.
Los derechos humanos, que son hoy tendencia universal admiten una
doble lectura: la del respeto a la persona como tal por parte del resto de la
comunidad y la de la propia capacidad, para hacerse cargo del correlativo
deber que implican aquellos, con aptitud para ser el artífice de una sociedad
más apropiada.
Hace falta sí un cambio radical de postura, el que resulta factible en lo
inmediato, en la medida en que no dejemos los problemas abandonados a su
destino, ni que el desasosiego y la resignación nos ahoguen.
El Nuevo Humanismo ha de aportar las soluciones nuevas en respuesta
al reto impuesto conducente a un nuevo orden.
La propuesta para la familia del siglo XXI es la misma familia tradicional
pero edificada sobre otras bases, más personales si se quiere.
1.- La familia clásica.
La familia es la célula básica de la sociedad y factor imprescindible de la
organización social, siendo segmento esencial del orden social desde que los
vínculos libremente elegidos son necesarios para la existencia de la sociedad.
La familia clásica integrada por los cónyuges y unos pocos hijos, cuya
estructura se ajustaba a una sociedad con valores y estilos ampliamente
compartidos, se convirtió en el modelo clásico, universal y socialmente
aprobado.
La internalización del casamiento en la conciencia colectiva la
institucionalizó y la convirtió en modelo al interpretar y canalizar la costumbre
vital de su tiempo, contributiva y contribuyente de la constelación de valores,
virtudes y estilos de su época, entre muchos otros elementos en interacción.
2.- El cambio epocal.
Cada época presenta una constelación de valores, virtudes, estilos,
proyectos y contenidos vitales, comportamientos, lenguajes, conceptos
científicos, sistemas económicos, modelos sociales que conecta con la vida,
el trabajo, la cultura y el Estado que sintetiza el macroparadigma, con sus
paradigmas y micromodelos.
Muchas fuerzas mutuamente causales, que importan innovaciones
puntuales del pasado rompen el equilibrio más o menos estable, al límite de
que la situación en sentido global no puede continuar, operándose el cambio
epocal.
El proceso de cambio que culmina con la instalación de un nuevo
macroparadigma afecta las distintas realidades del arco de bóveda que abarca,
siendo una de ellas la familia, en el caso en análisis la clásica y modélica, que
en el nuevo horizonte pasa a ser referente.
En el plano familiar, al producirse la ruptura del eje conyugal, su
generalización implica la caída del modelo tradicional secular. Se produce la
variación histórica de la familia emergiendo diferentes configuraciones
familiares de honda incidencia en la dimensión personal, ninguna notoriamente
predominante, en coexistencia.
3.- La variación histórica de la familia.
La familia natural constituye un universo humano, ámbito donde el
hombre nace, vive, ama y muere, que se identifica con la vida misma. La
familia clásica fundada en el matrimonio es además ámbito íntimo y doméstico
para la vivencia y la praxis de lo conyugal, lo paterno, lo materno, lo filial y lo
fraterno, amparada por la ley y prohijada por la moral.
No obstante la variación histórica operada en la familia clásica y las
muchas formas que proliferaron, la misma no ha perdido su ancestral prestigio,
aunque el panorama sea otro. Sigue siendo el ideal colectivo, aun en medio de
una realidad empírica que en parte lo contradice, afectada por los avatares de
la vida de cada día, cuya vuelta a esa configuración es una aspiración que está
presente en todo discurso público.
Muchas personas viven en el tipo clásico y así ocurrirá en el futuro;
otras, ante el quiebre experimentado no podrán hacerlo, desde que solo las
primeras nupcias son las que la configuran, excepto en el caso de viudez,
situación a la que se extendería por no anotarse ruptura.
Mientras tanto, otro gran número, creciente en el caso de los jóvenes,
propone a su manera la relación personal en la cotidianeidad compartida, la
que no siempre es familiar, aunque se le parezca bastante o así se considere.
La familia como máximo proyecto vital importa estabilidad, continuidad,
perdurabilidad, trascendencia y reconocimiento. No es una sociedad de dos
personas sino una comunidad de vida, de la que se ha dicho que es el
connubio de lo divino y humano.
Todo proyecto mira hacia el mañana y la noción misma de vínculo en
las relaciones de familia no se acompasa con la efimeridad porque los
desnaturalizaría. El modelo tradicional importa sentimiento y compromiso que
dan fijeza y certeza a las relaciones familiares, con vocación de futuro, sin
perderse de vista el involucramiento de nuevos seres: los hijos.
4.- Recuperación del modelo tradicional secular de la familia
clásica.
Lo contrario a la ruptura conyugal, sea estrepitosa o bien la asimilación
del fracaso del magno proyecto como algo normal (mal de muchos...), es
proponer un cambio de mentalidad para recuperar la familia clásica, concebida
como ideal en el plano personal y como meta en el imaginario colectivo.
El escepticismo a su respecto obliga a re-presitigiarla construyéndola,
ahora sobre otras bases, teniendo en cuenta que en el curso histórico cambió –
entre tantas otras cosas- el sistema de valores de la sociedad en su conjunto,
de la que era contributo.
El cambio epocal apareja nuevos valores, que no necesariamente
destruyen los anteriores, pudiendo reinsertarse los nuevos con los viejos,
superándose algunos de ellos en la evolución porque no podían mantenerse.
La familia clásica, pese a lo que la tradición pragmática de los últimos
tiempos parecería indicar, no conoce forma mejor, prueba de ello es que en la
concepción dinámica y longitudinal de la familia se procura en la fase siguiente,
a través de otra configuración, lo que en la fallida no se alcanzó, recurriendo –
tal vez sin querer- a una técnica de parcheo, de alto costo y no poco riesgo.
Ante la preocupante atomización familiar constatada, más aún cuando
hay hijos, para la reconstrucción de la nueva familia tradicional se rescatan los
valores personales, o sea los que están en la esfera de cada uno, aquello
precisamente que no va y viene porque nos pertenece y que se confunde con
lo que somos.
Los mismos conforman un sistema, que es con el que cada persona
vive, conllevando sus propias reglas de prioridad, desde que las cosas tienen
valor y jerarquía: de la escala de valores se trata!
Al momento del proyecto vital común de índole familiar se unen, más
que dos personas, dos escalas de valores, de cuya articulación y posibilidades
depende el resultado.
5.- Los nuevos valores.
Hay valores nuevos que son la autorrealización de la mujer y el éxito
profesional. Es más, las necesidades de la vida moderna y de la sociedad de
consumo con sus ínsitas exigencias incluyen la autorrealización de los hijos,
ya desde pequeños.
En un habitat de mayor libertad en las costumbres y consecuente laxitud
de los controles sociales los límites en la dimensión personal han de ser
autoimpuestos, evitando por sobre todo dañar al otro, absteniéndose de crear
condiciones propicias para el perjuicio y la interferencia ajenos, esto en sentido
bidireccional.
De todos modos existen valores, principios, calidades del ser humano
que realmente no pueden desaparecer, tales como la responsabilidad; la
coherencia y el obrar conforme a la regla de oro (no hagas al otro lo que no te
gustaría que te hicieran a ti) o al imperativo categórico (haz de tu conducta una
regla de máxima universal) de Kant que conectan con los derechos humanos.
Lamentablemente vivimos en una sociedad, permítaseme lo coloquial:
entre bartolera y deslenguada, hedonista, vacía, cuyos miembros exhiben falta
de objetividad y de objetivos que vayan más allá de pasar el momento, como si
todo fuera –o pudiera ser- un dale que va.
Trasladado al mundo familiar se traduce en irresponsabilidad e
incoherencia ante el cónyuge y los hijos, causando daños
variados,
irreparables y expansibles en haces aleatorios. Se aplasta así cualquier forma
de solidaridad elemental en el seno de la familia natural, sin perjuicio de
introducir –e instalarse- una nueva causa de violencia familiar: la competencia
profesional en la pareja.
La comodidad y la picardía generalizadas, como algo que ocurre en el
curso normal de las cosas –como si corriente y correcto fueran sinónimosconvierten al zángano y al zorro en los paradigmas de la familia y la sociedad
de fines de siglo (XX) que pasa al siglo XXI, no obstante que la banalización de
la familia indefectiblemente desintegra el cuerpo social.
6.- Los valores personales.
La responsabilidad es un rasgo de la adultez, contrapartida del libre
albedrío, que implica prever y hacerse cargo de las consecuencias del propio
obrar. Siendo mejor
prevenir que reparar, en órbita de la familia las
consecuencias son casi siempre conmocionantes y sin retorno, por tanto de
indeclinable asunción.
La coherencia hace a la razonabilidad del obrar y a la previsibilidad de la
conducta, reflejo de una cierta lógica social presunta. La incertidumbre, la
anomia y el estado de ascuas permanente resultan ser elementos en
interacción propiamente desquiciantes del mundo familiar.
La regla de oro –o el equivalente kantiano- está presente en todas las
religiones y es la esencia misma de la Etica en todas las culturas, la que no
admite bisagra en su aplicación, menos que menos dentro del mismo hogar.
Los derechos humanos son non-negotiable standards, mínimos de
respeto a la persona, universalmente reconocidos, de data más o menos
reciente, que constituyen una megatendencia en nuestros días, concerniente a
la dignidad de todos ante todos, sin cabida para la asimetría en cuanto a su
reconocimiento y ponderación.
Los valores personales en el siglo XXI deben ser los nuevos principios
rectores, los que paradójicamente existieron siempre, formulados ahora en una
perspectiva diferente y más severa, como criterios éticos referenciales y muy
aptos para el consenso, de imperioso fortalecimiento.
El contrapunto dialéctico ha de ser siempre de superación y
perfeccionamiento, acaso alguien proclamaría trabajar para una sociedad
peor?
La responsabilidad, la coherencia, la regla de oro y los derechos
humanos, son cánones necesarios para una vida digna, sustento de una
convivencia ordenada, respetuosa, justificada y, por ende armoniosa y justa.
Resulta, por tanto, impostergable la internalización de los valores
personales también en la conciencia colectiva, jugando un rol importantíisimo la
educación orientada hacia el Nuevo Humanismo.
7.- La nueva familia.
La familia clásica en su evolución específica abre paso a una nueva
forma, bastante parecida a la anterior, pero erigida sobre distintos pilares que
prioriza a la persona y sus valores, que nada tiene que ver con la concepción
dinámica y longitudinal de la familia de las sucesivas fases o configuraciones.
La costumbre vital de esta época, en la Era de los Derechos Humanos
que canaliza la nueva familia ha de inspirarse en una orientación que focaliza la
atención en la persona, centralizándola como una consideración primordial.
En la postura que se expone la persona es a la vez un repertorio de
valores personales, patentes y latentes, que constituyen el encofrado del
proyecto familiar, cuyo esencial subyacente es el amor.
De todas maneras la familia no está exenta de las visicitudes propias de
la vida privada, íntima y doméstica, argumental y siempre dramática y abierta,
ni tampoco de las contingencias de su contexto desde que hoy todos –y en
todas las instancias vitales- acompañamos la marcha de este mundo.
Los valores cardinales subrayados edifican y apuntalan la nueva familia
–a mejor argamasa mayor solidez- y, a través de la misma trascienden y
fortalecen la sociedad, por lo menos, mientras el hombre y la mujer sigan
siendo humanos e integrantes de la gran familia humana.
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