Universidad de Chile Facultad de artes Dpto. TeorÃ−a e historia del arte DIFERENCIAS ENTRE LA COSMOGONà A EGPCIA Y MESOPOTÔMICA La cosmogonÃ−a mesopotámica nos muestra una especie de pesimismo, en sus ideas religiosas. Si bien, ambas culturas tenÃ−an ricas y complejas concepciones teológicas se puede observar una clara diferencia entre la relación hombre-dios. Esto se debe a variados motivos: • Geográficos: Egipto, se asienta en un “oasis” dentro del desierto, en las riveras del rÃ−o Nilo, cuyo cauce es periódico y constante, esto explica su declaración de supremacÃ−a, entre sus contemporáneos. Mesopotamia, en tanto, es un pueblo situado en el valle ubicado entre los rÃ−os Tigris y à ufrates, de carácter impredecible y fuerza destructora. A pesar de eso está emplazado dentro de un valle con tierras cultivables y follaje para su ganado, por lo tanto el hecho de “vivir” era menos preciado, para estos últimos, ya que su posición geográfica era más inestable, sintiéndose el poderÃ−o de la naturaleza sobre la insignificancia humana. • Culturales: Mesopotamia indica un lugar donde diferentes pueblos gobernaron en diferentes tiempos. La unificación estatal se logró sólo en tiempos de guerra, como medio de protección frente a sus enemigos y de resguardo par sus tierras. En Egipto la unificación de los pueblos del Delta y del sur se prolongó por aproximadamente 3500 años. Estas caracterÃ−sticas forjan la cosmogonÃ−a mesopotámica, creando un panteón de seres divinos con cualidades humanas. Para el mesopotámico coexisten dos estados, el divino y el humano, por lo tanto su relación con las deidades era, casi, burocrática. Ambos estados se dirigen y desarrollan de igual manera, pues la nación humana era sólo un reflejo del estado universal. Es posible entender el estado universal como el imperio de las fuerzas de la naturaleza, pues éste estaba gobernado por los dioses que son la representación de cada fenómeno natural, en particular, además era el único estado verdaderamente soberano e independiente de todo control externo. Entonces el hombre nota su pequeñez, frente a estas terribles fuerzas, y concibe el mundo como la realización de la convergencia de voluntades divinas. Su aparición, dentro de este orden, tiene la función de servir a los dioses. Según ellos, el hombre fue creado para llevar a cabo las tareas de los dioses menores y que asÃ− estos pudieran descansar. Por eso ninguna institución humana tenÃ−a como fin la conveniencia de los seres humanos, porque primero debÃ−a asegurarse el bienestar de los dioses. AsÃ− la mayor parte del territorio de las ciudades-estado mesopotámicas, que tenÃ−an una función económica dentro del estado polÃ−tico universal, correspondÃ−a a los templos, pues estos “administraban” las propiedades de su dios tutelar, cada uno de estos templos poseÃ−a, además, algún territorio cultivable, en consecuencia, el dios, protector de la ciudad y dueño del templo era quien daba las órdenes de importancia, a través de los ensi, quienes eran los humanos encargados de administrar las propiedades divinas. Ellos llevaban a cabo la contabilidad del templo, 1 eran responsables del mantenimiento de la ley y el orden dentro del estado, tenÃ−an la autoridad judicial suprema, era comandante en jefe del ejército y negociaba a nombra de su dios. En general, era el ejecutor de la s órdenes del dios. Entre los procedimientos para conocer la voluntad del dios es posible mencionar la lectura de los sueños; el sacrificio animal, con el fin de “leer” su hÃ−gado, o lo que él considerara algún presagio extraordinario. En virtud del poderÃ−o de los dioses al mesopotámico le quedaba sólo la obediencia. Pero, lógicamente, el hombre común no dependÃ−a de la voluntad de los dioses supremos, como los gobernantes, sino que era protegido por su dios personal, quien era familiar a él. Para comunicarse con este disponÃ−a de variados medios como la adoración o simplemente le hablaba o también escribirle una carta, que era considerado como el medio más seguro. Al tener estos dioses personalidad humana era posible que se olvidaran de su protegido o se resintieran, con ellos, por su falta de atención. Es una relación absolutamente interesada, el dios sólo recibirá adoración si se comporta como quiere su protegido. En un principio estos dioses poseÃ−an poco poder, pero buenas influencias. AsÃ−, al querer eliminar un demonio que mantuviese cautivo a su protegido, debÃ−an recurrir a la ayuda de alguno de sus “amigos”, dioses superiores que pudieran combatir con el perverso espÃ−ritu que apresaba a su favorecido. Pero, a medida que el estado humano se fue desarrollando la importancia de los demonios disminuyó al punto de que al iniciarse el segundo milenio, los dioses personales están capacitados para proteger, por sÃ− mismos, a sus defendidos. En fin, la supremacÃ−a de las órdenes divinas era tal que el mesopotámico no consideraba la existencia de algún tipo de inframundo o más allá, pues para ellos, servidores creados para trabajar en las tierras divinas, no era posible otra vida que no fuera ordenada sino por voces divinas. 2